Tallas a la tanquianera Anécdotas de mujeres y de pobladores de Tanquián y la Huasteca Potosina
Miguel Ángel Izquierdo Sánchez 2010
Índice
Introducción : Las tallas o anécdotas huastecas Decires, habladas y ejemplos de los parientes Juegos y sinceridades infantiles De solterones, solteras y suegras Casamientos, fidelidades y segundas nupcias Pláticas de mujeres Regina Lyakovetska en Tanquián Tienda de Novedades Feligreses Maleficios tanquianeros En los cines de la Huasteca El carácter de las huastecas Mariana de Tanquián Don Amadeo del Higo, Veracruz De rabos verdes y otros brincos de la tercera edad Don Pablo Jonguitud Valencia Relatos de Don Ángel Briones Don Ernesto Azuara, hombrón de Tanquián Tallas sobre la abuelita Vange Burlándose de la muerte
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Las tallas o anécdotas huastecas 4
¿De dónde les vendrá su nombre a las Tallas huastecas? La hipótesis más obvia es que en tanto anécdotas o relatos humorísticos que se hacen para guardar en la memoria colectiva algún hecho particular de determinada persona, están hechas a la medida, “a la talla” del sujeto en escrutinio, dando cuenta de sus defectos y virtudes y de sus relaciones con otros o con el entorno, poniendo en juego sus características, gustos y estilo únicos. ¿Ya te sabes la Talla que le sacaron a fulano?, es una pregunta común en las reuniones entre tanquianeros, anunciando un gracioso detalle para gozo de los congregados. Hacer una talla sobre alguien es para reconocerlo en su unicidad, en lo que lo distingue. Es no dejarlo en el olvido, sino hacerlo presente, siempre que la plática produzca el contexto para recordarlo. Ignorar el detalle impediría disfrutar los hechos y picardías de los huastecos, que con su conversión en tallas, nos acercan oralmente a los rasgos distintivos de su identidad en alegre recreación. Hay quien sugiere que el nombre de tallas les viene en otro sentido, del verbo “tallar” o pulir el carácter del o de la protagonista de la talla, al remarcarle mediante ésta, algún rasgo criticable. Pero no todas las tallas tienen la intención de criticar, y sí en cambio la pretensión de divertir, partiendo de un hecho local y cotidiano y unas más de instruir exponiendo y valorando la experiencia, más de las veces ingeniosa, del protagonista de la talla, poniendo en juego el estilo y picardía del tallador, sus dotes de expresión oral e histriónica. En eso se parecen a los huapangueros huastecos, que al vuelo, recogen cierto rasgo de un escucha y lo convierten en décima o cuarteto, y lo cantan para diversión de todos los presentes. 5
¿Quiénes son los talladores? Algunos tanquianeros y huastecos que tienen por gusto ir relatando entre sus parientes, amigos y vecinos, las tallas que van saliendo día a día. Si bien es una costumbre muy extendida entre todos ellos. Sobresalen algunos que componen y detallan, presentan para alegrar a sus audiencias, destacando los rasgos o hechos que pareciendo menores e instantáneos, pasan con su relato y recuento, a ser mayores e intemporales. Ahí está el detalle, en poner atención al momento aparentemente vanal y cotidiano, y en convertirlo en cómica o didáctica anécdota para contarla y recontarla de boca en boca por muchos años. Las tallas o anécdotas huastecas, como el habla diaria de sus hombres y mujeres, grandes y chicos, reconocidos tanto católicos como agnósticos, suelen estar escanciadas con las graciosas palabras que los oídos mochos no soportarían en otros tiempos. La ausencia de “groserías” en las tallas parece que no las haría representativas del habla popular huasteca y costeña, donde se pronuncian además, con mucha gracia, y a veces hasta con cariño y amor. El cariño en su versión huasteca también se puede demostrar, y tal es un arte por muy pocos dominado, rociando virtuosamente de chingados, cabroneras y pendejeras al hijoesuchingadamadre del interlocutor que escucha las tallas. Difícil es ubicar como ofensivo en el contexto huasteco, el uso de esta salsa de palabras, si acaso cuando estamos ante una agresión física o enemistad política mayor. El buen tallador es bienvenido e invitado a fiestas y novenarios, a cantinas y patios en los que se reúnen los vecinos en el fresco de la tarde a conversar. Los amigos les dicen: vente para acá, jálese para acá… échate una talla, o échate unos coloraditos. 6
En los velorios, una vez que el rezo ha llegado a su momento culminante, no falta un hombre que salga de entre los afligidos deudos y jale al tallador más cercano para animar la reunión desde algún rincón del solar : “ Ven cabrón, échate una tallita”, le dicen, o bien “pésquense a fulano para que se eche unas tallas”. Los talladores necesitan una audiencia, un contexto festivo o doloroso que les dé motivos y temas, con lo que empiezan a fluir sus narraciones suavemente, sin parecer forzadas. El tallador se beneficia con otro que le salte a la réplica, en alegre competencia. Dice entonces el retador al terminar alguien una talla: “ahorita te la empato”. Y si fue mejor que la talla del contrincante, luego se lo hacen saber : ¡qué bruto, te lo llevaste! Ahí empieza a hilvanarse la cadena de tallas que va congregando a quienes por ahí pasan, llamados por las carcajadas de los escuchas, ampliándose el círculo de la audiencia. Unas cervecitas no caen mal “para que se graben las tallas”, como dice Don Ángel Briones, queriendo expresar “para recordarlas”. Por mi parte, a falta de cervecitas, ansiando recordarlas y compartirlas, en papel y virtualmente, decidí recogerlas y recontarlas para ustedes. Por eso abrimos el círculo para que ustedes quepan entre tanquianeros y huastecos. ¡ Sírvanse lo que gusten !
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Decires, habladas y ejemplos de los parientes 8
¶ Un tanquianero barzonista. En plena crisis económica de los años noventa, cuando centenas de miles de familias recibían amenazas de los banqueros para quitarles su patrimonio por préstamos hipotecarios adquiridos, Héctor recibió una llamada telefónica desde el banco. Era un empleado que le notificaba por enésima vez el aumento en su deuda, a cantidades exorbitantes, que incluían capital, intereses y rédito sobre los intereses. Héctor ya había superado en semanas anteriores el terror ocasionado por los banqueros cuando le advirtieron que lo iban a desalojar con todo y familia de su casa, lo que no había ocurrido. Desde entonces decidió: - No nos van a sacar de aquí ni a madrazos y que vayan y chinguen a su madre – les gritó, con todo el coraje que cabía en su pecho. El ejecutivo del banco, al teléfono, le dijo: - Debe usted con todo y réditos, si paga el día de hoy, la cantidad de ocho millones de pesos, y se le acabó el plazo para no aumentar ese monto. Héctor, que ahora estaba firme para esas amenazas, contestó: - Ya le dije que me vale si debo esa cantidad o una mayor, con chorrocientos ceros a la derecha, de todos modos no les voy a pagar ni me voy a salir de aquí. Y dígales a sus patrones que vayan y chinguen a su madre.
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Muy cortés e indiferente, el ejecutivo le anunció la última concesión en una llamada al día siguiente, por si cambiara de opinión. Héctor contestó ante el ofrecimiento, por adelantado: - Mañana cuando me llame no me diga la cantidad, nomás dígame cuántos ceros le agregó a la derecha, y si quiere puede añadirle ceros de uno en uno hasta el infinito. ¡Pero no se le olvide poner el ocho hasta la izquierda! Por cierto, dígales a sus patrones que vayan a chingar y rechingar a su puta madre. Meses después, renegoció su deuda, mientras otros cedían todo su patrimonio a los chacales.
Difundir un chisme es motivo de sumo placer al compartirlo, por eso dice Doña Tere : - Más tarda un pedo en un ayate que un chisme en la boca de mengana. ¶ Chismes de dulce. Lo oí de una sobrina, escuincla de ocho años: - Ya vinieron a pedir la panocha de fulana… ¶ Ponche de saliva. Mujer sabia, Doña Laya, tenía entre su repertorio esta otra sentencia, ahora sobre la gordura: — Al que va a ser gordo todo lo infla, desde un ponche de saliva, hasta una rebanada de aire.
¶ Chismes de categoría. El mejor de todos los chismes, esto es el Chisme por antonomasia, es aquél que se comunica en ayunas, y así se le llama en Tanquián : Chisme en ayunas. Cualquier otro es un mero derivado, subordinado a éste primigenio que se caracteriza por ser recién cocinado en una esquina, casi a oscuras, por dos personas que están haciendo el recuento de lo sucedido apenas la noche anterior o en la madrugada que se acaba de ir. Quien pensó, vio, oyó, olió, tocó, saboreó o creyó haber realizado cualquiera de esas acciones para capturar el hecho, sueño o alucine generador del chisme, tiene el privilegio de iniciar la cadena, de lanzar la imparable bola de nieve que avanza cuesta abajo y da dos vueltas a Tanquián, aderezado, antes del almuerzo. Después de almorzar, el chismoso o la chismosa, empezará a sentir un gran hueco en la panza que sólo mitigará hasta la mañana siguiente, al desembuchar el próximo, el último, la gran primicia, el chisme en ayunas.
¶ Cambiar la i por la e. Con todo el sigilo que puede tener un joven con culpa por incursionar con exceso en el alcohol, Ramón llegó pasada la medianoche a su casa, evitando hacer el menor ruido que despertara a su familia. Así parecía ser hasta que se atravesó una cubeta, dejada en el pasillo por alguien la noche anterior, provocando un escándalo de aquellos, mientras iba él a rebotar a un papayo del que se prendió para recuperar el equilibrio. — ¿Quién anda ahí? gritó Tere desde su cama, queriendo reconocer la voz del escandaloso. — Yo hermanita – dijo Ramón — me tomé una cubita. — ¡ Te habrás tomado una cubeta, desgraciado, que vienes azotando todo lo que encuentras ! Para ayudarle a recuperar el equilibrio, Tere le dio una soberana tunda de escobazos y cubetazos, que de paso hasta sobrio lo dejó.
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¶ De aguacates, papayas, y otras delicias derivadas. El señor Portilla, vecino de San Vicente, había convidado a su parentela a una importante reunión familiar. Eran tiempos en que los vecinos se bañaban en el río Pánuco, junto a la huerta de frutales, por lo que apardeciendo, llegada la hora del baño, decidió orientar a sus huéspedes y evitar así la promiscuidad entre hombres y mujeres. A la vera del río, puso entonces un anuncio muy claro que rezaba : — Los hombres, báñense de los aguacates para arriba, y las mujeres de las papayas para abajo. ¶ Humanas semejanzas. En su coche, iba un matrimonio por la noche sobre una carretera bordeada de desfiladeros, que por horas no contaba con espacios laterales para orillarse para atender una urgencia o una reparación mecánica. A la señora le urgía bajarse a orinar, así que el marido tuvo que orillarse forzadamente junto a un acantilado. Bajó la señora para librarse de su necesidad y en eso pasa un auto cuyas luces alumbraron directo a donde estaba acuclillada, en apuros. Ésta de inmediato dio por bajarse la falda para taparse la cola. Le dice su marido: — ¡ Te habías de tapar la cara para que no te reconozcan, pues el culo y las nalgas todos los tenemos iguales!
Ordenó de súbito, a media calle, entre todo el grupo de viajeros : — ¡ Los hombres, voltéense para allá ! Las mujeres, ¡háganme ruedita que ya me anda de orinar! Y ahí mismo, en medio de todos, se arremangó las faldas y se puso a servir a la naturaleza. ¶ Gustos de los maridos. Dice Susana, lectora de rostros y almas : — A los hombres les gustaría tener a sus mujeres delgaditas, para pasear en la calle, pero bustonas y nalgonas, para repasearlas en la cama. ¶ Gustito de muchacha. Al tío Pedro le llegó una tercera carta urgente de Remigia, su sobrina protegida, chantajeándolo esta vez con que se iba a prostituir si no le enviaba todo el dinero que le pedía. Con su buen corazón, el tío Pedro entró en dilema, no atinando qué hacer. Para ayudarse en la encrucijada, acudió al consejo su juicioso hijo menor. Héctor se la reviró así : — Mira papá, quítate de vanos apuros. Esta cabrona es tan huevona que no hay hombre en el mundo que se atreva a cogerla. El dinero que te pide es para pagar para que se la cojan. ¡ Ahí tú dirás si se lo mandas !
¶ Servicio a la naturaleza. Platicaba Don Neto que Doña Laya, en un viaje colectivo a Oaxaca, después de caminar mucho buscando el autobús en el que habían ido de viaje, se encontró apurada entre una multitud, con inmediatas ganas de orinar. 12
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¶ Para disfrutar a cuarenta y tantos grados. Como la sobrina anterior, todo mundo quiere quitarse en verano los ardientes calores. Entrando la temporada, las ropas empiezan a encogerse y a cortarse, las faldas a levantarse, los escotes a pronunciarse y los horcones como las verijas, a ventilarse. Una mujer que encontró al marido descansando en su hamaca, desnudo, dice : — Lo encontré chilepelado. Otra que se refrescaba desnuda con el ventilador puesto a toda velocidad sobre su cama, dijo: — Me halló con la cola p´arriba. ¶ Las puyas de Celso. Celso es una chispa en busca de forraje seco para encenderlo de a gratis. Si topa con un oficinista, lo cataloga como esclavo de cuello blanco. Si descubre al marido haciendo un encargo a su mujer, le cuelga : mandilón sin corona. De encontrar reunidos cerveceando a cuatro amigos, les baraja: no mato ni con una quintilla a este póker. A uno de nuestro grupo que anda de asueto, le planta en su frente : hasta pareces profesor, que se la pasa de vacaciones… Más de uno le saca la vuelta, por no tragarse la bilis.
puntos críticos del canon para comprar un coche usado y entre meneos y rascadas de cabeza sucesivos, asumió el papel de aguafiestas : Compadre, te hicieron pendejo. Este coche no vale ni la mitad de lo que pagaste por él. El tío Pancho de entrada no le creyó, tan emocionado estaba con el flamante Ford de sus sueños y de sus ahorros. Pero poco a poco, comprobando entre refunfuños y remilgos lo dicho por su compadre, entre malayas y condenas al vendedor, se fue convenciendo del timo y casi derrotado, llegó a vislumbrar una salida a su vergonzoso aprieto : — No creo que yo sea el más pendejo del mundo. Yo lo voy a vender. Tengo que hallar a otro que sea más pendejo que yo. ¡ Tiene que haberlo ! Y por allá fue a buscarlo. ¶ La enferma en su moto. Al soltar sus gases una pariente que convalecía, Mariana le reclamó : — ¿ A dónde vas tú en la moto que yo todavía ni el carro caliento ?
¶ Incrédulo. El tío Pancho vio el anuncio de la venta de un elegante coche rojo, un Ford clásico modelo 1968 que había perseguido por años y al leerlo, sintió una corazonada que le dijo: este es el mío. La operación de compra fue un mero formalismo, sin estiras ni aflojas. Llegó a su casa entusiasmado, llamó enseguida a su compadre y vecino, para presumírselo. El compadre, con ojo clínico revisó uno por uno los
¶ En la tienda de Doña Laya. Despachaba ella una tiendita de abarrotes en Tepemiche, donde en ese tiempo sólo llegaban en recuas, las Coca-Colas y los añorados refrescos potosinos, los refrescos Esqüis. Llegó una prima que venía en su primera visita a Tepemiche desde la ciudad de San Luis, y queriendo lucirse, pidió un Esqüert. Le avienta en su cara Doña Laya : — ¿ Que qué cosa quieres ? ¡ Cuer te hace la trasera ! Aquí solo vendemos coca y Esquis, así que elige...
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¶ Modelo de higiene. Muy disciplinado, mi sobrino Héctor dice ser también ejemplar : — Me baño cada mes, sea o no necesario. ¶ Refractarios y pegostes. De una persona agria, repulsiva, dicen mis parientes: — Ni las enfermedades se le pegan. Pero a una persona que sólo anda viendo a quien se le pega, la describen así: — Es garrapata de todas las veredas. ¶ Filosofía Mariana. Asegura Mariana : — En toda casa hay una loca y volteando hacia la primera que ve, dice: ¡ mira ! ¡ ahí va esa loca! De una niña que hace toda clase de berrinches para conseguir lo que se propone, dice : — Que le ladre a la gorda. De una persona presumida, incapaz de pensar por sí misma, Mariana afirma : — Tiene la sesera llena de mierda light. De alguien hiperactivo, apunta : — Parece tuza haciendo hoyos. De una rezandera, dibuja : — Hace escalones para llegar al cielo.
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Juegos y sinceridades infantiles 18
¶ Mariana y Susana juegan a ser niños. Con sus seis años de continua experimentación en la vida, este par de primas, prácticas y equitativas como ninguna, se propusieron lograr la igualdad de derechos y oportunidades con los niños hasta en el orinar. Era evidente que los niños orinaban con más facilidadque las niñas, y que se divertían de lo lindo en competencias para ver cuál chorro llegaba más lejos. Injusto les parecía que las niñas no participaran en ese deporte nacional. Por eso tomaron cada una un trozo de carrizo hueco, se subieron a una barda para prolongar el alcance. Pronto se dieron cuenta que para atinar al chisguete tenían que usar ambas manos, al tiempo que necesitaban ambos brazos para detener su faldas de crinolina. Entre aflojar y apretar los esfínteres, entre apretar los brazos contra el cuerpo y apuntar al carrizo, elevándolo para lograr la mayor distancia, perdieron toda concentración de los orificios y hasta el precario equilibrio sobre la barda que pisaban. ¡Allá fueron a caer, salpicadas en cuerpo y faldas, sobre sus aguas, gritando por los aires con los falsos pitos en las manos! — Mejor seguimos orinando como las niñas dijo una de ellas, apurada. — Sí, es más fácil– completó la otra. Así, bichongas, decidieron entonces probar otro tipo de experimento. ¶ En la regadera. Niños y niñas, a la hora del baño, van descubriendo sus diferencias, y sinceros como son, preguntan el por qué de ellas. Mi sobrina Zoila preguntó a su mamá, mientras la bañaba, viendo sus propios genitales : — ¿Por qué yo estoy partida? 19
En otra casa, una sobrina más grandecita de cerca de los diez años preguntó a su madre mientras se bañaba con su prima : — ¿Por qué ella tiene las chiches de chupirul? ¶ Primer día de clases. Héctor había salido flamante de su casa, caminando rumbo a la escuela primaria en su primer día de clases, vestido con pantaloncito corto y playera blanca bien planchados. En la mano llevaba orgulloso, un pequeño maletín metálico con lápices, sacapuntas y dos libretas. A mediodía regresó a casa fúrico y bramando : — En esa escuela chingada, enseñan pura cagada : pura cantada, pura rezada y nada de libretada. No fue fácil convencerlo los días siguientes de que fuera a la escuela. ¶ Usted decide si le alega. Marthita tenía escasos siete años. Sin embargo, alegaba como jovencita de quince, pero por desnutrida, aparentaba perfectamente cinco años. Para aplicarle un tratamiento que mejorara su peso, tenía que viajar en autobús a San Luis, a lo que se ofreció para acompañarla su tío Melo. Llegaron juntos a comprar los boletos. Su tío vislumbró la oportunidad de ahorrarse unos pesos pagando por ella medio boleto, como correspondía a los menores de 6 años, y no la desaprovechó. Pidió y pagó boleto y medio.
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Por mero formulismo, sin voltear a ver a Marthita, la boletera preguntó su edad, mientras entregaba al tío Melo los comprobantes. — Cinco años – contestó impasible el tío. — ¡ Ah no ! ¡ eso sí que no ! – interrumpió con su voz más ríspida la enclenque niña. Y continuó, indignada, tomando fuerza de flaqueza: — ¡ Tengo mis siete años cumplidos, de uno en uno hasta llegar a siete ! – gritaba, sacando el pecho y apuntándoselo con el índice, mientras en el cuello se le dibujaban claramente todas las venas. El tío comprendió que sería un suicidio alegarle, y sin ver a los ojos de la boletera, pagó la diferencia, más abochornado de la gran derrota argumental, que culpable de la mentirilla, apenas un pecado venial. ¶ Entrenando para las ligas mayores. Marthita, para haber ganado el alegato que apenas presentamos, a pulso y torrente en vena, se tuvo que haber entrenado desde muy pequeña, litigando en casa contra quien por ahí tuviera puntos de vista diferentes al suyo. Va si acaso otro ejemplo. La regañó su mamá por un asunto doméstico menor, y Marthita, de apenas cinco años, le respondió con furia : — ¡ Regáñame cuando me mantengas!, ¡ni que fueras mi madre ! ¶ Erick y Santa Clós. — Me cae muy gordo Santa Clós – comentó a sus primos Erick, de seis años, después de la entrega de regalos la noche de un 25 de diciembre. 21
— Sí, me cae muy gordo, porque sólo trae regalos a los que se portan bien, y eso no es justo, también debe traernos a los que nos portamos mal… ¶ Héctor y Santa Clós. A grito tendido, con siete años encima, Héctor reventó : — ¡ Que chingue a su madre Santo Clós, no me trajo lo que yo le pedí ! ¶ La palabra virulenta. Erick, niño de primaria, notó que su papá estaba revisando el correo electrónico, y que entre los mensajes de llegada, abriría uno enviado por su tío Pablo. Lo contuvo apuradamente : — ¡ Papá, no abras ese correo de mi tío Pablo ! Es muy grosero, dice puras chingaderas y con ellas te va a llenar de virus tu computadora...
¶ Martín ante el director de la escuela. La maestra de Martín –un hijo de tanquianera– lo envió a la dirección de su escuela en la capital de San Luis, por haber dicho una grosería en el salón. Era el turno del director atender el asunto y en su caso, sancionar. Lo abordó adusto, casi amenazador : – ¡Conque dijiste una grosería a tus compañeros! ¿eh? ¿es eso lo que te enseñan tus padres? Martín contestó con naturalidad: – Sí, pero nada más cuando se encabronan. El director giró sobre su asiento y gorjeando, lo perdonó de espaldas, enviándolo de regreso al salón.
¶ En espera de justicia. Estando en segundo año de primaria, el niño Carlitos leía por primera vez el periódico. Llegó con avidez hasta la página roja, en donde se mostraban descarnadas, las heridas producidas en un accidente a uno de sus familiares. Preguntó inconforme a su mamá : — ¿Y por qué el periódico no sacó fotos de cuando me hice cortaditas?
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De solterones, solteras y suegras 24
¶ Solterones empedernidos. Una genial sobrina, de la que tendrán noticia pronto, es la fuente de mil dichos y relatos entre chuscos y aleccionadores, propios de la filosofía de la vida tanquianera. Van un par de sus frases, sobre el tema de los solterones, de esos muchachos casi señores que crecen sin salir de casa ante la desesperación de sus padres. De uno de ellos, se expresa así : — Ya le andan las suegras orinando sus horcones, queriendo decir – para explicarme a mí mismo, pues ustedes captarán su jiribilla más rápido que yo – que están tan interesadas en hacerlo su yerno donde marcan el territorio que desean desde ya para sus hijas. Urgida como está de que deje de ser pesada carga para su gasto, otra expresión sobre su propio hijo es : — Cada vez pide más y más dinero. Cree que barro los billetes, que los levanto con la escoba y luego los plancho. Se me antoja meterle un cuete por el culo para que se vaya. Me consta que es mujer de acción. Ojalá quede tan sólo en una manera –así sea explosiva– de manifestar verbalmente sus deseos.
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¶ Enciende mi fuego. Este relato lo cuenta Don Ángel Briones, cuentero mayor del rumbo del Basuche. Hubo un muchacho que se enamoró de la flor más bella del ejido, y como correspondía a esos casos en las rancherías, se le acercó a su papá diciéndole : — Oiga papá, me gusta Catarina, váyamela a pedir. En esos tiempos, las formalidades del rumbo establecían que el padre debía pedir el pase para hablar con el probable consuegro, y si se lo daba, entrar enseguida a pedirle a la novia, acompañado de un par de cartones de cerveza. Antes de hacerlo, el papá del muchacho, quitándose el sombrero y rascándose la calva, le puso una prueba, queriendo saber si su muchacho estaba ya maduro para casarse. Por eso lo puso al tanto : — Ya sabes las obligaciones de una mujer en la casa, ahora debes saber también las tuyas para cubrir sus necesidades. La mujer pide café y leña, frijol y leña, pilón y leña, leche y leña, queso y leña, maíz y leña, chile y leña. Cada vez que el papá terminaba una frase con leña, remarcaba metiendo un puño con un dedo extendido en la palma de la otra mano, que lo envolvía. El casi novio, asustado, le contestó : — ¡ Putas, de dónde voy a sacar tanta leña ! ¡ Mejor no me caso ! Su padre, decepcionado, añadió : — No es por falta de leña que no te casas, sino porque sigues siendo un pinche mocoso.
¶ Pedido de mano. Dio la gran noticia un nieto a su abuela, de que quería casarse, y había llegado el momento de pedir la mano de la novia. La abuela, enterada de todo lo que sucedía y se rumoraba en el pueblo, le cuestionó: — Si ya te dieron la pierna… ¿ para qué pedir la mano ?
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¶ Remedios para las solteras.En Tanquián no se andan por las ramas. Conversando sobre remedios para dejar la soltería, Susana apremia a su sobrina para que tome una decisión sobre un galán que no se anima a declarársele. Cariñosamente le aconseja : — Pues tome usted la decisión, mi niña : decidálo. Así, con acento en la “a”. Dicen las mujeres que es el mejor consejo para dejar la soltería. Otra tía que estaba sentada con ellas en las poltronas de cedro, disfrutando el vientecito fresco de la noche, aportó al vuelo un remedio muy campirano, por demás efectivo : — Escógete a un semental.
¶ Manolargas. Malena, mujer madura que rayaba en los cuarenta años, no dejaba de preocuparse, lo mismo que su familia, por no haberse casado. Se encontraba con jaqueca cuando sus amigas llegaron a invitarla a un baile en el que con toda seguridad habría jóvenes casaderos. Con el ceño fruncido del dolor, les agradeció la invitación, y les prometió que la siguiente vez sí las acompañaría. Una de ellas insistió, con ojitos de malicia, anunciando que algunos de los jóvenes invitados, además de buen ver, eran manolargas. Malena no se resistió más : — Como dijo la cojita: si es por eso, hasta cojeando iré. ¶ Frutas jugosas de la huerta. Se bañaban en el río Pánuco cuatro amigas jovencitas, cuando llegó el momento de vestirse haciéndose covachita unas con otras. La menor le dijo a la mayor : — Tienes chiches de nido de calandria, grandes, largas y como colgadas cada una de un hilito. Le contestó la mentada : — En cambio tus tetas son de ciruela cimarrona, duras y floreadas. Cerró el tema una tercera : — Mientras no las tengamos como naranja de cucho, amarillas y agrias, o como naranja mayera, redondas y vanas.
despachador, no sin antes como mera precaución, haber firmado Susana como casada, para merecer más respeto. Ya ubicadas en el cuarto, Susana pasó a bañarse mientras su amiga escuchaba el radio y acomodaba la ropa que habían traído. Mientras se bañaba, Susana escuchó ruidos encima de la regadera y al voltear hacia allá, vio el pie de un hombre que empezaba a bajar por un gran boquete, justo arriba de ella. Instintivamente gritó a todo pulmón : — ¡Tráeme la pistola, rápido, Esther ! Esther, que tarareaba alegre una canción, le contestó solícita desde una cama: — ¿ Qué quieres ? — ¡ Que me pases ya la pistola ! – alcanzó todavía a gritar Susana, ahora con desesperación. En eso se oyó una caída fuera del boquete. Desde el cuarto, se acercó Esther, preguntando con inocencia: — ¿ Cuál pistola ? – dijo extrañada, pensando que con el baño, las cervezas habían hecho mayor efecto sobre su amiga.
¶ En defensa propia. Susana y Esther, solteras de visita en Pánuco, se alojaron en un hotelito todavía en construcción. Al regresar noche de una fiesta, tomaron el primer cuarto que les asignó el
¶ De solidaridad cristiana. Martha, sobrina soltera con una buena cantidad de sobrinos a su cargo casi todos los domingos, cuenta que llegó a su casa un fin de semana una de sus hermanas a dejarle a sus hijos para poder ir a pasear con su marido. Martha, esa vez un tanto cansada de esos pingos encargos, se resistió, a lo que su hermana le suplicó que la apoyara, por solidaridad cristiana. Pregunta Susana mi esposa al escuchar esta plática: — ¿ Y por qué no te dejó encargado al marido, en lugar de los hijos, por solidaridad cristiana? Como ven, les sobran recursos a las tanquianeras para salir al paso de toda clase de apuros, sean mundanos o sagrados.
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¶ Plegarias por la llegada de un novio. Lleva años Georgina buscando novio. Le apura tanto la soltería que pide a su viuda mamá rezar para que se le cumpla su deseo y no se vaya a quedar. Su mamá le contesta : — ¿Y qué tal si rezando me llega a mí el novio y no a ti ? No le va a caer muy bien a tus hermanos, mejor no rezo por la llegada de tu novio… ¶ Soltera clamando a la suerte. Reír de sí mismo, o de una condición propia, es también tópico en las tallas. Ahí está por ejemplo Eloisa, burlándose de su soltería. Sale a colación en plática con su jefa, una monja directora de escuela, el tema periodístico de la impunidad y la ilegalidad. Dice su directora: — Viejas las leyes y todavía las violan. A lo que contesta Eloisa: — ¡Qué suertudas las leyes!
Yo quisiera que usted cuide a su hijo, no sea que algo le pase a mi hija. — ¡ Ay, mijita ! – le contestó Don Neto. ¿ Así que quieres que cuide a mi hijo? Mira, tú sabes que varias de mis hijas fueron huidas y robadas por adelantadas, y a ésta que me queda soltera, ahí le ves semejante barrigota que no te engañes, no es de comerse entera una sandía, sino de sembrar la papaya. ¡ Y quieres que ande cuidando a mi hijo ! Una cosa sí te prometo y te la cumplo, pues como sabes en mi casa todos somos muy fértiles : ¡cuidar que a mí mismo nadie me enchufe ! De regreso a su casa, la mamá de la novia, en lugar de charcos, veía pantanos y nadando en ellos, millares de ajolotes entre los que irremediablemente chapoteaba. Caminaba por las tierras, arroyos y lagos de los fálicos danzantes de Tlazoltéotl.
¶ Danzantes contemporáneos de Tlazoltéotl. Habían pasado semanas desde que el hijo de Don Neto era novio de Meche, vecina de su barrio. La mamá de la novia, preocupada porque fuera a salir mal su hija, decidió pasar a la casa de Don Neto, evitando los charcos de la calle, pero no el lodo. Le dijo con toda clase de rodeos y circunloquios : — Oiga Don Neto, usted sabe cómo son los jóvenes, andan por ahí buscándose, escondiéndose de sus papás, y como a la mejor ya se dio cuenta, su hijo anda con mi hija. A veces se van a casa de su tía Petra, cuando ella no está ahí, se la pasan solos, y ni para qué adivinar lo que puede suceder.
¶ Chiflando y aplaudiendo. Una posadera en San Luis daba asistencia a un gran grupo de muchachas tanquianeras, que por generaciones iban a estudiar allá, pues no había entonces en Tanquián las escuelas que se necesitaban. Ellas habían conseguido permiso, por sus insistencias a la patrona, para que los novios las visitaran en la posada, a cierta hora por las noches. Era frecuente que a esas horas se fuera la luz en San Luis, lo que apuraba en demasía a la patrona, pues podría quedar mal con los padres de las muchachas si alguna hiciera de las suyas en tales ocasiones. Acabaron sus apuros cuando halló un santo remedio. Cada vez que se iba la luz, llegaba corriendito a la sala de visitas, ordenando en la oscuridad a novios y novias por igual :
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— ¡ Chiflando y aplaudiendo, chiflando y aplaudiendo ! Como la sala vibraba por los fuertes silvos y aplausos, masculinos y femeninos, vivió creyendo orgullosa que le daba resultado. ¶ Selección comunitaria de novios. Como todas las niñas y niños de Tanquián, Marthita participaba de las pláticas de los adultos con pleno derecho, lo que les ha enseñado a discutir con extremada soltura, hasta que pasada la raya se les invitaba a ver si ya había puesto la marrana, lo que era muy bien interpretado por cualquier criatura de su corta edad como “ya no estés chingando mocosa”. Esa tarde, el más reciente, cortés y estratega novio de su tía Susana, le había traído de San Luis unos chocolates tanto a la novia como a la chaperona sobrina, seguro de que complaciendo a la menor, tendría más oportunidad de salir con la mayor. Marthita de inmediato abrió su caja de chocolates ante el galán, los probó y sin empacho reprobó el soborno : — El otro novio de mi tía que se fue esta mañana trajo unos mucho mejores, creo que eran Constanzo. Esa vez fue el pretendiente quien sintió que con sus miradas, todos los familiares de la novia presentes le gritaban : vete a descular hormigas.
La amiga le contestó : — Estará guapísimo, pero dicen que es muy malhablado, como todos los tanquianeros. En eso interviene la señora, con una sonrisa comprensiva, en disposición para dar un buen consejo : — ¿ Qué les preocupa de los jóvenes tanquianeros ? Con confianza, la candidata a novia pidió su opinión: — A lo mejor usted nos puede decir algo de los muchachos tanquianeros, pues se dice que son muy majaderos. La señora, con gesto indiferente, minimizando el asunto, contestó : — Pues yo soy de Tanquián y les puedo decir que esos pinches muchachos nomás dicen una que otra chingadera, anden o no emputados.
¶ Noviazgos no consumados. Estaban en la sala de espera del Doctor Azuara dos jóvenes señoritas, amigas Vallenses, y también una señora muy propia. Una joven se sorprendía de las vacilaciones de la otra: — Oye, ¡ cómo dudas de hacerte novia de Carlos, si está muy guapo !
¶ Consejos de mujer práctica a sobrino solterón. El papá sugería a su hijo veinteañero que se cotizara entre las muchachas que lo buscaban, pues por su cara y belleza física, él estaba para escoger entre ellas. La tía Mariana, escuchando esto, intervino para aclarar entre ellos la cuestión con contundentes argumentos. Con tu carita no vas a conseguir lo mejor entre las mujeres. Dicen que verbo mata cara, y que dinero mata verbo. Yo les aseguro que manotas matan dinero, verbo y cara. Por más dinero que le des, por más que le hables bonito a tu muchacha y por más guapo que estés, si no la calientas bien, viene otro con tamañas manotas a hacer lo que ella necesita y te deja por él. Así que tira el espejo y entrénate en lo mero principal. ¿ Quedó claro ?
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¶ Petición de novia. Se decidió Julio, novio de una de las hijas de mi sobrina Luisa, a pedir la mano de su amada. Llegó a casa de la futura suegra y siguió todo el protocolo propio de estos casos. Conseguido el compromiso matrimonial, empezó afable a preguntar informalmente por los miembros cercanos de la familia y por su pasado. Viendo el curso que tomaba la plática, Luisa lo atajó de frente : — ¿ Tú quieres a mi hija ? — Sí – contestó él, ciscado por la precisión que le demandaba. Continuó Luisa : — Pues si la quieres de verdad, ya no preguntes más por la familia, porque capaz que te arrepientes de haber pedido a mi hija. Ya te enterarás poco a poco sobre cada uno de nosotros. Y así fue, pues aunque se diga lo contrario, no se casa uno con la familia, sobretodo si pone uno tierra de por medio. ¶ Suegras de armas tomar. Varias de mis sobrinas tanquianeras, si no es que la mayoría, son de armas tomar. Más de una ha resuelto con su fuerza los embates de maridos o pretendientes que se han querido pasar de la raya con ellas. Otras además de eso, saben emplear estrategias de disuasión preventiva, que les aseguro en caso de que no funcionen, las llevarán a entrar en guerra con quienes les ofendan. Van unas de las estrategias.
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Carmela, platicando de lo que haría en caso de que su yerno golpeara a su hija, le advirtió : — Si golpeas a mi hija lo peor no será que ella se divorcie de ti. ¡ Soy yo la que me voy a divorciar de ti y no habrá quién me pare para darte en la madre ! Inteligente, se lo dijo cuando ya estaban casados. Otra de ellas le dijo a su actual yerno, por aquello de que lo descubriera en infidelidades : — Ya tengo lista una lima sazona para caparte, así, seguro que al menos no sangras. Mariana por su parte, tiene seleccionado el día definitivo para cuando descubra al marido o yerno infiel. Les ha dicho : — Te capo en luna tierna para que no dejes de sangrar en semanas… Luego se preguntan por qué hay maridos disfuncionales. De ahí el uso frecuente local del dicho, mejor que digan aquí huyó y no aquí quedó, cuando se enteran a tiempo del temple de estas tanquianeras.
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Casamientos, fidelidades y segundas nupcias 36
¶ ¡ Abran paso ! Don Félix Azuara tenía sus dichos, que danzaban en la imaginería de los niños y adultos que le rodeaban y todavía entre quienes lo oyeron y los recuentan. Este lo soltaba para magnificar la tozudez de las mujeres : — Cuando una mujer dice me caso y el burro no paso, la mujer se casa y el burro pasa. Pregunto, ¿ no habrá dejado algún dicho para cuando las mujeres digan me descaso ? ¶ De compadres y comadres Según mi sobrina Mariana, el dicho aquél de que compadre que no le salta a la comadre no es compadre, es tan antiguo como aquél que dice a la prima se le arrima. El tema surge platicando con una sobrina sobre qué tanto intimar entre parejas y a dónde trazar la rayita para alejar el peligro. Acompaña estos dichos con sobrados y resonados ejemplos de compadres y comadres que les saltan ésta a aquél otro, ése a estotra, en fin, como bien figura, es un saltadero de frijoles rojos en un comal, producto de tanta cercanía. Una de las sobrinas recié n casada que la oía, le pidió que siguiera hablando de tales asuntos de parejas, la misma que apenas meses atrás la criticó por tocar estos temas. La tía, esperaba esa inigualable oportunidad para ponerla en su lugar : — Yo no doy segundas sesiones. Aquella vez que te platicaba sobre el tema me llamaste grosera y pelada. Y como sigo siendo la misma, no seguiré dándote consejos.
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¶ El pistolero. Había un bravucón que en cualquier fiesta o pachanga le daba por sacar la pistola para amenazar, según él, muy macho, a los presentes. Dice Mariana : — Pero en su casa no es capaz de sacar la pistola, ni siquiera la pistolita que echa lechita. Así es el muy cobarde. ¶ Infidelidades. Cuando una mujer sufre por el marido infiel, dice Mariana de la penante : — Le anda chillando los rincones. Del marido infiel, cuya señora se había descuidado por trabajar ella fuera de casa, comenta : — Le atravesó una segunda mujer. Cuando ella se dio cuenta, ya la tenía empinada. ¶ Calorías de las segundas nupcias. Una huasteca a la que le preguntaron cómo era su segundo matrimonio, compartíó ágil, convencida, su experiencia : — Es como quedarse en el mismo infierno, pero con diferente diablo.
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Pláticas de mujeres 39
¶ Menopausia. Ante las desventuras de su menopausia, con todo el desgano por cuanto quehacer doméstico se le presenta, dice Susana al tener delante de sí a una escoba: — Veo la escoba y sólo se me antoja para montarme en ella y como bruja, huir de aquí volando. ¶Como la puerca en menopausia. Mariana,deprimida, se platica: — Estoy como la puerca, siento que no vale la pena volverme a bañar. ¶Quiaque – c omo dicen las tanquianeras en lugar de hace mucho tiempo – padres y madres nos educaban a sus hijas espantándonos el sueño, no nos dejaban sentar para que no nos hiciéramos ociosas. Por eso cuando adultas acabamos con insomnio, deprimidas, o ahora morimos con várices, de toda la vida andar paradas en el quehacer. — Quiaque, mi papá vareaba ruidosamente las ventanas de la casa para despertarnos, pues a mamá y a nosotras se nos cerraban los ojos mientras tejíamos o cosíamos en la tardecita. Por eso ahora pasamos la vejez en tinieblas y morimos sin vista. — Quiaque, para no perder el tiempo, comíamos recibiendo órdenes de las tareas a seguir, de prisa, pues había que trabajar todo el día. Por eso ahora médicos y gastroenterólogos se la pasan estrujándonos las tripas, por nuestros problemas digestivos.
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— Quiaque, para nuestros padres la vida de las mujeres de rancho no daba para huevonerías ni para mirarnos en los espejos. Mejor no compraban espejos. — Quiaque, la tía Licha, menopáusica, salió desnuda por todo el pueblo… ¶ Virgen en cuarta instancia. Ramón, ginecólogo familiar y de la región vallense, tiene una broma para cada mujer que examina, sea señora o señorita. Una de sus sobrinas, por condiciones extraordinarias, había sido operada por él en tres ocasiones en que no pudo parir. Terminó la cesárea y le dio la buena nueva : — Sobrina, sigues siendo virgen. Una prima que lo escuchaba, acotó la imprecisión: Será muy virgen por lo ancho, pero no por lo profundo… ¶ Confirmaciones científicas de prácticas femeninas. Ramón lo platica. Presentaba con gracia uno de sus colegas médicos los últimos adelantos de la genética, que demostraban la selección por parte del huevo femenino, de ciertos cromosomas del espermatozoide. Para pronto una tanquianera en la audiencia, con cara de autosuficiente, le hizo saber quiénes tenían la primicia en ese descubrimiento científico : — Las tanquianeras ya lo sabíamos desde tiempos remotos, y siempre lo hemos dicho con orgullo: nosotras no sólo cogemos, sino que los escogemos.
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¶ Gritos desaforados. Atendía de parto el doctor Ramón a una sobrina adolescente, quien en el transe gritaba fuera de sí, alterándole los nervios a médicos y enfermeras. Desesperado, la recriminó : — Cabrona, pero seguramente no gritabas así cuando estabas cogiendo. Y como por arte de magia, con esa imagen holgada, se distendieron los nervios del equipo médico, y se dilataron completamente los músculos de la parturienta, convertida en los segundos siguientes, en madre soltera. ¶ Petición de aborto. En otra ocasión fue otra sobrina en su temprana adolescencia, la que sigilosamente pidió a su tío practicarle un aborto. Ramón, disgustado por estas urgencias casi infantiles, que hacían peligrar su práctica profesional, paró así a su sobrina : — ¡ Ah pero no viniste a escondidas para que te cosiera la entrada cuando andabas caliente !
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Regina Lyakovetska en Tanquián 43
¶ Dilema del liberalismo. Chefina no se anda por las ramas, le ha dicho a mi esposa a rajatabla lo que piensa sobre la joven Regina, amiga extranjera, que hemos traído con nosotros de visita a Tanquián y se ha quedado en nuestro cuarto este diciembre : — Tía Susana, ¿ cómo se le ocurre traerle carne fresca a mi tío ? O es usted muy liberal o es muy pendeja. A la velocidad de la luz, la tía Susana le contesta : — Soy liberal, Chefa, muy, pero muy liberal. Sin dejar pasar la opción.
En eso Regina, la visitante, empieza a repartir los regalos navideños que nos trajo, entre las señoras y niños: un gorro de Santa Claus, un sombrero de arlequín, y dos pares de diademas con cuernos de renos de luces interiores. — Y por si fuera poco con los cuernos que nos ponen los maridos, ésta además nos hace lucirlos – reclama burlona una de mis sobrinas, mientras cornea plásticamente a su marido. — Todo quedara en inofensivas cornadas de fieltro – dice la otra.
¶ El repuesto. Me dice el sobrino Efraín : — Después de darnos el mal ejemplo con eso de ponerte a lavar los trastos, ahora medio que te repones poniendo la moda de traer una amiguita ucraniana a Tanquián, como mujer de repuesto. Nadamás falta ver si nuestras esposas nos dejan hacer lo mismo. Escucha esto mi esposa y les da el remedio a sus sobrinos: — Si quieren que sus esposas les den permiso de traerse una mujer de repuesto, acomídanse a lavar los trastos…con suerte y les den su licencia. — Paso – contesta un sobrino de inmediato. — Zafo – replica el otro, y se contentan con chulear a la chica que trajimos, bromeando tanquianeramente a nuestras costillas.
¶ Revolución en las huastecas. Pablo está convencido : — Mi mujer dice que Regina vino a revolucionar Tanquián a través de sus mujeres, que si pasara más tiempo aquí lograría que hablaran más despacio y que hablaran hasta inglés. Pero yo les aseguro que primero Regina hablará español que ellas inglés. ¡ Y la gran revolución será cuando logre que las tanquianeras hablen por turnos y no al mismo tiempo ! Hasta entonces podremos entenderlas. Lo dice un tanquianero.
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¶ Cotorras huastecas. Entre los mismos huastecos distinguen entre un cotorro y un cotorro huasteco. Conceden que el huasteco habla hasta por los codos, a una gran velocidad, además de que pueden hablar varios simultáneamente, y aún así, entenderse. Pero para un avecinado al rumbo como Alejandro, es todo un reto entender el habla vertiginosa de las huastecas. Se comprenderá que la gran oportunidad de expresar su apuro cotidiano, llegó cuando su esposa se quejó de que la pausada voz y lento entendimiento del español por la extranjera Regina, la obligaba a platicar despacio, hecho que la desesperaba, pues sentía que la jalaban hacia atrás. Escucha eso Alejandro, y con ojos de malicia y gozo, le suelta de inmediato: — Voy a contratar a Regina para que te enseñe a hablar despacio y así yo te pueda entender. Ella le contesta con toda la contundencia de lo irremediable: — Mejor cambia de mujer que condenarme a hablar como no podré jamás.
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Tienda de Novedades 47
¶ Compras de varones. Entró un correoso campesino a la tienda de Novedades La Lupita, y pidió con voz firme a la dependienta : — ¡ Deme un brassier del número 58 ! Mientras la despachadora bajando la cabeza contenía la risa para poder aclarar el pedido, otra menos comprometida comentó a todo volumen desde el fondo de la trastienda: — ¡ Que le envuelvan una hamaca ! ¶ El vaquero y la ternera. Otra vez fue un vaquero de esos rudos, el que llegó a la tienda de Novedades, y sin empacho plantó a toda voz, su pedido : — Quiero un chichero. Se hizo un pesado silencio, más pesado que el calor ardiente de cualquier mayo tanquianense en bodega de lámina, que envolvió por igual a clientela y a tenderas. La señorita que lo atendía, con voz que se le atragantaba, hizo una pregunta sin sentido para el comprador: — ¿ Sabe de qué número ? Este, que sabía de fierros, cuerdas y lazos para el ganado, pero nada de medidas de senos, confundido, se quitó el sombrero, se rascó la cabeza, volteó a los lados concentrado en la pregunta pero sin saber qué responder. Finalmente se animó a pedir una explicación: — ¿Cómo que de qué número ? Su despachadora, acercándosele y bajando aún más la voz, aclaró : — Sí ¿ de qué tamaño lo quiere ? Con eso se iluminó el semblante del vaquero, que precisó ahora sí su pedido: — ¡ Ah !, ¡ pues me caben aquí ! – dijo abriendo hacia delante y por completo sus enormes, 48
rugosas y fuertes manos de ordeñador experto, que se aproximaron a sólo unos centímetros del pecho de la ternera, perdón de la dependienta, quien toda colorada, dio un paso atrás, sintiendo sobre las manos de él, como sobre el pecho de ella, la lechosa mirada de cuantos estaban en la tienda. Evitando el bochorno de la prueba manual, la señorita usó lo que le restaba de aire para terminar la venta, mientras le entregaba ya envuelto el brassier más grande : — Verá que éste le va a quedar. ¶ Otro varón de compras. Pidió un joven a quien se le olvidó el color caqui : — Déme un pantalón color mierdi. — ¿ Con todo y premio ? – jugó a responderle con sorna la dependienta. ¶ Discreto mandadero. En Tanquián, los jueves son días de mercado, por eso las tiendas y negocios rebosan de gente, en compras e intercambios. Llega un niño a La Lupita pidiendo como cualquier tanquianero, a todo pulmón, para que lo despachen luego : — ¡ Dice mi mamá que me dé unos kotex y que me los envuelvan, para que nadie se de cuenta ! ¶ Jeans ajustados. Doña Laya, como cuentan, debió ser además de mujer con extremada chispa, pícara y sin pelos en la lengua, modelo de tanquianera. Escuchen si no. Apenas entró la moda de los jeans ajustados entre las muchachas, no tardó en observar 49
lo siguiente al ver a una de ellas metida con calzador en un pantalón de mezclilla que se probaba: — ¡ Cómo han de sufrir las tripas de la niña ! ¡ Con ese pantalón no le puede ni siquiera circular un pedo !
Feligreses
¶ Masculina. En otra ocasión se estaba probando unos pantalones de mezclilla una joven soltera muy bien formada, en compañía de sus amigas, y como es propio en tales casos, les pidió opinión sobre su figura en pantalones. — ¿ Qué tal ? ¿ No me veo muy masculina ? Preguntó haciendo graciosos giros combinados de cintura y cuello, con estiramiento de brazos. — Te ves más-culona, fue la respuesta unánime de las tanquianeras.
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¶ Echados del templo. Doña Tere, ha sido una asidua asistente a la iglesia. Siempre va acompañada de un perrito muy dócil, que ninguna lata da, siempre en silencio y echadito a sus pies. Una tarde, se acercó a ella antes del rosario el Padre, y al ver al animal, lo corrió en un tris. Doña Tere salió airada al quite : — Mi perrito es católico, apostólico y romano ¡ Ay de usted, Padre, si por correrlo se hace Testigo de Jehová ! ¡ Que quede en su conciencia! El Padre, sorprendido y desconcertado por tan poderosas advertencias, volteó para llamar al perrito con intención de que regresara, pero la mascota ya había desaparecido. No son tiempos de perder a un solo feligrés, menos a dos juntos, amadas creaturas del Señor. ¶ El café de cada día. Allá por Tamazunchale, había una labradora de escalones al cielo –como llama Mariana a las rezanderas. Todo el día se la pasaba tomando café, al tiempo que dialogaba con su cotorro consentido, Pabuchi. En una de esas, agarró monte el cotorro, se perdió, y pasaron tres días buscándolo vecinos y rezandera, quien estaba desconsolada. De repente, uno de los buscadores escuchó que entre la selva, alguien rezaba un padre nuestro. Acercándose, alcanzó a oír hasta el final de la oración : — y no nos dejes de dar un cafecito, y líbranos del mal, amén. Y las plegarias de Pabuchi fueron atendidas.
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¶ Feligresa. De una que se cree santona pero fuera de la iglesia echaba pestes, dice mi esposa : — Es comesantos y cagadiablos. ¶ La parentela del Padre. Dos sobrinos huastecos, justicieros, planearon ponerse a mano con el mundo. Para una cosa o para la otra, les dio por dirigirse a su papá como tío. Tío esto, tío lo otro. Contrariado su papá, pues empezaba a pensar mal de sus hermanos, les preguntó y afirmó : — ¿ Desde cuando soy su tío? ¡Yo soy su padre, cabrones ! Le contestaron sus hijos : — ¿ Desde cuándo sólo a los hijos del sacerdote se les deja llamarle tío a su padre y no a nosotros? — ¿ Y quién les dijo que el Padre tiene hijos ? reclamó su papá. — Todos los padres los tienen – siguieron ellos en su treta. — Digo, ¿ quién les dijo que el cura tiene hijos ? – ya enojándose. — ¡ Es que todos los tienen ! – siguieron ellos divertidos. — Déjense de chingaderas, ¿ quién les dijo que éste cura tiene hijos ? — Todos en el pueblo lo saben, tío. Y salieron corriendo. ¡ Ah qué mis sobrinos de Pueblo chico !
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¶ La responsabilidad del santo. La sequía estaba en sus peores días. Se habían intentado y habían fallado todos los conjuros tradicionales y los recursos científicos para pedir y hacer que lloviera en Tanquián. Los chamanes no salían a las veredas de vergüenza, los ingenieros agrícolas se habían esfumado, los graniceros habían sido evidenciados y corridos por ineficaces. Las mandas se habían cumplido con exceso, los flagelados estaban exánimes, no quedaba agua ni para las gargantas de las rezanderas. Las grietas de la tierra negra se habían hecho anchas y profundas, amenazando tragarse siembras y sembradores. Como último recurso, los vecinos del pueblo de Tanquián llegaron de madrugada ante el cura y le pidieron prestada la imagen de San Isidro para llevarlo por las parcelas y llamar así de una vez por todas a la lluvia. Así lo hicieron desde temprano y hasta que el sol se puso. No dejaron cultivo sin su paso, ni familia sin articular su súplica al santo. Aquella noche, cuando todos estaban metidos en sus chozas, profundamente dormidos, agotados de cargarlo y de implorar con lo que les restaba de gargantas, empezó por tenderse una pelusa, de la que sólo se enteraron sorprendidas las hormigas. Luego, sin que nadie más se diera cuenta, a no ser por los animales domésticos y del campo, dio por pringar. Los primeros en alegrarse fueron los que poco más noche despertaron con una llovizna. Los incrédulos se arrepintieron cuando empezó la lluvia formal, la mojona. Con el aguacero pasaron los suplicantes del gozo al júbilo, que inauguró la circulación irrestricta primero de café para los adultos y de café con piloncillo para 54
los niños. Luego, los hombres sacaron tepaches, jovos, cañas y toda clase de bebidas alcohólicas alegradoras. El cielo era entonces un laberinto de rayos, truenos y centellas, que los tanquianeros imitaban gritando, mientras los hombres celebraban unos embriagándose y otros apostando las cosechas que tendrían, jugando baraja, seguros de recuperar sus cultivos y de obtener fructíferos rendimientos. Las mujeres y los niños dieron por ponerse a cantar cantos y rondas infantiles, a la luz volátil de las quincallas y al tremor de la naturaleza. Mientras, en algún lugar cercano debió caer una tromba, porque pronto se vieron chorros y cascadas de agua chocolata por las lomas, mientras desaparecían los surcos de las parcelas cultivadas, convirtiéndolas en pantanos. Fueron las mujeres las que advirtieron a sus hombres de los daños, mientras los niños intentaban poner a bogar sus piraguas de chote por los improvisados arroyos. Aquello era un desastre irreparable para las siembras. A la madrugada, los pobladores llegaron a la iglesia, esta vez iracundos y enlodados hasta las rodillas, para pedir nuevamente prestado a San Isidro. El sacerdote, extrañado por esa inédita demanda, preguntó su motivo. Le contestaron airados : — Ahora venemos a que nos lo prestes a San Isidro para que vaya a ver todos los destrozos que nos hizo el muy cabrón. Lo regresaron muy noche, llorado y enlodado.
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Maleficios tanquianeros 56
Dicen mis sobrinos tanquianeros que soy un peligro para los hombres del rumbo, al ponerles el mal ejemplo de lavar los platos. Cuando tienen que mandar a un hijo varón por algún mandado a esta casa, les ordenan que por ningún motivo pasen por la cocina, y si tienen que pasar, que cierren los ojos, no sea que me vean lavar los trastes y les caiga el maleficio de aprender a lavarlos. Hay su remedio para evitar lavarlos, como el de mi cuñado Adiel, quien además de ser todo un tanquianero, cocina ricamente, si bien es del parecer de colaborar en el lavado de platos. Nos sugiere cómo los hombres podemos librarnos del maleficio. Si terminando él de cocinar, sus invitadas se quedan sentadas sin acercarse a lavar los platos, hace ese peculiar gesto mexicano de levantar la mano derecha con el solitario dedo medio señalando al cielo, sentenciándoles, muy ceremonioso, a las muy hijas de la chingada: — ¡¡ Hay un Dios que las va a maldecir si me dejan los trastos !! ¡ Hay un Dios !
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En los cines de la Huasteca 58
¶Allá en el Rancho Grande. Antes que llegara el cine a Tanquián, como otras novedades, ya había llegado a Axtla, por influencia de las petroleras norteamericanas que tenían inversiones en la región. Era un verdadero premio que los padres llevaran a caballo a uno de sus niños, por los pantanos, en tiempos de feria, o por motivo de su cumpleaños, a ver una película. Tal suerte le tocó a Cholita, niña tanquianera que feliz montó en ancas, y fue por primera vez al cine llevada por sus primas de Axtla, mientras su papá hacía las compras. Sentada en el entablado, se acomodó con tamaños ojazos que más se le abrieron, igual cuando vio pasar sobre la pantalla de sábana a vaqueros, abigeos y hacendados a caballo, que hablaban con extraño sonsonete. Se disparaban con tan escasa puntería hasta que alguno acertó de chiripa en un prieto, aunque apuntaba a un blanco. Asustada, y sin avisar a las primas, salió huyendo del cine a casa de la tía, a donde llegó gritando: — ¡ Tía, tía, acaban de matar a un señor en el cine! La tía inmediatamente voló hacia el cine imaginando el gran peligro en el que estarían sus hijitas. Al llegar al cine notó que faltaba el gentío que de costumbre se aglomeraba en la cercanía de un muertito, emboscado ya fuera por líos de juego, de faldas, o por las eternas rencillas familiares. Su peor temor era que en la oscuridad del cine, el asesino pudiera haber matado a más de un cristiano, y peor, a alguna de sus criaturitas con una bala perdida. Corrió la cortina de entrada al cine y vió campantes a los espectadores que aplaudían a un apuesto vaquero desde el graderío, mientras aquél cortejaba con una canción a la hija del hacendado.
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— ¡ Ah pendeja mocosa ! – le cantó con sonsonete huasteco a la sobrina que la esperaba hecha bolita a la entrada. Y continuó: — ¿ No sabes que los muertos en el cine reviven en la pantalla al otro día ? ¶ ¡De película! Don Ignacio, tendero orgulloso y gritón de Tamazunchale, tenía allá por los años treinta cuatro pequeños hijos, quienes por la tarde, apenas disminuía el quehacer en la tienda, se escapaban discretamente uno a uno a sus correrías por las calles vecinas. Pronto en una escapada, dieron con el cine a media cuadra de la tienda, y como nunca tenían dinero para pagar la entrada, se dieron maña para ver funciones dobles sin pagar un centavo. Se trataba de que cada uno iba a pedir permiso a la boletera para pasar a buscar a un hermanito, pues su papá lo mandaba llamar. Una vez dentro, se quedaban buscadores y buscados, a disfrutar de las maravillas mudas y parlantes. El problema no era la entrada, pues la boletera siempre se hizo de la vista gorda, simulando no advertir la estratagema. La pena mayor era la salida, coreada por los espectadores al grito de Don Ignacio, que desde su tienda llamaba con potente voz en cuello : — ¡ Rubén ! o ¡ Pablo ! o ¡ Nacho ! En la chunga participaban cada uno de los cinéfilos : — ¡ Rubén !, ¡ Pablo !, ¡ Nacho ! – gritaban en coro para que cesaran los gritos de su padre y pudieran continuar oyendo en paz su película. El coro creciente, más que los gritos de su padre, acababa por sacar de su escondite al niño llamado, que molesto, no tenía más remedio que regresar a la tienda. Así sucedió 60
por meses hasta que un día, en el momento más emocionante de una película, ni los niños ni los otros espectadores oyeron los urgentes gritos de Don Ignacio, exigiendo ayuda de sus hijos. Al no presentarse ninguno de ellos, Don Ignacio salió a la calle a buscarlos sin dar con ellos. Algún vecino enterado le sugirió que los buscara en el cine, y llevado por la prisa y la necesidad, Don Ignacio, medio incrédulo de que ahí estuvieran escondidos, pidió a la boletera con su vozarrón : — ¿ Me da permiso para pasar a buscar a mis hijos ? Para la boletera, ese fue el colmo de los permisos. Con la sangre subida a cara y cuello, no se contuvo para decirle : — ¡ Eso sí que no ! Don Ignacio, ¡nada más eso me faltaba ! Que sus hijos a diario se cuelen al cine con la excusa de ir a buscar a sus hermanos, lo he pasado por meses, pues son niños a los que usted por dolor de codo no les suelta ni un centavo. Pero que usted, con todo lo que le da la tienda no quiera soltar veinte centavos para entrar a ver la película, ¡eso sí que no lo voy a permitir ! ¡ Aquí paga antes o no entra ! Lleno de vergüenza y encolerizado, pagó su boleto sin esperar el cambio y entró hecho un toro bravo para sacar a cinturonzazos a su escalera de hijos, que esta vez no contaron con el aviso coral para escapar al brazo fuerte ni a la furia del cinturón bordado de Don Ignacio. Para los espectadores esa fue función triple, pagando doble. Si se libraron sin esfuerzo de los balazos en dos de ellas, en la tercera debieron agacharse o hacerse a un lado para evitar, silenciosos, ser víctimas y protagonistas.
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El carácter de las huastecas 62
¶ Matriarcados huastecos. Una tarde de novenario, estábamos un grupito de cuatro hombres esperando el inicio del rosario en la banqueta de la casa, cuando me presentaron ante un familiar político de Tanquián. Dije por supuesto “mucho gusto” y mi nombre con el primer apellido. El pariente no dejó ir la oportunidad que le daba y con una sonrisita me completó : — “de Azuara”, tal cual es el apellido de mi esposa. Estos tanquianeros no dejan de poner el dedo en la llaga para recordarnos los resonados matriarcados locales. ¶ El carácter de las Azuara. En tiempos en que era muy común casarse entre parientes, un nieto le preguntó a la abuela Antonia Azuara de Sánchez, que quiénes eran mejor, si los Azuara o los Sánchez. La Abuela, que solía usar machete y pistola cuando lo reclamaba la ocasión, reflexionó así para su nieto : — Pues no sé decirte si son mejor los Azuara o los Sánchez, pero sí te puedo asegurar que el Azuara que se case con una Sánchez, ese ya chingó. ¶ ¿ Quién manda ? En una reunión familiar, estaba como es común, el grupo de hombres platicando aparte de las mujeres. Llegó la hora de que las visitas empezaban a irse, y mi sobrina Coca se acercó por tercera vez a su pareja invitándole a irse. Viendo que su pareja no le hacía caso, Coca se fue para su casa. A los primeros pasos que dio, se levantó él para irse con ella.
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Le preguntó Coca, provocándolo ante todos : — ¿No que te ibas a ir hasta que tú quisieras? — ¡Pos ya quiero! – machacó él y mostrándose plenipotenciario a los presentes, se fue con ella. ¶ Tanquianeras en un convento. Tere y Ode tenían cerca de un año recluidas en un convento de la ciudad de México. Habían llegado ahí como tantas otras huastecas y campesinas del país, cuyos padres en tiempos de crisis las entregaban a las monjas, con la esperanza de que les dieran educación, comida y techo. La verdad era que diariamente hacían para las religiosas trabajo gratuito de aseo, con enormes desigualdades en el trato, sobrados ejercicios espirituales que incluían penitencias de horas paradas con brazos extendidos en posición de cruz, y levantadas muy de madrugada, dejando en ellas sueño no dormido. Todo eso muy agotador para sus años de temprana adolescencia. Sus penas y pesadas cargas de trabajo las contaban asiduamente a sus parientes en cartas semanales que entregaban a las monjas, para que éstas las llevaran al correo, como era el acuerdo con sus padres al momento de dejarlas en el convento. En una ocasión en que aseaban viejos roperos, descubrieron las cartas que creían habían sido enviadas a sus familiares, y que las monjas guardaban escondidas. Las Azuara se llenaron de rabia. Llegado el fin de año, supieron que llegaría el tío Juan a llevarse a su prima, que también estaba confinada ahí. Secretamente prepararon sus maletas y se alistaron para regresarse con él. Al momento que el tío y la sobrina estaban con la madre superiora, arreglando la salida, ellas se presentaron con todo y sus maletas para salir al 64
mismo tiempo con sus parientes. Les espetó la madre superiora con toda su voz de mando: — ¿ Qué hacen aquí ? Sólo vienen por su prima y no por ustedes. Viendo que no cedían ni contestaban, continuó dirigiéndose a Ode, la mayor de las dos: — ¿ Quieres que te casen con un gañán que te trate a puros garrotazos ? Ode se defendió : — Aunque así sea, pero ahí van a estar mis papás. Viendo que con ella no podría, pasó entonces a intimidar a Tere, la menor. — Tú si que no te vas. Pero Tere fue firme : — Nos vamos. Y la monja reiteró con su voz más amenazante: — Pues no te vas Y Tere : — Pues si no me voy por la puerta de adelante con ellos, me voy por la de atrás. Ante su firmeza, la monja no tuvo otra que seguir atemorizándola: — Pues te vas sin mi bendición... Y se libraron de aquella esclavitud, gracias a su férrea voluntad. Otras no se liberaron jamás. ¶ Justicia femenina. Habían metido en la cárcel del pueblo a Adiel por una bronca que armó en sonada parranda con dos ayudantes y el jefe de la policía local. En el calor del pleito, a punto cuete o cuete y medio, Adiel había tumbado a los tres, y aquellos, humillados, dieron por meterlo al bote. Llegó al día siguiente la tía Chefa con su rebozo de siempre, a ordenarle al jefe de la policía que soltara a su sobrino 65
Adiel, a lo que el tipo se negó. — ¡ Te digo que lo sueltes ahorita ! – insistió Doña Chefa. El jefe de la policía nuevamente se negó, minimizando a esa bajita y delgada mujer. En eso se creció la tía Chefa, gigante como impasible: — ¡ Con una chingada, ya sé que tú fuiste el que inició el pleito, te digo que lo sueltes ahorita mismo ! – y eso ordenaba mientras le apuntaba con un pistolón que traía oculto en su rebozo. Salió de ahí enrebozada, nuevamente diminuta, con su grandulón sobrino al lado. ¶ Aquí no hay mandilones. De un marido obediente, las tanquianeras dicen : — Lo traen de la cola. Si son de rancho, alardean: — Le suenan el cencerro luego luego. De la mujer mandona que volvió loco a su hombre y se deshizo de él, cuentan : — Le agarró la cola como chirrión y lo aventó al río.
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¶ El Ahorcado y la Tía Chefa. Fenicio, siendo adolescente, renegaba cada vez más por todas las nuevas tareas caseras que sus mayores le iban asignando a él y no a sus hermanos y hermanas menores. Hasta que un día, junto al cedro del patio, decidió ahorcarse para castigo y penitencia de sus padres y tíos, abuelos y parientes de edad. Colgó la reata de una rama firme, se la acomodó en el cuello, y esperó a que pasara con todo su halo de autoridad, la tía Chefa. Al verla venir, se avienta Fenicio del banquillo y queda colgando ante los ojos verdes como sagaces de la tía Chefa. Ella siguió caminando y le dijo de paso: — ¿De veras te quieres ahorcar? Pareció escucharse un sonido gutural. — Pues si en verdad te quieres ahorcar cabrón, voltea el nudo por atrás de tu cabeza, y no esperes en la hueva a que pase alguien. Y continuó su paso de mujer de mando. Por supuesto que no hubo ahorcado.
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Mariana de Tanquián 68
¶ La mujer maravilla. Admiran sus amigas y parientes a Mariana, por tanto arrojo que tiene en la vida, desplegando a tal grado valentía que han llegado a llamarla la mujer maravilla. Le preguntan ellas que cómo le hace para no tener miedo. Esto les contesta : — ¡ Claro que tengo miedo ! Pero les voy a decir qué hago con él. Lo tomo entre las manos y empiezo a doblarlo en pedazos cada vez más y más pequeños hasta hacer una bolita chiquitita. Entonces lo meto ahí por donde se enrosca el cutis. A partir de ahí ya no me domina, entonces soy yo la que lo domino a él. ¶ Placeres automovilísticos. Hemos salido a pasear por los alrededores de Tanquián, rumbo a lo que se llamaba la Raila Comanica. Llegamos a nuestro destino y cansada, la hija de Mariana, se queda a reposar en el coche. Caminamos un largo rato por lo que era el ojital. De regreso dice Mariana de su hija : — Será que como la hice en un coche y la tuve en un coche, ahora sólo se siente a gusto estando en el coche.
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¶ Antidepresivos verbales. Deprimida, Mariana se levantó a caminar por el parque Tangamanga donde suele soplar aire muy limpio. Caminaba encorvada, cuando con voluntad de animarse, recordó que los albañiles avientan muy alentadores piropos, y se dijo: buscaré una obra donde haya albañiles para que me lancen unos, así me sentiré mejor. A lo lejos vio un edificio en construcción. Ya cerca de él, pudo ubicar en su tercer piso a un albañil, trabajando. Se dijo así misma : — ¡ ándale, ponte derechita, levanta la cola para que te echen un piropo ! Caminaba con garbo. Pasaba por el frente del edificio cuando el albañil, leyéndole la mente, le gritó : — ¡ Qué penas tiene la vida ! ¿ verdad, güerita ? Desconsolada y sorpendida, Mariana se volvió a encorvar. El alarife le había leído el alma. Deprisa, se alejó del lugar más abatida. ¶ Depresión porcina. Dice Mariana : — Estoy deprimida, como la puerca que siente que no vale la pena volverse a bañar.
¶ Autoestima. Mariana se había negado a recibir aventón de un desconocido, lo que alcanzó a ver a unos pasos su hermana Guiche. Esta le reclama perder la oportunidad, a su modo : — Cabrona, te niegas como si estuvieras muy buena y te fuera a violar. Mariana precisa sus razones: — No estaré muy buena, pero sí sirvo como para una urgencia. ¶ Sex appeal. Como con la edad se producen cada vez menos feromonas, Mariana empieza a tomar sus precauciones : — Yo mejor no me baño, para no quitarme las feromonas del sex appeal. ¶ Revistas para ancianas. Para amenizarle su convalecencia, Sus le lleva a la Abue Vange en su lecho, una revista católica y otra protestante. Mariana alega airadamente en defensa de los derechos humanos de su abuela: — ¿Cómo no le traes una revista pornográfica?
¶ Marido a la carta. Claridosa, Mariana sabe bien lo que quiere en materia de pareja : — Yo quisiera un marido de entrada por salida. De tempranito a tempranito, y que aquí tengamos pura acostada y nada de levantada.
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Don Amadeo de El Higo, Veracruz 72
Si a ustedes les presentan a Don Amadeo, ganadero de El Higo, Veracruz, lo más probable es que muy cortés, les diga a rajatabla : — Yo soy Amadeo, a sus órdenes, padre de ocho cabrones. Como es hombre mayor, con nietos, no tarda uno en preguntarle cuántos tiene, y luego precisa: — ¿Por cuáles me pregunta ? ¿ por los de riego o por los de temporal ? Puede uno variarle la plática y si le preguntan por el rancho en general, contesta : — No me preguntes por las culecas, sino por las que están poniendo. Con eso lleva el tema a las vacas paridas, las productivas y al de los errores de los novatos en los cuidados del ganado. Por ahí entonces es necesario referirse a los tarugos. Dice él : — Con los pendejos no hay que ir ni a bañarse al río, porque dejan el jabón en el agua. Si de hablar de política o economía agropecuaria se trata, y sobretodo de falta consuetudinaria de conducción gubernamental en esos terrenos, su comentario críptico pesa : — Eso está como el pueblo de Tepemiche: que se quedó sin cura. Hombre práctico y de permanente buen humor, tiene la receta para la felicidad de los casados. Esto les aconseja : — Si quieres ser feliz, manda tu vieja a San Luis.
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De rabos verdes y otros brincos de la tercera edad 74
¶ Raboverde. El profesor Luis, ya entrado en años, decidió casarse con una jovencita que parecía una niña a su lado. — ¡ Nada tarugo ! – fue el comentario de varios señores, imaginando los inmediatos retozos, envidiados. — ¡ Futuro cornudo ! – dijeron las señoras, advirtiendo las desventajas mediatas. Antojado como era, el profe quiso extender su luna de miel lo más posible pidiendo días extra, previos a sus vacaciones del mes de Tanquián, el pueblo de las bodas decembrinas. Llegó ante su director y le solicitó entusiasmado : — ¿ Puedo coger del 17 al 21 ? Su director, comprensivo y tolerante como era, le contestó : — Ya casado coja todo lo que quiera y cuando quiera. ¡ El chiste es que a su edad usted aguante ! ¶ Piropos. Dijo un viejo al ver pasar a una mujer rozagante : — ¡ Hijoeputas ! ¡ Cuánta estufa y yo sin gas! Otro a su lado, no se aguantó, comentando: — ¡ Qué piernas ! – y acariciándose las suyas, completó : ¡ cómo me duelen ! ¶ Pitos y flautas verdes. Caro la pagan los raboverdes en Tanquián, hasta creo que dudarían de sus pretensiones si escucharan las implacables puyas de mis sobrinas referidas a unos y a otros. De uno de ellos dicen: esta se la consiguió para detenerle el pito cuando va a orinar. De otra que mareó al raboverde dicen: 75
— Ésta se casó para sacarle el dinero, porque no creo que le saque el pito sempiternamente dormido bajo la bragueta. De un pariente que se cree garañón dicen: — Éste, por andar probando con una mujer y otra y otra, le va a pasar lo que a mi tía Palomita, que anduvo de probaditas en probaditas, hasta que se le acabó el culo.
Pero contestó Don Toño: — ¿ Para que llevo torta, si allá hay banquete ? Se dijo Mariana, interiormente: ahora sí me chingó este viejito raboverde. Por puro respeto a él, le replicó airada : — Quien lo viera, Don Toño, no creyera lo que oí.
¶ ¿Qué hay de una torta a un banquete?. Don Toño, anciano viudo le comentó a Mariana, mujer madura y separada, que iba a pasear a Puerto Vallarta. Con picardía, Mariana le sugirió: — Lléveme, Don Toño, y le caliento los piecitos. Don Toño, volteó a mirarla de arriba para abajo y vuelta para arriba, con lo que pensó Mariana: — A ver si me araña la oferta.
¶ Para no empacharse. Un miércoles hubo en Tanlaxás un operativo regional con policías de cuatro municipios, en busca de droga, alcohol y armas. De premio a los 25 asoleados policías huastecos de uniforme negro, a las tres de la tarde los llevaron a comer a un bohío del bulevar. Atendía una mesera de bellísimo rostro olmeca, y cuerpo antojable por todas sus prominencias: pechos formidables, nalgas despampanantes, piernas y pantorrillas colosales. Podía pasar por una escultura monumental de las antiguas huastecas, por una mujerona del paleolítico. Sólo le sobraba la ropa y le faltaban las manos en el vientre. Llegan a sentarse en tercias y parejas los policías, y entre ellos, el más hambriento, un viejo que hablaba poco, pero que todo lo observaba. Mientras la descomunal diosa de la fertilidad servía, él se la comía entera con los ojos, salivando. Llegado su momento, le pregunta al viejo la dadora de los bastimentos qué iba a comer. El viejo le replicó con mirada que la abarcaba toda: — Ahorita cualquier bocadillo me empacha, señorita, ya estoy satisfecho. Dijo la pura verdad, tampoco cenó esa noche.
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¶ Por tierra, a por agua. En la casa de un matrimonio había llegado a trabajar una muchacha de muy buen ver. Una noche, sigilosamente, el marido se bajó de la cama y a gatas se enfiló hacia el cuarto de la muchacha. En eso, su señora lo pescó de un tobillo: — ¿A dónde crees que vas? Voy por agua, reina- fue la melosa respuesta del sorprendido. — Más bien vas por tierra, ¡hijo de la chingada!
¶ Piropo en dos tiempos. Iban dos guapas muchachas en San Martín, una de ellas era Lilia y la otra Concha. El tío Porfirio, famoso por las flores que echaba a las muchachas, fue retado por los que le acompañaban a echarle una a Concha, la morenaza de ojos verdes, una de las bellezas que venían hacia ellos. Al pasar frente a él, tío Porfirio se quitó el sombrero mientras le doblaba el ala, y apenas alcanzó a iniciar el piropo: — ¡ Ay Dios mío, quisiera ser tortuga ! Y ahí dejó suspendido el piropo. Sus compinches, que esperaban lo terminara, se sintieron decepcionados, pues no lo acabó, y se lo hicieron ver. Rato después vuelven a pasar Lilia y Concha y le preguntan intrigadas a Don Porfirio : — ¿ Qué es eso de que un viejito quiera ser tortuga ? Él, muy sonriente, victorioso, les contestó : — ¡ Para dormirme con Concha ! ¶ Tío Miguel de compras en su camioneta. Tío Miguel y tía Chenchita, en sus últimos años, acostumbran viajar cada jueves a Tanquián, para hacer sus compras de la semana. Hacían su lista desde la tarde anterior para que nadita se les olvidara, y muy de madrugada partían para regresar antes de que el sol calentara demasiado. Les esperaba en su bohío del Mirador la tía Linda. El jueves de marras, salieron pasando por Tamosín, donde dejó a tía Chenchita, y él se siguió para Tanquián. De regreso, Tío Miguel acelerado como siempre, volaba en su camioneta dejando un gusano de polvo por la terracería y decenas de gallinas y guajolotes espantados por el camino, que hasta los palos de rosa de las cercas se hacían a un lado. Llegó 78
al bohío, bajó todos los comestibles y encargos, e inquieto, le dijo con preocupación a tía Linda: Oye Linda, revisa la lista y compara con la mercancía que traje, porque siento como que se me olvidó una chingadera, pero por más que reviso, no doy con qué. La tía Linda revisó una vez y otra, comprobando que todos los encargos de la lista estaban entre las compras. Revisó una vez más y lo mismo. Eso le iba a comentar a Tío Miguel, cuando de pronto, con mirada acusadora, le reclamó: — ¡ Olvidaste a mi cuñada en Tamosín ! Y allá fue por ella nuevamente en su voladora “Chevrolet”, con cuádruple susto para perros, gallinas y guajolotes del camino, demasiado para una mañana de jueves de comercio. ¶ La Abuela de madera de Ébano. La Abuela Everarda, a sus 92 años no se perdía una fiesta del pueblo, fuera o no invitada. Cuando su sobrino Teodo le preguntó admirado qué hacía a su edad a las cuatro de la mañana, armando jolgorio en un baile, le respondió con un manotazo brutal en la espalda como de palo de ébano y con voz dominante : — Yo soy como el buey palomo : ¡ no brinco pero me asomo !
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Don Pablo Jonguitud Valencia
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¶ Amigos inseparables. Chibichanga pasaba diariamente a media mañana por la tienda de Don Pablo para intercambiar con él las tallas que habían inventado en las últimas veinticuatro horas. Su profunda amistad les había llevado a tal confianza que llegaron a prestarse dinero uno al otro y a cumplir sus deudas en tiempo y forma, como caballeros que eran, de bigote. Cuando le notificaron a Don Pablo que Chibichanga había muerto hacía unas horas, contestó : — No puede ser, si todavía me debe. ¡ Ese no fue el trato ! ¶ Amigos endulzados. Don Pablo y don Zenón eran dos vecinos tan diabéticos como chanceros. El saludo entre ellos tenía que ser muy peculiar. Don Zenón llegaba a la tienda de don Pablo, provocando : — Pasé a tu casa y no me dieron razón de dónde andabas, pero seguí a las hormigas y di de inmediato contigo, tienen en ti un ingenio de azúcar para toda la vida. Don Pablo reviraba luego, con la sonrisita de dulce venganza : — A mí me andan buscando las hormigas, pero a ti ya te hallaron, sacúdetelas que no te veo ni los ojos y casi no te dejan hablar. Otras veces empleó esta variante de respuesta : — Conmigo vienen por azúcar pero de ti sacan piloncillo, de prieto que estás, hermano.
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¶ Con el rabo entre las piernas. Estaban un par de amigos en la única cantina de Tanquián, cuando al ver que se acercaba Don Pablo, uno de ellos le dice al otro: — Ahorita verás cómo hago emputar a Pablo. El amigo, prudente, le contesta : — Mejor no te metas con él. Es hombre de paz. — No habrá bronca, se trata sólo de emputarlo tantito. En eso llega ante ellos Don Pablo, y el que alardeaba le dice insidiosamente : — ¿ Te acuerdas, Pablo, de que cuando estábamos en la primaria éramos bien pendejos ? Don Pablo, ágil en la palabra como era, con una sonrisita satisfecha, subiendo las cejas y alargando al frente la barbilla, le respondió al vuelo : — Sí, sólo que a mí lueguito se me quitó… Y remachó el amigo prudente al alevoso: — ¿ Ya ves ?, ¡ por echarte un pedo, saliste cagado ! ¶ La siesta de Don Pablo. Para irse a dormir la siesta, decía muy formal : — Voy a descansar de las fatigas del reposo. ¶ Centavos y limosnas. Doña Tere y Don Pablo, dueños de tradicional tienda de Tanquián, discutían en ella un día sobre si debían o no poner los precios en las mercancías con todo y centavitos. El marido, hombre de costumbres y gran defensor de sus convicciones, opinaba que los precios deberían incluir los centavos; su esposa, mujer práctica, ágil de 82
pensamiento y acción, opinaba que deberían cerrarlos a pesos, pues era menos engorroso contabilizar así. Ya acalorada la discusión, que no llegaba a ningún fin, aparece por ahí una viejecita a pedir limosna, dirigiéndose primero a Doña Tere, pues su intuición y experiencia le decían que ella cedería más fácilmente, como se demostró luego : — ¡ Una limosnita por favor ! ¡ Ayúdeme señora ! no tengo marido. Y exactamente en esa palabra la interrumpe la dueña, antes de que continuara con su lastimera letanía : — ¿ Conque no tiene marido ? ¡ Pues llévese el mío ! que mucho le servirá para discutir. La viejecita volteó a ver al marido que se le ofrecía, balanceó rápidamente las opciones de salir sin limosna y con marido o… y muy sigilosamente, acaso con sabiduría, prefirió salir de la tienda sin limosna y sin marido. ¶ Traducciones para bisoños. Novato en los giros huastecos, tengo que preguntar qué quieren decir las expresiones tanquianeras que llevan jiribilla. Don Pablo me traduce la expresión fulana da café con leche, que emplean cuando se habla de una mujer que anda fogosa. Para ser más explícitos, dicen que en el menú de su café, la tal mujer tiene la opción pecho izquierdo o derecho para dar café con leche. Cuando eso oyó un chamaco precoz que estaba a mi lado, intervino sin más : — Yo sólo tomo chocolate, ¿ y si le espolvoreo chocolate en el pecho aunque no le ponga café ?
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¶ El buen samaritano. En su campaña de candidato a gobernador, el profesor Jonguitud pasaba de gira por Tanquián y los adherentes al luego gobernador, le presentaron a Don Pablo Jonguitud, seguros de que era de su familia. Altanero, el candidato pintó su raya burlonamente, como político novato : — Ahora que estoy en campaña me aparecen muchos que se dicen de mi familia. Don Pablo, sin perder la compostura por la puya del poderoso terrateniente, con nobleza terció, hospitalario: — Pues cada uno de los que le sobren me los pasa, serán muy bienvenidos en mi casa. De esa fibra estaba hecho.
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Relatos de Don Ángel Briones
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Estando en la tienda de Goyo, pregunto a mi compadre Neto dónde encontrar a Don Ángel Briones, para darme el gusto oírle otra vez contar sus jocosos cuentos. Responde a su manera : — Aquí es muerto él, – significando que llegará religiosamente aquí – ¡ Ah flaco canijo ! ¡Nunca lo he visto tirado ni clavado de cabeza aunque ande pedo! Se vino muy nuevo a Tanquián… Goyo chico le complementa: — Aquí no cuenta chistes, cuenta caguamas. Tal como lo predijeron, ahí fue a parar puntual Don Ángel. Van dos de sus relatos, que son gozo de los vecinos de Tanquián y del Basuchi. ¶ La mujer nueva. Había un matrimonio, el marido trabajaba lejos. Ese señor no venía a su casa sino hasta pasado un mes. A su mujer, estando nueva, como que le daban convulsiones, y que se hace de un hombrecito. Le dijo la señora al hombrecito: mira, cuando esté mi marido te voy a hacer una seña, te voy a guindar un hueso zancarrón. Cuando esté puesto, no vengas.
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Un día que llega el marido y que a ella se le olvida guindarle el hueso. Llegó goloso el hombrecito y tocó la puerta. El marido le dijo : — Oye vieja, están sonando la puerta, ¿qué es eso de tres sonidos que suenan? La mujer le contestó : — ¡Ah! Son ánimas que andan penando, viejo. El le propuso : pues tú que sabes rezar, regálales una oración para que se vayan. — Bueno –dijo ella– les voy a rezar para que se vayan : Animas que andan penando, de Dios tendrán el perdón, mi marido está montando, olvidé guindar el zancarrón. ¶ La Pinta y el Tuerto. En Ciudad Valles vivía un joven al que se le extraviaba un ojo, y pretendía a una linda muchacha que tenía las manos pintas de vitiligo. El gusto por ella aumentaba en el muchacho, y cada vez que la veía, le preguntaba : — ¿ Qué pasó, qué me resuelves ? Siempre la joven le contestaba : — Después te digo. Así pasó mucho tiempo, hasta que el joven se cansó y se lanzó por la respuesta definitiva. Le dijo esa vez : — ¿ Qué pasó, qué me resuelves ? Desengáñame de una vez para no andar en pintas. La muchacha, sintiéndose ofendida, le resolvió lueguito: — ¡ Pues yo no quiero andar entuertos!, ¡ Entiende que no ! ¡ hijoetuchingadamadre ! Ahí se deshizo otro romántico noviazgo.
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Don Ernesto Azuara, hombrón de Tanquián 88
¶ Préstamos entre comerciantes. Siendo muy niños Neto y su hermano Teodo, los purgaron sus padres por excesos de parásitos en las barrigas. Les advirtieron que no les iban a dar de comer hasta que arrojaran suficientes. Al día siguiente, Teodo fue el que más arrojó, ¡un total de 110 lombrices! Neto, al sospechar que no le darían de comer por arrojar menos, le suplicó : — Teodo, préstame diez lombrices para que me den de comer, pero nada más diez lombrices, ni una más, luego te las devuelvo. Fue el primer trato entre esos dos excelentes comerciantes y agricultores. ¶ De panzones y roncadores. Jorge Valencia nos platicó un par de tallas sobre su tío Don Ernesto Azuara, noble hombre, inofensivo y contumaz maldiciento huasteco. Medios cuetes, iban tío y sobrino por la banqueta, y Don Neto, bonachón de uno ochenta de altura y más de 110 kilos, se dirigió a un desconocido visitante recién llegado a Tanquián, que sentado platicaba con un lugareño: — ¿ Qué están haciendo ahí, hijos de la chingada ? El anfitrión, apenado, le pidió con firmeza: Respete al señor doctor. El visitante era un médico militar con pistola al cinto, que se tomó posición de alerta, acercando discretamente su mano al arma. Don Neto, como si nada, en divertida parranda, continuó: — ¡ Si el señor fuera médico, sería inteligente, cuidaría su salud y no estaría tan panzón como yo ! 89
Soltó entonces una gran carcajada a pleno pulmón como sólo él sabía, y entre sus risotadas abiertas, y las nerviosas de los testigos de tan guasones desafíos, se alejó diciendo : — ¡ Vámonos sobrino, estos hijos de la chingada sólo están perdiendo el tiempo, no tienen ni una cerveza a mano ! ¶ La otra talla se desarrolla en un hotelucho en que pasaban la noche tío y sobrino, muy cansados tras un largo día de venta de legumbres por pueblos de la Huasteca. Tan potentes eran los ronquidos de Don Neto, que Jorge tomó valor y se atrevió a decirle en una de esas que se despertó el tío, sobresaltado por sus ronquidos: — Tío, me da miedo que se vaya a morir en un ronquido, me espanta. Don Neto le contestó: — ¡ Nadamás no te me apendejes ! Si me muero sáltale luego luego a mi cartera, no se la vayan a chingar otros mientras avisas. Y siguió en su sincopado concierto nocturno, resoplando como un par de potentes locomotoras. ¶ La asaltacunas. Comentaba juicioso Don Neto de una joven que se embarazó de un muchacho muy menor que ella : — Ahí ni modo de reclamarle al muchacho, porque ella fue la que le bajó los pantaloncitos al niño.
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¶ La diabetes de Don Ernesto. — Soy millonario, – decía – tengo un ingenio de azúcar. Pero los que lo conocimos sabemos que tenía varios ingenios. ¶ Los casi ahogados y el asustado. Don Ernesto había dejado a su hijo Foncho y a sus sobrinos Pablo y Héctor, nadando felices como chamacos que eran, en los remansos del claro río Moctezuma. En un descuido de esos que han cobrado tantas vidas en el caudaloso y traicionero río, dos de ellos se estaban ahogando. Lograron salvarse entre ellos, al verse fuera de peligro no les quedaron más ganas que de regresarse a su casa. Llegaron primero a la de Don Ernesto. Viéndoles él la palidez en las caras, se enteró de lo sucedido y como remedio infalible, empezó por dar cintarazos a los dos más cercanos, Foncho y Héctor, para quitarles el susto, como solía muy convencido decir. Ante tan doloroso consuelo, sale huyendo Pablo a la carrera y Neto detrás de él, hasta que lo encuentra Neto en su casa. — ¡ Sal de ahí para quitarte el susto!- le gritaba a su sobrino desde afuera. Y Pablo desde debajo de una cama le contestó: — Para qué si yo no me espanté. Y no salió. Dice bien Mariana, su hija: — El asustado era Ernesto, que había dejado solos a los niños nadando en el río. Quería quitarse su susto cuereándolos.
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¶ Dilema de verano. Estábamos de visita en casa de Don Neto, escuchando su divertida plática, sentados plácidamente sobre sus poltronas. En eso llegó la lluvia de junio y ante la necesidad de regresar a casa, a punto de salir nos presentó esta elección: — Hay dos tipos de lluvia para los huastecos. Una es la llamada espantapendejos. Con esa parece que sí lloverá de veras, pero a la mera hora se arrepiente y deja sin iniciar su actividad a los indecisos y desganados. La otra se llama mojapendejos, ésta parece que no moja pero definitivamente empapa a los confiados y necios. ¿De cuál lluvia quieres que sea ésta? ¶ El enfermo. Un vecino de Neto acostumbraba pasar a diario frente a su casa por la tarde, a la hora que Neto descansaba en su poltrona. Saludaba a Neto y éste le contestaba como siempre, con inmenso cariño: — ¡ Chingas a tu madre! – y así fue por años la tradición de su saludo. Un día pasó el vecino y no vio a Neto en su poltrona. Pensando que estuviera muy enfermo, le pareció prudente preguntar a la familia por él. Desde afuera, gritó esperando que alguien le respondiera : — ¡ Oigan ! ¿ Cómo está Don Neto ? Desde el fondo de la casa, Neto mismo lo atendió: — ¡ Aquí estoy ! ¡ Bien, gracias ! ¡ Así que ve en paz y chingas a tu madre!
mercado a ofrecer sus verduras, y contenido, como amarrado, voceaba entrecortado sus mercancías, las mismas que antes voceaba con soltura y maldicienta voz. Ahora se le dificultaba gritar desnudas las palabras : — ¡ Jitomates ! ¡ papayas ! ¡ verduras ! Así pasó toda la mañana, amargado, voceando sus mercancías pero sin vender una sola, contra lo que acostumbraba, pues era muy buen vendedor. Agotado de ofrecer y no vender, y desesperado por esa triste suerte desconocida, no se aguantó a protestar : — ¿ Pues qué jijosdelachingadamadre está pasando que nadie me compra ? Los marchantes y demás comerciantes, le aclararon porqué. Es que pensábamos que estabas encabronado, pues no decías ninguna chingadera, y no nos queríamos ni acercar.
¶ El reformado. Cansado de echar madres de sol a sol, decidió Neto un día reformarse y dejar de decir maldiciones. Como todos los jueves, se fue al
¶ Tortas de pata y huevo. En los años setenta, una ráfaga de devastación llegó al campo huasteco, orillando a millares de campesinos a buscar otras fuentes de ingreso. Fue el caso de Don Ernesto, quien al haber perdido desconsolado su papayal allá por la vega del río, no le quedó otra para sobrevivir y mantener a su familia, que vender tortas por las calles de Tanquián. Su ingenio de comerciante le hizo ver que se vende mejor con un buen lema, así que desde un inicio salió a pié por las calles anunciando con su potente y alegre voz: — ¡ Tortas de pata y huevo ! ¡ Tortas de pata y huevo ! Cada uno de sus desconcertados compradores le preguntaba, al abrir las voluminosas tortas y no
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encontrar ni la pata de puerco ni el anunciado huevo : — ¿ Dónde quedaron la pata y el huevo ? Su leve sonrisa, con un asomo de lágrimas en los ojos, bajaba la guardia a todo el que se sintiera engañado, al contestarles: — ¡ Hijito ! Mis tortas son de pata y huevo porque las vendo a pata y a huevo, así de jodido me ha dejado el ciclón. ¶ Para salir de la crisis. Se iba recuperando Don Neto de las desgracias de aquella época, y pudo finalmente comprarse una camioneta. Como la mayoría de vecinos con camioneta que andaban por las veredas, daba aventones a los campesinos que se lo pedían. Acostumbraba contestar así a quienes le agradecían por recibir un aventón : — ¡ Dale las gracias al tanque de la gasolina ! ¶ El Rey (Save the bones for Henry Jones) El Rey, como se hacía llamar ese buen hombre colorado de ojo gris, Don Ernesto Azuara, ordenó que lo dejaran morir en su casa, en Tanquián, además que en su sepelio tocaran música de viento de Huejutla, que hubieran mariachis, cuetes a las cinco de la mañana después del velorio y una plaquita en su tumba que dijera El Rey. Todo eso, además de prohibir que su esposa e hijas hicieran duelo, pues su muerte no podría ser sino alegre y festiva, tal cual su manera de ver y vivir en este mundo. Para rematar, los mariachis deberían tocar “El Rey” al bajar su féretro a la tumba, no con solemnidad, sino en el espíritu de un verdadero jolgorio. Y así fue a su muerte, que rompió todas las dolientes tradiciones de su pueblo, acostumbrado a enterrar a 94
sus muertos con tristeza, café y llanto. El mismo día 13 de marzo de 1994, en la ciudad de Nueva Orléans, moría y enterraban a Danny Barker, un negro jazzista amado por su pueblo. Meses antes de su muerte, viendo que se habían convertido en eventos turísticos nacionales los sepelios de los músicos de la ciudad, en los que las procesiones de turistas, danzarines con sombrilla y músicos todos ellos etilizados perdían todo respeto por los difuntos, ordenó a sus familiares que cuando muriera no autorizaran la pachanguera procesión por las calles de su querida Nueva Orleáns, ni bandas musicales de colegas tocando cornetas, saxofones y clarinetes en jacarandoso duelo. Y así fue que su muerte, rompió todas las dolientes tradiciones de su pueblo, acostumbrado a enterrar a sus músicos con alegres valses, bebidas de caña y canto. Neto y Danny, dos transgresores amados y amantes de la vida, dos.
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Tallas sobre la abuelita Vange
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¶ Calladas las desdentadas. Un día de las madres, para celebrarlo con gran gala, llevaron tres de los hermanos Azuara a su mamá, a su tía mayor y a sus respectivas esposas, a comer las mejores carnes de Ciudad Valles, en el mejor restaurante. Al llegar se sentaron en el orden jerárquico predispuesto, orgullosos de poder darles ese gusto a sus mayores, y esperaron a que ordenara la cabeza del matriarcado. Leyó Doña Vange el menú de prestigiadas como jugosas carnes gruesas y doble gruesas, y les soltó a sus hijos a quemarropa: — Nos hubieran traído aquí cuando estábamos buenas, cabrones, no ahora que estamos chimuelas y que se nos zafan las dentaduras postizas. Les faltó tierra a los hijos para esconderse.
¶ Las puñaladas. Tenía la abuelita Vange varias semanas de no poder sentarse en una silla, por falta de carne y músculos en la asentaderas como para soportar la posición. Consiguió después de mucha insistencia que la sentaran, lo que sus nietos le concedieron por hacerle un gusto, más que por ser lo indicado. Tenía apenas unos minutos de estar sentada, cuando urgió con estas palabras que la regresaran a la cama : — Siento como que me clavan puñaladas en el culo. Escuchar tan picuda metáfora hizo brincar de un salto a los nietos y les dio fuerza suficiente para llevarla en un segundo a recostarse en su cama, mientras apretaban las nalgas.
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¶ La cuerda. A sus 96 años, tenía Doña Vange varios días preocupada a toda la familia, que la sentía a punto de morir. Llegaron a su casa muchos parientes, amistades, inclusive de otros pueblos, y desde su lecho, barruntó que todos estaban ahí reunidos en la sala y los patios, para acompañarla amorosamente en su despedida. En eso desde su recámara de convaleciente ordenó con el mando que la caracterizaba : — Ya váyanse de regreso, que todavía tengo cuerda para varios años. ¶ De computadoras y demás con la abuelita. La visitaban dos nietos, Mariana y Héctor, quienes se pusieron a conversar de computadoras en su presencia, creyéndola cuajada de dormir, como ella decía. Doña Vange hizo su típico gesto desdentado de molestia y los paró en seco con una invitación: — Si van a estar platicando de cosas que yo no entienda, ¡se me van mucho a la chingada! Ahí tienen vivita a Doña Vange. ¶ Doña Vange y sus recursos. Hablando de un muchacho muy sonso, Doña Vange comentó : — Ese chamaco es muy benso. Su hijo Ramón le corrigió : — Se dice menso, mamá. Ella resolvió de inmediato : — Es tan tarugo que no le alcanzó ni para la eme.
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¶ La coqueta y el borrachito. Tenía Doña Vange varios años con mínima movilidad. De vez en cuando reclamaba a sus cuidadoras que la habían abandonado, pues despertaba de sus sueños diurnos sin compañía, dado que sus nietas estaban en la sala, evitándole ruidos durante sus sueños. En una de esas se levantó sola y empezó a caminar con su andadera, encontró a su nieta en el pasillo y se quejó amargamente : — ¡ Cómo me fueron a dejar sola! Iba yo para la calle a ver si me encontraba siquiera a un borrachito que me hiciera compañía. Le ataja su nieta: — Viejlla coqueta a sus noventa y siete años, ¿ cómo no dijo que salía a buscar a una señora ? ¶ La desahuciada. Mayté tenía a su hijo Erick con calentura, por lo que tuvo que pasar la estafeta de cuidar a la abuelita Vange, la tarde del día en que Vange casi había sido desahuciada. De hecho habían pasado días en que no hablaba, comía muy poco y sus signos vitales se iban debilitando peligrosamente. Mayté anunció a su relevo que se iba con Erick y en eso, la que casi no respiraba, habló : — Tráiganme a Erick para que lo cuide. Tenía aún misión en esta vida.
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¶ Sigue la luz… Mariana, nieta de mi suegra Vange, convertida a una variante de la religión cristiana y estando en plena campaña evangelizadora de quien se dejera y si no, también, se enteró de que la abuelita estaba en las últimas, por lo que se le acercó a prepararla para la muerte. Le fue hablando con suavidad, tranquilizándola, como médium que nos contacta con el futuro, haciéndonos ver y sentir el luminoso túnel para llegar a él. Cuando lo consideró oportuno, entrecerrando los párpados, aderezó su voz con cuadrafónico eco, el más adecuado para ese transe tan difícil, repitiéndole: — Siiiguee la luuuuz… siiiiigueee la luuuz… La abuelita Vange, con sus ojos cerrados percibió las intenciones de la encaminadora, y abriéndolos, respondió endiablada : — ¡ Qué putas voy a andar siguiendo la luz ! ¡ Síguela tú, que yo quiero vivir !
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Burlándose de la muerte
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¶ Sobre la muerte. Don León tiene sus expresiones sobre los vivos, la muerte y los muertos. De un rico, dice: de seguro se va a morir cuando le toque, o bien: nadie es piedra eterna del camino. Sobre un difunto, asegura : — Antes estuvo vivo, ¿ de qué se quejan ? Puede soltarles esta otra: — Si murió, es que estaba vivo. Cuenta que el padre de Epigmenio, decía : — Se matan entre ellos, solamente los pendejos. ¶¿Por quién doblan las campanas? En reunión ejidal, eje organizativo y productivo de Tanquián por muchos años, discutían acaloradamente dos ejidatarios por problemas de traspaso nocturno del ganado, que se comía las verduras y frutas de ranchos vecinos. Se ofendían a tal rabia que hablaron de matarse. Le comentó el Flaco, Ángel Briones a Don León Ahumada : — Oye León, aquí se quieren matar dos señores. Don León así respondió : — Mira Flaco, que yo sepa ni tú ni yo los parimos, así que déjalos que se maten o al menos que se den en la madre. Esa noche doblaron las campanas.
mi chulita- dice su nieta Tei. Decidió morir un 10 de mayo cuando casi cumplía los 100 años, con su vista perfecta y con su tacto fino. Aún podría coserles en el cielo. ¶ Réquiem in absentia. Miguel era reconocido en el pueblo por no asistir a misas o fiestas por motivo de bautizos, confirmaciones o bodas. Tampoco acompañaba a los deudos en misas de difuntos o novenarios. Ni siquiera se presentó a las bodas de sus hijos, experto como era en romper todas las reglas de cortesía. Acertó quien lanzó este vaticinio: — Éste no irá ni a su propia misa de difunto.
¶ Preparación para morir. Una abuelita de El Corozal, Veracruz, sabiendo que se acercaba la muerte, decidió presentarse limpia hasta de sus intestinos para llegar al Señor. Ordenó para ella ropa limpia y una purga que se aplicó estoicamente. — Se presentó hermosa por dentro y por fuera
¶ Complaciendo a los ociosos. Venía Don León en su bicicleta, muy apurado, cuando lo toparon dos amigos, queriendo reír un poco con sus chanzas. — León, échanos una mentira – le pidieron. Éste, que en verdad iba apurado, los cortó con disgusto : — No tengo tiempo para contar mentiras como ustedes que están de ociosos. Voy de prisa a llevar unas veladoras a la casa de mi tía Goya, la pobre se acaba de morir, no es para estar con bromas ni coloraditos. Y se fue volando en su bici, sin esperar respuesta. Ellos, que nunca lo vieron tan serio, se desbalagaron, corrieron la noticia y poco después con sus esposas, llegaron a la casa de la difunta llevando como buenos vecinos, veladoras y flores. Al llegar allá, tocaron. Abrió la puerta la fallecida. Asustados, tiraron al suelo flores y vasos con veladoras. La muerta les tuvo que convidar cafecito
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con pan dulce, para sacarlos del espanto. Por su propio gusto y capricho, habían caído en la gran mentira de Don León. Poco faltó para que llegaran a cafetear en su propio velorio, muertos al ver a la falsa muerte.
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