labatallacultural DICIEMBRE DE 2015
EDICIÓN
NÚMERO 10
DIRECCIÓN
GENERAL ARAM AHARONIAN Y CARLOS ALBERTO VILLALBA
EDITOR
MIGUEL RUSSO
HORACIO GONZÁLEZ
“TODA SOCIEDAD ES UN LIBRO CUYA ESCRITURA NO ESTÁ TERMINADA”
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ENTREVISTA
13 al 19 de diciembre de 2015
HORACIO GONZÁLEZ. SOCIÓLOGO, ESCRITOR Y ENSAYISTA
El cambio de gobierno, el universo político y el gerencial, nuevas y viejas terminologías, errores y logros: una charla con el intelectual que acaba de cerrar su ciclo al frente de la Biblioteca Nacional. n 2011, Beatriz Sarlo escribía en la revista Noticias que el kirchnerismo había ganado una batalla cultural.” Hoy, cuatro años después, Horacio González, quien fuera hasta el 10 de diciembre (ver carta de renuncia) titular de la Biblioteca Nacional, y es, sin fecha de vencimiento, uno de los referentes culturales más importantes del país, es la persona apropiada para evaluar la continuidad de aquella afirmación. “En primer lugar –abre la charla González–, se escogió un término, que todos usamos, como ‘batalla cultural’, que no sé si era el más apropiado. Nos ponía demasiado en predisposición de establecer términos de combate. Eso fue tomado por una falta de adecuación a los términos del republicanismo. Y, a su vez, ‘republicanismo’ pasó a ser una palabra sumamente vaciada, como muchas de las que se emplearon. Esa fue una característica que hay que tener en cuenta: para emplear una palabra en este período histórico
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hubo que vaciarla mucho.” –¿Por qué? –Porque empleamos la vieja terminología de la política, la que se hacía en la época de Sáenz Peña, pero en realidad estaban todas las palabras dislocadas. La que nos incluye, “batalla cultural”, provocaba una secreta alegría, porque recordaba cierta terminología de índole estratégica, basada en la idea de conducción política que remitía a las equivalencias entre la política y el orden militar que, a su vez, remitía a un Clausewitz cultural. Tendríamos que haber apelado menos al Clausewitz, por más cultural que sea, y observar la posibilidad de defi nir la batalla cultural con otros elementos de las grandes tradiciones de la fi losofía o de la historia. –Eso en cuanto a la elección de las palabras. ¿Y en cuanto a la simbología? –Hubo una apelación a Jauretche y un giro hacia el revisionismo histórico, pero esos no los considero elemen-
tos fundamentales del período. Creo que quizás lo que hubiéramos debido hacer... –Eso de “lo que hubiéramos debido hacer” suena a autocrítica... –Es cierto. Pero, ojo, decimos “autocrítica”, otra palabra también vaciada de contenido, y habría que reintegrarla porque es lo que debemos y queremos hacer. –Volvamos a los otros elementos fundamentales en lugar del “Clausewitz por más cultural que sea”. –Quizás tendríamos que haber recurrido a un Hegel cultural o algo que vea la formación cultural argentina de una manera más compleja de la que la vimos. Por ejemplo, tomamos ideas de los estudios culturales norteamericanos, que remitían a un núcleo de justicia muy fuerte, que es la idea de pueblos originarios. Pero la batalla cultural que correspondió a esa idea no estaba bien sostenida en la vida real de los pueblos originarios, sobre todo en Formosa, evidentemente. Y se pro-
puso un canje discutible de esculturas, como la de Colón por Juana Azurduy, siendo que las dos figuras tienen que estar presentes. Todo presente tiene el derecho de interrogación. La batalla cultural, si aceptamos ese concepto, es un derecho de interrogación lúcida sobre el pasado. Mientras que acá hubo una sustitución muy brusca, ni más ni menos que a veinte metros de la Casa de Gobierno. El kirchnerismo se caracterizó y se caracterizará por indagar símbolos. Y por declararse capaz de tener políticas toponímicas, es decir ver a la ciudad y el país como una lugar donde los nombres provocan prácticas y reflexiones colectivas. Eso es un gran descubrimiento y un gran horizonte que se construyó en relación a la palabra, la simbología y la ciudad y las organizaciones políticas. Pero creo que esa política de nombres la hicimos muy apresuradamente. La política de nombres fue parte de un jolgorio, de creer que efectivamente no había otros que estaban hacien-
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do lo mismo y tomando la noción de “batalla cultural” como parte de una guerra que no se veía por ningún lado, parte del belicismo cuando no lo éramos. Esgrimiendo, en síntesis, la palabra “república” de un modo ahistórico como toda la caracterización ahistórica que hace este nuevo gobierno. Son producto de la transhistoria, de una historia que puede hacer Mario Rapoport sobre el empresariado argentino. Pero ni siquiera, ya que Rapoport hace una historia del empresariado argentino a la luz del desarrollo histórico de la cultura argentina en sus términos más generales. Cambiemos es una deshistorización muy completa, sistemática, más allá de la voluntad de ellos, ya que los nombres que se ponen son nombres de fantasía. “Ceo”, por ejemplo, que circuló mucho. Y poco a poco las personas van a comprender que es una gran humorada, una gran ironía de la historia llamar a los políticos como se llaman los gerentes de las empresas. –Pero ese mundo gerencial es otro mundo cultural que ahora se trasladó a la política... –Sí, es una formación cultural que ostenta el macrismo y que debemos estudiar mejor. La foto del gabinete de Macri en el Jardín Botánico, por ejemplo. Es una apelación a la naturaleza totalmente falseada. El Botánico es producto de la Argentina positivista, de Carlos Thays, de Cristóbal Hicken, de estudiosos de la botánica. –Y una alusión a la representación del paraíso... –Claro, un lado sarmientino, que no es el del verdadero Sarmiento. Sarmiento: ése sí que hizo batallas culturales. Pero, retomando esa formación cultural: el poncho indígena que Macri se puso en Humahuaca durante la campaña. Ese poncho es una construcción teatral que, partiendo de quienes acusaron al kirchnerismo de relato, era un metarrelato sumamente sofisticado para el cual el personaje no estaba a la altura. Si pensamos al neoliberalismo, debemos hacerlo como la creación de personajes. En contrapartida, hay otros personajes que tienen la calidad de haber sido creados por la historia. Una historia compleja o, para decirlo como José Pablo Feinmann, personajes que estuvieron en el barro de la historia. Néstor, Cristina, pero también muchos otros, son personajes de la gran polémica argentina, de la decisión política argentina. Algunos fueron más decisionistas que otros, pero salieron todos de un borde de la tragedia nacional, como ocurrió con Kirchner. Y por eso tratan de entenderla. No son personajes que hayan intervenido de modo salvacionista en la historia y nos vienen a enseñar todo de nuevo. Ellos mismos fueron producto de lo mismo que somos todos nosotros. En esta historia trágica que tratamos de entender, ellos tuvieron la mejor situación para hacerlo y propusieron todos los temas importantes argentinos, más allá de que no hayan podido resolver algunos. Y no somos quiénes, nosotros, para reprocharles no haberlo hecho. Al entrar en la historia, entraron en un gran juego de poderes que nadie calcula de antema-
no cómo va a ser: se empiezan a mover en torno de las situaciones nuevas. Y con Cambiemos se movieron de una manera cruel, sistemática, planificada y, para decirlo todo, surgida de un laboratorio internacional. Se lo puede tomar como una metáfora, pero fue la globalización la que hizo esta elección democrática. No niego el carácter democrático de esta elección, niego que haya que seguir pensando en una democracia que se parezca a la ley Sáenz
tología propia, existe la subjetividad del que las dice, el ensayo que uno hace al hablar, ya que nadie habla con frases escritas en mármol. Pero después hubo un momento de captura. Y al capturar determinadas palabras, como “voto desgarrado”, tenés que pasarte dos semanas explicando qué quisiste decir, mientras lo aprovechaban de un modo brutal. Era simple: yo no provengo de la tradición de Scioli, pero lo iba a votar por razones total-
Peña. Ésta es un tipo de conciencia muy inducida. –¿Quiere decir manipulada? –No, no, manipulada no, porque sería negar los resultados de la elección. Pero acá se pusieron en juego grandes técnicas, no de batalla cultural. En eso fueron más académicos, más semiológicos que nosotros. Se usaron tecnologías de los expertos en ciencias de la comunicación con respecto a cómo crear imágenes en los medios, cómo se recortan palabras, cómo se establecen nuevas retóricas a partir del suministro que las proveyó. Todos hablábamos como hablamos normalmente, confiando en el interlocutor. Pero esa confianza se había perdido. –¿Se refiere, por ejemplo, a su frase “voto desgarrado” y el candombe que generaron alrededor de ella? –Bueno, sí, allí quedó aquello que dije del “voto desgarrado”. Lo dije en un programa radial de Radio Rivadavia, de trasnoche. Se lo dije a Rosario Lufrano, con quien puedo hablar libremente ya que hay una confianza. En esa confianza, el peso de las palabras es propio, hay en ellas una on-
mente comprensibles. Había que elegir entre uno de los dos y Scioli estaba más historizado y pertenecía a un ámbito que yo conozco. –En esa simbología que mencionaba, hubo una caracterización del kirchnerismo cercana a la dualidad: era esto o aquello, sin tonalidades. Y si bien toda la oposición basó todo su predicamento también en términos duales, no la hizo pública. –Claro, al contrario, acusó de forma irreal que el kirchnerismo había abierto una brecha. Y ese concepto, perteneciente a la albañilería, a la técnica de estudiar la estabilidad de las paredes, y hasta si se quiere de origen militar, más allá de ser el de una gran revista uruguaya, funcionó como gran palabra, como eso que estaba ahí, disponible. En realidad, lo que hace todo movimiento social que toma el Estado para buscar transformaciones decisivas, es establecer conflictos en la sociedad. El conflicto es mejor que la brecha para explicarlo. El conflicto es movedizo, por lo tanto puede estar en un lugar y otro, es un lugar de argumentación y discusión. La brecha no
es argumentativa ni permite discusión, es una acusación irreal, presupone una unidad abstracta de un país que proviene, como todo país, necesariamente de un conflicto. No hay nación sin constitución del conflicto en su raíz misma. El gobierno kirchnerista estaba en lo cierto en cuanto a su convicción de que la democracia tiene su sabia viva en el conflicto. Un conflicto que hay que definir bien. El conflicto supone construir reglas cada vez más finas y más sofisticadas, no alterar las reglas de la democracia. El conflicto hace despertar la conciencia, la brecha la apaga porque llama a una falsa idea de unidad nacional. Que también debe ser un concepto del conflicto esto de la unidad nacional. Pero ahí intervienen nociones que son nuestro legado: hegemonía, por ejemplo. –Palabra rotunda... –Plena, sí, y que no debemos perder de vista. Antes hablé de palabras que no nos hicieron bien, pero no estuve al margen de su elección y aprobación. Palabras que son teclas muy delicadas, hay que pulsarlas en determinados momentos. Un joven recién ingresado a la política, pongamos La Cámpora, por dar el ejemplo obvio, descubrió un mundo nuevo con felicidad. Pero ese mundo nuevo tiene sus riesgos: la aparición del diccionario primerizo. Y ese diccionario primerizo juega malas pasadas. A mí, a todos nos pasó lo mismo. Decíamos “hegemonía” o “lucha de clases” cada cinco minutos. Ahora, que crecimos, que soy un hombre grande, casi melancólico, pero aún en la militancia, sé que las palabras tienen su momento de ser dichas, tienen su reverso de silencio, su momento de pensarlas y guardarlas, su momento de ser sugeridas. A esta altura uno ya sabe que no puede imponerle a todo el mundo la jerga técnica del politólogo. Sos un político, es decir alguien que escucha y que no sabe bien qué decir en el primer minuto y en el segundo y hasta en las horas que siguen. El politólogo sí sabe qué decir al instante. Las enseñanzas de Durán Barba son tremendas, porque dice que nunca debés hacer suponer que sabés lo que decís, pero tenés que fi ngir siempre que contestás al toque cualquier cosa, desviando la pregunta. Esa tecnología, esa nueva politología de desviar la pregunta, está matando la política. ¿Cómo? Con técnicas empresariales, como es la técnica del coaching. El coaching es hacer entrar a alguien a un lugar disciplinador pero haciéndole creer que es libre. En cambio, el kirchnerismo fue al revés: había órdenes en un lugar de libertad. Esta es la paradoja que veo. Hay un lugar que se presenta como la libertad total pero será de servidumbre a los grandes poderes internacionales, a la embajada de los Estados Unidos, a los fondos buitre. Y el kirchnerismo, que estuvo acusado de generar lealtades automáticas, era otra cosa. Más allá de que muchas veces provocó ciertos errores, cualquiera que haya militado sabe que siempre hay momentos de tensión y de órdenes y de palabras inadecuadas y de seguridades no tan seguras. –Eso es casi parte de la educación política clásica. ¿Qué pasó que no se
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comprendió? –Tendríamos que haber recurrido más al mundo clásico, a la política moderna, a los grandes ejemplos de rasgadura de las sociedades y de rasgaduras en el propio lenguaje. Tendríamos que haber confesado más claramente que no podíamos inventar una doctrina. Perón se dio cuenta de eso en el exilio: inventar una doctrina cuyos límites eran tan precisos que dejaba afuera a Jauretche y a Scalabrini Ortiz, que estaban adentro, como estoy yo adentro, pero hablaban otro idioma. Yo me siento en diálogo con Scalabrini y con Jauretche, siento que es el mismo drama de estar adentro dicho con distinto lenguaje. –¿Cómo fue ese adentro? –Adentro, en el lugar de más adentro, había una doctrina cerrada, que era la doctrina de cierto grado de acatamiento más inmediatista que ciertos hombres grandes no nos podíamos permitir: ni los jauretchianos, ni los scalabrinianos ni los borgeanos. Todas esas corrientes culturales que convergían en el kirchernismo no nos podíamos permitir alterar nuestro lenguaje: veníamos con nuestras propias lenguas. Y por supuesto que mi lengua incluye la comprensión de la lengua política inmediatista, y en los momentos de urgencia la acepté. Pero no todos eran momento de urgencia. Todo eso debería haber formado parte de nuestra educación sentimental política. Lo dije siempre, lo vuelvo a decir ahora. Es imprescindible decirlo ahora porque esto va a seguir, seguiremos comprometidos, pensando el país, respetando profundamente la experiencia del kirchnerismo y hablaremos en términos de ella. Eso va a pasar, pero tiene que pasar de manera nueva, tiene que haber un nuevo diálogo con Cristina. Cristina seguirá siendo la figura central de esta gran constelación. –Constelación, no un mero reducto justicialista... –Por supuesto que no, el Partido Justicialista entrará bajo grandes revisiones de sí mismo. Pero el correlato de esto es un gran frente social de índoles diferentes. Debe retornar todo aquello que se ha hecho. Lo que pasó no es grave, es gravísimo. Si fuera grave sería una alternancia, y esto es más que una alternancia. –Una alternancia ¿hubiera sido Daniel Scioli? –Sí, aunque no lo sé muy bien, ya que Scioli hizo un último mes de campaña con oído más afi nado al kirchnerismo. No sólo porque lo quiso hacer así, adecuándose a las circunstancias drásticas, sino por haber pensado algunas cosas. Fue una actitud muy valorable, pero vivimos una época en que uno queda atado a ciertas palabras. Siempre lo fue, allí está la frase de Casildo Herrera, “yo me borré”. Yo me burlé de eso, pero es un poco el modo microscópico o segmentador, la microbiología de los medios. Las técnicas del periodismo que están en todo el mundo son eso, la captura de pequeños momentos del habla, muy pequeños momentos, a la manera atomística de un laboratorio de ciencia nuclear que trata de descomponer el átomo. Y así se hace con la palabra.
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Uno es eso que dijo porque una o dos palabras quedan calcificadas. Yo vengo de una tradición política en la cual uno no es una única palabra, aunque sea la más feliz. Hay que buscar allí la raíz de esta caída, porque más que una derrota de la alternancia es la caída de una gran construcción. –¿No se supo cómo remediar eso? Es decir, hubo construcción de un relato, ¿pero qué tipo de relato se puede construir cuando se están capturando palabras sueltas de un discurso? –Por eso el discurso no debía ser un armazón sino algo pregnante con
Por ejemplo: “Va a estar bueno”. Eso no estaba en el castellano usual de Buenos Aires. Existía el “qué lindo”, el “qué bien”. El “va a estar bueno” vino de Palermo Hollywood y lo metió en el suburbio más olvidado de, por ejemplo, Florencio Varela. Esa es la filosofía, por llamarla de una manera, del macrismo. Y es una operación del lenguaje muy fuerte, a la altura de los grandes laboratorios de la globalización que son fi nancieros, comuniacionales, de dinero a futuro. Todo eso se trasladó a la forma del lenguaje. Eso y el tono evangelizador permanente de
mo fue la experiencia republicana más profunda. La tarea que llevó adelante Eduardo Rinesi fue fundamental y muy poco escuchada. Rinesi realizó una cartografía de los orígenes del kirchnerismo, partiendo del jacobinismo y la tradición democrática y socialista y la tradición republicana. Por eso era una fuerza articuladora. Rinesi estaba cercano a las teorías de Laclau sin ser Laclau. Me acuerdo de ejemplos como la Policía desarmada en las grandes manifestaciones, algo que no se entendió, que ni siquiera la izquierda entendió. O el asunto de la ex ESMA,
el idioma de la sociedad, pero también crítico del idioma de la sociedad. El macrismo se pegó al idioma de cierto sector social y lo diseminó. Tuvo un papel de diseminación muy grande.
la televisión nocturna. –Y comenzó a tejer hegemonía... –Sin usar esa palabra, comenzó a tejerla, exacto. El término “república” fue devastador, cuando el kirchernis-
uno de los hechos mayúsculos. O los derechos humanos, una trascendencia importantísima. El kirchernismo era acusado de una forma vacía, y no se supo ver eso. ¿Por qué? Porque su
FRAGMENTOS DE SU RENUNCIA urante este largo período, acom-
pañado por un excelente conjunto D de colaboradores, hemos recreado esta
antigua institución bibliotecaria, la más añeja del país, dándole nueva vida. Deseo invocar los comienzos de esta gestión junto al recordado amigo Elvio Vitali, y no quiero olvidar al no menos añorado Nicolás Casullo, cuyo compromiso con la cultura crítica argentina siempre fue inspirador. En él, menciono a los vastos sectores de la cultura y el arte argentinos, que se han acercado con sus generosos aportes a esta Institución fundada por Mariano Moreno. No me alcanzarían estas breves líneas para agradecerle especialmente a usted, Parodi, a los secretarios de Cultura que la precedieron, a los funcionarios del gobierno nacional y muy principalmente a la Presidente de la
República, todo el apoyo que han brindado a esta gestión y a los trabajadores, que han sostenido las tradicionales y las nuevas tareas que se han abordado, así como han sido contemplados siempre en sus derechos. Me voy con gratitud hacia todos ellos, desde los más antiguos hasta los más recientes, que saben que están construyendo un ámbito cultural de decisiva relevancia para el país. Del mismo modo, agradezco a los sindicatos de la Casa, con los que siempre se tuvo abierto un diálogo, que aun los momentos más difíciles, siempre fue provechoso. Sra. Ministra: es de fundamental importancia la recuperación de la sede histórica de la Biblioteca, que por decisión suya pasa a denominarse Anexo Sur Borges-Groussac, junto a otras innumerables resoluciones que todos
esperamos que sean continuadas por las administraciones sucesivas. El Ministro de Cultura del Gobierno entrante, me ha comunicado que aún no designaron a mi reemplazante, por lo que me pidió que permaneciera en la Biblioteca por unos pocos días más. Lo haré, a la espera de mi sustituto, a fin de evitar los obvios inconvenientes que podrían producirse. La Biblioteca guarda los testimonios más valiosos de la historia nacional bajo la forma de bibliografía, musicología, cartografías, periódicos e imágenes. Espero que en el futuro se puedan mantener las condiciones de todo tipo que permitieron que una Institución esencial del país adquiriera los brillos que merece, las competencias técnicas que deben sostenerla profesionalmente y los gestos multiplicados de atención a todas las vetas del arte de leer, de estudiar y de comprometerse con la vida activa de las ciencias y el pensamiento
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Jauretche lo encerró mucho. Jauretche era como una enciclopedia ya escrita, y nunca fue eso, a pesar de los esfuerzos por reescribirlo. Jauretche tiene un riesgo: sus frases son muy suyas. Sus sentencias gauchescas las inventó él, son parte de una gran acción de la literatura argentina de heredar la gauchesca, a Hernández y a Ascasubi. El kirchnerismo institucionalizó eso, y no fue una buena idea. –¿Por qué? –Porque respecto al revisionismo deberían haber tenido otro criterio y otros momentos de la historia. El Instituto Dorrego tampoco fue una buena idea. Al tomar a Moreno se siguió la orientación de Scalabrini Ortiz, que no era rosista sino morenista. Y así se interpretó que Moreno había escrito el Plan de operaciones, otro gran debate de época. Darle a Moreno la autoría del Plan de operaciones es, todavía, una gran discusión. Creo que es más adecuado decir que no lo escribió que decir que sí lo hizo. Y no es un problema menor para el peronismo, que tiene muchos escritos que no escribió. Todo movimiento social importante toma escritos de otro. La expresión “la patria es el otro” se refiere a los escritos. La patria son los escritos de otro. Y eso Cristina no lo dijo así. Las cosas más importantes del kirchernismo no tuvieron título, no se les puso su nombre. Se hacían casi como una cuestión intuitiva. Se les ponía título a otras cosas, que eran más atacables y que fueron, al fin de cuentas, atacadas. No existe proyección de esta memoria social argentina para retomar posiciones de crítica con las que hay que recomenzar una larguísima tarea política frente a este nuevo gobierno. Y para realizar una autocrítica que hay que llamar de algún modo no convencional, ya que la tradición de las izquierdas es una tradición fácil: te equivocabas un día y te decían que debías hacer la autocrítica, tomado de lo peor de las ritualizaciones de las grandes iglesias. El perdón, cuando se convierte en rutina, es lo más tremendo que puede pasar. La autocrítica es la versión laica de una teología política. –¿Cómo habría que hacer esa autocrítica de manera más honesta? –Hay que hacerla con una fuerte conciencia de recomponer los lazos con nuestros compañeros con quienes nos peleamos mucho. El kirchnerismo es una gran pelea interna, hasta el último momento de la elección. Y esto debe incidir en la gran pregunta sobre qué es el peronismo. El peronismo también debe hacerse ese replanteo, aun a costa de que salgan de allí las formas más vaciadas de la doctrina peronista. Perón y Evita fueron personajes diferentes, uno de la historia militar y otra de la historia de los medios, que deben ser replanteados. Lo mismo ocurre con Néstor y con Cristina. Lo que pasa es que Cristina es una figura activa y de una extraña composición, poderosísima, de muchísimos planos, casi una configuración barroca. Y ella también debe lanzarse a un pensamiento de segunda instancia sobre sí misma. Por favor, me gustaría que esto salga. –¿Y por qué no saldría? –Bueno, no es que dude, sino que durante toda esta época dijimos que me-
jor no decir ciertas cosas. Y apoyamos incondicionalmente a un gobierno al que le veíamos ciertas fisuras pero que no había que mencionarlas. Ahora hay que abrir la discusión, aunque, claro, con mucha prudencia. Porque si esto se toma en forma burlona, si aparece un nuevo Lanata que se encargue de desmerecer, sería muchos pasos atrás. La historia es demasiado seria como para que la escriban bufonescamente desde un mal programa de televisión. –¿Se corre el riesgo de, a caballo de una autocrítica, embanderarse detrás de los costados más derechosos del peronismo? –Bueno, ya pasó en otros momentos. El peronismo es una fuerza poderosa, e inscribió una entidad más fuerte que la del Frente para la Victoria. Había un pensamiento de Jorge Alemán que preguntaba, hace dos años, si la cuestión se trataba del kirchnerismo dentro del peronismo o del peronismo dentro del kirchnerismo. Un poco proviene del tipo de pensamiento con la cadena de equivalencias de Laclau. Hoy quedó en pie un sector importante del Partido Justicialista cuyas características más importantes son cierto conservadurismo, en algunos casos hasta ciertas raíces semejantes a las que dieron origen al macrismo, que también tiene peronismo dentro. Yo describiría esta situación de la estructura política argentina como la de un entrecruzamiento fuerte desde el menemismo en adelante. El kirchnerismo tuvo algunos lados neoliberales, como el caso de Lino Barañao, que puede seguir tranquilamente en el gobierno de Macri. Dice que no es político, que es pragmático, y no creo que sea así: no hay nada más político que la presencia de Barañao en el gabinete de Macri, demuestra lo que fue esta época. Pero el kirchnerismo intentó otro lenguaje, tuvo una
infi nita capacidad de adquisición de nuevas lenguas, desde la izquierda al republicanismo. Quizás sin percibirlo: Cristina citando a John Le Carré en las Naciones Unidas. Tenía ese lado de retar al mundo, que a tantos nos gustaba, pero que se lo van cobrar. –¿Quién? –Ban Ki-moon a través de la nueva ministra de Relaciones Exteriores, que es un claro producto de la embajada de los Estados Unidos. Estamos frente a eso. Es duro para alguien que se enfrentó, con mucho coraje, a las nuevas configuraciones del capital fi nanciero diciendo que no estaba en el margen del capitalismo, sino que era alguien que venía de otro tipo de capitalismo. Esa discusión la deberíamos haber seguido. No veo por qué declararse “capitalista”. Eso no es una bandera política, es un régimen de profunda mutación que llega a tener lados oscuros y metáforas mismas que son los llamados fondos buitre. El kirchnerismo luchó contra eso. Y hay que destacar la tarea de Axel Kicillof, que no podría existir fuera del kirchnerismo. Un muchacho que venía del grupo 501, los que se iban un kilómetro más allá de los 500 para no tener que votar. El kirchnerismo pudo recoger las insatisfacciones de muchos sectores de la sociedad argentina: la del peronismo, la de las izquierdas, las contraculturales. Intentó jugadas profundas: el acuerdo jurídico con Irán, no un acuerdo político con su gobierno abominable, aunque eso se aprovechó para un deslizamiento metafórico que quedó como un acuerdo completo con Irán. Y nosotros no supimos revertir esa falsa noticia sacudida por Lanata y los Lanatas de turno. Esa cosa de novela gótica del siglo XIX que inventaron los medios hegemónicos llegó a la sociedad sin ningún tipo de reparos: todavía hoy hay quienes
dicen por la calle que Cristina mató a Nisman vestida de bruja y montando en una escoba. Esta sociedad tiene una pasión folletinesca que no tiene explicación posible más que en la inmediatez de una causalidad que nunca existe de esa manera. En la campaña se pensaba más en si Cristina tenía las manos manchadas de sangre que en la cantidad de cosas conseguidas. Y eso tuvo su efecto, mucho mayor que los kilómetros de cloacas construidos o los subsidios, que se transformaron también en hechos malditos. –¿Cómo leer esa malditización? –El artefacto globalizador de mayor excelencia desde el punto de vista intelectual y comunicacional es la malditización de los procesos populares. Y la utilización de los mecanismos republicanos de una forma vaciada, donde pierde sus narraduras sociales. Por eso hay teóricos del republicanismo que hablan desde un abstraccionismo constitucionalista que no existe en ningún país del mundo. –¿Es posible la autocrítica dicho todo esto y viendo la derrota en las legislativas venezolanas, la campaña contra la corrupción en el gobierno de Dilma en Brasil? –Somos la fuerza social con capacidad más transformadora que hubo en la Argentina, no hay que perder de vista eso. Nos queda reescribir el libro de estos años. Y el libro es la sociedad: toda sociedad es un libro donde ninguna escritura está terminada. –Como pedía Ricardo Piglia en Respiración artificial, sólo falta saber quién de nosotros escribirá el Facundo... –Frase magnífica. Piglia fue un ejemplo durante todos estos años: sin ser kirchnerista, sin haber apoyado explícitamente al gobierno, comprendió muy claramente la lógica interna de lo que estaba en juego en el país
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ANTICIPO DE CHICO, REPIQUE Y PIANO, DE HUGO FERREIRA
CANDOMBE DE DOS ORILLAS E
n Uruguay, a partir de 1968, se produjo un aumento espantoso de la desocupación, una caída del poder adquisitivo de los salarios a niveles paupérrimos y, sumados a esto, un desabastecimiento y un aumento sideral de precios de los productos de primera necesidad en los almacenes de barrio. Para los más humildes no había otra opción que lo que se conocía popularmente como “expendios”, que dependían de la Comisión Nacional de Subsistencia. En éstos se entregaba leche y se podía comprar fideos, arroz, azúcar, yerba, etcétera, a precios muy por debajo de los de productos de marca que se vendían en los almacenes. El expendio correspondiente a los vecinos del barrio Sur estaba ubicado en la calle Gonzalo Ramírez, esquina Cuareim y el del barrio Palermo, en San Salvador y Minas. Para acceder a la entrega de leche en los expendios, era condición concurrir con los envases vacíos (la leche en esa época venía envasada en botellas de vidrio) y una tarjeta de cartón azul que entregaba la Intendencia Municipal de Montevideo y que era troquelada en cada entrega. Para conseguir la leche era necesario madrugar y “hacer cola” desde las 5 de la mañana, aguardando a que empiecen a despacharla a las 7. Ésta estaba más o menos garantizada (si se madrugaba). El resto de los productos se empezaba a expender a las 8 y se agotaba muy rápido. Como no podía ser de otra manera, el pueblo uruguayo respondió a esta situación con luchas. Hubo decenas de huelgas por gremio, se incrementó la acción estudiantil por el aumento del presupuesto educativo, junto a la solidaridad con las luchas obreras y movilizaciones masivas por la “libertad de los presos políticos”. Todos estos reclamos y protestas se unificaban en manifestaciones callejeras. Como respuesta, el gobierno de Pacheco Areco decretó las “medidas prontas de seguridad”, aumentando la represión. El encarcelamiento de presos políticos en el año 1972 se estimaba entre seis y siete mil para una población que era de un poco más de dos millones. Se puede decir que Uruguay ostentó el récord mundial de detenidos por razones políticas durante un gobierno “democrático”. Estos padecimientos también produjeron como consecuencia una emigración por goteo, por la cual una parte de la población más joven comenzó a buscar otra perspectiva yéndose del país. Junto a la represión “legal por decreto presidencial” a cargo del Estado, surgen bandas fascistas apañadas por éste y la dirigencia de los partidos Blanco y Colorado, haciendo su aparición el “Escuadrón de la Muerte” integrado, en su mayoría, por elementos
de la policía uruguaya. Con la excusa de combatir a la “subversión”, estas bandas persiguen y matan a delegados obreros, estudiantiles y militantes de partidos de la izquierda que tienen en ese momento legalidad para poder ejercer actividades, tanto políticas como gremiales; legalidad que en democracia debería ser reconocida y amparada por el Estado. El asesinato de obreros y estudiantes por parte de estas bandas armadas aumenta la bronca y las movilizaciones son cada vez más masivas. Ante esta situación, la respuesta de los ricos fue dar un golpe de Estado, para “poner las cosas en orden”, y es así como el presidente Juan María Bordaberry, junto con las Fuerzas Armadas, disuelve el Parlamento y todas las instituciones, declarando el estado de sitio, quitando todas las garantías constitucionales. Así lo describe Eduardo Galeano en Los hijos de los días: “Junio 26. El reino del miedo. Hoy es el Día contra la tortura. Por trágica ironía, la dictadura militar del Uruguay nació al día siguiente, en 1973, y convirtió al país entero en una gran cámara de torturas. Los suplicios servían poco o nada para arrancar información, pero eran muy útiles para sembrar el miedo, y el miedo obligó a los uruguayos a vivir callando o mintiendo. En el exilio, recibí una carta anónima: ‘Es jodido mentir, y es jodido acostumbrarse a mentir. Pero peor que mentir es enseñar a mentir. Yo
tengo tres hijos’”. La detención ilegal y las torturas formaban parte de un plan organizado y sistemático que sembró el terror en la población, a la cual se la fueron imponiendo como algo “normal”. Este método aplicado por las fuerzas armadas y de seguridad del Estado se impuso de tal manera que el término “desaparecido”, en el Uruguay, se utiliza hasta el día de hoy sólo para los que terminaron muertos y cuyos cadáveres aún no fueron localizados. El estar “chupado” en un cuartel, un departamento de inteligencia, una base aérea, un estadio de básquet, antiguas viviendas, bajo la “custodia” de alguna fuerza de seguridad del Estado, manteniendo en la mayoría de los casos a los prisioneros encapuchados y sometiéndolos a constantes torturas físicas y psicológicas, sin asistencia legal ni comunicación con familiar alguno, por meses, se termina de imponer. Y lamentablemente fue naturalizado por una parte importante del pueblo uruguayo. La represión de la dictadura cívico-militar, como no podía ser de otra manera, también se focalizó contra las expresiones artístico-culturales que existían en el país. Cantores, músicos, elencos de teatro enteros, pintores, poetas, escritores, periodistas, etcétera, fueron obligados a salir del país, a autoexiliarse o terminaron en prisión. Prohibidas fueron sus obras y encarcelado quien las difundiera o mencionara.
Pasión, libertad y rebeldía
El Carnaval es una fiesta muy arraigada en las clases populares de Uruguay. Tiene origen en la culturización conquistadora que trajo la cultura europea a estas tierras y, con ello, la tradición de su carnaval. Con la llegada de esclavos africanos se fue incorporando la costumbre de que, en aquellos pocos días al año, los amos les permitieran manifestarse con sus cánticos y danzas. A la vez, el dolor de haber sido cazados, encerrados y vendidos fue tomando forma y expresión a través de sus tambores. La abolición formal de la esclavitud en 1842 dio paso, ya hacia fin del siglo XIX, a la incorporación oficial del candombe, ese emblema representativo de la negritud, al carnaval montevideano. El pueblo uruguayo vive con gran pasión los cuarenta días que dura el carnaval, considerado el más largo del mundo. Estas características, asentadas en el sentido y contenido histórico del carnaval como expresión libertaria de los sectores más desposeídos de la sociedad montevideana desde la colonia hasta el presente, hacen que el carnaval se constituya en un asunto difícil de censurar para cualquier tiranía. Por tal motivo, la dictadura iniciada en junio de 1973 no prohibió formalmente el Carnaval, aunque ello no impidió que lo cercenara por otros medios. En 1974 se inscribieron conjuntos
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en todas las categorías, hubo desfi le inaugural por la avenida 18 de Julio y se mantuvo el Teatro de Verano, pero el gobierno impuso una fuerte censura, por lo principal a las murgas, a través de una comisión censora compuesta por milicos de las tres fuerzas; se ejerció así prohibición sobre los libretos de éstas y represión sobre los integrantes, en particular los que eran delegados de algún gremio o afi liados a partidos de izquierda. En cuanto “sospechosos de subversión”, éstos tenían tres opciones: una, arriesgarse a “salir”’ en carnaval; la segunda, “mandarse a guardar”, es decir, mantenerse en el anonimato, en la clandestinidad; la tercera, irse del país. Por si esto fuera poco, se mandaba a milicos de civil a espiar lo que los conjuntos realizaban fi nalmente sobre el escenario. A los que se animaban a realizar alguna crítica a la dictadura, desafiando las condiciones impuestas por ésta como ocurrió con el conjunto humorístico Las Ranas y las murgas La Soberana y La Celeste, se los llevaban presos luego de actuar en el tablado de algún club. El ataque al Carnaval también se ejerció con la prohibición de los tablados de barrio. Éstos contaban con una organización más espontánea, prácticamente sin fiscalización del Estado; en 1973, estos escenarios eran unos 100 y fueron sustituidos en forma paulatina por tablados en clubes deportivos federados. Por otro lado, hubo una específica represión al candombe, sacando el tradicional desfi le de llamadas por las calles Durazno e Isla de Flores, que atraviesan a los barrios Sur y Palermo, que pasó a realizarse en 1979 y 1980 en la avenida 18 de Julio. Adiós mi barrio
Así como en 1965 se había forzado el desalojo gradual de moradores en el conventillo conocido popularmente como Gaboto, ubicado en el barrio Cordón Norte, sobre la calle Gaboto entre Cerro Largo y Paysandú, el 3 de diciembre de 1978 (fecha que quedó luego fijada como Día Nacional del Candombe) no se pusieron guantes y tiraron abajo el conventillo Medio Mundo ubicado en la calle Cuareim 1080 del barrio Sur, y en enero de 1979 comenzó el desalojo compulsivo de forma paulatina de los inquilinatos comprendidos entre las calles Isla de Flores, Minas, San Salvador y Salto, hoy Lorenzo Carnelli, que constituían Ansina, ubicado en el barrio Palermo, “porque los negros y sus tambores afeaban el barrio”. Estos dos conventillos estaban a pocas cuadras del centro de la ciudad y eran habitados por alrededor de 1.000 personas, en su mayoría de raza negra. Oficialmente, la dictadura argumentó que los mudaba por “razones de seguridad”, por la precariedad de las construcciones. En realidad, la mayoría de sus residentes fue relegada a lugares en iguales o peores condiciones que los que habitaban. Entre los lugares asignados, estaban las viejas instalaciones de una exfábrica textil, en Uruguayana y Ángel Salvo, en el barrio de Capurro, que se encontraban, según calificación de la propia
veterano, estaba menos ágil para esquivar los palazos, y los mantienen presos por más de una semana en el Cilindro de Montevideo (estadio municipal de básquetbol convertido en prisión) en forma completamente ilegal. Pronta seguridad
intendencia, “en estado ruinoso”. Con el tambor al Cilindro
A modo de demostración concreta de que no querían más negros ni “ruido y desorden”, y para sembrar el miedo, las Fuerzas Conjuntas detienen el 1 de mayo de 1974 a varios tamborileros, en su mayoría de raza negra, que salen en llamada para recordar la fecha. En un operativo “pinzas”, por aire y tierra, con un helicóptero sobrevolando y varios ómnibus cerrando la calle Yaguarón, detienen entre otros a Peloche; Washington Madruga; Juan Carlos el Zurdo Sosa; Washington Cocuano Oviedo, su esposa de apellido Gradín, sus hijos Gustavo Oviedo y Edison Palo Bombo Oviedo; Fernando Hurón Silva, el Pepe Oreja Giménez; Juan Carlos Candamia Prieto; Pedro Grande Tabares. Los llevan a los golpes a la vista del barrio, ensañándose particularmente con Peloche que, como era el más
Esta aberración de ser detenido y mantenido prisionero en forma clandestina bajo la modalidad de “medidas prontas de seguridad” por estar tocando el tamboril en la calle, tradicional expresión cultural que se venía llevando a cabo en los barrios Sur y Palermo por más de 80 años, no está, hasta el día de hoy, ni figura registrada en ningún organismo del Estado uruguayo. Tampoco figuran las amenazas, el hostigamiento permanente ni los allanamientos y las detenciones arbitrarias por parte de las Fuerzas Conjuntas, motivo por el cual algunas de las familias de esos barrios se exiliaron. Frente a estos hechos tampoco hubo una reparación por parte del Estado. Las medidas prontas de seguridad son poderes de emergencia que habilitan al Poder Ejecutivo de Uruguay a “suspender transitoriamente ciertas garantías constitucionales ante casos graves e imprevistos de ataque exterior o conmoción interior”. Se encuentran previstas en la Constitución de la República; están en todos los textos constitucionales hasta el día de hoy, inclusive en el de 1830. La dictadura cívico-militar del Uruguay, pareciere, en los hechos consideraba al candombe como uno de los “casos graves e imprevistos de ataque exterior o conmoción interior”. El haber salido a tocar el tamboril significó la prisión ilegal. Hoy, cuando el candombe es declarado patrimonio inmaterial de la humanidad por la Unesco, que su prác-
tica se extiende a lo largo y a lo ancho del Uruguay e inclusive fuera de éste, aquel hecho puede resultar inaudito, pero así ocurrió. A partir del golpe cívico-militar ejecutado el 27 de junio de 1973, la emigración y el exilio se producen en forma masiva hacia diferentes destinos, siendo Buenos Aires el lugar más elegido. Creemos que ese verdadero éxodo quedó sintetizado en la frase “el último que se vaya que apague la luz”, pintada con letras negras en una sábana blanca que exhibieron desde un Vapor de la Carrera unos pasajeros que viajaban a Buenos Aires. Esa expresión era común leerla en las paredes de los baños de frontera, aeropuertos, puertos, etcétera. Los uruguayos venían de a miles a la ciudad de Buenos Aires, corridos de su país por una dictadura cívico-militar que fue partícipe de una estrategia del imperialismo yanqui: el plan Cóndor para Latinoamérica. El centro de este plan era la represión, fundamentalmente, de la clase obrera –la guerrilla fue la excusa perfecta–, para ejercer una contrarrevolución económica sobre la clase trabajadora y el pueblo. Ésta fue cruel, como toda dictadura, con todo su bagaje de muertos, presos torturados, desaparecidos, perseguidos por razones políticas, con la consecuente destrucción de familias enteras, con un plus extra, el agravamiento de los padecimientos del pueblo uruguayo por la denominada “crisis mundial del petróleo”, porque ya sabemos que toda crisis que se desata en el mundo la pagan los pueblos. Con esa carga de tormentos a cuestas, al poco tiempo de cruzar el “charco” –el Río de la Plata– nos encontramos con una dictadura tanto o más cruel que la uruguaya aquí en la Argentina
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UNA PLAZA, LA MISMA Y LA OTRA
arece ser la misma plaza. Pero, como el Quijote que escribe Pierre Menard, la plaza es la misma y es otra. Como siempre desde que fue fundada. Fue una y otra en noviembre de 1760, cuando los correveydiles de España quisieron hacer una fiesta de proporciones inusitadas por la proclamación de Carlos III y tuvieron que intimar al pueblo a hacer silencio por tres veces para poder dar lectura a sus bandos imperiales. Fue una y otra en las jornadas de mayo de 1810 cuando el virrey no podía y el pueblo, con French y Berutti repartiendo algo más que cintitas, no quería. Fue una y otra cuando en octubre de 1812 se apuntaron dos cañones contra el Cabildo para deponer al Primer Triunvirato. Fue una y otra en septiembre de 1816, cuando se decidió realizar un enorme acto popular para homenajear la independencia que se había fi rmado dos meses atrás en Tucumán. Una y otra cuando se festejó, dos años después, las victorias en las batallas de Chacabuco y Maipú. Cinco noches de iluminación a pleno mostraban, entonces, una y otra plaza.
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Volvió a ser una y otra cuando en 1829 los unitarios vivaron a Lavalle y callaron los federales. Y una y otra cuando en 1852 Mansilla aclamó a Urquiza vencedor en Caseros. Una y otra cuando el mismo Urquiza desfiló con su tropa bajo las flores arrojadas desder los balcones antirrosistas. Y así, siguiendo en la historia, la plaza fue innumerables veces una y otra plaza. Ya bajo el nombre de Plaza de Mayo, fue una y otra en 1890, cuando una multitud, en el mismo acto, fundó la Unión Cívica y provocó la crisis de gabinete del presidente Juárez Celman. Una y otra cuando el país que se enorgullecía de ser “el granero del mundo” recibió a la infanta Isabel para el centenario de la revolución de mayo. Una y otra cuando en septiembre de 1930 el dictador José Félix Uriburu salió a los balcones de la Casa de Gobierno para preguntarle a la muchedumbreante anti-yrigoyenista que colmaba la plaza si juraban “por Dios y la Patria ser fieles a las autoridades que vosotros mismos os habéis impuesto”. Una y otra plaza escucharon el “sí” tan brutal como el silencio del
pueblo radical destituido. Una y otra fue en 1945: una, de trabajadores en comunión con su líder; otra, de los que clamaban venganza contra toda forma de comunión. Una y otra fueron por esos años. Una, con Evita; otra, con el cáncer. Una, con el pueblo en la calle, vivo; otra, con el pueblo en la calle, bombardeado. Una y otra cuando Perón dijo “imberbes” y recibió la espalda de la militancia. Una y otra cuando alguien dijo “locas” y la Historia dijo “Madres”. Una, la de los jueves. Otra, otros días. Una plaza la que no pudo ver llegar a los miles y miles de manifestantes de la Multipartidaria que exigían el fi n de la dictadura el 30 de marzo de 1982 y que fueron violentamente reprimidos. Otra cuando, tres días después, vio y escuchó vivar al dictador Galtieri por su reconquista de las Islas Malvinas. Una y otra plaza vieron el regreso de la democracia en el mar de banderas que celebraban a Alfonsín en los balcones del Cabildo. Una y otra fueron al paso de la multitudinaria marcha que acompañó la entrega del
Nunca Más. Una y otra plaza escucharon “Felices Pascuas, la casa está en orden y no hay sangre en la Argentina”. Una y otra plaza vieron, años después, terminando 2001, con otro presidente radical, que ninguna casa estaba en orden y que la sangre volvía a correr. Y una y otra plaza pudo ver un helicóptero huyendo. Ahora, esa una y otra plaza siguen férreamente con su historia. La abrazan la misma Rivadavia, Diagonal Norte, San Martín, Avenida de Mayo, Hipólito Yrigoyen, Diagonal Sur, Balcarce, Reconquista, Defensa, Bolívar. Pero abrazan a una plaza que es la misma y que es otra. Una habla de “patria”; la otra, de “honestidad”, como si una palabra y otra fueran antónimos. Una y otra se llenaron. Una, de pueblo; otra, de gente. Son la misma, dicen. Y todo hace suponer, al transitarla, durante el miércoles o el jueves o el viernes o cualquier día de estos, que efectivamente son la misma. Pero hay toda una historia escrita en cada baldosa. Y esa historia, al ser leída, la hace una, otra, siempre
Dirección General: Aram Aharonian y Carlos Alberto Villalba Impresión Rotativos Patagónicos. Araóz de Lamadrid 1920. CABA Distribución: Capital Federal y Gran Buenos Aires New Site. Baigorria 103, CABA Distribución en el Interior DGP S.A. Alvarado 2018, CABA ISSN 1853-0443 RNPI en trámite LA BATALLA CULTURAL es una publicación de ULTRAKEM S.A. Domicilio legal Ingeniero Huergo 953 Piso 7º B (CP 1107), CABA.