El Evangelio de Andrea

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EL EVANGELIO DE ANDREA Miguel Eduardo Valdivia Carrera

Edicion 2014 ebook 速

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Índice

Capítulo 1. ………………………………………………………………………….…………4 Dos latidos, dos espíritus. Un nuevo inicio, un mismo amor. Capítulo 2………………………………………………………………………………………25 Luces de Dios que vienen y que van, que no nacen ni mueren. Capítulo 3……………………………………………………………………………..……….58 Un encanto y luego un lamento. Capítulo 4 ……………………………………………………………………………………. 65 La belleza de un cuerpo a través del sol…espíritus besándose. Capítulo 5………………………………………………………………………….……….….84 Un maestro y su voz… sosiego. Capítulo 6………………………………………………………………………………….....101 Rumbo a Brasil, memorias ocultas de un pasado lejano y remoto. Capítulo 7………………………………………………………………………………….....130 Llamados del destino. Capítulo 8…………………………………………………………………………..……......173 Destinos marcados, amores de antes. Capítulo 9……………………………………………………………………………..……….196 Confusiones, dilemas previos….después de la hora más oscura, sale el Sol. Capítulo 10…………………………………………………………………………………….210 Para un corazón libre… la luz del sol no se tapa con un dedo. Capítulo 11………………………………………………………………………………..…..239 Deseo abrazarme a tu espíritu y sentir un beso de tu alma. Capítulo 12……………………………………………………………………..................252 Destino.

“La historia del hombre es el esfuerzo del espíritu Por liberarse y conseguir su libertad”. Hebel Georg Wilhelm Friedrich

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Introducción Dícese que una vida, un destino es como una hoja al viento que se eleva y baja; gira a merced del viento. Ese viento a veces suave, a veces fuerte determina el cause inalterable del principio y del final del espíritu en ese mismo viento, ese destino ya marcado es inalterable, pero nuestras decisiones y acciones hacen del vuelo de esa hoja un baile o un tormento que altera nuestro viaje en ese remolino, mas no el remolino en si, y es que cada viento, cada vida, trae sus propios remolinos. Y en cada gota de tiempo que pasa, nuestro libre albedrío se ve a prueba. La misma hoja podrá elegir si toma las corrientes cálidas o frías, mas no podrá nunca cambiar de viento, por que el viento es de Dios, así como el espíritu.

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“Un revoloteante colibrí pesa unos 20 gramos. Singularmente, es la misma cantidad de peso que libera un cuerpo…al entregar su espíritu y morir”.

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Capítulo 1 “Dos latidos, dos espíritus. Un nuevo inicio, un mismo amor”. Abro los ojos. Veo un foco de neón alumbrándome desde el techo. Estoy en una cama… recostado. Se trata de una clínica. A mi lado, se encuentra mi madre. Ella está tejiendo, no se ha dado cuenta todavía de mi despertar. La veo y aunque no me dice nada ni me mira, yo siento mucho amor en su presencia. Ese amor tan grande e incondicional, ese que solo, proviene de una madre. Un amor que todo lo da, sin esperar nada a cambio. Un amor a veces tan poco valorado por causa de nuestro orgullo o capricho, por nuestro ego irracional torpemente humano. — ¿Estás bien hijo? ¿Cómo te sientes? —pregunta mi madre con voz tenue, preocupada pero aliviada a la vez. ¿Cómo te sientes? —repite, mientras la enfermera me toma la presión y realiza su rutina. Ésta revisa mis signos vitales fríamente. — Estoy bien —le digo—. No siento dolor ¿Qué pasó? ¿qué hago aquí? —le pregunto curioso e intrigado—. Mi madre toma mi mano y me mira diciendo: “Gracias a Dios que estás bien”. Y olvidándose por un segundo, de su nueva orientación evangelista

cristiana

y que

ya

no

es católica, se

persigna

instintivamente para luego besar mi frente. — ¡Te chocaron pues!— me dice—. Has estado inconsciente, en coma, casi por una semana. De pronto llega el doctor, es algo mayor, tanto menos que mi padre. — ¿Cómo está el joven aún? —pregunta amistosamente y enseguida revisa de mí con su frío estetoscopio. Mientras lo hace mi conciencia me lleva a recordar a Brenda: joven y muy atractiva compañera de trabajo con quien recuerdo haber salido del trabajo. Todos sus encantos pasaron por mi memoria, pero fueron borrados al instante por el recuerdo de su cara de pánico y por el aterrador sonido a desastre que estremeció mi cuerpo de miedo con tan solo volver a recordarlo. — ¿Cómo se encuentra Brenda? —pregunté con temor. A lo que mi madre respondió: “Ella está bien, solo tiene unos rasguños y una muñeca enyesada; ella 4


está bien, no te preocupes”. Luego supe por el doctor y por la posterior narración de mi padre que el choque no fue tan grave como lo pudo haber sido, que milagrosamente no pasó de ser una desgracia menor. Yo me había pasado el rojo del semáforo. Un camión que transportaba ladrillos se precipitó hacia nosotros, pero afortunadamente metros antes de hacer impacto, uno de los baches, muy comunes en las pistas de Lima, le rompieron la dirección, el muelle delantero; lo que lo detuvo en gran medida, colisionando con mi coche con una fuerza de impacto mucho menor. Aún así, el golpe fue lo suficientemente fuerte como para hundir mi puerta y provocarme una conmoción cerebral por el golpe. Una vez más el destino, Dios o la divina vida, actuaron inesperadamente pero esta vez a mi favor. ¿Un milagro o simplemente un hecho, efecto de la causalidad? Causa—efecto, yo preferí entonces pensar, que tuve suerte, que algo o alguien no quería aún que mi vida llegue a su término. En ese momento pensé: “No es que no crea en Dios, creo en hay un Dios, creo muy convencido de que existe; pienso que una conciencia divina existe, la cual es quien creó y crea día a día la vida en este mundo y todo lo que existe en el universo infinito”. Pero también creía entonces y creo ahora, en la causalidad. Yo causé el choque, yo tomé esas cervezas, yo me dejé llevar por la seducción de aquella linda mujer; yo perdí el control, me distraje y no vi esa luz roja. Solamente vi un par de lindas y contorneadas piernas, un par de bellos y coquetos senos tras una sexy blusa; no vi ni pensé más que en la posibilidad de tener sexo y me desconcentré, yo causé, provoqué ese accidente. El hueco en la pista, ese bache salvador no lo puso allí Dios, o ¿sí? El bache ya estaba allí. Su presencia, su efecto causó que yo siguiera aquí con vida. Para mí: el efecto de la causalidad racional y objetiva fue la razón de esto y no creo que ni Dios ni el diablo hayan tenido nada que ver, o ¿sí? 5


Hasta ese entonces mis pensamientos buscaban explicaciones netamente racionales y objetivas, explicaciones que se den más la mano con la explicación científica de las cosas. Había leído la Biblia varias veces, sin encontrar respuesta alguna a muchas de mis inquietudes. Deseaba mucho encontrar estas respuestas, respuestas a preguntas que venía preguntándome casi obsesivamente desde que dejé de ser un niño y fui descubriendo poco a poco y cada vez más y más el omnipresente sufrimiento humano. Sufrimiento que muchas veces no tenía ninguna explicación, mostrándose esquivo a todas y cada una de mis oraciones. Deseaba encontrar a Dios. Soy un joven sencillo que acaba de pasar la treintena de mayos. Un géminis neto. Publicista y director creativo de una naciente agencia publicitaria. Un individuo común y corriente que sueña, trabaja, pero que no encuentra un sentido especial y trascendente en su vida, tal vez a causa de la soledad a la que conlleva el absurdo consumismo al que nos arrastra esta sociedad y a la interminable carrera de la autorrealización profesional y económica. Un individuo que además y sin explicación alguna, le tiene mucho miedo a las alturas.

Eran las siete de la noche. Entonces, me dijeron que tenía que quedarme por un par de días más, esperar los controles de rutina para luego, poder irme a casa. Luego, me dieron unos desinflamantes y un relajante con el que enseguida quedé dormido. Horas después me desperté, y me incorporé de la cama en busca de comodidad, ante el calor de aquel intenso verano.

Momento en el que llegó de vuelta mi

madre. Esta vez venía con ella el pastor de su iglesia, los acompañaba una jovencita; una señorita bella de unos veinte cuatro añitos. Una jovencita universitaria, de overol blanco de doctorcita; la mujercita preciosa que cambiaría todo el sentir de mi vida y que con su imprevista presencia mi cuerpo se llenaría entonces, de escalofríos y palpitaciones; sutiles y extraños centelleos eléctricos que se iniciaban en la base misma de mi cabeza, en mi nuca, y que se esparcían en un recorrido inesperado por todo mi ser. Tal sentir me asustó, llegando a pensar en aquel momento que tales alteraciones eran manifestaciones nerviosas a consecuencia del reciente accidente, de modo que no les presté mucha 6


importancia y esperé que se disiparan pronto. Se trataba de la hija del pastor y debía ser por su atuendo blanco, miembro practicante del personal médico de la clínica, ambos cristianos evangélicos. Su padre traía una Biblia, y ella al igual que él vestía un sobretodo de médico. De tez blanca, ella lucía el cabello largo y unos muy lindos ojos color caramelo, una mirada con la que mi piel se ponía de gallina y mi corazón entraba en una especie de súbita y tenue taquicardia. Mi madre se acerca a mí con el rostro contento. Pasiva, con ese carácter humilde que la caracteriza y me los presenta. El pastor. Alto y delgado él, me da la mano. Su cara seria pero amable me regala una ligera sonrisa y dice: “Mucho gusto de conocerte Marcelo. Soy Mario del Solar, Pastor de la iglesia cristiana de la Molina y doctor pediatra en esta clínica cristiana. Tu madre nos llamó y por eso estás aquí en esta clínica. Te presento a mi hija Andrea. Ella también trabaja aquí, hace sus prácticas y colabora con el Señor”. Entonces, ella me dio la mano delicadamente, sonríe dulcemente y se hace luego aires con unas revistas médicas que traía. Yo la acerco a mí al sujetar su mano y le robo un beso. Pienso que está linda no hay duda, parece una angelita. Enseguida se sonroja, al sentir ambos un singular chasquido eléctrico al roce de mis labios con su mejilla. Luego, mi madre se interpone diciéndome en voz baja: “Hijo, ¿quieres que oremos por ti y demos gracias a Dios para que te recuperes pronto?” — Bueno —le digo, algo confuso—. Si eso te hace feliz no hay problema. Era mi madre y a ella muy rara vez le puedo negar algo. — Bien entonces —dice Mario, el pastor. Oremos al Señor. Y tomándose de las manos oran, agradeciendo y pidiendo a Cristo Jesús por mi pronta mejoría. Mientras lo hacen yo no puedo dejar de ver a Andrea, ella se encuentra frente a mí, a los pies de mi cama, tomada de la mano de su padre y de mi madre los mismos que sujetan las mías. Andrea tiene la cabecita gacha y los ojitos cerrados, está repitiendo todo lo que su padre dice, pero luego siente mi agudo mirar sobre sí y abre curiosa sus ojitos ante los míos, no pudiendo reprimir la furtiva sonrisa nerviosa que se le escapó 7


encantadora de su nuevamente ruborizado rostro. Nuestras miradas se sostuvieron por unos instantes, instantes en los que casi podría jurar entonces, que mi corazón y el suyo latían divinamente de la mano, a la misma velocidad e intensidad. La escena me alegra y reconforta. Me tranquiliza ya que sé que eso le agrada a mi madre, le da paz y confianza, yo la quiero mucho. Además, mi piel, y todo mi ser me decían claramente que algo muy muy intenso había llegado a mi vida. Yo continúe entonces como hipnotizado, viendo a Andrea. Siempre me gustaron las chicas blancas, delgadas, castañas, de cabellos largos semiondulados y de sutil pero generoso busto pero sobre todo de lindas y quebraditas caderas. Tal y como Andrea se veía ante mí. Tras su sobretodo blanco se percibe aquel joven y bello cuerpo. Pero ella tiene algo aún más especial que me atrae de manera diferente, algo que me apura el corazón y que me eriza toda la piel constantemente desde la nuca, algo que hasta ese entonces no lo podía descifrar. Mis ojos recorren cada centímetro de su rostro, su piel se ve tan suave. Ella trata de concentrarse en la oración cerrándome tímidamente sus ojos pero sabe que yo estoy concentrado tan solo en ella. Un inexplicable sentimiento de culpa y otro de alegría afloraban por momentos en mí, con la clara sensación de haberla conocido o visto antes. Pensé entonces con un nuevo sentir: “En ella hay algo especial, diferente. Algo que trasciende notoriamente lo físico y se armoniza sentimentalmente de alguna manera con mi más profundo e íntimo ser”. Al terminar la oración, el pastor dice: “Tu madre me refiere que posiblemente ya muy pronto saldrás de aquí, bueno espero entonces nos visites en la iglesia, a ver si recibes a Cristo como tu salvador, tu madre me dice que eres católico. Pero eso no impide que seas un verdadero hijo de Dios. ¿Deseas recibirlo ahora? Solo tienes que repetir una oración y hacerlo de corazón para recibir así el Espíritu Santo”. — No. No tengo muy claro qué es el Espíritu Santo, y pienso que Dios está en todas partes y en todos, pero gracias —dije cortésmente.

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En su rostro se notó que aquella respuesta no fue de su agrado y dijo sereno: “Bueno, te dejo esta Biblia y estos versículos anotados para que los leas. Tiempo sé que tendrás. Recuerda que gracias a Dios y a las oraciones diarias de tu madre, pidiendo por ti a Cristo, tú estás aquí vivo y sano. Piénsalo —manifestó persuasivo—. Luego se despide y se va. Mi madre después de despedirlos se sienta y me pregunta algo mortificada: “Hijo, ¿por qué no quieres recibir a Cristo en tu corazón?” — Mamá— le digo, calmado y sonriente—. Recuerda que ya lo recibí dos veces. Y haciendo una pausa, le señalo: “Tengo sueño mamá. Ve a casa, estás muy cansada se nota que has pasado todas estas noches aquí. Ve a casa, duerme por favor, yo estoy bien y no podré dormir viendo esa carita y ese cuerpo cansado y necesitado de dormir como se debe. Ve por favor.” Ella accede, puesto que está realmente cansada, me da un beso en la frente y apaga la luz al salir. Minutos después quedo dormido con la bella Andrea en mi mente.

<====> “Nada más que… ¿entre sueños y realidades? Un atisbo de un amor… divino” Estoy sobre mi coche. Floto sobre mí, me veo, me veo desde afuera del auto, me veo inconsciente. Yo estoy afuera flotando y mi cuerpo yace como dormido abajo, veo a Brenda, ella esta gritando, llorando y sangrando levemente de una mano, estamos cubiertos de pequeños vidrios. Es la ventana del auto que reventó y se desintegró en pequeños pedazos que ahora cubren gran parte de nuestras ropas y los asientos. Veo un viejo camión y ladrillos dispersos por la pista. También gente que se acerca, algunos ayudan a Brenda a salir del coche. Llega la policía, sacan mi cuerpo del auto, lo echan en la vereda, al mismo tiempo que una persona llama desde su celular a emergencias, supongo. Lo veo todo muy claro, yo estoy por encima de todos allí. Algo ahora me jala hacia arriba, me siento subir, alejarme de la escena del accidente, veo mi cuerpo cada vez más alejado, más pequeño y cada vez más, 9


hasta que ya casi no lo distingo. Subo con increíble rapidez, algo me atrae más y más hacia arriba. Ahora una luz, una luz cálida y omnipresente me recibe. No siento dolor alguno, siento paz, una paz que ya había sentido antes, y que ahora me es familiar pero que había olvidado y que ahora vuelvo a sentir y a recordar, es maravillosa, se siente una especie de energía sublime, tranquilizadora, reconfortante que recorre pacíficamente todo mi ser. Son momentos perfectos. Sin comparación alguna. Luego, la misma fuerza que me trajo hacia ella ahora me retorna, me saca. La sensación es frustrante ya que no quiero, no deseo dejar de sentir esta sublime estadía. Mas no puedo hacer nada. Tan solo soy arrastrado contra mi voluntad otra vez hacia abajo. De repente despierto, estoy de vuelta en la cama de la clínica. Me encuentro algo agitado, no sé si esto, lo sucedido, fue un sueño o un recuerdo o ambos, no lo sé. Y es que fue tan vívido. Una sensación tan real que todavía estremece, y al mismo tiempo apacienta todo mi ser. De pronto, comienzo a temblar, creo que se me bajó la presión, siento frío, me acurruco en la cama y trato de volver a dormir. Rápidamente, vuelvo a quedar dormido. Brenda se aparece por la puerta, camina de frente hacia mí sonriente, está con la misma coqueta minifalda, la blusita blanca sutilmente desabotonada y el cabello suelto, incomprensiblemente revuelto y desordenado, está radiantemente sexy. Me coge de la nariz, suave y pícaramente entre los nudillos de sus dedos, luego se inclina y siento su mano cálida, tibia en mis labios, silenciando cualquier intento mío de expresión. Luego, acaricia mi pecho, me doy cuenta entonces que estoy desnudo, cubierto solamente por una sabana turquesa. No puedo creer lo que sucede pero lo disfruto mucho, ella acaricia más intensa y prolongadamente mi pecho en círculos que se expanden bajando cada vez un poco más, y se sonríe viéndome a los ojos. Se desabotona los tres botones faltantes de su ya excitante blusa, dejándome ver que no lleva brasier. Me besa en la boca, siento su mano bajar lentamente todavía más por mi pecho hasta mí estomago, el sabor de sus labios, su dulce perfume y sus atrevidas caricias aceleran mi corazón despertando enseguida mi deseo. 10


Mi respiración se agita, siento ahora sus labios más apasionados y sus dedos jugar con los bellos de mi ombligo, hacen círculos con caricias muy suaves, siento su respiración y sus besos todavía más intensos. Siento un placer inmenso al sentir rozar con sus largas uñas mi bajo vientre, seguidamente siento su otra mano en mi rostro. Un beso en la frente y una voz como traída de otra dimensión que me dice: “Despierta hijo. Buenos días, ya son las diez. Mira quién ha venido a visitarte.” Era mi madre quien con un beso en la frente me despierta, esfumándose al instante lo que fue un sueño tan agradable (una semana en cama lo pueden poner a uno muy fantasioso). Entonces, acalorado, avivado, algo molesto pero, finalmente muy sorprendido reacciono al ver el abochornado rostro de Andrea, quien había venido acompañando a mi madre y me miraba avergonzada al verme así, al ver mi explícita manifestación corporal, natural en un hombre excitado, provocada por ese sueño. — Hola —dice entonces tímida, con deseos de esfumarse del lugar. Entonces yo inmediatamente al verme en tan comprometedora y bochornosa situación, recojo las piernas doblando las rodillas hacia mí e inclinándome hacia delante, abraso mis piernas y le respondo sonrojado: “Hola… ¿cómo estás?”. Apenas nos miramos. La situación era muy incómoda Mi madre que no se había percatado de tal situación por haber entrado de frente a saludarme, y al abrir las ventanas de manera rauda, no pudo ver lo que la luz del sol sí permitió ver a Andrea. Aquella tierna y linda hija de Dios no sabía si quedarse o irse, empeorando su situación, al saber que yo la vi directamente al rostro justo cuando ella miraba sorprendida y atentamente toda mi masculinidad absolutamente expresa, cubierta esta apenas por la fresca sabana y mi ligero pantalón de pijama, de esos de paciente, en los que tratan de ahorrarse algunos centavos haciéndolos de la tela más delgada que encuentran. Me sonreí entonces y le dije: “Me traes un vaso con agua, por favor”. Ella estando todavía parada a los pies de mi cama, giró en su propio eje y salió velozmente de 11


la habitación. Me levanté enseguida lentamente aprovechando en ir al baño. Sentí un ligero mareo, pero seguí rumbo a este. Cubriéndome con la almohada. Supongo que mi madre recién se dio cuenta del acto, por mi actitud, pero no dijo nada, como toda buena madre. Salgo del baño, más fresco, mas limpio y despejado, me traen el desayuno, unas tostadas con mermelada, leche y un huevo pasado. Se ven bien. Tengo hambre. Mi madre enciende la televisión. Y tras unos minutos, afortunadamente, retorna Andrea, con el vaso con agua. Lo pone en la mesita. Se tomó su tiempo, pero me alivia y alegra que esté de nuevo aquí. El momento se tornó confuso. Mi corazón volvió a alegrarse al verla pero ella se mostraba incómoda; algo menos sonrojada, pero visiblemente abochornada. — Gracias —le digo—, eres muy amable. — De nada —responde de pie con los brazos cruzados ocultando su busto para si —. Señora, no la vi este domingo en el culto. ¿No fue? ¿Cómo están sus nietas? Dos preguntas seguidas. Estaba tiernamente nerviosa pero con una actitud vencedora, muy segura de sí, como queriendo demostrar que ya no era una nena y que podía manejar perfectamente cualquier situación por más incomoda que se presente. — Sí, allí estuve pero siéntate hija, allí hay una silla— dice mi madre. — No gracias, tengo que ir enseguida a ver a mis niños, solo quería y tenía que darle esto a su hijo. Era un librito cristiano de bolsillo que decía: “¿Qué es una relación personal con Dios?”. —Gracias —le dije y lo acepté — Espero que lo leas —ella acotó ya más tranquila. — Ok —dije— y yo espero verte de nuevo para comentar sobre él, ¿podrás? No respondió, se acercó a mi madre, le dio un beso y despidiéndose sin acercarse me dijo: “Que te mejores, bendiciones”. Y salió de la habitación. La luz del sol que provenía de afuera, de un gran ventanal frente a ella, iluminaba su caminar, lo que permitía traslucir, tras su sobretodo blanco, su bella figura, la cual se alejaba tan delicadamente como llegó. Aquella hermosa y atractiva silueta femenina, delineada esta por una pequeña y quebradita cintura, la que daba inicio a unas encantadoras caderas envueltas en unos jeans lo suficientemente 12


ajustados, como para no dejar de verla, atrapado en su caminar lento y sexy, encantador por propia naturaleza. — Cielos, mamá, me está gustando mucho la hijita de tu pastor. Tiene una muy linda forma de mirar y un cuerpo… Pícaramente me sonrío viéndola y añadí ya sin vergüenza: “¿Le gustarán los treintones solteros y traviesos? Jajaja. Por esa muchachita volvería a recibir a Cristo una vez más y sin peros jajaja”. Mi ánimo era bueno, me sentía mucho mejor aunque aún tenía un pequeño y reciente, pero molesto dolor en la cabeza. — Ay hijo —dice mi madre, mujer de pocas palabras y saca su tejido de la cartera para distraerse. Ambos vemos entonces la televisión, hablan sobre un terremoto, muestran escenas de los destrozos acaecidos y gente llorando que lo perdió todo, luego una escena en la que una madre tiene a su hija muy pequeña en brazos y reclama llorando desesperada: “¡Dios!, ¿por qué?, ¿por qué me quitas a mi hija?, ¿por qué permites que esto suceda?, ¿por qué si es tan solamente una niñita?”. Las escenas siguen y yo sin pensar mucho y de puro enojo e incomprensión le pregunto a mi madre: “Mamá, ¿qué opinas de eso?, ¿por qué crees que Dios permite que pasen estas cosas o dónde esta Él cuando estas cosas suceden? ¿No es acaso Él, el Todopoderoso? ¿Acaso no puede intervenir y evitar tanto sufrimiento?” — No somos nadie para reclamar —enseguida ella me responde— para juzgar o criticar a Dios, todo tiene su propósito. Hasta las cosas malas son finalmente para bien. Tal respuesta me dejó mudo. Corta y sencilla pero a la vez profunda. A mi mente vino entonces una pregunta ya recurrente: “¿Y si es que en realidad no existe Dios?”. Esa inquietud natural se quedó en mi mente por unos segundos y es que nadie puede me puede comprobar su existencia. Así como que nadie puede tampoco negarla. Recordé por Andrea, la primera vez que supuestamente recibí a Cristo. Fue una tarde de verano, hace como unos ocho años atrás, tiempo en el que una joven muy linda me detuvo en el parque de Miraflores. Salía del trabajo, era yo en ese 13


entonces profesor de publicidad y daba clases en un centro de estudios cercano, ella me preguntó mi nombre, si creía en Dios y yo le dije que sí. Luego me dijo: “¿Lees la Biblia?” Y yo le dije que no, que no la entendía. Entonces me dijo: “¿Eres católico, verdad? ¿Te has bautizado?” Sí, le dije.

Por último me preguntó,

“¿Quieres recibir a Cristo, a Dios en tu corazón?” Y yo accedí. Cómo podía decirle que no, si ella en sí ya era casi una diosita. Ella entonces me dijo: “Repite conmigo: ‘Yo, Marcelo, acepto y creo que Cristo es Dios y que murió en la cruz por mis pecados… etc.’”. Yo repetí todo su discurso al pie de la letra con ayuda de un librito cristiano que luego me regaló. Luego me dijo: “Ahora tienes que aprender a amar a Dios y para eso tienes que leer la Biblia todos los días”. Un par de años después y con varios libros leídos, en su mayoría evangélicos y otros como el “Paraíso perdido de Milton”, volví a recibir a Cristo después de oír un emotivo culto evangélico, que en ese entonces me pareció convincente. El noticiero continúa y ahora muestran otro conflicto de Oriente. Otro suicida palestino que en nombre de su “Dios” se inmola con diez kilos de dinamita en un restaurante lleno de judíos israelíes. Se informa sobre la muerte de catorce personas entre hombres, mujeres y niños, en una parte del mundo en donde ambos lados se matan y se asesinan en nombre de “Dios” como muletilla. Religiones diferentes con tanto odio y egoísmo, con tanta irracionalidad y desamor tan difícil de entender. De niño siempre pensé que todo ser humano era hijo de Dios pero claro, en ese entonces pensaba también que solo existía una religión, la católica, o en todo caso la que tiene la Biblia por bandera como única Palabra de Dios. Ese equivocado pensar estaba impreso en mí a toda prueba de bombas, ya que las ventanas de un conocimiento mayor estaban aún cerradas y nubladas a mi conciencia de Dios. Entonces, le pregunto a mi madre, en sutil tono de reclamo: “Viejita, hace unos años atrás, el hombre mató en nombre de Cristo. Ahora puedes ver cómo estos

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salvajes se matan por algo similar. ¿Acaso no somos todos hijos de Dios? ¿Por qué esta gente se sigue matando? ¿Será realmente por un pedazo de tierra?” — No hijo —me responde— solo es hijo de Dios aquella persona que ha recibido a Cristo en su corazón y supongo que esa triste gente seguirá matándose entre sí, mientras no acepten que únicamente Cristo es Dios, el único Dios, ellos no creen en Cristo y por eso tienen tanto odio. No conocen el amor de Dios por eso no saben perdonar. Ellos son una muestra para el mundo de lo que sucede en nuestros corazones cuando no hay la presencia y aceptación del único Dios, Cristo Jesús. Tal respuesta me deja callado pero pensante. Preguntándome: “¿Por qué Dios tendría la necesidad de que lo acepten?

¿Acaso el amor de Dios no es algo

incondicional? Mientras esta gente se pone o no de acuerdo y llegan a aceptar lo que argumenta mi madre, ¿qué, seguirán muriendo niños inocentes?”. Cambio entonces de canal y llego al Discovery Channel. Mi madre sigue tejiendo. Se ven paisajes terrestres y submarinos y criaturas asombrosas. Espectaculares imágenes, maravillosas expresiones de la más bella naturaleza, tan perfecta y hermosa que uno no puede dejar de preguntarse: “Estas maravillas no se pudieron desarrollar solas. Esto tiene que ser obra de un intelecto muy superior, de un Arquitecto Divino que a ama la belleza y la armonía de las cosas. ¿Será Dios o simplemente un efecto maravilloso e increíble de la casualidad? ¿La misma casualidad que puso a la Luna justo donde tenia que estar y en el justo tamaño; la misma casualidad que puso a nuestro planeta en el lugar exacto y perfecto para la vida?”. Llega el doctor, me chequea y pregunta cómo me siento, si algo me duele. Le respondo que no, que solo siento un pequeño dolor en la cabeza cuando me incorporo nada más. — Es normal — dice—. Ese dolor es por la inflamación que ya debe ser mínima, no te preocupes.

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<====> “Hogar del alma, colmena de luz…”. Ya es de tarde, el sol casi se despide y mi madre acaba de irse. Me acompañó en el almuerzo. Se ha despedido dejándome sobre el vientre el librito cristiano evangélico que me envío Mario, el pastor y padre de Andrea. Lo tomo y me dispongo a leerlo, no es que no hubiera leído antes este tipo de textos pero estaba aburrido y decidí leerlo. Entre sus páginas decía: “Saber que Cristo murió es historia. Creer que murió por mí, es mi salvación”. Entonces pensé: “Ok, entonces…estoy salvado e iré supuestamente al cielo, y mi cuerpo o alma no se quemarán en el infierno, si es que creo que tal vez murió por mí… Pero ¿por qué? Eso no lo tengo claro. Si fue por limpiar mi alma o espíritu de pecados, pues tantos o tan malos no creo haber cometido, o por lo menos aún no. Y si fue por el pecado original de Adán y Eva pues no entiendo por qué yo tengo tendría que pagar, ser culpable de lo que ellos hicieron hace tantos años”. Opiné entonces que podría compararse a que mi padre o abuelo cometieran algún homicidio y yo tuviera que pagar con ir a la cárcel o morir en la silla eléctrica por ello. Aquello, no me parecía lógico y mucho menos justo. Para mí Dios es amor y no veía ni veo amor en ello. Por otro lado, qué hay de la gente de otras partes del mundo en donde Cristo y su nombre no son reconocidos ni aceptados como aquí. Partes en donde profesan otras creencias, allí no saben y tal vez mueran, y de hecho, mueren sin saber quién es Cristo, por tanto mucho menos tienen la posibilidad de aceptar y creer que Cristo murió por ellos y sus pecados. Por tanto. ¿No son salvos? Son entonces… ¿hijos del diablo? Algo desde dentro de mí ser me decía que sí había un Dios, pero seguía lleno de preguntas. Cuestionamientos que los cristianos, ya sean católicos o evangélicos no podían responder, o lo intentaban echándole fácilmente la culpa al famosísimo diablo. 16


Según los cristianos, todos los que no reciben a Cristo se quemarán en el infierno por toda la eternidad. Pero tampoco encontraba ni encuentro amor en tal injusticia. Qué culpa tiene entonces un musulmán, un budista o un hindú de haber nacido en tales lugares ajenos a este Dios de la cruz. Palabras de cristianos que con mucha pena, por orgullo e ignorancia caen en tal discriminación. Y qué pasaría aún si así fuera con los niños o la gente ya fallecida antes de Cristo, o de que su nombre llegara allí. Creo en Dios y creo en Jesús, pero algo me dice que algo no estaba bien en tales creencias. Mientras seguía leyendo, mi cuerpo se fue relajando tras mi dosis de pastillas y fui quedé profundamente dormido. Un repentino y muy agudo dolor de cabeza me hace abrir los ojos, el mismo que desaparece enseguida. Ya no estoy en cama, estoy rodeado de luz, la misma luz de aquel anterior sueño en el que me fui flotando, alejándome del accidente. Vuelvo a experimentar aquella sublime sensación de paz, de amor, tan intensa, tan acogedora y perfecta. No hay más que luz. Me encuentro como flotando pero no exactamente, es difícil de describir puesto que es una experiencia única, extraña. En donde yo soy yo, pero…de alguna manera desconocida, diferente. No puedo verme como ente físico, mas sé que estoy allí elevándome, alejándome rápidamente hasta adentrarme en zonas mas que desconocidas por mi ser. Una enorme nube de colores varios: rojos, amarillos, azules, anaranjados, violetas, etc. en miles de tonalidades se abre paso majestuosamente a mi aproximación; es como una gran masa hermosa y radiante, como una especie de nebulosa inmensa y colorida desde donde cientos de pequeñísimas luces de variados colores también salen e ingresan incesantemente como retornando y brotando de aquella colosal fuente de luz y color y paz. Es maravilloso ver tan colorida expresión de belleza celestial; es indescriptible sentir la sublime sensación de estar cada vez más cerca de ella. Tal es así que Conforme me acerco, me voy dando cuenta de mi infinita insignificancia y es que la diferencia de tamaño es cada vez más asombrosa.

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De pronto, y en casi un instante, estoy ya dentro de ella. Yo soy como una más de aquellas miles de luces, que dentro de aquella maternal luz de amor. Espero, me percato entonces que aquella sublime atracción cesó y que me es posible moverme. Veo que me rodean varias luces como yo, que permanecían quietas y que otras, la mayoría, se dirigían de inmediato a lugares específicos en donde se unían a otras. Decidí entonces ver aquello y concentré mi atención en una de ellas. Esta nueva luz, de colores violetas y naranjas, fue acogida por otras tres luces de diferentes mixturas de luz y color, quienes a su vez giraban a su alrededor y se tocaban como excitadas y contentas, podría decirse que se abrazaban. Era claramente una muestra de afecto y de alegría. Luego estas la acompañaron más hacia adentro, como hacia otro nivel de luz, en donde la dejaron adentrarse e irse a ésta sola hacia el encuentro de una luz muchísimo mas clara, deslumbrantemente blanca, pero de igual tamaño. Esta nueva luz la guió hasta ponerla frente a dos luces más igualmente blancas. Fue entonces que un insólito intercambio de luminiscencias se llevó a cabo. Yo casi podía sentir el intercambio de emociones y sensaciones que allí se estaba dando. Era como una descarga y carga de resplandores que se dio en lo que para mí, en ese momento, fueron unos segundos. Luego la misma luz, que llegó teniendo una mixtura violeta y anaranjada, fue mutando de color, como aclarándose hacia una tonalidad de violeta más claro. Podría decir que era como si una especie de purificación había dado término. Luego las tres bellas luces blancas se alejaron de esta para casi de inmediato ir a recibir a otra. Enseguida y dentro de mi asombro una figura se me hizo presente. Es otra luz colorida, esta se me acerca. Y veo que su imagen se me va haciendo cada vez más y más familiar. Es la imagen de un hombre mayor. Es mi… ¡si! mi abuelo, ¡si!, es mi abuelo, es ¡él! quien viene hacia mí. Está cubierto, inmerso en luz. Se ve anciano pero bien, como lo recuerdo, como lo vi por última vez. No se ve acabado ni enfermo como dicen se veía al morir. Me alegra mucho verlo. Se sonríe diciéndome: “Hola hijo. Soy tu abuelo y he tomado esta imagen ahora para que puedas reconocerme. No permanecerás aquí, aún no es tu tiempo. No temas”. Su rostro irradiaba la más absoluta tranquilidad y armonía.

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Enseguida, nuevamente soy desalojado de ese misterioso y cálido lugar, me siento bajar rápidamente, veo a mis padres y doctores rodeando mi cama y ahora…verlos mirarme. — ¡Hijo! Ya despertó doctor — dice mi madre con lágrimas en los ojos. — ¿Cómo estás? Tranquilo, todo está bien, ya estás aquí. ¿Me ves? ¿Ves bien? — dice el doctor, al mismo tiempo que me revisa todo, en especial la vista. — Bien, bien pero… ¿qué paso?, ¿qué hacen todos aquí?— respondí todavía confuso, sintiéndome extraño, con una sensación diferente, nueva, nunca antes experimentada. — Pues volviste a caer en coma hace cuatro días y tuvimos que operarte. Tenías la inflamación en el cerebro, producto del accidente y un pequeño coágulo haciéndote presión en un lugar muy peligroso para ti, para tu vida. Pero ya está todo bien, te operamos con láser. Ya no corres ningún peligro ahora — respondió el doctor. Más tarde ya, pensé en lo sucedido: “¿Entonces, qué fue eso, un pequeño castigo de Dios, el casi haber muerto por unos días o un regalo divino el haber estado por un tiempo en ese sublime lugar de amor en donde además pude ver a mi abuelo?”. Premios o castigos, cielos o infiernos, la base del condicionamiento religioso occidental, o lo haces por miedo, o por subliminal conveniencia. ¿Dónde queda la conciencia del amor incondicional, del amor genuino, de hacer o no hacer las cosas simplemente por el hecho de darse sin esperar nada a cambio? ¿Dónde estuve yo o mejor dicho, esa parte de mí mientras estuve en coma? ¿Qué lugar era ese? o… ¿era una ilusión? ¿Una especie de mecanismo de defensa y de escape producto de mi cerebro ante el dolor extremo? o… ¿el producto de una reacción neuronal producida por los químicos de las medicinas? Lo puedo recordar claramente y sé que aquello no pudo haber sido eso. Yo me vi retornando a mi cuerpo, lo sé. Entonces, vino a mi memoria la historia de una joven que muy de niña perdió la vista; años después tuvo un ataque cardiaco, la llevaron al hospital y ella narra haberse visto a ella misma echada en la camilla, haber visto desde el techo del cuarto a los doctores y enfermeras a su lado tratando de reanimarla. Luego, 19


recuerda haberse visto de vuelta en su cuerpo. Y luego, contó y describió con detalles increíbles todo lo que ella vio estando allí ciega. Tal hecho lo había leído hace pocos años atrás, pareciéndome entonces algo realmente increíble. Entonces, pensé: “Yo también salí de mi cuerpo, me vi. Estoy seguro de ello pero ¿a dónde fui?, ¿dónde estuve? Solo sé ahora que uno se sentía muy bien allí, que el tiempo y su transcurrir no era el mismo allí que aquí”. Es más, podría asegurar que allá no transcurría tiempo alguno. No comenté sobre aquello con nadie. Tan solo me quedé meditando. Y ahora sé que tan solo mi presencia allí, por esos instantes, fue suficiente para abrir nuevas luces en mi cerebro y en el sentir de mi corazón.

<====> “espíritus que se extrañan… Amores que se reencuentran”. Pasaron dos días ya, desde que desperté, y no volví a experimentar nuevamente de esa singular experiencia extra sensorial, pero su recuerdo y sensación, podría decirse, que casi respiraban en mi ser. Era de noche y me encontraba solo, leyendo, de pronto tocaron tímidamente a mi puerta. Era Andrea quien me saludaba desde la puerta e ingresa. Está bella como siempre, con el cabello suelto, ondeado y largo hasta poco más de media cintura. Trae el sobretodo de trabajo doblado en el brazo y viste un vestidito muy ligero, suelto hasta poco más arriba de las rodillas, muy coqueto, de tiritas, blanco con flores grandes, estilo Bali batik (Indonesia). Perfecto para el verano. Su piel está coloradita, visiblemente quemadita por el sol. — Hola —dice dulce, acomodándose el cabello que caía travieso por el rostro—, ya me iba a casa y bueno, pasé un momento a ver cómo estabas. — Pasa. Siéntate Andrea— le dije contento de verla, y cerré enseguida mi libro poniéndolo a un lado, sin miedo ya de que mi corazón se acelere. — ¡Qué buena playa! Estás re coloradita, como camarón —le digo tratando de romper el hielo y sonreí. Ella se mira los hombros y los brazos.

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— Sí, me duele todo, por eso me puse este vestido, es el que menos me hace doler. Me excedí con el sol, es que estaba al inicio nublado en la playa. Me confié y bueno ni modo, a sufrir ahora. ¿Cómo estás tú? Me dicen que tuviste una recaída. ¿Qué te dijo el doctor? —preguntó ella. —Sí, pero ya todo bien —le respondí, sin entrar en detalles—. Algo aburrido no más. Suerte que viniste. Te agradezco que pasaras a verme. Andrea se sentó cerca, en la silla que usaba mi madre. — Bueno no puedo quedarme por mucho tiempo —señaló—. Mi papá vendrá a recogerme. Él también quería verte. La verdad, pensé que él ya estaba por aquí. Pero cuéntame… ¿leíste el librito que te envío papá? — Sí —le dije, cogiéndolo en mis manos—, aquí está, ya lo leí— y se lo acerqué en pos de devolvérselo. — No, no, es tuyo, yo tengo muchos. ¿Qué opinas de él, de lo que dice? — preguntó muy interesada en mi respuesta. — Bueno es interesante —respondí pasivamente—, he leído varios de este tipo y también la Biblia –y agregué con una cara de insatisfacción— pero… hay cosas en esos libros y en la Biblia que no me parecen lógicas y otras que entran en contradicción. Tuve entonces miedo de que se fuera, pero eso era lo que pensaba y lamentablemente siempre digo lo que pienso. Ella me sorprendió sonriéndose: —Será que no has recibido a Cristo en tu corazón, por tanto, no tienes al Espíritu Santo. Deberías recibirlo —respondió mordaz pero amistosamente. — Ya lo hice ¿eh? Y ¡dos veces! Jajaja —le respondí con benevolencia y simpatía. Ella se sonrió asombrada y curiosa a mi respuesta — ¿Cómo que dos veces? —preguntó incrédula — Sí —le indiqué—, una primera, en un parque frente a una linda mujercita como tú, otra en una iglesia cristiana en Miraflores y eso sin contar las dos primeras comuniones que mi madre, siendo aún católica, me hizo pasar de niño. Así que alguna debió dar resultado ¿no crees?, inmune a Dios tampoco creo ser —dije sonriente.

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Ella se sonrió aún más quedando visiblemente sorprendida; me extrañaba y sorprendía gustosamente también ver que no ponía la típica cara de desaprobación o de juicio discriminativo típico de los evangelistas que hasta entonces había conocido. Y muy por el contrario, se mostró aún más predispuesta a seguir conversando conmigo. — Ay, no te creo, mientes seguro. ¡Cómo va a ser! –dijo. — En serio —afirmé con total seguridad ya que era verdad. — Pero… ¿te bautizaste? —preguntó más seria, pero igualmente encantadora. — Sí, de bebe. Soy católico según mi madre —apunté cada vez más contento al verla tan preciosa y amigable. — Entonces… ¿sí crees en Dios? —preguntó algo sorprendida. — Claro —le dije, sorprendido también ante su pregunta. Aprovechando para hacerle aires con el librillo al verla propiciárselos ella con su mano, el calor era cómplice. — Ah ya, porque tu mamá me dijo que eras medio ateo — me dijo mientras me miraba bella y su rostro se llenaba de alivio al sentir el aire que le brindaba. Tanto así que por instantes cerraba sus ojitos ante el placer que su irritada piel sentía. Dándome la oportunidad de ver sin esquivamientos la piel de su cuello y la que se dejaba apreciar de su pecho, el cual gracias al vestidito, se mostraba bellamente generoso y prominente. Lamentablemente, aquella situación no duró mucho tiempo. Ella se percató de mi deleite y pudorosa, me quitó suavemente el librito de las manos, para enseguida proseguir ella misma con la prudencia necesaria. — Claro que creo en Dios y en Jesús — proseguí—, mi problema es con partes de la Biblia y con la religión. La verdad, no creo que Dios esté sólo en un libro. Yo lo siento más en mi corazón y cuando interpongo a ese sentir la religión o la Biblia pues mi ser y mi sentir entran en extraña tensión. Es algo difícil de explicar. Abrirme a ella me resultaba tan fácil, era un sentimiento impar y maravilloso, algo que hasta ese momento no había sentido con nadie. La conversación me era al mismo tiempo muy interesante puesto que no había hablado de mi forma de ver y sentir estas cosas de manera seria casi con nadie. Además, hacerlo con ella me era hermoso ya que de vez en cuando y cuando su mirar me lo permitía, no podía 22


dejar de ver la linda formación que hacían para deleite de mis ojos la unión de sus senos coloraditos y preciosos en su escote. Entonces, la conversación prosiguió, conociéndonos mutuamente un poco más. Supe alegremente que no estaba saliendo con nadie en especial, pero que sí había estado de enamorada hace un par de meses con un joven doctor de esta clínica. Que él también era cristiano evangélico y que terminó con este, después de casi un año de relación, porque según palabras de ella: “Era como estar con un hermano mayor o con mi padre, era una buena persona y muy conocedor de la Biblia pero nunca llegué a sentir nada especial por él, no llegué a sentir amor de pareja”. El tipo de amor que ella deseaba sentir era un amor más romántico que le quite el sueño y le cambie la vida de alguna manera, que la emocione; un amor como el que alguna vez, siendo más joven me dice que sintió. Supe entonces también que estuvo con él solo por complacer a su padre. Así me di cuenta de la gran influencia que tenía el padre en su vida. De repente, ingresó su padre apresurado. — Vaya hombre, te veo bien. Pensaba…— y giró la vista hacia su hija, como si hubiera visto algo muy malo— Hija, entiendo que te duela la piel, pero ¿ese vestido? —dijo molesto sin saludarla—. Mejor no hubieras venido a trabajar. Andrea se paró tranquila y dijo mientras se despedía de mí: “Ay papá, no te pongas así otra vez. He estado con el sobretodo puesto todo el día, pero ya no lo aguantaba. Tengo insolación, me hacía doler demasiado. Además, recién me lo quité y no sabes el alivio que sentí y siento. Así estoy mucho más fresca y cómoda”. — Pero ¡qué va a decir la gente!, ¡qué dirá Marcelo! — exclamó alzando levemente la voz. — Bueno, yo la veo muy bella, además por qué ocultar la belleza que Dios le dio, por qué ocultar una rosa con una bolsa de papel — señalé atrevidamente. — Por favor, no te metas Marcelo. Solo digo que no hay que tentar al diablo —dijo él, mirándome seriamente. 23


Luego, me alcanzó un par de libritos cristianos más. — Estamos orando por ti en la iglesia a pedido de tu madre — dijo, en llamado de atención y reclamo—. Hoy pensaba venir más temprano y platicar contigo sobre la Palabra, pero uno de mis pacientes tuvo una complicación, así que te pediría, no abuses de la ayuda que te brindamos aquí. Quise contestarle, pero preferí no agitar aún más las aguas, sobre todo por Andrea. — Vamos hija —dijo al final y despidiéndose de mí, salió algo más molesto. Andrea se acercó nuevamente a mí, visiblemente contrariada ante la reacción de su padre y me dio un beso en la mejilla que produjo nuevamente una curiosa chispa al contacto. — Gracias por tu visita, camaroncita —le dije—, espero me visites más seguido, es que quisiera contarte algo que soñé anoche, ¿sí? — Ok — dijo sobrecogida ante el singular hecho que la volvió a ruborizar—, lo intentaré, tal vez mañana que me toca turno y quedarme hasta tarde aquí en la clínica, me doy un salto y te visito. Bye, bendiciones. Salió dejando tras de sí su dulce aroma a flores y frutas frescas y el tremendo deseo de volver verla.

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Capítulo 2 “Luces de Dios que vienen y que van, que no nacen ni mueren”.

La noche llegó. La televisión ya me aburre. Me levanto con cautela. Ya no siento ningún dolor, pero aún me siento extraño. Me pongo una bata y sandalias. Quiero dar una vuelta por allí, despejarme un poco. Salgo de mi habitación por el pasillo que está justo al salir de mi puerta. Avanzo lento, calmado, respirando como aprendí hace poco en las clases de yoga. A veces siento una sensación de mareo e inestabilidad. Levanto la vista mirando lo largo del pasillo. De pronto, a unos doce metros me sorprende algo. De uno de los cuartos más lejanos cercanos un ventanal casi del final del pasillo sale veloz y repentina, una luz extraña, como un manto gaseoso e iluminado, de colores anaranjados y rojizos, la cual se pierde y sale por aquel ventanal. Sigo caminando entonces curioso, acercándome hacia ese ventanal y paso por dicho cuarto. Hay alguien allí dormido, logro ver sus pies cubiertos por la colcha, pero no lo distingo bien, la luz está apagada en el interior. Sigo caminando hasta que llego al ventanal: es grande y circular, es por donde el sol de la tarde ingresa, ese sol que me dejó ver la atractiva silueta de Andrea marcharse días atrás. El ventanal está cubierto por una cortina, la cual se ondea apenas por el pasar del viento que se filtra por una de sus puertas de vidrio. Abro la cortina y veo la ciudad de noche. Está despierta ruidosa y muy iluminada. Subo la mirada, allí está la Luna, está hermosa y el cielo despejado. Se logran ver en él algunas estrellas unas más visibles que otras, es una bella y fresca noche de verano. En ese mismo instante siento pasos apresurados, estos se oyen correr por el pasillo, a mis espaldas. Volteo, son un par de enfermeras y un doctor que entran por el cuarto de donde salió ese extraño y colorido manto de luz. Me intriga así que me mantengo atento, pero retorno mi mirar hacia fuera, hacia la ciudad, estoy en el undécimo piso, veo paneles de publicidad iluminados, luces de autos ir y venir por las pistas y avenidas, así como casas y edificios cercanos. 25


De pronto, me vuelve a sorprender otra luz que se eleva a lo lejos. La veo pequeña por la distancia, esta se pierde enseguida, era parecida a una estrella fugaz, así de efímera pero en vez de caer y perderse a lo lejos, subió por poco más de un segundo por el cielo y desapareció. Minutos después otra. Es mucho más cercana, pasa frente a mí sorprendiéndome aún más, va hacia abajo también por fuera del edificio velozmente. Doy un paso atrás por lo cercana que pasa, notando que en realidad eran dos muy juntas, casi unidas pero una de colores blancos y celestes entre mezclados, mientras la otra de colores entre celestes y azules más intensos. Perdiéndose ambas enseguida al ingresar por otra ventana, pisos más abajo. Ambas amorfas como pequeños mantos moldeados solo por la velocidad con la que vuelan. Luego, oigo un llanto desesperado y el correr de pasos nuevamente a mis espaldas. Volteo, es una mujer llorando con un celular en la mano, la veo ingresar a ese cuarto y escucho su llanto ahora más intenso y conmovedor. Me quedo aún más quieto, sorprendido, pensando, dándome cuenta recién de qué era lo que había visto y sucedido. Pensé entonces: “Aquello no solo era una luz extraña, sino algo más increíble, el alma o el espíritu de esa persona que acababa de morir”. Volteé asustado, nuevamente hacia la ventana reflexionando, ensimismado y extremadamente sorprendido, mi corazón latía precipitado de emoción y sorpresa. Pensando, entonces: “Sí, eran almas que subían, nos dejaban después de que el cuerpo físico dejaba de funcionar y moría. Pero… y las que bajaban, ese par de bellos espectros de luz que bajaron al unísono y en la misma dirección, ¿Qué con ellas?, y ¿por qué la diferencia de colores en su luminiscencia?” Seguidamente, miré nuevamente hacia la profundidad del cielo buscando a Dios, tratando de conectarme con esa divinidad, como lo intentaba siendo niño al ver la inmensidad del espacio en mis noches más tristes y melancólicas.

<====> “Perdiendo miedos, deseos de piel” 26


Al día siguiente, al despertar, la rutina de siempre: las enfermeras, las pastillas y el doctor. A nadie pensaba mencionarle todavía sobre lo vivido la noche anterior. Solo me animé a preguntar en qué parte de mi cerebro se había realizado la operación. La respuesta fue que en una zona muy delicada, muy cerca de la zona perceptiva visual. Entonces, estaba relativamente obvio para mí. El golpe, el coágulo o la operación habían causado esta nueva percepción en mí. Pero ¿sería permanente o momentánea?

Eso no podía saberlo sin obligatoriamente hacer mención de lo

percibido y no quise hacerlo. Tenía la necesidad de compartir mi experiencia, que otra persona me escuche y no sentirme solo en esto. Mi madre o padre no podían ser, ellos no dudarían en contárselo al doctor, y mis amigos o primos no me creerían y terminarían diciéndoselo a mis padres. A la vez me tranquilizaba yo mismo pensando en por qué hacer tanto alboroto por esto, tal vez se trataba de algo momentáneo o tal vez era solamente un sueño y nada más que eso. Minutos después se retira el doctor, traen el desayuno y llega mi madre, me saluda con un beso en la frente y como una hormiguita se pone a limpiar y a ordenar todo lo que a su paso encuentra, al mismo tiempo pregunta por mí, como toda buena madre. — Estás muy callado, ¿pasa algo? —dice ella con esa innata intuición de madre. — No te preocupes mamá, solo estoy aburrido de estar aquí, a ver si me traes la computadora, tal vez coja señal de Internet aquí y pueda en algo ponerme al día con mi trabajo —le respondo. — No creo que debas forzar la vista, pero de todas maneras le preguntaré al doctor a ver qué dice —señala ella. Se me ocurrió entonces preguntarle por Andrea y así fue. Ella se sentó donde siempre, sacó una bolsa de su cartera y de ella su infaltable tejido, para luego responder: “Andreita… bueno, la veo los domingos en el culto de la iglesia. Va con su padre. Sé que su mamá murió cuando ella era más jovencita, pero no sé de qué o qué pasó. Estudia pediatría y trabaja haciendo sus prácticas aquí”. 27


— Pero, ¿cómo es?, ¿qué imagen tienes de ella? – acoté. — Pues… veo que se lleva bien con las demás chicas de la iglesia en especial con las que son mayores que ella. Parece una chica tranquila pero su papá siempre reniega de cómo se viste— añadió sin despejar la vista de su tejido. — Sí, lo noté anoche –respondí. — No la he visto especialmente con ningún chico — continuó—, pero hay más de uno que la sigue y la busca para conversar. Para mí, es una chica linda pues y bien, no más que algo más rebelde y preguntona que las otras. También se nota que está muy dolida o es muy sentimental; el otro día, día de las madres, se puso a llorar en pleno culto, salió de prisa de la iglesia y no volvió más ese día. Me dio pena, pobrecita, debe extrañar mucho a su madre. — dijo. Entonces me di cuenta que la muerte de su madre la unió mucho más a su padre en busca de mutuo consuelo, de modo que ambos se refugiaron por años en la religión, en no dañarse entre ellos, y no hacer nada que el otro desapruebe a fin de no sufrir más y sanar de dicho dolor. Entendí además, que ella estaba en una etapa de tránsito hacia una independencia personal, y que aunque aún le dolía mucho la pérdida de su madre, y la pena y soledad de su padre, su cuerpo y su espíritu le pedían ya que pensara un poco más en sí misma; en lo que quiere, piensa, sueña y desea para sí. Ella sentía que era tiempo ya de alejarse poco a poco de la sombra opresiva de la tristeza y melancolía de su padre y del temor de hacerlo sufrir más por liberarse y ser ella misma. Pero que aquel tránsito de independencia emocional y personal le era muy difícil, ya que quería mucho a su padre. Recordé la noche anterior y su mención de amor a los niños y a los animales, me extrañó entonces que no me hablara de su madre. Pensé que lo evitaba y obviaba por pena y dolor, por temor a sentirse triste y llorar. De repente, llaman a la puerta. Es Claudio, un amigo de barrio, viene de saco y corbata, está acalorado el hombre, no es para menos con este calorcito. Entra, saluda a mi madre y le pregunta por mi estado.

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— ¿Cómo estás, compadre? Aquí te traigo un par de revistitas para que no te aburras —me las entrega sutilmente dobladas, al verlas entendí por qué la discreción, eran dos Playboy en cuyas portadas, como en todas esas revistas, una espectacular mujer te sonríe en ropitas muy ligeras o casi desnuda. Mi madre no se percató del “erotismo pecador” de tales ilustraciones, ya que las puse con las portadas hacia abajo sobre la mesita de al lado, tuve algo de recelo de verlas con calma ya que mi cristiana, evangélica y casi santa madre estaba allí, pero afortunadamente totalmente concentrada en su tejido. Así, nos salvamos Guillermo y yo del infierno y de quemarnos en sus lenguas de fuego por toda la eternidad, y mi madre de carbonizarse en su asiento. Las horas pasan, es de tarde ya, un poco más de las tres, mi madre aprovechó en irse con Guillermo con quien charlamos y recordamos nuestras travesuras de niños. Otra vez solo, me acuerdo de las revistas. Pienso al verlas que si debo elegir una tan únicamente por la imagen de la carátula, me sería muy difícil. En una se muestra una lindísima fémina rubia en traje de escolar, faldita a cuadros, tipo escocesa, sentada rebelde y seductora de revés sobre una silla con un lápiz entre los labio; y en la otra revista, una chica blanca de tipo latina de cabello negro largo en un trajecito rojo navideño de Santa súper escotado y abrazada a un pequeño peluche de San Nicolás Decido entonces leer el contenido, el índice. En una de ellas hay un tema sobre la masculinidad de Dios que me hace decidir por ella. El artículo es bastante interesante. Refieren a que tanto los católicos como los cristianos, así como los judíos y hasta los musulmanes, asocian sus creencias a un Dios masculino, que en muchos casos según encuestas y opiniones de creyentes y líderes religiosos de las diferentes religiones, perciben que Dios refleja la imagen de un hombre anciano de barbas. Citan la creación y el hecho de que el hombre fue creado a imagen y semejanza de Dios. Tales opiniones y percepciones no asocian en lo más mínimo a Dios con lo femenino, más aún en el caso de los cristianos, ellos hacen mención a que en la Biblia se dice que Cristo es Dios y que Él se encuentra a la diestra del Padre.

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El artículo termina señalando que la mayoría de los creyentes de esas religiones tienen en su mente una imagen de un Dios de sexo masculino. Recordé entonces haber leído en alguna parte de la Biblia que Dios dice y prohíbe que el hombre, su creación, se haga imagen alguna de Él o del cielo. Esta percepción y creencia de un Dios de imagen masculina es extremadamente machista, sé que eso se debe a nuestra cultura occidental y a lo que nos enseñan en el colegio y en nuestras casas; somos una cultura machista lamentablemente. Recuerdo haber pensado burlonamente pero con razón: “No creo que Dios sea masculino o femenino, lo creo racionalmente, aunque la imagen grabada por la educación en colegio católico de un Dios masculino es muy fuerte. Y tampoco creo que Cristo esté sentado a su lado. Esa imagen me resulta realmente irracional ya que si fuera así implicaría que está sentado en algo y que si está sentado, es porque descansa, es decir, hay allí una silla, sillón o algo, por tanto hay muebles, ropa, cama, etc., y hay fatiga ya que por algo se sienta, y si hay cansancio o fatiga hay dolor, y si hay dolor hay sufrimiento, por tanto, dejaría de ser el cielo el lugar en donde se encuentra. Eso nos lleva lógicamente a deducir que hay un mundo físico en el Cielo, a donde Cristo se fue elevándose al morir, por tanto, Dios al ser masculino… ¿tiene un pene? Pero y ¿qué hace con él?, que yo sepa no existe ninguna diosa creadora de universos a su lado…en todo caso sería la naturaleza. Entonces, ¿con ella tiene sexo Dios? Por último, si no es la naturaleza y no hay diosa, ¿Qué hace Dios con su gran y Todopoderoso pene?”. Yo no puedo creer eso, pienso que no se puede ni se debe humanizar la imagen de Dios. Para mí, Dios es amor, amor del más puro, no puede ser algo material ni masculino ni femenino. Termino de leer el artículo, vuelvo a la carátula de la misma, ojeándola toda rápidamente hasta llegar donde consciente e instintivamente quería llegar. A la chica de la portada. A la Santa Nicolasita, y todas sus muy atrevidas, desinhibidas pero hermosas fotos, en las que su cuerpo, hermosísimo, el mismo que Dios le dio, se muestra muy sonriente y coqueto, y de allí seguir hasta la de la triple página central. Entonces y después de deleitar mí vista con tan espectacular belleza sentí

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que la cama me incomodaba. Me levanté, caminé un poco por la habitación, puse música en la televisión y me fui a dar un baño. Minutos después, estando en la ducha, Andrea se me vino a la cabeza, la recordé en su ligerito y colorido vestidito de verano y con el cabello suelto, tal y como estaba en su última visita. Entonces, quise imaginarla aquí en la ducha conmigo vestida, mojándose de la cabeza a los pies, muy cerquita a mí. Me imaginaba tomándola de la cintura viendo como el agua mojaba su rostro, su cabello y su cuerpo, imaginaba su sonrisa y gotas de agua recorrer por su boca, por sus labios entre abiertos. Luego, quise imaginarla levantándole su vestidito desde los muslos hasta la cintura y ver caer de sus hombros las tiras que sujetan la parte superior de su vestido, hasta quedar toda la tela de este mojada, enrollada a la altura de su cintura, sujeta por sus caderas. Me imaginé besándola y acariciando toda su piel lenta y suavemente. Era tiempo de liberar algunas tensiones. Entonces, quise imaginarla así, y así fue por varios minutos hasta que terminé haciendo lo que de seguro Dios haría… si tuviera un pene. Luego, sonreí pensando sarcásticamente, preguntándome si acaso las estrellas son expresiones inmensas de la solitaria masculinidad de Dios. Yo creo que Dios ama a todos sus seres y que Él nos regaló el placer y el deleite del sexo para tener un motivo fisiológico de satisfacción por el cual todos los seres (absolutamente todos) quieran o busquen procrearse y así llenar toda la Tierra de vida.

<====> “Un poco más que tan sólo palabras” La tarde siguió avanzando, el baño me refrescó, me relajó, me sentó bien. Aunque la tara arcaica y medieval del sentimiento de culpa por haber disfrutado con mi propio cuerpo se asomaba esporádicamente, también esta se esfumó rápidamente debido a un raciocinio basado en la seguridad de no haber causado daño a nadie, 31


ya que es una natural y satisfactoria acción íntima y personal. Me pongo a ver algo de deportes en la televisión, estoy cómodo con el pantalón pijama y un bividi blanco. Minutos luego, me levanto y me detengo sobre el marco de la puerta descalzo. Veo pasar un hombre bastante mayor en silla de ruedas al cual lo lleva una simpática enfermera, ella me saluda sonriente. Mis ojos la siguen, mirando su caminar, de repente siento una voz que dice: “¡Mirón, te pesqué!”. Era Andrea. La saludo con un beso en la mejilla, sorprendido. — Por lo visto ya te sientes mejor, te veo por primera vez de pie, eso es un buen síntoma. Pero… pensé que eras más altito —dijo y se sonrió burlona. — Sí — le digo —,ya no soporto estar tanto rato en la cama. Andrea era exactamente de mi tamaño, traía el cabello en cola hacia atrás, el sobretodo blanco y una faldita corta de jean. — No deberías andar descalzo, mejor pasa, te puede dar un resfriado —me dice—, de paso me cuentas de eso que me querías contar y me tiene intrigada. Tengo un tiempito libre así que dale. Algo alarmado me acordé de las revistas. Las busqué con la mirada viendo una sobre la mesita, la volteé ocultando la portada, pero ya ella había visto la otra en el piso, la cual se había caído momentos antes de levantarme de la cama. — Creo… que se te cayó esto —dice sin darse aún cuenta de qué se trataba. Luego la ve y pregunta—. ¿Es tuya esta revista? —sorprendida y burlona alejándola de mis manos ansiosas por querer recuperarlas. — A ver... ¿de qué es? —dijo abriéndola sonriente, como disfrutando mi vergüenza. Le echó un vistazo pasando las hojas rápidamente al mismo tiempo que tomaba asiento. Yo tan solo opté por quedarme sentado cruzado de piernas al medio de mi cama, sonriente pero algo incómodo esperando a ver qué hacía. Ella sonreía traviesamente. En el fondo me gustaba su actitud ya que era una clara muestra de confianza de su parte.

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Se detuvo curiosa desplegando la triple página central de la foto principal y me miró disfrutando por varios segundos de mi impaciencia. Yo no me esperaba tal reacción. Ella no se mostraba molesta, más bien contenta de tener el control. — No es mía — le digo—. Un amigo vino a visitarme y me la trajo, allí encontré un artículo muy interesante sobre la masculinidad de Dios— le indiqué tranquilo. — ¿Sobre Dios, aquí? A ver ¿dónde? —preguntó razonablemente incrédula. — Dámela y te lo busco —dije estirando la mano, pero ella continuó pícara negándose a dármela. — Cualquier chica se vería igual que ella con un buen maquillaje y un buen fotógrafo —dijo. — Bueno cualquier chica, lo dudo, pero tú, tú sí y estoy seguro de que hasta mucho mejor —le respondí arriesgándome un poco. Andrea se encendió como un foco colorado y recién me la entregó. Busqué entonces con calma el artículo y se lo mostré. — Entonces… ¿un amigo te la trajo? ¿Qué, no sabe él que ver esto es un pecado? –dijo ella y volvió a cogerla mientras le echaba un ojo todavía incrédula. — ¿¡Pecado!? No creo que ver a una Eva del siglo veintiuno sea pecado ¿Qué de malo puede tener eso? Además, “Quién esté libre de pecado que lance la primera piedra” —respondí sonriéndome—. Es lo que dice Jesús en la Biblia al salir en defensa de una joven que iba a ser apedreada por prostitución —argumenté pícaro—. Nadie pudo. Ningún hombre ya que todos habían pecado de alguna u otra manera. La mujer se salvó gracias a Jesús. — Sí, es verdad —repuso sorprendida ante mi respuesta—, pero… ver esto te puede llevar a cometer un pecado muy grande, ¿no crees? — A los ojos de Dios, no hay pecado, ni chico ni grande. También lo dice la Biblia, por tanto, todos son iguales. Todos, camaroncita —le dije y continué—. Yo no creo que Dios mire el pecado en sí, sino el corazón, ya que es allí donde está la intención. La culpa nace en nuestro cerebro puesto que es allí donde radica nuestra conciencia, allí es donde el raciocinio de lo bueno o malo se da. Y es en nuestro corazón en donde la magnitud del acto se refleja. Yo puedo mentir por compasión o por dinero, son mentiras las dos, pero en su intención y sentimiento radica la gran diferencia. Toda acción trae una reacción, es una ley natural por 33


tanto todo acto y decisión afectará nuestra vida, todo acto malo o “pecado”, como tú le llamas. Así como todo acto bueno tendrá una consecuencia buena o mala, por la lógica divina de la causa efecto. El pecado no es malo en sí mismo, lo malo es la intención con la que se comete, esa intención nace del corazón. De tal manera, pienso que Dios no castiga ni perdona, puesto que un creador no puede echarle la culpa a su creación por no responder o ser como Él quiere que sea. Yo no puedo echarle la culpa a mi canción por no sonar como yo quiero que suene. Ya que en todo caso el error esta en el artista. — Pero Marcelo, no somos una canción o un robot, a nosotros se nos dio la facultad de libre decisión sobre nuestros actos —ella intervino calmada y en defensa de lo le habían inculcado—. Y tú estás decidiendo… ver chicas sin ropita — sonríe diciendo eso con tono benévolo. — Es cierto, muy cierto —respondo animado—, pero Dios según “la Biblia”, ya sabe todo desde su inicio. Es decir, sabe lo que decidiremos, y entonces si sabe de antemano lo que decidiremos ¿Qué sentido tiene? —Pues, fácil, la gloria de Dios —responde con seguridad y algo de arrogancia. Y no dijo más, como si hubiera dado un rotundo jaque mate a la conversación mas ella no sabía que ese era el punto principal del que partían mis inquietudes sobre el Dios Bíblico. De modo que respondí — ¿Realmente te imaginas y crees en un Dios que quiera y haya hecho toda su maravillosa creación para que unos seres tan ínfimos como nosotros le rindamos glorias? La búsqueda de la gloria implica inmodestia o un orgullo muy grande lo que se traduciría en inseguridad. No me cabe en la cabeza un Dios que necesite que lo aplaudan todos al final para sentirse bien o realizado. Un Dios sentado en un trono con el pecho bien inflado. ¿Para qué o para demostrarle a quién, si Él es Único y Todopoderoso, no hay nadie sobre Él? Andrea se quedó pensativa. Yo continué — Pienso que Dios nos creó así de curiosos como Adán y Eva para que aprendamos a ser perfectos a través de la evolución de nuestras vidas y de nuestra conciencia espiritual. Y tal gloria, no la veo en el sentido que has expuesto, ya que no me lo imagino sentado en ninguna parte, sino más bien en todas partes, sintiendo agrado por vernos mejorar como 34


personas y sentirnos crecer espiritualmente. Dios no castiga, uno mismo se castiga por consecuencia de nuestros actos, somos seres espirituales, libres, nosotros mismos nos castigamos. No hay un Dios castigador, Dios es amor. El pecado en si, es parte del proceso. — Es increíble escuchar todo lo que acabas de decir —dijo luego Andrea—. Y es que palabras muy parecidas he escuchado antes. Y ¿sabes?… yo….es que mi madre… De pronto calló y se puso de pie. La noté extraña como si una pena muy grande de pronto la ensimismara. Miró su reloj y dijo: “Ya me tengo que ir Marcelo, más tarde me doy otra vueltita si puedo ¿sí?”. Dicho esto salió del cuarto sin decir más que: “Bendiciones”. El tiempo se pasó y no le conté sobre aquello que quería compartir con ella. Sabía que ese día, ella se quedaba hasta tarde aquí en la clínica, eso me alegró ya que era muy probable que volviera.

<====> “Entre cadenas de necia avaricia”. Un pavoroso grito me estremeció y un manto de luz oscura y plomiza salió por las puertas de un cuarto de operaciones de donde un médico salía también. Yo, petrificado, veía como aquel espectro oscuro se elevaba hacia el techo a unos metros de mí como en contra de su voluntad. Se resistía frenándose en lo alto y volvía a gritar aterradoramente, luego descendió con fuerza, se podría decir que chocó contra el piso. Volvió a gritar con voz ronca, desgarradora y frente a mí, a unos diez metros, se detuvo flotando sobre escasos metros del suelo para luego personificarse, organizándose en una forma más humana. Se trataba de un espíritu, un cuerpo resplandeciente de luz oscura entre negra y grisácea. Su imagen era la de un hombre muy alto, fuerte y vigoroso. De pronto, sentí que se percataba de mi atemorizada mirada. Su mirada de furia me transmitía una inmensa amargura y desbordada rabia. Luego, se abalanzó vertiginoso sobre mí y tan solo opté por cubrirme la cara con el brazo. Sentí como una energía caliente 35


pasó a través de mi cuerpo. Volteé, este giró y volvió a intentar lo que pienso era ingresar, poseer mi cuerpo, hacerlo suyo pero tampoco lo logró. Luego, esta sombría presencia volvió a ser un manto que se perdió por debajo de una puerta muchos metros más allá. Así, salieron los doctores y enfermeras, no parecían muy consternados, solo comentaban sobre la gran lucha que aquel hombre dio por no dejarse morir y su aferro tan fuerte hacia su vida. Estos pasaron junto a mí muy tranquilos. Noté entonces que ellos no habían escuchado los gritos, ni habían visto lo que yo, que para ellos fue algo natural, simplemente era otra persona a la cual intentaron salvar aquellos médicos, pero no pudieron. Seguidamente, me acerqué cauto a esas puertas por donde salieron. Yo aún temblaba. Sobre la ventana de una de las puertas decía: “Prohibido el ingreso - Sala de operaciones 3 y 4”. Miré hacia los lados y decidí entrar. Caminé un par de metros y allí estaba un cuerpo sobre una camilla, lentamente me acerqué al cadáver, este estaba cubierto por unas sábanas ensangrentadas. Levanté lenta y temerosamente una, a la altura de su rostro. Sentía escalofríos al verlo. Su cara con la boca abierta dejaba saber lo mucho que había sufrido antes de morir. Angustia y dolor se expresaban fuertemente marcados en cada uno de sus músculos faciales. La otra sábana, la que cubría su cuerpo estaba empapada de sangre y fluidos corporales. Luego, sentí pasos acercarse y me escondí detrás de un closet cercano. Entraron dos auxiliares enfermeros y se lo llevaron de allí. Todo esto ocurrió después que Andrea se fuera de mi cuarto, pues había decidido dar una vuelta, caminar, tranquilo por los pasillos, mirando personas pasar hasta que encontré unas gradas. Luego, bajé por ellas unos tres pisos hasta llegar a un pasillo, es allí donde al avanzar caminando curioso me vi luego, paralizado por aquel desgarrador alarido.

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“Un abrazo, semilla de amor”. Ahora, otra vez de vuelta en mi cuarto, de pie, mirando ensimismado al vacío por la ventana.

Asustado, pensando en qué hacer, en cómo manejar esto que se

manifestaba tan inesperadamente en mi vida. Me estremecía recordar aquel calor cargado de rabia que me atravesó lleno de ira y aquel grito furioso de tan colérica y extraña manifestación espectral. Claramente aquel espíritu se rehusó, no quiso dejar la Tierra, logrando de algún modo evitar y vencer aquella fuerza divina que lo atraía hacia arriba. Su voluntad fue tan grande, su rabia tan determinante y su querer permanecer aquí abajo tan desesperante que hasta logró vencer y conformar una espectral y oscura figura humana. Aquellas manifestaciones aparentemente vistas solo por mí eran como una mezcla o apariencia de luz gaseosa inconsistente pero viva. Me preguntaba: “¿Dónde estará?, ¿estará aún por allí abajo?, ¿y por qué se negaría a subir y dejar este mundo?” Entonces recordé que de niños nos dicen que las almas buenas se van al cielo, suben con los ángeles y que las malas se van al infierno, bajan. Que el infierno está en el centro de la Tierra, allí donde le dicen a uno que habita el diablo. Diablo con cuernos, cola y trinche, rodeado de fuego y lava ardiente, en donde los malos se queman para siempre. Teoría que manejan los católicos y cristianos fundamentalistas, teoría que obviamente no creo, puesto que no creo que exista el diablo ni alguien que sea totalmente bueno o totalmente malo. Además, este ente no bajaba, también estaba subiendo hacia esa cálida luz supongo. Pero ese lugar allá arriba, era un lugar de paz, paz que se sentía desde su llamado, desde su atracción, desde que uno abandona su cuerpo. Entonces… ¿por qué negarse?, ¿qué motivo o cosa lo retenía aquí tan ciega y decididamente? Allí permanecí pensando a solas, confuso, hasta que llegó la noche, hasta que retornó Andrea. — Hola, ¿se puede? —dijo. Volteé, acercándome lentamente a ella para saludarla, deseaba abrazar a alguien y ella se mostraba como la más perfecta opción mas no quise asustarla o que se 37


sienta incomoda por tal necesidad y expresión de afecto y me rechace, y es que ella… no sabía nada. — ¿Pasa algo? —preguntó ella extrañada al ver mi cara desde la puerta, algo pálida, confusa y preocupada. Ella estaba radiante, se acercó a mí también al mismo tiempo que de su rostro se borraba su sonrisa. Venía con el cabello hecho trenzas largas, a los lados de la cabeza como cholita tierna de la sierra. El sobretodo abierto, dejando ver una ceñida blusita guinda con uno de sus botones atractivamente abiertos por comodidad y su faldita corta de mezclilla. Entonces me acompañó con extrañeza hasta mi cama. Callado, me senté en el borde y tan solo la miré por unos segundos sin saber qué decir o por dónde comenzar. — A ti te pasa algo, ¿te sientes bien? —dijo mirándome a los ojos también, con mirada curiosa, preocupada, y apoyó tímidamente los dedos de una de sus manos sobre mi pierna. — ¡Qué linda se te ve así de serranita, con esas trenzas y coloradita! —le dije, tratando de entretenerme con su figura para volver a mí y pensar con más claridad antes de contarle algo. Andrea se sonrojó un poco. — ¿De veras quieres que te cuente? —pregunté ingenuamente. — Sí, no pienso que sea tan fuerte como lo que yo he visto hoy —responde y empieza a contarme lentamente como permitiéndome detenerla cuando quisiera—. Vi a un hombre llegar por emergencias. Un hombre gritando, tenía sangre por todo su cuerpo, había recibido tres disparos, dos en el pecho y uno en la espalda, lo ingresaron corriendo a operaciones. No creo que se haya salvado. Parecía que se trataba de una persona muy rica, pero también muy mala, eso escuché por allí. Aquella narración me sorprendió y me dio pie para iniciar a mí. Entonces, empecé a contarle detalladamente acerca de mi visión, cuando me encontraba en coma, y todo lo que sentí, allí, en ese pacífico lugar. Le conté además, sobre los mantos de luz, lo de la luz rojiza que salió de ese cuarto, lo de la luz blanca a lo lejos sobre la

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ciudad y sobre las dos luces que pasaron frente a mí por el ventanal y se perdieron más abajo. Y le hice saber además lo que pensaba sobre ellas. Andrea me miró perpleja y muy sorprendida, me dijo: “Esa noche… justo esa noche abajo en maternidad nacieron dos niños, eran gemelos, yo los vi a la mañana siguiente”. Estaba muy emocionada. Luego, le conté sobre el hombre que ella vio llegar por emergencias. Le conté que lo vi en espíritu con todo su enojo casi chocando contra mí y que le vi escapar perdiéndose por allí abajo. Entonces, su emoción fue también transformándose en miedo pero se mantenía muy serena, eso me reconfortaba, la sentía conmigo, me inspiraba mucha confianza ya que ella de alguna manera me creía. Me apoyó, dándome crédito al contarme que algunas veces cuando se quedaba hasta tarde cuidando a los bebes recién nacidos, oía cosas en el cuarto de a lado; cuarto que es un depósito. Sentía como rumores o como llantos casi silenciosos al pasar por las gradas cuando tenía que traer algo de por allí. Que le daba miedo pero que nunca había visto nada y que además evitaba estar o pasar por esos sitios. Que lo había comentado con las otras enfermeras y practicantes compañeras de ella y que estas le habían dicho que sí, que eran almas de adultos y niños fallecidos. — Por suerte hoy, solo me toca ir a cuidar a los niños de aquí arriba, allí todo está bien. Además, la verdad sí me da algo de miedo, pero no tanto, ya que muy rara vez oigo esas cosas por aquí. Más miedo les tengo a los doctores que se quedan de guardia, son tremendos —se sonrió, y me sentí más tranquilo. Eso me animó. — Y… ¿no hay doctoras o enfermeras traviesas que se den una vueltita por aquí? —le dije mucho más tranquilo, aliviado al haber podido compartir con alguien aquello. — Sí, pero no creo que te gusten —respondió dándome un pequeño pellizco en el brazo. — ¿Te puedo dar un abrazo?... De veras lo necesito —le dije, mirándola con cariño y apego. Mi petición la tomó por sorpresa, con la guardia baja y su silencio me abrió las puertas a un sí. La abracé suavemente pegando su cuerpo al mío, no se resistió y tiernamente me abrazó también. Sentí el aroma de su cabello y su perfume, así como el calor de su 39


cuerpo. Nuestros corazones latieron entonces intensamente en simultánea armonía. — Gracias, ahora sí me siento mucho mejor —le dije, mucho más tranquilo. Después de unos segundos, nos separamos con una mutua sonrisa de afecto. Entonces, ella tomó razón del tiempo transcurrido y me dijo: “Déjame ir a chequear a los niños, vuelvo en unas horas ¿sí?”. Luego, salió no sin antes decirme que me acueste. Encendí la televisión. Las horas pasaron. La enfermera de turno me trajo la cena y mis pastillas y luego, con mi corazón recordando el bello sentir del cuerpo de Andrea abrazado al mío, me quedé dormido boca abajo. Horas después, siento entonces que alguien apaga el monitor, la luz de mi lámpara y se queda quieta viendo, observando todo mi cuerpo dormido por algunos segundos. Enseguida me da un beso en la mejilla, el cual produce esa caprichosa chispa de luz, se sonríe al sentirla y se retira silenciosamente. Era Andrea.

<====> “Liberando penas, heridas del alma. Un llanto, alimento espiritual”. Dos noches después, siendo alrededor de las ocho, la cena se encontraba sobre la mesita. Terminé de comer y tomé la Biblia que me había dejado mi madre. Me senté en la cama, al poco tiempo se apareció Andrea y dijo amistosamente: “Muy bien, así te quería encontrar en la camita, y si estás sentadito y leyendo la Biblia, mucho mejor”. Ella no sabia que las noches previas me la pase, varias horas, pegado a la ventana viendo como, de manera esporádica, luces de diferentes mixturas de color subían y bajaban sobre el manto oscuro la noche. Y que lo que buscaba en la Biblia era alguna respuesta a ello. Pero ella había pasado de tan solo gustarme y desearla, a necesitarla y quererla. Un sentimiento muy real e inquietante yacía en mí por ella, un sentir real y 40


verdadero que no esperaba. Es que así es el amor, se trata de dar sin esperar nada a cambio, eso es lo que ella hacía conmigo. Aún no sabía si lo hacía por vocación, por ser esa su naturaleza y personalidad o porque yo le agradaba más de lo que ella se había percatado. Entonces, tan solo me quedé viéndola como magnetizado, pensando en que si era cierto lo de las almas gemelas, yo deseaba que fuera ella por siempre la mía. — ¡Oye, despierta! ¿Por qué me miras así? —dijo cándidamente con una sonrisa. — Discúlpame, estaba pensando en cómo haces para ser tan linda —respondí. Ella se sonrojó y acercándose a mí tomó la Biblia sentándose a mi lado, en la silla de siempre. Al mismo tiempo, dijo: “¿Sabes? te extrañé. Tengo media hora libre. Si gustas te leo o si prefieres que te cuento un cuento”. — Me gustaría saber si puedo saber algo más sobre tu madre —tontamente le dije. Su rostro se puso enseguida serio y triste. — No, no creo que ese cuento te guste —dijo y entonces me quitó la Biblia y se puso a pasar sus páginas sin saber qué más decir. Por lo que enseguida intervine cambiando de tema: “¿Qué opinas, qué piensas de lo que te conté la otra noche, sobre lo que vi?” Andrea se sentó. — Sé que aquí en la Biblia dice que la muerte es algo natural, que los espíritus o almas se van al cielo si es que estos han recibido a Cristo; allí esperan el día del juicio final, momento en el que Dios mismo y Cristo juzgarán a todas esas almas. Entonces, las buenas, las que recibieron a Cristo como su salvador, las que ya están escritas en el libro sagrado de Dios se irán al cielo, a su reino para toda la eternidad y las que no están en ese libro, es decir, todas las que no recibieron a Cristo se irán al infierno y también por toda la eternidad. Sin embargo, antes de eso dice que Cristo volverá a la Tierra, después de la tribulación y vivirá con los hombres por mil años, después de haber derrotado y encadenado al diablo a manera de demostrar su poder a todos los incrédulos. Después de esos mil años, Dios Padre, volverá a dejar libre al diablo para ver si el hombre vuelve a caer en pecado y luego, como te dije antes, será el juicio final. En resumen, eso dice la Biblia—respondió. — ¿Y tú crees todo eso? —le pregunté. 41


— Bueno sí, eso dice la Biblia —respondió, pero no muy convencida. Además, su ánimo no mejoró, se mostraba algo punzante y fría. — Y…sobre lo que yo vi ¿qué piensas de eso? —pregunté tratando de que volviera a estar como antes pero su actitud no cambiaba. — En la Biblia también se menciona sobre los malos espíritus o demonios los cuales deben ser alejados en nombre de Cristo. Pienso que tú, al recibir ese golpe se te despertó un don muy especial: el de ver espíritus o algo así. Eso pienso —dijo Andrea sin mirarme a los ojos, entretenida en los lomos de la Biblia. — Bueno, yo no sé si todo lo que dice en la Biblia sea verdad —respondí entonces muy sereno—. Dicen que la Biblia es inspiración pura de Dios pero Dios también me dio un cerebro y yo encuentro muchas contradicciones de fondo en ella relacionadas también al amor. Además, lo real es que tal libro fue escrito por hombres y hace mucho, mucho tiempo, escrito sobre papiros que fueron hallados en cuevas, luego seleccionados y por qué no, hasta editados por los hombres, hombres que tenían el poder en esos tiempos, así que bien pudieron poner o quitar los textos que les convenía y nadie me puede decir lo contrario. Yo creo en la Biblia pero no ciegamente. Creo en su fondo y en la sabiduría de amor que enseña. Creo en Dios y que Él es amor del más puro e incondicional y así como a nosotros nos tocó la Biblia pues a otros, en otras partes del mundo, Dios les dio otros libros, algunos más antiguos y mucho más sabios. — Es que no tienes fe —dijo ella en respuesta autómata y condicionada—. ¿Además qué tiene que ver eso que dices con lo que yo te acabo de responder?— agregó. — Es que fe en un libro no tengo. Y no creo que Dios tenga una libretita con los nombres de los que se van a salvar. Tengo fe en Dios, fe en el amor, amor que puso Dios en nuestros corazones, en el corazón de todos, todos los hombres del mundo. Todos, tanto buenos como malos. Su mirada cambió como sorprendida ante mi tono calmo pero desafiante y retador. — Pienso que Dios y la verdad de su amor están por sobre todas las religiones y libros —continué—. Las religiones son para mí mera creación del hombre y estas se basan en el poder, el sectarismo, el miedo y la culpa entre muchas otras cosas

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más. Y Dios para mí, no puede ser así. Dios no está en un libro, Dios está en tu corazón. Ella intervino sin dejar de coger la Biblia diciendo: “Entonces, tú no crees que esta es la Palabra de Dios”, y me miró esperando mi respuesta. — La Biblia es una estupenda guía de vida, pero me temo que la mano del hombre manipuló mucho por allí —le dije. —¿Por qué dices eso?—preguntó otra vez intrigada, atenta y extrañamente sorprendida. — Dios es amor —continué—. ¿Cómo una muestra de amor sería permitir que el diablo exista? El mal existe, nosotros los hombres con nuestro egoísmo, avaricia y ambición hacemos tan bien ese trabajo que no veo la razón de la existencia de un diablo. Al diablo y al infierno los creó la religión para que a través del miedo y no por amor, hagas y creas lo que la religión quiera y así no te apartes de ella. El miedo o la culpa no pueden ser un camino a Dios, eso es represión. Tampoco se puede o se debería amar a Dios por conveniencia, o sea por ir al cielo. Uno debe amar a Dios, ser como Jesús y dar amor no por premios o castigos, no por cielos o infiernos, si no porque simplemente eso es lo correcto. Dios está en todos nosotros y al hacer lo correcto nos damos amor, crecemos en amor y así nos acercamos a Dios y recibimos su amor. — Entonces ¿tú tampoco crees en el infierno? —preguntó ella todavía más sorprendida. Ese “tampoco” inmerso en su repregunta, no lo entendí en ese momento pero no se refería a ella misma. Y respondí. — No, tal como lo pintan en la Biblia no, a no ser que lo que allí se menciona sea una figura, un símbolo. Creo en todo caso que el infierno, está aquí en la Tierra. No debajo de ella, el infierno se lo hace uno mismo aquí como consecuencia de nuestros propios actos. No creo que amor sea permitir que miles o millones de almas de personas se estén quemando o se vayan a quemar por siempre en ese supuesto infierno, no creo que Dios sea así. — Pero entonces, los infieles, los malos, asesinos, violadores, etc. ¿adónde se van al morir, según tú? —expresó ella poniendo énfasis en la palabra “infieles”.

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— No lo sé, tal vez suben a donde Dios y allí se los reprende —respondí muy tranquilo—. Se les muestra las cosas malas que hicieron y hasta tal vez se les dé otra oportunidad, eso sería amor. Tal vez ese lugar de luz que yo vi, sea donde ocurre eso, no lo sé, por qué no —le dije calmo y con mucho cariño—. Para mí Dios es amor del más puro y desinteresado. La verdadera religión está grabada por Él mismo, en nuestro corazón, así lo siento y es por eso que creo que Él no solo está allá en el cielo, sino también aquí en tu corazón —dije esto último señalando y poniendo mi dedo índice en el centro de su pecho—, en el mío y en el de todos. Pienso que tan solo hay que aprender a escucharlo, quitando el egoísmo, la vanidad y la maldad de nosotros, cosas que nos alejan de Él. Entonces, me callé y ella se quedó en silencio por unos segundos. — ¿Sabes…? —dijo algo contrariada y muy triste otra vez—. Mi madre pensaba casi igual que tú. Por primera vez, desde que nos conocimos, ella mencionaba a su madre. Seguidamente se puso muy seria. —Ella era cristiana evangélica como lo somos mi padre y yo —continuó con tono muy apenado pero mirándome sin bajar la guardia—, fue una joven misionera, ítalo norteamericana y hasta fue hippie en los setentas cuando tenía veinte años según ella misma me contó. Era una idealista —lo dijo muy orgullosa pero enseguida la voz comenzó a quebrársele y bajó la mirada—. Siempre estaba pensando en dar, en ayudar a los más pobres; se molestaba cuando en la iglesia se la pasaban más en cursos bíblicos, diplomas y cenas. Ella decía: “El principal mandamiento de Dios es ama a tu prójimo como a ti mismo”. No solamente a ti mismo. Mi mami decía constantemente que en vez de estar estudiando tanto la Biblia, de la cual también tenía sus dudas, los cristianos verdaderos, los que sienten el amor y compromiso con Dios, deberían salir e ir a ayudar, dar a los pobres y menos favorecidos, que el amor era acción, solidaridad y no solo lecturas y cenas. Yo la amaba mucho, era muy buena, la admiraba y quería ser como ella pero se fue, nos dejó, me dejó justo cuando más la necesitaba. Sus ojos se llenaron de lágrimas pero se los secó con desdén. 44


— No pienso llorar nunca más por ella, no después de lo que nos hizo —agregó enfáticamente y respiró profundo. Andrea tenía muchos sentimientos en conflicto luchando en su interior, sentimientos que ella misma prefería ocultar y evitar. Yo no sabía qué decir ya que se había abierto una puerta en su corazón que no sabía si debía ayudarla a abrirla más o dejarla que ella por sí misma lo haga. Le recordé entonces que ella me propuso contarme un cuento, y se lo comenté tratando de hacer y decir algo. — Cierto —dijo con tono otra vez desafiante, y actitud rebelde— pues ahí te va. Se trata de Caperucita Azul. Ella estaba muy feliz ya que era el día de su clausura y fiesta de graduación: un gran día. Su padre el Caperuzo, Rey Azul, no estaba en la cuidad, había viajado. Ella, la Caperucita esperaba ansiosa a su madre y a su hermanito para compartir con ellos ese momento. Traía un vestido muy bello y coqueto, vestido que su madre le escogió y regaló, por lo que esperaba impaciente la llegada de ella, ya que las demás madres de sus compañeras ya estaban allí. Sin embargo, la ceremonia terminó y su madre y su hermanito nunca llegaron. Se quedó sola —narró Andrea con sus ojos llenos de lágrimas y con voz entrecortada—. Su admirada madre, la gran Reina Azul, había estado con su amante, tomando mucho vino y al acordarse finalmente de su hija, corrió, pasó por su hijo y ebria se estrelló de frente contra otro carro. Ella falleció, se mató y mató a su hermanito, un Principito Azul de cuatro añitos. Sentí entonces que ella ya no podía más y la abracé. Se echó a llorar emotivamente. Su llanto casi silencioso se dejaba sentir, se había desencadenado una explosión emocional retenida por mucho tiempo. Yo, en silencio, tan sólo la acompañaba sin saber qué decir. Viendo además con sorpresa como todo el cuarto se iluminó de una tenue luz blanca que se irradiaba desde su corazón. El silencio fue en esos extensos segundos un compañero que nunca te traiciona. — Yo no puedo creer lo que dicen que ella hizo —dijo después de varios minutos, entre llantos y lágrimas con la cabeza recostada en mi hombro, llena de sollozos — , ella no era una ebria, no puede haber tenido un amante— Y continuó llorando con mucho sentir, pena y enojo—. Eso le dijo la policía a mi padre. Yo no sé qué 45


creer, la extraño mucho, no solo era mi madre, era mi mejor amiga, y mi hermanito, por su culpa ya no está. De pronto ingresó una enfermera al oír los llantos en el silencio de aquella noche, era una enfermera amiga de ella. — ¿Qué sucede, nena? —exclamó sorprendida y la abrazó también. Andrea había perdido el control, lloraba desconsoladamente sin parar, la carga se liberó sin freno alguno, su cuerpo temblaba y sollozaba sin parar. Y yo la veía admirado y perplejo, ella envuelta en esa luz la cual en el centro de su pecho era mucho mas intensa. La enfermera me señaló el botón de la cama, el de llamado asistencial, lo presioné y pronto llegó otra enfermera, la cual luego trajo rápidamente un vaso con agua y un tranquilizante. Se lo dieron. Ella tomó la pastilla y pidió determinantemente, casi ordenando que no llamen a su padre. Seguidamente la recostamos en mi cama, en donde después de algunos minutos se fue tranquilizando hasta quedar mansa pero cubierta de llanto y la luz se disipó. Ambas enfermeras en voz muy baja me llenaron de preguntas. Una de ellas, hasta sugirió llamar a su padre a lo que la otra, la primera que llegó que era de más edad, se negó. Esta misma me preguntó entonces si yo era su enamorado, a lo que respondí que sí. Sabía que lo preguntaba para tener la confianza de dejarla allí en mi cama. Luego, se le acercó y le dijo al oído que no se preocupe, que ella la iba a cubrir en el trabajo. Andrea estaba con los ojos abiertos, echada de lado abrazando la almohada y cubierta por una sábana. Las enfermeras ya se habían marchado. Yo, sentado al lado de la cama en la silla, tomaba su mano. El cuarto, semioscuro iluminado entonces tan únicamente por la luz del pasillo. Ella me miraba, yo le acariciaba la mano y así permanecimos.

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“destellos…lazos de confianza”. El silencio sobrecogió la escena en la habitación. Afuera, de vez en cuando se lograban escuchar las sirenas de las ambulancias al llegar. Adentro, nos acompañaba el sonido continuo de las hélices del ventilador que colgaba del techo. Andrea continuaba abrazada de la sábana, como refugiándose de su tristeza, su mirar como ausente pero fijo en el acariciar de mi mano sobre la suya, vulnerable. Mis dedos sentían su piel, esta era suave muy tersa y tibia, sus dedos frágiles, delgados con las uñas ligeramente largas pintadas de blanco. Pasaron varios minutos en los que yo pensaba también sobre la triste tragedia que ella había pasado. La pérdida de su madre y de su hermanito menor, del cual desconocía su existencia y al cual de hecho ella quería y extrañaba mucho. Se me hacía muy extraño que una mujer con el perfil de su madre, una mujer tan idealista, solidaria y de convicciones tan fuertes pudiera caer en la infidelidad y en el alcohol. Tal pieza no encajaba en la imagen. Comprendía entonces su dolor, ya que ella no podía creerlo, era lógico pero a fin de cuentas, la duda la confrontaba con sentimientos de decepción y admiración, de amor y resentimiento, todos estos sentimientos muy intensos y en constante lucha en su interior. Un conflicto interno que la carcomía emocionalmente, razón por la cual lo evitaba, y lo sumergía en lo más profundo de su corazón para no pensar en ello, tratando de que este no afectara su vida, pero que de vez en cuando salía a flote, y la ahogaba en tristeza y desconcierto. A pesar de todo, su amor y admiración hacia su madre, sus ansias de ser como ella ganaban en el diario vivir. La iglesia y su padre juzgaban a su madre como adúltera y débil frente al alcohol, argumentos que ella no podía creer ni soportar, pero que aparentemente eran reales. A este dilema se le sumaba la culpa que ella le echaba a su madre por la trágica muerte de su pequeño hermano. Culpa que no cabe duda era alimentada por la inmensa y comprensible pena y la decepción por parte de su padre y los miembros de su iglesia. Todo esto por años, hasta que supongo con el tiempo fue olvidando y superando, hasta llegar el punto en el que ese tema se dejó de tocar, para permitirse sanar, tratando de cerrar las heridas, para que la vida pueda continuar. 47


Tragedia que se mantuvo apenas en el olvido, escondida y guardada hasta ese día, día en el que por alguna razón ella decidió volver a recordar y por fin desahogarse. —Mi madre y mi padre…se amaban y mucho pero no se llevaban muy bien— ella comenzó a hablar tenuemente aún sollozante—. Tenían personalidades, formas de pensar muy diferentes, lo que los llevaba a discutir de vez en cuando. Mi madre era más abierta, tolerante e inteligente. Ella por amor evitaba discutir y pelear. Lo amaba mucho, ella me lo decía constantemente. Los problemas eran sobre cómo veían ellos la sexualidad y la libertad de interpretación bíblica o religiosa. Mi padre es un pastor muy conservador, moralista, demasiado pudoroso y poco dado a mostrar sus emociones, siempre piensa en el qué dirá la gente o sea su iglesia. Decía entonces que teníamos que ser una familia que dé el ejemplo ante los ojos de Dios. Tenía muchos tabúes contra el sexo y mi madre trataba de cambiar eso en él.

Ella le decía siempre que estaba equivocado, era diferente, en todo

momento trataba de demostrarle su amor, lo abrazaba y besaba; pero si él se veía observado o cuando estaba en la iglesia se rehusaba, alejándola cortésmente. Eso la hería mucho pero ella pacientemente soportaba porque lo amaba… A mi madre le gustaba vestirse y verse bien femenina, se cuidaba mucho, casi nunca tomaba y no fumaba. Siempre estaba muy linda para papá. Ella tenía un corazón hippie, como ella misma decía, creía mucho en el amor y la paz, odiaba la violencia y la banal ostentación. Recibió a Cristo tiempo después de conocer a mi padre allá en Estados Unidos. Era mi mejor amiga, me contó sus experiencias de cuando muy joven fue hippie, sus amores, luchas, etc. nunca me ocultó nada, nunca —recalcó Andrea, mientras se secaba las lágrimas—. A ella podía contarle… conversar de todo sin temor a que me juzgue.

Si algo no le parecía bien me lo decía y

explicaba, me decía que había vivido mucho más que yo, que había experimentado muchas cosas buenas y malas y que por ello tenía la autoridad y el amor de aconsejarme para mi bien. Siempre me dio confianza, nos reíamos mucho hablando de cómo eran los hombres, la pasábamos bien. Ella decía que el sexo era algo bueno, un regalo de Dios siempre que se hiciera con amor y por amor, que era algo muy bello, que debía hacerse con respeto y compromiso, que era del agrado de Dios que nos amaramos y expresáramos todo nuestro amor siempre. 48


Decía que una debía ser fiel y amar desinteresadamente, que la intimidad debía tenerse solo con una pareja, con la que frente a Dios, de corazón se juren respeto hasta el final. Íbamos de compras juntas. Era muy divertido escoger y probarnos ropa, le encantaba que nos viéramos bien. Ella también usaba el cabello largo, mucho más largo que el mío. Me ayudó y apoyó cuando tuve mi primer novio, del quien sí estaba súper enamorada, me aconsejaba y me decía que me cuide, que trate de no tener sexo todavía ya que éramos muy jóvenes aún. Luego, sucedió la desgracia, los llantos y los reproches de papá que llegó ese mismo día en avión. Lloramos mucho también la muerte de mi hermanito y el total de la culpa de lo sucedido cayó sobre mi madre. Yo no creo que ella haya sido infiel, si no estaba en la iglesia organizando labores de solidaridad, estaba en los pueblos jóvenes ayudando, siempre sirviendo contenta —terminó de hablar Andrea y se calmó. Supe más adelante que el día del fatal accidente coincidió con el día de su cumpleaños, lo que agregó dolor y encendía la pena cada año. Entonces, le pregunté algo que me daba vueltas en la cabeza: por qué y en qué se basaron para decir que su madre estaba ebria y que era infiel. — Su choque fue en la avenida San Borja Norte —respondió ella—, al estar entrando en una curva, se quedó dormida y se dio contra un carro que estaba detenido, malogrado. El dopaje etílico de la policía dio positivo. Al día siguiente otro pastor de la iglesia que llegaba de Argentina dijo que la vio en el café del aeropuerto muy alegre tomándose un vino con alguien, un hombre alto de tipo norteamericano. Luego, la familia de mi papá, sus hermanas en particular y algunos amigos de mi padre, pastores también y él, conjeturaron que ella se estaba viendo con ese señor. Esas tías y pastores eran muy cercanos a mi padre, no eran del agrado de mi mamá, según ella eran unos hipócritas cucufatos que vivían de la fe y buena voluntad de la gente. Lo peor también es eso, es que nunca sabré la verdad, nadie dio nunca razón del sujeto, ni de por qué mi mamá fue a verlo justo ese día, día que coincidentemente mi padre estaba fuera de Lima, y yo, en el colegio con mis amigas inmersas en los preparativos de la fiesta de graduación. Lo peor es que creo que nunca sabré realmente qué sucedió. 49


Andrea había pasado cinco años viviendo en un tormento de dudas, reprimiendo su dolor junto a su padre. Cinco años en los que la herida no sanaba porque su corazón le decía una cosa y las evidencias, otra. Herida que nunca iba a sanar hasta que no se sepa o se acepte una verdad. Entonces, se fue quedando dormida hasta que poco a poco, se rindió al sueño y cerró los ojos. Me puse de pie, la despojé de sus zapatos y la cubrí. Era alrededor de la media noche. Salí entonces del cuarto por el pasillo en busca de su amiga enfermera. La misma que luego me indicó que me podía echar a dormir en el cuarto próximo al mío. Luego, me dijo que pasaría al amanecer para despertarnos ya que el turno de Andrea, “la nena”, como ella la llamaba, terminaba a las cinco. Hora en la que normalmente salen y se van a sus casas. Me despedí agradeciéndole la ayuda y la confianza. Ya mi cuarto y después de darle un vistazo y de verla a ella dormir tan profundamente, me dirigí al cuarto contiguo en donde me quedé dormido también.

<====> “Deseos de carne, miedos de luz y amor”. Algo tira de mis sábanas, me despierta. A mis pies una figura de luz radiante e intensa, se dejaba ver, era una imagen fémina, un ente luminoso de cabellos muy largos que se mostraba flotando. Vestía apenas un ligero pijama, un baby doll, de mixturas azules, tal y como todo su ser. Su mirada penetrante y la sorpresa de tan bello e impactante espíritu de mujer me paralizaron. Flotando, se posó suave, casi imperceptiblemente sobre mí, sobre mi cintura. De su inescrupuloso mirar, destilaba intensa lujuria. Apenas podía sentir su cuerpo sobre mí, pero ella continuó. Movió sensualmente su cabeza de lado a lado agitando sus cabellos largos, sueltos y radiantes. Luego, volvió a mirarme directamente a los ojos (los suyos eran grandes, azules e hipnotizantes), puso sus manos apenas sobre mi pecho deseando tocarlo, era como sentir la caricia de una pluma. Su 50


consistencia era apenas material y su luz calurosa, la iluminaban completamente. Yo, muy quieto no quería moverme, tan solo la miraba asombrado. Esta trató entonces de desabotonarme el pijama, pero no podía, su cuasi materia luminosa no se lo permitía, la punta de sus dedos se perdía desintegrándose al intentarlo. Renegó y emitió un apenas perceptible sonido de molestia como un extraño gemir. Luego, se concentró en sí misma volviendo a semimaterializar sus dedos, volvió a sacudir sus cabellos sensualmente y a mirarme intensamente llena de deseo. Entonces, llevó sus manos sobre sus muslos donde su pijama muy corta terminaba y se la levantó delicadamente hacia arriba por encima de su cabeza quitándosela para mí, prenda que al despegarse de su cuerpo se desintegró. Se quedó entonces desnuda, sus senos grandes y sus cabellos agitados al igual que todo su cuerpo azul se fueron acomodando sobre mí, lleno de una incomprensible pasión. Y luego, fue moviendo ligeramente sus caderas como si imaginara o pretendiera sentirme íntimamente. De pronto, un grito rabioso seguido de una sombría luz la tiró de la cama, la empujó y al mismo tiempo que huía rumbo al pasillo, esta otra aterradora presencia se posó también sobre mí, su energía era más fuerte. Era el espíritu del hombre asesinado la noche anterior, quien furioso acercó su rostro al mío amenazadoramente. Yo permanecí quieto pero ahora muy asustado. Este me miró, su rabia era realmente aterradora, entonces me gritó fuertemente: “¡Mi dinerooo! ¡Quiero mi dinero!”. El grito me movilizó del susto y agitando mis brazos y manos logré hacer que se desintegrara. Se hizo un manto de luz y se fue furibundo gritando por la ventana, perdiéndose en la oscuridad de la noche. Encendí la lámpara, con el corazón agitado y enseguida me quedé quieto, pensando todavía temeroso que tal vez vuelva. ¿Será que el ser humano llega a obsesionarse tanto en su vida con algo que esto termina cegando toda su razón y su corazón? ¿Tal vez las ansias por el apego irracional al dinero, a lo material, las que llegan a ser tan fuertes que no queramos absolutamente nada más que quedar así esclavos de estos? ¿Será la ambición así como el poder los que pasan a dominar negativa y totalmente nuestro ser, haciendo que perdamos de vista lo que realmente es importante, lo que nos hace dejar de lado inicialmente a nuestra familia, a nuestra esposa, hijos y hasta a nosotros mismos, de tal modo que 51


perdemos nuestro camino, nuestro objetivo místico y realmente trascendental como lo es nuestra evolución espiritual y personal de amor hacia una esencia divina, hacia Dios? En casi todas las culturas, pensamientos y religiones, el objetivo de fondo es el amor y el llegar a conocer a Dios por medio de este. Pienso por tanto, que tal vez este espíritu se negaba a sí mismo a su verdadera esencia por un apego material basado ciegamente en la ambición y en la codicia sin freno. Tal apego al dinero, a sus riquezas y al hecho mismo de haberse esforzado tanto, pero vanamente en conseguirlo, sacrificando tantas cosas en el absurdo proceso y hecho de tener más y más, hasta por fin lograr una riqueza que nunca jamás es del todo suficiente, lo hacía resistirse amargamente a dejarlas, prefiriendo permanecer en la Tierra tratando de encontrar alguna forma de poder finalmente disfrutarlas. Vagando así, lleno de amargura e impotencia como un espíritu errante. Es lo triste de una cultura en la que se nos enseña a competir más que a compartir, la cultura adictiva del ego en donde el tener vale más que el ser. Por otro lado, también podría pensar en la culpa, a todos los miedos y temores, al castigo por las transgresiones a la vida y a la moral que pudo haber cometido esta persona en pos de su ambición. Ese miedo le daba una razón más para no dejar lo terrenal. El temor al castigo, temor que tal vez aquel otro espíritu de luz blanca azulina de forma femenina hacía que también prefiriera quedarse rondando por los pasillos de esta clínica, manifestando su adicción a lo carnal, al sexo desenfrenado. Este otro ser espiritual, tal vez, en vida terrenal se entregó a los placeres carnales como forma y estilo de vida, o tal vez murió en pleno disfrute de ellos, quién sabe si por única y última vez, por lo que luego, el gran temor y miedo a pagar por ello, por la culpa, tonta culpa impuesta por la sociedad desde que somos niños, hizo que ella, por evitar el agobiante castigo eterno, se quedara negándose a si misma, también, al amor de Dios por ignorancia, lo que ahora le dejaba como falso consuelo el intentar noche a noche volver a hacer y disfrutar algo que su naturaleza, ahora espiritual, ya no le permitía, cayendo al final en soledad, desesperación, dolor y sufrimiento. Todo esto por temor e ignorancia, conceptos utilizados y alimentados

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por siglos por nuestra cultura y religión para mantener el poder de unos cuantos desgraciados, ajenos estos a Dios. Juan Pablo II en sus postrimerías dijo: “No tengáis miedo ni temor”. Jesús dijo: “La verdad os hará libres”. Las culturas del miedo y la ignorancia utilizadas por y para el poder se mantienen y transmiten hasta hoy. Dios no castiga, no hay que temerle por más mal que hayamos hecho, si Él es amor nos enseñará y perdonará. Así, fui quedándome dormido nuevamente por un par de horas más hasta que amaneció.

<====> “corazones que se abren… se saben amar”. El clima, típicamente limeño, nublado y húmedo al inicio. Eran las 05:20. No hacia frío ni calor, Andrea se encontraba todavía dormida. Abrí las cortinas un poco, entonces Gloria, su compañera ingresó y la despertó con una pequeña dosis de cosquillas en el oído con la puntita de un papelito como una especie de juego entre ellas el de despertarse así, ya que Andrea apenas lo sintió se despertó, y sin todavía abrir los ojos pronunció su nombre, echándose para el otro lado como no en resistencia a levantarse, pero enseguida salió de la cama directo hacia el baño, sin decir palabra alguna. — Enseguida deben estar por aquí las enfermeras para traerle sus medicinas —me dijo Gloria amigablemente, al verme de pie y quitó las sábanas de la cama—. Espero se esté recuperando pronto. — Gracias, hoy debe venir el doctor también para darme de alta, al menos eso espero —le dije. Luego, ella se acercó a la puerta del baño y tocándole dijo: “Nena., ¿te vas en taxi o trajiste tu carro?, ¿vamos o te vas a quedar? Yo tengo que irme ya corazón”. Parecía apurada. “En taxi”, respondió Andrea y al mismo tiempo se escuchó el abrir del agua en la ducha. 53


— ¿Te vas a bañar? —dijo ahora Gloria sorprendida. No se oyó respuesta, entonces ella, se despidió de mí, y me pidió que la despida de la nena ya que no podía esperarla. Me pareció algo extraño que Andrea se tomara un baño en mi cuarto, pero sus razones tendría. Pocos minutos después salió Andrea, tenía el cabello mojado hecho un moño hacia arriba, sus ojos aún irritados, rojos de tanto llorar, tomó su bolso y metió algo en él, algo que pude distinguir apenas, era de tela, algo pequeño y blanco que estaba en el bolsillo de su sobretodo y que apretado en su puño sacó para meterlo en su bolso con sutil rapidez. Entonces, todas mis preocupaciones y temores se desvanecieron al saberla estando conmigo allí en su faldita corta y sin calzoncitos. — Espero te sientas mejor —le dije inmediatamente con amabilidad y cariño—, dormiste como un tronco —sonreí. — La verdad sí, mucho mejor, disculpa más bien por las molestias y por quitarte tu cama. ¿Dónde dormiste? ¡Qué pena! —dijo preguntando algo avergonzada y alistándose para irse. — No te preocupes, dormí al lado, tu amiga Gloria me indicó que ese cuarto estaba vacío. — ¿Dormiste bien? —preguntó. — Bueno, sí —respondí inseguro, nuestras miradas entonces se buscaron. Yo no quería incomodarla nuevamente con el tema pero ella era mi único apoyo. Sus ojos se fijaron en mi expresión y dijo: “¿Qué, volviste a ver algo?”. Su mirada se tornó ahora preocupada, llena de interés. No respondí nada, tan solo le di un beso en la mejilla despidiéndome e ingresé ahora yo al baño. Estando allí, confirmé su estado y el por qué su cuerpo y su ánimo estaban tan sensibles. Me duché también y salí envuelto en una toalla a la cintura pensando que ella ya no estaría pero aún estaba allí. De pie, se encontraba mirando por la ventana, volteó entonces y me dijo: “No sé si tú quieras o no contarme lo que viste anoche pero a mí si me gustaría oírlo. Sé que te hace bien hacerlo, esa confianza de tu parte me gusta, por eso yo también te conté lo de mi madre. Me ayudó mucho, no te imaginas cuanto”. En ese momento, entró la enfermera de turno y el doctor. Andrea salió del cuarto abrazada a su bolso algo molesta. Noté entonces que se iba sin despedirse. 54


Me puse una camiseta, unos jeans, y salí tras ella, dejando tras de mí, la sorpresa y el llamado del doctor. No la llamé, solo la seguí perdiéndose ella tras las puertas del ascensor, el cual se la llevó abajo. Se iba a casa, nunca antes había corrido tras ninguna mujer, quería estar con ella, no quería dejar que se vaya así, sentía que me necesitaba. Ella se había abierto emocionalmente a mí, estaba muy sensible y no podía defraudar esa confianza, mucho menos ahora, cuando sus hormonas y sentimientos la afectaban tan susceptiblemente. Me dirigí entonces apresurado hacia las escaleras para alcanzarla. Rápidamente llegué casi al primer piso cuando tropecé y caí algunas gradas hacia abajo golpeándome contra un tacho de basura que contuvo mi caída. Me puse de pie, algo adolorido y corrí por el pasillo buscándola con algo de dificultad pasando entre la gente que entraba y salía., hasta que unos metros más, fuera de la clínica la vi ya sobre la vereda deteniendo un taxi. Apresuré entonces el paso hasta llegar al automóvil al que ella ya había ingresado. Enseguida le toqué la luna. Andrea volteó mirándome sorprendida, haciendo detener la marcha y bajó la luna. — ¿Qué haces aquí afuera?, tú no deberías salir todavía de la clínica —dijo firme pero con los ojos llorosos, dejando la ilusión en el aire, al dejar escapar una tímida sonrisa. — Abre, por favor, no volveré a mi habitación hasta no acompañarte a tu casa —le dije muy decidido. Ella entonces subió el pestillo y yo ingresé, la miré apaciguado. Ella me abrazó, abrazo que muy aliviado correspondí enseguida. Seguidamente el taxi reinició su rumbo, yo me sentía agitado, con un pequeño dolor en la rodilla por el golpe pero satisfecho por tenerla a mi lado. — ¿Sabes loquito? —dijo mientras acomodaba su cabecita sobre mi hombro—. Disculpa que esté así, es que ayer fue el último día de mi periodo y a eso se suma que una noche como la de ayer…falleció mi mama y mi hermanito. Yo escogí ese turno justamente para estar ocupada y no pensar, ni recordar aquello y así distraer mi mente trabajando como lo hice en los últimos dos años y es que por estos días me pongo muy triste, cosa que no me gusta –dijo sacando su celular del bolso—. Hasta apagué mi celu para que nadie me lo recordara. 55


Recordé al momento que el accidente fue según me contó el mismo día de su cumpleaños. Ella había pasado su aniversario de nacimiento conmigo y yo, despistado, recién caía en la cuenta. En un primer momento quise felicitarla por su día y decirle “Feliz cumpleaños”, pero no me pareció atinado, así que solo la apreté un poquito hacia mí y le di un beso en la frente. Creo que ella entendió el mensaje. Encendió su celular revisando sus llamadas y mensajes. — No hay ninguno de papá —dijo—. A propósito...no tengo tu número de celu, ¿me lo das y te timbro para que tengas el mío, sí? Se lo di enseguida — Eres muy lindo, Marcelo. Además, me haces recordar a mamá en tu forma de pensar. Pero lo mejor es que…siento que puedo confiar en ti y te agradezco mucho lo de anoche. Entonces, busqué su mano en señal de afecto. — ¡Mira, tienes un corte! —dijo tomándome de ella. Era un corte debajo del dedo meñique producto de la caída contra el basurero, me sorprendió a mí también, no era muy profundo pero ya había manchado mi pantalón con varias gotas de sangre. — Señor, ¿tendrá por casualidad papel higiénico? —preguntamos al taxista al mismo tiempo. — No, señorita, pero tengo un trapito —dijo el taxista mostrándolo sobre su hombro. Manchas de aceite y grasa lo adornaban. Andrea entonces, abrió rápidamente su bolso e introdujo mi mano en él. Era un bolso beige de cuero. — ¡No mires! ¡Mira para otro lado, hay cosas aquí que no debes ver! —dijo ordenándome tiernamente al ver que yo miraba mi mano perdiéndose en su bolso abierto y descubierto. — Ok, pero no es grave —le dije tranquilo. — Sí pero ese trapo está muy sucio y aquí tengo algo para cubrir y detener el sangrado —ella respondió. — ¿Tienes algodón allí? —pregunté mirando por la ventana haciéndome el tonto. — Sí, algo así, pero no mires ¿ah? —insistió. 56


Dejé mi mano suelta dentro del bolso el cual estaba sobre sus piernas, sentía como sujetaba mi mano y como la cubría haciendo leve presión sobre la herida con algo suave pero que no era algodón. Algo metálico rozaba mis dedos, eran sus llaves, las que sacó y puso a un lado junto a su celular. Luego, sentí fuerza en sus manos, parecía intentar romper algo. Era una toallita higiénica que tenía el interior de algodón y que utilizó para recubrir mi herida. —Ya detuve el sangrado —dijo totalmente concentrada en lo que hacía. El taxista aceleró la máquina, supongo que por temor a que le manchen los asientos. Sentí entonces algo suave, era una delicada tela con costuras que se sentían al rozar. Asumo que era su calzoncito, me emocioné al recordar y al saberla allí sentadita en faldas, junto a mí sin bombachitas. No pude dejar de imaginar cómo se veía su intimidad libre, tibia, preciosa y mis manos tan cerca de ella, sobre sus muslos los cuales sentía claramente a través del cuero de su bolso. Ella levantó la vista hacia la ruta, al parecer ya estábamos cerca. — De la próxima esquina a la derecha, la tercera casa blanca, por favor —le dijo al conductor.

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Capítulo 3 “Un encanto y luego un lamento”.

Su casa era blanca con jardines hacia fuera, ventanas grandes al frente y un gran sauce dando sombra sobre la entrada. — Vamos —me dice. Yo la sigo—. Hay que curarte ese corte. Entramos. Unos ladridos agudos nos reciben, se trataba de un perrito chascoso color blanco que movía la cola efusivamente, parecía un peluche con vida. — ¡Silencio Chiquito! —dice ella levantándolo y abrazándolo cariñosa—. Hazle cariñitos y deja que te huela para que deje de ladrar— Me pide acercándolo a mí y luego lo pone sobre el piso. Pasamos por un comedor hasta llegar a una sala.

Todo estaba muy limpio y

ordenado. El piso era de madera muy brillante. — Siéntate allí —me dice amable y me señala el único sillón libre de cosas ya que al parecer habían estado limpiando. Es un sillón de cuero negro ubicado justo debajo de unas gradas de madera que daban a un segundo piso. Algo apresurada, Andrea se va a la cocina, cuya puerta estaba unos metros más allá. — ¡Juanita, Juanita! —parecía llamar a la empleada supuse, mientras ella buscaba algo por allí. Luego, pude oír como granos caer sobre algo metálico—. ¡Chiquito, ven a comer! —ordenó llamando a su perrito, el cual estando a mis pies salió corriendo con dirección a la cocina. Ella salió y subió por las gradas de madera y hierro que dividían la sala del comedor. — Marce, espérame. Ya bajo con el botiquín —me dice. No tuve más que levantar la mirada para ver que efectivamente no traía nadita por debajo de la falda. Esos segundos fueron eternos. Mi corazón se disparó a mil revoluciones, sentí enseguida muchas ganas de estar con ella en las estrellas. Casi enseguida bajaba ya, y yo volví a levantar la vista, esta vez pasó más de prisa pero igual alcancé a ver esa parte libre, desnuda y linda de su cuerpo. Hice una imagen, como una foto de aquella exquisita escena guardándola entonces, en mi memoria. 58


Puso el botiquín sobre la mesa, trajo una silla del comedor y sentándose frente a mí, comenzó enseguida a curarme delicadamente. Mientras lo hacía conversamos. Le pregunté sobre su padre, del cual me dijo que llegaba a casa por las noches y que algunos días almorzaban juntos aquí y otros en la calle cerca de la clínica, que todos los domingos se iban desde temprano a la iglesia, a la cual me invitó a que la acompañase, que también allí veía a mi madre y a mi padre de los que me hablo afectivamente. De pronto, se escucharon llaves que abrían la puerta. Era Juanita, y sí era la empleada que volvía de hacer compras. Traía un ligero paquete en los brazos. Nos saludo tímida y muy respetuosa al pasar. — ¡Ya, ya está! —expresó animada al terminar de pegar el último esparadrapo sobre la gasa con la que cubrió mi herida. — Joven Andreita, ¿puede venir un ratito? —dijo Juanita desde la cocina. Andrea se paró de mi lado dirigiéndose a ella, un minuto después salió muy contenta con un regalito en las manos. Puso carita tierna, se veía ya mucho más tranquila. Por lo visto, la catarsis emocional de anoche, le había hecho realmente mucho bien. Su carita se mostraba radiante, pese a tener aún los ojitos algo irritados. Yo me puse de pie. Era hora de irse. — Bueno me voy —le dije—, te veo mucho mejor y eso me alegra, camaroncita. — En realidad, no quería salir de allí, pero sentí que debía hacerlo. Yo la había acompañado a casa. Ella me había curado. Era hora de irse. Sin embargo, estar con ella era lo mejor que me estaba pasando. Entonces, estando ya en la puerta dije: “¿Te sería de mucha molestia prestarme tu baño un segundo por favor?” Enseguida aceptó a mi no tan urgente pedido y subimos las gradas puesto que juanita se encontraba limpiando en baño de la sala. Ella me llevó al baño de su cuarto y me pidió que espere fuera un momento. Un librero amplio y alto de madera lleno de literatura médica yacía a un lado de su cama, la cual llena de peluches descansaba en una amplia y abrigadora alfombra, y al otro lado, sobre su cómoda una foto de sus padres y su hermanito. Me atrajo entonces ver otra foto de ella muy pequeña, abrazada de su madre. Ambas sonrientes y alegres. Me quedé viéndola prendado por unos minutos, mientras ella muy de prisa abrió un par de cajones de los cuales escogió algo de 59


ropa. En aquella foto el tiempo y lo tristemente sucedido no habían hecho mella. Allí se había congelado los segundos, minutos horas y años, capturando por siempre un indestructible lazo de amor. Andrea salió del baño. Vestía ahora una remerita blanca muy justa con un Snoopy en el pecho y unos jeans que le quedaban más que perfectos. — ¡Señorita! —La llamó Juanita desde abajo, ella salió y mis ojos no pudieron dejar de ver sus caderas enrumbarse prestas, hermosas hacia abajo por las escaleras. Enseguida ingresé al baño, no sin antes dejarle una nota debajo de su almohada. Tan solo le puse: feliz día, un gracias y mi nombre ya que lo hice muy de prisa. Quería, que lo viera al acostarse a manera de sorpresa, para que pensara en mí. Me paro entonces frente al lavadero, abro el caño y me refresco el rostro, aprovechando también poner en orden mis cabellos y mis ideas. Un tenue llanto de pronto me sobrecoge. Agudizo el oído, cerrando al agua. Efectivamente, era un llanto proveniente del cuarto contiguo. Siento algo de temor, el lamento es muy triste y melancólico. Salgo despacio y camino lentamente, silenciosamente hasta llegar a ese otro cuarto. La puerta cerrada, era blanca con filos dorados. Tomé la perilla con sigilo y la giré muy despacio abriéndola milímetro a milímetro, lo suficiente para poder ver en su interior. Sentía temor pero sospechaba de quién se trataba, era el llanto de una mujer. Era su madre. Un espíritu blanco y azul intenso que iluminaba toda esa habitación, sentadita al borde de la cama; una cama grande. Lloraba y se lamentaba tristemente casi en silencio. Sus manos le cubrían el rostro, como tratando de silenciar y contener su pena y dolor. Era muy bella. Tenía puesta una sobria bata de casa y el cabello suelto y largo. Enseguida al no querer ser visto, volví a cerrar la puerta y me quedé de pie junto a ella, pensaba en si podía hacer algo mas no se me ocurrió nada. Todo me era muy confuso y desconcertante. Me alejé entonces pensando en ella y en su madre también. Me preguntaba si decirle lo que había visto a Andrea, pero enseguida la vi mientras subía por las

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gradas, seguía contenta y no quise interrumpir su sonrisa por lo que decidí pensar luego y con más calma en ello. — Andrea, me voy ahora sí —le dije al encontrar su mirada. — ¿Estás bien? Te noto… diferente —me dijo bajando las gradas. Mi rostro me delataba, era mucha pena contenida en ese cuarto, un sentimiento tan fuerte que afectó mi estado de ánimo. Le dije que sí, que me sentía algo agotado, que mejor retornaba ya a la clínica de donde había salido sin el permiso de alta y ella lo sabía. Enseguida, me acompañó a la puerta, luego salimos caminando a la vereda, ella cargaba y acariciaba a su perrito contenta, pasó entonces un taxi en el cual me fui, no sin antes recibir un beso en la mejilla de su parte y una nariz fría de parte de Chiquito, su perro.

<====> “conflictos de fe, celos y orgullos”. Siendo poco más de las nueve de la mañana, fui llegando a mi cuarto, en la clínica. Siento hambre y sed. Entro, veo mi cama, todo está ordenado, todas mis cosas sobre una silla y una enfermera hablando con mi madre. — ¿Hijo, dónde estuviste? —dice mi madre algo moleta pero sobre todo preocupada. La saludo con un beso. — Tuve que salir, era algo importante para mí. No te preocupes madre, estoy bien. — Marcelo, tu doctor está muy molesto —dijo Mario, el padre de Andrea, con tono áspero—. Te fuiste sin decirle nada, eso es una falta de respeto. No estuvo bien como tampoco está nada bien que leas estas revistas —dijo esto señalándome las

Playboy y aprovechando la ola de preocupación y llamados de atención, así como de su “impecable autoridad moral”. Y con el tono de voz más alto continuó—. Estás en una clínica cristiana y me estás haciendo quedar mal. Lo miré, entonces, con desdén. Controlé mi respiración para no entrar en enojo mientras reacomodaba mis cosas. No deseaba discutir con él. Mi madre salió.

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— Además, me dice la enfermera que saliste corriendo tras de mi hija ¿Es eso cierto? —preguntó reclamante y muy celoso. — Sí, su hija estuvo aquí, durmió aquí, en esta cama — respondí, con calma pero mirándolo directamente a los ojos, algo molesto, él me miró frío y con gran sorpresa—. Sí, aquí en mi cama y no empiece a juzgar ni a pensar mal de ella que ustedes, los “seguidores de Cristo” es lo primero que hacen. Andrea estuvo aquí conmigo toda la noche y lloró mucho. Se desahogó por horas por la muerte de su madre, su esposa –recalqué y luego bajé el tono—. Pienso con todo respeto que usted debería ser menos egoísta, debería pensar más en su hija. ¿Se acordó que anoche fue su cumpleaños? Usted solo piensa en usted, en su reputación, en lo que dirá la gente y se olvida de lo que siente y piensa su hija acerca de lo que sufre y sufrió, y que anoche después de cinco años, por fin pudo descargar su corazón encontrando en mí a alguien que simplemente la escuchara sin juzgar ni cargarle más las culpas y reproches a su madre, madre a la cual extraña, ama y le hace mucha falta. — Pero… tú no eres cristiano —contestó vacilante y desconcertado—. No sabes de Dios ¿Por qué contigo? —se preguntó mirándome y bajando la guardia. — Tal vez por eso mismo. Que yo no sea de su iglesia o de su religión, no quiere decir que no crea en Dios o que no sea hijo de Dios —le respondí más calmado. — Tú no sabes nada de Dios, no has recibido a Cristo, no lees la Biblia, no crees en la Palabra —dijo alterándose nuevamente, juzgando sin saber nada de mí y prosiguió— Sí, hemos sufrido mucho por culpa de su madre a quien Dios la castigó por ser infiel. Cristo Dios usó, permitió ese sufrimiento para librarnos de su pecado y acercarnos más a Él —dijo visiblemente ofuscado y levantando la voz nuevamente. Entonces, tomé uno de los libritos cristianos que me había traído antes: “¿Por qué un Dios bueno castiga y permite el sufrimiento?” decía el título. — Usted cree en un Dios de castigo –respondí—, yo creo en un Dios de amor. Yo no encuentro amor en ese Dios que pintan ustedes, los cristianos. Job, usted de seguro conoce su historia. ¿Usted cree que un Dios de amor permitiría todo lo que sufrió Job? ¿Permitir que el diablo, ese de cuernitos y cola, le quite todo, posesiones y familia, solo por demostrarle al diablo que Job si le era fiel y lo 62


quería?... ¡Por favor! —dije ya algo molesto—. Dios no tiene que demostrarle nada a nadie. El diablo no existe, no es nada, es solo una creación de las religiones y estas religiones todas ellas son creaciones humanas. Dios está por sobre toda esa basura. ¿Usted como amoroso y buen padre que es permitiría que cinco abusadores violen a su hija frente a su vecino y ante sus propios ojos, únicamente para demostrarle a su insignificante vecino, que a pesar de todo, su hija lo ama? ¿Usted encuentra amor en eso? Si el permitir ese sufrimiento es amor… ¿entonces usted cree que Dios, el Todopoderoso Dios quería ver que el diablo lo aplauda? Y este le diga: “Uy, tienes razón, este pobre Job, sí te ama” ¡Qué insensatez! Yo creo que si eso es así…pues más bien el diablo debió estar revolcándose de la risa por lo que consiguió. — ¡Tú no conoces la Palabra! Estás blasfemando contra Dios —dijo Mario con los ojos especialmente abiertos, casi colérico, irritado y muy molesto. — Dios no necesita de demostraciones ni de aplausos, Él no está bajo el dominio del ego humano —le dije controlándome nuevamente y más sereno—. Él no es humano. Él es Dios. Él es solo amor, no castiga ni permite sufrimientos. Los sufrimientos son causa del propio hombre, de sus propios actos y de la vida misma y si en todo caso los permite no es para castigarnos si no para que aprendamos de ellos. A su esposa no la castigó, ni a su hijo. Él ama y perdona no castiga. Y ni usted ni nadie tienen en derecho de juzgarla y menos sin estar totalmente seguros de lo que pasó. Es más fácil para ustedes los cristianos fundamentalistas echar culpas que tomar propia conciencia. Somos seres con un cerebro, libres de pensar, de obrar —continué calmado pero algo más agudo—. La Biblia es solo una guía. No puede ser para nada la absoluta verdad. Busque a Dios en su corazón no en un libro. Su esposa está sufriendo mucho y su hija también, ambas lo necesitan. Necesitan amor y no reproches. Piense en ellas más que en usted. Respiró profundamente y ya sin decir más, se retiró. Ya a media tarde, termino de almorzar. Tomo mi celular y reviso si el mensaje de texto que le había enviado a Andrea momentos después que su padre saliera de mi cuarto donde le había dado cuenta de lo sucedido con su progenitor, le ha llegado. Entonces, dejo mi celular sobre la mesa y me pongo a ver el techo pensando en 63


todo lo que estaba sucediendo; en la claridad y seguridad de mis últimas respuestas dogmáticas, pero por sobre todo en el sufrimiento en la madre de Andrea. Ella al igual que los otros espíritus, había decidido quedarse, pero no por miedo o avaricia. Miedo no me parecía posible, ella no parecía ser una pecadora compulsiva, muy por el contrario según lo informado por su hija, era una madre muy buena, amorosa, compasiva con los niños pobres y muy servicial. Tampoco creía que lo que se le imputaba fuera cierto. Luego pensé que sea cual sea la razón por la que algunos de nosotros nos resistimos a subir hacia aquella luz de tan sublime paz, tendría que ser una muy poderosa y determinante razón, una que sea tan fuerte y motivadora que logre romper ese lazo de paz y amor, el mismo que yo había experimentado de manera tan grande. Yo no soy un santo ni una sombra de ello, pero en mi corazón no nació ningún motivo para negarme o resistirme, es más, yo no deseaba dejar de sentirme allí, en esa luz que apenas me rozó con un beso, iluminando mi confusa conciencia. Por tanto, no me quedaba todo claro, pero igual, sentía que decirle a Andrea acerca de lo que vi en su casa podría resultar muy importante para aclarar el misterio del accidente de su madre y para el desarrollo futuro de su propia vida. Pensaba en ello sin saber qué hacer, me decía que tal vez debiera esperar por el momento y la circunstancia adecuada para ello. Y así pensando en aquello me quedé dormido.

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Capítulo 4 “La belleza de un cuerpo a través del sol…espíritus besándose, cuerpos que temen perderse”.

Vibra y vibra mi celular, el cual me despertó de una reconfortante siesta.

Es

Andrea. Me saluda muy animada y contenta, dándome las gracias por la nota y que sí vio mi mensaje en su celular. Luego, me pregunta sobre mí y sobre qué me dijeron al volver y si ya estoy en mi casa o dónde. Entonces, contento le respondo y le cuento que saldré recién mañana por la mañana. Ella me dice luego que está ya por salir de la universidad y que viene a que le cuente lo sucedido con su padre ya que aún no lo ha visto. Luego, se despide amistosamente y cuelga. Entonces, me levanto de cama, todavía adormecido y atolondrado por el calor. Salgo por el pasillo, camino hacia el gran ventanal que da de frente a mi puerta. Es una calurosa pero tranquila tarde de verano. Regreso a mi cuarto, me quito la bata e ingreso al baño para refrescarme. Luego, prendo el ventilador del techo, me pongo tan sólo un nuevo pantalón de dormir y una limpia y fresca camiseta blanca. Y enseguida pienso que mejor me tomo todo esto como unas inesperadas vacaciones, ya que si me pongo a pensar en la cantidad agobiante de trabajo que me espera pues empezaría a preocuparme. Así que lo mejor es disfrutar de todo esto lo mejor que se pueda y que cada día con su afán. Tampoco quería volver a pensar en mi nueva y repentina percepción, en aquella especie de sinestesia de tipo espiritual ni en todo lo relacionado a ella. Tan solo me puse bien cómodo, le subí al volumen del televisor, estiré mis piernas hacia a la puerta y al ventanal, dejando que el tiempo pase tranquilo. Así estuve por una media hora viendo y recordando lo que se siente al correr tabla, deporte que practiqué en mi niñez, hasta que llegó la enfermera de turno la cual entró con el 65


cochecito de las pastillas. Bastante robusta y cortés me sirvió un vaso con leche y me alcanzó mis rutinarias pastillas. Después de ver ella misma que las tomara, se fue. Su cuerpo amplio y voluminoso casi cubría todo el ancho de la puerta. Al irse, me permitió ver con deleite y paz como la luz del sol ingresaba de frente, por el gran ventanal circular del pasillo, ya algo tenue pero muy cálida y majestuosa. El sol como una gran naranja rojiza llegaba casi al ocaso, parecía darle un beso al mar para dormirse en sus aguas, reflejando matices de colores naranjas y amarillos a lo largo del cielo sobre el horizonte de aquel silencioso mar. De pronto, a lo lejos una repentina y preciosa silueta femenina salió caminando hacia el pasillo. Aquella joven mujer con el sol, el cielo y el mar a sus espaldas venían siendo un paisaje de ensueño. Ella traía un fresco vestidito ligero, suelto y corto, el cabello libre y un caminar lento y sensual que agitaba las telas de sus regazos, al capricho del aire, a cada paso. Los rayos solares provenientes del ventanal delineaban acariciando toda su perfecta silueta, la cual se veía como un ángel de cabellos castaños oscuros pero brillantes. Se acercaba cada vez más hacia mi puerta hasta que por fin pude ver su rostro. Era Andrea, más linda y bella que nunca. La misma que llegando al marco de mi puerta se detuvo por unos segundos, luego levantó su carita y sonrió mirándome tierna e inocentemente sin percatarse de lo que el maravilloso y cómplice astro rey me mostraba con sus rayos. Estos se filtraban a través del vestido que cubría su piel, el cual terminaba apenas sobre sus rodillas. Era floreado y delgado, y permitía traslucir toda la figura de su cuerpo, la silueta de sus exquisitas caderas, de sus contorneados muslos y piernas así como la delicada ropa interior negra de encaje que traía por debajo. — ¡Hola, ratoncita feliz! — casi extasiado, le digo como estando en un sueño hecho realidad, uno de esos sueños de los que uno no quiere nunca despertar—. Pasa, estás preciosa Andrea. Entonces maravillado, la vi entrar totalmente encantadora. Apagué la televisión y sacudí mi cabeza para pensar en otra cosa que no sea ese tan apetitoso cuerpo y no verme como un tonto enamorado, aunque en realidad… ya lo estaba.

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— ¡Hola, Marce!… ¿Cómo estás?, ¿te duele todavía la cabeza? —me dijo al verme la cara de bobo. — No Andrea, todo está bien. Qué bueno que decidiste venir a visitarme— reaccioné y me senté con las piernas cruzadas sobre la cama. Ella acomodó la silla que ya se encontraba allí y puso sus pies sobre esta, se sentó también sobre el borde mi cama, al otro extremo con la luz del crepúsculo que iluminaba bella a sus espaldas. Luego, dejó de un lado su bolso, bolso de cuero negro que trajo tras la espalda. — Bueno, cuéntame, ¿qué pasó con mi papá? Yo leí tu mensaje mientras iba a la universidad y diez minutos más tarde, mi padre me llamó —dijo—. Lo sentí extraño desde un inicio. Se disculpó no sé bien por qué. Luego, me dijo que me quería mucho, lo notaba muy cambiado, distinto. Después, se quedó en silencio por unos segundos y reaccionó, para luego decir que mañana domingo, después del culto de la iglesia, me invitaba a almorzar ravioles. Él sabe que son mis preferidos, yo acepté obviamente. Me quedé extrañada. Finalmente, me dijo otra vez: “te quiero” y colgó. — ¿Por qué te extrañó? —le pregunté con mucho alivio. — Mira es que por estos días y desde el accidente de mi madre ambos solemos alejarnos mucho y casi no hablamos —respondió tranquila. — Entiendo —le dije y le conté todo lo sucedido desde que volví a la clínica y hasta que su padre se fue. Ella tan solo escuchó atenta, mirándome sorprendida por momentos y preocupada por otros pero al final volvió a sonreír y se mostró mucho más contenta y tranquila. Entonces, pensé que sería ese un buen momento para contarle lo de su madre, pero no quería arriesgarme a dejar de verla tan bella, cortando todo aquel contento y alegría reflejados en su lindo rostro. Anoche, ella había descargado muchas penas y hoy se había alegrado mucho con la reacción de su padre del cual me informó de que no volvería a verlo hasta mañana por la mañana ya que él se encontraba de guardia en otra clínica.

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Durante aquel tiempo, mientras charlábamos, el sol por detrás de ella fue dejando su espacio hasta que llegó así la noche, entonces se sacudió las delicadas sandalias de sus pies y libres estos los subió a mi cama, sentándose igual que yo, con las piernas cruzadas frente a mí y con el bolso entre sus piernas. — Y tú… en serio, ¿por qué no tienes enamorada o novia? —preguntó suspicaz y me miró pícaramente de tal modo que logró cambiar el tema—. Ya tienes treinta y pico años o es que… ¿te gustan los chicos? Jajaja —rió mostrando una linda sonrisa. — Los chicos no —respondí sorprendido por su inesperada pregunta—. Me encantan las nenas, las nenas lindas como tú, lo que sucede es que no me he enamorado todavía pero sí tengo un amor por allí —dije y me callé enseguida para ver su reacción, la cual fue de sorpresa mostrada esta en su rostro—. Sí y estoy súper enamorado de ella lo que pasa es que ella aún no se ha dado cuenta —le dije guiñándole un ojo, sonriéndole pícaramente—. O ambos no nos hemos dado cuenta de que somos el uno para el otro; sé que mi almita gemela anda por allí, lo malo es que tal vez no nos hemos encontrado en este inmenso mundo o…tal vez sí —finalicé dejando la insinuante respuesta en el aire. Andrea sujetó su cabello y lo puso todo de un lado de su cuello, así calló éste suelto por uno de sus hombros, adornando su figura y comenzó a jugar con las puntas de este entre sus dedos. — Bueno, si tú lo dices —respondió desconfiada y mantuvo el tono pícaro e indagante de la conversación—. Pero… tendrás entonces amiguitas cariñosas seguro. — ¿Qué es eso? —le dije jugando, haciéndome el inocente. — ¡Ay! No te hagas. Seré cristiana, de padre pastor evangélico pero no tonta ¿eh? Yo no salgo mucho a discotecas pero sí voy de vez en cuando con una amiga. Me encanta bailar y allí se ven muchas: amigas cariñosas buscando dar cariño fácilmente –dijo punzante pero se veía tan linda allí, frente a mí, jugando con su cabello y tocando un tema que me divertía mucho, sobre todo proviniendo de ella. — Y ¿cómo sabes tú, si son amiguitas cariñosas o no? —le pregunté enseguida curioso.

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— Pues en los baños… allí se oyen muchas cosas, se oye de todo —ella volvió a reír—. Yo no tomo como algunas de ellas pero sí que oigo y veo muy consciente cada cosa. Los baños de mujeres son terribles, a veces dan miedo. — Jajaja no lo dudo —dije dándole la razón—, si conforme pasa la noche y los tragos, las cosas se ponen feas a veces. Yo tampoco tomo, o sea sí pero prefiero bailar y el cigarro me tumba en una. Así que hace mucho que dejé de fumar. — Eso está bien, yo tampoco fumo… y tú. ¿Has probado drogas? —preguntó directamente. El embrujo de la reciente noche, nos hacía querer conocernos más de manera que tanto ella como yo abrimos todavía más las puertas de la confianza. —Bueno —respondí sin profundizar en el tema ya que de mucho más joven había fumado marihuana—. Soy un chico tranquilo, la única droga que quisiera sentir es la del corazón enamorado de una linda nena, esa droga la consumiría a diario y en todo momento —le dije volviendo a guiñarle un ojo pícaramente. Ella miró hacia la ventana y cambió de lugar su cabello dejándolo caer ahora sobre el otro hombro. El ventilador se encontraba prendido y la ventana abierta pero aún así hacía calor. Entonces, al verla algo distraída pensando en lo que dije, puse mis manos sobre las fronteras de su bolso, las introduje y le dije coquetamente: “Y… ¿se puede saber y ver qué traes aquí?”. Entonces, ella reaccionó y puso sus manos sobre las mías amarrándolas fuerte y pronunciando un rotundo: “No” —Curioso ¿eh? –dijo y entonces, retiré mis manos al ver que empezó a abrir su bolso para mirar en su interior—. Son un par de libros que compré antes de venir aquí. — ¿Son de medicina? —le pregunté, al mismo tiempo que estiré una de mis piernas logrando sentir con mi pie descalzo el calorcito de una de sus rodillas. Ella no se dio cuenta o al menos no le dio mayor importancia y sacó los libros. . —Sí, pero no son míos, son para una amiga — respondió y yo tomé en mis manos uno de ellos, mientras que las suyas continuaron hurgando por su bolso—. Además hay pues… cosas mías, un cepillo, mi billetera, celular y demás cosas de mujer — mientras ella decía esto movía sus manos y estas el bolso al rebuscarlo, lo que me permitió mover mi pie acariciando la piel de su rodilla muy sutil y ligeramente. Ella

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parecía no percatarse al seguir atenta en su bolso y yo en mi interés en el libro, el cual parecía ser de anatomía. Luego, coloqué este sobre el bolso que nos separaba, ojeando sus páginas, las cuales eran muy ilustrativas. — Ah, mira figuritas de cuerpos y… a todo color ¡Qué bien! — Jajaja —rió—. Si figuritas pero figuritas didácticas y educativas ¿eh? No como tus otras figuritas, las de tus revistas. Estas son normalitas. Eran ilustraciones digitales a todo color. Algunas enteras y otras en cortes transversales del cuerpo humano. Andrea entonces se acercó unos centímetros más hacia mí para poder ver mejor lo que yo veía, acción que aproveché para juntar más mi pie sobre su muslo ahora, el cual se dejaba ver cada vez más atractivo y al descubierto al ir replegándose la tela del vestido que lo cubría con cada risa, con cada movimiento de su cuerpo y por la complicidad de los dedos de mí pie también. Así, fui pasando las hojas del libro viendo ilustraciones de la figura humana entre las risas y bromas de ambos. Así, la noche continuó encantándonos sin importarnos que la puerta estuviera abierta y que a veces la gente pasara mirándonos atraídos por las risas. Entonces, ella se volvió a acomodar y yo volví a estirar todavía más mi pierna, llegando a sentir y ver casi todo su precioso muslo y parte de su contorneada cadera. Mi dedo gordo del pie lograba entonces por momentos sentir el borde de su ropita interior, la cual en efecto era negrita y de encajes. — Estas ilustraciones no son tan lindas como lo son las mías —dije—. Además, aquí se ven los órganos, venas y demás cosas que no son tan agradables. En las mías se ven las cosas más… artísticamente — comenté disfrutando mucho de la situación y a manera de distracción y broma hacia ella. — Depende con que ojos las observes pues. Estas te enseñan cómo es tu cuerpo por dentro —respondió mirando más concentrada el libro. Yo la escuché mientras veía directamente su pierna casi totalmente descubierta de un lado, me atraía tanto. Era muy excitante la situación. 70


— Si... y las mías te lo muestran por fuera —argumenté. — Eres un terrible ¿eh? — se sonrió diciendo. Luego, empezó a pasar las hojas tomando la iniciativa. Las detenía y las pasaba, parecía buscar algo, lo que la hizo acercarse todavía más inclinándose hacia el libro intentando leer algunos textos para responder a algunas esporádicas preguntas que le hacía sobre las imágenes. Fue entonces que decidí mover y acercar aún más mi pie para poder sentir y acariciar directamente la suave piel de su pierna y de su cadera. Entonces, ella sintió la caricia y la intención de mi acción sorprendiéndola y quedándose quieta por un par de segundos con el rostro sobre el libro y yo me detuve al instante por temor a su posible reacción. Pero luego ella continuó haciéndose la desentendida pasando las hojas, pero ya sin inclinarse tanto hacia mí. Supe entonces que a ella también le agradó mi atrevimiento lo que me llenó de deseo. El hecho de que ella se hubiera dejado acariciar por ese pequeño fugaz momento me encantó pero ya no continué. Tan solo dejé allí mi pie quieto, sin moverlo, dejando que sienta el roce de su piel tan solo al esporádico movimiento de su cuerpo o de la cama. No quería perder tan sublime momento. Además, su tolerante actitud y el que ella supiera que gran parte de su pierna y parte de su cadera estuvieran descubiertas para mí, era maravilloso, tanto así que me empecé a excitar rápidamente lo que no iba a ser difícil de ser notado por ella, al estar yo apenas en pijama. Luego ella llegó a las ilustraciones de las zonas erógenas del cuerpo masculino en donde sorprendentemente se detuvo. — Uy, qué feas se ven allí esas partes —dije. Ella volvió a sonreír sosegada pero curiosa para luego señalarme la ilustración de un pene. — Y… ¿así tienes tú? — me preguntó pícaramente con voz ingenua pero claramente intencionada para ponerme en aprietos. Tal pregunta me tomó por sorpresa, pero le seguí el juego, que por cierto me encantaba. — Sí —le dije—, pero el mío es mucho más bonito —aclaré. Andrea volvió a reír y cerró el libro fuerte y sorpresivamente con ambas manos. Enseguida se acomodó la falda del lado descubierto y se bajó de la cama. Guardó 71


el libro en su bolso y con este se fue rumbo al baño. Era realmente excitante y bello el momento; uno de esos momentos de los cuales uno vive rara vez o ninguna. Me levanto entonces también y me paro exactamente por debajo de las hélices que giran del techo estiro los brazos hacia arriba dejando la ligera brisa recorrer mi entusiasmado cuerpo al mismo tiempo pienso en Andrea, deseando no se vaya todavía y que se quede por más tiempo conmigo. De repente, ingresa una enfermera que traía el cochecito con mi cena. Me saluda, lo coloca junto a mi cama y sale. Me sirvo el jugo y aprovecho para tomar mis pastillas. Minutos después sale Andrea. Se había refrescado y hecho un moño con el cabello. Vi entonces su cuellito fino y delgado, bello a la vista. Enseguida se sentó en la silla y la abrió mi portátil sobre la cama. Le serví entonces un vaso con jugo a ella y alejé el cochecito de la cama. — Creo que no capta red —dijo y se acomodó sobre mi almohada. — Sí funciona —dije mientras se la pedía—. Lo que no sé, es si aquí cogerá señal de Internet. ¿Deseas revisar tu correo? —le pregunté. — Sí, quiero enviarle un correo a mi amiga avisándole que ya tengo sus libros y que me debe doscientos soles por ellos —dijo sonriendo. Yo procedí a hacer los clics necesarios hasta que lograr tener acceso. Puse la portátil sobre la cama y ella acomodó su silla, para abrir luego su correo. — Y tú… ¿revisaste tu correo? —me dijo mientras escribía. — Bueno sí, ayer—respondí sospechando entonces el hecho de que tal vez ella me había escrito algo. Así que apenas terminó, le pedí la máquina, la cual puse entre las piernas. — A ver veamos qué hay —dije. Ella se incorporó de la silla y se sentó a mi lado. — Sé que es tu última noche aquí, ¿verdad?—preguntó. — Sí —le respondí. Y efectivamente encontré una postal muy tierna de ella que decía: “Gracias por escucharme. Que te mejores pronto, besos” — Gracias, qué tierna —le dije mirándola sonriente. — Es bueno saberte mejor de salud. Te…debe estar esperando bastante… trabajo y reiniciarás tu vida como antes —dijo ella entonces bajando sus ánimos y el tono de voz con algo de tristeza, diría yo—. Con tus cosas y eso… tú sabes. 72


Sus palabras, aunque formales, parecían querer decirme claramente entre líneas “tengo miedo no volver a verte”, pero obviamente no lo decía por lo que me di cuenta que entre los dos sí había química, una unión mutua que no solo partía de mí, que no era únicamente yo el que apreciaba muchísimo esta relación. Aquello me alegró mucho. Mi corazón se puso muy contento, pero decidí entonces que su sentir se mantenga para ver qué tanto querer hacia mí había en su corazón, de modo que mi silencio la mantenga todavía con la incertidumbre y la ansiedad de no volver a vernos. Luego, estuvimos navegando tontamente hasta que llegamos a su perfil de fotos. Ella se acomodó más cerca a mí y puso su cabeza sobre mi hombro. Al mismo tiempo que una linda foto de su rostro daba cuenta de tres álbumes de fotos más: uno decía familia, otro iglesia y otro más abajo que decía: “Para Rodrigo”. Primero, vimos una a una las fotos de su familia, luego las de sus servicios en la iglesia las cuales comento ella conmigo acerca de los agradables momentos vividos en cada una de ellas, hasta que llegamos a las últimas. — ¡Aja! Rodrigo, ¿quién es? —dije travieso interesándome también finalmente en ese álbum. — Rodrigo fue mi primer enamorado, pero no veas ese álbum —dijo poniéndose nerviosa. Más yo ya había ingresado en él. — ¡No! —dijo nuevamente tratando de hacer que cerrara la página. Había unas doce fotos. Las primeras ocho, típicas fotos de una parejita feliz. Y las otras cuatro exclusivamente de ella, dos de las cuales estaba en bikini y las últimas dos en tiernos pero al mismo tiempo sugestivos pijamas. Realmente sorprendido sobre todo por las últimas cuatro, le pregunté si podía verlas, a lo que en un primer momento se negó, pero luego a mi suplicante insistencia accedió. — Dale pues a ver qué te parecen —dijo accediendo dulcemente sin dejar de descansar su cabecita en mi hombro. Abrí entonces la primera a pantalla completa. Se veía encantadora, bronceada y lucía un pequeño bikini blanco tejido a croché. Traía cabello algo más corto pero igualmente lindo. Se mostraba coqueta, muy feliz y sensual. Mi corazón se puso 73


muy contento viéndola, al saber que ese encantador cuerpito estaba entonces a mi lado. — Bueno, cuéntame del muy afortunado Rodrigo—dije tratando de distraer las resueltas ganas por ella que nuevamente nacían en mí. — Rodrigo fue muy especial para mí. Nos llevábamos súper bien; me encantaba estar con él ya que era tranquilo y muy travieso a la vez —dijo ella incorporándose un poco y juntando más nuestras cabezas pero finalmente sonriendo un poco nerviosa. — ¿En qué sentido travieso? —pregunté indagante y celoso — Travieso pues, con él compartimos muchas cosas— dijo volviendo a sonreír coquetamente ahora. — Ok, entiendo pero… ¿qué pasó, dónde está? —seguí interrogando mientras me entusiasmaba viéndola. — No, ya no lo veo —respondió tranquila—. Él se fue a Canadá con toda su familia, su padre era misionero cristiano. Fue hace mucho ya. Entonces abrí la segunda foto con la que casi pude sentir mi corazón latir al verla. Ella lucía otro bikini, ahora negro, modelado de pie, casi de espaldas girando su carita hacia la cámara dejando ver su colita firme y paradita y con las manos levantándose el cabello. Realmente hermosa, muy sexy. — Y… ¿lo extrañas aún?—dije más curioso. Muy tranquilo en mi actitud pero deleitándome la vista con su imagen. —Bueno, lo extrañé mucho a él y lo que vivimos pero eso ya quedó en mi memoria como un bello recuerdo. Sé que él ya se casó y también está estudiando para pastor respondió sin complicaciones. Entonces, me quedé viendo esa foto suya, en la cual puse mi dedo y empecé a la siluetearla como volviéndola a dibujar sobre la pantalla. — ¿Qué es lo que más extrañas de esa relación? –dije concentrado en su cuerpo. — Extraño muchas cosas, cosas que no sentí ni tuve en mi última relación. — Pero… ¿qué extrañas pues? —insistí con voz suave y curiosa entre una atmósfera de seducción y encanto que nos fue envolviendo lentamente.

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— Extraño…los detalles, los besos, las caricias…—entonces se contuvo de hablar y sonrío. — ¿Pero acaso el otro no te besó? ¿No te acarició también? —le dije mientras seguía jugando con su foto. — Sí, nos besábamos muy de vez en cuando. Pero no era igual y prácticamente no nos acariciábamos. Él decía que teníamos que respetarnos y controlar nuestros impulsos. Más parecíamos amigos, terminé perdiendo toda química con él y aunque para él estaba todo bien pues yo no podía evitar comparar la relación con la anterior recordando también lo que decía mama: “Donde no hay amor no hay nada” y decidí por terminar al poco tiempo. Entonces, pasé a la fotografía siguiente en la que ella ahora aparecía en un lindo pijamita con un gran Garfield en el pecho sobre una camiseta, muy pero muy pegadita y cortita hasta el ombligo, sentadita sobre su cama con un hot pants rosado muy ceñido. Amplié enseguida aún más la foto dirigiendo entonces la yema de mi dedo sobre ese Garfield. La sentí inquietarse. Sus latidos se intensificaron tanto que podía sentirlos junto a mí. — ¿Te gustan mis fotos? —preguntó tímidamente en voz muy suave. — Sí, me encantan, Andrea. Son realmente lindas —respondí sin dejar de seguir el borde de su rostro, de sus labios y ojos sobre la foto. Ella entonces delicadamente puso su mano sobre la mía y la guió lenta, sutilmente, bajando su dirigir — ¿Te... gusta esta parte de mi foto? —preguntó al llegar sobre su busto en la imagen. Su voz y su intención se llenaron de dulce travesura al guiar mis yemas en círculos para entretenerse sobre aquella espléndida parte de su cuerpo. Aquello me excitó muchísimo.

Decidí controlar mi respiración y dejar que mi

cuerpo se manifieste libremente, lo que ella notó a los pocos segundos y continuó haciéndolo por varios segundos mas, en los que ella guiaba y me dejaba acariciarla lentamente a través de su imagen, como si fuera a ella misma. Seguidamente su respiración fue acelerándose y giró su rostro en busca del mío. Mis labios no tardaron en encontrarse con los suyos. Se rozaron apenas y luego con un gran beso, dejamos a nuestros corazones unirse en la noche. 75


Enseguida el cuarto se me fue iluminando poco a poco con una luz de tonos entre rojizos y blancos procedente de nuestros labios, pero que en realidad nacían desde nuestro interior, desde nuestros corazones. Y a cada beso, a cada roce se hacia cada vez más intensa y expansiva. Era sorprendente y maravilloso poder percibir aquello, aquello que tan sólo yo podía ver. Estoy seguro de que ella realmente pensaba que esta podía ser la última vez que pudiésemos estar juntos y yo también. Así que decidió, quién sabe si mientras se encontraba refrescándose hace unos momentos o desde que salió de casa, el darse esta libertad, esta expresión de amor y deseo hacia mí. En todo caso me parecía maravilloso que lo hiciera puesto que me encantaba y sé que claramente me estaba enamorando rápidamente de ella. Tal beso se manifestaba cada vez más intenso. Nuestros labios destilaban mucho amor y deseo a cada rozamiento, a cada caricia. Era maravilloso sentir sus labios dulces y suaves llenarse de pasión, y sentir y ver el cuarto cada vez más y más iluminado. Entonces, su manita se posó sobre mi pecho por un momento y luego, se deslizó hacia mi pierna y de allí, acariciándome despacio, llegó escurriéndose sobre la delgadísima tela de mi pijama hasta llegar cautelosamente a la parte más sensible y manifiesta de mi cuerpo, lugar donde se detuvo y acarició dócilmente, sintió su calor y su excitación. Respiré entonces profundo, sorprendido, lleno de placer y sorpresa, permitiendo que lo haga, que continúe. Sus caricias no se detenían. Eran muy suaves. Me besaba suavemente, concentrándose más en la parte más sensible de mí. Parecía gustarle mucho hacerlo, realmente lo disfrutaba. De pronto repicó un timbrar. Era su celular sonando dentro de su bolso. Ella de detuvo de inmediato y sacó el móvil. La luz procedente de nuestros corazones fue disminuyendo enseguida. —Es mi padre —dijo, mirándome apenas con el tierno rostro totalmente ruborizado pero sonriente. Se despidió dándome un pequeño beso en los labios y dejándome sus bendiciones en el aire, se fue tras abrir la puerta que por fortuna estaba cerrada convenientemente gracias a la última enfermera que entró.

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“confusión…y destino”. Han pasado tres días desde que salí de la clínica. Me encuentro ya en mi oficina, sentado, lleno de trabajo acumulado. Hace un par de horas me enteré por mi jefe que me enviarían este viernes a Brasil, para concretar una campaña asociada. No he visto a Andrea. Sé que inició temporada de exámenes de un curso libre de la universidad. La extraño mucho. Todos estos días no he dejado de pensar en ella. No se ha comunicado, supongo espera lo haga yo. Pensé entonces que en realidad venían bien estos días de no saber nada el uno del otro. De modo que ella pensara las cosas, ordenara sus sentimientos, y se tuviera un tiempo durante toda esta semana para estudiar calmadamente sin distracciones. Además, deseaba saber qué tanto sentimiento realmente había en ella, en su corazón, hacia mí y si me extrañaría. Lo que dejó por el momento postergado, por las circunstancias, el tema de su madre. Durante estos días también, y sobre todo durante la hora del almuerzo me he puesto a buscar en el diario e Internet algo que me pueda ayudar dándome algún alcance o información de cualquier tipo sobre mi inesperado y singular don visual. Búsqueda que no ha sido muy productiva, puesto que entre las charlas con mis compañeros de mesa y sus constantes llamados de atención por mi inusitada introspección y falta de mayor interés a sus cotidianos temas, me ha sido hasta ahora inútil encontrar algo que me parezca serio y confiable. Además, entre los anuncios publicitarios, solamente brujos, astrólogos y curanderos se dan a conocer con frases y lemas que no me inspiran ninguna confianza. Tengo demasiado trabajo. Espero poner las cosas en armonía lo antes posible, para poder dedicarle más tiempo a esta inquietud, la cual realmente me interesa tanto como el ver nuevamente a Andrea. Volver a compartir con ella, conversar, ver su sonrisa y sentirme otra vez de lo más bien y feliz con la dulzura de sus 77


labios. Además, sentía que necesitaba investigar, ver cómo ayudar a su madre. Su llanto me estremecía con tan solo recordarlo. Tenía que resolver eso, pero aún no sabía cómo, ni por dónde empezar; se trataba de un tema delicado y totalmente nuevo para mí. Me angustiaba la impotencia hasta el punto de despertarme bruscamente anoche al recordar entre sueños su triste lamento. Horas después llega la noche y salgo cansado rumbo a casa. Me detiene el tráfico. Un hombre mayor y sencillo, de cabello cano pasa caminando frente a mi coche mirando con precaución y al encontrarse nuestros ojos en el mismo sentido, este anciano se queda mirándome fijamente como si hubiera visto algo muy especial en mí, a tal punto que casi es arrollado por otro coche. Yo vuelvo a avanzar lentamente mientras nuestras miradas se mantienen como enganchadas por unos segundos más.

<====> “Yo no lo busqué. Lo necesitaba, y él lo sabia ya”. Miércoles por la tarde. El calor ha aumentado un par de grados centígrados más. El clima en todo el planeta está cambiando. Deshielos, inundaciones, temporales, sequías, etc. se escuchan en las noticias casi a diario. Calentamiento global, crisis climática, consecuencias insospechadas a causa de nuestro egoísmo y ambición. Consumismo absurdo que nos ha llevado a todos a girar sobre este mundo tras una marcha tétrica sin retorno, en la que la naturaleza va cediendo y sucumbiendo ante la industria y el tan mentado progreso. Industria que va devorando todo ante nuestros ojos, con la tonta excusa del desarrollo y del crecimiento como banderas y espadas que van cortando todo lo que a su paso se encuentra, con filos de corrupción, ambición y deseos de poder más que de justa solidaridad. Morales, lógicas y conciencias caen fácilmente ante don dinero en un espiral que tristemente no vislumbra un buen final. Todo esto y a pesar de las constantes advertencias de la propia naturaleza, de ecologistas y humanistas, que ya muy poco pueden hacer y a lo que solo les prestamos debida atención y real interés 78


cuando nos afecta de manera directa, personal, sin darnos cuenta de que antes que a nosotros este efecto ya desgració y desgracia día a día a millones de personas en el planeta. Y nosotros cegados por la inercia de la rutina; las ansias de una irracional superación material y profesional las cuales nunca terminan de satisfacernos, seguimos como robots ciegos y programados, por lo que nos muestra la televisión como “realidad”. Pensando de manera autómata en tener y tener, comprando y consumiendo, contaminando, olvidándonos de ser y crecer en lo que realmente somos. Seres de luz como lo fue Jesús. Seres que tan únicamente nos llevaremos lo aprendido en lo que a amor se refiere. No pensamos y no aprendemos lo que las drogas inherentes del materialismo y del consumismo causan en todo este enfermo mundo. Este nuestro único hogar terrenal. Se cuenta que Adán y Eva estuvieron en el Edén y nada les faltó, hasta que probaron la manzana y se condenó la humanidad, dice la Biblia analógicamente. En nuestra evolución, el progreso es una dulce fruta que el hombre no supo dosificar, ni armonizar todavía en su vida. Tal vez algún día aprenda y lo logre pero pienso que eso solo será cuando logre vencer antes al verdadero y único diablo real. El diablo del ego, la ambición y la ignorancia, antítesis del amor. Voy caminando, cruzando por el parque de Miraflores. Retornando al trabajo después de hacer unos trámites y de comprar mi pasaje aéreo. Veo a unos metros más adelante un heladero tocando su cornetilla. Se me antoja un helado y me detengo. Escojo uno de lúcuma y leche bañado en chocolate. Me siento un momento en una banca cercana. La brisa es grata, me desajusto la corbata, me remango las mangas y me doy unos minutos, mientras lo disfruto. De pronto, un pañuelo blanco aparece oportuno frente a mí, justo y salvador, ya que hace unos segundos el viento me estaba poniendo en apuros al acelerar el derretimiento del helado. Sujeté el pañuelo sin ver de que mano salvadora o de que atento y buen ciudadano se trataba. Seguidamente entonces al levantar la vista para agradecer tal acción me doy con la sorpresa que se trataba del mismo

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hombre mayor que anoche, casi atropellan por quedarse distraído viéndome mientras yo me alejaba en mi coche. Entonces, él viéndome de manera pacifica y amable, se sentó con calma mirándome a los ojos con detenimiento. Su rostro sereno, con una muy ligera sonrisa irradiaba paz. Este cálido señor cuya edad calculo rodeaba los setenta, vestía de manera muy sencilla pero limpia: camisa blanca de mangas cortas, pantalones

plomos

claros

perfectamente

planchados

y

zapatos

negros

esmeradamente lustrados. Su piel pecosa, dorada y añeja por el tiempo y el sol, lentes y cabeza cana, delgado y de mirada confiable. Quien entonces me saluda cortésmente, asintiendo su cabeza sin quitar su mirar de mis ojos con una mezcla de sorpresa y admiración como si me conociera, pero yo estoy seguro de no conocerlo. — ¿Tú puedes verlas, verdad? lo sé. No tengas miedo muchacho —dijo seguidamente muy calmo. Luego, se paró tocando mi rodilla como cuando un padre le da ánimos a uno y se fue caminando, dejándome perplejo. Al cabo de unos segundos reaccioné. Me puse de pie y apuré unos pasos hasta alcanzarlo. — Pero... ¿quién es usted? ¿Cómo lo sabe? — Mi nombre no importa mucho pero me puedes llamar Eleazar. Y sí, Dios y sus estrellas desean que nos volvamos a ver… así será, ya que el destino es una ruta divina invariable y eterna —dijo a manera de profesor el anciano sin detener su caminar. Entonces vibró mi celular, era mi jefe así que conseguí una tarjeta de mi billetera y se la di. Me detuve por la llamada pero sin dejar de ver su lento pero seguro caminar, intrigado. Las horas pasaron atareadas hasta que recibo un correo electrónico de Andrea, enviándome un tierno y travieso angelito con cuernos y cola de diablillo, el cual corretea una escurridiza conejita que corre coqueta a lo largo de la pantalla y debajo un texto enviándome saludos. Enseguida muy contento le contesto con un correo en el que le hago saber sobre mi viaje a Brasil, en donde permaneceré hasta el domingo.

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Entonces, luego mientras seguía trabajando me puse a pensar en ella. No era normal, en mi tonto prejuicio que una joven cristiana evangélica me envíe un correo electrónico de ese tipo. Uno con tan clara y doble connotación sexual. Además, recordé aquel insospechado beso y su atrevida caricia. Su actitud me encantaba, pero me sorprendía a la misma vez. Andrea era ya una mujer de poco más de veinticuatro años, una mujer que de alguna manera quería volver a dar y sentir ese amor y esa pasión que ya había sentido y probado antes. Sensaciones que vinculaban sentimientos de cariño y amor y que su madre le había inculcado a respetar de forma tan sabia, libre y amorosa, sin reprimir ni ocultar la intrínseca y propia naturaleza de nuestros cuerpos, enseñándole con su ejemplo lo que es amar y dar con responsabilidad y respeto tanto así misma como a su pareja, pero que luego ante la muerte de esta y posterior represión religiosa de su padre, había ella misma relegado, pero aún así latía en ella casi desbordante. Pienso que no se debe frenar el instinto natural de nuestra sexualidad. Aquella fuerza motivadora es demasiado poderosa como para intentar frenarla. El ser humano no puede ir en contra de su propia naturaleza, así nos creó Dios. Y el destino y las circunstancias determinan el final. Creo que se debe enseñar, no reprimir ya que toda represión termina en desborde. Estamos aquí para experimentar lo que es el amor. Y el sexo por su parte, debe disfrutarse de manera libre sin complejos ni tabúes. Debemos aprender que todo acto tiene una consecuencia, la cual a su medida debemos afrontar con responsabilidad, eso también es aprender a amar. Pienso que eso fue lo que Andrea aprendió de su madre entendiéndolo de manera madura e inteligente. Las emociones viajan mucho más rápido que las razones, somos seres emocionales. Espíritus emocionales habitando cuerpos básicamente sensibles e instintivos. Pensé entonces sin temor a equivocarme que tal vez su madre le había enseñado bien a no frenar ni maquillar sus emociones por miedo o represión y que más bien, se guíe de ellas y con ellas inteligentemente, tal y como seguro lo había hecho ella. Continúo trabajando hasta entrada la noche, la temperatura desciende, veo el marcador climático de mi pantalla, estamos en 22 grados centígrados. Aliviado me doy cuenta que ya casi termino por hoy. Me levanto entonces de la silla estirando

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mi cuerpo, me asomo por la ventana, esta es grande y de cuadros a lo horizontal, veo mi reflejo en ella, desajusto mi corbata y acomodo mi cabello. Una anciana a lo lejos llama mi atención. Se encuentra afuera a unos treinta metros abajo, caminando por la vereda. Su caminar es lento, se ayuda con un bastón. Va casi arrastrando los pies, llega al borde de la vereda y no se detiene. Baja esta, y continúa. Agudizo mi atención. Ella continua caminando dos tres pasos sobre la pista. Es una avenida y es hora punta, por lo que hay mucho tráfico, los coches corren por retornar lo más pronto a sus casas. Mi corazón se acelera. La anciana con la cabeza gacha continúa lenta y decididamente. Su frágil cuerpo entonces es golpeado bruscamente y sale volando por los aires cayendo varios metros más allá como un saco inerte y estropeado. Un claxon y un fuerte frenar se escucharon apenas segundos antes. Todo se paralizó en ese momento y desde el cuerpo desparramado en la pista salió un manto de luz que se perdió fugaz en los cielos. Aquella anciana mujer había buscado aparentemente su muerte. Minutos después llegó la policía y una ambulancia, acompañados de sirenas y circulinas. Y el lugar se rodeó de un tumulto de gente curiosa. Retrocedí y me senté en la silla con la mirada en el cielo asustado, pensativo.

<====> Suena el despertador. Abro los ojos y me estiro para apagarlo. Son las 06:30. Me quedo un rato más en cama deseando que algo suceda para no tener que levantarme tan temprano y tener que ir a trabajar. Más aún al haber pasado otra mala noche por la repentina imagen de llanto de la madre de Andrea en mis sueños. Entonces pienso fastidiad que mejor sería que un enorme meteoro caiga de improviso sobre la Tierra y que todos de una buena vez nos vayamos al cielo o a donde tengamos que ir. Pero luego reflexiono y vuelvo a pensar en Andrea y en que aún no quiero en realidad eso suceda, por lo menos aún no y que deseo permanecer aquí, disfrutar de ella, de sus labios, de amarla de todas las maneras

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posibles, Pero por sobre todo, en la ilusión de despertar algún día con ella aquí en mi cama. Eso me motiva mucho. Cada día que pasa la extraño más. Ya en mi escritorio, enciendo la computadora alegrándome al ver que tengo un correo de Andrea. Lo abro. Me dice que hoy jueves estará en su casa a partir de las diez de la noche y que le gustaría verme antes de mi viaje. Pensé que luego le enviaría un mensaje o que la visitaría sin confirmar a manera de sorpresa. Horas después de trabajar me doy un respiro al ver que entra mi jefe, el cual me entrega un cheque para los gastos de estadía del viaje, me da además una que otra indicación y sale veloz al ver pasar las caderas de Brenda. Los hombres somos cazadores por naturaleza, Dios y su divina planificación evolutiva, nos llevo a cazar para poder sobrevivir y dominar. Cazábamos y matábamos animales. Y las mujeres, hembras entonces, también eran como presas, las cuales pertenecían al más fuerte. La fuerza, luego la inteligencia y el poder se mantuvieron como bases jerárquicas de sobrevivencia desde antes que nos sostuviéramos en dos pies. Las caderas y los senos más grandes connotaban la mayor fertilidad y el mayor atractivo en las hembras. La mujer era solo una presa de satisfacción sexual; luego la madre de nuestra prole. El sexo no era un pecado; no era malo. Era una necesidad, un instinto natural y divino de procreación y de mantención de la especie. Lo mismo que en esencia sigue siendo hasta ahora. Adán y Eva luego aprendieron que se eran mutuamente necesarios, él la alimentaba y protegía y ella lo curaba. Entonces comenzaron a quererse, a valorarse, a respetarse. A amarse. El conocimiento del amor es un proceso, como todo en la naturaleza y en la vida. El espíritu, el cuerpo, la mente y su conciencia van evolucionando, buscando la perfección divina. El amor absoluto y real.

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Capítulo 5 “un maestro y su voz… sosiego”. Continúo trabajando. Quiero terminar rápido e ir ver a Andrea, tranquilo y sin presiones. Librarme de todo este trabajo para poder así dedicarle toda mi atención especialmente a ella. Un reflejo llama mi atención, procede de afuera, en donde el sol de medio día intensifica el calor. El reflejo proviene de abajo, desde una moneda olvidada en la acera. Entonces, veo con sorpresa y agrado que muy cerca de esta, se encuentra Eleazar quien está pagando por una bebida cerca de la esquina. Me levanto rápidamente y salgo de la oficina, tomando las gradas más próximas, las cuales voy bajando a pesar del escalofrío que siento siempre al ver los escalones hacia abajo. — ¡Eleazar! — dije en voz alta estando ya casi en la vereda, metros antes de llegar a él. — ¡Hola, hijo! —me dijo amigablemente al verme ya a su lado—.

Sabía que

volvería a verte muchacho, ¿trabajas por aquí? —preguntó. —Sí, aquí — sonreí— justo allá arriba —le dije señalando las ventanas de mi oficina. Él las vio y luego, tomó un gran trago del agua natural que había comprado. — ¡Qué calor! ¿Eh? —me dijo—. Si gustas me acompañas. Voy al parque un momento a descansar mis huesos y a esperar que llegue mi hora del almuerzo. Y empezó a caminar, yo lo acompañé, cruzamos la pista y nos sentamos en una banca bajo la sombra de un árbol. — El amor de uno y el que da uno, son ambos como uno mismo —dijo Eleazar limpiando sus gafas—. No todos tenemos la misma capacidad de amar. El amor es algo que se aprende y veo en tus ojos que estás enamorado. Debes tener presente que estar enamorado no es lo mismo que amar. El estar enamorado, el enamoramiento es algo pasajero, temporal. El amor por el contrario, es algo que puede llegar a ser eterno. Es la sutil esencia y energía que mueve al mundo. Se te ha dado un don, un don que ya estaba en ti desde antes de que nacieras. Debes aprender a usarlo con amor y por amor. 84


Eleazar cayó. — Pero y usted… ¿cómo lo sabe? — pregunté sorprendido y ansioso. — No importa mucho el cómo lo sé pero si saberlo te hace sentir mejor pues te diré que hace unas semanas atrás que te veo en mis sueños. Así es como lo sé. ¿Más tranquilo ahora? —respondió. — No, la verdad no sé qué pensar. Usted se aparece de la nada en mi vida, dice que sabe acerca de lo que veo a través de sus sueños y yo desconozco todo absolutamente de usted —dije con calma pero con algo de angustia, anhelante de respuestas. — Te entiendo. Ya irás conociendo más de mí, si es que tú así lo deseas. Ten calma y paciencia. Deja todo al destino, a las circunstancias, a Dios —dijo dándome una amistosa palmada en el hombro—. No tengas miedo. Eres tú y solamente tú quien decidirá al final. Se te ha dado un trabajito adicional de tipo espiritual, el cual tú decidirás si lo tomas o lo dejas —dijo mirando al cielo—. O… si lo tomas a tiempo completo o como una especie de hobby en tu vida. Recuerda que eres un ser libre, un espíritu libre y que como todo en la vida si no lo usas pues se desvanece. Deja entonces que tu corazón te guíe y no te preocupes más muchacho. Sus palabras me llenaron de mucha tranquilidad e indagué sobre él. — Bueno y ¿quién es usted, de dónde viene? —pregunté otra vez. Él sonrío. — Calma pareces policía. Sé que hay muchas preguntas naciendo y otras dando vueltas en tu cabeza, pero te repito, tómalo con calma. Ten paciencia pero… a ver, mi nombre es Eleazar, como ya sabes. Soy un abuelo ya el cual de joven y por ser el primer hijo varón, fui encomendado a ser sacerdote católico debido a una antigua tradición familiar, encargo que aceptara con gusto. Luego, mi vocación y el destino me llevaron al Tíbet en donde estudié por varios años más, de eso ya hace como veinte años. Ahora soy un anciano al que le gustan las pastas, el vino y el ceviche bien picante. Apropósito de ceviches, yo almuerzo por aquí cerca, si gustas me acompañas, caminando llegamos, ¿qué dices? —preguntó animado después de ver la hora en su reloj. Miré el mío, marcaba poco más del medio día, así que acepté. El tomó otro trago de agua y comenzamos a caminar junto al parque. 85


— ¿Es usted un sacerdote católico? —pregunté. — En mi vida estudié a muchas religiones, me fascinaba ese tema. Entonces, me di cuenta que todas las creencias y religiones del mundo son y vienen en esencia de lo mismo. Todas son guías de amor, puertas hacia un mismo y hacia un único Dios. Así que no tengo una religión en particular, aprendí de todas que hay un Dios subyacente sobre todas ellas, un Dios de amor, el cual tiene diferentes maneras de comunicarse con todos nosotros, con toda la humanidad —respondió. — Pero usted, ¿concurre, va a alguna iglesia, reza, ora? —pregunté. — Voy a la que se encuentre más cerca del lugar y momento en el que me encuentre. Recuerda que Dios está en todas partes. Jesús dijo: “Corta un trozo de madera y allí estaré. Levanta una piedra y allí me encontrarás. Soy Jesús y estoy dentro de ti y a tu alrededor”. Y claro que rezo. El orar y meditar siempre son buenas acciones para el alma y el espíritu. El entrar en contacto con Dios, darle un tiempo en exclusividad a Él diariamente es bueno... hay que ser agradecidos siempre —respondió. — ¿Entonces, usted cree que Jesús es Dios, como dice en la Biblia? —pregunté muy interesado en su respuesta. — Sí, Jesús es un profeta de Dios. Dios mismo hecho hombre, así como también lo fue Krishna y hasta tal vez Akenatón en el antiguo Egipto. Dios se hace hombre, encarna cuando Él lo ve necesario para enseñarnos lo que es el amor, se pone como guía y ejemplo, como faro divino, para ayudarnos a conectarnos espiritualmente con Él. Y es que somos como espíritus errantes tanteando a ciegas desde nuestro corazón buscando su amor, del cual nosotros mismos nos alejamos por el velo del ego y del mundo mismo que nosotros hemos creado. Sus respuestas eran claras y su punto de vista muy interesante para mí, puesto que coincidía con el mío en gran parte. Entonces, llegamos al restaurante. — Pero, a mí también me gustaría saber más de ti —dijo él—. Cuéntame ¿de quién estás enamorado? Se te nota a kilómetros y lo veo en tus ojos. — Se nota ¿eh? —contesté algo complicado—. Bueno, es una chica muy linda y que además me hace sentir algo que nunca había sentido antes, algo muy especial.

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Además, cada que la veo…todo mi ser y no solo mi cuerpo, se emociona mucho. No sé cómo explicarlo —dije sonriente, sintiendo que podía confiar en él. — ¿Cómo se llama la bambina? —preguntó. — Vaya, qué extraño que me pregunte por su nombre cuando por el mío nunca lo hizo —dije en cordial tono de reclamo. —No seas quisquilloso muchacho, recuerda que más que estar hablando contigo, lo estoy haciendo con tu espíritu, tu yo verdadero, el eterno. Además, esperaba que tú me lo dijeras. Recuerda también que las personas, los nombres son algo temporal y pasajero. Tu esencia es la que importa Marcelo –respondió. Él ya sabía mi nombre., supuse que por la tarjeta. Llega el mozo y pedimos el menú del día. — Bueno y ya que usted sabe hasta mi nombre sin que yo se lo haya dicho… ¿Qué más sabe de mí? —pregunté indagante. — No todo. No te asustes, solo detalles que llegan a mí en sueños pero nada íntimo no te preocupes —sonrió. — Vive usted cerca supongo —comenté en tono de pregunta —Sí —respondió él—, a unas cinco cuadras. Medito en las mañanas, muy temprano y por las noches viendo el mar. Me gusta el mucho el mar y ver su grandeza. Tú también meditas verdad, se nota en tu mirada —dijo. —Bueno sí, supongo que a mi manera lo hago —le respondí. Entonces, llegó el menú. — Usted dice que esto, mi extraño y nuevo don, lo tengo desde antes de nacer, pero ¿cómo es eso? Yo recién puedo ver estas luces, estos espíritus después de haber tenido un accidente. — El accidente lo activó pero tu espíritu ya estaba destinado a eso. Recuerda que todo lo que sucede es por algo y para algo. Absolutamente todo —dijo cortando la presa de su plato con cuidado. — Si todo ya está escrito y predeterminado, no somos libres en realidad ¿no cree? —pregunté.

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— Claro que sí. Tú bien puedes dejar ese don de lado y dejar que la propia naturaleza de tu cuerpo y el tiempo lo vayan eliminando o bien hubieras podido decidir el no estar aquí ahora conmigo —respondió. — Todos los seres humanos somos totalmente libres, es por eso que el mundo está como está. Todos tenemos la libertad de acercarnos o de alejarnos de nuestra verdadera naturaleza espiritual, es decir, de Dios. El cuerpo físico es un canal por el cual el espíritu se manifiesta al mundo material experimentándolo y aprendiendo, pero ese mismo cuerpo es también un canal por el que el mundo físico lo condiciona siempre que este se deje dominar por él. El destino y tus propias decisiones, es decir, tu libre albedrío, son los condicionantes de tu propia vida. Tu espíritu viene ya con un propósito, una tarea, un objetivo ya determinado por tu verdadero “yo”, tu espíritu con la aprobación y consentimiento de Dios, pero tu “yo” terrenal, tu “yo” temporal condiciona ese propósito a causa de su entorno, sus sensaciones, deseos y ambiciones terrenales. Es por eso que nuestra vida es una constante lucha interna en la que las circunstancias y esas propias y libres decisiones inclinan la balanza hacia uno u otro lado de tu avance espiritual. Lo importante entonces es llegar a conocerte a ti mismo, aprender a escuchar lo que nace de tu corazón para poder tomar las decisiones correctas y poder así cumplir con tu propósito espiritual y verdadero en esta vida –dijo él. — ¿Entonces, mi propósito está vinculado a esta sinestesia de tipo espiritual? — dije. — Pues hijo, yo estoy seguro de que sí, porque ese don tuyo es el que me ha puesto en tu camino y a ti en el mío. Recuerda que yo no te busqué pero te esperaba y tú no me esperabas pero me hallaste.

Nuestras decisiones y tu

propósito se armonizaron con el cosmos de Dios poniéndonos aquí y ahora en este lugar. — ¿Pero qué se supone que tengo que hacer con este don, y por qué yo?— pregunté muy intrigado. — Muchacho, no te preocupes por eso. No seas impaciente, deja que las cosas se den. Tú solo sigue tus instintos y decide en base a lo que tu corazón te indica. Poco a poco te irás dando cuenta y el propio destino irá manifestándose en tu diario vivir y decidirás. 88


— ¿Pero, por qué yo? Es decir, hay muchas personas más espirituales, más santas o idóneas para esto. Yo soy un cualquiera que no está seguro ni de lo que cree — dije algo angustiado, criticándome a mi mismo sin sentido. — Recuerda hijo que somos espíritus; espíritus que traen desde antes de nacer en carne, un propósito. Tu “yo” verdadero es decir, tu espíritu, eligió ese propósito con el consentimiento divino, todos tenemos uno, hasta el simple hecho de llenar un tanque de gasolina o de remendar zapatos son actos que se relacionan con tu crecimiento espiritual. Recuerda que todas las acciones son parte de un todo y que todas son igualmente importantes, ya que sin una no se podría accionar la otra. Por tanto, nadie es mejor que nadie, todos somos iguales ante los ojos de Dios. Todos somos espíritus, seres de luz, somos parte de Él. Todos estamos aquí aprendiendo lo que nos toca aprender y experimentando lo que nos toca experimentar. Todo es un proceso. Nunca te menosprecies ni te compares ya que todos en esencia somos lo mismo. A Dios lo que le importa es lo que hay en tu corazón mas no en tus bolsillos. Las posesiones son temporales: hoy tendrás, mañana no. Dios no te da lo que tú quieres, si no lo que tú necesitas… lo que necesitas para crecer en espíritu. Tampoco te compares con nadie, ni hagas comparaciones de otros. La comparación lleva únicamente a dos caminos: el camino vano del orgullo o el camino sombrío de la envidia. Ambos caminos son opuestos al amor y nos alejan, por tanto, de nuestro crecimiento espiritual. Así que no te creas ni más ni menos que nadie ya que lo que tienes y eres materialmente es porque así te lo permitió Dios. Y eso de alguna manera sirve y es utilizado por Él, para el propósito de todos. Hasta lo aparentemente malo es también utilizado por Dios para el bien ya que si no existiera la persona mala y el mal, no existiría la persona buena y el bien. Después de cada uno de sus conceptos, yo me quedaba pensando, meditando en lo que decía.

Eleazar siempre respondía tranquilo y sonriente. Me inspiraba

confianza, confianza nunca antes sentida siendo adulto. Luego, terminamos de comer. El calor había disminuido ligeramente y una brisa fresca ingresaba al lugar. Entonces, nos levantamos de la mesa, pagamos el menú y salimos. 89


— Yo voy para arriba —me dijo estando en la puerta. —A tomar una siesta en mi casa, siempre lo hago después de almorzar. Yo vi mi reloj. Tenía que volver al trabajo y en dirección contraria. — Me gustaría volver a verlo —le dije con mucho interés. — Bueno, cuando tú quieras. Ya sabes que vivo por aquí —tomó un papelito y apuntó su dirección y teléfono, el cual me entregó cortésmente. Yo lo recibí con agrado. — Pues mañana estoy saliendo de Lima rumbo a Río, Brasil —dije—. ¿Podría ser entonces que nos veamos el lunes? —pregunté. — Sí, por qué no. ¿Qué te parece aquí en este mismo restaurante a las mismas horas? Así, almorzamos y charlamos. Nos despedimos entonces con un sincero apretón de manos, mirándonos a los ojos y con una sonrisa mutua. Luego, caminé rumbo al trabajo más tranquilo, pensando en que ese hombre era alguien en el que sí se podía confiar y recordé algo que leí una vez: “El maestro llega cuando lo necesitas, sin necesidad de buscarlo, porque

el destino sabe cuándo ya es bueno para el espíritu”.

<====> “Liberando penas, desatando cadenas”. Un zancudo se deleita con mi sangre, posado en mi brazo. Lo siento, lo veo y lo mato. Son casi las seis y ya terminé. El trabajo está por fin al día, siento un gran alivio y ganas de hacer algo para relajarme. Algo así como el tomarme un par de cervecitas bien heladitas con alguien. Recordé entonces que Andrea quería verme esta noche. Yo también tenía muchísimas ganas de volver a verla. Entusiasmado, salí de la oficina pero enseguida algo me abrumó, puesto que estando ya en el coche caí en cuenta de que al ir a su casa no la vería solo a ella sino que también rondaría en mi mente la

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presencia de su madre y cómo ayudarla. Su pena y dolor estarían allí arriba constantemente. Encendí mi coche y decidí ir a ver a Eleazar a su casa y pedirle algún consejo, contarle sobre ello. Esto tenía que solucionarlo y aunque no sabía cómo, algo me decía que él podría ayudarme de alguna manera. Era una casa sencilla y pequeña. Una puerta antigua adornada a su lado por un farolillo colonial en vitrales rojos y verdes, lo recibía a uno. Bajo del coche, camino y toco su timbre. Me siento algo inquieto ya que tal vez ya sea su hora de dormir y no me gusta incomodar a nadie. Segundos después oigo unos pasos lentos acercarse a la puerta. — ¿Quién es?

—dice alguien desde adentro. Luego, se abre una puertita con

precaución. — ¡Muchacho, eres tú! ¿Qué sucede? Pasa, adelante. Dice Eleazar algo sorprendido. — Disculpe, Eleazar —dije ingresando—, pero estoy yendo a casa de Andrea, mi enamorada y necesito… no sé si pudiera contarle algo antes de ir… Me recibió una salita pequeña, adornada por huacos de las diferentes culturas preincaicas, así como fotos en blanco y negro y a color de él en distintas partes del mundo. Todo en un estilo rústico, algo bohemio y muy acogedor. Al fondo se veía lo que parecía su cuarto apenas alumbrado por la luz de un televisor. — A ver, siéntate —dijo él— y cuéntame qué te preocupa. — Como usted sabe, mañana me voy a Brasil y hoy, después de casi una semana, voy a volver a ver a Andrea. Lo que sucede es que su madre, ya fallecida, está presente en su casa. Yo la vi llorando tristemente la primera y única vez que fui a verla. Andrea no sabe que su madre está allí sufriendo y yo siento la necesidad de hacer algo, de ayudar a su madre. Pero… no sé cómo, no sé qué hacer —dije contrariado. — Bueno hijo, me gustaría ir y ayudarte como tú lo esperas pero esto es algo que debes hacer tú solo, y yo sé que lo puedes hacer —dijo calmado como siempre—. Ella, su madre no te hará ningún daño, lo sé. Confía en mí. Preséntate sin miedo, demuéstrale que estás allí para ayudarla, demuéstrale confianza y seguridad. Tan

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solo escúchala y responde si ella en algún momento te lo pide. Demuéstrale siempre confianza mirándola a los ojos sin temor. — Pero… ¿y Andrea? —pregunté—. ¿Le cuento, le digo lo que sucede y lo que voy a hacer o qué? — Díselo si crees que eso ayudará. Agudiza tus sentidos y trata de percibir el estado anímico real de ella, de Andrea. Si ves que está deprimida o algo molesta, negativa, pues tal vez no sea un buen momento. Yo no la conozco, pero tú que la conoces mejor puedes saber qué es lo más conveniente. Recuerda lo que te dije antes: sigue y decide con el corazón, no fuerces nada y deja que todo fluya naturalmente. Lo que es, será —Eleazar se paró. — Yo desde aquí te ayudaré. Esa mujer debe retornar a donde debería estar, tú puedes ayudarla. Escúchala y entérate de la causa que la mantiene aquí. Sé que puedes ayudarla. No tengas miedo y permítele retornar hacia Dios y que su espíritu continúe su camino. Ve. Así, salí de su casa, subí a mi coche y arranqué con rumbo a casa de Andrea. Varias cuadras, luces, semáforos, luego mi casa, algo de comer, un refrescante baño, luego más pistas, más pensares y ansiedades, un grifo y una compra, una cerveza personal, hasta que llegué a su casa. Afuera, el gran sauce debajo del cual estacioné mi coche, dentro, una luz en el segundo piso. Era su cuarto. Apagué el motor quedándome allí observando, meditando por un momento, viendo las ventanas iluminadas del cuarto de Andrea y junto a estas las del cuarto de su madre en oscuridad. Me pregunté entonces en dónde dormiría su padre, si dormía en ese cuarto o tal vez en otro. Sé de gente que deja el cuarto de la persona fallecida tal y como lo dejó. Intacto, manteniéndolo así por respeto y recuerdo de lo especial que fue esa persona en vida. Me bajé del auto y caminé hacia la puerta. Luego, me detuve apoyándome en mi coche y tomé mi celular, pensé que enviarle un mensaje de texto a Andrea antes de tocar la puerta sería una buena idea, así ella misma me abriría en caso de que su padre esté también. Además, eran las más de las diez: “Hola Andrea, estoy aquí

abajo”, decía el mensaje, el cual envié enseguida. Me apoyé en el coche y esperé. Casi al instante, Andrea se asomó por su ventana, hizo a un lado la tela de la cortina que la cubría y alzó su mano saludándome. Después de unos segundos, 92


abrió la puerta y caminó hacia mí con las manos en los bolsillos. Estaba hermosa, traía puestos sus jeans ajustaditos así como una blusita muy casual y veraniega, el cabello amarrado en cola y descalza. — Hola —me dijo algo seria pero tierna—. Pensé que no vendrías. Luego, me dio un beso en la mejilla manteniendo sus manos en los bolsillos y se quedó de pie algo distante. — Bueno sí, disculpa que no te llamara o confirmara que venía… y es que no sabía si terminaría todo lo que tenía de trabajo. Quiero viajar tranquilo y sin temas pendientes —le dije viéndola con la ilusión en el cielo—. Estás muy linda. Te extrañé, pensé que ya no querías verme. — Pensé lo mismo, pero ya ves… aquí estamos, tú y yo —ella repuso—. ¿De veras me extrañaste? —preguntó algo seria. La sentía algo distante. Sabía que la última vez que nos vimos se dieron muchas cosas de las cuales desconocía su actual posición y sentir. — Sí Andrea, te extrañé ¿Cómo no hacerlo? —le dije. —Quiero que sepas que lo de esa noche… pues… no es que una ande besándome con cada chico que me agrade —repuso—. No sé…qué me paso y no deseo que pienses mal de mí. Soy consciente de lo que hice… Entonces la interrumpí apagando las palabras que salían de su boquita con las yemas de mis dedos. — Ratoncita… no pienso nada malo de ti, muy por el contrario, me agradas muchísimo. Y me encantó lo que pasó —le dije y seguidamente acaricié una de sus mejillas y la besé en la frente. Ella se mostró entonces menos embrollada. — Mira disculpa que no te haga pasar —me dijo—. No es porque quiera darte alguna señal ni nada de eso, lo que pasa es que mi padre tiene el sueño muy ligero y no quiero despertarlo, le es muy difícil llegar a dormir. — No te preocupes. Aquí además está más fresco —le respondí acomodándole su cabello sobre su oreja ya que este le cubría su rostro. Sentía muchas ganas de abrazarla y besarla, quería decirle que la quería pero antes debía resolver lo de su madre.

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— Andrea —dije—. Hay algo que quiero decirte sobre lo que siento por ti... pero antes hay algo que debo contarte, se trata de algo, digamos que más urgente, algo complicado. Ella levantó la vista mirándome seria y con mucha curiosidad. — ¿Qué es, de qué se trata? —preguntó. — Sé que quieres mucho a tu papá pero… hay otra persona en tu casa que te ama aparte de tu padre — le dije dándole una introducción al tema. Ella liberó sus manos, su mirada se clavó con sorpresa en la mía. — ¿De qué hablas, a quién te refieres? Sé claro Marcelo, por favor —dijo con preocupación y recelo casi atinando a lo que me refería — Andrea te quiero y mucho pero se trata de tu madre. Ella necesi… — ¿Mi madre? —acentuó en tono álgido, aclarativo, cortando mí hablar—. Mi madre falleció, se fue, ¿a qué viene ese tema? —su rostro se llenó de aflicción y de lágrimas. Andrea sospechó enseguida de qué se trataba mi preocupación y lo que implicaba entonces. — Tu madre te necesita, está allá arriba en un cuarto. Yo la vi el otro día que estuve en tu casa –dije esto señalando el cuarto donde vi a su madre. Enseguida se puso pálida a tal punto que tuve que cogerla al ver que su cuerpo se iba

para

abajo,

sus

piernas

se

doblaban,

entrando

casi

en

desmayo.

Afortunadamente de inmediato se recobró pero comenzó a llorar en voz baja, tomándose de la boca y con la mirada hacia arriba, hacia el cuarto oscuro, junto al suyo. La abracé, su llanto era silente pero intenso, contenido entre sus manos y con su mirar fijo en esa ventana. — Andrea —le dije—, ten calma, déjame subir y hablar con ella. Todo estará bien. Ella, tu madre, está allí por algo. Déjame saber qué desea, qué la retiene aquí, permíteme ayudarla. Fueron mis palabras, firmes pero calmas. Ella sollozaba sobre mi hombro. Se quedó inmóvil por varios segundos, su cuerpo temblaba sin dejar ni por un segundo de mirar hacia esa ventana. Luego, se limpió las lágrimas, sacó un llavero de sus bolsillos dándomelo sin decir palabra. Lo tomé, le di un beso en la frente y caminé lento hacia la casa. 94


Su padre tenía el sueño muy ligero y yo no deseaba complicar las cosas. Tenía que ser muy cauto y silencioso. Además, desconocía si su padre dormía también en aquel cuarto, pero algo me decía que no. Tampoco sabía si la casa tenía alarma o no, pero igual procedí intentando con una de las llaves, la cual afortunadamente ingresó suavemente. Fue entonces que antes de dar el giro a la llave me acordé del pequeño perrito y me detuve. Volteé tratando de ubicar a Andrea. Ella me vio y se acercó tomando conciencia de mi necesidad de ayuda. Caminó hacia mí, secándose las lágrimas, dejando yo entonces que ella abriera. La puerta se abrió unos centímetros, se agachó y llamó suavemente a su perrito, lo tomó entre sus brazos y lo cargó evitando así que ladrara. Seguidamente, ella ingresó por delante dándome una mano para guiarme en la oscuridad hacia la sala, prendió una lámpara y se sentó sin dejar de abrazar a su perrito, quedándose allí, mirando hacia la escalera como indicándome el camino y diciéndome con la mirada: “Yo me quedo aquí”. Me quité los zapatos y subí lentamente. La luz de la lámpara era tenue pero me permitía ver lo suficiente. Entonces, el silencio como buen compañero me acompañaba en cada escalón hasta que llegué a la puerta de aquella habitación, la cual estaba cerrada como lo esperaba. Asumí que su padre dormía en otra ya que Andrea no me advirtió lo contrario. Entonces, me detuve y recordé todo lo dicho por Eleazar, definitivamente sentí entonces una mística conexión con él. Respiré profundo, tomando ya la perilla de la puerta. Andrea había guardado su mascota y estaba ahora detrás, sujeta al barandal de la escalera y me observaba muy callada y atenta. Sentía algo de temor puesto que realmente desconocía lo que podría suceder, giré la perilla y abrí despacio aquella puerta. Su madre, el espíritu de su madre estaba allí sentado al borde de la cama iluminando todo ese cuarto, tal cual lo vi esa primera vez. Lloraba en silencio, cubriéndose el rostro. Ingresé y cerré tras de mí la puerta. Era muy conmovedor verla allí, llena de llanto y tristeza tal y como la había visto en mis sueños. Mucho frío y pena se respiraban. Caminé entonces hacia ella

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acercándome en cada paso a una incierta e inquietante situación. Podía sentir mi corazón acelerarse a cada segundo. — Señora Del Solar —le dije entonces, casi susurrando, al estar frente a ella. Su rostro se dejó ver por entre sus manos y su mirada aún más sorprendida que la mía se mostró temerosa y confundida pero enseguida en unos grandes ojos celestes, una luz de esperanza se encendió. Alguien por fin, podía verla. Sentirla después de casi cinco años de la más absoluta y total incomunicación. Su triste presencia había pasado inadvertida en todo ese tiempo. Miles de llantos y hasta gritos desesperados, ignorados, pisados tras el tiempo. Años rondando por su casa, tras su hija y su esposo sin que pudieran percibir su pena, ni su angustiosa presencia. Entonces, ella trató de cogerme de las manos, de unir su presencia a la mía buscando consuelo pero su esencia física era muy débil. Aún así pude sentir en su frío tacto, su angustia y su dolor. — ¡Calma! —le dije—. Soy Marcelo, amigo de su hija y yo sí puedo verla y oírla. Dígame ¿Por qué está aquí? ¿Qué es lo que desea? Permítame ayudarla. —En calma y un esperanzador alivio fueron dibujándose en su rostro. — ¡Puedes oírme! ¡Tú sí puedes oírme! —dijo emocionada, casi sin creérselo, abriendo sus sufrientes ojos todavía más con ilusión y asombro, sin dejar de intentar coger mis manos. — Sí señora, puedo oírla —le repetí calmo. — ¡Ay, gracias Dios! —dijo llorando y cayendo de rodillas—. Por fin me enviaste un ángel para ayudarme. Gracias, gracias, mi Dios —repitió varias veces. Entonces me agaché tratando de levantarla, pero mis brazos traspasaban su luminoso cuerpo celeste, sin poder asirla a mis manos. Decidí por tanto mantenerme a su lado de cuclillas, esperando lo que tenga que decir. — Tengo que hablar con Andrea y con su padre pero sobre todo con Andrea. Yo he vuelto, estoy aquí por ella. Ella está muy confundida y yo quiero, necesito que sepa la verdad, para que ella pueda seguir con su vida sin ese rencor, sin esa duda que enturbia su corazón. La he visto llorar tanto y por tantos años. Yo he llorado a su lado sintiendo su pena, su confusión. Ella es una niña muy fuerte pero no se merece vivir así, con esa duda tan inmensa en su corazón. No puedo dejar que aquello tarde o temprano se convierta en amargura y que contamine su corazón 96


apartándola del amor de Dios. ¡Ayúdame hijo, por favor! — dijo suplicando. Luego, se elevó, cruzó la cama hacia el ropero, donde se detuvo— ¡Ábrelo, ábrelo, por favor! —dijo señalándolo ansiosa. Caminé hacia él y lo abrí—. Busca, busca un saco guinda. Allí debe estar. — Encendí la luz del ropero, viendo que sí, efectivamente, un saco guinda colgaba al lado de otros vestidos y trajes. Lo saqué. — ¿Este? —pregunté. — ¡Sí!, ¡sí!, ese, ese corazón—dijo con cariño—. Busca en él, en el bolsillo derecho interior, busca, busca —aún más ansiosa. Supuse entonces, mientras buscaba, que aquel saco guinda fue el que uso aquel marchito día pero no encontré nada, buscaba por todos los bolsillos y nada. —No hay nada—le dije mirándola. Ver su rostro luminado era conmovedor. —Tiene que estar allí. Busca bien, por favor—dijo desesperándose y tratando inútilmente de ayudarme pero sus lumínicas manos se desintegraban en cada intento—. En el derecho tiene que estar, en el derecho. Yo recuerdo claramente haberlo metido allí —dijo desesperada—. Tiene que estar allí. ¿Por qué no está? — Se sentó del lado de la cama y se puso a llorar. Supongo que ella pensó entonces lo mismo que yo: que si algo había estado allí pues tal vez se cayó y se perdió en el accidente. Noté entonces al insistir en mi búsqueda que en el forro de dicho bolsillo me dejaba sentir al tacto un agujero. Metí mi mano por esa rotura y sentí la textura de un papel al fondo. Lo saqué mirándolo. Era un papel doblado en cuatro partes. — Aquí hay algo —le dije. Ella levantó la vista. — ¡Ese! ¡Ese! ¡Ese es! lo encontraste —dijo emocionada—. Te adoro corazón. Míralo, es un recibo. Con él y con tu ayuda todo podrá aclararse y volvió a calmarse. De pronto se abrió la puerta. Era Andrea quien estando tras la puerta, había escuchado mi voz y decidió entrar al escucharme decir: “No hay nada”. En referencia anterior a el papel que acababa de hallar. — ¡Andrea! —dijimos su madre y yo al verla entrar. — Hola —dijo tímida y preocupada—. Mi padre se ha despertado. Está en el baño y como yo te escuché decir que no había nada, entré. —Cierra, entonces —le dije ayudándole a cerrar la puerta algo preocupado. Temiendo perder el control de la situación. 97


Solamente la luz del armario nos alumbraba, el cual cerré casi en su totalidad, para que esta no nos delatara al filtrarse por debajo de la puerta del cuarto. — ¿Qué haces con ese saco? —dijo con sorpresa al verlo en mis manos—. ¿Y ese papel, qué es? —preguntó de inmediato, intrigada. Su emoción y curiosidad la hicieron olvidarse de mantener silencio. — Silencio, Andrea. No deseo que tu padre nos oiga —le dije poniendo mis dedos sobre sus labios. Su madre tan solo la miraba con lágrimas en los ojos, pero esta vez, esperanzadamente. —Ese saco, ese saco es el que usó mi madre el día de su accidente—señaló. — Si, lo sé Andrea —nos comunicábamos a través de susurros. Andrea no sabía que su madre estaba allí junto a mí viéndola con nostalgia y adoración. — ¿Pero, cómo lo sabías, y qué es ese papel? —preguntó. — Ábrelo corazón, enséñaselo dile… — su madre entonces intervino. Yo la interrumpí indicándole con mi mano que espere, quería mantener el control. No quería asustar a Andrea pero también quería tranquilizar las ansias de su madre. Me encontraba entre las dos, entre la sorpresa curiosa de una hija y la emoción de su madre. — Andrea —le dije mirándola—, este es el cuarto de tu madre. Ella, tu madre, me dijo que buscara este documento en este saco. — Entonces, en su rostro la curiosidad y la intriga fueron dando paso a una mezcla de felicidad y miedo. Sentimientos mezclados también con todavía más sorpresa. — ¿Mi madre…ella te lo dijo en tus sueños o cuando? —dijo, preguntando algo que ya sabía que ya presentía, pero que le era muy difícil de creer. — No Andrea, ahora, ahora tu madre está aquí, detrás de mí viéndote y escuchando todo lo que dices —le respondí calmado. Andrea se resistía a aceptarlo. — Pero… te oí decir que no estaba —dijo quebrándosele la voz y mirando por encima de mis hombros y por los lados como tratando de ubicarla, de verla. — Me refería a este papelito… —enseguida le aclaré—. Andrea, tu madre está aquí. Tú no puedes verla, pero ella sí a ti. Ella desea que tú sepas la verdad y aparentemente este papel puede ayudar a aclarar todo.

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Andrea cogió el papel. Su raciocinio trataba de evitar y contener la inmensa ola de emociones que estaba asomándose y creciendo en su corazón. — Dile que la amo —dijo su madre tranquila y serena—, y dile que espero me perdone por haberle descolorido en la lavadora su remera preferida de Snoopy, ella sabrá de lo que hablo. También dile que su hermano Miguel, su piojito, extraña ver con ella los cartoons. —Entonces complací a su madre diciéndole a su hija todo aquello. Andrea dejó caer el papel y se puso a llorar. Lágrimas que brotaron deslizándose por sus mejillas. Después, tomó el saco y lo apretó fuertemente contra su pecho, sus ojos se clavaron en los míos como advirtiéndome que no perdonaría una broma así, si lo fuera, quedándose en silencio otra vez. — Ten calma —le dije—. Dejemos que tu madre nos diga lo que tenga que decir. —Seguidamente los tres nos sentamos sobre el borde de la cama frente a las puertas del closet. Andrea, su madre y yo, esta última lloraba tanto o más que su hija. Recogí entonces el papel y lo desdoblé, se trataba de un recibo. Corrí un tanto la puerta del ropero para poder leerlo. Aquel documento hacía mención a la recepción de un donativo de 10,000 dólares americanos para la iglesia. — Princesa —enseguida su madre comenzó a hablar—, yo nunca te haría daño, eres lo que más quiero, desde que te tuve en mi vientre supe que serías lo más importante en mi vida. —Su madre hablaba con la voz entrecortada, sin ver el llanto de su hija, para poder continuar y resignada además ya que sabía que su hija no podía verla. Así, comencé a trasladar a Andrea todo lo que ella decía—. Tú y tu hermanito quien está allá arriba esperándome, son los dos más bellos regalos que Dios me ha dado; lamentablemente aquel inesperado suceso nos separó de ti y de tu padre, a quien también amo y amaré y a quien nunca le fui infiel. Nunca hija—recalcó algo más calmada—. Aquel día, recibí aquí en casa una llamada desde Miami. Se me dijo que un viejo y buen amigo de tu padre traía un donativo para la iglesia y que teníamos que ir a recogerlo al aeropuerto de inmediato y que este señor, solo estaría por una o dos horas en Lima, esperando el transbordo de avión ya que estaba de paso rumbo a Argentina. Tu padre estaba de viaje, así que yo tuve que ir al encuentro.

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Este señor estaba esperándome en el café del aeropuerto, tomándose y degustando una copa de vino peruano del cual sí, tomé un trago a su pedido, por educación y en agradecimiento a su amable y generoso favor. Eso fue todo, luego camino a tu graduación el coche automático de tu padre se apagó de improviso. El timón y el freno se pusieron durísimos para mí y no pude evitar el choque. Andrea, después de escuchar atentamente lo narrado, tomó el papel de mis manos, lo dobló de vuelta en cuatro sin decir palabra. — Te amo, mamá —dijo luego con los ojos remojados de lágrimas mirando hacia ese papel—. Te extraño demasiado, te necesito, quisiera abrazarte ahora mismo. —Su madre se echó a llorar nuevamente—. No puedo verte, mami. Quisiera poder hacerlo, quisiera besarte y sentirme en tus brazos. Perdóname por haber llegado a dudar en algún momento, pero nunca dudé de tu amor. —Su madre se elevó posándose frente a ella con el rostro lleno de paz y tristeza y luego, la besó en la frente. — Está frente a ti —le dije—, te acaba de dar un beso en la frente y ahora trata de secarte las lágrimas de tus mejillas. —Andrea sonrió emocionada sollozando. Entonces, algo me motivó a ofrecerle una mano a su madre, la cual casi llegó a sujetar y luego, le brindé mi otra mano a Andrea. — Concéntrense. Andrea concéntrate en tu madre —dije intentando algo que me nació hacer en ese instante desde el corazón y cerré los ojos. — ¡Oh, Dios! —dijo Andrea—. Puedo... ¡Puedo verte, mamita, puedo verte! — dijo ahora extremadamente sorprendida y contenta. — Te amo hija, cuida de tu padre –le respondió entonces su madre—, dile que su anillo está detrás del tercer cajón de su cómoda y tú no temas en mostrarle tu

tatoo, dile que a mí me gusta. Entonces, aquel bello cuerpo luminoso y celeste le dio otro beso a su hija, luego dejó de posar su mano en la mía y se fue.

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Capítulo 6

“Rumbo a Brasil, memorias ocultas de un pasado lejano y remoto”. A 12,000 pies de altura las cosas se ven desde otra perspectiva. Es como si uno estuviera entre una frontera imaginaria, como si todos los problemas del mundo y de la humanidad estuvieran bajo nuestros pies, y el cielo y su perfección sobre nuestras cabezas. Como si estuvieras flotando por un tiempo efímero entre ambos. Así, vas avanzando sobre las nubes con la sensación de que dejas algunos problemas atrás por un momento, además un baso de whisky me acompaña. Lo pedí a causa de mi inexplicable temor a las alturas. Veo por la ventanilla del avión cómo te deslizas y atraviesas grandes algodones de nubes que parecieran estar sosteniendo la nave. Y es que parece increíble que todo este artefacto volador de metales, plásticos y polímeros pueda estar tan apartado y lejos del suelo sin caer. Aquel temor compartido pero ignorado se siente, y aún a pesar de esa inquietud latente, el viaje es placentero, tranquilo. Permitiéndole a uno analizar y reflexionar, pensar las cosas de una manera distinta. Es de tarde, el sol se ve a lo lejos, sol que siempre al verlo así, me hace recordar lo bella que puede ser la vida. Pensé entonces en Andrea. Nos despedimos anoche, una noche de gratificantes consecuencias no solo para ella, sino también para su padre quien sorprendido al vernos salir del cuarto de su madre, y después de escuchar todo lo que Andrea le contó, sobre el anillo, el recibo y lo que realmente sucedió, terminó por darle un gran abrazo a su hija mientras lloraban juntos. Y aunque le fue complicado y difícil creer todo lo sucedido terminó por darme una cordial despedida de su casa. Yo me fui contento, con un sentimiento muy grato de labor cumplida, feliz de haber ganado tantos puntos frente a Andrea. Su madre, después de tantas lágrimas y angustia, al fin pudo dejarse ir, para continuar su camino espiritual.

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Eleazar a quien agradecí y vi en la mañana antes de partir, me dio una carta y una dirección en Río, a donde me pidió que fuera, que viera a esa persona llamada Tavata y la saludara de su parte. Pienso también que lo sucedido con la madre de Andrea se enmarcó en puros y fuertes sentimientos de todas las partes involucradas y aquello me dio un norte más específico sobre mí, aclarando de muchas maneras mi perspectiva de las cosas. Las horas pasan y despierto después de una pequeña siesta. Hemos dejado el mar, el Océano Pacífico y el soleado atardecer. Ahora estamos sobre pasando Paraguay y entrando a cielos brasileros. Es de noche ya y un inmenso cielo lleno de estrellas se ve por la ventanilla. Miles de puntos luminosos, unos más grandes que otros se ven majestuosamente a través de una que otra nube. La vista es increíble, nunca había visto antes un cielo de noche tan copado de estrellas. Es precioso ver toda esta maravillosa creación:

“En el principio creó Dios los cielos y la Tierra: Génesis, luego las estrellas y todo lo que existe…”. Solo hace falta ver hacia el cielo. Vivimos en un planeta, un astro que gira alrededor de una estrella, el sol; un sistema solar que gira a su vez en una galaxia junto a más de cien mil millones de estrellas. Somos como un granito de arena en la playa. Un punto en un vasto e infinito mar de galaxias. Hace algunos pocos años atrás, creíamos que éramos egocéntricamente el centro del universo, ahora sabemos que solo somos la infinitesimal parte de un todo. Las verdades que nos muestran los cielos y la propia naturaleza en la Tierra, nos hacen ver crudamente nuestra insignificancia y aún así siendo tan minúsculos, Dios y su amor infinito están siempre presentes, día a día en nuestras vidas. Pienso entonces también viendo ese majestuoso e infinito mar de estrellas que Dios creó todo, y que ese todo, parece ser eterno y renovable. Pienso que Dios lo creo para compartirlo ya que Él es amor, amor que todo lo da, para que así, a través de toda su creación lo conozcamos. Por tanto, una sola vida no bastaría para aprender, conocer y ver todo lo que es y todo lo que quiere Dios de nosotros. Hay tanto por ver y descubrir, tanto por aprender. Somos espíritus, partes de su magnificencia,

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portamos su esencia, por tanto, eternos. Seres de luz divina que aprenden, conocen, evolucionan, como todo en su creación. Siento entonces que el avión se inclina suavemente hacia la izquierda. Sé que Brasil tiene más de 180 millones de personas y Río, casi 16 millones. Somos más de siete mil millones de personas habitando este planeta. Somos muchos bajo cínicos sistemas políticos de gobierno, ajenos todos todavía a Dios y a su amor. Sistemas jerárquicos en donde el que más tiene, más es y más vive; en donde la distribución es totalmente irracional, injusta y arbitraria, dominada por el egoísmo de unos cuantos. Nos falta tanto, tanto por aprender y evolucionar. Estamos en una gran escuela, todavía en primaria. La nave desciende, atraviesa tenues nubes sobre la linda noche que cubre todo Brasil. A lo lejos, el Cristo Redentor de Río de Janeiro nos recibe, dándonos la bienvenida con los brazos abiertos, cálidos y fraternos a todos los visitantes de tan turística ciudad. Entonces, veo otro espectáculo. Uno solo para mis ojos… Son pequeñísimas y esporádicas luces a la distancia, las mismas que conforme nos acercamos se hacen más visibles, son luces de diferentes colores, algunas en tonalidades amarillas otras más blancas, azulinas, anaranjadas etc. procedentes de diferentes puntos de la enorme ciudad. Estas suben y bajan del cielo y también hacia él, perdiéndose arriba en su inmensidad y abajo entre las miles de luces de la cuidad. Luces fugaces de espíritus, luces que se aparecen y deslizan cada cuanto por la noche de Río y a medida que el Cristo Blanco se hace más grande y parece darles la bienvenida y despedida, siendo para mí un espectáculo asombroso, realmente bello. Estando ya en suelo brasilero, suelo de futbol, samba y carnaval, salgo del aeropuerto Tom Jobim de Río y tomo un taxi. Me siento en la parte delantera junto al delgado chofer. Abro mi pequeña maleta negra de lona, tipo mochila y saco las direcciones de la reunión de trabajo de mañana y la que me dio Eleazar, se las enseño al taxista el que, moreno este, enciende la luz del salón.

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— ¿Até à data a eles eu faço exame do sénior ? —dice bajando el volumen de su radio, y lo que traduciendo es: ¿A cuál de ellas lo llevo, señor? — Sorry, I do not understand —dije al no entender portugués. — To as of them I take, senior —enseguida respondió en inglés, en cuyo idioma continuamos, indicándole que primero me llevara a un hotel cercano a ambas direcciones. Arranca su coche y salimos, acompañados de la música reggae de Bob Marley en su radio. Aquel joven moreno de cabello muy corto parecía una buena persona, además su taxi adornado de frases y figuras de Cristo por todas partes, me inspiraba confianza. Sabida es la inseguridad que puede sorprenderlo a uno en cualquier momento aquí. Una figura en especial me causó mucha gracia, lo cual se lo hice saber, era una imagen de Cristo junto a Bob Marley, ambos sobre una nube fumando marihuana. — Mire, estoy seguro de que a Cristo le encanta el reggae y que allá arriba, debe ser muy buen amigo de Bob —dijo mientras sonreía. . Tomamos entonces una gran avenida y aceleró. Lima tiene menos de la mitad de la población de Río, así que imaginando, multipliqué a Lima por dos para calibrar mi perspectiva geográfica. — ¿Es usted creyente, católico, evangelista? —pregunté amistosamente. — Yo soy evangelista —dijo. — ¿Ah, sí? —respondí algo sorprendido—. Pero si su taxi está lleno de imágenes de Cristo y santos, hasta la Virgen está por aquí. Muy bella imagen por cierto. — Sí —respondió—. Mire, las diferencias entre religiones son puras mierdas. Yo amo a Cristo, así como amo a mi madre y a mi hijo. Tengo fotos de ellos en mi billetera, por qué no tener unas de Cristo o de su madre, la Virgencita también. Es como la madrecita de todos ¿verdad? —preguntó muy seguro de su sentir. — Bueno yo creo que tienes razón, pero… —dije y me cortó. — Mire, yo no entiendo. Cada religión tiene sus mierdas: los católicos con sus pomposas ceremonias lujos, joyas y poder; los cristianos con que las imágenes y diezmos y que Pedro no es la piedra, y ¡No al papa!, contradiciéndose ellos mismos; los testigos de Jehová y los pentecostales que dicen que resucitarán en 104


cuerpos glorificados y jóvenes de veinte años, ¿se imagina? eso sería peor que el mismo carnaval; luego los mormones que se casan con varias mujeres y de preferencia muy jovencitas, casi niñas. Y así, si sigo me quedo corto. Mire amigo yo estoy seguro de que Cristo vendrá muy pronto y pondrá a todos estos en su sitio. Las religiones, sus representantes en todo caso, deberían sentarse juntos en una mesa y fumarse un buen porro de marihuana. Buscar unirse, hablar de amor y no de sus diferencias de mierda. Todos se creen especiales y se olvidan del fondo del asunto pero ya Cristo pondrá toda esa mierda en su lugar. —Me dejó sorprendido y continuó—. Mire, aquí en Brasil hay todas esas religiones y más. A mí particularmente me molestan esas diferencias pero bueno, hay que respetarlas. Sé que en otros países la cosa es más áspera pero aquí, la fuerte influencia de la cultura y religión africana, presentes en el pueblo, es decir en los pobres que somos la mayoría, son como algo que nos une influenciándonos de alguna manera más espiritual. Es difícil de explicar pero, todos aquí saben y temen al poder de los ritos africanos. Eso está presente en todas las clases sociales y eso de alguna manera nos une. Así como nos une el futbol. Todos podemos ser hinchas, admiradores de diferentes equipos, pero cuando juega la verdeamarilla, todos somos uno y la iglesia más grande de Brasil es el Maracaná. Aquí el futbol es más que la religión.

<====> “Mutuos anhelos y deseos…a la distancia”. Son las 03:35. Estoy cansado y desnudo sobre la cama de un rústico, sencillo pero simpático cuarto de hotel. Vi apenas algo del famoso carnaval, esa desenfrenada fiesta carioca, a cuya salud y hechizo me tomé algunas heladísimas cervezas para refrescar el cuerpo del calor atmosférico y visual del exuberante, alegre y sexy desfile, en donde coloridos, pequeños y tentadores atuendos danzaban envueltos en música, provocación y color. Me levanto de cama. Decido tomar una segunda ducha ya que me encuentro ligeramente encandilado por el alcohol. Luego, salgo, enciendo la lámpara de la mesita de noche, reviso mis cosas y saco mi 105


computador, el cual enciendo. Necesito revisar todo lo necesario para la reunión de mañana. Repaso rápidamente las filminas respectivas y las pongo en orden de presentación, luego reviso mi correo electrónico y me recuesto. Pienso en Andrea y en enviarle un correo pero me detengo al ver que en ese preciso momento me llega casualmente uno suyo. Lo abro contento y lo leo, es pequeño pero muy tierno. Me doy entonces cuenta que ella está conectada a su mensajería y el sueño se me va al instante. Deseo charlar con ella. > “Hola”, le escribí enseguida. > “Hola, ¿cómo estás?”, responde ella, en letras rosa acompañadas de una carita feliz. Desde ese momento, las palabras escritas y las caritas expresivas virtuales nos unieron en la noche. >“Muy bien, es que me acabo de dar una ducha”, le contesto escribiéndole en letras azules y verdanas, acompañadas de una flor y un beso virtual. > “Gracias, qué lindo ¿qué hora es por allá?”, escribe ella añadiendo otra carita feliz. > “Son casi las 04:00”, respondo. >“¿No tienes sueño o no puedes dormir?, ¿qué tal tu viaje?” >“El viaje bien. Y sí, un poquito cansado. Vengo de ver algo del carnaval y ahora revisaba mis notas de la reunión de mañana cuando te vi, conectada. No puedo dormir, mucho calor”, respondo, adjuntándole un corazón. Y en ese momento recordé el aroma de su cuarto, su cama, sus peluches, las cortinas, la alfombra, la repisa llena de libros, etc. fue como si me transportase allí con ella. >“Mmm, yo no tengo sueño. Mañana estoy libre. ¿Qué tal el carnaval?”, dijo expresando su ánimo con caritas animadas de felicidad e intriga. >“Bueno, bien. Y ¿tú, todo bien? Jeje”, escribí. > “Bien. Todo bien. Viste muchas chicas, seguro”, indica con una carita roja rabiante de enojo y otra feliz. > “Bueno sí, varias, pero como ves, regresé temprano. Aquí no se puede dormir. Afuera continúa el carnaval”, dije cambiándole el tema ya que había mujeres casi desnudas en el desfile y fuera de él. Ella por momentos no respondía inmediatamente, seguro estaba en contacto con alguna amiga o se encontraba haciendo algo por Internet, desde antes que yo me conectara. 106


> “¿Estás ocupadita?”, pregunté algo ansioso e impaciente. Yo no quería compartirla con nadie en ese momento. > “No, ya terminé. Estaba conversando con una amiga pero ya se fue”, respondió poniendo una carita pícara. > “Y… ¿no saliste hoy viernes?”, pregunté, agregando una carita curiosa. > “Sí, justo me vengo de una parrillada, de casa de una amiga. Tomé algo de vinito jeje. ¿Con quién te fuiste al carnaval? ¿Sólo?”, preguntó ella > “Pues sí, no conozco a nadie por aquí. Pero me tomé unas cervecitas para no extrañarte”. > “¿Estás borrachito?”, preguntó adjuntando otra carita de curiosidad y otra de fiesta. > “Jajaja no, solo picadito y con calor”. > “¿Qué, dónde estas?” > “En el hotel, en mi habitación. Solito con el computador, la luna y tú”, respondí adjuntando una carita pícara y un corazón > “Y tú… ¿en tu cuarto, supongo?”, pregunté tanteando y aunque sabía que así era, quería leerlo de ella. > “Sip”, respondió acompañando a mi carita pícara otra igual. Varios segundos de silencio, de no escribir por parte de ambos se dieron entonces, segundos en los que traté de imaginarla, de ver más allá de las letras de una fría pantalla de computador. > “Y… ¿qué haces?, ¿de veras estás solito?”, reinició ella con otra carita pícara. La imaginé allí solita en su cuarto, contenta y relajada gracias al vino. Entonces, empecé a desearla pero no sabía qué decir, qué escribir. Tenía algo de miedo, caer en la impertinencia. La conversación otra vez se detuvo por varios segundos hasta que ella escribió con caritas una triste y otra de pena > “¿Qué haces?, ¿no deseas charlar?”, a lo que respondí enseguida. > “Sí nenita, lo que pasa es que…” > “¿Qué?, dime”. > “Es que….te imagino allí solita y me encantaría estar contigo”, le contesté agregando una carita tierna de vergüenza.

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> “¡Ay, qué lindo! Eres bien tierno ¿sabes?”, dijo adjuntando una carita feliz y un corazón. Entonces sé que nuestros corazones se agitaban expresando sincera emoción. Y continué al leer su respuesta. > “¿Te puedo preguntar algo? Pero… ¿no te enojas?”, lancé la pregunta, quería saber más, la emoción me embrujaba > “Mmm sip”, respondió, con carita de intriga y un beso. > “Pero prométeme que no te molestarás”, le dije protegiéndome tras otra carita tímida. > “Nop. No me molesto, lo prometo”. > “Ok es que… me encantaría saber cómo estas vestidita ahora mismo”, le dije deseando mucho saberlo. Deseaba meter su imagen actual en mi cerebro. No por nada se dice que el cerebro es el principal órgano sexual. > “Mmm, pues es tarde nenito. Ya ando en pijamita y sabes… también me gustaría que estés aquí conmigo”, respondió repitiendo la carita tímida. > “Y… ¿puedo saber cómo es tu pijamita, ratoncita?”, repregunté. > “Si me dices como es la tuya… yo te digo cómo es la mía”, dijo repitiendo la carita anterior. La atmósfera se llenaba de deseo en un interesante y excitante tira y afloja por parte de ambos. Entonces, vi la hora, eran las cuatro y media pero decidí seguir en lo que estaba. Me inquietaba pensar hasta dónde nos podía llevar esta noche, su vino y la conversación. > “¿Yo? ¿Segura quieres saber?, recuerda que aquí hace muchísimo calor”, le respondí con dos caritas, una pícara y otra, tímida. Dudaba en decírselo pero sentía que sí podía hacerlo, que ambos estábamos en esto. > “Sip muuuucho”, respondió inmediatamente con entusiasmo. > “Bueno… estoy sobre la cama. Recién bañadito”. > “¿Estás solo en boxercitos?”, preguntó añadiendo con carita pícara. > “¿Tú?”, enseguida pregunté intrigado. > “Pues… casi iguales, solo que yo estaba con una camisetita justa de algodón pero me dio mucho calor”. > “O sea…”, repregunté imaginándomela preciosa. > “Pues… ahora… solamente en calzoncito”, respondió traviesa. 108


Aquella respuesta e imaginarla allí sentadita tan únicamente en trusita me excitó de sobremanera. > “Wow, nooo”, escribí emocionado. > “¿No? Jijiji. ¿Cómo que no?, ¿no te gusta que esté así?”, respondió con carita de pena. > “¡Me encanta! Me emociona, me alegra todo el cuerpito jeje”, respondí con el corazón a mil, deseándola mucho más. > “Jeje. Qué tierno eres, Marce”, escribió con carita feliz. “A mí también me gusta saber que estás así casi sin ropita”. Entonces, seguí indagando pícaramente, pero con caritas de timidez. > “Y… ¿puedo saber cómo está tu cabello y de qué color es tu calzoncito?” > “Tengo el cabello suelto me lo estuve cepillando y mi calzoncito es blanco y de encajes. Es nuevecito y me queda bien ajustadito jeje”, respondió coquetamente. > “¡Wow, wow! ¡Qué lindaaaa!”, exclamé deliciosamente contento. > “¿Sabes…? me gustaría que estés aquí nenito, así o más desnudito jijiji”, dijo emocionándome todavía más. > “¡Cielos nenita! Me tienes loquito y súper emocionado imaginándote allí sentadita. Me encantaría poder atravesar la pantalla, llegar a tu lado, abrazarte y besarte mucho, mucho”. Andrea adjuntó una carita golosa y traviesa, un beso y una flor. > “¿Sabes…? Te deseo”, dijo, “¿Estás excitadito?” > “Sí, nena y mucho”, respondí muy contento con varias caritas felices, corazones y una tímida al final. > “¡Qué lindo eres! Me gusta saber que estás así, pienso que sería muy rico tenerte aquí a mi lado”, dijo encandilándome aún más. > “Andrea…te quiero”, le dije. Me sentía el hombre más feliz del mundo. > “Marce, mejor me desconecto, ya es tarde allá y necesitas descansar para tu reunión”. > “¡Nooo!”, le puse con una carita de llanto. No deseaba que se fuera pero tenía razón.

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> “Sí, nene. Un beso. Cuídate mucho y pórtate bien ¿sí? Te quiero más”. Seguidamente envió un sonoro beso virtual, cuyos labios cubrieron toda mi pantalla llegando virtualmente a mi corazón y se desconectó. Me quedé entonces tirado sobre la cama, mirando hacia el techo, con muchas ganas de ella, de sentir su piel y todo su cuerpo, de besarla, acariciarla y quererla. Otra vez me había sorprendido. Me sentía muy feliz. Ella había expresado su querer y su deseo hacia mí.

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“”Memorias lejanas...Entre colmillos…”. Me encuentro agitado muy asustado, escapando, trepando por entre piedras y rocas. Visto con pieles de animales, soy un hombre primitivo de mediana edad, con cabellos largos y barbas negras, siento mucho dolor. Un enorme felino como un león pero mucho más grande me ha desgarrado parte de piel y carne del tobillo. Trato de huir de tal bestia la cual viene imparable detrás de mí. Entre las grietas de un cerro, tembloroso y sangrante, logro resguardar mi cuerpo metiéndome en un pequeño agujero por el que afortunadamente quepo. Su ansiosa boca, enormes dientes y colmillos tratan de cogerme. Su imponente cabeza es frenada y choca a cada intento contra las rocas. Su gruñir es ensordecedor y su ímpetu imparable. La colosal fiera gira furiosa en su propio lugar y mete sus garras, las que como ganchos de hierro logran desgarrar parte de mi hombro. Me aprieto todavía más contra las rocas tratando de alejarme de tan mortal momento. Los zarpazos no logran ya tocarme, pasan a milímetros de mí pero no dejan de intentarlo, sus gruñidos se hacen más fuertes, lo veo dar vueltas y vueltas sobre sí, más furioso. Hasta que se aleja hacia abajo en donde dos fieras de su especie se encuentran luchando.

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A unos metros de donde yo estoy, el cuerpo de una mujer está siendo brutalmente tirada de sus miembros, devorada. Su cuerpo, como un inerte trapo es sacudido, destrozado y desmembrado a tirones por aquellas fauces salvajes. La sangre salpica, tiñe de rojo y muerte el agitado lugar, mientras tragan sus carnes, vísceras y órganos frenéticamente con un salvajismo extremo que solo puede concebirse en fieras depredadoras de tan enorme tamaño y fuerza. Lloro y grito entonces, desesperadamente, lleno de impotencia y angustia. De pronto, todo se oscurece, se rompe el cielo, una copiosa lluvia cae implacable, truenos como gigantescas rocas chocando en el cielo suenan por encima de todo. Y todo se ilumina cada cuanto por la luz parpadeante de los rayos nacientes en lo alto de aquella inesperada tormenta. Los feroces felinos trepan hacia mí rondado, gruñendo con partes del cuerpo fallecido. Me miran como aguardando que salga, tensiono todo mi cuerpo contra las rocas. Su hambre es insaciable y esperan por más. Esperan por mí. Me estoy desangrando, no puedo moverme y el frío es intenso. Pierdo fuerzas y siento que voy a desmayarme. Así que respiro profundo aferrándome a la vida, aferrándome a aquellas rocas. Las fuerzas me abandonan rápidamente. Elevo entonces mi mirar, mi angustia hacia arriba por entre las grietas y veo hacia las estrellas, mientras la lluvia cae copiosamente sobre mi rostro. Me siento ya vencido, es cuestión de muy poco tiempo para que mi cuerpo ceda y caiga a una muerte segura. En ese momento, desde lo más profundo de mi ser, siento que nace un llamado instintivo, una súplica, algo que sin saber a quién ni cómo en mi arcaica lengua se dirige hacia arriba, hacia lo más alto, hacia lo más grande, y gruño en un intenso grito, pidiéndole ayuda a eso que no sé qué es pero que siento esta allí arriba. Mi primitivo grito sale agónico desde mi alma, desde mi corazón hacia fuera y caigo totalmente rendido. Veo entonces, con mi rostro de lado sobre la tierra, caer rocas y lanzas sobre las fieras, acompañados de fuertes gritos que las aturden, las cuales al verse sorprendidas y atacadas se asustan y tratan de huir presurosas. El asalto es efectivo, los grandes felinos predadores pasaron a ser presas y yo me he salvado.

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Un alivio reconfortante me llena. No puedo moverme, estoy aún muy agotado. Trato de recobrar fuerzas permaneciendo allí en silencio en la salvadora y húmeda cueva, viendo hacia fuera. Los hombres que me salvaron, se muestran extremadamente hambrientos, los veo cortar y comer desenfrenadamente partes crudas las que cercenan con herramientas de piedra y con sus propios dientes y manos. Son alrededor de una docena de hombres y otro número similar de mujeres y niños. Estos últimos extremadamente delgados descienden de entre las rocas y esperan dando gritos y vueltas hasta que los cazadores les arrojen algo de comer. Me siento desangrar, temo morir pero me doy cuenta que tengo que esperar, era obvio que esta horda viene trayendo a cuestas varios días de hambruna, arriesgaron sus vidas al enfrentarse a tan grandes depredadores y sobrevivieron. Ahora, tengo un colmillo de tigre colgando del cuello. El tiempo ha pasado, me lo he ganado, salvé de la muerte a la hija del líder y este me ha premiado. Somos muy amigos, tengo una lanza, me siento bien. Aceptado, fuerte y a salvo. He matado a muchos hombres por necesidad de sobrevivir, pero ahora me gusta hacerlo y lo hago sin piedad. Estamos viviendo a orillas de un lago. Hace calor, los niños juegan en el agua, estoy pescando con otros cinco hombres; más allá veo dos jóvenes mujeres, inclinadas llenando agua en bolsas de piel de vejiga de alce. Sus caderas me atraen, una de ellas es mi compañera, hay mucho amor entre nosotros. Entonces, camino hacia ellas con cuatro pescados atados a mi cintura. Camino fuerte, salpicando agua, haciendo notar mi presencia a cada paso. Ella se incorpora, voltea, sonríe y se vuelve a inclinar. La tomó de las caderas y satisfago en ella mis deseos, a ella le gusta. Yo la cuido, ella me ama. Somos fieles, hemos aprendido a amarnos. Luego, camino con ella hacia las cuevas y comemos pescado seco al sol, lo chancamos antes con una piedra quitando de este modo las espinas, las que saben bien. Así, el sol va ocultándose y decido tomar una merecida siesta antes de que oscurezca. De pronto, siento un grito, una orden de alerta, nos atacan, quieren 112


nuestro pescado y nuestras mujeres, son varios y nos han tomado de sorpresa. Corro por mi lanza pero esta ya no está, la tiene uno de ellos el cual me ataca, son morenos y muy altos y están por todas partes, recibo entonces un fuerte golpe en la espalda y caigo. Sujetan a mi mujer, quieren matarme, no puedo hacer nada; huyo hacia el bosque buscando ayuda, me persiguen tres de ellos. Llego a un acantilado, no tengo escape, estoy entre el precipicio y el filo de sus lanzas. Tiran una contra mí la cual pasa muy cerca, luego otra la que me da en el hombro. Caigo y veo detrás de mí, a centímetros, una gran brecha de precipicio que termina muy abajo entre olas y grandes peñascos, trato de desenterrar la lanza de mi hombro, lo logro tras un inmenso dolor. Logro entonces, herir de muerte a uno de ellos en el vientre, esquivo una tercera lanza y luego desde el piso trato de aferrarme a unas raíces. Tratan de empujarme hacia abajo. Son extensos segundos de agobio en los que trato de resistir con todas mis fuerzas, mientras veo olas y rocas esperarme allá muy abajo. Son segundos eternos de tenaz lucha y de agobiante miedo y desesperación. Deseo vencer e ir en busca de esa mujer que amo tanto. Rescatarla. Luego, las raíces ceden a la fuerza, se rompen y me desprendo con ellas entre mis manos cayendo enseguida. Mi cuerpo se precipita sin remedio tensionándose en el aire lleno de pavor y náusea hacia una muerte segura. Instintivamente, cierro los ojos y crujo mis dientes fuertemente. Paralizado, voy cayendo lleno de una impotencia y desesperación tan grandes que me embarro en mis propias secreciones hasta golpear en las rocas y morir.

<====> “El espíritu es eterno. Yo…vosotros sois la luz del mundo”. Jesús. — Respira despacio y profundo, Marcelo. Relájate, ya todo pasó, todo está bien. Ahora, aléjate de allí, eso ya pasó. Elévate, vuela y ven hacia mí, sigue mi voz, ven…Muy bien. Ahora, despierta —eran las palabras de Tavata, guiándome de vuelta al presente, a su casa, a la vida sensorial, a mi última y actual encarnación. 113


Desperté entonces, me encontraba sobre un sofá de cuero, muy cómodo, hay velas de colores verdes y turquesas aromatizando el lugar; se siente mucha paz. Es un pequeño cuarto lleno de libros, era como una mini biblioteca. Algo confundido, sorprendido a la vez, aquel recuerdo lo tenía muy vívido en mi cabeza, en mi memoria, hasta en mi piel. Un fuerte escalofrío recorría mi medula ósea mientras mis ojos, fijos en los suyos pedían unas palabras que calmen mi inquietante sentir. Tavata cobijó con sus tiernas y arrugadas manos mis mejillas y me repitió que respirara lento y profundo. — Marcelo, acabas de recordar una de tus anteriores vidas, una muy antigua, una en la que apenas eras un ser humano extremadamente primitivo –añadió—. En ella has tenido una preciosa experiencia con Dios ¿recuerdas? —dijo sonriente y emocionada—. ¿Recuerdas cuando estando a punto de desfallecer miraste al cielo y gritaste por ayuda sin que tuvieras previamente el más mínimo concepto de Dios en tu primaria y naciente conciencia humana? Eso fue extraordinario realmente— dijo. — Sí, lo recuerdo pero… mi corazón aún está acelerado por la posterior e intensa experiencia de angustia, impotencia y muerte que culminó en aquel profundo acantilado —señalé tranquilizándome ya. — Está bien, eso pasará, solo relájate y respira. Tu temor a las alturas… fue allí a ese tiempo y lugar, hacia donde tú espíritu me guió, para poder revelar tal sentimiento. Ahora, ten por seguro que ese temor desaparecerá totalmente de tu vida —dijo con soltura y certeza. — ¿Está segura? — repliqué desconfiado. — Sí —respondió despeinándome cariñosamente—. No es más que un gran miedo provocado por una crítica situación, vivida en aquella vida pasada, el cual has ido arrastrando y acumulando vida tras vida hasta hoy. Es como una cicatriz que ha sido curada ahora y para siempre. — Pero… ¿tan solo con recordarlas? —pregunté con incredulidad. Mi educación católica y mi poco interés por el tema durante mi niñez y juventud, me habían desligado de todo aquello.

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Tavata es una señora mayor de unos 65 años de edad, de cara tierna y adornada por el tiempo. Es de mediana estatura y delgada de complexión, su vestir es como el de cualquier persona de su edad pero algo más casual y sencillo; no lleva nada extravagante ni especial. Está apenas maquillada y su mirada irradia confianza y sabiduría. Ella misma me recibió de inmediato; tiempo antes al llegar, al decirle por el intercomunicador que venía de parte de Eleazar. Al entrar, pude ver parte de su casa, es bastante grande y está enclavada caprichosamente sobre las faldas de piedra de un cerro, en una zona pobre en la parte alta de Río; tiene un enorme jardín lleno de coloridas flores de todo tipo, desde donde se puede ver el océano Atlántico y casi toda la ciudad. Casi una hora antes, también pude ver los alrededores desde el taxi. Se trataba de una zona marginal cuya casa resaltaba en imagen a la distancia ya que era la más grande, la única pintada y estaba ubicada arriba al final de una calle de tierra a cuyos lados muchas casitas pequeñas y extremadamente humildes parecían haberse ubicado una a una como queriendo vivir a toda costa lo más cerca de ella. Por fuera y por dentro de su casa, decenas de niños y niñas, la mayoría descalzos, corrían por todas partes, jugando alegres y desentendidos. Muchos de ellos se acercaban corriendo al verla y ella se detenía contenta y complaciente cada tanto para saludarlos, besándolos en la frente cariñosamente, dándoles bendiciones y sonrisas. El sendero por donde ingresamos atravesando el jardín desde la pequeña puerta de ingreso a la propiedad, la cual aparentemente siempre estaba abierta, era largo. Así que las muestras de afecto y los saludos, así como los besos fueron incesantes. Yo calculo que vi una media centena de niños venir a saludarla, todos muy necesitados de todo, pero sonrientes al viento, a la vida. Luego, al entrar ya a la casa en sí, me condujo hacia su comedor en donde nos sentamos. Ella me trajo una limonada bien helada preguntándome entonces muy contenta por Eleazar. Me comentó que la amistad entre ellos se remontaba varios años atrás; que se conocieron en la India, dándome a entender muy sonriente y recordando tiempos hermosos para ella, que habían sido una muy feliz pareja.

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Seguidamente, la dulce Tavata dijo unas palabras en oración a Dios, dando gracias por los alimentos y por mi presencia en su casa. Al mismo tiempo que las risas y juegos de los niños cesaron afuera. Al parecer todos se dirigieron también a otra parte de la casa en donde un gran comedor los esperaba. Recordé entonces darle la carta que Eleazar me había dado para ella, cuyo sobre miró poniéndolo luego a un costado con mucho cuidado. — Eleazar… ¿cómo esta él, se llegó a casar? —preguntó. — No que yo sepa, vive solo y está solo —respondí. Entonces, me contó más sobre ellos: ambos habían estado muy enamorados, pero una noche él llegó y tocó su puerta muy triste pero contento a la vez, con una inesperada noticia. Una carta le había llegado desde el Cusco, en donde se le informaba que era padre de un niño de cuya existencia recién se enteraba. Tavata no supo en ese entonces por qué la madre había mantenido hasta ese momento tal secreto. Además, se le informaba a Eleazar que lo necesitaban devuelta, lo antes posible. Así que él tuvo que regresar al Perú. Tavata, narró esto muy tranquila, aparentemente sus cabellos se habían decolorado al mismo tiempo que la tristeza que sintió hace varios años ya. Ella lo había comprendido y aceptado, continuando con su vida hasta ahora. Yo podría decir que su amor por él había quedado atrás, en el pasado pero la forma tan especial con la que sus sentidos lo narraron, me dijo que su recuerdo todavía vivía en su corazón. Luego tomamos un sendero, ella abrió el sobre y fue leyendo la carta. Mientras esto sucedía, pude ver que nos dirigíamos hacia un acantilado, desde donde se podía observar gran parte de la cuidad, el mar y a lo lejos el Cristo Blanco, el Corcovado. Entonces, nos detuvimos allí. Ella terminó de leer y se cruzó de brazos mirando hacia el mar y dijo: “Dice Eleazar aquí, que tú tienes un don muy especial. Yo sentí algo singular al verte pero a ver cuéntame tú, en qué consiste”. Fue entonces que le narré todo lo sucedido hasta entonces. Mientras lo hacía, Tavata posó sus manos delicadamente sobre mi cabeza apenas tocándola, luego observó mis ojos y las palmas de mis manos y tomándose su tiempo y dijo: “Vas a rescatar varias almas confundidas durante tu presente vida, para eso se te ha dado ese 116


don, no eres el único, hay más como tú en todo el mundo pero cuídate de tu orgullo, de tu ego. No lo hagas por dinero, hazlo por amor como hasta ahora. Veo que eres un buen muchacho, solo que estás algo confundido”. Entonces, ella tomó mi mano y retornamos a la casa— Dime muchacho — preguntó— ¿Crees en Dios?, ¿qué piensas o crees sobre Él? Me interesa oírlo de tus labios para poder conocerte. Si es que tú así lo deseas, y si es así, respóndeme con palabras sinceras salidas de tu corazón. Yo no voy a juzgarte ni a criticarte, tal vez y solo tal vez, aclararé algunas cosas si es necesario. Dicho esto, ella hizo silencio y esperó muy tranquila mi respuesta mirándome a los ojos y con las manos juntas sobre aquel libro. Entonces, hablamos de Dios…

“En una pequeña y remota aldea, en algún lugar entre el alba y el ocaso, existían dos escuelas, cada una de ellas en lados opuestos y con diferentes maestros, dichos maestros llegaban a sus alumnos, con diferentes sistemas de estudio y aprendizaje pero ambos con el respeto a un amor de vocación y entrega. Los niños acudían a una u otra escuela buscando aprender y llegar a ser seres útiles y mejores para su familia. Acudían diariamente, sin importar si eran pobres o ricos, hasta que después de algún tiempo y terminado el ciclo en ambas escuelas, se procedía a tomar un examen, una prueba final a fin de evaluarlos y poder seguir adelante. En una de las escuelas, el método se concentraba en que terminado el ciclo y el examen final, se procedía a separar a los aprobados de los desaprobados, de una manera radical, de manera que los desafortunados desaprobados, los cuales por lo general eran la mayoría, eran echados de esa escuela para siempre, dejándolos a merced de una vida de pobreza, miseria en un agónico e irremediable final. Por otro lado, y del otro lado del pueblo, en la otra escuela, las cosas eran sustancialmente diferentes. En esta también se procedía a tomarles un examen al final de cada ciclo, el maestro de esta, evaluaba y determinaba según el grado de aprendizaje individual de cada alumno, quién aprobaba o no pero, a diferencia del otro maestro, este no echaba a ninguno de sus alumnos sino que procedía a volver 117


a tomar otro examen y luego otro y otro, hasta lograr que todos sus alumnos lograran aprender y aprobar la materia. Por su parte, los alumnos que en el transcurso de dicho ciclo aprobaran pues pasaban a ayudar a sus demás compañeros desaprobados, señalándoles sus errores y convirtiéndose en apoyos al servicio de su maestro, de tal modo que a las finales, todos terminaban aprendiendo y pasando así solidariamente a un ciclo más avanzado. En esta escuela, el maestro se preocupaba de que todos aprendieran, sin egoísmos ni competencias. Todos eran igualmente especiales para él. Nadie era echado ni discriminado, la tolerancia y objetivo por el próximo era más importante que ellos mismos. La vida es un proceso… se aprende, se experimenta y una sola vida no es ni cercanamente suficiente para llegar a ser tal y como Dios quiere que seamos”.

<====> “Dios no jugó… ni juega a los soldaditos ni a las guerritas con nosotros”. Horas antes y Después de un par de horas de interesante y cordial conversación, Tavata se puso de pie, y me pidió que me recostara, me pusiera lo más cómodo posible que pudiera. Ella misma se dio el trabajo con mucha humildad de quitarme los zapatos y acomodar mis pies sobre un pequeño banco de madera, sobre el que puso previamente un cojín. Todo lo hacía con suma delicadeza y tranquilidad. Luego, cerró las cortinas y me pidió que cerrara los ojos, que respirara profundo y suavemente, que quitara todo pensamiento de mi mente y me concentrara únicamente en mi respiración. Así, fui relajándome poco a poco y cada vez más, yo confiaba plenamente en aquella amorosa mujer, en aquella sabia abuelita. De modo que tan solo seguí sus indicaciones paso a paso, de manera que lentamente mi cuerpo y mente fueron entrando en un camino de sensaciones de paz y bienestar. Estando totalmente relajado, me llevó hacia atrás en el tiempo, a mis recuerdos más profundos, hacia mi adolescencia, y de allí más atrás a mi niñez, luego aún 118


más, hasta verme en el vientre mismo de mi madre, era una experiencia maravillosa en la que me mantuvo por varios minutos. Ella quería que yo disfrutara de aquello, de aquel sublime estado y lugar, lleno de protección y amor. Luego, me volvió a pedir que viajara mentalmente a mi niñez. Parecía querer que encontremos algún recuerdo que explicara mis temores pero no lo hallamos, así que me hizo volver a mi estado más tierno dentro de mi madre y de allí aún más atrás, hasta que me vi pasando por un aro de luz que me hizo sentir tan o más cómodo que antes. Mi emoción era grande ante aquella experiencia tan excitante. Fue entonces que durante los siguientes segundos o minutos fui recordando y reviviendo a manera de fugaces destellos, como cortos de cine, varias vidas hasta que mis recuerdos se detuvieron en el ese pasado tan remoto.

<====> “Somos seres de Dios, espíritus eternos, cuyo más puro propósito es aprender a amar”. — ¿Entonces ese miedo, temor a las alturas quedo atrás con tan solo rememorarlo?—insistí. — Sí, tan solo con recordarlas. Es como cuando pierdes tus llaves del coche, hasta no recordar dónde las dejaste y encontrarlas, ese fastidioso sentir, no se va. Tú, tu ser actual y presente trae consigo desde antes que nazcas un propósito, una deuda, algo que aprender y en algunos casos como en el tuyo, marcas emocionales de vidas pasadas. Todo eso se llama karma. Dicho esto, Tavata tomó asiento. Era de noche ya. Se veía cansada pero yo sorprendido y tenía ganas de saber más. — El karma y el pecado ¿son algo similar? —pregunté entonces a la vez que me ponía de vuelta los zapatos. — Similar… tal vez, pero el pecado involucra y crea culpa, además de ser un término manipulador creado por el hombre. Dios no castiga por tanto, el pecado no tiene sentido divino. Tú mismo te castigas con tus buenas o malas acciones, toda 119


acción buena o mala en la vida conlleva a una reacción por tanto, a buenas acciones te vendrán buenas cosas y a malas acciones, malas cosas. El karma es como una mochila que llenas y traes a través de tus encarnaciones. En ella, traes cosas relacionadas al amor, al perdón, a la compasión, etc. qué tienes que aprender, también traes la carga del bien y del mal que has hecho o causado a otros seres en vidas anteriores, lo que se traduce en gozo o sufrimiento actual y futuro. Nada absolutamente nada malo viene de Dios—dijo corroborando mi pensar y mi sentir con relación a Dios y a su verdadero amor. Así como a la ley divina de la causalidad. — Pero, ¿qué sentido tiene, pagar o sufrir por algo cometido en una vida anterior si no recuerdo el hecho en sí?, ¿cómo aprender de algo que no recuerdo, algo de lo que no tengo conciencia? —pregunté enseguida. Esa era una pregunta que si se trata de aprender de las supuestas acciones en vidas pasadas, me parecía totalmente justa y valedera — Tú, no las recuerdas es verdad y tampoco es vital que lo hagas. Lo importante y cierto es que tu “yo” divino, tu “yo” espiritual y eterno, tu espíritu lo haga y aprenda. Somos seres de luz, espirituales; espíritus eternos, no físicos y temporales como creen muchos. Tú tienes un cuerpo y dentro de él, un corazón; de igual manera tienes un espíritu y un alma solo que a diferencia estos últimos, ambos son eternos —ella me respondió haciéndome recordar la filosofía de Eleazar. Tavata se levantó del sofá y buscó un libro en su biblioteca el cual me lo dio. — Lee esto, es una historia que te ayudará a comprender mejor el amor de Dios y de la vida. —me dijo—. Se trataba del “Bhagavad Gita”, libro que data de al menos unos mil a dos mil años antes que la Biblia. Luego, me dio una sonrisa y me llevó de la mano sacándome de allí para luego dirigimos al comedor. Entonces, ella se sirvió un té de hierbas y me preguntó si quería algo de cenar. Nos sentamos. Yo sabía que era ya tarde para ella. Se le notaba en su sabia y arrugada carita que ya estaba sobre sus horas de ir a dormir. — Quiero darte algo para Eleazar —dijo y se levantó, dejándome solo por unos minutos. 120


Estando allí sobre un pasillo veo y enciendo una vela dormida y por sobre esta un espejo y un trozo de madera con letras talladas que dicen:

“Si oprimes a una persona, sufrirás opresión en otra vida y cosecharás el fruto de la semilla que sembraste en esta vida. Si alimentas al pobre, tendrás abundancia de alimentos en otra vida. Si todo el mundo comprendiese esta ley correctamente y cumpliese con sus deberes cuidadosamente, la humanidad se elevaría hasta alturas sublimes.” Swami Sivananda. Y por sobre este, otro que dice:

“Corta un trozo de madera y allí estaré. Levanta una piedra y allí me encontrarás. Soy Joshua y estoy dentro de ti y a tu alrededor.” Jesús. Al cabo de unos minutos regresó Tavata — Marcelo —dijo—, esta carta es para Eleazar. Se la entregas por favor Luego, se acercó más a mí, puso sus manos sobre mi cabeza y dijo un rezo u oración que no llegué a percibir. — Este don que Dios ha puesto en tu camino —dijo luego—, debes utilizarlo para ayudar, para dar paz a quien llegué a tu vida con esa necesidad espiritual. Nunca lucres con él mientras lo tengas y no le temas. No dejes nunca de oír a tu corazón y nunca dejes de hacer lo correcto. Luego me dio un beso en la frente—. Me hubiera gustado pasar más tiempo contigo. Ve con Dios. Horas después, ya en el avión, aquel libro me atrapó completamente, aquella historia sánscrita era como un alimento para mi alma y mi corazón. Sus páginas me daban a conocer una verdad diferente, una verdad que trascendía el tiempo y que aclaraba mi mente. Libro que armonizaba perfectamente con un amor divino, profundo y maravilloso, libro a cuyas páginas recurro ahora cada vez que el caos de la vida aturde mi conciencia. Me quedo pensando en él hasta quedar profundamente dormido.

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En sueños, me veo de espaldas sentado a orillas de un calmo mar viendo sus mansas aguas mostrarse hasta el horizonte. Luego, detrás de mí, la presencia de Andrea quien vestida en camiseta y shorts blancos se detiene.

Me abraza

sonriente, tierna y con mucho amor. Enseguida me mira a los ojos, sonreímos brevemente hasta que su rostro se llena de lágrimas y una gran ola por detrás de ella se levanta creciendo inmensa y colosal. Un temor indescifrable y una tristeza extraña me abrazan el alma y despierto agitado con llanto en los ojos y congoja en el corazón.

<====> “Cariños…”. Ya en lima, en mi departamento y mientras ordenaba las cosas para mañana lunes, día de trabajo y de los más pesados, me invadieron grandes ganas de querer ir a ver a Andrea. Además, quería darle unas cadenitas de acero que compré en Brasil y eran algo que quería compartir con ella. Sentía que ese beso dijo muchas cosas bellas que tenían que manifestarse dulcemente. Entonces, me sentí realmente extrañado y querido por ella. Eso lo sentí en sus labios. Sentía que mi corazón necesitaba estar cerca de ella antes de que la semana de trabajo me robe ese momento. Domingo, las calles estaban libres, los postes de luz pasaban rápidamente tras mi acelerar, estaba ansioso, me sentía enamorado. A las 11:25 de esa noche de verano, a media cuadra puse neutro y apagué las luces llegando a su casa, me sentí como un felino y mi corazón latía vigorosamente contento. Apagué entonces el motor. No sabía si llamar a su puerta ya que era tarde, así que tomé mi celular y le escribí un mensaje de texto que decía: “Andrea, estoy afuera ¿Estás en casa?” Y le di send.

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A los segundos se abrió rauda la cortina y Andrea se mostró sorprendida y sonriente por la ventana con los cabellos sueltos y revueltos, haciéndome un “hola” a la distancia y cerró la cortina. Fue entonces que la imagen sonriente de la mujer que me arrebataron abusivamente en los recuerdos de mi regresión, vinieron a mí como una centella. Mis bellos se erizaron y mi corazón latió por ese par de segundos todavía más rápido. Me desconcerté por un momento pero luego, sacudí mi cabeza y cambié la emisora por una más tranquila y romántica. Saqué la colonia de la guantera echándome un poco y me acomodé más a gusto en el asiento mientras la esperaba. Casi enseguida se abrió su puerta y salió Andrea. Traía puesta la misma falda, larguísima tipo gitana y una camisetita blanca. Luego, corrió descalza hacia mi coche y acomodando su cabello suelto, me sonrió. Yo le abrí la puerta — ¡Marce, que sorpresa! —dijo ella y entró al coche sentándose tiernamente con las manos entre sus piernas. Me encantaba su carácter de niña en el cuerpo de una joven mujer; una dulce, inteligente y exquisita mujer. — Hola nenita… tenía muchas ganas de verte y pues aquí estoy. Espero no incomodarte — le dije. — No, no, lo que sucede es que me caíste de sorpresa y justo estaba... estaba… jeje nada —dijo sonriendo y sonrojándose ligeramente. — Estabas… ¿Qué nena? —pregunté enseguida curioso después de encender la luz del salón para verla mejor. Estaba linda como siempre, a pesar de no traer maquillaje alguno y de haber estado aparentemente cepillando su cabello, lo cual la hacía especialmente atractiva. — Jajaja. Nada, no seas tan curiosito. Más bien cuéntame ¿qué tal tu viaje? — dijo cambiándome rápidamente de tema. — Bueno bien… —respondí y después de unos minutos, mientras respondía y le contaba encantado, ella se acomodó apoyando su cabecita de lado sobre el asiento, de modo que nuestras miradas estuvieron frente a frente y entonces, un silente momento en el que por varios segundos Andrea y yo tan únicamente nos miramos acompañados de la suave música de la radio, dejando que nuestras almas a través de nuestros ojos lo dijeran todo. Fue un encantador momento de eternos 123


segundos en los que me sentí muy enamorado, muy feliz, allí a su lado. Sus cabellos todos de un lado cubrían su hombro y parte de su brazo, sus ojos caramelo, su pequeña nariz y sus labios carnosos hacían de su rostro algo maravilloso. Me sentía muy afortunado; casi no podía creer que aquella angelita encantadora se estuviera enamorando de mí. — Te he pensado mucho, Marce. Me alegra que estés aquí esta noche —dijo con voz suave, sin dejar de verme a los ojos — ¿En serio te portaste bien en Brasil? — Claro Andrea, yo también te pensé mucho allá, y más desde esa nochecita en la que nos encontramos en línea en el mensajero, las cosas que me dijiste y lo que me hiciste sentir me encantaron. —Luego, estiré mi mano y le acaricié una de sus mejillas. — Te doy mi palabra de que no hice ninguna travesura. Entonces, saqué las cadenitas de mi bolsillo. — Te compre esto allá. Espero te guste. — A ver… ¡Están lindas, Marce! —dijo liberando sus manos de entre sus piernas para verlas. — ¡Gracias! — añadió mientras las observaba. Y luego clavando nuevamente su mirada en mis ojos se fue acercando a mí, me abrazó por el cuello y amorosamente, nos besamos Nuestros labios liberaron toda aquella mutua y contenida ansiedad, rozándose y acariciándose suavemente por varios segundos gloriosos en los que aquellas cálidas y expresivas luces volvieron a manifestarse intensamente ante mis ojos e iluminaron nuestros abrazos; y mi corazón se volvía loco y mi cuerpo la deseó de inmediato. Luego, esos segundos se convirtieron en minutos, minutos de un dulce sentir en donde aquel tierno y finalmente apasionado beso fue el protagonista. Nuestros corazones se aceleraron hasta que de pronto ella se detuvo y sin dejar de verme a los ojos, tomó en sus manos mi rostro y rozando su nariz con la mía, dijo afectuosamente: “Me gustas mucho, Marcelo.” Luego, se alejó hasta apoyarse de espaldas en la puerta y volvió a concentrarse en las cadenillas. Yo respiré profundo. — Nenita, una de ellas es para ti, es una pulsera para el tobillo y la otra… es para mí, es una pulsera para la muñeca. 124


— ¡Ay, qué lindo! — dijo—. Sí, ya decía yo, ¿por qué dos iguales pero de diferentes tamaños? Jeje. Ven dame tu mano que te la pongo. Entonces, tomó mi mano derecha. — Te queda bien eh. —dijo viéndola, acariciándola suavemente. Mientras lo hacía, yo alcancé su cadenita, esta, apoyada sobre su pierna esperaba una lógica acción de mi parte. — A ver…nenita, déjame ponerte la tuya —le dije. Andrea sacudió en polvo de sus pies, y levantó las piernas hacia mí diciéndome coqueta. — ¿En cuál tobillo la quieres poner? Tú eliges. ¿Derecho o izquierdo? —Creo que derecho de modo que las tendremos del mismo lado —respondí. Enseguida, sujeté suavemente su tobillo y parte de su pie descalzo a lo que reaccionó retrayéndolo por un instante al sentir mis manos, diciendo entre sonrisas: “¡Ay, pero no me hagas cosquillas, por favor!”. Y volvió a guardar sus manos entre sus piernas, pudorosa, como temiendo que aquella gran falda pudiera dejar ver algo que me estaba prohibido. — Ok, ok —le dije pero no pude evitar el volver hacerla sonreír de esa inocente manera y apropósito le hice arañitas en la planta, logrando que volviera a contraerse nerviosa de manera que tras sus impulsivos movimientos aquella falda se alborotaba retrayéndose sensualmente. — ¡Nooo, Marce! — dijo entre sonrisas y retrajo totalmente ambas piernas contra sí para entonces decirme sonrojada — Lo que pasa nene es que cuando tú llegaste yo estaba en el bañito por ponerme ya mi pijama; eso es lo que traté de decirte al entrar a tu carro ¿recuerdas? pero me dio penita. Entonces, al verla así dulcemente vergonzosa le dije sorprendido pero sonriente sin imaginar el por qué de tanto recelo. — ¿Y eso qué nenita? — Ay, Marce, es que…no…no… no traigo bombachitas, ¿entiendes? — ella respondió sonrojándose tímidamente—Así que ya basta con lo de las cosquillitas ¿ok? — dijo muy sonrojadita, tratando de mostrarme una cara seria.

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Fue entonces y al oír eso que respiré muy profundo ya que de solo pensar y saber que ella se encontraba aquí pasando un momento tan especial y romántico conmigo sin ropita interior me llenó de deseo. — ¡¿En serió?! —le dije, muy emocionado. No quería que el encanto se disipara hasta el punto de que todo se complicara por realmente nada, de modo que tomé aire y respondí serenamente: “Ok, nenita, descuida, ya no lo haré ¿sí? Dale, dame tu tobillo.” Quería ponerle yo mismo esa cadenita y disfrutarla al menos sabiendo lo libre que se encontraba en su más privada intimidad. Ella accedió con un mirar que buscaba en mi rostro la confianza del caso. Luego, estiró nuevamente las piernas hacia mí, juntas y sujetándose la falda sobre sus rodillas, colocando sus pies lentamente sobre uno de mis muslos. Yo sujeté su tobillo derecho elevándolo un poco para enseguida colocarle la cadenita. — Ves —le dije—, te queda linda, justo como me imaginé que te quedaría. — Sí, está linda, Marce —dijo permitiéndome que le acariciara los tobillos, a la vez que aproveché para preguntarle sobre qué tal había pasado estos días. Ella respondió diciendo que aún estaba de vacaciones. Y mientras ella me contaba eso, contenta y emocionada, movía su pie nerviosa e inconscientemente, lo que fue provocando en mí al rozar, una también inconsciente e incontenible reacción, la que traté de obviar concentrando mi atención en sus palabras hasta que ella se detuvo. Entonces, nuevamente nuestras miradas se volvieron a unir envueltas y llenas por el embrujo de aquella noche y con un sentimiento muy especial y verdadero le dije. — Andrea…tú también me gustas y mucho, ratoncita. Me encantas. Respondiendo a lo que ella me hizo saber momentos antes y dejé fluir de mi corazón lo que quería decirle desde ya hace varias lunas atrás. Un cálido abrazo y un dulce y placentero beso nos volvieron a acercar enseguida. Ella luego posó su cabeza en mi pecho, se quedo unos segundos en silencio y dijo en tono suave y calmado. — Quiero que sepas es que eres algo muy, muy especial para mí—Yo la apreté a mi pecho y le besé la cabeza, deseando que nada me haga perderla nunca.

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La luna llena se veía radiante en lo alto, mostrándose como dama solitaria de la noche, una noche como pocas en donde el cielo gris por lo general domina por sobre los astros nocturnos de la gran Lima. Una de mis manos acaricia su cabeza y amarra la otra entre la suya, sintiendo su cuerpo manso y su apacible respirar sobre mi pecho. Mis labios y mi nariz por sobre sus cabellos, fascinado con su aroma. — ¿Qué es lo que más te gusta de mí? O… ¿por qué te gusto? —preguntó ella engriéndose. — Nnn, me gusta mucho tu mirada y me encantas cuando sonríes. Me gusta saber que puedo confiar en ti y que me dejes ser tal cual soy— respondí con toda sinceridad. Ella fue a la primera persona a la que le conté de aquello, confiaba totalmente en ella. — ¿Qué más? Repreguntó en sutil tono pícaro, jugando con sus dedos enredados entre los míos. — Me encanta como te vistes, como caminas, como hueles y… me fascina ver tu colita al caminar —respondí sonriente, muy feliz. — ¿Qué más, nada más? —insistió sonriendo. — Nnn me gustan tus bellísimas amiguitas gemelas, esas dulces redonditas que te acompañan siempre y ahora…me tiene loquito saber que estás aquí sin bombachitas. — ¡¡Oye!! —dijo en tono de advertencia pero contenta dejándome ser. — Y… sí Andrea, este momento no lo olvidaré jamás. — La volví a abrazar besándola en la cabecita demostrándole así mi desbordante cariño. — Marce... y… ¿por qué te gusta tanto saber que no traigo bombachitas?— preguntó traviesa. Me quedé por unos segundos sonriendo y sin responder, realmente no supe qué decir. Era encantadora su pregunta tan pícara y tierna a la vez que me desconcertaba. Me enamoraba su juego, era tan entretenido y excitante haberla oído decir esa pregunta. Mi imaginación volaba viéndola deliciosamente. — Nnn es que… de solo saberlo… me pone contento todito —respondí encantado.

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—¿O sea… que se pone contento… tu soldadito también?—dijo tiernamente y alzó su mirada en busca de mis ojos. Luego, al verme sonreír con cara de inocente, sonrió también, volvió a apoyar su cabeza y dijo tranquilamente. — ¿Sabes? Me gusta mucho saber que tu soldadito está contento, eso me pone muy contenta también. Luego, se quedó todo en silencio y yo recordé nuestro primer encuentro travieso en la clínica y lo inesperado y natural en que se dio. Estoy seguro de que ella lo tenía en mente también. Nos deseábamos y sé que nos amábamos. El momento era maravilloso tal y como estaba y yo sentía que así debía terminar aunque ambos estuviéramos muy entusiasmados. Era en sí ya un placer saberla así, tan o más inquieta que yo. Andrea se incorporó entonces diciendo. — Bueno, ya me voy, Marce. Su rostro sonrojado y contento me pidió un beso más. Nos dimos uno muy intenso y por varios segundos, hasta que ella se detuvo y se alejó de mí casi en contra de su voluntad dejando escapar un leve suspiro mientras yo la miraba totalmente enamorado. — Te quiero, reinita —le dije tomándola de la mano. Ella abrió la puerta y se quedó allí como no queriendo irse. — Mañana tienes que trabajar; además quiero hacer pipi, y por último…si me quedo... creo no podré cumplir con mi promesa —dijo con una tierna sonrisa dibujada en su carita. — ¿Qué promesa, Andrea? —le pregunté algo confundido mientras veía mi reloj, eran las 12:35. — Otro día te cuento, ¿sí? —dijo y luego me jaló de la mano y nos clavamos otro beso tan intenso que se iluminó aún más que el anterior. —Yo también te quiero, Marcelo—dijo para luego salir del carro. Enseguida salí también, rodeé el carro, la tomé de la mano y caminamos lentamente y muy juntos hacia su puerta. — ¿Cenamos el miércoles?—le dije. —Ok, corazón —fue su corta respuesta, luego soltó mi mano e ingresó a su casa. Di media vuelta, encendí mi coche y me dejé llevar por la alegría, acelerando emocionado, como picado por el bichito de la más absoluta felicidad. 128


Le subí al volumen y canté a viva voz sin reparos. También me persigné inventando para mí una manera diferente de hacerlo y es que me sentía tan agradecido con Dios que decidí en ese momento iniciar una nueva forma de agradecerle y conectarme con Él, como cuando era un niño pero de esta nueva manera especial y única para con Él. El amor y la gratitud que emanaban de mí eran de una magnitud nunca antes sentida por mi ser. — Gracias Dios, gracias por darme esta linda angelita —dije, luego me volví a persignar de esa manera particularmente mía y la memoricé para mí. Una vez leí algo como esto: Cuando dos almas afines se encuentran, se reconocen. Sus corazones se aceleran desde un inicio al verse. La ternura, el amor y el deseo los

invade

místicamente

y

por

completo.

Juntos

crecen,

evolucionan

espiritualmente ya que son complemento, se ayudan. Son una misma esencia divina que fue dividida por Dios para aprender por separado pero cuando coinciden en un mismo tiempo-espacio de vida son felices, ya que su separación fue tan solo preparación para un cada vez más feliz reencuentro. Más adelante ya en mi cuarto, y sobre mi cama desnudo, tomé mi celular y le envié un “dulces sueños” y un

“te quiero” lleno de besos para luego quedar

profundamente dormido abrazado a mi almohada, no sin antes recordarla lleno de amor y deseo. Completamente feliz.

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Capítulo 7 “Llamados del destino”. Lunes por la mañana, asfaltos fríos, losas húmedas, tráfico, bocinas y congestión vehicular rumbo al trabajo. Pesares diarios que me tienen sin cuidado porque simplemente me siento enamorado. Al llegar, veo llegar también a Brenda a quien saludé contento. Luego, a mi jefe a quien le di el informe de mi viaje el cual era muy positivo para la empresa y por consiguiente para mí también. Unas horas después, me dio la hora de almorzar. Salí con mi coche y fui a buscar a Eleazar a su casa, pensando darle la carta y de paso almorzar acompañado. Camino a su casa me detuvo un semáforo al cual traté de ganar en ámbar pero no pude ya que tenía un carro por delante lo que no me permitió acelerar. Una niña y un niño, muy pequeños ellos, con unas bolsitas de caramelos se acercaron por mi ventana pidiendo una ayuda, llevaban las ropas sucias y las caritas tristes. Y aunque ver pobreza era algo de todos los días, el ver a niños tan cortos en edad y en tal situación podía desdibujar cualquier tipo de sonrisa. Tomé entonces unas monedas y se las di tratando de ver tal vez en ellos una sonrisa también, lo cual apenas conseguí. Luego, se fueron hacia atrás en busca de otras ventanas y de más corazones blandos. Seguidamente, sentí claramente la extraña sensación de que alguien me miraba. Giré mi mirar, buscando. Al lado mío se hallaba detenido también, un atestado bus de transporte público desde donde una joven trigueña de ojos grandes y de mediana edad encimó su mirada hacia mí para verme, muy sorprendida. Yo jamás había visto pero ante su extraña actitud y el hecho de pararse de su asiento como queriendo salir a mi alcance me hizo buscar y rebuscar casi frenéticamente en mi memoria de quién se trataba, sin obtener respuesta sobre su inexplicable comportamiento. Luego, el cambio a verde en el semáforo provocó que el pesado bus reiniciara su marcha. Yo intenté acelerar y seguirlo pero no pude. El bus entonces se fue alejando seguido por una fila de otros buses y coches. Me quedé pensando en aquello mientras retomaba mi ruta, en quién sería, y qué desearía de

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mí con tanta inquietud, pensamiento que desapareció al llegar al domicilio de Eleazar desde donde justo salía él. — ¡Eleazar! — Le grité desde mi asiento. — ¡Muchacho, qué tal! ¡Qué bueno volver a verte! —dijo animado y caminando lento hacia mi ventana. Vestía de negro y estaba acompañado de una gorrita beige. — Estoy yendo a almorzar y venía a recogerlo, ¡vamos, súbase! —le dije. — Ah bueno, genial —dijo cambiando su caminar hacia la otra puerta la cual le abrí para luego darnos dentro un fuerte y noble apretón de manos—. Bueno, cuéntame muchacho ¿Qué tal tu viaje? Te noto mucho más contento. — Y… ya le contaré jeje. Tengo algo para usted, eh picarón —le dije llegando ya al pequeño restaurante en donde después de sentarnos pedimos ambos y sin dudarlo, el menú del día, un rico lomo saltado. — Bueno cuéntame… ¿cómo es eso de que tienes algo para mí? — preguntó inquieto y sorprendido. — Sí, Eleazar, es que vi a su adorable amiga, Tavata y ella me dio algo para usted. Dicho esto, saqué el sobre de mi saco y se lo entregué, al mismo tiempo en que los menús se posaban en la mesa. Él tomó el sobre aparentando calma pero lo cierto era que estaba visiblemente emocionado, puesto que dejó caer, sin querer uno de sus cubiertos al piso. Luego, como si no fuera algo muy importante se lo guardó. — Lo leerá luego eh. Dije sonriente. — Bueno, sí —luego sonrió y dijo más relajado. —, para qué me voy a hacer el desinteresado, la verdad sí me alegra mucho el que ella todavía se acuerde de mí y que me haya enviado una carta después de tanto tiempo. ¿Cómo está ella?, bien espero. — Muy bien, es una señora muy dulce, realmente encantadora, además de súper amable. Se ve que la quieren mucho por allá. Tiene una casa albergue para niños pobres muy, muy grande y se ve que es muy feliz dándoles todo lo que puede. — Sí, ella siempre fue así… siempre lo dio todo. Ella decía que el amor estaba como Dios mismo, por sobre todas las cosas y que la compasión era la sombra luminosa del amor, esa que tal cual Dios, ilumina sin apegos ni distinciones, esa que se enciende cuando ves por ejemplo un animal sufrir, esa necesidad interior de 131


comprometerse con el dolor ajeno, esa que nace sin apegos pero del alma y por responsabilidad para con el otro, ese deseo de querer que todos sean felices. Aquellas palabras me obligaron a responder. — Pero yo también quisiera que todos sean felices, lo cual es imposible, escaparía de mis manos el siquiera intentarlo —dije sin complicaciones. — Bueno, no te sientas mal, recuerda que cada cual tiene lo que merece según su

karma.

Tú haz como ese dicho que dice: “Si Dios te da limones pues has

limonada”. Ayuda cuanto puedas sin perjudicarte, ya que uno para ayudar debe primero ayudarse a sí mismo, si no imposible te será ayudar. El amor y la compasión están en todos pero en diferentes niveles de evolución espiritual. Ya ves que hay tantísima gente que a más tiene, más quiere. En ellos, el egoísmo los nubla haciendo que carezcan cada vez más de amor real y compasión genuina, haciendo de sus vidas una farsa llena de supuestos logros y metas materiales que terminan en una constante infelicidad e insatisfacción personal. — O sea que uno… ¿debe ser un conformista y no desear superarse más en la vida? —pregunté — No, no digo eso, digo que uno debe disfrutar y vivir su presente con aquello que Dios le va permitiendo tener y no caer en vivir pensando en el futuro y en lo que tendría dejando de lado a sus seres queridos o menospreciando su presente por vivir constantemente con la cabeza puesta en supuestas mejoras económicas futuras. Cuando tu “yo”, tu ego domina tu vida, caes irremediablemente en esa especie de adicción material, la cual no te permite ser enteramente feliz en tu presente. Repito, si Dios te da limones, no los bebas pensando en cómo sabrían si fueran naranjas ya que eso es ser ingrato con lo mucho o lo poco que tienes — respondió para luego volver sobre Tavata de quien charlamos largamente. Él aún sentía mucho por ella y su sentir sé que era reciproco.

<====> “Propósitos anexos y divinos…”.

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— Te veo diferente. — Fue lo que dijo Brenda sorprendiéndome y poniendo sus manos sobre mi escritorio a ambos lados de mi computador y dejando caer libremente su cabello suelto por sobre mi pantalla. Luego, se agachó aún más y bajando la pantalla trataba de verme de frente a la cara. — Sí, no hay duda, estás diferente. ¿Qué, tan bien te fue en Brasil? Algo tienes que estás… muy diferente. Yo le respondí después de quitar mí vista de su brasier, el cual se dejaba ver provocativamente a través de su blusa, la cual estaba muy sexy y desabotonada y que me sobrecogió mí mirar por un segundo o tal vez más. — Hola Brendita. ¿Cómo estás? No sé bien a qué te refieres —dije tratando de volver a abrir la pantalla. — Pues no sé pero estás más… como… más interesante que antes. Bueno, tal vez a la salida de uno de estos días me cuentas y de paso te acompaño —dijo abriendo mi pantalla con ambas manos y retirándose coqueta. Algo que nunca me pude explicar es cómo las chicas de su tipo se muestran más interesadas en uno, cuando uno ya no está libre, esto aún sin siquiera saber que no lo estamos.

¿Será que perciben una baja de frecuencia e intensidad en

nuestras miradas, y eso las hace reaccionar? Sea como sea, Andrea estaba en mi salva pantalla y tan solo ver su rostro allí me coloreaba el día, el alma y me aceleraba el corazón. Quería verla, estar a su lado otra vez pero si algo aprendí de mis anteriores relaciones es que no debía saturar una relación y más bien respetar los espacios y hacer de esos espacios motivos que jueguen a favor de la pareja, de la relación, evitando así la sobre exposición y por ende, la devastadora rutina. Pienso que el amor de pareja no es solo físico y deseo, estos no son eternos. El amor es un sentimiento de intrínseca afinidad, de comprensión y de respeto y deben sentirse con esa persona con el corazón y en esencia, en donde la empatía y la comunicación verbal y espiritual son vitales. Los días pasaron como volando hasta que llegó el miércoles por la tarde, momento en el que recibí un correo electrónico de Andrea; uno especial que decía:

“Marce, ¿puedes venir a las 8, vamos a cenar sí? Te quiero mucho. Un beso.”

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Luego, continué con mi trabajo hasta que me dieron las 06:30, hora de salir. Tomé mis cosas, me despedí de mi jefe, de los demás y tomé el ascensor. Fuera del edificio; parada comprando unos cigarrillos se encontraba Brenda. — Ah mira por fin saliste. ¿Me das una jaladita? —preguntó tomándome del brazo cortésmente. — Ok vamos, pero espero que esta vez no nos coja otro accidente —respondí recordando lo sucedido la última vez. Al mismo tiempo, dejé caer mis llaves para librarme de ella sin ser tan descortés. Entonces, caminamos juntos hacia mi coche. Estando dentro y después de encender la radio y el motor, los nudillos de unas manos tocaron sorpresivamente sobre mi luna y por fuera apareció una mujer que impacientemente llamaba mi atención. Sorprendido entonces, pude darme cuenta de que se trataba de la misma mujer del bus, su rostro temeroso pero decidido me indicaba que algo importante para ella la inquietaba y que aquello tenía que ver conmigo. — Joven, disculpe, por favor, por favor, necesito hablar con usted —dijo poniendo sus manos en súplica. Se trataba de una joven delgada, trigueña clara, de contextura media y también media estatura; vestía sencilla con una blusa azul y unos pantalones blancos. Abrí entonces mi ventana unos centímetros con recelo y precaución. Lima, aunque ha cambiado mucho, todavía es una ciudad peligrosa. — Sí, ¿qué sucede? Le pregunté desconcertado al mismo tiempo que Brenda le bajaba al volumen y miraba curiosa. — Joven, no sé cómo decirlo. Ay disculpe pero es que… lo he visto en mis sueños y... Brenda soltó una carcajada cortando su hasta en ese momento desconcertante decir y luego, ella misma dijo tocándome la pierna. — ¡Ves! ¡ves! algo diferente te traes que hasta las cholitas de la calle se te avientan jajaja. Esto avergonzó más a la joven mujer pero no la amilanó. — Por favor, no sea tonta señorita —dijo recriminando las palabras de Brenda desde afuera. — Disculpe joven, no vaya a creer que estoy loca por favor, pero es que es verdad, casi desde que mi madre murió su rostro se me ha presentado en sueños. Tanto, tanto que estoy segura de que es usted. 134


— Cholita loca y malcriada. A mí no me vas a venir a hablar así. Ya Marcelo dale su moneda para que deje de molestar esta loca, ratera seguro —increpó Brenda. — ¡Ya! basta Brenda. —dije alzando un tanto la voz y apagué el motor. —¿Cómo dices? —le pregunté realmente intrigado. — Sí, sí joven. Desde hace más de un año que lo sueño con regular frecuencia, y mucho más desde hace un mes o dos atrás. Sé que es por mi madre porque esto me sucede…cuando sueño con ella y a los pocos años de su muerte. Abrí entonces la puerta trasera para que ingresara. — Entra —le dije.— Ay no, si prefieres a la cholita me voy eh. —reclamó caprichosamente Brenda. No le respondí y me dirigí a la joven. —Pero… ¿quién es tu madre? No comprendo nada —le pregunté mientras la miraba por el espejo retrovisor. — ¿En serio la vas a dejar pasar a esta loca? Mira pero si hasta está hecha una mugre. ¡Mira su pantalón! ¡Ay, qué asco! — dijo Brenda pero no se movió. — Disculpe joven pero lo vi justo aquí en la tarde y desde esas horas lo estoy esperando —señaló contrariada la muchacha traía los jeans sucios los cuales al ser blancos se evidenciaban aún más por lo que trató de limpiárselos. — Brenda, si no nos vas a dejar conversar, te puedes retirar. Deberías ser menos ofensiva y más madura ¿no crees? —le dije censurando su actitud. — ¡Ay! esto es el colmo pero ok, ok, no los interrumpo —dijo insinuante y burlona, al mismo tiempo que encendía la radio a la cual le tuve que bajar enseguida el volumen. — Mi madre se llamaba Carla Cuyutupa, ella murió en la clínica anglo-cristiana hace varios años.

¿La conoció usted? —dijo preguntándome algo más calmada pero

incómoda por la hiriente actitud de Brenda a quien por momentos miraba con recelo. — ¿Dices que tu madre murió en esa clínica? —repregunté extrañado al ser aquella la cínica en donde me operaron pero aquel nombre no me decía nada. No recordaba haber conocido a ninguna mujer de ese nombre y aunque ya había algo en común entre su madre y yo, aún me invadía el desconcierto—. Conozco la clínica, estuve allí hace poco pero no conocí a su madre, estoy seguro —dije.

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— Ay Marcelo, creo que mejor me voy, quédate con tu noviecita —Luego, abrió la puerta —. Que se diviertan —añadió Brenda y cerró la puerta con algo de rudeza dando a saber su evidente molestia. — Disculpa, ¿cuál es tu nombre? —pregunté para luego pedirle que se pasara al asiento de adelante. Mientras Brenda paraba por detrás un taxi. — Juana Carmen —me dijo al salir—, Juana Carmen Cuyutupa González. Joven disculpe que lo haya hecho pelear con su novia pero tenía que hablar con usted. — No te preocupes. No es mi novia y ella no tenía por qué tratarte así pero dime más. ¿Cómo está eso de que me ves en tus sueños? Apropósito mi nombre es Marcelo —dije dándole la mano. — Sí joven, se lo juro —dijo besándose un dedo, en señal sacra. — Cada vez que sueño con mi madre, al final siempre se me muestra su rostro, tal cual lo veo ahora. Si hasta de verlo se me eriza el cuerpo. Yo no sé por qué, pero cada vez es más frecuente tanto que estoy más que segura de que es usted — repitió. — Pues yo tampoco sé, dime ¿cómo era tu madre, trabajaba en la clínica? Es que no sé qué esperas de mí. Estoy también muy seguro de no recordar tal nombre. — Mi madre murió según me dijeron los doctores de un infarto provocado por exceso agitación y cafeína eso fue lo que entendí. — Entonces… ¿tu madre era bastante mayor? —pregunté tratando de recordar. Tal vez sí la conocí. Pensaba que no sería difícil olvidar a alguien entre mis caídas en coma.— No era tan mayor, más bien joven, apenas treinta cuando murió —dijo.— ¿¡Treinta!? —dije desconcertado. — ¿Cómo treinta si tú tendrás unos 20, máximo, 24 años? ¿Qué es esto, una broma? Pensé entonces que tal vez Brenda tenía razón y que esta mujer sería una loca pero la mención de la clínica era algo muy curioso, además no me daba esa impresión. Ella era una mujer joven de humilde vestir y condición mas no pobre. — No, no joven, no es broma —dijo temerosa y continuó—. Es que mi madre no murió recién sino hace casi 5 años. Ella me tuvo a mí apenas a sus 15 y murió teniendo yo 16 pero es en este último año y sobre todo desde hace como le digo, un par de meses, que los sueños se han vuelto mucho más frecuentes y lo que 136


antes era esporádico ahora es casi a diario. Yo tengo 21 joven. ¡Por favor créame! —dijo suplicando. Me quedé quieto mirándola fijamente, pensando sin tener nada claro. — ¿Cómo era tu madre entonces? —le pregunté todavía más desconfiado al saber que su madre había fallecido mucho antes de que yo pisara la clínica.— Mi madre, como ya le dije, era una mujer joven más blanca que yo, de cabellos muy largos, muy bonita. — Mira, Juana… Juana Carmen, hazme el favor de bajarte del carro, estoy seguro de que me confundes —dije al mismo tiempo que le abría la puerta. Sus ojos se llenaron de lágrimas al oír mis palabras y sentir mi determinación pero no dijo más—. Discúlpame pero no recuerdo a nadie como tú describes. Bájate, por favor. — Insistí en voz calmada y suave sin querer perturbarla demasiado por temor a que de veras me encontrara junto a una mujer con problemas mentales. Entonces, sacando ya los pies del auto, sacó también apresurada una foto de su billetera y me la dio temerosamente como tirando su última carta, sin saber qué más decir. La tomé, mientras ella salía y la vi. La imagen mostraba una mujer joven de trenzas, realmente agraciada junto a una nena que era ella junto a su madre pero tal imagen no me decía nada. Ningún recuerdo en absoluto y se la devolví—. Lo siento, no la conocí. —dije y me dispuse a cerrar la puerta. De pronto, en mi mente se fusionaron dos imágenes: la de la joven de la foto y su mirada cabizbaja, algo recubierta de cabellos al ir saliendo. Pero… ¿sería ella, sería aquel espíritu azul y blanco, aquella mujer de cabellos largos que me visitó aquella noche dándome tan inesperada muestra de afecto, su madre? — Espera —le dije deteniendo la puerta en su cerrar—, espera. —Volví a decir quedándome unos segundos en silencio recordando para luego pedirle la foto nuevamente. Ella me la dio, mirándome quieta como veía la foto y su cara. — ¿Te puedes soltar más el cabello? —le pedí a lo que ella accedió. Ahora estaba seguro. Era ella, el espíritu visitante de esa noche, era realmente su madre. — Siéntate, ya recordé —le dije impresionado.

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Todo el recuerdo de esa noche vino a mí a medida que hacía memoria. Su deslumbrante presencia, su ciego y complaciente apetito carnal, su exuberante cuerpo luminoso y todo lo demás. También recordé la abrupta intervención del otro iracundo y negruzco ente y de como ambos desaparecieron, dejándome sorprendido y en sobresalto por toda esa noche. — Joven, yo no sé, no entiendo qué tendrá que ver usted en los sueños que tengo y el por qué son ahora tan frecuentes pero espero pueda ayudarme a entenderlo —dijo desahogando su inquietud a la vez que frotaba sus rodillas nerviosamente. — Yo… creo que sí —le dije pensativo al mismo tiempo que las palabras de Tavata resonaban en mi mente como un eco revelador. Casi podía imaginar a lo que me llevaría este acontecer. Entonces, las luces de la calle se encendieron. Eran casi las 7 de la noche. Recordé a Andrea y nuestra cena... El tiempo me era justo. De tal modo que coordiné un próximo encuentro con Juana Carmen, la cual más aliviada aceptó de buena manera, dándome además su número de celular para confirmar nuestra futura cita. Entonces, nos despedimos, ella salió mucho más serena, dándome las gracias; yo volví a encender mi coche y salí rápidamente de Miraflores.

<====> “Velas, pastas, miradas, recuerdos y mucho amor”. Veo un par de hormigas trepar por las mayólicas mientras me ducho. En eso por fuera, vibra mi celular, cerré la llave del grifo y contesté. Era Andrea, con quien quedé en encontrarnos en una trattoria cerca de su casa. Media hora después, terminé de vestirme, elegí unos jeans nuevos y una camisa celeste. Ya en la trattoria, pedí la carta mientras la esperaba. Me sentía tranquilo con muchas ganas de verla y de pasar un grato momento con ella. El ambiente era

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muy acogedor pequeño e íntimo con decoraciones rústicas de corte clásico italiano. Madera y hierro; música suave de fondo. Si hay algo que aún hasta hoy tengo que aprender a tener, es paciencia. Pasaron poco más de veinticinco minutos desde que llegué y ya tenía más que claro lo que iba a pedir. Entonces, quise agregarle un detalle más romántico a la cena pidiéndole al mozo una vela roja de la más linda y aromática que tuviese, la cual trajo enseguida. Luego, me dijo si quería ir ordenando el vino lo que me pareció oportuno, además, sentir un poco de vino dulce en mi paladar y en mi torrente sanguíneo, relajaría mi espera. Un vaso y un par de minutos después, me dispuse a prender la vela, ubicando esta al medio de la mesa y me senté estratégicamente para poder verla llegar. Encendí entonces, un cerillo y su figura se apareció sobre el fondo. La tierna cristianita traía puesto un lindo y ligero vestidito blanco muy corto, volado hasta encima de las rodillas y ceñido al torso y a la cintura; el cabello suelto adornado por una pañoleta de maya negra en la cabeza; unas sandalias negras de taco y una carterita negra de cuero al hombro. Sus párpados delineados tanto más maquillados de lo normal, estilizaban sus ojos hermosamente con sombras oscuras, las mismas que hacían juego con sus aretes negros al igual que sus labios, haciéndola verse verdaderamente diferente y acentuando su mirar de manera exquisitamente sensual. Parecía una preciosa gatita vestida de blanco la que se acercaba tierna y benditamente bella hacia mí. Sus lindos ojos caramelo pronto me ubicaron en su encantador caminar, cuyas saludables y contorneadas piernas, la hacían de lo más hermoso que podía posarse por allí. Entonces, sentí un dolor intenso en la mano y una sonrisa burlona iluminó su carita dándome a saber lo torpe que me veía al ser quemado por la cera de la vela. — ¡Auch! — expresé después de tirarlo y mientras me chupaba el dedo afectado, le acerqué caballeroso la silla en donde posó sus espléndidas caderas. — Ay tontín ¿qué paso? —dijo sonriéndose para luego ubicar su carterita sobre sus piernas muy juntas estas, justo en medio de sus muslos en donde el término de su faldita los dividía, y luego reclamó tiernamente ante mi súbito nerviosismo, diciendo tímida. 139


— ¿Qué… no me vas a saludar? Y es que por un par de segundos, mi atención se encariñó en lo atractivo que se veía su escote desde arriba, al estar yo aún parado por detrás de su silla. Sus hombros descubiertos salpicados por pequeñas pecas, las que provocadas por el sol de verano en su piel bronceada se esparcían encantadoramente también por todo el frente de su pecho, en cuyo punto medio una sombra simétrica se dibujaba dividiendo la perfección de sus bellos senos. Te invito a seguir descubriendo esta novela en su versión completa de 300 páginas en: http://www.miguele.com/#!elevangeliodeandrea/cccb www.miguele.com O en ponerte en contacto con el escritor en: info@miguele.com

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