Bruce Dickinson
Las aventuras de lord boatrace el dudoso Traducido por: Mike Steven Pachรณn Vargas m1312p@gmail.com
Agradecimientos Este libro fue escrito en varias habitaciones de hoteles alrededor de Europa durante 1987. Se terminó en Tokio en mayo de ese año. A todos esos propietarios de hotel que amablemente proveyeron con resmas de papelería del hotel al peculiar hombre de cabello largo a las cuatro de la mañana, gracias. A Paddy, quien pensó que era divertido y espera la secuela, gracias. Robert Smith opinó que estaba bien y por eso es que ustedes están leyendo esto… Merck, cuyo Segundo nombre es demasiado largo para ser deletreado, hizo el ruin acuerdo… Rod y Andy se miraron con desconcierto (como siempre) … El pecho de Shaun Hutson explotó en un geiser de sangre e intestinos… Steve Harris amenazó con torturarme si no se publicaba… A todos los anteriores, y a todos aquellos que sufrieron dolor de oído en la creación de este libro, enormes gracias.
Los Personajes Lugareños Lord Boatrace el Dudoso, Terrateniente de Findidnann Educado ineficazmente en la Thigwell Boarding School, los primeros años de vida ocasionaron el terrateniente estuviese viciado físicamente. Aunque ahora rondando los treintaicinco años, su fetiche de la infancia por las pantaletas y los tacones de aguja han perdurado y, al momento de la escritura, es aún un virgen.
El Mayordomo (Butler) Un hombre de porte distinguido de mas o menos cuarenta años de edad. Con calvicie significativa en el frente de su cuero cabelludo; tiene algunos pasatiempos relativamente inusuales y preferencias personales.
Comandante del Ala Bill Symes-Groat (Retirado) Oficial de sesentaicinco años de la Real Fuerza Aérea que vive como el vecino más cercano del Dudoso. Una inclinación por los jóvenes reclutas resultó en su destitución del servicio. Espera ansiosamente por su reintegro.
El Soldado Secreto Un conocido de Symer-Grime prestado al Lord Dudoso con falsos pretextos. Por antonomasia, su apariencia es secreta.
Jock Mc.Vitie Barcelona El posadero gruñón, jefe de estación, supervisor telefónico y propietario de la gasolinera de la aldea local.
Invitados Roderick Morte D'Arthur Tennison y su esposa, Margot Smith Roderick es un imbécil de clase alta, grande, torpe y de sangre azul. Su esposa (que se negó a cambiar su nombre por el de casados) es baja, gorda, feminista y peligrosa. Tienen dos niños.
Brian y Laetitia Taylor Un editor escocés alcohólico y su consorte americana, la octópoda, bien dotada Sra. Laetitia P. Taylor, sin hijos.
Mark y Cyinthia West La pareja perfecta, o eso parece. Ambos bien parecidos, jóvenes y acomodados. No llevan casados lo suficiente para tener hijos. Mientras sucede, esa es la íntima cosa en sus mentes.
PARTE UNO El Problema
1 Construyendo la Bestia Perfecta ¡Buff! Resopló Lord Boatrace el Dudoso con disgusto mientras golpeaba el papel contra la mesa auxiliar roble cubierto, haciendo aparecer una nube de polvo. ‘Ni un mísero quinto más para fruta’. Un globo ocular con monóculo veía con furia el encabezado: ‘Tres mil personas comen una fresa’. ‘¡Bah!’ Exclamó y se levantó de su desvaída, silla victoriana de espaldar alto. El vetusto reloj contra la pared de paneles de roble hizo tictac soporíficamente alrededor de las cuatro en punto y la puerta doble se balanceó para abrirse mientras el Mayordomo llegó con un carrito de té. ‘Su té, señor’, dijo el Mayordomo. ‘¿Puedo saber si Señoría requerirá agua caliente esta tarde?’ ‘Si, lo haré, Mayordomo, por supuesto que lo haré’, replicó Lord Dudoso. ‘¡Ejem!’ el Mayordomo aclaró su garganta y extendió la palma de su mano. ‘Oh, está bien pues, está bien’, refunfuñó el Dudoso con irritabilidad, buscando en el fondo del bolsillo de su abrigo de frac para encontrar una pieza de cincuenta peniques. ‘¿Es suficiente?’ ‘Por supuesto que lo es, señor’, afirmó el Mayordomo, su mano se cerró sobre el dinero contado y lo depositó con delicadeza dentro del bolsillo de su chaleco. ‘Dinero, dinero, dinero’ se quejaba el Dudoso. ‘Maldita sea no tenemos un duro, no me puedo permitir agua caliente, no puedo sufragar una amante, ni siquiera puedo pagar por un buen par de tacones de cocodrilo para mi persona. ¿Cuántos coches me quedan?’ ‘Seis, señor’. ‘¿Seis? ¿Eso es todo? Estoy seguro de que tenía siete’. ‘No, señor, lo canjeó por una excavadora hace dos semanas; ahora tiene seis’. ‘Oh’ murmuró el Dudoso despistado. ‘Excavadora. Así que eso fue. Dios mío, solamente quedan seis’. Se detuvo. ‘Tengo que vender uno, Mayordomo. Lleva el blanco esta noche al pueblo y véndelo’. ‘Imposible, señor’. ‘¿Por qué imposible?’ ‘Porque no nos queda combustible y no podemos pagar por más, señor’. El Dudoso se desplomó sobre su silla; el Terrateniente de la hacienda Findidnann en las remotas alturas de Escocia estaba perplejo. Sin dinero, sin ingresos. Contempló sus tacones de aguja de charol rayado y movió los puntiagudos dedos de sus pies. ‘¿Qué se puede hacer, Mayordomo?’ crujió.
‘¡Ejem!’ El Mayordomo aclaró su garganta de nuevo. ‘He estado estudiando japonés y soluciones orientales a este problema, señor, y puede que haya hecho algún hallazgo’. ‘¡Ja!’, interrumpió el Dudoso. ‘japoneses, orientales, de ninguna manera. El Duque de Edimburgo estaba en lo cierto, todos terminaremos amarillos con ojos rasgados. No, no estoy preparado para convertir la hacienda Findidnann en un maldito balneario Celta. Ganamos la condenada guerra y eso es todo. Dios salve al Rey, Mayordomo’. El Dudoso se sumergió más en su asiento y furiosamente comenzó a pulir su monóculo. ‘Preferiría ser pobre, Mayordomo, que sacrificar mi ser para conseguir yen’. Continuó puliendo con atención. El Mayordomo respiró profundamente. ‘Señor, Yo… Yo… Yo… Yo tengo una IDEA’, anunció finalmente. El Dudoso introdujo su monóculo de vuelta en su ojo y consideró al Mayordomo con sospecha. ‘Tú’, dijo susurrando incrédulo. ‘¿Tienes una idea?’. Sus ojos se movieron con desconcierto de un lado al otro, luego sus labios conformaron una sonrisa predadora. ‘Bueno, escuchémosla entonces, viejo’, retumbó. ‘Señor, robótica, eeehhmm, automatización, el mejoramiento de ciertas funciones naturales mediante el uso de tecnología para…’ ‘Si, si’, desmereció el Dudoso ruidosamente, poniéndose de pie de nuevo. ‘Muy buena tu especulación, pero ¿qué vamos a automatizar?’ Y llegó al comedor de un solo brinco, raspando el barniz con sus tacones. ‘¿Qué?’ rugió, agitando sus manos como un derviche. ¿Qué?’ entonó de manera ronca, mientras sus ojos se encontraban con el retrato de su difunto tío en la pared. El Mayordomo continuó. ‘Por mi cuenta casi he terminado el proyecto el cual estoy seguro que su Señoría…’ ‘Suficiente tiempo hubo para proyectos’, gritó el Dudoso y se incorporó dramáticamente. ‘Tu tiempo no ha llegado, pero tal vez…’ Sus ojos se fijaron en los trofeos de caza adornando las paredes y techos; faisanes, tejones, armiños, leones, tigres, gansos, hurones, alces, osos, serpientes, peces. Su vista continuó: águilas, palomas, armadillos, hámsteres, jerbos, caballos, perros, el vigesimotercer Terrateniente de Findidnann – también disecado. ‘Esto fue’, pensó el Dudoso. ‘Señor, mi pequeña invención es hermosa, compacta y podría…’ ‘Brillante, Mayordomo, brillante idea’, replicó el Dudoso. Saltó de la mesa y se arrojó hacia su telescopio de seis pies de longitud hecho de latón el cual apuntaba en dirección a los páramos. Arrimó su ojo a este con vigor y sondeó el horizonte. ‘Caza, Mayordomo, tiro, pesca, durante todo el año, incansable, indestructible, electrónica… Increíble’. ‘Totalmente incomestible, señor’. ‘Disparates, hombre, disparates’, explotó el Dudoso al contestar. ‘Un detalle menor. ¿Acaso Colón dejó de investigar el globo porque no se lo podía comer? ¿El sabor de la manzana el que goleó a Newton en la cabeza afectó su teoría de la gravedad? ¿Eh?’ El Dudoso agarró al Mayordomo por los hombros con entusiasmo y lo sacudió calurosamente. ‘¿Bien?’ Chilló. ‘Claro que no lo hizo’. ‘Pero, señor’ lloriqueo el Mayordomo, ‘mi idea…’ ‘Tu idea’ el Dudoso estrelló su mano con ira contra el carrito de té. ‘Tu idea’, dijo en tono de burla, ‘Pero mi genio. Yo, el vigesimoquinto Terrateniente de Findidnann, Lord Boatrace el Dudoso, quedaré en la historia como el hombre que…’ Se interrumpió. ‘¿Cuál es la fecha de hoy?’ ‘Es veintitrés, señor’.
‘Perfecto’, siseó, abriendo efusivamente un cajón de escritorio y arrojando su contenido alrededor de la habitación. ‘¡Ajá!’ exclamó, mientras sacaba el Anuario Británico de Deportes de Campo, febrilmente pasó al mes de septiembre. ‘Aquí, mira, el veintitrés, y aquí’. Volteó la página al siguiente mes ‘EL GLORIOSO DUODÉCIMO’. Golpeó el libro al cerrarlo triunfalmente. ‘¿Te das cuenta de lo que significa? Yo, Boatrace el Dudoso, instituiré el más indignante golpe de la historia. Caza de urogallos todo el año. Este lugar estará atiborrado. Todos absolutamente llenos de dinero y yo puedo tenerlo todo. Tenemos que experimentar de inmediato. El Glorioso Tercero, hay una fecha de inicio para ti. Un par de semanas. Invita a todos’, rugió. ‘¿Señor?’ Interrumpió el Mayordomo. ‘¿Señor?’ ‘¡Oh! ¿Y ahora qué?’ ‘No tiene ningún urogallo’. ‘Entonces, habremos de construirlo’, declaró el Dudoso triunfalmente. ‘Ahora’, continuó. ‘Invitados. Quiero media docena de idiotas que sin puntería. ¿A quiénes conocemos?’ ‘Ya no tenemos amigos, señor, le debemos dinero a todos’. ‘Usaremos el viejo libro Thigwelloniano entonces, rehacer lazos con la vieja escuela y todo eso. Juega a ponerle la cola al burro o a los dardos con él y extrae seis nombres. Diles que es una reunión oficial de los Thigwellonianos o algo. Sólo un verdadero bobo iría a una de esas. Lo que sea que hagas, no menciones la caza de urogallos hasta que se encuentren aquí. No quiero que nadie se entere de esto’. ‘Señor, realmente siento que se está dejando llevar un poco. No quiero ser inoportuno pero mi pequeña invención está esperando al final de las escaleras para que la pruebe y…’ ‘¡SUFICIENTE!’ gritó Lord el Dudoso. ‘Te pago para que seas mi Mayordomo, no un maldito inventor Heath Robinson. Ahora vete a la mierda y alista mi baño’. El Mayordomo rígidamente exhaló aire de forma ruidosa. No se le había pagado por cuatro meses, pero la alternativa era una maldición en Wormwood Scrubs. ‘¿Eso es todo, señor?’ preguntó maliciosamente. ‘Sí, sí, largo’. El Dudoso estaba contemplando sus estantes de libros. Estaba sumergido en sus pensamientos. Libros de astronomía, ocultismo, cuestiones militares, filosofía, religión y similares llenaban los estantes superiores: pornografía, catálogos de zapatos de tacón y el Nobiliario de los Burke se alineaban en los estantes más bajos. Nada, reflexionó, que le ayudase a construir una bandada de veloces, realistas y obedientes urogallos mecánicos. Levantó su mirada hacia el retrato de su tío, el hombre al que tanto admiraba, y regresó su mirada descompuesta. ‘¿Dónde encontraré un hombre para crear tal cosa?’ Murmuró. El empezar a darse cuenta de las posibilidades se notaba en sus ojos. Se inclinó hacia adelante para alcanzar un libro códigos de luces de semáforo.
2 El Agente Secreto El Dudoso caminó penosamente el camino pavimentado hacia la pesadilla gótica con torretas que era la residencia de su vecino, Comandante del Ala Bill Symes-Groat. El Amo de Findidnann no estaba acostumbrado a tal indignidad como era caminar tres millas de empapados páramos, y estaba totalmente inadvertido de lo agreste que era el terreno. Como resultado, su mejor par de tacones de aguja italianos de cuero azul sufrieron roturas, aunado a la horriblemente temprana hora de siete de la mañana, le dejaron más que angustiado al momento de su llegada. Llegó a portón principal. ‘Deténgase, ¿Quién anda ahí?’ Chilló una no identificada e invisible voz como de niño. ‘Soy Lord Boatrace el Dudoso y he venido a ver a Comandante del Ala. ¿Podría usted decirle que me encuentro aquí?’ ‘Acérquese y diga el santo y seña’, chilló de nuevo la voz, con un tono más alto esta vez y emanando misteriosamente de un tupido de hiedras a un costado de la vasta puerta principal, hecha de roble y tachonada de hierro. ‘Sólo dígale al Comandante que estoy aquí’, gimió el Dudoso, gorjeando sobre sus fracturados tacones. ‘De hecho, que os den. Le diré yo mismo’. Se dirigió hacia la entrada principal. El primer tiro de escopeta destrozó un gnomo del jardín. El Dudoso dejó escapar un chillido aterrorizado. ‘Bestia anciana y senil’, gritó, mientras corría para cubrirse tras el muro del jardín. El segundo barril rasgó ambos faldones de su chaqueta mientras se lanzaba de cabeza hacia el muro más bajo del jardín, dejando sus tacones de aguja verticalmente, con la punta clavada en la grava. Hubo un ruidoso chapoteo al encontrarse él con el foso ornamental el cual yacía más allá. ‘¡Alto al fuego!’ ordenó una voz, más bien adulta. ‘Perdón por eso, viejo amigo. Ya puede ingresar, ya es seguro’. El Dudoso cautelosamente volteó su mirada hacia el muro del jardín. Allá, por la puerta principal, destacaba el Comandante del Ala Groat, palmeando a un pequeño chico, quien vestía un lenderhosen y una gorra de scout novato, y agarraba una enorme escopeta de doble cañón. ‘Ve a correr, Rommel’, rugió el Comandante del Ala. ‘Ve a jugar con Goebbels. Goering puede servir el té’. El chico se escabulló hacia la parte trasera de la casa. El Dudoso escupió un poco de asquerosa agua verde y se puso de pie. Tenía la piel empapada con agua, fango y limo. Se miró de arriba a abajo. Sus mejores medias de malla se habían arruinado, y había lodo incrustado en las uñas de sus pies. Su monóculo, sin embargo, permaneció firmemente en su lugar. ‘¿Qué carajos está sucediendo?’ lloró. ‘Seguridad, hombre, jamás se es demasiado precavido, ¿Qué? Perdón por el panqueque salado, aún en guerra, ¿eh? Venga, el desayuno está servido’. Y con eso, regresó adentro.
‘Entonces’, dijo el Coronel vertiendo té en el adornado comedor de vigas de madera. ‘Recibí su mensaje por semáforo anoche. Aún no sé por qué su tío nunca consiguió un teléfono…’ ‘Nunca le gustaron las GPO’, murmuró el Dudoso, quien estaba cubierto con una sábana de pies a cabeza y tiritando. ‘Se negaron a aceptar telegramas de palomas mensajeras, así que es una condición de su testamento’; nada de teléfonos en el vestíbulo de Findidnann’. ‘Un poco inconveniente’, murmuró el Coronel, ‘Aunque’, se inclinó y soltó la tetera, ‘más seguro’, siseó. ‘Como sea, sobre este lío, me dijo algo sobre los japoneses’. Y agarró la pierna del Dudoso con violencia. ‘No me agradan, nunca lo han hecho’. ‘Creí haber mencionado la solución oriental la cual fue sugerida por mi colega’, remarcó el Dudoso astutamente. ‘¿Para quién trabaja?’ demandó el Coronel de repente. ‘La verdad no lo puedo decir’, replicó el Dudoso, quitándose el monóculo dramáticamente. ‘Muy secreto, ¿eh?’ reflexionó el Comandante. ‘Secreto juramentado’, dijo el Dudoso con firmeza. ‘Tiene que ser jodidamente importante para ellos como para llamarme, jodidamente importante. Veinte años he esperado por esta crisis. Sabía que me llamarían de nuevo’. Y giró sus ojos brumosos hacia las ventanas de vidrios emplomados. ‘¿Necesitan un científico?’ Demandó de repente. ‘Tres paracaidistas, RSM, SAS, VCMO, etc., etc.’ El Dudoso repuso su monóculo y esbozó una sonrisa, a pesar de estar helado hasta los huesos. ‘Si’, dijo tranquilamente, ‘esa fue la solicitud’. ‘¿De verdad no me puede decir de qué se trata?’ Suplicó el Comandante ansiosamente. ‘Ya conoce las reglas con las que operamos’, declaró el Dudoso con severidad, abrigándose al calor de su ardid, ya que sus húmedas ropas no lo hacían. ‘Principios de confidencialidad’. ‘Por dios, por dios. Las paredes tienen oídos, ¿eh?’ El Comandante del Ala se sentó de nuevo y ofreció una pieza de pastel de ración en una porcelana de Luftwaffe. El Dudoso echó un vistazo al ofrecimiento y arrugó su nariz. ‘No, gracias’. ‘Goering’, bramó Groat. ‘Ven y llévate estos platos, por favor ángel mío’. Un niño corista con sobrepelliz apareció y se deslizó alrededor de la mesa, recogiendo la loza del desayuno. ‘Hay un buen amigo, Goering. Puedes dejar la platería para después’. Indicó la enorme bandeja de rosbif y la cubierta de plata que eran el centro de mesa. ‘Podría tirártelo encima’, dijo al Dudoso. ‘Y luego tendría que reprender al chico’. Se estremeció ligeramente, sus ojos se empañaron. ‘Todos los chicos de aquí, usted sabe, del pueblo. Necesitan por su maldito bien sin lugar a duda, un poco de disciplina, duchas heladas, peleas de almohadas… una buena zurra cuando lo merezcan; y ciertamente lo merecen puedo decir’. Sonrió y parecía que volvía a la realidad.
‘Es cierto que algunos de ellos no lo soportan. Tuve un par de chicos que estallaron contra mí la semana pasada, los mandé de vuelta, pero…’ Divagó de nuevo. ‘Otros nuevos vienen todo el tiempo con su viejo Tïo…’ Y lamió sus labios, ‘…Groaty’. Mostró sus colmillos ‘Woaty’. Goering hizo una salida rápida. El Dudoso estaba bastante horrorizado ante la idea de este viejo lascivo sodomizando a diestra y siniestra a la población adolescente local, pero, siendo un aristócrata inglés y por ende igualmente un pervertido, decidió hacer una aproximación más pragmática. ‘¿Dónde se encuentra el científico entonces?’ demandó. ‘¿Y cuándo podemos empezar?’ ‘Se encuentra aquí y empezaremos ahora’, declaró el Comandante con orgullo. ‘De hecho, él ha estado aquí todo el tiempo que llevamos hablando’. El Dudoso buscaba alarmado. Las adornadas repisas estaban cubiertas con espadas, armas de fuego y aviones a escala. El hombre podría ser un maníaco. ‘¿Dónde está?’ preguntó con urgencia. ‘¡MUESTRESE!’ rugió Groaty Woaty mientras levantaba la tapa de la bandeja para trinchar el rosbif para revelar un gran pudin de ciruela con una guinda en la punta. El pudín de ciruela habló. ‘Buenos días, Comandante’, dijo en un monótono acento de Aldershot. El Dudoso estaba atónito. ‘Bien, hombre, helo ahí. SAS, Borneo, Malasia, Irlanda del Norte, Omán; explosivos, pistolas, navajas, cortaquesos, veneno. Lo nombras, él lo asesina. Un maestro del disfraz y el camuflaje, la definición de discreción’. El Dudoso recobró un poco la compostura y miró a los dos pudines grandes los cuales asumió que eran sus ojos. ‘¿Puedes construirme una bandada de urogallos?’ Preguntó atentamente. ‘Por supuesto que puedo’, respondió el pudin de ciruela, sin mostrar expresión alguna. ‘Tipo nuclear, voladores; con gas venenoso, urogallos de detección temprana. Lo que sea que necesite’. ‘¿En un urogallo?’ Exclamo el Dudoso estupefacto. El pudin de ciruela giró sobre su base de licor de brandy y miró al Comandante del Ala. ‘¿Quién es este idiota?’ ‘Shhh’, siseó el Comandante. ‘Máxima discreción. Ultra secreto, confidencial, ¿Entiendes a lo que me refiero?’ ‘Para su información, Lord Boatrace’, sermoneó el pudin, ‘el urogallo es una de las armas más temibles de las fuerzas especiales. Cuando se ha estado al servicio de Su Majestad tanto como yo, se llega a entender el valor de una buena bandada de urogallos tácticos’. El Dudoso empezaba a resplandecer triunfalmente. ‘Sí, sí’, interrumpió. ‘Eso es, por supuesto, conocimiento básico, pero lo que tienen que hacer esos urogallos es evadir disparos. ¿Puedes lograrlo?’ ‘Nadie dispara a mis urogallos sin vérselas conmigo primero’, declaró el pudin. ‘Perfecto’, estás contratado. Quiero a esos urogallos volando por el páramo para el tercero de octubre a las dos de la tarde. Bien hecho, Comandante’. Y sacudió calurosamente la costrosa mano del pervertido. ‘Ha salvado usted mi pellejo’. ‘¿Estoy despedido entonces, señor?’ dijo el pudin. ‘Sí, sí lo está’, dijo el Comandante del Ala Symes-Groat. ‘Desde ahora está por su cuenta. Permanezca fuera de vista y haga contacto conmigo o con el Dudoso únicamente en caso de emergencia - ¿Entendido?’
‘Entendido, señor. Una cosa más, señor. Le sugiero que destruya toda evidencia de esta reunión’. ‘Muy buena idea’, contestó el Comandante. ‘¿Qué evidencia?’ Indagó el Dudoso con sospecha. ‘Le puedo sugerir que me convierta en flambй con brandy y helado?’
3 La Invención del Mayordomo El Dudoso se sentó en su estudio, con sus pies en la hirviente agua salada en la tina de zinc. Estaba cubierto con una toalla sentado ante su telescopio estudiando el cielo nocturno, arrugando su nariz de vez en cuando como gesto de concentración. El mayordomo arribó silenciosamente a través de la puerta doble. ‘He enviado las invitaciones a tres parejas, señor’. ‘¿Son siquiera capaces de tirar a un urogallo?’ Preguntó el Dudoso, aun indagando con su lente. ‘El Viejo Libro no contiene esa información, señor’. ‘No, no, idiota, allá arriba’. Retiró su cabeza y reenfocó sus ojos en el planeta tierra. ‘En el cielo, en Marte, crees que, le disparen a los urogallos, ¿o tal vez a algo más? Fascinante pensamiento, ¿eh?’ ‘Fascinante’, hizo eco el Mayordomo, sin un ápice de fascinación. ‘Bien, ¿Cómo se llaman?’ Gritó el Dudoso, regresando a su telescopio. ‘Roderick Morte D’Arthur Tennison, Brian Taylor y Mark West. Todos ellos casados y ninguno de ellos conoce a los otros debido a su diferencia de edades’. ‘Bueno, conozco a uno de ellos’, declaró el Dudoso. ‘Roderick, un verdadero imbécil. Solíamos pararnos sobre sus orejas después de que le embarrábamos mermelada en las bolas. Que días aquellos, ¿eh? Bien, espléndido trabajo, Mayordomo. Si los otros dos son tan torpes como él, ya lo hicimos’. Se pausó. ‘Dios, ¿me pregunto qué tipo de mujer se casaría con una bestia de carga como él? Como sea, Mayordomo, yo he puesto mi granito de arena’. ‘¿A qué se refiere, señor?’ ‘He persuadido a ese libidinoso anciano pedófilo Comandante del Ala que vive cruzando el páramo para que me preste un espía lunático y que este me construya algunos urogallos. Vendrá a trabajar para mi inmediatamente. Te lo digo Mayordomo; en palabras del inmortal Sherlock Holmes, ¡el juego está en marcha!’ ‘¿Significa eso que mis servicios ya no serán requeridos?’ Demandó el Mayordomo, fingiendo dolor. ‘¿Eh?’ Bufó el Dudoso. ‘No, por supuesto que no. Este individuo no es un mayordomo. Cuando le vi era un pudín…’ El Dudoso titubeó avergonzado, ‘… ahhmm, ehhmm, pudiente pero empalagoso tipo. Pretencioso, si me apuras’. ‘¿Dónde se quedará, señor?’ Preguntó el Mayordomo con frialdad. ‘Oh, ni te darás cuenta de él’, contestó el Dudoso en un tono más bien jocoso. ‘Es una especie de encubierto. Podría ser cualquiera. Puede estar en la tetera de ahí, ja, ja, ja’.
‘¿Eso es todo, señor?’ ‘Sí, Mayordomo. Sí, vete. Se avecinan días gloriosos, ¿eh? Gloriosos’. Se miró los pies y comenzó a cantar en tono silencioso y nasal… ‘Y estos píes, tiempo atrás, Caminaron los verdes montes ingleses, Y era el santo, ehhmm, urogallo del Dudoso… Ja, ja, ja’ La risa se desvanecía a medida que el Mayordomo, con supremo autocontrol, cerraba la puerta y se quedaba afuera del estudio. Se recostó contra el frio muro de piedra, sus pensamientos arreciaban. Nuevos tipos, espías, agentes encubiertos. Era lo suficientemente ruin como para ignorar su idea, desacreditar su invención, ¿pero consiguió a alguien más? El Mayordomo ya podía ver su futura utilidad desapareciendo rápidamente lo que significaría su desempleo lo que a su vez significaría… Sus manos empezaron a ponerse rígidas y sudorosas. Su cara palideció mientras le llegaban las memorias. ‘John Butler’ declaró el juez. ‘Vender fraudulentamente los restos mortales de los fallecidos es un cargo serio; no menos serio es enterrar las partes equivocadas de los cuerpos equivocados en las tumbas equivocadas. Irá a prisión por diez años’. John Butler no tenía pensado cometer crimen alguno pero la muerte ya no era lo que solía ser. Su trabajo como conductor de una firma funeraria no estaba pagando bien. La gente estaba viviendo más, muriendo de formas más violentas y pagando menos por los entierros. Se le ocurrió la idea cuando enterró a una de las víctimas de los famosos asesinatos por ‘Desmembramiento Tandoori’. Dejaba el meñique del difunto y llenaba el resto del ataúd con sacos de arena. Nadie podría ser más listo. Era cuestión de tiempo para que Butler empezara a enterrar a las personas equivocadas sustituyendo los restos del difunto villano local por el ‘Amado Jeffrey 75 llevado de repente por obra y gracia de Dios, QEPD’. El Amado Jeffrey mientras tanto estaba siendo dividido en partes por estudiantes de medicina en el Hospital de Londres en Whitechapel. ‘Cuerpos’, murmuró el Mayordomo en voz alta aún rígido contra el muro del estudio del Terrateniente. ‘Frío, hábil, prolijo y ordenado. Nada fuera de su sitio a diferencia de este condenado tema de espías. Todo fuera de su jodido lugar’. Su tono culto disminuyó tornándose en una grave jerga de cockney. John Butler realmente era de East End. Mayordomo era su apodo en Wormwood Scrubs donde adquirió ese falso acento y practicó la servidumbre con los reos más importantes. Su cara se retorcía con agonía a medida que el recuerdo continuaba. Celda 10; con Jack ‘Tajada de Cinco Libras’ Munro (‘Tajador’ para abreviar) quien fue condenado a cuatro cadenas perpetuas por destripar a su tío y a su familia con un cuchillo Stanley. Llevó el té después de un desacuerdo sobre un juego de connkers. ‘Su té señor’ anunció, de pie en la entrada de la celda. ‘Déjalo en la cama, viejo’, jadeó el Tajador, un asmático desde la infancia. El Mayordomo se dirigió hacia las grises, gruesas sábanas que cubrían la litera del Tajador y se dobló para verter el té en el estropeado tazón del prisionero. A medida que el té se servía, John Butler se congelaba. Podía
sentir una creciente erección contra sus ropas de prisionero; un bulto enorme, como el brazo de un bebé, buscando su salida por la cremallera, luchando incansablemente por debajo del material. El Mayordomo enrojeció; no lo podía comprender. Nunca había tenido tal conmoción. Esto tal vez era resultado del ‘forjamiento de carácter’ de su padre. Su método favorito era atar una banda de goma alrededor del escroto de Butler y golpear sus bolas con un bate de criquet. ‘Parece que tienes una maldita erección’, tosió el Tajador indignado. ‘Estás sirviendo mi té con la puta cigüeña colgando’. El Tajador tiró su papel y saltó a sus pies. ‘Lo siento, Tajador’, graznó el cachondo camarero, asustado y anonadado. El Tajador puso su arrugada cara sin afeitar justo en frente de la nariz del Mayordomo, tan cerca que podía oler su mal aliento. Era como si el culo de una vaca estallara cada vez que él hablaba. ‘Eres un puto maricón, ¿no es así Mayordomo?’ La quijada de Butler se movía, sin emitir sonido alguno. ‘Me gustan los maricones’, sonrió el Tajador, dejando caer sus pantalones para revelar sus inmunda y amarillenta ropa interior, ‘Y vas a ser mío’. Los ojos del Mayordomo se abrieron. Había estado fuera junto a puerta del Dudoso por solo treinta segundos, pero ya estaba bañado en sudor de pies a cabeza, su corazón palpitaba salvajemente. Desde ese día, en Scrubs no había espacio para una erección, ni para inspirar físicamente el deseo sexual, sólo la búsqueda clínica indiferente de una expresión de sus torturados deseos mentales. Escapó de la prisión inmediatamente después de ello. Lord Dudoso lo encontró en su huida, desnudo en un arroyo de la hacienda Findinann. Butler reconoció a un alma semejante torturada en el Dudoso, con su sombrero de copa, frac, medias altas, suspensorios y botas apretadas; por su parte aprovechó la oportunidad de despedir a toda su servidumbre y remplazarla con este nueva, y asquerosamente mal pagada alternativa. El Mayordomo sabía que le debía todo al Dudoso, pues él no iba a permitir que le atrapasen en su más reciente fuga, por el bien de ambos. Se tambaleó por el corredor hacia el cuarto de la servidumbre. Tenía que verla, a su propia invención, tocarla, acariciarla. Buscó a tientas en el bolsillo de su abrigo la llave de su sueño. La puerta se balanceó para abrirse, y los ojos del Mayordomo se iluminaron. ‘Ahí estás, mi hermosura, tu tiempo llegará’. Respiró con reverencia. Se quedó allí. Un reluciente alboroto de cilindros y pistones acerados, de dos íes de alto, con montajes telescópicos. Se valía de dos bandas de oruga para moverse, cada una de seis pulgadas de ancho, la cual podía perseguir una víctima por cualquier terreno a velocidades de hasta treinta millas por hora. ‘Es una locura que el Dudoso no me haya escuchado’, susurró el Mayordomo. ‘Urogallos mecánicos’, resopló. ‘Espías, fenómenos. Pero no podrán matarnos mi belleza, oh no’. Y se sentó junto a la máquina. Tengo un plan para que el Dudoso entre en razón, y luego tú y yo y el buen Lord Boatrace haremos montones y montones y montones de dinero’. Sonrió y le echó un último vistazo al producto de su mente, su creación, la expresión mecánica de torturada psique, el sueño de un ingeniero – Pelvotron, el pene perfecto.
4 Corte Superior y Corteza Superior Era una nueva casa pequeña, de tres dormitorios, medianamente mantenida, en un nuevo pueblo ligeramente al norte de Londres cuasi en la zona rural. El hombre de la casa estuvo en la Marina por un periodo de tiempo breve tras dejar la escuela pública de Thigwell, pero abandonó, por consejo de su Comandante Oficial, después de sus cortos tres años de servicio en comisión, estaba acabado. Durante su sucinta temporada al servicio de Su Majestad, nuestro hombre en el número 33 de Nouvelle Drive tuvo éxito al darle forma a la punta de una fragata, golpeando una mina en un dragaminas y casi hundiendo un submarino que estaba visitando al omitir cerrar la compuerta superior. Subsecuente a su salida de la Marina se convirtió en un vendedor de seguros modernamente exitoso. Parecía tener una extraña habilidad para predecir todos los riesgos. Conoció a su querida en el supermercado local cerca de Portsmouth, donde recién había demolido un lote de mil quinientas latas de duraznos sudafricanos en conserva. ‘Mil disculpas’, lloró, vadeando a través de la cantidad de latas dentadas para rescatar a la pequeña forma humana bajo ellas. ‘¡Bastardos!’ Gritó la mujer, o por lo menos eso parecía ser. Él se sonrojó. Nunca había escuchado a una mujer maldiciendo antes. Él ni siquiera estaba seguro de lo que ello significaba. ‘Oh, eehhmm, MIL Y MIL DISCULPAS’, borboteó. ‘¡BASTARDOS SUDAFRICANOS!’ gritó ella, evidenciando a la gerencia de la tienda que la rodeaba de modo amenazador. ‘Tendré que pedirle que abandone la tienda…’ ‘¡Capitalismo, codicia y racismo a manos llenas!’ Interrumpió Margot, golpeando al empleado acomodador en el pecho con una lata de media libra, ‘y ustedes lo venden, y me persiguen’. Nuestro ex oficial naval dio un valiente paso al frente para interponerse. ‘Discúlpeme, señor, pero fui yo quien…’ le interrumpieron. La mujer recién había roto la nariz de otro hombre con una lata de duraznos y corría sangre a chorros. ‘Dios mío’, dijo Tennison. ‘Vamos, imbécil’. Tomándole ella a él por la muñeca y atropellándolo por la salida de emergencia hacia su Morris Minor estacionado. Ella saltó dentro del asiento del conductor. ‘Empújalo, mierdecilla’, gritó ella. Él empujó. Cuando arrancó se metió y rugieron. ‘Digo,’ gritó él. ‘Dejé mi carrito en el supermercado…’ Le dio un manotazo en la cabeza con increíble violencia. ‘¡TONTO!’ explotó ella. ‘Pero si eres un hombre, y TODOS los hombres son tontos’. ‘Oh, … Sí’, concordó el Sr. Tennison, petrificado.
‘Pero necesito un hombre, y tú eres un hombre’, continuó en su lógica. ‘Oh, eehhmm, sí’, convino Roderick, animado. ‘Eres un hombre muy alto, muy grande’ y balanceó las ruedas para dar un giro a la derecha, casi arrojando a Roderick por la puerta. ‘Y necesito un hombre muy grande para incrementar mi valor…’ luego apretó sus dientes e hizo una maniobra para evitar chocar con un bus, ‘…para mejorar a la mujer del futuro para continuar con la LUCHA’. Y hundió el pie en el pedal del freno para patinar hasta detenerse. ‘Llegamos’, declaró ella, abriendo bruscamente la puerta. ‘¿A dónde?’ Indagó Roderick. ‘A la notaría. Nos vamos a casar’. ‘¿Qué?’ Exclamó Roderick horrorizado. ‘No parecemos muy alegres’. Y luego se casaron. Su nombre de soltera era Margot Smith y así permaneció, pues ella se rehusó a cambiarlo. ‘¿Crees que mis orejas son muy grandes?’ preguntó Roderick Morte D’Arthur Tennison, ojeando su reflejo en la ventana de la cocina. Sus orejas eran, de hecho, alarmantemente grandes, así como su nariz y sus protuberantes dientes frontales, pero igualmente, Roderick Morte D’Arthur Tennison era un hombre gigante. Intentó Inflar su pecho, pero el bulto de su barriga en su jersey Aran de punto grueso simplemente se disimuló hacia arriba como si se tratase de una manzana de Adán abdominal. ‘Grandiosa cena, querida’ rugió, palmoteándose la barriga como gesto de aprobación. Bajó su mirada hacia la pegajosa, manchada masa gris en el fregadero. ‘Por cierto, ¿Qué es cariño?’ ‘Hongos al horno’, gritó su esposa desde la sala. ‘Y apúrate con esos trastes. No uses toda el agua caliente, los chicos tienen que bañarse. Aspira la alfombra mientras me voy…’ el chillido se diluyó por un momento, pero emergió de nuevo mientras la puerta de la cocina se abrió de golpe y Margot Smith, vegana, feminista y saboteadora de cazas apareció, ‘…y deja de mirarte en la maldita ventana todo el día. Dios, ustedes los hombres son tan vanidosos’. Roderick contemplaba la sartén sostenida por sus enormes y peludas garras. Intentó hablar, pero perdió la oportunidad. ‘Me iré por un buen rato así que no me esperes despierto. No veas ITV, es una de esas basuras que hace Charles Bronson y no quiero que Emily vea ese tipo de cosas mientras su conciencia es aún impresionable. ¿Entendido?’ ‘Dios te bendiga, amor’, murmuró Roderick amablemente mientras Margot exhalaba profundamente. ‘¿Dónde es esta noche?’ ‘Reunión de la iglesia. Anti-cueristas. Estamos organizando un boicot contra el nuevo almacén de zapatos, bastardos asesinos…’ Roderick miró con nervios sus nuevas sandalias de cuero y cruzó sus gigantes y encalcetinados dedos de los pies. ‘Dios, cariño, todo un espectáculo’. ‘Correcto, bueno, me voy entonces’, dijo Margot, poniéndose con dificultad un anorak sobre su overol de jean. ‘AAAurgh’, metiendo finalmente sus pies dentro de las botas Wellington color amarillo claro y abrió la puerta trasera. ‘Adiós cariño’, decía Roderick, sacudiendo su blanca y jabonosa mano. ‘Oh si’, dijo Margot, ignorándolo totalmente. ‘Y nada de andarte pajeando mientras no estoy. Quiero una buena carga cuando regrese a casa, no los mililitros que acostumbras’. La puerta se cerró violentamente y ella se fue.
Él termino el lavado, bañó a los chicos, aspiró la alfombra y vio BBC 2. Finalmente, tomó la carta que llegó en la mañana con su nombre y dirección – ya no le llegaban muchas cartas como esa – y la cual tenía escondida hasta el momento. La abrió, leyó la invitación, luego con cuidado dobló el papel y lo guardó en el bolsillo de su delantal. ‘El viejo Dudoso’, exclamó. ‘Caracoles que sí iré’.
5 Un Amistoso Par El expreso de Edimburgo gritรณ en medio de la noche, (Pรกg. 14)