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Viernes 26 de mayo de 2006

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Concursos de doble filo Con motivo de la celebración del IV Premio de Microcortos y Video-arte de Café Mármedi, COMA analiza los pros y contras de los festivales en el ámbito audiovisual

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inco minutos de duración y temática libre eran los únicos requisitos para que cualquier persona pudiese presentar su cortometraje al IV Premio de Microcortos y Video-arte del afamado Café Mármedi. Los premios en sí, entre 700 y 300 euros. El resultado, más de 70 piezas provenientes de los más diversos lugares y realizados con técnicas dispares. Todo esto resulta someramente atractivo para el aficionado medio a la creación audiovisual, pues en caso de que su obra agrade ésta puede reportarle una buena e inesperada inyección monetaria. Pero, ¿qué pasa con el autor profesional, o que quiere llegar a serlo, ante concursos de semejantes características? Un cortometraje de cinco minutos no tiene que ser necesariamente barato. Dependiendo del material utilizado durante rodaje y postproducción, el presupuesto puede ascender al valor de un buen automóvil, incluso más. Cierto es que las nuevas tecnologías, como el vídeo digital, han abaratado mucho los costes sin

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perder excesiva calidad de imagen, pero los realizadores que esperen un buen resultado técnico han de invertir. Sin embargo, al enviar su obra a un certamen se

Con un jurado, los perdedores hablan de ton go y a los ganadores se les tilda de enchufados

encuentran de súbito ante la tesitura de tener que situarla entre 'cine' o 'vídeo'. Y sólo esto ya supone un problema. Para empezar, los cortos rodados en celuloide habitualmente se presentan primero en este soporte, pasando por

grandes festivales internacionales hasta que su vida útil llega a fin. Entonces, en muchas ocasiones los productores hacen la trampa decidiendo transferir la obra a soporte DVD y distribuirla bajo la categoría 'vídeo', invadiendo el terreno de aquéllos que no disponen de tantos recursos. Y sólo por dinero. Esto pone en una situación difícil a realizadores que, jóvenes e ilusionados, utilizan los festivales para darse a conocer y entrar en el difícil universo cinematográfico, viéndose su competencia absurdamente incrementada y su obra eclipsada. Evidentemente, no es el caso del Café Mármedi, donde quizá primen más los pros que los contras al tratarse de un certamen relativamente joven, en el que claramente puede vislumbrarse un interés por impulsar la creación local, dentro del habitual compromiso que el Café tiene con el panorama cultural burgalés. A un realizador que presente una obra rodada en celuloide dichos premios no le resuelven ni el diez por ciento del presupuesto, quedando claro que el objetivo son los

creadores tanto aficionados como semiprofesionales que quieran mostrar al mundo su obra. Lo que sucede es que, dentro de ese mundo, una serie limitada de personas han de decidir quién se lleva el dinero y, lo más importante para ellos, el prestigio local. El jurado es un sistema que siempre ha conllevado polémica, se trate del concurso que se trate. Los perdedores hablan de tongo, a los ganadores se les desprecia por enchufados y el sentimiento general es de favoritismo. Así pasó, por ejemplo, con el último premio literario Planeta, o con los cinematográficos Goya, donde algunos de sus respectivos profesionales renunciaron a ser jurado o a recoger un galardón. Y, en el caso particular de los certámenes locales, ¿son esas cuatro o cinco personas las encargadas de encumbrar a unos y hundir a otros? ¿Pueden en verdad sus inmiscibles criterios personales decidir quiénes serán los próximos genios de nuestro cine? En sus manos lo dejo. Néstor López


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