Comerciales 2013

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Comerciales Miguel テ]gel Godテュnez Gutiテゥrrez

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Comerciales Miguel テ]gel Godテュnez Gutiテゥrrez

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Ediciones Ornitorrinco. http://edicionesornitorrinco.es.tl Esta edición de Comerciales se terminó en la Ciudad de México, el 1 de abril de 2013.

México, D. F., 2013. © Miguel Ángel Godínez Gutiérrez.

2


El adolescente escapa de su casa en la noche. Sus padres duermen tranquilamente. Aunque hace ruido, no despiertan. Se quita el sudor de la frente.

La cara de la muchacha, las de su mamá y hermana. Hablan de la misma experiencia desde su punto de vista. Coinciden.

El aeroplano sobrevuela las cascadas y una cerveza aparece suavemente. Es una botella gigante.

Cantamos una canción. Traemos una vela encendida y las calles pasan detrás de nosotros.

Grandes números enfrente; luego, la silueta de un automóvil.

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De la oscuridad emerge la luz cuando se abre la puerta. En cámara lenta un automóvil sustituye a mi caballo.

Una cerveza helada se abre en mi garganta.

Se identifican el feto sonriendo y la cara de su madre.

Una mesa bien surtida. Botellas de vino, carne de res asada al carbón. Atardece en la playa, la arena es mullido colchón. Rompe una ola en mis narices.

La muchacha se mira en el espejo de agua y su rostro se integra al mar.

La tomo de la mano, como un juguete, jugando. Rodeo su cintura. Quiere hablarme. No sé cómo se llama.

Ella con minifalda corre dando vueltas. Aborda un automóvil con interiores de cuero. Miro la cara de su amante llorando. Mi padrino sube por una escalera. Sonríe mientras asciende y muestra un bote etiquetado.

Un libro abierto encima de la mesa. La muchacha trata de venderme algo. Echo mano al bolsillo.

Un escudo, mi bandera, multitudes formadas, uniformadas. 4


El campo amarillo luce verde cuando la muchacha parpadea.

Rostros de niños alegres. Empujo la pelota con el muslo, la domino con el empeine.

Un vitral da a un bosque, luna ventana hacia el jardín.

Tocan a la puerta. Dos individuos tratan de venderme algo, pero no alcanzo a leer la borrosa etiqueta.

La muchacha tiene los pensamientos en la punta de los ojos. Es antorcha que destella en las monedas. Mis tantos años se esperanzan.

Extiendo la mano y traspaso su piel de holograma.

Al fondo, el mar, el horizonte. Un monumento público despierta entonces.

La radio encendida en un equipo estereofónico, una canción sonando.

Un bebé me pregunta algo al oído. Río en voz baja.

Entro por debajo de una puerta.

Miro volar una enorme concha por el cielo.

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Contemplo a lo lejos la silueta de un carro, la ciudad.

El bebé juega con sus dedos y ríe, iluminando la estancia.

La puerta azul de una casa se abre. No se ve nada adentro, está oscuro.

Un amortiguador del auto está chorreando aceite.

Un hombre maduro me señala con el dedo lo que me trata de vender, y me dice algo que no recuerdo.

Un ciclista vuela por la madrugada hacia su casa.

Mi madre ¿mi esposa? pica cilantro en una tabla. Trae un delantal blanco.

La muchacha —grandes senos y aretes— me mira. Luego se da vuelta y la contemplo. Es bellísima. Se trata de un servicio de juventud, maderas preciosas para la fogata.

Mi mami me unta pomada en el pecho.

Alguien plancha allá adentro. Apago la tele y voy a ver de quién se trata.

El caballo da vueltas en la pista. La cúpula catedral brilla al fondo.

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Las paredes son de piedra, escenario de un encuentro a oscuras.

En el vidrio de la cama, la muchacha es un instante lírico. Soy plectro con la nariz húmeda.

El automóvil corre junto al caballo. Una calcomanía se destaca en uno de sus relucientes vidrios. Se raya la pulida cera carrocería. Su piloto se lanza sobre mí.

Alguien descuelga el teléfono mientras dos adolescentes toman cerveza alegremente. La muchacha se asoma por detrás de una cortina y muestra un ojo de esmeralda. El del auricular la mira, le hace la señal de un beso y mira sonreírle el ojo. “¿Bueno?” dice; “bueno”, contesta la muchacha.

El sillón de cuero brilla a través de la niebla dentro de la casa.

El escudo de armas de la familia, la sombra del mariachi, la botella de tequila.

Unos obreros cubren con vidrio y aluminio el churrigueresco edificio de la esquina principal.

El trajeado camina lentamente por entre la niebla en la que truena un rayo.

En el baño de vapor, una pareja habla de todo y de nada. La luz en la ventana.

7


El médico con el cubre bocas lija el abdomen del paciente. La piel es un periódico arrugado; las costuras, nudo en la garganta.

Un anciano llora sentado en el piso. Yo recojo mi maleta y hago una señal con la mano. El anciano tiene las cejas inflamadas. Levanta una pistola de juguete y me dispara lágrimas.

La muchacha descuelga el teléfono y habla con alguien que tiene una marina al óleo de fondo. Una vela encendida ilumina el libro abierto. La muchacha gesticula inquisitiva. No, no poseo todo en la vida. “¿Ya ves?”, me dice.

La mirada hacia adelante, enloquecida, frente a mí. Unos perros danzan allá afuera. Ella tiene la boca llena de billetes de lotería.

La muchacha se pinta el pelo en el baño del hotel. Se baña. Me pide que le cepille la espalda. Se arquea.

La muchacha entra a su casa y cierra la puerta. Los padres despiertan. Discuten. Quieren que se vaya o se someta. Ella se exalta, luego baja la vista. Termina su desayuno y se lava los dientes. Afuera brilla el sol y hay pocas nubes en el cielo.

La muchacha, a saco de cuadros —no se lo quita por más que sude y sude—, me mira de arriba a abajo: “Me gustan los hombres de tipo atlético, pero tú, francamente...” Se parece a una maestra de primaria, la de ojos bonitos.

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Brilla el cuerpo de la licuadora; vibra. Un niño se asoma al balcón de nuestra ventana —la que da al mar.

La montaña atrás, la playa enfrente, el piano y la muchacha, la sombra de las cosas.

Rostros de mujeres, mapas de sus cuerpos, de su corazón; montones de carne molida picando cebolla; una zanahoria a cuadritos bajo el chorro de agua. La mesa limpia.

Con ella, en el auto estoy a salvo de la lluvia. Sus ojos iluminan un ciento de nubes.

Se evapora la taza en el café y se pega en mis labios con una suavidad de niebla caliente.

Enciendo la televisión mientras escucho un disco.

Las estrellas forman anuncios luminosos en el cielo raso de la noche.

El sacapuntas en la mesa y un perro que ladra a lo lejos.

Una llama leve en la chimenea y las piernas de la muchacha que caminan hacia mí.

El hombre de pelos peinados parados me muestra su corbata y me dice que es italiana. Luego, le hace un pequeño nudo.

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El mesero camina por un pasillo del restaurante. Las paredes son blancas y contrastan con el color del césped y el del cielo. Se dibuja su panza en la pared.

Sobre la charola que lleva brillan papas fritas. En la única mesa, una pareja.

No sé que es lo que querían decirme. Hablaban y hablaban, cambiando a veces una patineta por un detergente.

Sale un tipo a la calle, mira la hora en el reloj, cambia la palanca de primera a segunda. Ya va sobre la avenida cuando mira a La-Que-Pudo-Ser (mientras recuerda su Presente, ahora en casa), quien pasea por la tarde. La muchacha no lo mira, pero lo está recordando en este momento. ¿Coincidencia? (Esto último él no lo sabe, ni lo que escribo.). Los miro doblar la esquina y perderse para siempre.

Click.

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