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ARTHUR y La Isla del lobo
Hace algunos años, viví un tiempo en casa de mi tía Meriann, en la Bahía de André, pintoresco balneario costero, donde disfrutaba de las playas, la comida marina, de las visitas en lancha por donde viven los lobos de mar y de las aventuras de los pescadores que se reunían en el antiguo muelle a farfullar sus historias. Cuando cumplí los 15 años, en verano mi hermano y yo, visitamos a los familiares en la Bahía, impaciente por salir a saludar a los amigos de barrio a los cuales no veía hace mucho, me escabullí por la puerta de servicio. -
¡Hola Pedrín!, veo que el barrio y los amigos siguen aquí como siempre, has crecido y te salieron algunos bigotes ja,ja,ja, mira yo también tengo los míos.
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¡Hey José! que dice tu linda tierra, acá nosotros todo igual, vamos, allá está la mancha.
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Ya va a ser hora que el viejo Arthur, siga con esa sorprendente historia de ayer, miren, el sol se está poniendo, corran chicos. Dijo uno de los muchachos.
Todo el grupo de zarandillos y yo, fuimos al muelle para escuchar la narración que cambiaría mi vida y la de mi hermano. Luego de unos minutos corriendo, llegamos y los pescadores ya estaban sentados frente al “Lizard”, el bote del viejo Arthur, quien era un hombre arrugado, de sombrero y camisa sucios, crecida barba y algunas cicatrices en sus grandes y toscas manos. -
Como ayer contaba, todo comienza cuando Harold, mi recordado hermano menor, tenía una enfermedad en la sangre, que hacía que en toda su piel le salgan horribles llagas, haciéndole gritar de dolor.
El veterano y rudo pescador, hizo una pausa respirando profundamente y continuó. -
Los médicos de esa época no podían curar el mal que aquejaba a Harold, por ello, en mi juventud, debía trabajar más duro para conseguir dinero y así consultar uno y otro doctor, nuestro padre que ya no tenía la juventud consigo no podía pescar más. Un día común de trabajo, la corriente me llevó más adentro de lo acostumbrado, pero como la captura era tan abundante no le di mayor importancia, casi al crepúsculo, ya no se veía la costa, solo muy a lo
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lejos pude divisar entre la bruma una pequeña isla de rocas, donde me dirigí remando con mucha fuerza. El relato inmediatamente captó mi atención, porque mi hermano también tenía una extraña enfermedad, que hacía que se desmaye constantemente y le duela mucho la cabeza, así que me acerqué un poco más al añejo y barbado hombre de mar, a quien se le humedecían los ojos al hablar de Harold, profundizando más su mirada triste y perdida. -
Ya estaba exhausto de tanto remar, hasta que por fin, llegué a una parte de la isla donde amarré el bote y me dispuse a pasar la noche, porque a esa hora ya no podía regresar a la bahía, caminé un poco entre las peñas y vi una pequeña gruta donde podía refugiarme. Tardé algún tiempo en encender el fuego e iluminar esa parte del desolado lugar, cuando de pronto escuché un ruido muy fuerte que venía del interior de la cueva, pero lo extraño, es que me parecía que entre los rugidos se articulaban palabras que yo podía entender.
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Ya es tarde José, es hora de volver, me dijo Pedrín, muy impaciente. ¿Estás loco? No puedo dejar esta historia a la mitad, le contesté, ¡yo me quedo! Bueno, pero si preguntan, dónde estás, responderé, que no te vi.
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Ciertamente, no podía dejar esta narración, porque se parecía tanto a mi realidad de tener un hermano enfermo y quería saber cómo terminaba la historia, además estaba de vacaciones y comprenderían si llegaba un poco tarde. -
Con voz estruendosa, gruesa y entre rugidos que me hablaban, pude notar que se trataba de un enorme y viejo lobo de mar que se acercaba y decía. No tengas miedo, sé que tu hermano está enfermo… Bastaron esas palabras para que no empiece a correr para salvar mi vida y salir de ese lugar. Arthur, siéntate y escucha mi voz, Harold sufre una maldición que lanzó el espíritu de “Squard”, el Pez Vela que hace tantos años atrapó tu padre en estas aguas, pues se trataba del protector de la Bahía de André, donde ustedes recogen el pescado que los mismos guardianes permiten para el sustento de los humanos y al atraparlo inició el anatema. - ¿Pero qué?, ¿Acaso será posible que un lobo de mar esté hablando conmigo? me preguntaba, mientras miraba abrumado su enorme figura, que seguía erguido, gruñendo y hablando. - Toma esta caracola, llévala a casa y haz beber a tu hermano el agua que se encuentra dentro y verás que en breve sanará totalmente, pero
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recuerda, tienes que traérmela al día siguiente de la recuperación de Harold o la maldición volverá y con mayor fuerza. Tal y como dijo, volví a casa e hice beber el agua de la caracola a mi hermano, que rápidamente se incorporó, me abrazó mostrándome sus brazos sin llagas y me dijo ¡mira! estoy curado. Mi felicidad fue tan grande que olvidé por completo cumplir con devolver la caracola. Habían pasado ya dos días y al abordar el Lizard para ir de pesca, recordé la promesa, fue en ese momento que vi una figura conocida que se levantaba entre las olas, corrí nuevamente a casa y encontré a mi hermano tendido en el piso totalmente inerte.
Tras escuchar la historia del pescador, lleno de esperanzas, no paré hasta realizar la misma travesía narrada por Arthur, con mucha dificultad, conseguí un bote y me dirigí a la isla del lobo de mar, que efectivamente se presentó y me entregó la caracola, cuya agua di de tomar a mi hermano y que juntos al día siguiente, en la misma isla, la devolvimos con el agradecimiento infinito por haber devuelto la salud a mi hermano.
FIN