En los años sesenta del pasado siglo, el Parque de Santa Catalina se codeaba en cosmopolitismo con los grandes epicentros europeos de la gran movida cultural que alumbró el movimiento hippy, el mayo del 68 en Francia, y todo un imparable tsunami que removió los cimientos de la sociedad.
Había un trasvase continuo, por ejemplo, entre la parisina Plaza de Tertre y el 'Santa Catalina Parken' con su hijuela natural de 'Ripoche Street'. En pleno Montmartre, al pie de Sacre Coeur, era frecuente tropezarse con pintores ambulantes que en la temporada de invierno ofrecían sus retratos, caricaturas o paisajes en el Puerto de La Luz. Todavía no había empezado el 'boom' del sur, sin panza de burro, con la fuga en masa de los turistas. En 1967, Las Canteras y Santa Catalina formaban los polos de atracción de decenas de miles de nórdicos, todos parte del suequerío, que se ponían colorados como perinquenes tendidos al sol, por el día, y que tras las cenas, en los intempestivos horarios europeos de media tarde, tenían como principal punto de encuentro el Santa Catalina, desde donde se distribuían a los cientos de boites y bares hasta bien entrada la madrugada.
El Parque era como un microclima, una reserva en territorio sioux que tenía su propia fauna invariable. Un conjunto de personajes cuyas peculiaridades los convirtió en un componente vital de la personalidad del recinto (ahora destrozado por el 'caterpillar' de la bobería posmoderna) y en un elemento inseparable, aunque a algunos pueda parecer extraordinario, del atractivo turístico de la ciudad. Muchos iban y venían llevados por los vientos que unos meses soplaban hacia Canarias y otros hacía el Mediterráneo, o hacía el tiempo detenido de París o Roma. Pero otros eran genuinamente locales. Parte del paisaje urbano.
LA PROVINCIA había iniciado su segunda etapa en diciembre de 1966. En los primeros meses de 1967, y tras un par de cartas al director y algunas gacetillas o artículos de menor cuantía el director, José Luis Martínez Albertos, encargó al reportero casi adolescente que entrevistara a gente corriente, "a esas personas que están ahí, a la vista de todos, que conocen más los turistas que los de aquí".
Fue así como se eligió al protagonista de la primera entrevista del reportero: Lolita Pluma. Y como se siguió, durante semanas, hablando con Los filósofos del Parque.