José Padilla, Militar y Político -Documentos- Cuadernos de la Expedición Padilla

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JOSÉ PADILLA MILITAR Y POLÍTICO Documentos CUADERNOS DE LA EXPEDICIÓN PADILLA


Los Cuadernos de la Expedición Padilla son publicaciones que recogen documentos y artículos de esta iniciativa organizada en conmemoración del Bicentenario de la Independencia de Cartagena de Indias.

Expedición Padilla Comisión de Coordinación Interinstitucional Alcaldía Mayor de Cartagena de Indias/Judith Pinedo Flórez, Alcaldesa Armada Nacional de Colombia/César Narváez Arciniégas, Contralmirante Fuerza Naval del Caribe Universidad Tecnológica de Bolívar/Patricia Martínez Barrios, Rectora Escuela Naval Almirante Padilla/Pablo Romero Rojas, Almirante Centro de Formación de la Cooperación Española/Lidia Blanco, Directora Alcaldía Mayor de Cartagena de Indias/Rafael Vergara, Asesor Bicentenario Instituto de Patrimonio y Cultura de Cartagena/Irina Junieles, Directora Comisión Académica Alberto Abello Vives/Universidad Tecnológica de Bolívar Adelaida Sourdis/Academia Colombiana de Historia Adolfo Meisel/Banco de la República Aline Helg/Universidad de Ginebra Antonio Hernández Gamarra/Observatorio del Caribe Colombiano Ariel Castillo Mier/Universidad del Atlántico Armando Martínez/Universidad Industrial de Santander Capitán Fabián Ramírez/Escuela Naval Almirante Padilla Haroldo Calvo Stevenson/Universidad Tecnológica de Bolívar Joaquín Viloria de la Hoz/Banco de la República Jorge Conde Calderón/Universidad del Atlántico José Polo/Universidad de Cartagena Capitán Juan Carlos Acosta/ Centro de Investigaciones Oceanográficas e Hidrológicas Luis Alarcón Meneses/Universidad del Atlántico Maria Trillos Amaya/Universidad del Atlántico Sergio Paolo Solano/Universidad de Cartagena Weildler Guerra Curvelo/Banco de la República


JOSÉ PADILLA MILITAR Y POLÍTICO

Documentos compilados por Magali Carrillo Rocha


José Padilla militar y político: documentos / compilador Magali Carrillo Rocha. Cartagena de Indias: Ediciones Unitecnológica; Barranquilla: Ediciones Uniatlántico, 2012. 76 p.; 21.5 x 28 cm. – (Cuadernos de la Expedición Padilla; No 2). Incluye firma del general José Padilla ISSN: 2248-5708 1. Padilla José (Prudencio), 1784-1828. 2. CARTAGENA DE INDIAS (COLOMBIA) - HISTORIA SIGLO XIX. 3. CARIBE (REGION, COLOMBIA) - HISTORIA, 1810-1819 4. FUERZAS ARMADAS ACTIVIDAD POLITICA. 5. COLOMBIA - HISTORIA - GUERRA DE INDEPENDENCIA, 1810-1819. 6. MILITARES - CORRESPONDENCIA, MEMORIAS, ETC. 7. DESERCION MILITAR. 8. MILITARES – BIOGRAFIAS. I. Carrillo Rocha, Magali, comp. II. Mesa de Cuervo, Ana Sofía. III. Conde, Jorge. IV. Alarcón, Luis. V. Trillos, María. VI. Castillo, Ariel. VII. Carbó, Guillermo. IX. Martínez, Armando, coaut. X. Serie 923.5861 cd 22 ed. CEP-Universidad Tecnológica de Bolívar. Sistema de Bibliotecas ©Universidad Tecnológica de Bolívar ©Universidad del Atlántico Ediciones Unitecnológica Campus Casa Lemaitre Calle del Bouquet Cra. 21 No. 25-92 PBX (5) 6606041 FAX (5) 6604317 Cartagena, Colombia, Sur América Ediciones Uniatlántico Km. 7 Antigua vía a Puerto Colombia PBX (5) 3197010 Barranquilla, Colombia, Suramérica ISSN 2248 - 5708 Editor de los Cuadernos: Alberto Abello Vives Profesor titular Universidad Tecnológica de Bolívar Transcripción, compilación e introducción Magali Carillo Rocha Diseño de carátula: Rubén Egea Amador Imagen de portada y firma de José Padilla tomados del libro Bloqueo, rendición y ocupación de Maracaibo por la Armada Colombiana al mando del Almirante D. José Padilla, compilado por Enrique Ortega Ricaurte, Jefe del Archivo Nacional de Colombia. 1947. Correo electrónico: lid@unitecnologica.edu.co www.expedicionpadilla.com Impreso en Colombia, 2012 Impreso por: Afán Gráfico Ltda. Este cuaderno no podrá ser reproducido, ni total ni parcialmente, sin previo permiso escrito. Todos los derechos reservados. La responsabilidad por el contenido de los cuadernos recae exclusivamente en los autores y no compromete a las instituciones que participan de la presente publicación.


TABLA DE CONTENIDO

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2.

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PRESENTACIONES

La Universidad del Atlántico y la Expedición Padilla Ana Sofía Mesa de Cuervo, Rectora Universidad del Atlántico

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El segundo cuaderno de la Expedición Padilla Alberto Abello Vives, Director Expedición Padilla

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INTRODUCCIÓN

El general José Padilla: Entre el Heroísmo Naval y la Acción Política Magali Carrillo Rocha DOCUMENTOS

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1815, Marzo 26. Fragmento del extraordinario del Argos de la Nueva Granada en donde informan de la captura de la fragata española Neptuno por parte de José María Padilla y Joaquín Tafur

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1815, Julio 11. Recomendación que da el comandante de la división de lanchas, Joaquín Tafur, de José María Padilla dentro de su informe militar

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1821, Mayo 23. Certificación dada a Mauricio José Romero por el Capitán de navío de la Armada de Colombia, José Padilla

33

1821, Agosto 30. Oficio de José Padilla al vicepresidente del departamento de Cundinamarca, Francisco de Paula Santander, sobre los últimos sucesos de la plaza de Cartagena y la posible capitulación con unos españoles

34

1823, Enero 30. Certificación sobre la conducta de Santiago de Lecuna dada por José Padilla

35

1823, Enero 31. Oficio de José Padilla al vicepresidente Santander solicitándole el pago de los dineros que se le adeudan

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1823, Diciembre 30. Manifestación que hace el Comandante General del 3er Departamento de la Marina, General de Brigada José Padilla, a la Cámara de Representantes, para que se dignen tenerla en consideración al establecer y sancionar la ley orgánica de este Cuerpo, cuyo proyecto se dio al Público en 30 de Julio del año anterior

37


Pag.

4.

1824, Abril 10. Solicitud de José Padilla para que se le entregue la casa situada en la calle del colegio en Cartagena, la cual tiene designada como pago de su haber militar

49

1825, Enero 10. Informe que da José Padilla al secretario de Estado de guerra y marina sobre el encuentro de una goleta colombiana con piratas en el Caribe

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1825, Febrero 20. Petición que hace José Padilla para que se le declare como propia la casa que se le adjudicó en reconocimiento de sus haberes militares

51

1828, Marzo 12. Documentos relativos a la intervención de José Padilla en los sucesos de Cartagena y actitud de la Convención de Ocaña al respecto

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1828. Marzo 16. Texto del periódico El Amanuense al cual se refiere Magdalena Padilla en la defensa de su hermano

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1828, Marzo 25. Papel titulado “a la impostura y la intriga, la justicia y la verdad”, mandado imprimir por Magdalena Padilla en defensa de su hermano, acusado por los tumultos populares de Cartagena

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1828, Marzo 28. Respuesta de El Calamar al papel publicado por Magdalena Padilla en defensa de su hermano

67

1828, Julio 25. Aviso del abogado Ignacio Muñoz de no poder comparecer en el juicio que se le sigue por la causa de José Padilla

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1831, Mayo 31. Documentos relativos a una supuesta cuenta bancaria que tenía el difunto José Padilla en Londres

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TRANSCRIPCIÓN Y COMPILACIÓN

Magali Carrillo Rocha

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AGRADECIMIENTOS

Esta publicación hace parte del convenio de cooperación bilateral firmado entre la Universidad del Atlántico y la Universidad Tecnológica de Bolívar en el marco del proyecto interinstitucional que dio vida a la Expedición Padilla, realizada durante 2011 en el Bicentenario de la Independencia de Cartagena de Indias. Gracias a la rectora de la Universidad de Atlántico Ana Sofía Mesa de Cuervo y a los profesores Jorge Conde, Luis Alarcón, Maria Trillos, Ariel Castillo y Guillermo Carbó esta publicación fue posible, así como lo fue el conjunto de actividades de la Expedición en Barranquilla. La publicación tuvo como punto de partida los estudios que sobre el General José Padilla realizara el historiador Jorge Conde Calderón, profesor del Departamento de Historia. Especial agradecimiento al historiador Armando Martinez, vinculado a la Escuela de Historia de la Universidad Industrial de Santander, quien apoyó con su generosidad el ejercicio de búsqueda y compilación de los documentos. También a Magali Carrillo Rocha su dedicación y trabajo riguroso que hicieron posible que podamos divulgar estos valiosos documentos.



PRESENTACIONES



LA UNIVERSIDAD DEL ATLÁNTICO Y LA EXPEDICIÓN PADILLA Ana Sofía Mesa de Cuervo, Rectora Universidad del Atlántico

Cuando recibimos la invitación de la Universidad Tecnológica de Bolívar y del grupo de entidades entre las que se encontraban la Armada Nacional de Colombia, su Escuela Naval Almirante Padilla y la Alcaldía de Cartagena para hacer parte de la Expedición Padilla, las directivas universitarias no dudaron un segundo en sumarse a esta iniciativa y asumir su responsabilidad como centro de pensamiento que ha realizado importantes aportes al estudio de la historia y las letras caribeñas. Varias razones explican tal decisión. Se trataba de conmemorar en Barranquilla el bicentenario de la independencia absoluta de la provincia de Cartagena de Indias cuyo territorio ocupaba el margen izquierdo del río Magdalena. La muy posterior y moderna evolución urbana del puerto marítimo y fluvial de Barranquilla, que construye a partir de allí su propia historia, no puede desconocer la historia del territorio y la región de la que hace parte. Barranquilla, y el departamento de Atlántico, estaban en deuda con Cartagena. Por ello nuestra participación puede ser leída como un sincero homenaje a esta ciudad heroica. Teníamos también un recurso humano formidable para contribuir desde nuestra universidad a esta ruta por el Caribe, del conocimiento y la cultura en homenaje a esa primerísima gran figura del hoy llamado Caribe colombiano. Profesores e investigadores vinculados a los programas de literatura, al departamento de Historia, al Museo de Antropología, a la Escuela de Bellas Artes, podrían enriquecer todos, como lo hicieron, la expedición. La Universidad quiere agradecer a los profesores Jorge Conde, Luis Alarcón, María Trillos, Ariel Castillo y Guillermo Carbó su especial dedicación para permitir que Barranquilla fuera sede importante de la expedición. Gracias a ellos no sólo se realizaron los principales eventos en nuestras instalaciones sino que se promovieron simposios, exposiciones, conferencias y seminarios.

Así, el historiador Jorge Conde dio la bienvenida a los expedicionarios con una erudita cátedra magistral sobre el héroe guajiro. El departamento de historia organizó con motivo de la expedición el 8° Seminario de Historia del Caribe Colombiano: Nuevas miradas a la historia regional, así como la exposición: Padilla: Las letras y las armas, conjuntamente con el Museo de Antropología. Esta expedición recorrió las principales ciudades caribeñas. La Atlántico Big Band conducida por el maestro Carbó supo con acierto dar la despedida a investigadores, jóvenes y periodistas que viajaban en el ARC Cartagena de Indias. Sea esta la oportunidad para reconocer la participación y los aportes del Parque Cultural del Caribe, la Capitanía del Puerto, Sempertex, Telecaribe y tantas otras entidades con domicilio en esta ciudad de Barranquilla. Este Cuaderno de la Expedición Padilla No. 2 hace parte de estos aportes barranquilleros y atlanticenses a la expedición. Fue uno de nuestros compromisos y me alegra, que Ud, amable lector pueda gozar la lectura de estos documentos hasta ahora desconocidos por la mayoría de los colombianos, hecho posible gracias al esmero y cuidadoso trabajo de Magali Carrillo Rocha en el Archivo General de la Nación ubicado en la capital de la República.



EL SEGUNDO CUADERNO DE LA EXPEDICIÓN PADILLA Alberto Abello Vives, Coordinador Académico Expedición Padilla

El primer cuaderno de la expedición incluyó dos importantes ensayos de los historiadores Jorge Conde y Aline Helg, quienes ofrecieron a los expedicionarios y al grueso público que nos acompañó en los distintos momentos visiones del héroe guajiro, esa figura de primer orden en la historia nacional. Su atenta lectura permite la comprensión de su corta vida y su trascendental participación en la independencia del Caribe grancolombiano: son una profunda motivación a revalorar su obra y generan reflexiones doscientos años después de la primera independencia de Cartagena de Indias. José Padilla, el general, estuvo activo en la década de búsqueda de la libertad y en los primeros años de la República. Su trágica muerte es una mancha que ha quedado indeleble al dar la Nación colombiana sus primeros pasos. Este segundo cuaderno es un notable esfuerzo de la Universidad del Atlántico por divulgar y permitir la apropiación social de documentos celosamente guardados en el Archivo General de la Nación y que permiten una comprensión de José Padilla, el hombre, el militar y el político del siglo XIX. Este segundo cuadernillo es una iniciativa de los profesores e historiadores Jorge Conde Calderón y Luis Alarcón Meneses, por supuesto vinculados al Departamento de Historia, que fue acogida por las directivas de esa universidad, entidad que hizo posible la labor de investigación, transcripción y organización de los materiales aquí compilados por Magali Carrillo Rocha, con el apoyo del profesor Armando Martínez Garnica, vinculado a la Escuela de Historia de la Universidad Industrial de Santander. A todos ellos, la expedición agradece el esfuerzo y los valiosos resultados alcanzados.

Este cuaderno hace parte de la amplia vinculación de la Universidad del Atlántico a la expedición: conferencias, conciertos, exposiciones, seminarios fueron organizados con generosidad por el grupo humano liderado por Ana Sofía Mesa de Cuervo, su rectora. Luego de la travesía marítima, cuando investigadores –entre ellos académicos de la Universidad del Atlántico- y cronistas se dedicaron a la culminación de sus trabajos que hacen parte de la memoria académica y audiovisual, se realizó esta labor de archivo que podemos mostrar en esta publicación. La expedición se inició en 2011 como ejercicio de retorno a la memoria en el marco del bicentenario de la independencia de Cartagena de Indias. Sus principales actos, realizados entre mayo y noviembre terminaron precisamente en los días cercanos al 11 de noviembre. La travesía marítima ocurrió entre el 22 de septiembre y el 3 de octubre. Pero toda la labor de escritura y compilación de lo que la expedición permitió observar, analizar y estudiar, que se convierte en una contribución a una nueva memoria en homenaje a Padilla, se adelanta a lo largo de 2012.





Introducci贸n



EL GENERAL JOSÉ PADILLA: ENTRE EL HEROÍSMO NAVAL Y LA ACCIÓN POLÍTICA Magali Carrillo Rocha

José Padilla nació en Riohacha 1 en 1784 . Generalmente ha sido nombrado como “José Prudencio”, pero gracias al historiador Armando Martínez Garnica hoy sabemos que el segundo nombre con el que se lo conoce es una invención más bien reciente2. Prudencio ha sido un nombre repetido en innumerables trabajos sobre la vida del general, pero hasta el momento no ha sido encontrado con este segundo nombre en ningún documento del siglo XIX. En cambio ha aparecido que su verdadero segundo nombre era María, pues como lo demuestran los dos primeros documentos recogidos en esta compilación, así fue conocido en sus primeras incursiones militares en la Nueva Granada3. En efecto, para 1815 el alférez de fragata “José María Padilla” participó junto al también alférez Joaquín Tafur en la captura de una fragata española llamada “Neptuno”, en las costas de Tolú. Tafur, quien estaba al mando de la división en esa operación, recomendó en su informe militar al “Comandante del paylebot Ejecutivo Ciudadano José María Padilla”4, por su valentía, serenidad y arrojo en la defensa de las armas republicanas, pues había sido éste quien había hecho rendir al capitán de la fragata española, el cual pretendía una capitulación con los neogranadinos y su traslado a Portobelo que era su destino. Después de 1815 no volveremos a encontrar en los documentos más el nombre de José María, pues Padilla siempre firmará sus

documentos como J. Padilla, y cuando le son dirigidos, se hablará de José Padilla. Habiendo hecho esta precisión, veamos ahora un poco sus preocupaciones y su actuación política en la segunda mitad de la década de 1820, periodo del que contamos con alguna documentación. José Padilla: el hombre y el militar José María Padilla se definía a sí mismo como pardo5. Para alguien como este militar riohachero, ser pardo significaba a la vez haber obtenido reconocimiento por estar en un puesto al que pocos como él habían accedido, y también estar cercano a aquellos de donde provenía. Esto significa que Padilla representaba a un sector de la sociedad que generalmente había ocupado cargos menores, pero que con el advenimiento de la república tenía la posibilidad de acceder a los puestos principales. Además, en calidad de pardo, Padilla era visto como alguien cercano al pueblo por su “sangre”. Una afirmación en este sentido la hizo Simón Bolívar en un par de cartas enviadas a Santander en junio de 1826, en las que le dice que tener sangre parda o mestiza era una cualidad suficiente para estar cercano a un pueblo concebido en términos sociológicos. Así, Bolívar le dice a Santander hablando de Páez y de Padilla: si “los quieren tratar mal sin emplear una fuerza capaz de contenerlos, yo no tengo la culpa. Estos dos hombres tienen

1 La fecha de nacimiento de Padilla está en discusión puesto que él mismo, en la declaración a propósito de la conjuración de septiembre de 1828, afirma tener 44 años, lo que significaría que nació en 1784 y no 1778 como se ha afirmado en algunos trabajos. “Declaración del señor general José Padilla”, Septiembre 26 de 1828, en Causas y memorias de los conjurados del 25 de septiembre de 1828, Bogotá, Biblioteca de la Presidencia de la República, 1990, p. 18. 2 Armando Martínez afirma que fue Carlos Delgado Nieto quien le agregó el segundo nombre a José Padilla, en el libro titulado José Padilla, estampa de un almirante, publicado por Colcultura en 1973. 3 Si bien el primer documento es un pliego que refiere sucesos de la península española, en el encabezado que redactan los editores del Argos, colocan que este pliego fue aprehendido por José María Padilla y Joaquín Tafur. El segundo documento es el informe militar que hace el comandante Tafur a la comandancia de Marina, en donde también nombra a Padilla como José María. Argos Extraordinario de la Nueva Granada, nº 11, Santafé de Bogotá, Agosto 24 de 1815. Estrella del Occidente, nº 22, Medellín, Agosto 20 de 1815. 4 Estrella del Occidente, nº 22, Medellín, Agosto 20 de 1815, p. 102. 5 En la declaratoria que le es tomada al capitán José María Goytia por los tumultos populares de marzo de 1828 en Cartagena, declaró que Padilla le había dicho que él “era pardo y yo también”. Archivo General de la Nación (AGN), Sección República, Fondo Asuntos Criminales, tomo 44, f. 102r.


Con todo y su condición de pardo, Padilla era un militar defensor de la república. Y como militar estaba inmiscuido en una serie de problemas propios de su profesión —y propios de la política de ese momento—, los cuales están plasmados en varios de los documentos aquí reunidos. En ellos podemos ver a un Padilla preocupado porque la república le pague las deudas que había contraído con él, o atento al proyecto de ley orgánica de la marina de Colombia presentado a la Cámara de Representantes por José Miguel de Unda, Miguel Palacio y Francisco Montoya el 30 de julio de 18238.

1824 lo encontramos solicitando que le fuera reconocida y entregada la casa situada en la calle del colegio en Cartagena que se le había asignado como forma de pago por su haber militar, casa que para marzo de 1825 aún no le había sido entregada9. Igualmente lo hallamos dos años antes requiriendo que se le paguen los víveres que había suplido a la proveeduría del ejército y marina, además de la parte que le correspondía en las incautaciones de los enemigos10. Y si bien Padilla fue recompensado por sus servicios a la patria, como maliciosamente lo recuerda el editor del Calamar en su respuesta a Magdalena Padilla en 1828, también es cierto que en 1825 había renunciado a la pensión de tres mil pesos que el poder ejecutivo le había otorgado como recompensa por sus servicios en el Zulia11. Muerto Padilla aún lo encontramos envuelto en líos económicos, pues incluso tres años después de fallecido fue acusado por su sobrino Francisco Ballesteros de tener en un banco de Londres una cuenta con 80.000 pesos, asunto que aparece en el último documento de esta compilación12. Pero es poco probable que esta acusación fuera cierta, no solo porque nunca se pudo probar la existencia de esa cuenta de acuerdo con los documentos recogidos en la época, sino también porque, de tener algún asidero, hubiera sido una acusación utilizada por el partido boliviano en contra de Padilla.

Para comprender la preocupación de Padilla por su situación económica hay que tomar en consideración que él muy seguramente era un hombre de extracción humilde. Si bien sus triunfos militares le habían dado cierto prestigio y poder él, aspiraba, como los demás jefes militares colombianos, a una recompensa material que afianzara su situación. Así en

En cuanto a las recomendaciones al proyecto de ley orgánica de la marina de Colombia, Padilla demuestra sus amplios conocimientos militares, pues propone reformas de tipo administrativo, técnico y financiero, señalando además los inconvenientes de hacer variaciones innecesarias que podrían llevar al atraso del servicio. En dicho informe, Padilla hace énfasis en la instrucción

en su sangre los elementos de su poder y, por consiguiente, es inútil que yo me les oponga, porque la mía no vale nada para el pueblo”6. Esta cualidad de la sangre, Bolívar la ve como una virtud y no como un defecto. Tanto así que cuando en otra carta le habla a Santander de Francisco Bermúdez, le expresa que lo único que le falta a este último para ser perfecto es tener la misma sangre de Padilla, para que así lo quisiese el pueblo. Al respecto dice Bolívar: “Me alegro mucho de lo que Vd. me dice de Bermúdez: ojalá que conserve su buena fama para que nos sirva en Venezuela, del modo que lo ha hecho hasta ahora. No le falta más que una cualidad para ser perfecto, —la sangre: quiero decir que fuera como Padilla para que lo quisiese el pueblo”7.

Carta de Bolívar a Santander, Junio 7 de 1826, en Cartas Santander-Bolívar, 1825-1826, tomo V, Bogotá, Biblioteca de la Presidencia de la República, 1990, pp. 215-216. Carta de Bolívar a Santander, Junio 2 de 1826, en Cartas Santander-Bolívar, 1825-1826, tomo V, Bogotá, Biblioteca de la Presidencia de la República, 1990, p. 234. Santander consideraba a Padilla “pardócrata” junto a Urdaneta, Bermúdez y Carreño, más por su cercanía al pueblo que por sus orígenes raciales. Carta de Santander a Bolívar, Julio 6 de 1826, en -, tomo V, Bogotá, Biblioteca de la Presidencia de la República, 1990, p. 241. 8 Proyecto de ley orgánica de la marina de Colombia presentado a la Honorable Cámara de Representantes por la comisión de guerra y marina, Bogotá, Imprenta de la República por Nicomedes Lora, 1823. 9 AGN, Sección República, Fondo Peticiones y Solicitudes, tomo 4, ff. 937r-v. AGN, Sección República, Fondo Peticiones y solicitudes, tomo 17, ff. 738r-v. El reconocimiento a los jefes militares con la entrega de alguna propiedad era una práctica normal para la época, habiéndoles entregado generalmente bienes que habían pertenecido a los españoles o a quienes se consideraba enemigos de la república. 10 AGN, Sección República, Fondo Historia, tomo 1, ff. 211r-v. 11 AGN, Sección República, Fondo Negocios Judiciales, tomo 2, ff. 452r, 488ª, 448v. “Generosidad”, Gaceta de Colombia, Nº 159, Bogotá, Enero 9 de 1825. 12 AGN, Sección República, Fondo Historia, tomo 1, ff. 190r-194r. 6 7


tanto teórica como práctica de los aspirantes a marinos, para que no se tuviera que “mendigar extranjeros que desempeñen estos destinos”13. Igualmente se detiene en su propuesta de construcción de arsenales que abastezcan de todo lo necesario al ramo de marina. Padilla revela su faceta de hombre que ha sufrido en el mar, pues algunas de sus recomendaciones tienen que ver con la comida dada a los marineros, el pago de los empleados y la dotación de los mismos, así como con el alistamiento de manera voluntaria, el juzgamiento de los delitos por una justicia militar o las pensiones dadas a las viudas o a los inválidos. Todas estas recomendaciones demuestran la competencia de Padilla en asuntos de marina, por lo cual parece injusta la observación del sueco Carl Gosselman cuando dice que Padilla se había ganado su prestigio por sus triunfos sobre la flota española en Maracaibo pero que no parecía correcto que fuera “Almirante y jefe de la estación de Cartagena”. Gosselman afirmó que Padilla había logrado sus conocimientos a bordo de una fragata inglesa y había alcanzado prestigio en Colombia “por su forma y valentía para enfrentarse a barcos menores de la escuadra española”14. Sin embargo, Padilla había sido nombrado comandante del Tercer Departamento de Marina precisamente por su importante participación en la ocupación de Cartagena por las tropas republicanas en 1821, lo mismo que su pericia en la batalla naval del lago de Maracaibo en 1823 le había valido el reconocimiento de buen militar que llegó a tener. Por estos triunfos militares, Padilla fue nombrado general de la República, mas no comandante en jefe del departamento del Magdalena, cargo que ocupaba el venezolano Mariano Montilla. Y si bien Padilla se desplaza a Bogotá al ser elegido senador de la república por el departamento del Magdalena en febrero de 1825, en reemplazo de José María del Real, que había renunciado,

pronto volverá a estar en Cartagena al frente del tercer departamento de marina. Pero Padilla no solo era un militar consagrado a la marina sino también un liberal que participaba de las tensiones propias de la época, faceta que entraremos a esbozar en el siguiente acápite. José Padilla: el político La actuación de Padilla como hombre político solo se entiende en medio de las tensiones entre santanderistas y bolivarianos propias de la segunda mitad de la década de 1820. Esta división estaba claramente demarcada entre quienes abogaban por un gobierno civil apegado a las leyes y a los principios liberales, y aquellos que propugnaban por un gobierno fuerte que conservara el orden público en Colombia a cuya cabeza no podía estar sino Simón Bolívar. En Cartagena estas dos posiciones estaban representadas por Padilla del lado santanderista, y el general Mariano Montilla, comandante general del departamento del Magdalena, del lado bolivariano. Así, entre finales de febrero y comienzos de marzo de 1828 ocurrió en Cartagena una rebelión encabezada por el general Padilla lo que le acarrearía la cárcel15. Si en los relatos de los acontecimientos que cada una de las partes hizo se responsabiliza a la contraparte de haber comenzado la rebelión, sin embargo estos “tumultos populares” deben ser leídos dentro del enfrentamiento entre liberales y bolivarianos. Padilla quería evitar la firma de una representación que estaba impulsando el general Mariano Montilla por intermedio del comandante general José Montes, la cual debía ser dirigida a la Convención que se reuniría en Ocaña. Según Padilla esta representación —o exposición como la llamaba Montilla—, tenía por objeto la adopción de un gobierno militar, queriendo Montes que la oficialidad de los distintos cuerpos la firmara “tumultuariamente”16. Dicha

Archivo Legislativo, Senado, Asuntos Varios, 1820-1823, tomo LXVII, estante 1, cara A, bandeja 1, ff. 434v. Carl August Gosselman, Viaje por Colombia 1825 y 1826, Bogotá, Ediciones del Banco de la Republica, 1981, p. 89. 15 Para un relato detallado de lo ocurrido ver Armando Martínez Garnica, La agenda de Colombia 1819-1831, Tomo II, Bucaramanga, Universidad Industrial de Santander, 2008, pp. 72-80. Igualmente, Aline Helg, Liberty and Equality in Caribbean Colombia. 1770-1835, Chapel Hill-Londres, The University of North Carolina Press, 2004, pp. 196-211. 16 Gaceta de Colombia, nº 342, Bogotá, Mayo 1 de 1828. 13 14


representación podría pensarse como un pronunciamiento para aclamar a Bolívar como líder supremo e imponerle limitaciones a la gran convención que debía instalarse en Ocaña desde el 2 de marzo17. Si los tumultos originados en esta situación —en los que no me detendré puesto que en otros trabajos han sido narrados detalladamente—, se desenvuelven de manera rápida y desordenada, cambiando de jefes militares en pocos días, finalmente la situación es controlada por Montilla, debiendo Padilla salir de la ciudad junto a su hermano y a Ignacio Muñoz a la media noche del 8 de marzo hacia Mompós, para evitar “desórdenes de mayor consecuencia”, según el relato que le hace Francisco de Troncoso al secretario de la gran convención18. Una de las acusaciones que se le hicieron a Padilla —y que él mismo utilizó para justificar sus acciones—, fue haber movilizado al “pueblo” en estos disturbios. Pero cabe preguntarse, a qué pueblo se están refiriendo estas acusaciones y justificaciones? En primer lugar, encontramos referencias a un pueblo definido por su naturaleza sociológica, es decir, adscrito a características laborales, económicas, o en algunos casos hasta morales. Así vemos al periódico pro-bolivariano el Amanuense afirmar que en los “escandalosos” sucesos de marzo, participaron varios jornaleros de Getsemaní a los cuales Padilla había armado, o a otro periódico de la misma tendencia política, el Calamar, plantear que fueron jornaleros y esclavos reunidos tumultuariamente los que participaron junto a Padilla19. En su caracterización del pueblo este último periódico introduce una connotación negativa, pues habla de este grupo como el “populacho”, grupo al cual de todas formas intenta disculpar, pues considera que debió actuar de manera “inocente”. Este “populacho”

El Calamar lo opone a un grupo de vecinos “honrados” de la ciudad de Cartagena, por lo cual encontramos una segunda manera de definir al pueblo en estos acontecimientos: un pueblo definido como totalidad, es decir, como el conjunto de habitantes de la ciudad y no como una parte de ellos. Así pues el periódico argumenta que no fue el pueblo quien participó en estos hechos ya que no estaban incluidos ni los padres de familia, ni los notables, ni los propietarios o comerciantes de la ciudad, pues solo podía considerarse como pueblo a todos los principales de la ciudad junto a las clases más bajas. En cierta forma podría pensarse que aquí subyace la idea de que los primeros debían guiar a los segundos para que hubiera una especie de plenitud del pueblo. De esta misma forma entiende el pueblo Montilla, pues en el oficio que le envía al cabildo de la ciudad solicitando una certificación de su actuación, una de las preguntas que les pide contestar es si a la reunión “tumultuaria” del día seis habían concurrido “los padres de familia, los notables o algún propietario de la ciudad o del departamento”20. Montilla quiere así deslegitimar la idea de que era el pueblo el que había participado en estos hechos, cuando para él, la ausencia de estos sectores de la sociedad, no permitía hablar de dicho pueblo. De esta manera tenemos una concepción distinta de pueblo en cada uno de los partidos enfrentados: mientras para Padilla y sus seguidores el pueblo podía ser concebido como una parte de la población de Cartagena, para sus opositores era la totalidad de los habitantes dirigidos por los notables de la ciudad. Los primeros indicaban que era el pueblo y la tropa los que se habían manifestado, y los segundos que no era así pues debía desengañarse “cualquiera que haya contado con el dócil y pacífico pueblo de Cartagena para sus miras particulares”21.

17 Los santanderistas le atribuían a los pronunciamientos el objetivo de ayudar a la restauración de la monarquía en cabeza de Bolívar, mientras los seguidores de este último veían en estas “actas”, como ellos las llamaban, el deseo de reformar la constitución de Cúcuta y de que el Libertador se convirtiera en el mediador entre los partidos. El Amanuense, o rejistro político i militar, Nº 44, Cartagena, Marzo 16 de 1828, p. 2. 18 Colección de documentos relativos a la vida pública del Libertador de Colombia y del Perú Simón Bolívar, tomo decimocuarto, Caracas, Imprenta de G. F. Devisme, 1828, p. 186. 19 El Amanuense, o rejistro político i militar, Nº 44, Cartagena, Marzo 16 de 1828, p. 3. AGN, Sección República, Fondo Negocios Judiciales, tomo 2, f. 448v. 20 AGN, Sección República, Fondo Negocios Judiciales, tomo 2, f. 451r. 21 El Amanuense, o rejistro político i militar, Nº 44, Cartagena, Marzo 16 de 1828, p. 4.


Uno de los aspectos que revela esta disputa por la definición del pueblo participante en los sucesos de marzo es cómo una tensión racial se convierte en una tensión política. Así las tensiones preexistentes en la ciudad entre los blancos y los no blancos brotan en el proceso abierto para conocer las causas de los “tumultos populares” intentando darle una justificación racial a un enfrentamiento político. Es por esto que de las seis preguntas formuladas, cuatro tienen que ver con el “asunto de colores” aunque en las respuestas de los quince interrogados se deduce que a pesar de que hubo algún llamado a atacar a los blancos, se trató esencialmente de una defensa de la Constitución, las leyes y la Convención, y una respuesta a la representación de Montilla y a la Constitución boliviana22. Estos enfrentamientos políticos estaban por encima hasta de las disputas personales, pues si Padilla e Ignacio Muñoz salen de Cartagena la noche del 8 de marzo se debe a sus semejanzas políticas que les hacen relegar sus odios anteriores23. En esos días de marzo de 1828, Padilla trabajó junto a Muñoz para arengar a la

tropa, y lo nombró como emisario junto a Juan de Francisco Martín para hablar con Montilla, aunque esta misión fue infructuosa24. Finalmente, Padilla fue apresado por Montilla al volver a Cartagena en abril de 1828 y enviado a prisión en Bogotá. Por desgracia para él, en el intento de asesinato de Bolívar en septiembre de ese año, lo liberan de su prisión y a pesar de que se entrega nuevamente a las autoridades, es condenado a muerte. Murió siendo fiel a sus principios liberales. *** Los textos reunidos en este segundo cuadernillo quieren mostrar otras facetas de José Padilla, no solo como militar, aspecto asaz estudiado, sino como hombre y como político. Es por esto que se recogen documentos en su mayoría de su autoría, pero también de personas cercanas que nos cuentan de su trayectoria política. Los documentos los he transcrito fielmente aunque he actualizado su ortografía para facilitar su lectura.

22 La cuarta pregunta, por ejemplo, indagaba por la existencia de “expresiones que indicaban alarma de parte de los vecinos blancos de esta ciudad y que ponían a los hombres de colores en un estado de guerra por esta sola causa”, y la quinta inquiría acerca de quiénes habían sido “los caudillos de la causa de colores, por qué tomó este sesgo el tumulto del día 6 y quiénes propalaron la voz de la división de clases”. AGN, Sección República, Fondo Asuntos Criminales, tomo 44, ff. 86r-v. 23 El enfrentamiento entre Padilla y el abogado Muñoz venía de tiempo atrás. En 1825 Padilla le había fracturado el brazo izquierdo a Muñoz, por lo cual éste había dirigido en 1826 una manifestación al senado de la República, en donde Padilla tenía asiento, para que fuera castigado por este hecho. El senado declaró que había “oído con justo desagrado la representación del sr. Muñoz contra el general José Padilla, porque falta a la moderación y respeto debidos que encarga y previene el artículo 157 de la constitución, pues en ella insulta a la persona de quien se queja, y a todos los militares, y a la misma cámara, delante de la cual vierte esos insultos”. Gaceta de Colombia, nº 224, 232, Bogotá, enero 29, marzo 26 de 1826. 24 Gaceta de Colombia, nº 342, Bogotá, Mayo 1 de 1828.



Documentos



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1815, Marzo 26. Fragmento del extraordinario del Argos de la Nueva Granada en donde informan de la captura de la fragata española Neptuno por parte de José María Padilla y Joaquín Tafur. DOCUMENTOS IMPORTANTES aprehendidos en la Fragata Española Neptuno, apresada, en la rada de Tolú, por el Paylebot Ejecutivo, su Comandante el Alférez de Fragata C. José María Padilla, y por la Cañonera Concepción, su Comandante el Oficial de igual grado C. Joaquín Tafur que mandaba la División. Reservadísima. —Marzo 26 de 1815. —Mi estimado amigo y Sr.: con estudio he diferido despachar el Extraordinario que lleva esta por dar lugar a que U. se restablezca, pues en su carta del 14 me decía que esperaba conseguirlo pronto, y según la que escribió a Herrero pensaba irse al campo el 15, y mas habría yo esperado si la cosa no urgiera tanto. —Debo revelar a U. el secreto más profundo, que nadie está en él si no yo, ni aun el Ministro de Estado, y tan importante como que la verificación de la cosa es la única áncora de que podrá asirse la nave para no perderse, pues está por momentos amenazada de irse a pique si no hay Piloto capaz de hacerla mudar el rumbo que lleva, y ese único piloto ha de venir del Janeiro, porque a los de aquí está visto que ya no obedece ni se puede esperar que obedezca, pero estoy como cierto que obedecerá al del Janeiro, y vea U. ahora si nos importa a todos hacerle venir luego a cualquiera costa para salvarnos. No dude U. de la certeza de este pronóstico porque lo he hecho no con ligereza, sino con mucho fundamento. —El Rey trata de casarse con su sobrina la hija segunda de los Príncipes del Brasil, y el Sr. Infante D. Carlos con la hija tercera y no pueden venir si de aquí no se les va a traer. Nuestro estado miserable no permite enviar mas que un Navío y una Fragata y allí va la orden al Capitán General de Marina para que ponga a disposición de U. los dos buques de esa clase que se crean mas prontamente disponibles, o que en menos tiempo pueda ponerse en estado de tal seguridad y tan buen

servicio cual se necesita para conducir a tan altas personas. Quiero decir todo lo conducente a la mayor seguridad en buques, jarcias y velamen, y demás necesario, y por lo tocante a las cámaras especialmente del Navío, comodidad, decencia y aseo, pero no el lujo Asiático y ostentación Regia que corresponde a tales personas, pues eso y hacer traslucir nuestro secreto todo sería uno. Los Marineros deberán ir decentes, y mas la tropa de Marina, que creo la hay buena y bien vestida, y los Capitanes o Comandantes del Navío y Fragata deberán ser de toda confianza. He pensado, de acuerdo con Salazar, en Maurell para el Navío, y Berranqui para la Fragata. Creo (pero eso lo sabrá U. mejor) que deben llevar víveres para cuatro meses, y en el Janeiro hacer provisión para la venida, para lo cual será preciso que lleven el dinero suficiente porque allá no lo hay. Yo he podido negociar tres millones de reales, de los cuales he puesto setecientos mil repartidos en la Coruña, Barcelona, Málaga y Alicante para que pagándolos de contado vayan a Cádiz los Marineros necesarios para los dos buques con toda la brevedad posible. Esto se entiende si en Cádiz no los hay, pues habiéndolos es preferible tomarlos ahí, y retirar el dinero de los puntos donde se ha puesto. El resto, hasta los tres millones, lo he hecho poner ahí a disposición de U. a fin de que procure con la actividad que acostumbra poner cuanto antes sea posible esos dos buques en estado de dar la vela, en inteligencia de que en el Navío ha de ir el encargado de tan importante comisión que es Vigodet, a quien acompaña el Padre Cirilo fraile francisco hábil y fino, que ha venido de allá, y de quien hace gran confianza la Princesa del Brasil. Vigodet no saldrá de aquí hasta que U. me avise que los dos buques van a estar prontos; y prevengo a U. que ni con el mismo Vigodet ni con el fraile se dé por entendido de que está en el secreto sino únicamente de que ha tenido orden para disponer los buques y ponerlos a disposición de Vigodet para usar de ellos. —De este dinero es menester que U. reserve 10000 duros para darlos a Vigodet, y que empeñe a la Junta de reemplazos a que complete la obra supliendo lo que falte, si nuestro dinero no alcanza; y


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aunque la persuasión de U. sea bastante para empeñar a la Junta a hacer lo necesario a todo trance y a toda costa, me ha parecido que no dañará el que yo también procure empeñarlos, como lo hago en la carta adjunta, que U. podrá cerrar después de leída. A mi me parece que, manejado eso por U. y por la Junta nos costará la mitad menos que si se hiciese por la Marina. —Esta mañana se me ha presentado un Sargento muy despejado, que, escapado de Montevideo viene del Janeiro, y dice que a su salida de allí se estaban reclutando Marineros a fin de tripular los buques de guerra Portugueses en que debían venir a Lisboa los Príncipes. Si esto fuese cierto debería suspenderse nuestra obra, y si yo averiguare serlo lo avisaré a U. a cuyo fin haré ir a Lisboa sujeto de toda confianza y capaz por su carácter y circunstancias de adquirir esta noticia de aquel Gobierno, quien parece que siendo cierta no puede dejar de saberlo. —Me parece

que no hay necesidad de que haga U. volver con la respuesta al Extraordinario que lleva la carta, pero si lo juzgare U. conveniente puede hacerlo. En el caso contrario contésteme U. por el Correo, y siempre en pliego reservado, pues observará U. que esta correspondencia no va de letra de Herrero, porque, aunque tengo entera confianza de él, no he querido, sin necesidad, ponerle en el secreto, o no haciéndolo darle qué pensar sobre el destino de los Buques. —Creo haberlo dicho todo. Supla U, lo que falte y mande a su efectismo amigo Q. S. M. B. —Miguel de Lardizábal y Uribe. —P. D. La Carlota vendrá hasta Aranjuez, o el Escorial, o San Ildefonso bajo el incógnito de Duquesa de Olivenza para ahorrarnos muchos miles de pesos. —Creo que el San Pablo y la Esmeralda son los Buques con que se podrá contar. —Excmo. Sr. D. Francisco Abadía. [Argos Extraordinario de la Nueva Granada, nº 11, Agosto 24 de 1815, Santafé de Bogotá]


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1815, Julio 11. Recomendación que da el comandante de la división de lanchas, Joaquín Tafur, de José María Padilla dentro de su informe militar. CARTAGENA Parte dado por el comandante de la división de lanchas a la Comandancia de marina En cumplimiento de la orden de esa comandancia fecha 12 del próximo pasado, di la vela de este puerto a las 3 de la tarde del 13 siguiente, dirigiéndome a Bocachica en cuyo fondeadero permanecí dos días, a fin de aumentar las tripulaciones, que consta en la comandancia eran bien escasas, consistiendo la del paylebot Ejecutivo en solos 38 hombres, y en 36 la de la cañonera Concepción; pero no pudiendo lograrlo en aquel tiempo hube de seguir a continuar mi comisión de escoltar las canoas que había hecho salir por el Estero, así que también la goleta, y yo continué por fuera a unirme con el convoy, que logré verificarlo aquella misma tarde sobre la punta de San Bernardo, aprovechando las buenas circunstancias del tiempo, que me proporcionaban entrar a fondear en el Zapote a las 7 de aquella noche. En aquel surgidero permanecí dos días ínterin el convoy se proveía de víveres para seguir la navegación que continuamos el 20 por toda la costa, hasta lograr asegurar el convoy dentro del río Atrato el 1º del corriente. Cumplida mi comisión en esta parte emprendí mi navegación hacia este puesto, verificándolo a lo largo de la costa, un poco distante de ella, por no permitirme hacerlo de otro modo los vientos escasos que se habían entablado. Al anochecer el 5 del corriente, me vi precisado a fondear entre la isla Fuerte y Punta de Venado, y al amanecer del siguiente nos levamos, continuando la navegación hacia el Zapote conforme se me prevenía en la instrucción de campaña, por si había embarcaciones en la costa que escoltara a este puerto; y a las 7 del mismo día me anunció el paylebot Ejecutivo por señal, la vista de una vela a que seguidamente

le mandé dar caza, distando un buque de otro como dos millas. Como a los 50 minutos después de habérsele mandado dar caza disparó el buque avistado, que era una fragata enemiga un cañonazo con bala sobre el paylebot Ejecutivo, afirmando su bandera nacional española; a que contestó inmediatamente el Ejecutivo con igual demostración, advirtiéndose en seguida que la fragata enemiga largó una bandera blanca, y echó su bote al agua que se dirigió al Ejecutivo como más inmediato. Como media hora después me incorporé a aquel buque, cuyo Comandante me impuso de la pretensión del General que mandaba las tropas enemigas, reducida a capitular con las fuerzas de mi mando, exigiendo los honores de la guerra, y con ellos trasladarse a Portobelo que era el puerto de su destino, a condición de entregar a las armas de la República el buque y cuanto en él se transportaba; pero habiendo recibido una contestación poco satisfactoria para ellos del Comandante del Ejecutivo, que nada menos les exigió que el que se rindiesen a discreción, y que de mí al mismo tiempo no la recibieron, sino ratificando aquella, hubieron de rendirse, y tuvimos el placer de ver humillados a solos 74 republicanos, más de 300 españoles que con un General, varios oficiales, cerca de 2000 fusiles y otras armas habrían seguramente jurado contribuir eficazmente a la subyugación de nuestras armas, y nueva reducción a la antigua servidumbre. Tengo la satisfacción de recomendar a V. S. muy particularmente, para que lo haga al Gobierno General de las Provincias Unidas de la N. G. al Alférez de fragata Comandante del paylebot Ejecutivo Ciudadano José María Padilla, a cuya serenidad y ardientes deseos por el honor de las armas Republicanas, como también a ambas valientes tripulaciones, se debe en gran parte esta ventaja, cuya importancia graduará V. S. y el mundo sensato. Todo lo que pongo en noticia de V. S. en cumplimiento de mi deber, para que lo eleve al Gobierno, y con presencia de los adjuntos


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documentos, se proceda a convocar la Junta de Marina a quien corresponde declarar la legitimidad de la presa. —Dios guarde a V. S. muchos años. Cartagena Julio 11 de 1815, 5º. —

Joaquín Tafur. —Sr. Comandante de Marina. [Estrella del Occidente, nº 22, Agosto 20 de 1815, Medellín]


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1821, Mayo 23. Certificación dada a Mauricio José Romero por el Capitán de navío de la Armada de Colombia, José Padilla. José Padilla del orden de libertadores, Capitán de navío de la Armada de Colombia, Comandante General de las fuerzas sutiles que obran en la bahía de Cartagena, &&. Certifico del mejor modo que puedo: que conozco de vista, trato y comunicación al Ciudadano Dr. Mauricio José Romero mucho tiempo hace: que desde que comenzó a diseminarse entre nosotros el sagrado fuego de la Libertad ha manifestado la más decidida adhesión al sistema: que me consta que por su acendrado Patriotismo ha hecho mil sacrificios voluntarios: que su casa y familia siendo en otra época de las más acomodadas,

o de un comercio regular, ha quedado reducida a la última miseria con motivo de la emigración de Cartagena en 1815, por haberse embargado y confiscado los Godos cuanto poseía en aquella Plaza: y por último que luego que las tropas de la República tomaron posesión de esta Provincia se salió de la ciudad, y admitió el empleo de Corregidor del Distrito de Mahates, continuando siempre las pruebas de su excesivo amor a Colombia. Y para que el interesado Dr. Romero pueda hacerlo constar donde le convenga le doy y firmo el presente en el Apostadero de Pasacaballos a bordo del Colombiano al Ancla a 23 de Mayo de 1821. 11º J. Padilla [Archivo General de la Nación, Sección República, Fondo Peticiones y Solicitudes, tomo 1, ff. 619r-v]


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1821, Agosto 30. Oficio de José Padilla al vicepresidente del departamento de Cundinamarca, Francisco de Paula Santander, sobre los últimos sucesos de la plaza de Cartagena y la posible capitulación con unos españoles. Excmo. Sr. Vicepresidente General Francisco de Paula Santander. Cospique Agosto 30 de 1821. Mi amado General: Me han sido muy satisfactorias las muy apreciables de V. E. de 19 del corriente, a que contesto, deseándole completa salud, y prosperidad. La Plaza de Cartagena está en el día en suma estrechez en términos que diariamente se me presentan pasados, y ayer cuarenta hombres marineros con el Piloto de la Armada española D. Pedro Iglesias, Capitán de Puerto de dicha Plaza, y el Maestro mayor de Carpintería Manuel González: Hoy por noticias que tengo, debe reunirse el capitán D. José Candamo, con más de cuarenta hombres inclusos algunos oficiales de León: Esto debe poner en consternación al Gobierno y sus satélites. Todas las declaraciones convienen en el desagrado general de la Plaza, los deseos de capitular, y que intentan proponerle el día 4 del entrante: Mis continuos movimientos los tienen en grande confusión, pues nunca separo mis fuerzas de la distancia del tiro de cañón de las murallas. Tienen sus esperanzas fundadas en la Fragata de S. M. B. la Tribuna que estuvo fondeada frente a la Plaza desde el 16 hasta el 20 cuyo acaecimiento dio lugar a los oficios que en copia dirijo a V. E. con el comandante de dicha Fragata, habiendo llegado a apresarle un bote con el equipaje del Coronel Español D. Joaquín Germán el que después de retenido por más, y más mostrar a la nación británica la generosidad de Colombia, se lo devolví, contestando a su oficio original, que lo hice con el carácter que debía, y diciéndole, que aunque no lo consideraba con

autoridad para declarar guerra, no le temía; que por mi parte no se rompería; pero que estaría a la defensiva. Dicho buque Inglés ha seguido a Portobelo y Chagres, y condujo al expresado Coronel Germán, a D. Lázaro María Herrera, y a otro Sr. esperándolo ya por momentos para embarcarse más de 170 personas con caudal bastante. Al efecto tengo tomadas mis medidas para evitar a la Fragata la comunicación con la Plaza; y si, precedidos oficios urbanos y políticos, no cede, creo de mi deber el sostenimiento de mi gobierno no permitiéndoselo a toda costa, y en el día lo podré conseguir, como que el Sr. General Comandante General de Marina, ha tenido a bien encargarme del mando de la División de Alta mar, y a pesar de esta doble atención, haré el último esfuerzo para desempañar a satisfacción del gobernó cuanto se me confía. A los Señores Generales Comandantes en Jefe, y Comandante General de marina he remitido los papeles interesantes que tomé correspondientes al Coronel español y ya se habrán dirigido a V. E.: me ha parecido conveniente acompañar a V. E. el Estado que también tenía de la fuerza efectiva del Istmo de Panamá, y algunas Gazetas. La oficialidad y tripulación que componen mis fuerzas están llenas del mayor reconocimiento por la distinción que merecen de V. E. por las saludes y prosperidad que les desea, y tanto ellas, como yo ofrecemos nuestro respeto y obediencia a V. E. Suplico a V. E. dirija la adjunta al Excmo. Sr. Libertador, y cuente con su más apasionado, atento y siempre servido Q. B. S. M. P.D. Suplico a V. E. por Gacetas y demás papeles interesantes pues aquí carezco de toda noticia y las que van al cuartel General no vienen a la bahía. Siempre su atento servidor. J. Padilla [Archivo General de la Nación, Sección República, Fondo Peticiones y Solicitudes, tomo 2, ff. 682r-v]


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1823, Enero 30. Certificación sobre la conducta de Santiago de Lecuna dada por José Padilla. CERTIFICACIÓN José Padilla Capitán de Navío de la Armada, y Comandante general del tercer Departamento de Marina de la República= Certifico: que conozco al señor Santiago de Lecuna desde antes de la transformación Política ejerciendo el destino de Alguacil mayor del M. I. C. de esta Ciudad. Que estando en él, concurrió a la deposición del Gobernador Don Francisco Montes, y a los primeros pasos de la mutación del Gobierno. Que quedó a su servicio en el mismo destino reconociendo nuestra Independencia proclamada en el año de mil ochocientos once, y posteriormente en el destino militar de Capitán y Ayudante del Señor Gobernador Juan de Dios Amador, en cuya clase emigró con su familia a la entrada de las tropas Españolas en esta Plaza: que he oído con generalidad, y a personas fidedignas que habiendo arribado a la costa de Portobelo en el buque en que iba, fue apresado

por un corsario español, y llevado a aquella Plaza en unión de los señores Doctores José María García de Toledo, y Miguel Díaz Granados y otros: que allí estuvo preso, y conducido a esta Plaza con los mismos, lo estuvo en el Castillo de San Felipe y Hospital militar hasta que se le aplicó el indulto promulgado por el Gobierno español, y que aunque se quedó con él, no perjudicó de ningún modo: que recuperada esta Plaza por las armas de la República, ha reconocido nuevamente el Gobierno, y tratado de establecerse en una Hacienda de Campo nombrada San Pablo: que su conducta siempre ha sido arreglada, y su decisión por el sistema la que manifiestan estos hechos, y los de haber perdido su mujer, una hija y todos sus intereses, y a su pedimento doy la presente que firmo en esta Ciudad de Cartagena a treinta de Enero de mil ochocientos veinte y tres= José Padilla= Por mandado de su Señoría= Alejandro Baldomero Salgado= Secretario. [Archivo General de la Nación, Sección República, Fondo Peticiones y Solicitudes, tomo 9, ff. 850r-851r]


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1823, Enero 31. Oficio de José Padilla al vicepresidente Santander solicitándole el pago de los dineros que se le adeudan. Excmo. Sr. Por el oficio del Señor Secretario de Estado y del Despacho de Hacienda de 25 de Octubre del año próximo pasado que me transcribió en este día el Sr. Comandante general Mto de Marina me he impuesto de la resolución de V. E. en orden a la reclamación que hice para el pago de los víveres que suplí a la Proveeduría del Ejército y Marina de esta costa procedentes del Bergantín Anglo Americano apresado bajo los muros de esta Plaza cuando su sitio, declarando V. E. que debe entenderse de la parte de presa que me corresponda sin perjuicio de asegurar los derechos del Fisco los cuales creo satisfechos con toda la jarcia, velamen, cables &a que quedó a favor del Gobierno para los Buques de guerra que carecían de todo esto, y de la arboladura que se aplicó a lo mismo existiendo el palo mayor en la popa para señales. También se me deben las partes de las presas que hicieron las Fuerzas sutiles, durante el mismo sitio que se aplicaron también al servicio del Gobierno y si hubiesen de reclamarse los

derechos de los víveres que suplí, como V. E. lo ha dispuesto rebajándose en los ocho mil y pico de pesos que se me han mandado pagar, debería formarse una cuenta exacta de todo y procederse al avalúo de lo relacionado para que se me abonase en cuenta de dichos derechos; a no ser que V. E. declare que con ellos deben compensarse; bien persuadido V. E. de que su valor es mayor, y de que en consideración a que íntegramente se me pagaba la presa, y de que también hacía un servicio a la República había omitido solicitarlo. Dios guarde a V. E. muchos años. Cartagena Enero 31 de 1823. 13º Excmo. Sr. El Comandante General de la Escuadra de operaciones J. Padilla Excmo. Sr. Vice Presidente de la República [Al margen] Dada orden sobre ésta al Comandante de 3er Departamento de Marina en 27 de Febrero de 1823. [Archivo General de la Nación, Sección República, Fondo Historia, tomo 1, ff. 211r-v]


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1823, Diciembre 30. Manifestación que hace el Comandante General del 3er Departamento de la Marina, General de Brigada José Padilla, a la Cámara de Representantes, para que se dignen tenerla en consideración al establecer y sancionar la ley orgánica de este Cuerpo, cuyo proyecto se dio al Público en 30 de Julio del año anterior. Manifestación que hace el Comandante General del 3er Departamento de la Marina de la República de Colombia General de Brigada José Padilla, a la Honorable Cámara de Representantes, para que se dignen tenerla en consideración al establecer y sancionar la ley orgánica de este Cuerpo, cuyo proyecto se dio al Público en 30 de Julio del año próximo pasado. Al encargarme nuevamente del mando del 3er Departamento de Marina que por nombramiento del Supremo Gobierno se me ha confiado, y al dejar el de la Escuadra de operaciones sobre Maracaibo, con la satisfacción de haber llenado los deberes de este encargo del modo que es constante al Gobierno sería muy culpable omitiendo representar los inconvenientes que he tocado, no solo en el desempeño anterior de mi destino, sino en el mando de la Escuadra presentándoseme la ocasión del proyecto de la ley que para la organización de este cuerpo trata de sancionarse. Las costas de la República son extensas, y para defenderse no bastan numerosos ejércitos sino buques suficientes al servicio a que se destinen. Esto no necesita recomendarse, y la experiencia ha enseñado que la Marina debe ser el primer objeto de la atención del gobierno que no debe dispensar ningún gasto para ponerla, y conservarla en el mejor estado de servicio, ni aquellas providencias que conduzcan a este mismo fin. En vano sería lo primero, sin la concurrencia de lo segundo, y el Gobierno después de agotar los tesoros de la Nación,

no lograría poner la Marina en el estado de fuerza que es indispensable. Esta se ha de componer de Navíos, Fragatas, Corbetas, Bergantines, Goletas, Pailebotes, Cañoneras, y Flecheras según la disposición del Gobierno y por consiguiente no hay para qué transformar los tres primeros buques en mayores, los dos segundos en menores y los dos últimos en guarda costas, a fuerzas sutiles porque en la práctica, y en el uso común de todas las Naciones son conocidos por los primeros, y aunque el Gobierno de la República se empeñe en que se llamen por los segundos nunca podrá conseguirse a no ser que haya un convenio general para darles la denominación que se pretende pues de otra suerte resultarían confusiones que deberían aclararse por medio de la denominación general con atraso tal vez del servicio. Que no se detalle el número de cada especie de buques, no solo no es extraño, sino que éste debe dejarse al tiempo y a las circunstancias en que el Gobierno debe disponer la construcción, o comprar de los que necesite la Marina de la República, aunque lo primero sería más útil supuesto que el dinero que se gastase en estas obras quedaría dentro de la misma República, los Maestros de construcción se irían perfeccionando, y formándose otros para que no faltasen unos obreros tan precisos en el Estado. La división que se hace de ellas en Escuadra, Divisiones, apostaderos y buques sueltos es conforme con lo establecido generalmente pero tres buques reunidos sean mayores, o menores nunca podrán pasar de la esfera de División, y cinco mayores, o de este número para arriba podrán denominarse Escuadra, pues siendo menos ninguno los contempla sino por lo primero. La ordenanza puede y debe tomarse de la Española en todo aquello que no se oponga a la Constitución y actual sistema de la República, cuya armada debe componerse de Navíos, Fragatas, y demás que está dispuesto en los mismos términos que se prescribe en dicha ordenanza, de la cual con solo alterar algunas


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voces, y algunos artículos o tratados podrá aprovecharse mucho que en efecto será muy útil y evitarse por ahora el ímprobo trabajo de formar una nueva, cuando objetos más importantes llaman la atención del Gobierno. No dudo que en él habrá hombres capaces de formarla sin tomar tal vez nada de las antiguas pero esta obra sería larga, y en materia tan vasta no quedaría tan correcta desde su principio, como la que existe en la actualidad, perfeccionada ya con el tiempo y con la experiencia de su ejecución. Mientras la Armada de Colombia no llegué a un estado que exija el establecimiento de un Almirantazgo, debe suspenderse, y nombrarse solo un director general que de conformidad con las atribuciones de la citada ordenanza la dirija. En ella se encuentran cuanto pueda desearse para el examen de los adelantamientos de los oficiales, y para la mejor y más exacta cuenta y razón, tan precisa como indispensable pudiendo agregarse además lo que se crea falte para consumar la obra en este punto. Supuesta la misma ordenanza ella sola basta para determinar las funciones de los capitanes o comandantes generales de los Departamentos. Desde ahora puede nombrarse el director, o capitán general de la Armada y el mayor General para que arreglados a lo que en esta parte se prescribe se entiendan con los Departamentos Marítimos, y con el Supremo Poder Ejecutivo mientras llega el caso de establecerse el Almirantazgo. Dicha ordenanza determina también la administración de los Departamentos. Es de absoluta necesidad un ministro tesorero de Marina que reciba los caudales que se destinen y que los administre exclusivamente, y es necesario un cuerpo político, o administrativo de donde se destinen a los Buques desde Navíos a Goletas jóvenes que entiendan en la cuenta, y razón porque debiendo echar mano para su manejo de extranjeros que no poseen muy bien el idioma, padece no solo el Erario por la falta de la cuenta necesaria, sino también el infeliz Marinero, cuando a veces no hay quién dé razón

del día de su embarque ni de su trasbordo y el contador que no tiene otras atenciones, podrá llevarlo todo con la exactitud correspondiente asegurando que con las pérdidas que pueda sufrir el gobierno podrán pagarse muy bien estos empleados, y hallarse mejor servida la Marina. Cuando puestas en práctica las ordenanzas haya oficiales aptos podrán servir estos empleados aunque parece que a un oficial de guerra no debe distraérsele de la ocupación principal de su instituto, ni sujetársele al encargo de contador como un súbdito del cuerpo político, o administrativo, a más de que pudiendo ocurrir motivos de necesitarse este oficial para otros destinos quedaría abandonada la cuenta y razón, o pasaría a otro que tal vez ni la entendiese. Por tanto es de necesidad y de conveniencia para el Gobierno y para los empleados el establecimiento de los contadores, y de un Ministro de Marina en cada Departamento independiente de los Intendentes y sujeto únicamente al Comandante General, o a la Junta dispuesta por la ordenanza donde deban graduarse o determinarse las compras que deban hacerse, examinar las cuentas, y dirigirlas al Tribunal, o a la Contaduría general de la República para su fenecimiento. La dependencia de la Marina de los Intendentes en este punto atrasa comúnmente el servicio, porque careciendo de los conocimientos que son necesarios se dificulta las más veces la habilitación, y salida de los Buques. La Escuadra de Maracaibo padeció un retardo muy considerable por esta causa que es constante al Gobierno pues el Doctor Enrique Rodríguez que era el Intendente se negaba a dar los auxilios, y si se continúa en el mismo sistema jamás se aprontará la Marina con la misma prontitud, que pendiente todo de las órdenes de los jefes que la mandan. Un presupuesto aproximado de los gastos de cada Departamento determinará la cantidad que debe recibir el Ministro, y las cuentas acreditarán su inversión. Es pues lo mismo, que ésta se reciba por conducto de los Intendentes con sujeción a una autoridad extraña, y sin los conocimientos


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debidos que el que se verifique de una vez poniéndose bajo el cargo y responsabilidad de los que deben administrarlo. La correspondencia de los grados de la Marina con la de los Ejércitos es la siguiente: Capitán general Teniente general Jefe de Escuadra Brigadier Capitán de Navío Capitán de Fragata Teniente de Navío Teniente de Fragata Alférez de navío Alférez de Fragata Aspirante o alumno

Capitán general General en jefe General de División General de Brigada Coronel Teniente coronel Capitán 1er Teniente Teniente Subteniente Idem.

Los Capitanes de Fragata siempre mandarán buques de esta clase y según la de buques menores en que se les catalogue no deben hacerla sino de Bergantines y Goletas de suerte que por esta misma contrariedad no pueden llamarse Capitanes de Buques mayores, o menores, sino de Navío, o de Fragata y así que los demás por las razones manifestadas en el artículo en que se trató de este punto. Es muy importante la introducción de la Juventud en la ciencia de navegar. El proyecto formado en esta parte en el de la Ley es muy recomendable, y se necesita solamente que el Gobierno cuide de su ejecución, a lo menos en todas las Capitales de los Departamentos. Carecemos de oficiales de instrucción que manden los buques de la República y de estas escuelas deben salir instruidos para todos los ramos precisos para la Marina cuyos conocimientos adelantados con la práctica, no habrá necesidad en poco tiempo que ocurrir a mendigar extranjeros que desempeñen estos destinos más propios de los naturales de Colombia. Los ascensos detallados en el artículo treinta y cinco, hasta el treinta y nueve, y las tres secciones de este último darán lugar a la aplicación, y exactitud de los jóvenes en el servicio, y un estímulo a los oficiales para llenar

cumplidamente sus deberes. Cualquiera de estos que desempeñe sus funciones en el tiempo que se determina, tendrá con seguridad los ascensos correspondientes a su clase, sin que las pasiones puedan influir en rebajar el mérito del que lo contrae cuando los esfuerzos extraordinarios de la aplicación, y del valor tendrán igualmente la recompensa que es debida. La tropa de Infantería de Marina es de absoluta necesidad, y supuesto que están destinados para la Milicia de Marina los pueblos de la orilla del mar, y de las riberas de los ríos navegables, deben separarse para Marineros con preferencia a los primeros, y sacar para soldados de los segundos, los menos a propósito, los que no hubiesen aún navegado, los menos ágiles de estos aún cuando no hayan tenido otro ejercicio que el de andar en barquetas en los ríos siempre es un principio para navegar en alta mar y muy pronto llegarán a acostumbrarse siendo útiles abordo desde los primeros días de la Campaña, cuando los del ejército, que por lo regular son menos siempre están mareados, y como muertos. Los soldados de Marina que tienen sus premios por andar por los altos se ejercitan también, en salir a las vergas, y no sólo son útiles en la cubierta cuando se les necesita como tales, sino en toda la maniobra. También es preciso establecer brigadas de Artillería, pues este servicio en tierra es muy distinto que en la mar, y en el supuesto de haber Departamento de Marina, en él debe reunirse todo lo necesario. La experiencia de mis operaciones en Maracaibo, la que he adquirido en el mando de este Departamento y en todo el servicio que he hecho en la Marina desde mis primeros años me ha ido enseñando que nada importa construir, o comprar buenos buques, mantenerlos armados y equipados de todo lo necesario, si se carece de gente diestra y destinada exclusivamente a su manejo. En las transformaciones del Gobierno tanto en la época anterior de la República como en la presente se ha estimado como perjudicial la subsistencia de la matrícula. En aquel entonces se dictaron providencias para su extinción que


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fue preciso revocar volviéndose a restablecer porque era muy difícil encontrar un solo hombre que se embarcase asegurando el buen éxito de la navegación, y de las operaciones militares en alta mar; y habiéndose insistido en esto mismo por el superior decreto del Supremo poder ejecutivo de 22 de Julio del año duodécimo creo muy bien que persuadiéndose de la necesidad de su subsistencia se prescindirá por ahora de aquellas determinaciones que miran al beneficio público, y se tratará de asegurar la subsistencia de la República, y el poder del Gobierno, dejando aquellas para lo sucesivo. La matrícula será perjudicial del modo que se halla dispuesta en la ordenanza de 12 de Agosto de 1802 por los privilegios de la pesca, de la navegación y el fuero privativo, que se concedía a los matriculados; pero cuando desaparezcan aquellas más perjudiciales, y aquellas que se opongan al artículo 168 y la ley fundamental en que se concede a los colombianos todo género de trabajo, cultura, industria y comercio, la matrícula será compatible con estos principios, y de ella resultarán ventajas al servicio marítimo, sin perjuicio de ningún Ciudadano. Para tener Marina se necesitan hombres instruidos en el arte de navegación. Los conocimientos no se adquieren fácilmente, y es preciso tener algunos principios, o alguna práctica adquirida con la fuerza, y el trabajo. No es posible que se encuentren estos hombres en el tumulto y en la confusión de recoger los que son necesarios para tripular un buque, una división, o una escuadra en el momento de salir. Entonces se echa mano del primero que se encuentra, y a más de causarle una violencia sujetando a un servicio duro y penoso a los ciudadanos que no tienen ningún comprometimiento para hacerlo, los buques del Estado van expuestos a perderse, o a ser tomados con facilidad por los enemigos. Los Jueces Políticos cuyo comprometimiento es sólo el de dar el número de hombres que se les pide poco o nada se detienen en que sean hábiles, y a propósito para la navegación.

Muchas veces se presentan hasta inútiles por enfermedades que les impiden el libre uso de sus miembros, cuanto más dedicarse a trabajos duros y penosos; y el oficial de Marina que se encuentra en la mar con marineros que ignoran hasta el conocimiento de lo más indispensable para la maniobra, es imposible que pueda dirigir el buque y defenderlo de los ataques de los enemigos en circunstancias de no tener otro auxilio, y de verse precisado a hacerlo con aquellos que se les han consignado. Yo aseguro que en esto está acreditado el valor de los colombianos y denuedo con que miran la muerte. En todas ocasiones, y más particularmente en el sitio de esta plaza, y en las memorables acciones de la laguna de Maracaibo la Marina se ha distinguido, ya arrancando bajo el fuego enemigo los buques que componían sus escuadras, y fuerzas sutiles, y ya combatiendo con superiores en número, y en actitud; pero es preciso no repetir estas escenas, que pueden tener resultados contrarios, y aliviar a los jefes del inmenso trabajo de instruirlos, y disciplinarlos en ocasión de tener los enemigos a la frente. La Marina no es como la infantería que a muy pocas lecciones se encuentran soldados que sabiendo lo principal del manejo del arma, y teniendo valor se puede dar una acción en poco tiempo; pero los marineros no sólo deben estar habituados a navegar, sino conocer la maniobra de cada buque con la destreza necesaria, para ejecutar la voz del que manda, y salvar los peligros; lo que no se adquiere con prontitud. Habiendo pues un depósito de la gente necesaria con la instrucción y disciplina reunidas estas al valor de los colombianos el ejército jamás será dudoso, y el Gobierno podrá gloriarse de tener una Marina que guarde sus costas, que proteja el comercio, y que imponga terror a los enemigos. Eso no puede conseguirse sin que haya una matrícula, o un depósito de gente marinera. En el citado decreto de 22 de Julio por el que se extinguió la matrícula se estableció una milicia de marina bajo diversas formas de las que estaban señaladas en las antiguas


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ordenanzas; pero cuando esto deba producir el mismo resultado, no lo tiene seguramente en el modo de ejecutarlo pues hasta ahora no se ha cumplido con el citado decreto, ya porque las atenciones de los Jueces políticos, a quienes se ha confiado, no se lo habrán permitido, ya porque se mira sin consideración el cuerpo de Marina, siendo el de más importancia. Lo cierto es que todos los de Infantería se hallan con sus plazas completas, o cuando no lo estén, muy aproximados, cuanto en la Marina no se encuentra un hombre para dar siquiera a la bomba de los buques que se hallan en el puerto, que sensiblemente se van a pique por el agua que reciben, y se pierden porque no hay modo de sacarlas. La principal atención de dichos jefes se halla sobre la Infantería, y principalmente sobre la Milicia a causa de que el Juez Político que debe consignarlos es el Comandante de este Cuerpo. Apenas se encuentra un hombre de la Plaza, y de la Provincia que no esté alistado de miliciano, y a los de profesión marinera, se les obliga a hacerlo, separándolos de su inclinación, y de donde son necesarios. Siempre se ha tenido el deseo de extender los demás jueces su jurisdicción al Cuerpo de Marina, cuando los de ésta se han mantenido dentro de sus límites y cuando por las antiguas ordenanzas y por las nuevas instituciones del Gobierno se ha conservado aquella separación que es indispensable en este cuerpo facultativo. Por más conocimientos que se tengan, y por más deseos de mandar la Marina, cuando se confíe a personas sin instrucción, y sin experiencia, el resultado será siempre perjudicial al Gobierno. El alistamiento de gente ha sido constantemente a cargo de los jefes de Marina por medio de los subdelegados, o de los Cabos de Matrícula que existen en los diversos puntos del territorio de la provincia, que después de hecho lo conservaban en el orden debido, y cuando era necesario, remitían la gente precisa, para tripular los buques, y para remplazar a los que tenían cumplido el tiempo de su campaña. Nada importa al Gobierno pagar estos empleados con un sueldo proporcionado, como de ello le resulte la

ventaja de reunir y tener con prontitud los hombres que necesite para el servicio de los buques. Restableciendo este mismo orden en nada se quebranta la constitución ni las leyes posteriores, por el contrario a todos se les deja en la libertad de alistarse o no en la Matrícula; y una vez ejecutado, se cuenta con aquellos que pueden desempeñar su comprometimiento. Es verdad que antiguamente tenían los privilegios de pescar, navegar, y el del fuero particular; pero dejándoles esté último por no perjudicar a los demás ciudadanos, apartándolos de la ocupación de los primeros, será bastante para atraerlos; porque sin embargo que la jurisdicción ordinaria es la fuente de las demás, y que los hombres debían inclinarse a que sus causas, y sus negocios particulares se determinen por sus Jueces naturales; la habitud puede mucho en los pueblos y el que continuamente ha sido dependiente de la autoridad de marina, no se sujeta con gusto a los juzgados ordinarios. La experiencia que se ha adquirido por las continuas reclamaciones de los antiguos matriculados pretendiendo sustraerse de la jurisdicción ordinaria me ha enseñado que con éste solo privilegio que es muy poco, y dependiendo el alistamiento de las Autoridades de Marina habrá suficiente para tripular los buques, para remplazar los cumplidos, y para formar Compañías y Batallones. Tiempo hay de que todo se ordene bajo el sistema que ha adoptado el Gobierno. Para extinguir la matrícula se necesita tener una marina mercantil abundante, que el comercio arme buques de esta especie, y que el aliciente de la ganancia haga a los hombres elegir esta vida trabajosa; pero mientras esto no se verifique, mientras la marina mercante no halle en su principio en Colombia, es preciso que el Gobierno adopte los medios que estaban conocidos, que consulte su propio interés, y que conserve su marina del modo más conveniente. El citado decreto puede quedar en observancia porque importa poco que se llame matrícula, o milicia de marina; que sea bajo la regla de aquella ordenanza, o de las que en éste se prescriben. Lo cierto es que el Gobierno la


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extinguió, se persuadió de la necesidad de que hubiese un depósito de gente para el servicio de la marina, que no debía emplearse en ningún otro; pero también lo es, que mientras el alistamiento quede a cargo de los jueces políticos nada podrá conseguirse. Ejecutándose pues por las autoridades de Marina, no se les priva de la suya a dichos jefes, ni se infiere una violencia a los vecinos, porque el alistamiento ha de ser voluntario, y ni para este acto tiene que intervenir la autoridad civil, ni para que coactarse el arbitrio, de los que quieran, o no alistarse. Tampoco es preciso hacerse en todos los pueblos de la provincia, pues hay cierto número de ellos, como Bocachica, Barú, Santa Ana, &a. compuestos todos de gente marinera y de donde pueden alistarse los que sean necesarios para los buques de Departamento, quedando los demás para los cuerpos del Ejército: es muy sensible que abandonado el conocimiento, y la disposición de estos hombres para navegar, se traían por la fuerza a la Infantería, y a la Milicia, y se pongan en los buques los que ni aun siquiera pueden mantenerse a bordo a pie derecho. Un comandante de la matrícula o de la Milicia que puede serlo el Capitán del Puerto con una gratificación proporcionada a este trabajo, para ahorrar gastos uno o dos subalternos principales, en la Provincia, y un cabo en cada pueblo será suficiente, para mantener el orden de la alta y baja, despedir los cumplidos, y convocar los que deban entrar al servicio. La duración de éste deberá ser a lo sumo de dos años porque nunca pueden lograrse los proyectos, cuando en un momento se quiere pasar de un extremo a otro. Se nombraron primero las campañas por un año, después por seis meses en razón de no pagárseles, y establecerlas ahora por cuatro cuando deben subsistir los mismos inconvenientes, no es cordura. Si al señalarlas por dos el marinero recibe cuanto se le ofrece, se le paga puntualmente y se le despide al expirar el término, podrá aumentarse sucesivamente, y cuando vayan

acostumbrándose, y convenciéndose de que se le cumple religiosamente ellos mismos desearán continuar en el servicio. Todo esto es obra del tiempo, y de las proporciones del Gobierno. En cuatro años continuos podrá un hombre adquirir bastantes conocimientos pero es preciso contentarnos con que lo hagan por grados hasta que deseen por sí mismo no separarse. Es de absoluta necesidad que a los oficiales, y demás empleados de Marina se les señale un sobre sueldo o gratificación, a lo menos por el tiempo en que están embarcados en el cual necesitan proveerse de un equipaje decente, como que van a presentarse en países extranjeros; y la mayor decencia de sus personas resultará en honor del Gobierno. A más de esto deben proveerse de los instrumentos necesarios; y los extraordinarios trabajos y fatigas del mar necesitan alguna recompensa. El distinto modo de alimentarse en su casa, al que puede proporcionarse un infeliz marinero, exige una ración compuesta de otros varios artículos, en lugar de darles dos o más de los que se asignan a cada uno según su clase. Un marinero tiene bastante con una ración para mantenerse en tierra; pero no es lo mismo que con ella pueda hacerlo en el mar, donde nada se encuentra para comprar, y mucho menos un oficial que por su clase debe sostenerse con más decencia. En las raciones mandadas abonar por el Gobierno nada se dice de las dietas de los oficiales, y marineros que no están exentos de heridas, y otras enfermedades, y es indispensable en estos casos aumentar el número de los artículos con algunas carnes, que puedan conservarse frescas, y con el vinagre tan preciso a bordo, no sólo para la comida, sino también para regar por los costados, y cubierta. Los retiros, inválidos, y viudedades concedidas a los militares, y empleados civiles de marina, en igualdad con las del Ejército son muy justos, y mucho más, que las mujeres disfruten la mitad del sueldo de sus maridos prisioneros, y estos de los ascensos que les correspondan por escala.


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Es muy importante que se establezcan Arsenales en cada una de las Capitales de los Departamentos para que en ellos se construyan las embarcaciones que permita el bajo fondo de sus costas, o paraje al propósito para establecer, o fabricar los edificios necesarios. Por ahora será suficiente restablecer en ésta el muelle del que había, y la máquina tan útil como necesaria para embarcar pesos extraordinarios y para poner, y sacar palos a las embarcaciones con la mayor facilidad. Las observaciones que deba hacer en esta parte la reservo para el proyecto de ley particular sobre este establecimiento. También reservo las convenientes sobre la Capitanía de Puerto, cuyo empleo es muy necesario en cada uno de los de la República. Las cortes de Almirantazgo pueden quedar reservadas para cuando se establezcan, por no ser convenientes por ahora ni permitirlo el estado de la Marina. Si el que nuestra ilustración permitiese adoptar las instituciones benéficas de otros pueblos, nada sería más adecuado que el Juicio de Jurados particularmente en los Cuerpos Militares porque nada es más satisfactorio, que depositar el hombre su suerte en manos de sus amigos y de personas que conocen su ocupación, su destino, y las más pequeñas circunstancias que pueden intervenir para juzgar con acierto, pero nuestros pueblos se hallan desgraciadamente en la infancia de la ilustración, y como sin ella no es posible acertar en la instrucción de jurados sería más oportuno, y ventajoso el antiguo método de dejar la dirección de los juicios y el consejo de las discriminaciones al Letrado a quien se atribuyese la cualidad de Auditor de Guerra en el modo prevenido por la ordenanza, en la cual se hace distinción de las causas cuyo conocimiento corresponde a la Comandancia General y de los que son privativos del consejo de guerra bien sea ordinaria, o de generales, en cuyo último Tribunal sólo se juzgan los delitos puramente del servicio reservando los demás al discernimiento de un letrado con las apelaciones de los Tribunales de Justicia correspondientes.

Pero en caso de que a pesar de esto, quiera llevarse a efecto la institución de Jurados en los Juicios Militares de Marina parece que el gran Jurado compuesto de tres oficiales según el artículo 70, y el pequeño Jurado de cinco según el 72 no se forme de oficiales designados por el Jefe del Departamento en los respectivos casos que ocurran, sino elegidos en un número determinado como de 20 a 24 que anualmente escoge dicho Jefe entre los de más instrucción y disposición, para que durante el año sirvan el cargo. Con este arbitrio se lograrán dos objetos. Primero que la denominación de los Jurados no se haga por el Jefe, por determinadas causas, en que puede haber lugar a pasiones, y otros arbitrios, sino en términos generales para las que ocurran en el año que como no se saben las que son no hay que temer el influjo de la autoridad, y los reos, o personas que van a ser juzgados sortearán tres para el gran Jurado, y cinco para el pequeño, llevando la confianza de que la suerte sola ha intervenido en su nombramiento; y segundo que los oficiales elegidos para servir de Jurados en aquel año, sabiendo el arduo e importante Ministerio que van a ejercer procurarán adquirirse instrucción particularmente sobre los negocios que con más frecuencia sean objetos de los juicios. Dice el artículo 74 que declarado o comprobado el crimen por el pequeño Jurado el Juez de Letras que lo preside aplicará la pena que señala la Ley, y como en todo lo que comprende este particular relativo a Juicios Militares, no se designa quién sea éste Juez de Letras, sería conveniente declararlo, y explicar sus atribuciones para evitar tropiezos, y dudas que no sería fácil allanar después. Entrando pues al proyecto de la Ley que trata de los Arsenales: la Isla de Manga es en efecto la mejor por su capacidad; pero por ahora bastará que se reponga el antiguo Arsenal de esta plaza situado bajo las baterías de Barahona hasta el Reducto. Las costas de la Isla de Manga donde puede establecerse esta oficina que es donde está situado el muelle, y donde estaban los grandes tendales, y almacenes, es aplacerada, de suerte


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que para construir embarcaciones mayores no es a propósito, a no ser que se emprendan trabajos dilatados y costosos que por ahora el Gobierno no está en posibilidad de practicar. En aquel lugar no quedaría cubierto de los enemigos a no ser que antes se construyan, y tengan equipadas lanchas cañoneras en número considerable, fortificado el lugar, poniéndole amurallado porque sea por Bocagrande, o por Pasacaballos pueden entrar las fuerzas sutiles enemigas y apoderarse del Arsenal con facilidad. Los Españoles entraron por el primero, y se hicieron dueños de la parte exterior del Puerto, y yo saqué las lanchas y demás buques sutiles de estos debajo de las murallas, y en lo más interior de él. Que se repare el antiguo Arsenal, porque es muy difícil sino imposible que haya quien compre edificios en la plaza y se obligue a hacerlo en Manga, a que se agrega que nuestra guerra no es igual a la que se ha hecho en otros tiempos con los Ingleses, y demás potencias extranjeras, de que todos eran enemigos, pues los Españoles tienen muchos apasionados, y decididos por el servilismo, sin acabar de conocer sus propios derechos. En el antiguo Arsenal se pueden construir desde Bergantines para abajo, que son los mismos que pudieran formarse en Manga, aunque con mucho más trabajo para echarlos al agua por lo aplacerado de la costa, de suerte que por todos respectos es más conveniente su reposición, que bien la necesita, por hallarse todo destruido, sin perjuicio de que si el Gobierno por otras razones que tenga de más convencimiento determinase hacerlo en Manga pueda verificarlo, cuando tenga reunidos los fondos suficientes para esta grande obra. Al frente del Pastelillo, y en la costa occidental del Puerto está un muelle llamado la Machina, cuyo frente oriental es más acantilado como lo es aquella costa creo que cuando haya fondos para construir lanchas o amurallar el Arsenal sería menos costoso terraplenar este terreno y formar en él almacenes y demás necesario, pues es más fácil trabajar en tierra que abantar un muelle tanto como sería necesario en Manga

para que pudiese atracar una embarcación mayor para recorrer, poner su artillería, arbolar, desarbolar, &a. El único inconveniente es el de ser la distancia de la Machina a la playa exterior de mil ochocientos treinta pies de burgos; pero que puede extenderse por la orilla interior hacia el Castillo grande por el manglar lo que se quiera terraplenando; y aunque tiene también el otro de poder hacerse desembarco por la playa quedaría removido amurallándolo como se halla la plaza, pudiendo irse desde ésta por la misma playa al punto indicado. Que no se admitan peones cuando en el Buque de depósito haya marineros que puedan aplicarse a este trabajo está muy bien dispuesto porque sería agregar un gasto que puede evitarse; pero esto debe ser sin perjuicio de los aprendices que precisa e indispensablemente debe haberlos. A estos se les asigna un pequeñísimo jornal, para que tenga estímulo, y para ayuda de vestirse porque siendo pobres sus padres preferirían ponerlos a servir en cualquiera otra parte, donde tuviesen utilidad, y con el tiempo no habría obreros en la Marina. Un Maestro tal vez se hará cargo de un muchacho sin darle nada a su Padre; pero éste lo viste, lo alimenta, y al cabo de algún tiempo se lo entrega, de modo que le es útil. Por otra parte un peón podrá servir para cargar madera de un lugar a otro y demás trabajos materiales; pero no podrá confiársele la caja de herramienta, y avenirse con él el Maestro para pedirle lo que necesite, tener el hilo, &a, a más de que con el tiempo ya son útiles en otras obras, aunque de pequeña importancia, y ahorrarse con ellos el jornal de un Maestro. Son pues de necesidad los aprendices para estos trabajos como lo son igualmente los peones, o marineros para las pesadas y penosas faenas que de ordinario ocurren en los Arsenales. Una vez establecidos el Arsenal y puesta por obra la construcción de Buques debe fabricarse dentro del mismo todo cuanto tenga relación con ellos, y así no sólo las piezas que detalla el artículo 26, sino todas las demás de herrería deben estar dentro; y respecto a que en el


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territorio de la República hay abundancia de Cáñamo debían formarse igualmente en las capitales de Departamento las máquinas para toda clase de tejidos, y menas de cables, guindalera, cabo de labor, meollar, vaivén, piola &a según se ha verificado en los Arsenales de los Departamentos de España con acierto, y ventajas del Gobierno. Un Arsenal es una Ciudadela donde debe encontrarse hasta lo más mínimo que tenga relación con el apresto de los Buques; y todo cuanto pueda fabricarse por nosotros mismos resultará en utilidad del País no sólo por los conocimientos que se adquieren y por la continua ocupación de los hombres, sino que la utilidad que debían llevarse los extranjeros en las compras de sus efectos en las colonias, quedaría refundida entre nosotros mismos. Es muy bueno se contraten las maderas así de construcción, o de figura, como tablones &a pero los establecimientos de cortes son más ventajosos y aún de absoluta necesidad. Con esta medida ha habido siempre porción de maderas, con que se han construido Goletas, Galeotas, Paylebotes, Lanchas cañoneras, y toda clase de embarcaciones menores con grande utilidad del Gobierno y han sobrado muchos que en otro tiempo se han remitido a España por innecesarias. Adoptándose pues esta misma medida, buscando un punto proporcionado para establecer un corte formal, el primer año se gastará algo más; pero una vez establecido lo necesario en aquellas inmediaciones para surtimiento de los empleados en corte tendrán al siguiente cuanto necesiten a excepción de carne, que si se va aumentando con el tiempo ni aún éstas será preciso comprar. La razón es muy obvia porque aunque parezca que el corte es más barato, por contrata el que la emprende es preciso que tenga alguna utilidad, y esta misma puede resultarle al Gobierno emprendiendo la obra por sí mismo, y aún mayor si se atiende a su posibilidad, y a los recursos que puede tomar, que no se encuentran en un simple particular. Este es el primer paso que debe darse en razón de que sin madera, ni pueden construirse embarcaciones, ni repararse las que lo necesitan, viniendo a suceder que por no tener un codo de

madera se pierde un buque que tiene de costo al Gobierno muchos pesos, maderas y maderas sin las cuales sólo es hablar, cuanto se diga, y se proponga en el ramo de construcción. En un solo punto no podrán proporcionarse todas las clases de maderas; pero se pueden establecer dos o más cortes según fuese necesario. En Maracaibo las hay muy buenas y maestranza de conocimiento. Allí puede formarse un famoso Astillero, donde se puedan construir desde Bergantines para abajo. Según lo que he manifestado con respecto a los muchachos aprendices de carpinteros esto mismo debe practicarse de los de Calafates, porque es indispensable extender la instrucción de estos Maestros a otros que puedan remplazarlos. Ellos pueden emplearse en hilar estopa, en ayudar a dar barrenos, en calafatear rumbos de embarcaciones pequeñas con lo que se adiestrarán en los conocimientos que van adquiriendo del oficio. Es muy conveniente el establecimiento de un Contador en el Arsenal para que desempeñe las funciones que se le detallan desde el artículo 32 porque esto mantendrá el orden, la economía, y buena distribución de cuanto se invierta; pero el establecer el trabajo por una cantidad determinada, o por [espacio en blanco en el manuscrito] y no por jornal como se ha practicado hasta ahora, aunque resulta la ventaja de que se procure acabar la obra cuanto antes, tiene el inconveniente de haber muchas cosas pequeñas que no pueden detallarse por un tanto y que los calafates por la naturaleza de su trabajo no pueden hacerlo. Si hay con qué pagarles a su tiempo, y se emplean hombres de bien y celosos del cumplimiento de sus obligaciones, no se perjudicará el Erario con este sistema; pero si no hay con qué hacerlo tampoco podrán concluir pronto en cualquiera que se adopte, porque tendrá que emplearse en otras obras que les proporcionen con qué subsistir, de suerte que es mucho mejor uniformar todos los que se hallan dentro del Arsenal para evitar confusiones: pues vale más aplicar una vigilancia


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continua para que trabajen, que puede hacerse con un golpe de vista, que llevar un apunte, una distribución de una cuenta por mayor, y por menor de cuanto se ejecute. Todos los Maestros, oficiales y aprendices destinados al taller de la marina deberán estar inscritos en un Rol o lista para que concurran a los trabajos cuando sean necesarios, y se les llame, con sujeción a las autoridades de que dependen, pudiendo dedicarse a trabajo de particulares cuando no tengan una ocupación del servicio. En los Ingenieros, en la Artillería y en todos los cuerpos donde se necesitan operarios facultativos se filian, y están sujetos como los soldados; pero en la Marina por la extinción de la matrícula se ha pretendido que dependa de los Intendentes hasta en solicitar un Carpintero, o un Calafate para poner un rumbo, o recorrer una costura. Esto produce que los maestros a veces no se encuentran, remitiéndose los menos a propósito, y se resisten hasta a trabajar sin que por parte de la Marina haya autoridad para mandarlos, quedándole sólo el débil recurso de ocurrir a la Intendencia, y de esperar sus órdenes, cuando el trabajo deba ser urgente, y cuando la responsabilidad gravita sobre el jefe. En el proyecto de la ley de Capitanía de Puerto se trata del régimen, orden, y policía que deben observar los buques que deben fondear en él. No puede decirse otra cosa más propia ni más acomodada que lo que se lee en el tratado quinto del título 7º de las ordenanzas de la armada que actualmente gobiernan. Nada hay que no se haya tocado en ellas, y aún puedo asegurar que no se ofrecerá ningún caso que no esté prevenido, cuando en el proyecto de Ley se carece de muchos que sería necesario ocurrir a las mismas ordenanzas, o a consultar cada momento, para resolver las dudas que deben ocurrir. La ordenanza en esta parte en nada se opone al sistema, porque sólo se dirige a un ramo de policía, y Gobierno que deba observarse, y si es inadaptable ¿por qué se comienza por lo que se dispone en el artículo 6º del título, y tratado citado, lo que se encuentra en el 11 y 12 y así de lo demás?

Todo buque debe llevar su patente y rol. Los nacionales se arquearán al naturalizarse, y los extranjeros al concluirse o ponerse en estado de salir a la mar, por consiguiente en sus patentes, o roles deben constar las toneladas que miden pero si el Gobierno sospechase que alguno contiene mayor número podrá medirse por el maestro mayor, y ayudante de construcción, y no por el Capitán del Puerto, y si resultase comprobada la sospecha, confiscarse por no ser el correspondiente a la patente, o hacerle pagar las verdaderas toneladas de su arqueo. El pago de los prácticos, y demás anexo a la Capitanía de Puerto no puede ser igual en toda la República, según su localidad, así han de ser sus obvenciones, su clase, y el número de prácticos, y para la asignación de los derechos es preciso recoger un informe de todos ellos para que en su vista puedan hacerse las alteraciones, o reformas convenientes. Los prácticos han de examinarse por el Capitán del Puerto con presencia de su plano, y elegirse aquellos que tengan mejores conocimientos y conducta; pero en esta parte debe estarse a lo que dispone la ordenanza, porque ni los prácticos, ni el Capitán del Puerto tienen con qué responder a las pérdidas que ocurran, y la disposición en ésta parte, sujetándolos a hacerlo sería insignificante. Se prenderá el práctico, se castigará, y servirá de ejemplo a los demás; pero de esto no puede pasar su responsabilidad, ni tampoco puede tener una pecuniaria el Capitán del Puerto, porque no goza de gratificación, o de un sueldo ventajoso por su empleo, sino de una muy pequeña recompensa de su fatiga. Con respecto a la localidad de Puertos, en la extensión de este son necesarios diez prácticos por lo menos, y si obra la casualidad de salir algunos buques al mismo tiempo que se presenten otros podrán no ser bastantes, mayormente si de los cinco que deben destinarse a la casilla, hay alguno en Bocachica que no puede volver hasta el día siguiente. Esto no sucederá con frecuencia en el día, pero


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será muy a menudo luego que el comercio tome el aumento que debe esperarse en la República, y entonces el número de los prácticos deberá aumentarse en proporción. Es muy oportuna, y aún de absoluta necesidad, la disposición de mantener dos Paylebotes en el mar, que se alejen cuatro leguas para que entreguen los prácticos a los buques que se dirijan al Puerto, y que éstos se convengan con su Capitán en lo que deba pagárseles; pero ni uno ni otro puede conseguirse, con lo que se señala a cada uno. Los Paylebotes han de importar algún dinero, y lo mismo en su reparo de casco, aparejo, velamen &a y a más de los

prácticos han de tener tres o cuatro hombres, a quienes es necesario racionar, y pagar; de suerte que con los cuatro pesos, que se les asignan no pueden ni aún mantenerse los primeros, cuanto más los segundos, y aseguro que de subsistir esta disposición, buscarían otra ocupación los que se dedican a este último ejercicio, y cuando se solicitase alguno, habría que pagarle lo que quisiere, o exponerse los buques a perderse. Por último para que los prácticos puedan mantenerse de un modo regular, y el comercio estar bien servido es de necesidad se establezcan los abonos siguientes:

Buques nacionales

Prácticos

Barquilla

Baliza

Por una Balandra

5

4

1

Por una Goleta

8

4

1

Por un Bergantín o Bergantín Goleta

10

4

1

Por una Fragata o Corbeta

12

4

1

Por un Navío

15

4

1

Por una Balandra

8

4

1

Por una Goleta

12

4

1

Por un Bergantín o Bergantín Goleta

18

4

1

Por una Fragata

25

4

1

Por un Navío

30

4

1

Extranjeros

Los seis pesos del Capitán del Puerto por cada buque son suficientes aunque deberían más bien cobrarse ocho por los extranjeros, y cuatro por los Nacionales: sobre todo en los primeros no debe establecerse una regla fija, sino cobrárseles lo mismo que ellos cobran en sus puertos a los buques de Colombia por toneladas, prácticos, limpia &a. porque esto, a más de traer una igualdad, y de inclinarlos a la rebaja de los

derechos en nada favorece al comercio, y sería una desproporción cobrarles poco en nuestros puertos, cuando ellos cobran un exceso en los suyos. El cuartillo señalado por cada tonelada para la limpia del puerto es limitadísimo en este, donde se necesitan de dos gánguiles y a lo menos un pontón, para que incesantemente se esté trabajando pues de lo contrario dependerá, y con el cuartillo es imposible que puedan mantenerse


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los hombres destinados a este importante trabajo. Es preciso pues dejar en este puerto cuanto se paga en la actualidad por tonelada, para reunir las cantidades que se necesitan para pagar los marineros, los peones y reparar las embarcaciones de lo necesario, y si algo sobrare, que no lo creo, podrá entregarse como hasta aquí, pero hacerlo de toda la cantidad destinar esta a otros objetos, y olvidar el principal y único para que se cobra no es acertado. El derecho de Baliza es excesivo porque puestos de madera de corazón durarán muchos años, y es suficiente con un peso que pague cada buque entendiéndose los nacionales, porque los extranjeros deben pagar lo mismo que ellos cobran. En Maracaibo es necesario haya siempre una buena canoa que continuamente esté llevando piedras para la escollera del Castillo porque de otra suerte la mar se lo absorbe. Allí hay la costumbre de pagar cierta cantidad por cada pie que calan los buques y ésta puede destinarse para este objeto, y para los demás que necesite el puerto. En Río Hacha no hay limpia, ni hay balizas, lo mismo en Santa Marta, Portobelo, y Chagres, donde es preciso establecerse, y en este último hay una laja bien peligrosa donde pueden dar las embarcaciones con facilidad, y en donde sólo existen dos prácticos que llevan lo menos 20 o 25 pesos por introducir una Goleta o una Balandra que son los buques que entran a allí; y por consiguiente en todas partes no pueden establecerse los mismos prácticos, ni los mismos derechos porque parece ridículo que se cobre, lo que no existe, ni está en el orden que una Balandra pague lo mismo que una Fragata. He manifestado cuanto pueden alcanzar mis pocos conocimientos sobre el nuevo proyecto de

la ley orgánica de la Marina, y los inconvenientes que trae la variación del sistema establecido por las ordenanzas. Por ahora la atención del Gobierno debe conspirar a fomentarla no sólo con el apresto de los buques necesarios para guardar las costas de los enemigos, y proteger el comercio, sino con aquéllas providencias que son indispensables. La independencia de la Marina de todo Jefe que no sea facultativo conforme la superior orden de 29 de Enero del año próximo pasado, separación de su cuerpo político, y administrativo. Restablecimiento de la Matrícula, o llamarse Milicia de Marina. Reparación del antiguo Arsenal. Almacenes de Depósito de cuanto sea necesario. Arreglo de la Maestranza, cortes de maderas. Astilleros en los lugares más proporcionados para la construcción, y carenas de los buques, y sobre todo escuela donde puedan instruirse, los que hayan de hacer este servicio, es lo bastante, y lo más proporcionado a las circunstancias en que se halla la República. Los grandes proyectos podrán reservarse para después, porque éstos necesitan grandes fondos para ejecutarlos, y entonces podrá establecerse una ordenanza en la forma que el Gobierno tenga a bien expedirla, porque de las variaciones innecesarias, más bien resultan confusiones con atraso del servicio. Si la Honorable Cámara de Representantes adoptase mis ideas tendré la satisfacción de haber concurrido con lo que cabe en mi posibilidad; pero si no lo hiciese, siempre me resultará la de haberlas explicado como Jefe de este Cuerpo, y como Ciudadano, Cartagena de Colombia. [En otra tinta:] Diciembre 30 de 1823. 13º. J. Padilla [Archivo Legislativo, Senado, Asuntos Varios, 1820-1823, tomo LXVII, estante 1, cara A, bandeja 1, ff. 432r-446v]


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1824, Abril 10. Solicitud de José Padilla para que se le entregue la casa situada en la calle del colegio en Cartagena, la cual tiene designada como pago de su haber militar. Cartagena Abril 10 de 1824. 14º. Sr. Secretario de Estado y del Despacho de Hacienda. Habiendo dirigido a V. S. en 30 de Enero último una representación para que se sirviese ponerla en manos del Excmo. Sr. Vicepresidente en que solicitaba se me mandase entregar en calidad de Depósito la casa alta situada en la Calle del colegio correspondiente al Mayorazgo de Valde Hoyos que habita el Sr. Manuel Castillo Ponce, la cual tengo designada para el pago del haber de nueve mil pesos que me está declarado por la Comisión general de repartimiento de bienes nacionales y no habiendo recibido hasta hoy la resolución de S. E. he considerado conveniente duplicarla como lo ejecuto por si acaso hubiese padecido algún extravío; esperando se sirva V. S. darle el curso que corresponde y comunicarme la resolución que a ella recaiga.

Dios guarde a V. S. El General J. Padilla [Al margen] Acompaña duplicado la representación que dirigió en 30 de Enero, en que solicita se le mande entregar en depósito la casa alta situada calle del Colegio que habita el Sr. Manuel Castillo Ponce que tiene designada para el pago de haber militar que le está declarado. Bogotá Mayo 19 1814 Resuelto: que teniendo presente la comisión la orden que se le pasó en 13 de marzo último sobre la preferencia que solicitó el interesado disponga se le haga saber y si el retardo en su despacho depende de la falta de la noticia pedidas al Intendente del Magdalena, inste por su envío con la autorización que tiene al efecto Castillo Cumplido en 24 [Archivo General de la Nación, Sección República, Fondo Peticiones y Solicitudes, tomo 4, ff. 937r-v]


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1825, Enero 10. Informe que da José Padilla al secretario de Estado de guerra y marina sobre el encuentro de una goleta colombiana con piratas en el Caribe. MARINA República de Colombia. Comandancia general del 3er departamento de marina. Número 1º. Cartagena Enero 10 de 1825. 15º Al sr. secretario de estado en los despachos de marina y guerra. Acabo de recibir parte de que la goleta corsario colombiano la Zulme, a barlovento de la punta de Icaco, costa de La Habana distante cuatro leguas de aquella plaza, se encontró con cuatro piratas, y entró con ellos en acción. Dos de los piratas se retiraron desde el principio del combate que continuó por tres horas con los otros hasta que uno fue echado a pique, y volado el otro. Nuestro

corsario perdió cinco hombres. Estos buques enarbolaron bandera negra, y estaba tripulado cada uno con cincuenta hombres. La Zulme se ha retirado a Nueva Orleans, a carenarse, porque quedó enteramente destrozada. Celebraría haber recibido los pormenores de este suceso que no puede menos de ser agradable a S. E. el vicepresidente de la República pues acredita que los corsarios de este departamento corresponden a los deseos del gobierno buscando, atacando, y escarmentando a los piratas, en virtud de las estrechas órdenes que se les tienen dadas por esta comandancia general, principalmente para que persigan a los corsarios que enarbolan bandera colombiana. Dígnese V. S. ponerlo en conocimiento de S. E. el vicepresidente. Dios guarde a V. S. J. Padilla [Gaceta de Colombia, Nº 173, Febrero 6 de 1825, Bogotá]


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1825, Febrero 20. Petición que hace José Padilla para que se le declare como propia la casa que se le adjudicó en reconocimiento de sus haberes militares. Excmo. Señor José Padilla de los Libertadores de Venezuela, general de Brigada de los ejércitos de la república, y Comandante general del tercer Departamento de Marina ante V. E. con el respeto debido digo: que desde treinta de Julio del año próximo pasado representé a V. E. acompañándole unos documentos de crédito para que se me admitiesen en pago el valor de una casa situada en la calle del colegio que se me mandó entregar por el de mi haber militar, y en efecto se me entregó en depósito, de que hasta ahora no ha habido resolución de V. E. sin embargo de haber repetido mi solicitud en treinta de octubre. Conozco las atenciones de V. E. pero como se ha vencido el término señalado por la intendencia dentro del cual debía presentar el abono de aquellos documentos, y hasta ahora no lo he verificado, se me hace preciso molestar de nuevo a V. E. porque no se crea que la falta de cumplimiento

dimana de mi parte por omisión en promover la resolución de V. E. o por otro motivo que pueda interpretarse siniestramente. Por otra parte, mis derechos sobre la citada casa se hallan pendientes sin poder disponer de ella como propia, y siendo responsable de los alquileres que produce. Suplico, pues, a V. E. se digne hacer la declaratoria que he solicitado, en que se interesa el erario, y mis derechos particulares. Cartagena 20 de Febrero de 1825. Excmo. Señor J. Padilla [Al margen] Insta por la resolución sobre el abono de documentos por cuenta de su haber militar. Marzo 29 Resuelto: que se le avisa haberse traspapelado la solicitud y documentos a que recusaba para que lo saque duplicados y remita, sin perjuicio en buscarse. Castillo. [Archivo General de la Nación, Sección República, Fondo Peticiones y solicitudes, tomo 17, ff. 738r-v]


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1828, Marzo 12. Documentos relativos a la intervención de José Padilla en los sucesos de Cartagena y actitud de la Convención de Ocaña al respecto. Mompós marzo 12 de 1828. —Sr. director de la comisión de calificación. Con esta fecha dirijo a S. E. el presidente de la República, original el parte oficial que en copia acompaño. Por él se impondrá la comisión, de los justos motivos de celo por la inviolabilidad del soberano cuerpo nacional, que dieron lugar a los desagradables sucesos que se refieren, y que deben llamar la atención de la comisión, o del soberano congreso, si estuviese reunido, sin perjuicio de presentarme personalmente en esa ciudad, a ofrecer mi persona, mi poco influjo, y cuanto pueda pertenecerme en defensa de la convención, siempre que pueda ser atacada. Dios guarde a V. S. José Padilla. EXCMO. SEÑOR Es bien sensible para mi corazón verme forzado a ser el órgano de la comunicación más desagradable, que ha podido recibir S. E. de los sucesos de este departamento. La historia militar de las naciones no había dado un modelo de crímenes tan espantosos como los provocados, y efectuados en estos días por el benemérito sr. general Mariano Montilla, quien sin embargo de hallarse con letras de cuartel en Turbaco, se titula hoy comandante general del departamento con facultades extraordinarias, y con ellas ha debido entrar a esta fecha a la mísera Cartagena, de quien se cree el árbitro, o mejor diré, el soberano absoluto. Desde principios de febrero del presente año, que se presentó su señoría en el pie de la Popa, a celebrar las fiestas de la Candelaria, en unión del sr. general Manuel Valdés, se oyeron a éste las amenazas mas imponentes contra la gran convención, siempre que no adoptase el gobierno militar, porque suspiran, y se acordasen al ejército,

qué sé yo que infinidad de recompensas, que ni la gran convención en medio de su opulencia ha podido ofrecer a sus leales servidores. Por fin al concluirse dicho mes se apareció en la plaza el mismo sr. Montilla con su caja de Pandora, o tea de la discordia, es decir, con la indicada representación, que por medio del comandante general in nomine benemérito sr. coronel José Montes, propuso para que la firmasen tumultuariamente a la oficialidad de los cuerpos. El de artillería, cuyos jefes son notoriamente devotos de la tiranía, y de las pretensiones del expresado general Montilla, no dudó firmar en el acto. La de Tiradores, en parte circunspecta, honrosa y valiente se desdeñó también en parte a suscribir a ese crimen militar, que echa por tierra la ley primera de la milicia, que es la subordinación; la cual queda de hecho atacada por los súbditos, que en mayor número de tres, representan al superior, aunque sea, para pedir el pan, y prest a que son legítimamente acreedores. Nada diré de la violación del decreto de S. E. el Libertador presidente, porque confío en que V. E. teniéndole a la vista, convendrá con mi humilde opinión. Por consecuencia de este suceso quedó dividido de hecho el batallón Tiradores, insultándose a la vez los oficiales firmantes y no firmantes, y poco faltó para que llegasen a las manos. Como el comandante general, y el de este cuerpo fueron firmantes, trataron de perseguir a los no firmantes, quienes se acogieron a mi protección, a fin de que los relevase de la persecución. Constante en mis principios liberales, no tuve embarazo de hacerlo entender así a dichos comandantes general y del cuerpo de Tiradores. Por este mismo tiempo, como V. E. habrá advertido por los varios impresos que han corrido, se ha tratado igualmente de perseguir a los escritores públicos, que defendían los principios liberales, hasta ofrecerles una mortaja de cáñamo, que se aseguró se trabajaba en la maestranza de artillería. Me pidieron estos también protección, y se la ofrecí del mismo modo, conforme a la ley. No es de pasarse en silencio antes de este lugar la deserción escandalosa del batallón Tiradores,


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inclusas las compañías de marina, que se habían agregado en número de veinticinco, treinta, etc. llevándose hasta los cornetas que no aparecieron en ningún lugar de la provincia, y que ahora se ha sabido iban en derechura a la estancia de Aguasvivas del general Montilla, que está a las cercanías de Turbaco, cuyo jefe los recibía con aplauso; dándoles un corto entretenimiento, y buena ración. Con pretexto de perseguir a estos desertores, suponiendo iban a reunirse a otro oficial desertor y al rebelde Acosta, se hizo marchar un cuerpo de caballería, por Sabanas hacia Sinú, para apoderarse de antemano del granero de la plaza en caso de sitio, cuyas medidas tomadas anticipadamente a todos los sucesos, hacen hoy palpar el plan de la revolución que ha estallado por último, y que acaso se tendrá de atribuir a miserables inocentes. Se supo por otra parte, y es público y notorio hoy, que desde principios de febrero el sr. general Montilla había mandado construir en dicha parroquia de Turbaco, cuartel para recibir tropas, que no podían ser otras que las desertadas, y resto del ejército de que hablaré después. Por tan justos motivos, el pueblo de la mísera Cartagena, se ha hallado en una continua alarma, y espanto desde a principios del presente mes, en que ya se descubrieron las miras del tirano. Llegó por último el aciago miércoles 5 de la anterior semana, y de repente en la lista de las seis de la mañana, se dio el grito en el cuartel de artillería, victoriando al Libertador presidente benemérito Simón Bolívar, y condenando a la execración y a la muerte al vicepresidente de la república, benemérito general Francisco de Paula Santander, cuyos gritos obligaron al pacífico patriota, Juan de Dios Amador, a reconvenir también a gritos a su comandante Joaquín M. Tatis, haciéndole palpar su crimen. Agitado el pueblo, y particularmente los escritores con tan horrendo delito, que daba a entender las miras bien conocidas de los traidores, envolviéndonos con el augusto nombre del Libertador, en los horrores de la guerra, suponiendo a los del partido contrario a sus ideas, amigos del general Santander, creí de mi deber acercarme, como lo hice, al sr. intendente del

departamento encargado de la seguridad pública, y manifestarle el estado de alarma, indicándole como un remedio de calmar los ánimos, la separación de su cuñado del mando de las armas del departamento, a que accedió, después de haber oído el consejo del sr. presidente de la corte superior de justicia dr. Enrique Rodríguez, y del sr. juez letrado de hacienda dr. Ramón Ripoll, cuyo mando no pudo recaer por la misma sospecha de desconfianza, en el sr. coronel Julio Augusto de Reimbolt, ni en el comandante Joaquín M. Tatis, que lo es de la brigada de artillería, solicitándose al efecto al sr. coronel graduado Juan Antonio Piñeres, ministro de la superior corte marcial, que reunía por lo menos el prestigio de la imparcialidad. En el momento que el sr. general Montilla supo en Turbaco esa determinación, que a nadie podía ofender, dio órdenes secretas a los comandantes Reimbolt y Tatis, para que se le uniesen en su cuartel general, que ya tenía establecido, con el jefe del E. M. y a la media noche del mismo día 5, cometiendo la felonía de no haber entregado las llaves de la plaza al nuevo comandante general nombrado, se escaparon todo el cuerpo de artillería, y la mayor parte del de Tiradores con el mayor de la plaza, que se llevó todas las guardias, dejándonos vendidos, y en los brazos sanguinarios de la anarquía, poniendo en libertad hasta los reos de muerte de sus dichos cuerpos, y en abandono los presidarios que pudieron entregarse al saqueo y demás violencias. Al partir los traidores dejaron preso al segundo comandante de Tiradores Mariano Gómez, y capitán Francisco Escarras, quienes rompieron la puerta del almacén, pudieron escaparse y vinieron a mi casa, a avisarme de lo ocurrido. En el acto me puse a caballo y fui personalmente a avisar al sr. presidente de la corte, al sr. intendente, al sr. administrador de tabacos, y en fin a todas las oficinas públicas, mientras que por otra parte di órdenes de recoger a los soldados que se habían quedado, y de desembarco de los que había a bordo de las fragatas nacionales; con los cuales volví a cubrir los puestos de guardia, y restablecer el orden en toda la ciudad, poniendo en ronda, a todos los jueces. Amaneciendo el día se me acercaron los cónsules de S. M. B. y los Estados


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Unidos, pidiéndome les asegurase las propiedades de sus súbditos, y aunque no era obligado yo a ello, porque ni era intendente ni comandante general, en honor de Colombia di mi palabra de honor, que así sería; y al efecto redoblé todos mis esfuerzos. Llegó entretanto comunicación oficial del benemérito sr. general Mariano Montilla, desconociendo por comandante general al sr. coronel Piñeres, e intimando a la plaza a que se le rindiese, y entregase a su señoría, que era el comandante general, revestido de facultades extraordinarias por una orden que aseguró tener reservada de S. E. el Libertador presidente. A pesar de la clandestinidad de la orden, que no se había comunicado anteriormente a la comandancia general, ni a los cuerpos por el conducto de ordenanza, el sr. coronel Piñeres, movido siempre de sus sentimientos de paz, o debilidad, mandó reconocer en el acto por comandante general con facultades extraordinarias al enunciado sr. general Mariano Montilla. He aquí sr. excmo. el momento del estrago, porque todos los que temían las injustas persecuciones del sr. general Montilla, se avocaron al palacio de la intendencia, y le pidieron con mas o menos energía la seguridad de sus personas y sus intereses, habiendo entre ellos varios de los que en la época pasada, cuando la guerra civil del sr. Castillo y Bolívar, fueron víctimas de ese mismo sr. general Montilla, como mayor general, o director del citado difunto general Manuel Castillo. No siendo decisiva la respuesta del sr. intendente, sino la de “ahí veremos” “se tomarán providencias, etc.” que han sido las de las ventas de todo el mundo, enfurecidos los concurrentes, se han ido a los cuarteles y me han proclamado comandante general e intendente, supuesto que no había comandante general legal, ni el sr. intendente aseguraba, como debía, las vidas y los intereses de los que se consideraban proscritos. Por calmar la efervescencia, ofrecí a los que me proclamaron, me haría cargo de ambas magistraturas; pero observando que en cierto modo se atacaba la autoridad de un magistrado constitucional, cual era el sr. intendente, aunque no había correspondido a la confianza pública, nunca quise hacerme cargo de dicha intendencia, y sí solo de la comandancia general, para sostener y mantener

el orden en la plaza, y exigir explicaciones terminantes al general sitiador. Con ese objeto envié en clase de emisarios al honorable sr. Juan de Francisco Martín, y dr. Ignacio Muñoz, escogiendo uno de los que merecían más confianza en los respectivos partidos, pues aunque era cierto que el sr. Muñoz no se había pronunciado hasta el viernes en la tarde, lo hizo perorando a la tropa, por cuyo motivo les merecía la mejor confianza. Acostumbrado el sr. general Montilla a burlarse de los hombres y de los negocios, después de haber rehusado entrar en conferencias, desconociendo mi autoridad de hecho, que no era menos legítima que la suya, por autorizarme la ordenanza a tomar el mando en caso semejante de no haber ningún jefe en la plaza, convino por último en entrar en dicha conferencia, y ofreció de palabra las garantías que se le exigieron, y fueron las siguientes: primera, que no atacaría directa, ni indirectamente la libertad de la gran convención; segunda, que restituido el sr. intendente al ejercicio libre de sus funciones, y el comandante general que se tuviese a bien, cesasen las facultades extraordinarias de que se había revestido, y se retirase a su hacienda; tercera, que se asegurase la vida y propiedades de todos los individuos del pueblo, que de ninguna manera habían tenido parte en las disensiones de los oficiales. El mismo general Montilla se hizo honor de cumplir tan sagradas estipulaciones, que a nadie podían perjudicar, sino a sus miras de arruinar a esos miserables habitantes, y ofreció estamparlas por escrito en respuesta al oficio credencial que se le había entregado; pero cuál fue mi sorpresa, y la de uno de los comisionados, que no estaba en el ardid, cuando me dirigió un oficio reiterando el desconocimiento de mi autoridad, y que solo debía entenderse con el sr. intendente sobre el modo de entrar en la plaza. Viendo por último, que no había medio para hacer entrar en razón al general sitiador, consulté el negocio con el mismo sr. presidente de la corte, quien me aconsejó evitase de todos modos el derramamiento de sangre. Para este tiempo, que fue el sábado 8, yo había entregado la plaza al referido señor coronel Piñeres en calidad de comandante de armas; y retirándome a mi casa solo esperaba el resultado


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de la negociación del sr. intendente, que se había acercado hasta Ternera a tener una entrevista con el enunciado general sitiador. La nueva respuesta del sr. intendente traída a las seis de esa propia tarde, me dio mucho más que sospechar, pues me aseguró que el general Montilla entraría con facultades extraordinarias, solamente hasta mudar los cuerpos de guardias. En vista de tantas felonías combinadas mutuamente, temiendo por una parte que se pudiese atentar contra mi persona y empleo, que nunca ha podido depender de la comandancia general de armas, y por otra, que en este caso era forzoso el derramamiento de sangre; porque con solo la gente de la maestranza, y las fuerzas sutiles, podía muy bien disputarle el ejercicio de la tiranía, resolví salir de la plaza, y cortar sus puestos de guardias como lo conseguí por Tolú, hasta llegar a esta valerosa ciudad, a dar parte a V. E. de lo relacionado. Como para atravesar a la ligera toda la provincia de Cartagena, no me era posible cargar con todo el archivo y documentos, en circunstancias de que una partida del general Montilla hacía fuego sobre el baluarte de Santa Catalina, sin duda por el placer de hacer abortar las embarazadas, no acompaño a V. E. otro documento que el adjunto que es su última indicada respuesta. Cuando reciba la de V. E. en este mismo punto, y vuelva a Cartagena, al ejercicio de mis funciones, o como el gobierno tenga a bien, procuraré enviarle todos los demás documentos, e instruir una información pública que desmienta las calumnias con que acaso me denigrará en este correo el mismo señor general Montilla, autor solito de su revolución, y que puede gloriarse que solo la concibió, la alimentó en su pecho, la vigorizó, y la arrojó sobre la miserable Cartagena, para sacar víctimas de los comprometidos en contra, seguro del triunfo de las armas, y de la dulzura de ese heroico y valeroso pueblo. Mompós, marzo 12 de 1828. —Excmo. sr. José Padilla. ADICIÓN Para satisfacer desde ahora el cargo de desertor,

que no dudo me hará el sr. general Mariano Montilla, a pesar de que estoy dentro de los límites del departamento de mi mando, manifiesto a V. E. haber encargado el mando durante mi ausencia, al mayor general del cuerpo, el benemérito capitán de navío Rafael Tono, participándoselo a todas las demás autoridades, incluso el sr. general Mariano Montilla, desde Tolú. Mompós, fecha ut supra. —José Padilla. Yo el infrascrito escribano público de cabildo, minas, visitas y registros, en propiedad, de esta ciudad de Mompós por el supremo poder ejecutivo de la república de Colombia, y secretario de gobierno en la provincia. Certifico: que el benemérito sr. general de marina José Padilla, me ha puesto de manifiesto para su compulsa el oficio del tenor siguiente: Comandancia general del Magdalena. —Cuartel general de Turbaco a 7 de marzo de 828. —Al benemérito sr. general José Padilla. Ni las leyes, ni el gobierno, ni el decoro del mando que ejerzo en este departamento, me permiten entenderme sobre ninguna clase de negocios públicos, sino con la intendencia; y estando esta autoridad cometida por el poder ejecutivo, al señor Vicente Ucrós, será con él, que trataré sobre los particulares que V. S. me indica en su comunicación de hoy, a que contesto. Dios guarde a VS. —Mariano Montilla. Está conforme con el oficio que comprehende, a que me remito, en poder del expresado sr. general, y en fe de ello la signo y firmo. Mompós, marzo 12 de 1828. —De oficio. Domingo de Arce. Concluida la lectura de estas piezas presentó el sr. director, apoyado de varios señores la moción siguiente: “que el director conteste al general Padilla, que la diputación ha quedado impuesta de su comunicación de 12 del corriente, y de los documentos que la acompañan; y que al propio tiempo le manifieste la gratitud de la diputación por el celo en favor del orden público, observancia de las leyes y seguridad de la convención, que ha desplegado en los días 5, 6 y 7 del corriente, según lo que aparece de la citada comunicación


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y documentos.” Y puesta a votación por partes esta moción, previo un considerable debate, se aprobó por unanimidad la primera hasta la palabra “acompañan” y el resto fue también aprobado por 26 votos contra 11, protestando el suyo el sr. Aranda. Seguidamente presentó el sr. director esta otra moción; “contéstese al sr. gobernador de Mompós acusándole el recibo de la comunicación que se ha leído, y manifestándole que la diputación la ha recibido con aprecio” y apoyada por varios sres. se discutió y se votó afirmativamente. El sr. Santander fijó luego la proposición siguiente: “que se dirija al poder ejecutivo de parte de la diputación una exposición, con los documentos que se han recibido, requiriéndolo para que emplee todo el poder que le dan las leyes, a fin de que sea protegida la seguridad de los diputados a la gran convención”. Varios sres. apoyaron esta proposición, y el sr. Espinal modificó su última parte en esta forma: “manifestándole que la diputación espera que emplee todo el poder que le dan las leyes a fin de que sea protegida la seguridad de los diputados, y se haga efectiva la absoluta libertad en las deliberaciones de la gran convención”. Esta modificación fue apoyada y también lo fueron las submodificaciones que se presentaron por el orden siguiente. “1a (del sr. Santander) la sustitución de la palabra “exigiéndole” en lugar de “manifestándole que la diputación espera” 2a (del sr. Aranda) la subrogación de las palabras “para que la convención pueda deliberar con toda

libertad” en lugar de la última cláusula propuesta por el sr. Espinal: 3a (del sr. Narvarte) la reforma de todo el 2o miembro de la proposición en estos términos: “a fin de que se deje a la convención en absoluta libertad para deliberar”. 4a (del sr. Rodríguez) la adición de esta cláusula al fin “caso de ser cierto lo que se insinúa en dichos documentos”. Cerrada la discusión se puso a votación por partes la proposición con arreglo a las últimas modificaciones y quedó aprobada en los términos siguientes: “que se dirija al poder ejecutivo de parte de la diputación una exposición con los documentos que se han recibido; exigiéndole que emplee todo el poder que le dan las leyes a fin de que se deje a la convención en absoluta libertad para deliberar; caso de ser cierto lo que se insinúa en dichos documentos”. El sr. Espinal manifestó que deseaba se reformase la segunda parte de la proposición acordada con respecto a la contestación al general Padilla; y al efecto hizo moción de que se revocase dicha segunda parte; la cual fue apoyada; y el sr. Santander le hizo la adición siguiente: “para tomarla de nuevo en consideración”. Comenzose a discutir esta moción; pero siendo tarde, se convino en diferirla para mañana, y levantó el sr. director la sesión. —El director Francisco Soto. —El diputado encargado de la redacción, Luis Vargas Tejada. [Gaceta de Colombia, nº 342, Mayo 1 de 1828, Bogotá]


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1828. Marzo 16. Texto del periódico El Amanuense al cual se refiere Magdalena Padilla en la defensa de su hermano. Toda nación debe evitar con esmero y en cuanto le sea posible lo que pueda causar su destrucción… tiene derecho a todo lo que pueda servirle para preservarse de un peligro inminente y alejar todo lo que la pueda arruinar… y es su deber trabajar en su perfección y en la de su estado… Watel lib. 1º cap. 2. SS. 19. 20 y 21. Nº 44 CARTAGENA DE COLOMBIA DOMINGO 16 DE MARZO DE 1828. 18º ESCANDALOSOS SUCESOS NUEVE DÍAS DEL MES DE MARZO DESERCIÓN DEL GENERAL PADILLA Nos habíamos propuesto no hablar jamás en este papel sobre asuntos en que fuese necesario indicar personas, pero sucesos ciertamente imprevistos nos impelen hoy a separarnos de este plan, y a trazar con la energía debida la turbulenta marcha de la facción, que por algunos días logró apoderarse de Cartagena; en medio de la calma aparente precursora de excesos que hubiesen podido ser el origen de males incalculables para este departamento y para el país en general. Protestamos cumplir en esta ocasión, con dolor, los deberes de escritores públicos, pero considerando que las lecciones de la experiencia son las que guían a las naciones y a los gobernantes, creemos deber manifestar claramente todo lo acaecido en esta plaza, a fin de que si aún existiese algún iluso negando la necesidad de un gobierno vigoroso y de magistrados enérgicos en Colombia salga de su error a la vista de hechos positivos que se repiten en todos los ángulos de este desgraciado país, siempre dirigidos por iguales principios y seguidos de iguales resultados. Si solo nos hubiésemos propuesto escribir para Cartagena desde luego omitiéramos muchas particularidades demasiado conocidas de sus habitantes, pero escribimos para Colombia,

deseamos que esta exposición llame la atención del gobierno y de la Convención, y para estos fines es necesario presentar los sucesos con toda su criminalidad y los atentados con toda su fealdad. —Hemos sido testigos oculares de las ocurrencias de más trascendencia y ofrecemos no exponer nada que no nos sea fácil comprobar, o que no deba divulgar el tiempo. Podemos, para mayor claridad, dividir el origen, progreso y fin de la facción en Cartagena, cuyos desvaríos pintaremos en tres épocas: la 1ª desde el tiempo de las elecciones el año de 25 hasta el pronunciamiento de Valencia y las actas de los departamentos: —la segunda desde esta época hasta la llegada del Libertador y el suceso de la 3ª división en Lima: —y desde este acontecimiento hasta los ya concluidos disturbios de esta plaza o la fuga del general Padilla. Bosquejaremos ligeramente las dos primeras épocas, conocidas por todos, y sólo delinearemos lo necesario de ellas, para probar hasta qué grado están relacionadas entre sí, y con qué tenacidad ha sido perseguida la tranquilidad de Colombia por un pequeño grupo de malvados. La época de las elecciones para presidente y vicepresidente fue, como todos saben, la señal de una guerra de papeles y de intrigas más o menos encubiertas. La desconfianza, la animosidad personal y el provincialismo fueron resultados casi generales de los esfuerzos que se hicieron para reelegir al general Santander, a lo menos así lo indicaron casi simultáneamente papeles públicos de todos los departamentos de la república. En esta plaza nacieron entonces varios periódicos en favor y en contra de la reelección del vicepresidente: —los de la oposición fundándose en su administración en general, y en el manejo del empréstito en particular; y los a su favor atacando sus contrarios con sarcasmos con acusaciones de provincialismo, de godismo y de aristocracia. Los hombres que se consideraron como contrarios al general Santander, o que se suponía poder entrar en competencia con él, para la segunda magistratura del Estado, fueron vilipendiados y calumniados, y los escritores de la oposición


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amenazados y aun víctimas de vías de hecho. Desde entonces designó la opinión de los hombres sensatos como autores de los panfletos incendiarios que circularon, y directores de intrigas sordas a los mismos individuos que veremos aparecer en todo el curso de los sucesos posteriores. Desde entonces se dijo también que estos hombres insignificantes por su representación en la sociedad, estaban en relación epistolar con el vicepresidente, y protegidos, más o menos, por un general a quien se suponía una gran influencia en el pueblo de Cartagena, y que tenía interés particular en que continuase el general Santander a la cabeza de los negocios públicos. A pesar de todos los resortes que se tocaron no fue reelecto el general Santander en Cartagena, y aunque lo fue efectivamente por el congreso de 26, puede desde luego conocerse que sus partidarios no eran órganos de la opinión pública. La tormenta eleccionaria cesó pero no los proyectos de sostener en el mando al vicepresidente, y los muy pocos hombres que habían fomentado la desunión dejaron en fin al pueblo tranquilo: este pueblo que había visto con sorpresa la desfachatez con que algunos escritores bien conocidos pretendían ser conductores de la opinión de sus conciudadanos, sin tener ningún derecho a su confianza o consideración. Sea que el pronunciamiento de Valencia haya sido motivado por la reelección en la persona del general Santander, como lo creemos, sea que otros fueran los motivos que lo precipitaron, lo cierto del caso es que fue seguido de las actas de todos los departamentos, excepto los del interior que estaban bajo la directa influencia del ejecutivo de entonces. Estas actas, aunque con diversos sentidos, convinieron sin embargo todas en que era necesario rever la Constitución y llamaron al Libertador como mediador entre los partidos. La malevolencia se aprovechó de la ocasión y declamó contra estas actas atribuyendo desde luego a un proyecto de monarquía el pronunciamiento de los departamentos, y la circulación de la Constitución Boliviana que, como muchas otras cartas, bien puede haberse propuesto por alguno como un modelo pero que ninguna fuerza o partido se presentó a sostener

abiertamente. —El regreso del Libertador y su precipitada marcha para Venezuela dejando el mando en manos del vicepresidente, dio pábulo a nuevos e insidiosos ataques de partidos, que con el pretexto de amor a la Constitución no tenían en efecto por objeto sino la exaltación del vicepresidente, en la suposición de que el Libertador sería víctima de los partidos en Venezuela. —Las cartas seductoras empezaron a atormentar de nuevo a los mismos espíritus débiles o mal intencionados de esta plaza, que se habían pronunciado en la época de las elecciones, y cuando llegó la noticia de la revolución de la tercera división auxiliar en Lima, ya la fermentación estaba visible y se aumentaba en proporción de la aprobación que con tanto escándalo dispensó el gobierno a esta atrevida insurrección militar, y todo anunciaba que se contaba con la posibilidad de promover iguales resultados entre las tropas del Magdalena. El celo y actividad de las autoridades, el buen porte de los cuerpos, la pacificación de Venezuela y consiguiente aumento de fuerza moral en la persona del Libertador atajaron a tiempo el contagio, y el departamento del Magdalena se conservó intacto, a pesar de todos los esfuerzos de la facción que en aquella época tenía su centro en Bogotá. La opinión y los informes secretos señalaron sin embargo a los mismos individuos de siempre como complicados en los esfuerzos que se hacían para reducir las tropas, y se creyó que algunos oficiales del batallón Tiradores estuviesen en comunicación con los anarquistas de Bogotá, pero como no había pruebas concluyentes la comandancia general del departamento se contentó con anular la influencia de algunos de ellos, como un prudente medio de prevenir mayores males, y estos mismos oficiales fueron ascendidos a la llegada del Libertador a esta plaza. La amnistía que decretó el Congreso de 27 a la 3ª división destruyó la ya vacilante moral del ejército, y las elecciones para diputados a la Gran Convención despertaron las pasiones apaciguadas y se presentaron por tercera vez en la lid viejos intrigantes y nuevas intrigas. Conocidos son los elementos que se emplearon


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para excluir de la diputación a la Convención a aquellos hombres que anhelaban por un gobierno capaz de proteger el orden social, y aunque, hablando en general, fueron electos ciudadanos beneméritos, es bien sabido que se debe a la intriga y al cohecho la preferencia que en el colegio electoral se dio al Sr. Baena sobre el benemérito general Montilla, que por los títulos hubiese debido representar al departamento del Magdalena, y con el cual nunca podrá entrar en parangón un hombre sin servicios hacia Colombia, sin experiencia en negocios públicos, supuesto que nunca ha ejercido ningún destino público, y sin las condiciones de la ley. Algunos de los mismos individuos a quienes hemos aludido antes fueron actores en esta farsa, y la facción asomó de nuevo en esta circunstancia su deforme cabeza. La aparente tranquilidad de que gozaba la plaza y la falta de una buena policía causaron probablemente que los magistrados se descuidasen en observar la marcha de ciertos individuos, que no podían menos que conocer, y cuyas intenciones debieron sospechar desde el momento que los vieron presentarse de nuevo como editores de periódicos intolerantes, llamando serviles a los hombres sensatos, e insultando inicuamente a un ejército que les ha dado patria, leyes, existencia y libertad, y que desde el fondo del abismo de miserias en que se halla sumergido, se contentó con alzar humildemente la voz pidiendo a la Convención, por único premio de sus incomparables servicios, que lo salvase a él y a sus inocentes familias de la desesperación. Desde que los magistrados vieron esta nueva guerra de papeles conducida por los mismos individuos de siempre y que habían callado por largo tiempo, creemos que debieron haber conjeturado alguna orden de la facción central y observado en silencio los pasos de cada cual. Si así lo hubiesen hecho habrían descubierto a tiempo las repetidas juntas preparatorias que se tenían en varias casas, en la comandancia general de marina y en la logia donde a pesar de la aparición de un duende o convidado de piedra se trataba según se dice, de que la representación de los militares a la gran convención era atentatoria contra esta corporación y tenía por objeto una

corona: que era necesario impedir que siguiese y embarcar a todos los que la habían firmado o fuesen adictos al Libertador: que se quería jurar la Constitución Boliviana: que el Libertador había salido huyendo de Bogotá: que huyendo se iba a coronar: que el general Bermúdez con cuatro mil hombres marchaba contra el Libertador: que el más digno de mandar era el general Santander: que debía ponerse a este general en el mando: que lo que se decía contra él respecto a su conducta en el asunto del empréstito, era falso porque había dado cuenta satisfactoriamente: que era necesario anular las autoridades del departamento y, que para ello se contaba con ochocientos hombres armados en el barrio de Jimaní; con la cooperación del batallón Tiradores, que debía tener a disposición de la facción su segundo comandante y los oficiales Buitrago, Espina, Acevedo, Escarrá, Martínez, etc.: en fin que se tramaba una revolución que no esperaba más que un pretexto para reventar. El general Padilla llevaba la voz en estas reuniones, que se componían de los mismos hombres de siempre, aumentados con algunos aventureros, hombres tan conocidos por sus intrigas y escritos anteriores como generalmente menospreciados por la masa del pueblo, que de ellos nunca ha esperado sino días de luto. Si las leyes hubiesen sido hechas para el pueblo, si no fuese necesario esperar el estallido de una insurrección para usar de los medios que conceden las facultades extraordinarias para contenerla, si se hubiese hecho el nombramiento de jefe de policía en un hombre inteligente y enérgico, se hubiera conocido de antemano todo lo referido y aún mucho más, y no habría llegado el extremo de temerse con fundamento el exterminio de muchos hombres sensatos, honrados y útiles, que descansaban en la suficiencia de las leyes y en el carácter de los magistrados, y que sin la bizarra conducta de las tropas estarían ya, unos en Providencia y otros en la eternidad, sólo porque había firmado una representación, o porque son adictos al gobierno legítimo o porque unos pocos ambiciosos quieren al general Santander y todo esto en una época en que la Gran Convención está al reunirse para decidir sobre la suerte de todos, y por el capricho de


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una facción compuesta de todo lo que hay más de ruin y despreciable en la tierra. ¡Miserables hipócritas sanguinarios! Os habéis precipitado, estáis descubiertos, habéis llegado a persuadiros que la Convención, compuesta de hombres sensatos, no llenará la medida de vuestros locos deseos, y he aquí el momento de imponer sobre esta corporación, por medio de una revolución, que hubierais luego presentado como el efecto de la voluntad del pueblo. Pero el gobierno castigará vuestros crímenes, velará sobre vuestros pasos, protegerá la inocencia, al ciudadano pacífico, y al extranjero sumiso a las leyes y confiado en la fe de los tratados, porque así lo demanda a gritos el honor nacional, nuestra existencia política, y la misma humanidad que habéis ultrajado en vuestros proyectos, y porque sin estas garantías mejor sería vivir entre las fieras de nuestros bosques. El día 1° de este mes se reunieron en un café el general Padilla y los oficiales antes citados, con algunos más, vociferando a gritos “muerte contra los partidarios de la tiranía y vivas a los liberales” ofreciendo el mencionado general sostener con su espada a todo liberal perseguido. Esta pandilla fue a concluir sus bacanales en casa del general y el gobierno fue instruido de esta escena. El día 3 llamó la comandancia general al oficial Escarrá previniéndole se marchase inmediatamente a Santa Marta, donde estaba destinado, y en seguida se presentaron tumultuariamente en la intendencia y comandancia general el general Padilla y los predichos oficiales armados y grupos también armados quedaron en la puerta de la calle. El general Padilla se opuso abiertamente a la marcha del oficial Escarrá amenazando con su espada si se tomaba alguna providencia contra sus oficiales que se habían adherido a su partido. La comandancia general, por motivos que ignoramos, se dejó imponer: el oficial Escarrá se quedó en la plaza, y así dio la facción el primer paso contra las autoridades del gobierno nacional. Paso que quedó impune y fue la señal de los sucesos posteriores. El día anterior se habían repartido armas a varios

jornaleros de Jimaní, sacadas, según unos, de una casa donde, se dice, había un depósito de ellas, y según otros, desembarcadas del buque del estado llamado la Rosita. El día 4 exigió el general Padilla, de la comandancia general, que se reuniesen las oficialidades de los cuerpos para averiguar a su presencia ciertos chismes de ninguna importancia, exigiendo que se presentasen todos armados; y en esta concurrencia aseguró el general al Sr. comandante general entre otras muchas bravatas que se hallaba a la cabeza del pueblo, que le era más fácil sacar de sus cuarteles a los cuerpos de la plaza que a la misma comandancia general. El día 5 depositó el Sr. Comandante general el mando de las armas en el Sr. Intendente y esta autoridad asesorada, según hemos oído decir, de dos abogados, confirió la comandancia general al Sr. Piñeres, miembro de la corte marcial y de inferior graduación a algunos otros jefes de la plaza, a quienes llamaba la ley de sucesión de mandos, con cuyo nombramiento se manifestó satisfecho el general Padilla. Reservaremos nuestra opinión sobre si la comandancia general pudo entregar el mando de las armas, y si la intendencia pudo haberse hecho cargo de él; los magistrados que desempeñaban estos destinos habrán dado ya cuenta de su conducta al gobierno y conocemos bastante el carácter intachable de ambos para persuadirnos que el móvil de esta medida fueron sus intenciones rectas. El general Padilla exigió que se permitiese la salida de las tropas que habían sido acuarteladas, ofreciendo desarmar a sus partidarios de Jimaní. En la noche de este día hubo una junta preparatoria en la guardia principal, donde parece que se trató de proceder a la prisión de todos los adictos al gobierno legítimo, sin que pudieran convenirse en si debía ser aquella misma noche o al día siguiente. En esta junta aparecieron algunos individuos que hasta entonces no habían figurado y entre ellos el capitán de E. M. Herrera, que pocos días antes había llegado de Bogotá de donde, se dice, salió para Ocaña en compañía del general Santander. De los movimientos ocurridos hasta el día 4 había dado parte por orden del comandante


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general el jefe del estado mayor en persona el Sr. General Montilla, quien se hallaba en la parroquia de Turbaco, en uso de licencia temporal, pero con la orden de reasumir el mando siempre que lo exigiesen conmociones populares o alguna invasión española. Este general que parece no había estado convencido de que la plaza se hallaba en el caso previsto por la citada orden, no tuvo por conveniente hacer uso de ella hasta el día 5 en que supo la variación en la comandancia general, y se penetró de la existencia de una facción, que tenía ya oprimidas a las autoridades del gobierno nacional. Deseoso de evitar un choque que, en el estado de las cosas, pudo haber ocasionado algunas desgracias, despachó para la plaza en la noche del 5 al 6 a los coroneles Rasch y Adlercreutz, y al jefe del E. M., con órdenes a los comandantes de los cuerpos de evacuar la plaza y reunírsele en Turbaco. Hemos oído decir que el jefe del E. M. se quedó en el Pie de la Popa para recibir y dirigir los cuerpos conforme fuesen saliendo, y que los coroneles citados, asociados del coronel comandante de Tiradores que hallaron fuera de la plaza, entraron en ella tarde de la noche y que no necesitaron más que enseñar la orden del gobierno que hacía reconocer al general Montilla y manifestar la comisión de que estaban encargados, para hallar prontos a los cuerpos para seguir la ruta que les indicaban el honor y su deber. A las dos de la mañana estaban ya los cuerpos fuera de la plaza con el mayor orden y sin que hubiera habido desgracia alguna, habiéndose dejado en sus respectivos puestos aquellas guardias, que custodiaban almacenes, cárceles y hospitales. A las tropas se reunieron cuantos jefes y empleados sueltos llegaron a traslucir su movimiento. Los oficiales comprometidos en la facción se dirigieron inmediatamente al general Padilla, aunque no ignoraban que el comandante general era el Sr. Piñeres y aquel general gritó desde el balcón de su casa que se daba por preso. Tranquilizado por los oficiales montó a caballo e hizo recoger las guardias para ocupar el castillo de San Felipe y la media-luna y en esta guardia fueron arrestados los coroneles Montes y Adlercreutz que iban en alcance de la columna.

Habiendo el general Montilla manifestado a la intendencia que reasumía el mando diose a reconocer, el día 6 en la plaza, a lo que parece accedió por un momento el general Padilla, pero, agolpándose en la intendencia los oficiales y algunos otros de la facción, a los que por primera vez se vio unido el doctor Ignacio Muñoz (hasta entonces enemigo acérrimo del general Padilla), se opusieron a la orden del gobierno negándose a que fuese reconocido el general Montilla, y un individuo ofreció clavar un puñal al general Padilla si después de haberlos comprometido abandonaba la empresa. Los tumultuarios arrebatando al general Padilla lo llevaron al convento de San Agustín donde se habían reunido cerca de doscientos hombres, que por bando de la intendencia debían tomar las armas, y a estos se dirigieron el general Padilla y el doctor Muñoz proclamándose el primero intendente y comandante general sin haber podido arrancar ni aun a aquel corto número del pueblo sino uno que otro viva. En seguida se presentó el general Padilla en el cuartel de la tropa que había quedado en la plaza, manifestando a los soldados que el pueblo lo había nombrado comandante general: y preguntándoles si lo querían imponer por tal, fue rechazada esta proposición con un no unánime. Sin embargo se envió un oficial al Sr. Intendente del departamento anunciándole que el pueblo y la tropa habían nombrado intendente y comandante general al Sr. Padilla; y el intendente viéndose en las garras de la facción, desocupó su puesto que quedó abandonado. El día 7 se trató de reunir la municipalidad para reconocer al nuevo intendente lo que no pudo efectuarse por la firmeza del jefe político que resistió la convocación y entonces arrepentido el general Padilla de su infructuoso ensayo quiso devolver la intendencia a la persona que la tenía por el gobierno nacional, pero el Sr. Ucrós se resistió a admitirla mientras no se reconociese también la autoridad del comandante general nombrado por el gobierno. En el Arsenal se había mandado armar varias flecheras y con ellas siguió un hermano del general Padilla a tomar el mando de los castillos de Bocachica, con orden a los alcaldes del pueblo de posesionarse de aquellas fortalezas con los habitantes, si su comandante


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se resistía. En efecto el jefe que manda los castillos se negó a obedecer a la facción y hasta el alcalde con el pueblo entró, según se dice, en las fortalezas para defenderlas en caso de ser asaltadas. Tal es el influjo que tiene el general Padilla entre aquella gente y el amor que le tiene. En este estado de cosas se determinó mandar a Turbaco una diputación a tratar de garantías con el Sr. General comandante general, no sabemos el resultado, pero oímos decir que el general Padilla manifestaba el mayor abatimiento y desesperación, acusando de apatía al pueblo, que no le fue posible mover, y de traidores a los oficiales que le habían ofrecido cooperación de los cuerpos sin poder contar con ellos. El día 8 hubo una entrevista entre el sr. Intendente y el sr. General Comandante general en la parroquia de Ternera, cuyo resultado ignoramos también, y este mismo día se reunieron espontáneamente los piquetes de tropa que habían quedado en la plaza y salieron a reunirse a sus banderas. Los milicianos dejaron sus fusiles en las guardias y se retiraron a sus casas. Sentimos decir que en esta salida hubo dos o tres heridos y un jornalero muerto, porque dio un machetazo alevoso a un soldado. La sociedad poco habrá perdido, si no es que ha ganado, con esta muerte, pues según entendemos le tocó esta suerte a un antiguo asesino que, como algunos otros, habían sabido eludir la justicia y las leyes. En la noche del mismo día se embarcó el general Padilla, con su hermano, y el Dr. Muñoz en el buque correo, y engañando al comandante de los castillos salieron por Bochachica con dirección a Tolú, según se dice, para seguir a Ocaña donde parece que espera protección. El día 9 entraron las tropas con el mismo orden con que habían salido: la tranquilidad se ha restablecido; las tiendas y los almacenes se han abierto: la confianza en un gobierno protector renace; la circulación en las calles aumenta, cuando antes estaban desiertas y solo se observaba en ellas a los grupos de la facción. Hemos sabido además que al visitar el Sr. Cónsul inglés con el comercio de su nación al Sr. Comandante general le dijo: que apenas supo que se aproximaban las tropas a la plaza arrió el pabellón de S. M. B. que había estado enarbolado en el consulado.

Suplicamos a nuestros lectores nos dispensen esta larga narración, por consideración a los motivos que nos han guiado; y nos persuadimos que todo el que la lea reconozca en los sucesos, que hemos detallado, la misma oculta mano que dirigió la insurrección militar en Lima. Esperamos se desengañe cualquiera que haya contado con el dócil y pacífico pueblo de Cartagena para sus miras particulares: que no se haga el insulto a la división militar del Magdalena de creerla capaz de someterse a una facción, sean cuales fuesen las formas con que se disfrace: que se dejen los anarquistas de basar sus planes sobre la supuesta influencia del general Padilla en Cartagena, pues que si poca tenía antes de los referidos sucesos, en adelante debe ser enteramente nula, y finalmente deseamos de todas veras que los comprometidos en los pasados desórdenes, que están descubiertos todos, y en todas sus ramificaciones se sometan de buena fe al imperio de la razón y del sentido común. No podemos menos que deplorar la infausta suerte del general Padilla que elevado, por sus anteriores servicios y por la política del gobierno, al más alto rango militar, colmado de beneficios más que cualquier otro general de la república, se ha despojado voluntariamente de su dignidad para colocarse a la cabeza de una facción que no tenía en su seno un solo hombre sensato. Amantes de la verdad confesaremos que tal vez se debe al general Padilla que no haya habido mayores desastres, pues sabemos que le fueron hechas varias proposiciones de saqueo, contribuciones, y exterminio a que nunca quiso acceder. ¿Pero qué supone esta moderación si sin el general Padilla jamás hubiera existido esta sublevación, que fue provocada y capitaneada por él? No nos atrevemos a pronosticar lo que hará el gobierno, pero el honor nacional, la fuerza moral del ejecutivo, la confianza de las naciones extranjeras, todo parece que exige medidas que manifiesten la existencia de un gobierno en Colombia. En todo caso creemos firmemente que el general Padilla ha dicho el último adiós a Cartagena, y nos fundamos en que nos parece, que ni puede, ni debe desear volver a un país,


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que ha sido testigo de sus vanos esfuerzos para trastornar el gobierno nacional y de su deserción del eminente puesto que ocupaba.

IMPRESO POR MANUEL M. GUERRERO [El Amanuense, o rejistro político i militar, Nº 44, Marzo 16 de 1828, Cartagena de Colombia]


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1828, Marzo 25. Papel titulado “a la impostura y la intriga, la justicia y la verdad”, mandado imprimir por Magdalena Padilla en defensa de su hermano, acusado por los tumultos populares de Cartagena. A LA IMPOSTURA Y LA INTRIGA LA JUSTICIA Y LA VERDAD En estos días han circulado varios papeles escritos por las manos alevosas que se han propuesto herir a los patriotas más ilustres y a los ciudadanos estimables, y no sólo llenar de consternación al virtuoso pueblo de Cartagena sino también cubrirlo de ignominia y de dolor. Entre estas producciones soeces se distinguen el Amanuense núm. 44, el Calamar y la Corneta, folletos que sería muy fácil indicar sus autores porque son muy conocidos por sus opiniones peregrinas. El honor y la naturaleza me imponen el deber de contestar a las acusaciones horribles con que se intenta vilipendiar las gloriosas proezas de mi hermano el general de división José Padilla, y si es lamentable la mezquina venganza de sus degradados enemigos, nunca deberán serlo los manejos ruines de un enjambre de aventureros infelices que en recompensa de la hospitalidad generosa que encontraron en los hijos de este suelo afilan el puñal para traspasarles el corazón. Si guardarse silencio y despreciase sus imposturas el eco ronco de sus intrigas resonaría en Colombia, que no estando informada por la imprenta de los atentados que se cometieron en los días seis, siete y ocho de los corrientes, pudieran poner en problema la reputación bien merecida de los esclarecidos campeones de la libertad. Por fortuna existen en esta ciudad hombres virtuosos y espíritus fuertes superiores a las amenazas, a los apremios, a la furia de las pasiones brutales, que en el medio de los aparatos de la opresión han sabido sostener con decoro la verdad y la justicia. Por ahora y mientras consigo los otros documentos de la deserción a medianoche de las tropas que guarnecían esta plaza dejando abandonados sus recintos el 5 del presente para dar el gran manifiesto justificativo de la conducta de mi hermano, insertó la acta de la I. C. que es la siguiente.

ACTA En la ciudad de Cartagena de Colombia en la mañana del día doce del mes de Marzo de mil ochocientos veinte y ocho se reunieron extraordinariamente en esta sala municipal los señores jefe político Francisco de Porras, municipales José Luis Paniza, Juan Crisóstomo del Castillo, José Pantaleón Pérez, Pablo Alcázar, Antonio Castañeda, Enrique Pardo, Francisco Zubiría; y el sr. procurador municipal interino Fernando de Pombo con el objeto de acordar lo conveniente a un oficio de once de marzo corriente del sr. comandante general del departamento benemérito general Mariano Montilla, que a la letra dice así: “Siendo de necesidad absoluta preparar los datos que deben justificar de una manera legal la ilegitimidad de los actos que tuvieron lugar en los días seis, siete, ocho y nueve de los corrientes, ya por tumultos populares ocasionados por una facción, ya por individuos aislados que eran los mismos facciosos; y debiendo estos mismos hechos justificarse con testigos presenciales que no hayan tenido parte en ellos: espera que esta I. C. se sirva certificar de modo que haga fe; si el día seis hubo una reunión tumultuaria a toque de tambores; quiénes estuvieron a la cabeza de ese motín; si hubieron gritos sediciosos que influyesen en la deposición de la primera autoridad civil del departamento de que clase era la reunión y si a estos actos concurrieron los padres de familia, los notables o algún propietario de la ciudad o del departamento. Si esta I. C. autorizó alguno o algunos de estos actos; si fue invitada para ello y por quién, y si accedió o no, o si el Sr. jefe político recibió algunas instrucciones de parte de los facciosos; últimamente que esta Ilustre corporación para salvar el honor comprometido de esta ilustre ciudad y vecindario declare franca y explícitamente quiénes fueron los amotinados y a qué clase pertenecía la gente que formó el tumulto referido, con todo lo demás que esta I. corporación sepa y pueda certificar con respecto a los acontecimientos pasados, hecho lo cual se servirá mandárselo legalizado para los fines expresados”. Leído que fue el sr. municipal Pablo


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Alcázar hizo la moción que también dice así: “Si las municipales como en todas las corporaciones gozan de la libertad de manifestar sus opiniones que por ellas puedan ser perseguidos, yo tengo la complacencia de manifestar a V. SS. las mías consecuente al oficio que esta fecha de ayer ha dirigido a esta I. C. el benemérito sr. general de división comandante general del departamento para que se le informe sobre los acontecimientos de los días cinco, seis, siete, ocho y nueve de los corrientes ocurridos en esta capital, y en su virtud soy de parecer se le conteste: que al recibir la municipalidad el citado oficio que en que pretende deponga como testigo de lo que lo que ha pasado en la plaza en los citados días, siente no corresponder a sus deseos porque en la ciudad no se ha experimentado otro desorden que el que pudo haber ocasionado la tropa la noche del cinco y la mañana del nueve, en que, desamparando cada cual su puesto ya excitados por algunos de fuera, o impulsados de algunos de dentro, salieron de la plaza y se dirigieron a la parroquia de Turbaco, dejándonos la última partida dos hombres del país muertos de balazos: que cuando el día cinco el sr. Coronel benemérito José Montes hizo dimisión del mando de las armas, según se dijo persuadiéndose que no merecía la confianza del pueblo, la municipalidad ni advirtió tumulto ni ruido, y que si lo hubo al menos desde que se dio a reconocer el benemérito sr. Coronel Juan Antonio Piñeres para el mismo mando, reinó la más perfecta tranquilidad: que la noticia de la salida de las tropas fue la que al amanecer puso al vecindario, no en tumulto, sino en una gran consternación reflexionando, como debieron reflexionar los causantes, que cruzando, como según se dice, buques enemigos en la costa de barlovento podían dirigirse a ocupar esta interesante plaza, y que en el mismo día por la tarde fue que se dijo que en el benemérito sr. General José Padilla habían recaído los mandos civil y militar: que si para esta novedad hubo alguna reunión de padres de familias propietarios u otras personas, la Municipalidad no lo ha visto, oído, ni entendido, ni ella ha sido excitada para autorizarlo: que solo ha sabido se había publicado un bando a toque de tambores y con

la formalidad conocida en que el sr. Intendente benemérito Vicente Ucrós prevenía que, para custodiar la plaza en unión de la milicia, se presentasen en el convento de san Agustín a las cuatro de la tarde del día seis todos los vecinos sin excepción de persona. Que la M. I. M. siente ver ofendido el honor de este virtuoso vecindario, y que siente que el Sr. general comandante general que le conoce como que en él ha hecho toda su carrera y que ha llegado al alto grado que ocupa en el ejército, haya creído que en él hubiese facciones cuando en el concepto de la municipalidad, y según el artículo 6º de la ley de veintiocho de julio del año décimo cuarto, facción y facciosos son los desafectos al sistema de libertad e independencia y no los que apoyan el sistema reclamando la misma libertad e independencia que concede la constitución, porque defender la constitución, las leyes y el gobierno, mientras la soberanía resuelve otra cosa, es un deber de todo pueblo ilustrado, y que si se omite decir algo a su señoría sobre la comisión que a nombre de la M. I. M. llevó hacia él, el Sr. síndico municipal Fernando Pombo para la entrada de las tropas en razón del estado de abandono en que se hallaba la plaza es porque su señoría está penetrado de este paso. —Este es mi voto que someto a la discusión de V. SS. para su deliberación”. Y después de una larga discusión los señores municipales José Pantaleón Pérez, Antonio Castañeda, y Enrique Pardo se adhirieron al voto que antecede, salvando el suyo el sr. municipal José Luis Paniza por no saber ni haber oído ninguno de los sucesos que se refieren. — Los señores Castillo y Zubiría dijeron: —que no sabían otra cosa que en la mañana del jueves seis del corriente había salido la mayor parte de la tropa a la parroquia de Turbaco: —que en el mismo día se publicó un bando en la forma acostumbrada, previniendo el sr. intendente Vicente Ucrós que sin excepción de persona se presentaran a las cuatro de la tarde en el cuartel de milicias de San Agustín, y que a la salida del último resto de la tropa habían matado dos paisanos que intentaron impedirla, y que en la ciudad no han oído, sabido, ni entendido,


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haya habido tumulto alguno. Y el sr. síndico y mun686icipal Fernando de Pombo dijo: —que el día cinco oyó decir que el sr. coronel Montes había hecho dimisión del mando porque no tenían confianza en él; y el día seis la salida de las tropas y desde esa hasta la fecha no vio ni robos ni desórdenes en la plaza. Y se acordó: —que con testimonio de la presente acta se conteste al sr. general comandante general benemérito general Mariano Montilla al oficio que la ha motivado. —En este estado hallándose enfermo el sr. municipal Paniza se retiró con el correspondiente permiso, y por ello no consta su firma. Con lo cual se concluyó la sesión que firman sus señorías conmigo el escribano secretario de que doy fe. Francisco de Porras. —Juan Crisóstomo del Castillo. —José Pantaleón Pérez. —Pablo Alcázar. —Antonio Castañeda. — Enrique Pardo. —Francisco Zubiría. —Fernando de Pombo. —Joaquín José Jiménez, escribano secretario.

con el objeto de calmar la agitación que había y sobre lo que tenía abiertas comunicaciones con V. S. —Dios guarde a V. S. —Francisco de Porras.

OFICIO. —República de Colombia. —Municipalidad. —Presidencia. —Cartagena marzo trece de mil ochocientos veinte y ocho. —Décimo octavo. — Al Sr. comandante general del departamento. —Consecuente al oficio de V. S. de once del corriente dirigido a la M. I. M. de esta ciudad para que se le informe sobre los acontecimientos ocurridos en esta capital en los días seis, siete, ocho, y nueve de los corrientes; ha celebrado ayer el acta que tengo el honor de acompañar a V. S. en copia legalizada. —Más como en las preguntas que contiene dicho oficio exige V. S. que se le informe si “yo he recibido alguna insinuación de parte de los facciosos”. Y como a esto ninguno puede responder más a ciencia propia que yo mismo diré a V. S. —que aunque circuló la noticia de que se me iba a invitar para reunir el cabildo a efecto de que se reconociese por comandante general de las armas e intendente al general José Padilla que se decía había sido proclamado, no se hizo tal comunicación, sino la de que con fecha siete del corriente me hizo el expresado general poniendo en conocimiento haber aceptado el destino de comandante general a que había sido aclamado

Compatriotas: éste es un bosquejo de las violencias que se han perpetrado y siguen cometiéndose con escándalo, éste el corto cuadro en que se demuestran los ultrajes que se han inferido a la vindicta pública, a la moral del ejército, y al pundonor de todos los colombianos expuestos a ser víctimas de resentimientos privados. Ved con espanto a esos malvados, invocar el nombre heroico del Libertador para comprometerlo como si ese ínclito magistrado fuese capaz de aprobar sus maquinaciones detestables y como si ignorase que el general Padilla ha sido uno de sus más fieles amigos y admiradores en tanto que algunos andaban errantes en las colonias para evitar el castigo de sus maldades. Cartagena marzo 25 de 1828. MAGDALENA PADILLA

El fiel copia del acta y oficio originales que comprende con los que la corregí y concerté, están y quedan, la primera en el libro segundo de acuerdos de la M. I. M. de esta ciudad, y el segundo en el copiador de oficios, y a ellos en lo necesario me remito. Y para entregar a la señora Magdalena Padilla como pidió en escrito fecha diez y nueve del corriente presentado al Sr. jefe político municipal de éste primer circuito presidente de la M. I. M. de esta ciudad, y está mandado por dicho Sr. en decreto del siguiente veinte, la doy en estas cinco fojas sus márgenes rubrico, signo y firmo en Cartagena de Colombia a los veinte y un días del mes de marzo de mil ochocientos veintiocho años. —Décimo octavo. —Hay un signo. —Joaquín José Jiménez, escribano secretario de la M. I. M.

CARTAGENA DE COLOMBIA IMPRESO POR MANUEL M. GUERRERO AÑO 1828 [Archivo General de la Nación, Sección República, Fondo Negocios Judiciales, tomo 2, ff. 451r-v]


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1828, Marzo 28. Respuesta de El Calamar al papel publicado por Magdalena Padilla en defensa de su hermano.

El calamar, EXTRAORDINARIO CARTAGENA DE COLOMBIA VIERNES 28 DE MARZO DE 1828. 18 LA IMPOSTURA Y LA INTRIGA LA JUSTICIA Y LA VERDAD Con este título pomposo hemos visto un [pap]el en forma de proclama que la Sra. [Mag]dalena Padilla dirige al pueblo de Car[tage]na en desagravio de los hechos de su [her]mano el general Padilla, que tuvieron [luga]r en los días 6, 7 y 8 del corriente, [d?]ando por contraseña la muy bastarda [acta] de la muy I. municipalidad de esta [ciud]ad. Nosotros no diríamos una sola pa[labr]a, si no fuésemos gratuitamente provo[cado]s en el exordio de su proclama, como [uno?] de los agentes que, en su concepto, han [inc?]urrido para calumniar a su hermano; [nos?] contentaríamos con callar y con llorar [lar]gamente la suerte de este pueblo ino[cente], vilipendiado, insultado, y ultrajado [por] tres criminales insignes, que afrentan [con] su presencia el santuario de las leyes [y de] la moral; más aún, hubiéramos perdo[nado] en la Sra. Padilla la audacia de su aboga[do si] una hipótesis maliciosa no hiriese nues[tra d]elicadeza. —No es contra vos, Sra. que [nos] dirigimos; vuestro sexo os pone a [cubi?]erto de nuestra venganza, de nuestro [desa]gravio; pero vuestros consejeros han [empe]orado la causa de vuestro hermano, y [pese?] del silencio que hemos guardado sobre sus atentados, nos vemos forzados a hablaros en un lenguaje que nos parece justo; sin embargo, ni la pasión ni la venalidad ni el interés son nuestros móviles, sólo la vindicta pública nos guía, oíd, pues. Dice vuestro abogado que el Calamar (prescindimos del Amanuense y Corneta, cuyos Redactores no conocemos y a quiénes toca vindicarse) es una producción soez que se ha propuesto herir a los patriotas más ilustres y a los ciudadanos estimables, y no sólo llenar de

consternación al virtuoso pueblo de Cartagena sino también cubrirlo de ignominia y de dolor. — Sea o no soez el Calamar en cualquier grado que lo consideréis ¿cuáles son los patriotas ilustres y ciudadanos estimables que ha atacado, ni el instante de dolor que ha causado a Cartagena? A vuestro hermano le ha rendido el único homenaje que pudo merecer, atribuyéndole a virtud lo que quizás fue efecto de temor, la seguridad personal de los habitantes de esta plaza; todo cuanto ha dicho el Calamar hasta ahora es tan vago que nadie podrá juzgarse agraviado a menos que la conciencia no dicte a alguno el aplicarse sus observaciones ¿quién es la persona que se nombra? Algunas señales que pueden confundir a vuestro hermano con su compañero de escape ¿no son más aplicables a éste que a aquél? Justamente el epíteto más notable corresponde tanto al uno como al otro ¿y por qué lo habéis de apropiar a vuestro hermano? ¿Cuáles fueron esas acusaciones horribles con que se ha intentado vilipendiar las gloriosas proezas del general Padilla? Seríamos los primeros en sostener siempre sus servicios a la patria; y ofuscarlos no sería mezquina venganza, como decía, sino necedad, porque nadie podrá dudar de que él ha sido un ilustre servidor sobradamente recompensado, y que ha dado días de gloria a la República que no han sido infructuosos para él. —Negar que vuestro hermano es un general de crédito no se atrevería a tanto este papel ¿en qué parte pues habéis leído los vilipendios de sus hazañas? Soñáis, o os informaron mal, Sra. —¿en dónde está ese dolor agudo de que se queja el pueblo de Cartagena causado por la ponzoña del Calamar? Solamente vos, Sra. y vuestro abogado sentisteis la picada de nuestro aguijón, herida que no os hubiera mortificado sin la curación que pretendisteis aplicarla; pero en vano buscáis en nuestras páginas motivos para hallar a vuestro hermano entre nuestros tiros, el único ofendido es vuestro patrono, y pagamos a vuestro nombre el pecado de haber sido demasiado moderados hasta aquí para no decir muchas verdades que ahora oiréis a pesar vuestro. Aventureros nos llamáis ¿Qué entendéis por aventureros? ¿Un advenedizo, o alguno que busca


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aventuras? Si lo primero ¿qué más derecho tiene vuestro hermano que nació en Rio Hacha para apropiarse el título de hijo de este suelo que otro que nació un poco más allá o más adentro? Y si lo segundo ¿quién es el que ha buscado las aventuras, nosotros que estamos aquí, o los que en comparsa de caballero y escudero andan por este mundo deshaciendo tuertos y ofreciendo sus servicios a algún Príncipe a quien un gigante ha echado de sus estados? Tampoco merecen el dictado de aventureros los que sirven a Colombia sin patria; todos tenemos un lugar en donde nacimos y tenían patria los colombianos que libertaron al Perú, sin embargo habréis oído llamarnos allí últimamente aventureros, advenedizos, extranjeros y briganes. —Apeláis a Colombia para que conozca los atentados de los días 6, 7 y 8 de los corrientes que pudieran poner en problema la reputación bien merecida de los esclarecidos campeones de la libertad; oíd el fallo. —La voz pública, el grito general condena a vuestro hermano como el autor de todo lo causado; él ha puesto en consternación a esta ciudad armando al populacho, y destruyendo los vínculos sagrados de la sociedad que son el respeto por las autoridades constituidas. —Sí; vuestro hermano, Sra., ha sido el jefe de una facción que trabajaba ha mucho por destruir al gobierno nacional bajo las garantías de la confianza ilimitada del jefe de ese gobierno en su persona; la perfidia más negra ha sido la gratitud tributada por vuestro hermano a su bienhechor, al hombre único que lo sostenía en su puesto. ¿Podréis negar que vuestro hermano presidía en persona antes de los días que indicáis a una junta celebrada muchas veces en secreto contra las leyes y decretos del ejecutivo, arengando y declamando contra la arbitrariedad del Libertador y sugiriendo la idea de sustituirle el general Santander que era el amigo del pueblo? No lo negaréis, porque lo afirman todos sus cómplices por declaraciones que no pueden revocarse a duda. ¿Negaréis que el mismo hizo deponer al comandante general de las armas nombrado por el gobierno, y suplantar otro individuo que no podría nunca ocupar este rango por la ley de sucesión de mandos? No! Porque están presente el

coronel Montes, el intendente Ucrós, el presidente de la corte y el coronel Piñeres, ¿cuáles fueron los motivos que le obligaron a cometer ese atentado inaudito? La desconfianza del pueblo, decía él, contra el coronel Montes; y por qué desconfiaba el pueblo? Cuál era ese pueblo con que amenazaba el general Padilla a las autoridades legítimas? Qué motivos había dado el coronel Montes para esta desconfianza? Cuántos padres de familia, cuántos notables, cuántos propietarios o comerciantes concurrieron a formar ese pueblo desconfiado que se puso bajo la protección de la espada de vuestro hermano? ¿Y toda esa farsa del pueblo y de desconfianza honra mucho al general Padilla? No, Sra., vos conocéis bien al pueblo desconfiado; sabéis los motivos de la deposición del coronel Montes, porque vuestro abogado fue uno de los criminales que coadyuvaron a ella. Vuestro hermano desde el día 29 de febrero se puso en estado de guerra con una porción de hombres que él creía contrarios a sus miras; alabó a algunos y amenazó a otros creyendo que era todavía éste el tiempo en que un hombre hacía tragar saliva a otro con arrugarle la frente; habréis sido testigos sin duda de la escandalosa ocurrencia del día 2 del corriente en la comedia, en que vuestro hermano armado amenazó con una pistola al teniente Céspedes, insultó a otro oficial, y se des[en]mascaró con amenazas a todos los que no pensaban como él, llamando serviles a una porción de ciudadanos que podrían darle lecciones útiles de libertad. —El día 3 visitó algunas guardias, habló a algunos sargentos, concurrió a una reunión por la noche en que entre los conjurados habló como un furioso; y esto después de haber empeñado solemnemente su palabra de no mezclarse más en la desavenencia de los oficiales que él mismo había suscitado. —El día 4 se presentó de nuevo al intendente y al comandante general y prometió ponerse a la cabeza del pueblo armado para vengar no sé qué injurias, y el 5 dijo abiertamente que era necesario que el coronel Montes dejase el mando, y lo dejó como queda dicho. —¿Son suposiciones todo lo que queda dicho? Podréis negarlo a la vista de todo este vecindario! Y si es todo verdad ¿qué carácter queréis que se le de a esta farsa?


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Qué lugar debe ocupar en ella vuestro hermano! Dispensad, Sra., la dureza de nuestro lenguaje, provocado por la insolente nota de vuestro abogado. —El general Padilla hasta aquí representa el papel de un caudillo incendiario, de un faccioso encubierto, de un alevoso perturbador; mas adelante muda de carácter, es un amotinado, es un criminal insigne que viola todas las leyes abiertamente a mano armada, que destruye la sociedad aniquilando y trastornando al gobierno. Las miras insidiosas del general Padilla habían traslucido ha mucho tiempo, y sólo el respeto por su rango y por sus anteriores servicios lo hacían tolerable. —El general Montilla tenía la orden del gobierno para ponerse a la cabeza del departamento en caso de una conmoción o de temor de que la hubiese; él era informado de todos estos pasos y los conatos del general Padilla seguidos de actos escandalosos desde el día 29 de febrero hasta el 5 de marzo no dejaban duda de que había una premeditada insurrección; el clamor de los oficiales que se hallaban comprometidos; las amenazas del general Padilla con la misma tropa, sus esfuerzos por ganarla; el estado de desorden en que puso a los cuerpos el coronel Piñeres con la orden del día 5, y los datos fundados de que un momento más de demora sería nuestra ruina, hizo tomar el expediente de hacer salir la tropa para evitar con la entrada del general Montilla una oposición a mano armada y por consecuencia la efusión de sangre que sería consecuencia inevitable; el resultado ha justificado plenamente la medida. Dejemos otros pormenores y díganos la Sra. Padilla ¿por qué no se llevó a efecto la orden general del coronel Piñeres reconociendo por comandante general al general Montilla en virtud de la del gobierno a que obedeció prontamente? Quién nombró al general Padilla comandante general e intendente del departamento el día 6? El [pueb]lo dirán. ¿Cuál era ese pueblo? ¿En dón[de e]staba el cabildo entonces? ¿cuántos pa[dres] de familia concurrieron a este acto y [en] dónde existe el acta de los notables [que] le confirieron estos destinos? Si hubo [un?] pueblo ¿en dónde está el testimonio de [sus] deliberaciones? Y si

no hubo ¿por qué [al] intendente Ucrós se le intimó de parte [de] un oficial que ya no era intendente por[que] el general Padilla había sido proclama[do] comandante general e intendente por el [pu]eblo? Si así no fue, ha faltado a la ver[da]d el Sr. Ucrós certificándolo y aseguran[do] la existencia de éste atentado; y si ha [ex]istido este amotinamiento ¿a quién sino [a] vuestro hermano se le puede atribuir? Se[gu]ramente no fue el pueblo el que obró [de] este modo, porque sería ser demasiado [inju?]sto equivocar los vecinos honrados de [Ca]rtagena con un populacho compuesto de [jornal]eros y esclavos tumultuariamente reuni[dos], y animados por la ponzoñosa lengua [del] malvado Muñoz; de ese populacho, [qui]zás también inocente, fue de dónde salió [la] deposición del intendente Ucrós y el des[obe]decimiento al gobierno desentendiéndose [de] la orden general del Sr. Piñeres: entonces [con] gritos de viva y muera apresuraron la reti[rad]a de algunos ciudadanos que estaban [aco]mpañando al intendente, y el asunto [que]dó entregado a un tumulto informe pre[???]to de una facción bien conocida. Podréis negar estos hechos? Y si lo po[néis] en duda; dirigíos al presidente de la [cort]e y preguntadle ¿por qué saludó al general [Pad]illa en la casa del gobierno con un discurso [???]diado en que aplaudía su llamamiento [???]as dichas autoridades por sus grandes [virt]udes y sublimes talentos? Lo negará [tam]bién el Sr. presidente? No, porque si [lleg]ase a tanto su impudencia; le presenta[rem]os los certificados de muchos individuos [ami]gos de su elocuente rapsodia. [En] fin Sra., fueron tantos y tan escandalosos [los] hechos que condenan a vuestro hermano y que [const]an de cinco sumarios y de infinidades de [otros] documentos, que no concluiríamos nunca, si pretendiésemos enumerarlos. — Baste deciros que ni toda la travesura del foro sería capaz de trastornar la evidencia de su criminalidad y de su ingratitud hacia su bienhechor, hacía el Libertador Presidente. En cuanto a la acta de la M. I. M. permitid que os diga que ella es hechura de los cómplices de


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vuestro hermano, tres de los más empeñados en negar los hechos han sido justamente los que han concurrido a las juntas y cometido en esos días de luto crímenes atroces; uno de ellos ha amenazado con un puñal al hijo de un ciudadano honrado; el otro alarmaba con su petulancia al partido que llevaba el mote —muerte, muerte—. Ellos no han tenido la fortaleza bastante para negar los hechos en sus declaraciones ¿y tan insignes criminales podrán jamás ser el conducto de los verdaderos y nobles sentimientos del ilustre pueblo de Cartagena? No, Sra., ellos han sido desmentidos por el procurador general y por el Sr. intendente, órganos mucho más dignos de crédito que esta gavilla de malhechores; hablamos de los tres que mas se señalan y sentimos dentro de nuestro corazón verlos entre otros ciudadanos que no tienen más defecto que debilidad y cobardía y que por esto han sido arrastrados por la arrogancia de la impunidad imperdonable de aquellos perturbadores.

Lamentamos como vos, Sra. las maquinaciones detestables de esos malvados, y sentimos que el Libertador creyese que el general Padilla de buena fe fuese uno de sus más fieles amigos y admiradores, porque esta creencia nos ha proporcionado un desengaño fatal; al mismo tiempo que pudo habernos sepultado en un abismo de males, si algunos de los que andaban errantes en las colonias vueltos sobre sus pasos no se hubiesen presentado a salvarnos cuando vuestro hermano perpetraba el más horrendo delito. EL CALAMAR IMPRENTA DE EDUARDO HERNÁNDEZ [Documento cortado en el original. Archivo General de la Nación, Sección República, Fondo Negocios Judiciales, tomo 2, ff. 452r, 488ª, 448v]


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1828, Julio 25. Aviso del abogado Ignacio Muñoz de no poder comparecer en el juicio que se le sigue por la causa de José Padilla. Excmo. Sr. Libertador Presidente. El Dr. Ignacio Muñoz, abogado vecino de esta, enfermo y preso a consecuencia de los sucesos del último Marzo, ante V. E. con el debido respeto hago presente: que ahora dos semanas se me intimó por la comandancia General providencia para comparecer en esa sin saber el objeto. Para juzgarme no pude ser después de la declaratoria de V. E. de que los comprehendidos en los indicados sucesos le sean por las leyes comunes que designan por único tribunal competente el de los jueces Municipales del Cantón. Para ser testigo en la causa del Benemérito Sr. General José Padilla tampoco se me puede obligar conforme a las leyes, y mucho menos costeándome de mi bolsillo, y perdiendo lo que dejo de ganar durante el viaje de ida y vuelta. A pesar de todo, mis deseos serían complacer al Gobierno; pero los males que he sufrido y sufro a consecuencia de una enfermedad aguda de que no estoy todavía restablecido, y que me ha dejado casi ciego me impiden cumplir sus expresadas órdenes sin exponer con evidencia mi vida.

Con esta consideración y la de que para ratificarme en cualquiera declaración no es necesaria mi presencia en esa, suplico rendidamente a V. E. se sirva mandar, se me juzgue, si se quiere, en esta, en donde puedo producir las pruebas de mi inocencia, de que debe estar hoy bien seguro el Sr. Comandante General, cuando al hacer mi última delación, me ofreció bajo su palabra de honor declararme absuelto de todo cargo, y concederme pasaporte para fuera de Colombia, o darme las seguridades necesarias para existir en el país, el cumplimiento de cuya promesa es debido también hoy a la justicia que imploro en Cartagena a 25 de Julio de 1828. 18º Excmo. Sr. Dr. Ignacio Muñoz [Al margen] Bogotá Agosto 19 de 1828 Resuelto: que se diga al jefe superior del Magdalena haga cumplir la orden para que el Dr. Ignacio Muñoz sea remitido a esta capital. El secretario del interior. Restrepo Cumplido [Archivo General de la Nación, Sección República, Fondo Peticiones y Solicitudes, tomo 9, ff. 792r-v]


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1831, Mayo 31. Documentos relativos a una supuesta cuenta bancaria que tenía el difunto José Padilla en Londres. Al Sr. Ministro de Estado en el Departamento de Hacienda. Al dirigir a V. S. en 12 de Septiembre último las diligencias promovidas para averiguar si existe en el banco de Londres el depósito de ochenta mil pesos pertenecientes al difunto ex general José Padilla según el denuncio que dio su sobrino Francisco Ballesteros, indiqué a V. S. que se oficiaba a nuestro Ministro Plenipotenciario en Londres para que tomara las providencias necesarias a asegurar aquellos fondos como pertenecientes a la República, y cuyo resultado hasta ahora no ha sido otro que el que servirá V. S. ver en la comunicación original que tengo el honor de acompañar para los fines convenientes. Dios guarde a V. S. Juan de Dios Amador [Al margen] Acompaña una comunicación de nuestro Ministro en Londres relativa a la averiguación que se le encargó hiciese sobre la existencia en aquel banco de ochenta mil pesos pertenecientes al difunto ex General Padilla. Mayo 31 de 1830 Resuelto: que se pidan al ministerio de la Guerra las diligencias que en conformidad de la resolución de 14 de octubre último se hayan practicado. El Ministro de Hacienda. Márquez Bogotá, Mayo 31 de 1830 Resuelto: que se remita a la República el expediente instruido para averiguar la existencia en el banco de Londres de los 80.000 pesos de la propiedad del ex general Padilla, denunciados por Francisco Ballesteros, cuyo expediente ha dirigido a este ministerio de la Guerra con fecha 29 del pasado, pero que por aquella Prefectura se continúen practicando las diligencias que se juzguen necesarias. El Ministro de Hacienda. Márquez

Cumplido en cinco de Mayo de 1830 Legación de Colombia cerca de S. M. B. 71 Harley Street, Londres, Enero 6 de 1830 Al Sr. Prefecto del Magdalena Señor Como lo ofrecí a V. S. en un oficio de 18 de Diciembre del año pasado, tomé las medidas que me parecieron más a propósito para averiguar si existía en el Banco de Inglaterra el depósito de los ochenta mil pesos pertenecientes al difunto ex General Padilla, a que V. S. se refirió en su comunicación de 17 de Septiembre último, y siento informar a V. S. que hasta ahora el resultado no ha correspondido a mis deseos, como lo verá V. S. por los documentos que tengo el honor de acompañarle. En este momento recibo el apreciable oficio de V. S. de 4 de Noviembre en que V. S. me comunica las importantísimas noticias de la paz entre Colombia y el Perú, derrota del General Córdova y completo restablecimiento de la tranquilidad pública en la provincia de Antioquia. Voy a extractarlas sin pérdida de tiempo para que se publiquen en los diarios de esta Capital. Felicitando a V. S. por tan plausibles sucesos tengo el honor de repetirme con sentimiento de la mayor estimación. Su muy humilde y obediente servidor. J. F. Madrid Copia Nº 1 Londres, Enero 6 de 1830 Mi muy estimado Señor. Participo a V. E. que en virtud de sus instrucciones he hecho en el “Bullion office” en el Banco las averiguaciones radicadas en la nota dirigida a V. E. por el señor Prefecto del Magdalena, para poder descubrir si existe en aquel depósito algunas cantidades, sean en nombre del ex General José Padilla, o en el de la Señora Ana Romero, y me consta que entre los caudales no reclamados, ninguno existe registrado ni en uno ni otro nombre, ni tampoco depósito no reclamado que corresponda a una específica cantidad como la de ochenta mil pesos más o menos, ni tienen memoria que el del nombre de


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Padilla se halle en los registros ni en índice alguno para poder averiguar si efectivamente haya existido en la naturaleza de depósitos en oro o plata en el Banco. Mis indagaciones en el particular, no han podido extenderse más que a los caudales que no son reclamados, y en caso de que hayan venido al Banco remesas en metálico por cuenta del ex General Padilla al cuidado de un corresponsal suyo, o sea en el origen transado por su cuenta bajo otro nombre, V. E. bien podrá concebir cuán difícil es averiguar, entre la multitud de transacciones activas en el Banco, con los datos escasos que contiene la nota de Señor Prefecto. Puede ser que un corresponsal haya hecho quizá inversión en otros valores que produzcan réditos o utilidades al interesado. Suponiendo que esta cantidad se hubiese invertido en fondos ingleses hay personas que se dedican exclusivamente a hacer estas averiguaciones recompensándolas por este trabajo, y si V. E. juzgase conveniente que se emplee una persona para que recorra si aparece una inscripción en nombre del ex General José Padilla ruego a V. E. me lo comunique. Quedo de V. E. &a. Carlos Allsopp. Vicecónsul encargado del Consulado General de Colombia en Londres. A V. E. el Honorable Sr. José Fernández Madrid. Es copia, Joaquín García de Toledo

Copia Nº 2 Dear Sir: We have the honor to acquaint you, that we have cursed inquiry to be made at the Bank of England, and that we learn, the money has been deposited there, on account of General Jose Padilla, of Carthagena. We will inform you, tomorrow, whether there is any stock, standing in his name, in the Books of the Bank. We have the honor to be very respectfully. Sir, your faithful, obedient servant. Thomas Wilson C. Wamford Court. London 5 January 1830. The Honorable José F. Madrid. Es copia Joaquín García de Toledo Al Señor Secretario de Relaciones Interiores Señor Tengo la honra de incluir a V. S. una representación en que solicito se restablezca a mi legítimo hermano José Padilla sacrificado por la libertad en sus honores y dignidades mandar devolver a mi hermano como único heredero los bienes que existen todavía embargados. V. S. se dignará elevarla al conocimiento de su Excelencia el Vice Presidente de la República para la resolución competente. Dios guarde a V. S. Cartagena Julio 8 de 1831 Magdalena Padilla [Archivo General de la Nación, Sección República, Fondo Historia, tomo 1, ff. 190r-194r]



TRANSCRIPCIÓN Y COMPILACIÓN

Magali Carrillo Rocha. Socióloga de la Universidad Nacional de Colombia y Magíster en Historia del Instituto de Altos Estudios para América Latina de París. Candidata a Doctora en Historia por la Universidad de la Sorbona de la misma ciudad. Su último libro es 1809: Todos los peligros y esperanzas, Bucaramanga, Universidad Industrial de Santander, Colección Bicentenario, 2011, 2 tomos.




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