Ana María Díaz Dardón Claudia Bárcenas Jordán
Cuentos para escuchar y leer
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Las abejitas juguetonas………………………………………..3 El osito goloso……………………………………………………..4 El tren que quería volar………………………………………..5 Raúl el ciempiés………………………………………………….6 El río…………………………………………………………………..7 Oscar el pingüino diferente…………………………………..8 La ranita de la voz linda………………………………………..9 Los conejitos de colores………………………………………10 Daniel y las palabras mágicas……………………………….11 El caballo y el asno………………………………………………12 Sara y Lucía……………………………………………………….13 Santilín……………………………………………………………..14
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LAS ABEJITAS JUGUETONAS En un panal había tres abejitas, que por primera vez iban a buscar néctar de las flores del campo. La reina de las abejas le dio un cántaro vacío a cada una y les ordenó traerlos bien llenos al caer la tarde. Las abejitas partieron volando a cumplir su tarea. La abeja mayor empezó inmediatamente. La del medio, se dedicó a escuchar las historias que le contaban las flores y los insectos. La más pequeña juntó muestras de todos los colores que encontraba en las florecillas. Sin que se dieran cuenta, de lo entretenidas que estaban, llegó la hora de volver al panal. En la entrada las esperaba la reina y su corte. La abejita mayor entregó su cántaro lleno y fue felicitada por todas las abejas. Luego le tocó a la del medio. Cuando mostró su cántaro con solo la mitad con néctar, la reina le dijo enojada: “¿Eso es todo lo que traes?” “No”, dijo la abejita. “Además tengo muchas noticias y chismes que me contaron las flores y los insectos.” Y así entretuvo a la reina y al panal por mucho tiempo. Las abejas también la felicitaron. Al final le tocó a la más pequeña. La reina le preguntó: “¿Y tú, cuánto néctar traes?”, la chiquita dijo: “Yo, traigo un tercio del cántaro con
néctar y muchos colores, para que todas nos pintemos y nos veamos muy lindas...”las abejas se pintaron e hicieron una fiesta. Ese día aprendieron que son bienvenidos en el panal.
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EL OSITO GOLOSO Había una vez un osito que se moría de ganas de comer miel, pero las abejas lo picaban cuando se acercaba al panal. Entonces pensó en hacer mejor las cosas y fue al valle, cortó un gran ramillete de flores y se lo llevó a las abejitas. Las abejas se conmovieron y le regalaron un frasco lleno de dorada, dulce y pegajosa miel. El osito quedó muy feliz con su miel, pero mucho más por tener tantas nuevas y buenas amigas.
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EL TREN QUE QUERÍA VOLAR Había un tren, muy grande y pesado, que pasaba todo el tiempo pensando en volar. Los otros trenes le decían que era imposible, que solo los pájaros y los aviones volaban. Entonces el tren decía ¡Quiero ser un pájaro! ¡Quiero ser un avión!, pero seguía siendo un pesado tren de carga que quería volar. Hasta que un día, hubo una gran tormenta, la cual destruyó un puente que unía dos cerros, justo cuando se acercaba el tren que quería volar. Frente a él se encontraba el vacío. El maquinista aplicó el freno y saltó a tierra para salvar su vida. En ese momento, el tren que quería volar vió su oportunidad. Desconectó los frenos con un fuerte sacudón y aceleró directo al vacío. Y entonces voló, voló, voló... Y era tan fuerte su deseo de volar, que se mantuvo en el aire a pesar de su cuerpo de hierro. Y sintió que era un pájaro. Y sintió que era un avión. Se mantuvo en el aire mientras las nubes, que habían bajado a ver la hazaña, pasaban sonriendo a su lado. Llegó volando al otro lado del barranco y las ruedas tomaron su camino de metal. Desde ese día, el tren que quería volar fue completamente feliz y se olvidó de ser un pájaro o un avión. Entendió que lo suyo era ser un tren de carga y sonreía cuando alguien decía que para un tren era imposible volar.
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RAÚL EL CIEMPIÉS Verano. El sol pega fuerte sobre el campo verde y florido. Entre la numerosa maleza vive una gran comunidad de cienpiés, aquellas extrañas orugas que se caracterizan por la gran cantidad de patitas que poseen. Estos cienpiés son muy amistosos y se reúnen en grupos para salir a caminar, a bailar, a bañarse en los charcos, a comer hojitas y todas aquellas cosas entretenidas que hacen los cienpiés cuando están felices. Pero había uno llamado Raúl al cual nadie invitaba y que pasaba todo el tiempo solo y si quería entretenerse tenía que inventar sus propios juegos. Juegos solitarios, juegos aburridos. La soledad lo había transformado en un cienpiés tímido y no se atrevía a preguntar el por qué no lo invitaban. Él se miraba en las pozas de agua y se comparaba con los otros y no encontraba ninguna diferencia entre él y los demás. Lo único raro que había notado era que todos los cienpiés que pasaban a su lado hacían extrañas muecas con su nariz. Hasta que un día se armó de valor y preguntó al primero que pasó a su lado el por qué todos lo evitaban. La respuesta lo dejó helado. 1. -Es que no te lavas los pies y los tienes muy hediondos, y como son cien... ¡puf, puf! Raúl se puso rojo de vergüenza (él es verde) y salió corriendo como loco al primer charco que encontró y se puso a la difícil tarea de lavar bien sus numerosos pies. Desde ese momento Raúl lava sus patitas todos los días y ya no le da flojera hacerlo porque la recompensa fue muy buena, ahora tiene cientos de amigos para jugar, caminar, bailar y ser feliz.
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EL RÍO Allá en lo alto de las montañas cubiertas por la nieve que se derrite, nace un pequeño hilito de agua. Serpenteando entre las rocas y la tierra dura, el agua helada se desliza tratando por todos los medios de sobrevivir y llegar al hermoso valle que se distingue lejano. A medida que baja, se le van uniendo más hilos de agua, que como él, quieren llegar al valle. Y así va creciendo. Y creciendo. Más abajo ya es un arroyo que con alegría y fuerza juvenil serpentea y canta mientras baja entre las quebradas. Y así va creciendo. En cuanto llega al valle se junta con otros arroyuelos. Y con la ayuda de estos nuevos amigos va creciendo y bañando los campos de trigo. Ya es un río. Y creciendo. Más adelante en unos cañones profundos se va uniendo a otros ríos, serio y responsable. Trabajador. Nutre de vida los campos aledaños y calma la sed de los animales que se acercan a su orilla. El viaje continúa y ya es un gran caudal que tranquilo y reposado se desliza suavemente para que los botes de los pescadores que lo navegan no se hundan. Ya puede ver, a lo lejos, su final. El agua prometida, el mar. Y en ese lugar el río muere para ser parte del océano que lo acoge después de tan largo y feliz viaje.
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OSCAR EL PINGÜINO DIFERENTE Los pingüinos son mundialmente conocidos por lo elegantes que son. Siempre visten de etiqueta y su andar es estirado y pomposo. Un día estando Oscar, el pingüino, mojando sus patitas en el helado mar, notó que flotando llegaba hasta él una hermosa caja. Rápidamente Oscar la abrió y maravillado observó su contenido. No podía creer lo que sus ojos de pingüino veían... ¡la caja contenía muchos frascos llenos de alucinantes colores!. Y Oscar aprovechó la ocasión. Pintó su elegante frac de fuertes azules y amarillos, su pechera blanca terminó siendo anaranjada con puntos verdes. Se dibujó una corbata celeste y lila y sus pies los pintó rojos con rayas moradas. Oscar resplandecía, porque el sol había salido a iluminar tanto colorido, en la siempre blanca, nevada y helada antártica. Entonces Oscar empezó su triunfal paseo. Los demás pingüinos quedaron asombrados. Reían. Saltaban. Silbaban. Aplaudían. Ese día fue el gran día de Oscar. Por fin, aunque fuera por poco tiempo, era diferente. Y la diferencia, lo hizo feliz. Entonces, Oscar cambió su nombre, ahora se llama Arcoiris, porque, aunque volvió a vestir de etiqueta, lleva todos los colores en su corazón.
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LA RANITA DE LA VOZ LINDA En un charco, a orillas de un río, vivía un grupo de ranas. Se lo pasaban todo el día croando y croando. ¡Croooc! ¡Croooc!... Aquel día era muy especial porque las ranitas pequeñas cantarían por primera vez. Una a una fueron cantando: ¡Crooc! ¡Crooc!. Hasta que saltó al escenario, que era una piedra en medio del agua, una ranita, que en vez del famoso ¡Crooc! ¡Crooc!, ¡cantó una hermosa melodía, con una bellísima voz de soprano!. Todos quedaron paralizados. Simplemente no lo podían creer. ¡Una rana que sí cantaba bien!. La novedad corrió por todo el valle y llegó a oídos, de un representante de artistas, que se apresuró a ir a buscar a la ranita cantora. La llevó a los más grandes escenarios del mundo y grabó muchos discos. Todos la admiraban y querían tomarse fotos con ella. Sin embargo, la ranita no era feliz. Ella quería volver a su charco, con su familia y sus amigos. Pero era esclava de su voz y de su fama. No podía volver. Hasta que, en medio de un recital, en un reino muy lejano, la ranita cantora cambió su dulce canto, por el canto natural de las ranas, el ronco ¡Crooc! ¡Crooc!... El público la empezó a pifiar y las pifias eran música para la pequeña, porque se dió cuenta que ahora podría volver a su charco añorado. Ahora la ranita sí es feliz. Y cantando ¡Crooc! ¡Crooc! ¡Crooc!, pero con su familia, sus amigos y su charco.
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LOS CONEJITOS DE COLORES Había una mamá coneja que tenía muchos conejitos. Todos eran muy blancos, y también, como todos los niños, eran muy juguetones y un poquito locos. Así que siempre estaban jugando por el campo. Pero, un día, todo el paisaje apareció también blanco. ¡Había nevado! Cuando la mamá coneja fue a buscar a sus pequeños, no los podía encontrar, porque como eran blancos, se confundían con la nieve. Entonces fue a buscar pinturas y pintó a sus conejitos de todos los colores. ¡Ahora sí podía verlos, fácilmente, jugando en la nieve blanca!. Todo anduvo bien, hasta que un día, al mirar al campo, no pudo encontrar nuevamente, a sus conejitos queridos. ¡Había llegado la primavera con todo su esplendoroso colorido!. Llamó a sus niños y uno a uno los lavó y los volvió a su color natural, el blanco. Ahora los podía observar tranquilamente como corrían por el florido campo. Estaba muy feliz. Pero, un día, pasado el tiempo... ¡volvió a nevar! ...y este cuento vuelve a comenzar.
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Daniel y las palabras mágicas Te presento a Daniel, el gran mago de las palabras. El abuelo de Daniel es muy aventurero y este año le ha enviado desde un país sin nombre, por su cumpleaños, un regalo muy extraño: una caja llena de letras brillantes. En una carta, su abuelo le dice que esas letras forman palabras amables que, si las regalas a los demás, pueden conseguir que las personas hagan muchas cosas: hacer reír al que está triste, llorar de alegría, entender cuando no entendemos, abrir el corazón a los demás, enseñarnos a escuchar sin hablar. Hay veces que las letras se unen solas para formar palabras fantásticas, imaginarias, y es que Daniel es mágico, es un mago de las palabras. Lleva unos días preparando un regalo muy especial para aquellos que más quiere. Es muy divertido ver la cara de mamá cuando descubre por la mañana un buenos días, preciosa debajo de la almohada; o cuando papá encuentra en su coche un te quiero de color azul. Sus palabras son amables y bonitas, cortas, largas, que suenan bien y hacen sentir bien:gracias, te quiero, buenos días, por favor, lo siento, me gustas. Daniel sabe que las palabras son poderosas y a él le gusta jugar con ellas y ver la cara de felicidad de la gente cuando las oye. Sabe bien que las palabras amables son mágicas, son como llaves que te abren la puerta de los demás. Porque si tú eres amable, todo es amable contigo. Y Daniel te pregunta: ¿quieres intentarlo tú y ser un mago de las palabras amables?
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El caballo y el asno Un hombre tenía un caballo y un asno. Un día que ambos iban camino a la ciudad, el asno, sintiéndose cansado, le dijo al caballo: - Toma una parte de mi carga si te interesa mi vida. El caballo haciéndose el sordo no dijo nada y el asno cayó víctima de la fatiga, y murió allí mismo. Entonces el dueño echó toda la carga encima del caballo, incluso la piel del asno. Y el caballo, suspirando dijo: - ¡Qué mala suerte tengo! ¡Por no haber querido cargar con un ligero fardo ahora tengo que cargar con todo, y hasta con la piel del asno encima! Cada vez que no tiendes tu mano para ayudar a tu prójimo que honestamente te lo pide, sin que lo notes en ese momento, en realidad te estás perjudicando a ti mismo. Si conoces alguna otra fábula para niños y quieres compartirla con nosotros y los demás padres, estaremos encantados de recibirla.
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Sara y Lucía Érase una vez dos niñas muy amigas llamadas Sara y Lucía. Se conocían desde que eran muy pequeñas y compartían siempre todo la una con la otra. Un día Sara y Lucía salieron de compras. Sara se probó una camiseta y le pidió a su amiga Lucía su opinión. Lucía, sin dudarlos dos veces, le dijo que no le gustaba cómo le quedaba y le aconsejó buscar otro modelo. Entonces Sara se sintió ofendida y se marchó llorando de la tienda, dejando allí a su amiga. Lucía se quedó muy triste y apenada por la reacción de su amiga.No entendía su enfado ya que ella sólo le había dicho la verdad. Al llegar a casa, Sara le contó a su madre lo sucedido y su madre le hizo ver que su amiga sólo había sido sincera con ella y no tenía que molestarse por ello. Sara reflexionó y se dio cuenta de que su madre tenía razón. Al día siguiente fue corriendo a disculparse con Lucía, que la perdonó de inmediato con una gran sonrisa. Desde entonces, las dos amigas entendieron que la verdadera amistad se basa en la sinceridad. Y colorín colorado este cuento se ha acabado, y el que se enfade se quedará sentado.
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Santilin Santilin es un osito muy inteligente, bueno y respetuoso. Todos lo quieren mucho, y sus amiguitos disfrutan jugando con él porque es muy divertido.Le gusta dar largos paseos con su compañero, el elefantito. Después de la merienda se reúnen y emprenden una larga caminata charlando y saludando a las mariposas que revolotean coquetas, desplegando sus coloridas alitas. Siempre está atento a los juegos de los otros animalitos. Con mucha paciencia trata de enseñarles que pueden entretenerse sin dañar las plantas, sin pisotear el césped, sin destruir lo hermoso que la naturaleza nos regala. Un domingo llegaron vecinos nuevos. Santilin se apresuró a darles la bienvenida y enseguida invitó a jugar al puercoespín más pequeño. Lo aceptaron contentos hasta que la ardillita, llorando, advierte: - Ay, cuidado, no se acerquen, esas púas lastiman. El puercoespín pidió disculpas y triste regresó a su casa. Los demás se quedaron afligidos, menos Santilin, que estaba seguro de encontrar una solución. Pensó y pensó, hasta que, risueño, dijo: - Esperen, ya vuelvo. Santilin regresó con la gorra de su papá y llamó al puercoespín. Le colocaron la gorra sobre el lomo y, de esta forma tan sencilla, taparon las púas para que no los pinchara y así pudieran compartir los juegos. Tan contentos estaban que, tomados de las manos, formaron una gran ronda y cantaron felices.
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