Espacios, Objetos y Metáforas
La ciudad letrada en relación con el relato del siglo XIX
Espacios, Objetos y Metáforas. La ciudad letrada en el relato colombiano del siglo XIX. María José Huérfano Cuervo Juan Sebastián Gutiérrez Sánchez Siri Mikkola Juan José Porras Uscategui
© 2021 María José Huérfano Cuervo, Juan Sebastián Gutiérrez Sánchez, Siri Mikkola, Juan José Porras Uscategui Todos los derechos reservados.
María José Huérfano Cuervo mj.huerfano@uniandes.edu.co
Juan Sebastián Gutiérrez Sánchez js.gutierrezs@uniandes.edu.co
Siri Mikkola s.mikkola@uniandes.edu.co
Juan José Porras Uscategui j.porrasu@uniandes.edu.co
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Relato Breve Colombiano del Siglo XIX Del cuadro al cuento Grupo #3
Índice Prólogo
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Criterios de Edición
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Espacios Manuela “La posada de Mal-Abrigo” Manuela “El Lavadero”
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Objetos El tiple
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Revista de un Álbum
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Metáfora La Tijera
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Ensayo Epilogal
73
Agradecimientos
80
Créditos
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Prólogo Introducción y equipo En primer lugar, nos gustaría presentarnos como estudiantes de Literatura en la Universidad de los Andes, situada en Bogotá, Colombia. El equipo está conformado por Juan Sebastián Gutiérrez, María José Huerfano, Siri Mikkola y Juan José Porras. Estamos interesados en estudiar la relación entre los relatos colombianos del siglo XIX con un pensamiento crítico sobre las instituciones coloniales que se plantea en La Ciudad Letrada (1984) de Ángel Rama. De la misma manera, buscamos mostrar cómo la representación de casos específicos en los relatos y autores que trataremos en esta antología pueden representar una imagen más completa de las dinámicas, relaciones y comportamientos presentes en la sociedad colombiana del siglo XIX. Consideramos que este tema es relevante de estudiar puesto que ha habido una resurgencia del análisis poscolonial en plataformas de largo alcance como lo pueden ser las redes sociales; esto abre la puerta para analizar los relatos de nuestro país bajo este lente para ver su relevancia. De la misma manera, consideramos importante que las personas tengan acceso a la forma como su país y su sociedad se representaba en periodos anteriores. Esto permite un mayor sentido de pertenencia, de identidad, y de crítica con respecto a nuestra cultura, las dinámicas y relaciones presentes en ella, y a lo que le damos valor como sociedad. Los cuadros de costumbres y el relato colombiano del siglo XIX A nuestro parecer, una buena manera de trabajar estos dos objetivos es desde el análisis de cuadros de costumbres: un tipo de escrito que predata lo que consideraríamos como un cuento hoy en día. Estos cuadros describen el
Prólogo
comportamiento, la actitud, los hábitos, valores, etc., de una persona o grupo de personas a través de narrativas relativamente simples, puesto que se concentran, normalmente, más en esta descripción. Aunque esta parezca ser una descripción definitiva, el término de cuadro en general puede adaptarse a diferentes niveles narrativos con historias tan complejas como lo quisiera el o la autor/a, como se verá en algunos de los textos que tratamos en esta antología. Sin embargo, aquello que parece imperativo, es aquella exposición de las costumbres de las que se tratan. Al utilizar esta definición, y viendo qué tan amplia puede tornarse, decidimos limitar esta antología a algunos textos que representaran a la sociedad colombiana desde tres aspectos específicos que le dan el nombre a esta colección: espacios, objetos y metáforas. Estos tres elementos nos permiten explorar descripciones de las dinámicas presentes en la Colombia del siglo XIX, pero también nos permiten abordarlos desde una lectura como la que hace Rama. Espacios, objetos y metáforas Sobre espacios, podemos ver la relación que pone Rama sobre la ciudad letrada y lo que se llama espacio vacío y sin historia en su texto. De igual manera, podemos ver la forma como se relacionan los espacios letrados con los que no lo son, y cómo esto refleja la diferencia social en Colombia. Con respecto a objetos, los relatos escogidos en esta subcategoría representan las dinámicas que existen en la sociedad a través de un catalista. Este catalista es un objeto que es utilizado a través del relato con el fin de mostrar y describir aquellos aspectos que quieren ser tratados en la historia. Este objeto actúa como pieza central de la descripción, y la manera cómo diferentes
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Prólogo
agentes se relacionan con él también actúa como pieza representativa de los comportamientos de personas y de la sociedad en el siglo XIX. Finalmente, el relato asociado con metáforas utiliza una imágen cortante con el fin de describir a varios grupos de personas a un nível más general. Al igual que su finalidad, la imágen tiene una característica más general, pero esto le permite tomar subdivisiones que ayudan a hablar de casos específicos y comentando sobre dinámicas similares que en las otras dos categorías, y también relacionándose con esa ciudad letrada que mencionamos. Los relatos escogidos Es importante mencionar que aunque estas subcategorías ayudan a clasificar a estos relatos, eso no significa que los cuadros sólo tengan aspectos de su división específica. También pueden tener elementos de los otros dos componentes, e incluso de otros que no son priorizados en esta antología específica, pero que no significa que no sean interesantes de tratar. Continuando ahora con los relatos, quisieramos mencionar que los tomamos y transcribimos basados principalmente en las versiones de ellos encontrados en el Museo de cuadros y costumbres (1866) de José María Vergara y Vergara, y de Cuadros de costumbres y descripciones locales de Colombia (1878) de José Joaquín Borda. Habiendo dicho lo anterior, estos son los relatos escogidos para la presente antología: 1. La posada de mal-abrigo de Eugenio Díaz: este cuadro que funciona como primer capítulo de Manuela trata la diferencia que existe entre los ambientes colombianos encontrados fuera de las ciudades, y aquellos encontrados en la capital y en Estados Unidos. Igualmente, utiliza la dificultad de transporte, de acceso y de conexión a la calidad de vida y nivel letrado de estos sitios retirados. 3
Prólogo
2. El lavadero de Eugenio Díaz: este relato funge como cuarto capítulo de Manuela. Utiliza la diferencia en las condiciones ambientales, laborales y sociales entre Bogotá y donde se encuentra el protagonista para demostrar la discrepancia social, cultural y económica entre ambos espacios. 3. El tiple de José Caicedo: este relato trata la relación que existe entre los implementos utilizados en Colombia con respecto a Europa. Se explora la idea de la derivación y como se depende de lo que viene de Europa para crear arte, y cómo este arte puede ser inferior por esta derivación. 4. Revista de un álbum de Francisco García: en este relato se nos presenta la manera como un elemento específico puede representar y describir una serie de realidades de la Colombia del siglo XIX. De igual manera, presenta la relación con las expectativas sociales, su imperatividad en la sociedad, y algunas de sus posibles raíces europeas. 5. La tijera de Domingo Maldonado: presenta diferentes perfiles existentes en la sociedad colombiana. Relaciona estos perfiles con diferentes agentes y actores relacionados con la ciudad letrada y con la sociedad colombiana. Metodología de la antología La forma como se trabajarán los relatos consiste en una transcripción previa comparada de los relatos escogidos. Se transcriben de las compilaciones previamente mencionadas y son comparadas con versiones modernas de los textos. Se toman decisiones editoriales estilísticas que serán expresadas más adelante. Luego de haber hecho la transcripción, los relatos son comentados. Estos comentarios tienen como fin explicar vocabulario que puede que los lectores no 4
Prólogo
conozcan, relacionar el relato con la ciudad letrada, o describir la conexión del relato con las dinámicas, comportamientos y aspectos sociales representados en él. Finalmente, se incluye un ensayo epilogal que toca algunos de los elementos presentes en la antología y/o en los comentarios. Lectores y conclusiones Finalmente, nos gustaría decir que la idea de esta antología es que sea accesible para cualquier persona colombiana, con una perspectiva desde la juventud. En este sentido, tratamos de explicar situaciones y conceptos que no son tan comúnmente utilizadas en el vocabulario moderno; de igual manera, adaptamos la gramática para que sea más cómodamente leída por una audiencia contemporánea a la publicación de la antología. Como último punto, nos gustaría mencionar que los objetivos que nos planteamos, al igual que aspectos de la metodología y la intención de adaptar los relatos a nuestra contemporaneidad está marcada por nuestras condiciones específicas. Aquel vocabulario que se decidió definir se basó en el uso común al cuál estamos expuestos, y las ideas sobre Colombia están basadas en nuestro pensamiento desde una posición universitaria y en muchos aspectos privilegiada. Todo esto para decir que es importante tener en cuenta que esta no es la única lectura de estos textos, y que no debería tratarse como tal. La diversidad de ideas y de pensamientos debería marcar los análisis que se llevan a cabo, y no deberían verse limitados a voces específicas. Le pedimos a quienes lean esta antología que no sientan que sus perspectivas y posiciones son invalidadas por aquellos comentarios que llevamos a cabo a través de ella, sino que los usen para entrar a conversaciones y discusiones con sus propias ideas.
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Criterios Editoriales Esta antología es una selección de relatos cortos colombianos del siglo XIX. Las versiones originales con respecto a las cuales se realizó el cotejo fueron Museo de Cuadros de Costumbres editado por José María Vergara y Vergara en el año 1866, en este se encuentran los dos capítulos de Manuela, El Tiple y La Tijera. Además, se consultó la edición de 1878 de José Joaquín Borda Cuadros de Costumbres y descripciones locales de Colombia para el relato Revista de Álbum. La edición de Borda cuenta con un aproximado de 400 páginas, en las que se presenta el índice hasta el final de la edición en el cual se enlistan los cuadros presentando primero a los autores seguidos del título de del cuadro. De esta manera, se daba un orden alfabético de los apellidos de los autores. Se presentan dos cuadros al final que se adjudican a un anónimo. En el caso de Vergara, se presenta nuevamente un aproximado de 400 páginas para cada uno de los dos tomos que comprende la edición. Para esta antología se utilizó el primer tomo para los cuadros El tiple y La tijera, y el segundo, que contiene la obra completa de Manuela, para los capítulos I y IV. En este caso el índice se presente aparentemente sin un orden concreto, y las obras se enlistan ahora con el título del cuadro seguido del nombre del autor de una manera más sencilla con el nombre antes que el apellido. Para esta edición, en el cotejo de los relatos se ha decidido modernizar el texto con el fin de llegar a todo público, por lo cual, también se incluyeron notas al pie sobre definiciones de vocabulario y contextualizaciones a referencias que se incluyen en algunos relatos. Con respecto a las decisiones ortográficas y gramaticales se han cambiado las “i” por “y” (ej. “y”, “estoy” y “hay”), se han añadido tildes en términos que actualmente se tildan (ej. “día” y “más”), se han abierto los signos tanto de interrogación como de admiración cuando no estaban 6
Criterios Editoriales
marcados en el original, los cuatro puntos suspensivos que salían en las versiones originales se han reemplazado por solamente tres, se han añadido cursiva en obras citadas, se han adaptado los guiones para señalar los diálogos, se han eliminado algunas tildes que están en desuso (ej. “mientras” y “entonces”), se han añadido comas para señalar vocativos en algunos casos para eliminar ambigüedad y que fuera más fácil leerlo, se han puesto “x” (ej. “extremo” y “exclamó”), se han cambiado la “j” por “g” (ej. “agilidad”), se ha añadido mayúscula después de cerrar signos de admiración o interrogación, se han eliminado signos de admiración que se volvían repetitivos en la narración y en lugar de poner varios en oraciones cortas se ha puesto uno grande para oraciones separadas con coma, se han cambiado algunos términos por otros más adecuados para el contexto (ej. “entre la casa” por “dentro de la casa” y “al través de” por “a través de”) y finalmente se han añadido cursivas para algunos extranjerismos.
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Espacios
Manuela “La Posada de mal-abrigo” Eugenio Díaz Castro Eran las seis de la tarde, y a la luz del crepúsculo se alcanzaba a divisar por debajo de las ramas de un corpulento guásimo 1, una choza sombreada por cuatro matas de plátano que la superaban en altura. En una enramada que tocaba casi el suelo con sus alares, se veía una hoguera, y alrededor algunas personas y un espectro de perro, flaco y abatido sobre sus patas. Al frente de la enramada acababa de detener su mula viajera un caballero que entraba al patio, seguido de su criado, y de un arriero que conducía una carga de baúles. Del centro de este segundo grupo salió una voz que decía: —¡Buenas noches les dé Dios! —Para servirle —contestaron los de la enramada. —¿Que si nos dan posada? —La casa es corta, pero se acomodarán como se pueda. Entren para más adentro. —¡Dios se lo pague! —contestó el arriero, comenzando a aflojar la carga de la jadeante mula. El caballero se desmontó y tendiendo su pellón colorado sobre un grueso tronco sustentado por estacas y emparejado con tierra, se sentó mientras el arriero desenjalmaba2 y recogía el aparejo, y el criado arrimaba las maletas contra la negra y hendida pared de la choza. Salió de la cocina una mujer con enaguas2 azules y camisa blanca, en cuyo rostro brillaban sus ojos bajo unas pobladas cejas, como lámparas bajo los arcos de un templo obscuro; y dirigiéndose al viajero, le dijo: —¿Por qué no entra?
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Planta nativa de América Latina. Prenda de ropa interior femenina, como uma falda que se pone interior al vestido.
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Manuela “La Posada de Mal-abrigo” —Muchas gracias… ¡está su casa tan obscura! —¿No trae vela? —¿Vela yo? —Pues vela, porque la que hay aquí, quién sabe dónde la puso mi máma; y a obscuras no la topo. Y si la dejan por ahí, ¡harto dejarán los ratones! ¡Conque3 se comen los cabos de los machetes, y hasta nos muerden de noche! Pero si tiene tantica paciencia voy a sacar luz para buscarla. Ya tenían arrimados los baúles los compañeros del viajero, cuando salió la casera de la cocina con un bagazo 4 encendido. El bagazo seco y deshilachado (¡la vela de los pobres!), era como una hoguera, y a su luz brillantísima pudo nuestro viajero examinar la mezquina fachada de la choza y la figura de la patrona. Era esta de talle delgado y recto, de agradable rostro y pies largos y enjutos 5; sus modales tenían soltura y un garbo6 natural, como lo tienen los de todas las hijas de nuestras tierras bajas. Cuando la vela, con gran pesar de los ratones, estuvo alumbrando la salita, los criados introdujeron los trastos; y sobre la cama que el paje había formado con el pellón y las ruanas, se recostó el viajero fumando su cigarro, y lamentándose, por intervalos, del cansancio y del estropeo. —¡Hombre, José! ¡qué caminos! —decía a su criado que ya se había recostado también sobre la enjalma—: ¡si tú vieras los de los Estados Unidos! ¡Y las posadas de allá; eso todavía! Estoy todo desarmado aquí donde tú me ves. ¡Qué saltos!, ¡qué atolladeros! No creía llegar vivo a esta magnífica posada.
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Uso coloquial: Introduce una oración en la que se expresa una conclusión o una consecuencia que se desprende de algo que acaba de mostrarse. Generalmente, se utiliza cuando el hablante percibe la conclusión como obvia o evidente. 4 El residuo del proceso de fabricación del azúcar a partir de la caña . 5 Que es delgado o de poca carne. 6 Sinónimo de gracia o gentileza.
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Manuela “La Posada de Mal-abrigo” —Y en esas tierras que sumerced mienta, ¿no son caminos provinciales y nacionales como los nuestros? —¿Como estos? Allá va volando uno en un tren que lleva todas las comodidades de la vida civilizada. —Pero la Pólvora en que sumerced bajó el monte, es superior para los viajes. Tiene un paso trochado 7, y un modo de bajar los escalones, y de atravesar los sorbederos… Y recuerde sumerced que un mero día desde Bogotá hasta aquí. —¡Un día! Allá hubiéramos hecho en una hora esta misma jornada, y no a saltos y barquinazos8, como tú dices, sino acostado sobre cojines. —¿Conque qué tal le va? —preguntó el arriero a su patrón, entrando a colgar los cabezales de las bestias. —Ya puedes suponer…, y tú, ¿de dónde vienes? —De manear9 las mulas y esconderlas; porque como dice el dicho, «más vale contarles las costillas que los pasos». Y por lo que hace a mi acomodo, yo en cualquier parte quedo bien. Pienso dormir debajo del alar sobre la enjalma, porque adentro no cabríamos los tres, con ñuá10 Estefana, su familia y sus cluecas11. —¿Y por qué se te ocurrió llamar posada a esta choza y hacerme pernoctar12 en ella? —¿Y en qué otra parte? ¡Sólo que en la casa grande de la Soledad!… Sumerced me dijo que las casas grandes tenían sus inconvenientes para pasar la noche. —¡Pero si aquí ni cabemos siquiera! En fin… una mala noche pronto se pasa. Saca un libro del maletón, José. 7
Camino estrecho que sirve como atajo. Vaivén que hace un carruaje en movimiento. 9 Manejar caballos. 10 Forma coloquial de “señora” 11 Referente a gallinas u otras aves. 12 Pasar la noche en algún lugar. 8
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Manuela “La Posada de Mal-abrigo”
Y tomando el segundo tomo de Los misterios de París13 que le trajo su criado, empezó a leer en voz alta, mientras su perro y su arriero dormían a sus pies. El perro de Terranova, que respondía al nombre de Ayacucho, no había hecho el menor caso de los largos y destemplados aullidos con que lo había recibido el moribundo gozque 14 de la choza; y este viendo el profundo desprecio de su huésped, y que, gordo como estaba, más se curaba de dormir que de comer, dejó de temer la rivalidad y volvió a acostarse cerca del fogón. Acababa de bostezar el viajero, viendo en su reloj de oro que eran las ocho, cuando entró la joven casera de paso para su alcoba. —¿Y qué hay del cafecito? —le preguntó el viajero. —¿Cuál cafecito? —le contestó ella con la más franca admiración. —El de mi cena. —¿Luego usted cena? —Por de contado. —¿Trajo de qué hacerle? ¿Tiene algo en esos baúles? —Sí: los libros y la ropa. —¿Eso merienda, pues? —No, lo que tú me prepares. —¿Y si no hay nada? —¿Cómo? —Que en estos caminos hay que llevar de comer, porque no se encuentran las cosas al gusto de los pasajeros. —¡Yo no acostumbro cargar nada de comida, mi hija! —Pues entonces, aguante. —¿Y llevando cóndores?
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Obra de 1842 de Eugène Sue, escritor francés (1804-1857) Adjetivo relativo a los perros pequeños.
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Manuela “La Posada de Mal-abrigo” —¿Qué son “cóndores”? —Monedas de oro del valor de doce pesos y medio. —¿Y con qué pagábamos tantos trueques15? ¡Ni con todo lo que tenemos en el rancho! ¡Ave María! —¿Y entonces, me dejas morir de hambre después de criado? ¡Tú, que siendo tan buena moza, no debes ser inhumana!... ¿Cómo te llamas? —Rosa, una criada suya. —Y mucho menos siendo la reina de las flores. —¡Nada! —¿Y no te compadeces? —Sólo que se conforme con lo que hay. —De mil amores. Continuó leyendo el viajero, mientras Rosa se fue a reanimar el fuego, tomando nuevas y urgentes providencias, poseída de sentimientos humanitarios, y de algo más, porque el viajero le inspiraba un sí-es-no-es de cariño. Iba el lector en un pasaje interesante cuando fue interrumpido por Rosa, la que poniendo un pie en el extremo de la barbacoa, levantó el otro con destreza y agilidad, para alcanzar a cortar un pedazo de carne de la pieza que colgaba de una vara suspendida con cuerdas del techo y con la necesaria interposición de totumas 16 y tarros que garantizan de ratones. Si al viajero había parecido Rosa, dándole posada, una mujer bondadosa, ahora, suspendida de un pie en la punta de una barbacoa, los brazos alzados y el cuerpo lanzado en el aire, advirtió que era elegante de cuerpo; y en aquella postura, y recordando que estaba ocupada en su servicio, le pareció el ángel del socorro. 15 16
Intercambio de un producto por otro. Jarrón de boca ancha que se llena normalmente de agua.
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Manuela “La Posada de Mal-abrigo” —¿Siempre me favorecerás, Rosa? —le dijo. —¿No ve? ¡Para su cena…! —dijo mostrándole el pedazo de carne, y dando un salto ágilmente, corrió a la cocina. Continuó la lectura durante otra hora; y cuando los bostezos del amo, del criado y del perro, se respondían como el eco en las bóvedas de una cueva, entró Rosa con una servilleta del tamaño de un pañuelo, a tenderla sobre una cajita, cerca de un baúl y el viajero le preguntó: —¿Qué noticias tenemos, Rosa? —¿No ve ya la mesa puesta? —¡Bien, bien! Si es el primer repique, procura que no tarden los otros dos. —Aflójese tantico, si está apretado. ¿Y quién le manda ser descuidado y darse mala vida? Ya ve, los pobres lo primero que prevenimos es la comida cuando viajamos; porque si uno se muere, ¿de qué sirve la plata? —No te detendré con objeciones, porque tienes mucha razón, y además los momentos son preciosos. Otro capítulo del libro fue leído en el intermedio siguiente, y al cabo volvió a aparecer Rosa trayendo una taza vidriada, no muy limpia por de fuera. —¿Qué me traes, Rosa? —preguntó el viajero sentándose en su barbacoa. —Es el ají… ¿Usted no se pica? —De ti es que estoy medio picado. Ven acá, graciosa negra. Siéntate y conversemos. —¿Y la cena? —¡Todo es secundario en tu presencia! Tienes un aire, una gracia y unas miradas que consuelan.
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Manuela “La Posada de Mal-abrigo” —¿Entonces no le traigo de cenar? Con que yo lo mire tiene bastante. —Pues no es malo que me traigas algo. Quisiera que me hicieras la visita, porque tu conversación me encanta; pero en fin, tú lo verás. Cuando esto dijo el viajero, ya Rosa había salido, para presentarse de nuevo como el verdadero ángel del socorro. Puso sobre la mesa una taza y un plato de palo que tenía carne asada, de apetitoso olor; y luego se sentó en otro baúl, poniéndose la mano en la cintura. —Me gusta que me acompañes. Yo no puedo comer solo; y así será mi cena más sabrosa. ¿Y qué potaje 17 tenemos? —Como no es potaje sino mazamorra. —¡Exquisita! —exclamó el viajero así que la probó, y no volvió a atravesar palabra hasta agotar la taza. —Esta carne también está buena —dijo Rosa. —¡Pues ahí verás que no me gusta tanto! Tiene un olorcillo… ¿De qué es? —¿Para qué quiere saberlo? —¡Ya se ve! Lo que importa es matar a quien nos mata. ¡Qué buena cena! Ahora se me ocurre una cosa: tú me cuidas y ni siquiera sabes cómo me llamo. —¿Eso qué le hace? —¡Oh! ¡De esto sucede mucho en la Nueva Granada! Mil gracias, Rosa. —¡Que le haga buen provecho! —Te quedo muy agradecido. ¡Mira!, cuando vayas a Bogotá, pregunta por mí, que tendré mucho gusto en atenderte. —Mi hermano Julián es el que viaja y algunas veces mi madre. Yo les diré que vayan a la casa de usted.
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Sopa o caldo que se sirve antes del plato fuerte.
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Manuela “La Posada de Mal-abrigo” —¿Y vives contenta entre estos montes? —¿Y si no? El que es pobre… —¿Y en qué buscas tu vida, Rosa? —En la labranza, cuando se puede trabajar; y la mayor parte del año en el trapiche18 de la hacienda. —¿Eres trapichera? —Sí, señor: de la Soledad, del trapiche de mi amo Blas, nada menos. —¿Él vive solo? —Con mi señorita Clotilde, porque mi señora no se amaña, ni le hace el temperamento. Los niños suelen hacer sus viajes a la ciudad. —¿Te gusta el oficio de trapichera? —¿Y qué se va a hacer? —¿Y quiénes más viven aquí contigo? —Mi madre, yo, Julián y Antoñita, la mediana. Mi padrastro se murió hace poco; Matea se fue a Ambalema; y dicen que está calzada y como una novia de maja. Julián, mi hermano, está trabajando en el trapiche del Retiro, y no viene a casa sino por San Juan, la Semana Santa y la Nochebuena. Otro hermano tenemos, que trabaja en la Soledad; pero ni caso ni cuenta hace de nosotras. —¿Y cuáles son tus obligaciones en la hacienda? —Pagar ocho pesos por año, y trabajar, una semana sí y otra no, en el oficio del trapiche. —¿Y qué tal es tu señora Clotilde? —Buena con nosotras; y, ¡muy chusca que es la señorita! —¿Y en la parroquia, hay algo que sirva?
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Molino para extraer el jugo de algunos productos agrícolas como la aceituna o la caña de azúcar.
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Manuela “La Posada de Mal-abrigo” —¡Ave María! ¡Pues la niña Manuela… que es lo que hay que ver! Pero, tanto he hablado con usted, y hasta ahora no me ha dicho su gracia, es decir, cómo se llama. —Yo me llamo Demóstenes, un criado tuyo —contestó el caballero haciendo una cortesía. Seguramente don Demóstenes, por el hábito de no acostarse sino de las doce para adelante, estaba desvelado en esa noche. Por lo que hace a Rosa, como buena trapichera, estaba acostumbrada a trasnocharse 19; y en esta disposición análoga, eran ya las diez, y todavía conversaban como dos novios. Don Demóstenes complacido con la ingenua y sencilla charla de Rosa, y esta, contenta de interrumpir su acostumbrado aislamiento y soledad, hablando con un pasajero de agradable conversación. La madre y los hermanitos hacía rato que dormían en la alcoba inmediata: al fin se retiró Rosa, llevando en la mano el bagazo encendido. Don Demóstenes apagó su vela y se preparó a dormir en su movediza barbacoa. Mas cuando esperaba el reposo y el sueño bienhechor debido con tanta justicia al mal parado viajero, este en vez de conciliar el sueño, no hacía sino moverse y agitarse en su cama, sintiendo mil picadas en todo su cuerpo. Largo rato luchó con aquel tormento desconocido, hasta que por fin, agotada la paciencia, llamó a su criado. —José, levántate, que estoy como metido en agua hirviendo y tengo una sed devoradora. Enciende pronto la vela, ¿oyes? —¡Como que los ratones cargaron con ella! —contestó José, después de buscarla a tientas en toda la pieza. —Llama a Rosa, pues.
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Pasar la noche sin dormir o dormir muy poco.
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Manuela “La Posada de Mal-abrigo”
Rosa se había puesto en pie desde que oyó las voces y las plegarias de su huésped, y salió para ver cómo podía aliviar al viajero; pero no había otra vela en la casa, y hubo que recurrir al bagazo. Encendido este, se encargó José de atizar la salvaje lámpara, mientras Rosa examinaba la cama de don Demóstenes. —Son los chiribicos 20 —dijo, después de examinar los dobleces de la sábana. —¿Y qué se hace con ellos? —Con los chiribicos y con don Tadeo el tinterillo, no hay remedio que valga. —¿Cómo es eso? —¡Pues mire! Cuando los chiribicos se empican, no vale aseo, no vale arder la cobija ni el junco, ni quemar la barbacoa. —¿Y qué se hace entonces? —Embarrar de nuevo la casa, o derribarla y hacer otra nueva. —Pero mientras se derriba, ¿qué hacemos, Rosa? ¡Yo me muero! —¿No trajo hamaca? —¡Corriente, Rosa! Viene entre los baúles: que la saque José cuanto antes. Cuando colgaron la hamaca entre el criado y la casera, le advirtió Rosa: —Pero no vaya a llevar a la hamaca ni una cobija, ni una pieza de ropa de las que tiene puestas, porque entonces se queda en las mismas. Don Demóstenes siguió el consejo: se mudó, y envuelto en otra sábana hizo su ascensión gloriosa a la hamaca, de un solo brinco, como el boga que sube al champán perseguido por los policías. —Ahora quiero agua, porque tengo calentura y la sed me abrasa.
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Arácnido de las tierras calientes, de olor desagradable y cuya picadura produce fiebre.
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Manuela “La Posada de Mal-abrigo” —Esa es la que aquí no hay, mi caballero. —¿Qué beben ustedes, pues? —Guarapo21. Si quiere, voy a traer un calabazo de agua al chorro; pero aquí son las aguas salobres22. —Te lo agradeceré, hija mía… ¡Oh!, ¡las posadas de los Estados Unidos! Esas sí que son posadas, —decía don Demóstenes al criado mientras esperaba el agua—. ¡Figúrate que en el hotel San Nicolás encuentra uno en su cuarto hasta agua corriente! ¡Pero esta posada de Mal-Abrigo…! Al cabo de media hora se oyeron los pasos de la servicial casera, y en seguida el grato acento de su voz. —Por ainas no vuelvo —dijo al entrar, con una tranquilidad llena de filosofía—. Se apagó el bagazo en el camino, y aquí no más tuve que matar una taya23 que se me enredó en los pies… mañana la verá usted… Don Demóstenes se bebió una totuma llena de un agua no muy buena, y exclamó con todo el fervor de un corazón agradecido: —¡Oh! ¡Rosa! ¡Eres como una Egeria consolando a Numa 24! —¿Que le eche otra totuma? ¡Apare…! —No, Rosa, mi sed está mitigada. Ahora conversemos alguna cosa. Mira, estoy curioso de saber por qué vino a colación un don Tadeo, cuando hablábamos de chiribicos. —Porque esa es otra plaga que tenemos en la parroquia. Al niño Dámaso le tiene desterrado y lo persigue como los ratones a la vela, para no dejarlo casar con la niña Manuela. Y usted descuídese, si va a estarse en la parroquia,
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Jugo de la caña dulce exprimida, que por vaporización produce el azúcar. Aguas salobres: Cuya proporción de sales la hace impropia para la bebida y otros usos. 23 Serpiente venenosa de hasta 1.5 m de longitud, de cabeza lanceolada y fosas faciales con órganos sensibles a la alta temperatura; habita en bosques húmedos. 24 En la mitología romana, Egeria es una ninfa del séquito de Venus que habitaba en las fuentes de agua y era protectora de madres. Se casó con Numa Pompilio “el piadoso” segundo rey de Roma, al que le enseñó como ser un rey justo y sabio. 22
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Manuela “La Posada de Mal-abrigo”
porque ese es hombre que sabe empapelar a la gente; y acuérdese de lo que le dice Rosa, ¡acuérdese! —repitió al retirarse otra vez a su alcoba. Don Demóstenes se rió del anuncio; se acordó un poco de la hermosa niña a quien dejaba en Bogotá; pero no tanto que lo desvelara esta memoria como lo habían hecho los chiribicos; y a no ser por el ruido que hacían los estribos cuando su criado estaba ensillando, ya muy entrado el día, no se hubiera despertado hasta la tarde. ¡Tan profundo era su sueño, y tan grande su cansancio! Mientras el arriero cargaba, reparando su posada, encontró la culebra muerta, y dentro de la casa una decoración improvisada. La barbacoa donde le pusieron cama tenía un armazón como para toldillo 25, revestida de arrayán26 y flores, y un arco gracioso lleno de hojas en la puerta de la sala. Sobre una tablita encontró un libro muy usado, y al hojearlo, gritó: ¡oh, Gutenberg27!, ¡hasta aquí llega tu sublime descubrimiento! Viendo el título que decía: Ramillete de divinas flores, y método para aprender a morir cristianamente, murmuró: método para vivir es lo que debemos aprender, que morir es cosa muy fácil. ¿No te parece, José?, añadió dirigiéndose a su criado. —Pues para morirnos es que bregamos hasta donde podemos, mi amo. Cuando todo estuvo listo para marchar, se acercó don Demóstenes a la cocina, a despedirse de Rosa, dándole las gracias, y ofreciéndole una moneda que ella rehusó con aire de desdén. —¡Pues adiós!, ¡adiós!
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Tela que se pone sobre las camas. Arbusto de flores. 27 Johannes Gutenberg, fue un inventor alemán que creó la imprenta con tipos metálicos móviles y provocó que los libros se produjeran en masa. 26
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Manuela “La Posada de Mal-abrigo” —¡Adiós, señor! —dijo Rosa, y tomó su azadón28 para irse al pequeño platanal de su estancia. Saliendo don Demóstenes al camino parroquial de la senda del barzal que ocultaba la casita, al recordar su mala posada y la generosa bondad de Rosa, pensaba preocupado en la frase de «¡descuídese con don Tadeo!», que ella le dijo con aire de profecía; y sacando su cartera escribió riéndose: 5 de mayo, Posada de Mal-Abrigo, Rosa.¡Descuídese con don Tadeo! Manuela. Dos horas después entraba en la plaza de la parroquia de… y pronto se instaló en su nueva posada.
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Una especie de pala que se usa para rozar y romper tierras duras y cortar raíces.
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Manuela “El Lavadero” Eugenio Díaz Castro
No hay pasión que tenga más alternativas ni peripecias que la de la caza. ¡Qué singularidades no encuentra el cazador en los bosques, en las pampas, a orillas de los arroyos, al pie de los peñascos y entre las grutas escondidas! La cornamenta de un venado puesta en los pilares de un corredor; el ave que adorna la mesa de un tirador de escopeta; la sarta de cráneos puesta en la choza de un calentano cazador de cafuches, ¿no son la historia de las más singulares aventuras? Pero ninguno, exceptuando el iniciado en los misterios de la profesión, conoce aquellos momentos de abatimiento en que regresa el cazador con armas al hombro, triste por la esperanza burlada, después de tantas fatigas invertidas, de tantos goces malogrados en la infausta jornada. Como si cruzase entre los sauces del cementerio de Bogotá 1, andaba don Demóstenes entre los dindes 2 y los michúes obscurecidos en parte por las bejucadas 3 de carare y tocayá, siguiendo una trocha de madereros, en busca de cualquier ave aunque fuera un firigüelo, cuando llegó a sus oídos un canto del lado de la quebrada. Aunque la voz no era de los pájaros que buscaba, le llamó la atención; y con mil trabajos y agazapándose como el gato que se apronta para saltar sobre el incauto pajarillo, atravesó el enmarañado bosque hasta que se puso en un punto donde pudo ver perfectamente el ave que cantaba. Vio que era una joven lavandera
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Aunque esta comparación sea leve, podemos decir que tiene aspectos de la ciudad letrada. El hecho que la locación en un contexto salvaje y completamente diferente al ambiente de una ciudad sea comparada con el orden de un cementerio en la capital es reminiscente a comparar siempre con lo “civilizado” y letrado. 2 Los dindes y los michúes son plantas americanas. 3 Bejucada: lugar donde se crían plantas trepadoras conocidas como bejucos.
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que divertía su soledad, soltando sus pensamientos y su voz, mientras concluía su tarea. Los pies desnudos entre el agua, el pelo suelto, y cubierta con unas enaguas4 de fula azul que bajaban desde los hombros hasta las rodillas (traje que en los valles del Magdalena y en los del bajo Bogotá se llama chingado)5 y el cuerpo doblado para sumergir la ropa entre el agua; tal era el espectáculo que divisó don Demóstenes desde su rústico observatorio. Los golpes del lavadero y la tonada del bambuco que despertaban los ecos del monte, causaron tal impresión en el aburrido cazador, que se quedó como electrizado oyendo estos versos, acompañados por los golpes: Los golpes del lavadero Acrecientan mis pesares, Haciendo brotar del alma Suspiros por centenares. La espuma del lavadero Representa mis suspiros, Que el aire los desbarata En sus revueltas y giros. El sitio era pintoresco, y se había acercado el cazador todo lo necesario para observarlo bien6. Las ondas azules matizadas por la espuma de jabón, como el cielo por las estrellas en una noche de diciembre, se movían en arcos paralelos desde el lavadero hasta la barranca, de la cual colgaban verdes helechos. Se
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Enagua: falda usada como ropa interior pero sobre ropa interior íntima; slip. Aunque sea importante presentar claridad para la audiencia que podría estar leyendo el texto, es relevante mencionar que esta audiencia es la de Bogotá, capital del país. Esto nos presenta con una audiencia estimada que probablemente haga parte de la ciudad y clase letrada del país. 6 Durante el relato, podremos ver que hay varias descripciones del lugar en dónde se encuentran (como ya lo vimos en la nota 2 donde se compara el lugar al cementerio de Bogotá). Esto nos permite tener una aproximación a dónde se trabaja y en qué condiciones se trabaja en este periodo. 5
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veían las sombras de las tupidas guaduas que circundaban el charco, con sus cogollos atados por las bejucos de gulupas y nechas, cuyas frutas y flores colgaban prendidas de sus largos pedúnculos como lamparillas de iglesia en tiempos de aguinaldos. Estático se hallaba don Demóstenes, y aunque tan adicto a la cacería, no se resolvió a hacer fuego sobre dos guacamayas, que por la caída de las frutas se hicieron sentir sobre el racimo de una de las cuatro palmas que con sus arqueadas hojas formaban la cúpula de aquel soberbio templo de la naturaleza 7. Don Demóstenes hubiera tenido tiempo hasta de dibujar el cuadro entero en su cartera; mas parecía que era en el alma que quería grabarlo, porque los instantes se le pasaban mirándolo, sin sentir el jején ni los voraces zancudos. Por otra parte lo tenía indeciso el miedo de hacerla huir o avergonzarse por razón del traje tan de confianza que llevaba. Sin embargo, la indecisión terminó por una tomineja8, que cruzó haciendo levantar los ojos dulces, negros y afables de la jóven, que estaban en consonancia con los demás atractivos de su rostro. Mas el cazador tuvo la dicha de notar que su presencia no era molesta. Se acercó cuanto pudo y como la urbanidad lo requería, tuvo que saludarla. —¿Qué haces? Preciosa negra. —¿Lavando, no me ve? Le contestó ella con muy afable tranquilidad—; ... ¿y usted? —Cazando. —¿Y las aves?
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Se hace alusiones a templos con cúpulas, los cuales son predominantemente encontrados en Europa. Es relevante mencionar que ni siquiera la Catedral de Bogotá tiene cúpula, entonces podemos ver una prevalencia de la mirada europea en esta simple descripción. 8 Tomineja: colibrí.
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Manuela “El lavadero” —La suerte no me ha favorecido hoy, pues la guacharaca que maté se me ha ocultado, como si la tierra se la hubiese comido. —Pues se busca hasta ver. —¡Cuando Ayacucho no pudo! … Yo me vine porque ya no había ni esperanzas. —El cazador y el enamorado no pierden nunca las esperanzas. —¿Y tú sabes de eso? —Por lo que uno oye a ratos de los demás. —¿No has querido, pues, a ninguno de estas tierras? —Ni menos de otras; porque como dice la canta: El amor del forastero9 Es como cierto bichito. Que pica dejando roncha, Y sigue su caminito. —Bien picarona que serás tú… y, ¿dónde vives? —Con usted. —¡Conmigo! … ¡Sería una dicha! —¿Y qué se suple, aun cuando así sea? —¡Oh! Sería mi mayor fortuna. —¿Luego usted no es el bogotano que está posado en mi casa? —No te he visto allí… ¿y cómo te llamas? —Manuela, una criada suya. —Soy quien debe servir… Estoy recordando haber oído tu nombre en un baile de la parroquia, y aún haber visto tu sombra, tu bulto, tu semejanza, o no sé 9
Este es un canto que se plantea como ligero, pero podemos rescatar que se considera al bogotano como forastero, abstraído del resto del país.
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cómo diga, allá entre la oscuridad, entre las nubes del polvo y el humo de los cigarros; pero en la casa no recuerdo haberte visto en los cuatro días que hace que estoy en la parroquia, —Es porque he estado muy ocupada en la cocina… ¿y sabe?... vergüenza que le cogí desde el domingo en la madrugada. —¿A la madrugada?... ¿Qué hubo a la madrugada? —¡Ave María! Que tuve tanto susto cuando di contra su hamaca… ¡y tan cosquillosa como soy yo!.. ¿Qué pensó usted que era? —Yo estaba dormido; sentí el estrujón en efecto, y como percibí las ondulaciones de la ropa, creí que sería algún huésped perdido de su cama; o alguna lechuza que huyéndole al día se encaminaba para su guarida. —¡Válgame! —Hoy me alegro de conocerte para darte las gracias por tus cuidados en los días que he estado en tu casa… y ahora sabiendo que tus manos… —¿Lavan la ropa? —Pues, francamente, es por lo que menos, pues yo no soy del parecer de Napoleón, que decía que la ropa sucia no se debía lavar afuera, sino que me parece que se debe dar a lavar muy lejos, y creo que tú no debes ocuparte de ella. Me bastan tus cuidados, me basta que tus preciosas manos de ocupen de mi mesa; yo lo que deseo es tu amistad… 10 —¿Y luego su catira11 que tiene en Bogotá? —¿Yo?
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En un caso sorpresivo, Demóstenes no pone a lo europeo sobre lo colombiano. Sin embargo, esto podría también ser leído como una manera de simpatizar con la lavadora más que una opinión suya. 11 Catira: una persona rubia, con el pelo rojizo y ojos verdosos.
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Manuela “El lavadero” —¡Ni nada!... catira, y con un lunar sobre el labio izquierdo, que le pega como trago en día de San Juan. —¿Has ido a Bogotá por acaso? —¡Ni soñando!12 —¿Ella ha venido? —Con el pensamiento, quizás. —¿Te han magnetizado? —¿Pero quién? Cuando don Alcibiades trajo esa imprenta a la parroquia, yo no me dejé; con Marta no logró sino dormirla, y eso cuando no había nadie mirando. Puede ser que a mi sia Juanita, la de la Soledad, la hubiera magnetizado: yo no supe por fin. Buen cachaco que era don Alcibiades, mejorando lo presente, aunque ingrato, según dicen. —Hay, pues, un misterio entre manos. —Pues adivine. —Me doy por vencido, Manuela. —¿Se da por vencido y por escrito? —Todo, todo, Manuela: lo que quiero es que me saques de la duda cuanto antes. —¡Pues vea! — le dijo entonces la lavandera, señalándole un retrato en miniatura. —¡Qué gracia!... En el bolsillo lo encontrarías, entre mi cartera. —Y un escudito: tómelo… y vi una trencita de pelo catire, y una cintica y otras cositas. —Un descuido del indio; pero ya me lo pagará. Suponte, ¡echar la ropa sin registrar los bolsillos!... ¡así es que si tú fueras otra…! 12
De nuevo vemos una expresión en contra de la capital letrada del país, pero es del personaje externo a esta y que representa el contexto en el que se encuentran y se supone que choque con Demóstenes.
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Mientras don Demóstenes acomodaba otra vez el retrato dentro de la cartera, se hundió Manuela de un brinco en el charco para salir en la otra orilla, botando un buche de agua, y golpeando las ondas cristalinas con sus manos preciosas. —¿Y usted no se baña? —dijo a su huésped: —está el agua muy sabrosa. —Muchas gracias, Manuela: estoy sumamente agitado. —¡Es mucha lástima! —Pero allá mando mi respeto, le dijo don Demóstenes, haciendo consumir en el charco al tremendo Ayacucho, solo con botarle una piedra después de haber escupido en ella. —Esa la hago yo también, —dijo Manuela, con aire de burla —...Eche el escudo y lo verá usted. —¿Lo sacas? —¿No le digo?... Pero coja su perro, no vaya y se eche al pozo. ¡Huy! ¡Tan lanetas13!... Don Demóstenes cogió el perro con su pañuelo de seda, y en el acto se consumió Manuela en las aguas, para volver al cabo de dos minutos, mostrando el escudo en su boca, como el cuervo, que en las amarillentas aguas del Funza clava la cabeza y se hunde para reaparecer río abajo, mostrando el pescado que acaba de prender14; y nadando hacia la orilla se fue a entregárselo a su dueño, que tuvo a bien regalárselo por la gracia que en su presencia acababa de hacer. Pero lo que don Demóstenes admiró mas de su linda caserita, fue la prisa con que se vistió al lado de una piedra, pues cuando menos acordaba de unas
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Lanetas: elo de animal usado como material textil. Así como antes se le comparaba a un ave cantante, ahora se le compara a un cuervo. Pareciera que, al ser una mujer fuera del contexto letrado, sus atributos son animales. 14
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enaguas de cintura hechas de bogotana, y de otras azules de fula igualmente de cintura; de una camisa de percal15 fino, de un pañolón encarnado que ella se puso por debajo de su negro y rizado pelo, con los hombros a medio cubrir. Roció las piezas de ropa que dejaba enjabonadas, y cogiendo en la mano una gran totuma16 con el jabón y los peines, dijo a su huésped: —¿Nos vamos? —¿Juntos?— le respondió él, con más contento que admiración, por cierto. —¿Y eso qué le hace…? Sola o acompañada nadie me ha comido hasta el presente. —¿Y lo que dirán en la parroquia de verte ir de los montes con un cachaco? —¿Allá en su Bogotá no van acompañadas las niñas que vuelven del río de lavar o de bañarse? — No, Manuela, ellas no van al río sino las peonas que llaman lavanderas. —¿Y las señoras no van a bañarse? —Se bañan en sus paseos de familia, son que al tiempo de estar en el pozo o río, se acerque hombre ninguno; otras se bañan en sus casas. Ni creas que una señorita salga sola sino hasta después de casada.17 —¡ Conque al revés de nosotras, que solteras tenemos la calle por nuestra, y el camino , y el monte, y los bailes, y cuanto hay; y después de casadas nos ajustan la soga! —¡ Oh!, ¡las costumbres que varían tanto, según lo estoy viendo!... ¡Cuándo en Bogotá caminábamos los dos así viniendo del río San Agustín o del Arzobispo!
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Percal: tela de algodón blanca o pintada, de escaso precio. Totuma: vasija de origen vegetal. 17 Se plantean más diferencias entre las mujeres de sociedad (letradas) y las mujeres “de pueblo” 16
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Manuela “El lavadero” — Es decir, que cuando yo vaya allá, ¿no saldremos juntos a la calle? —Pues tal vez no, Manuela. —¿Y sale usted con una señorita? —Con una señorita y la familia, sí; pero con la señorita sola, no. Ahora con una parienta, con una señora casada, sí es admitido en nuestra sociedad. Pero en los Estados Unidos puede un galán llevar en un carruaje a una señorita sola.18 Yo me acuerdo de haber llevado una señorita al teatro, y haberla devuelto otra vez a su casa, con tanta confianza como si hubiera sido mi hermana. —De todo esto lo que sacamos en limpio—dijo Manuela—, es que usted en Bogotá no andará conmigo, y tal vez ni aún hablará conmigo. — La sociedad, Manuela, la sociedad nos impone sus duras leyes; el alto tono, que con una línea separa dos partidos distintos por sus códigos aristocráticos. 19 — Es decir que usted quiere estar bien con las gentes de alto tono, y con nosotras del bajo tono; ¿ y yo no puedo ni aún hablar con usted delante de la gente de tono? — Ni sé qué te diga. — Pues me alegro de saberlo, porque desde ahora debemos tratarnos en la parroquia, como nos trataremos en Bogotá; y usted no debe tratarnos a las muchachas aquí, para no tener vergüenza en Bogotá, porque como dice el dicho, cada oveja con su pareja. —Eso sería intolerancia, Manuela.
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Aunque se use a Estados Unidos como referente para justificar sus intenciones, igual es importante ver que a este punto, el único representante de la ciudad letrada ideal no es sólo Europa. 19 De nuevo, aunque se utilice como formas de tratar de seducir a Manuela, se presenta la diferencia y los elementos de las expectativas sociales que se imponen para que sea parte de la alta sociedad letrada. Elementos similares son explorados en Revista de un álbum.
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Manuela “El lavadero” — Yo no sé de intolerancias: lo que creo es que la plata es la que hace que ustedes puedan rozarse con todas nosotras cuando nos necesitan, y que nosotras las pobres sólo cuando ustedes nos lo permitan y se les dé la gana. 20 El camino por donde tenían que andar Manuela y su compañero era estrecho, ya por las piedras, ya por algunos troncos de palos gruesos. Don Demóstenes con toda la galantería del alto tono, instaba a su casera que siguiera adelante. —Ni lo piense— le decía ella, manteniéndose parada con la mano en la cintura. —Es el uso, Manuela: para entrar al comedor, o las salas, para pasar un estrecho que no da cabida más que para uno solo, la señora ha de ir adelante. Y al caballero, lo mismo, hay que comprometerlo a que siga adelante en señal de atención. ¡ Si vieras tú las disputas que se ocasionan! ¿ Hay veces que la comida se enfría mientras en la puerta se pelea por no entrar primero! — Pues aquí es al revés, a lo menos en esto de ir adelante en las angosturas y en todos los caminos y en todos los caminos de montaña. El hombre va adelante, y con su palo o su cuchillo, aparta la rama, o la culebra venenosa; y en los puentecitos se asegura si están firmes o no están; la mujer va detrás escotera o con su maleta, con el muchacho cargado entre una mochila. 21 Ni tampoco les consentimos el que vayan detrás, porque casi siempre hay rocío o barriales, y según el uso de las trapicheras 22, vamos alzando la ropa con una mano adelante por no ensuciarla; o tal vez porque el uso nos agrada, porque
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La integralidad de la población letrada y su poder económico se muestran como la razón para las libertades que se puede tomar Demóstenes, creando aún más diferencia entre estas dos sociedades. 21 De nuevo, la representación de la diferencia del lugar donde se encuentran y las prácticas dentro de él son usadas para representar la diferenciación tan grande que existe entre las sociedades colombianas. 22 Trapicheras: quien y lo que se trabaja en los trapiches; en los molinos de aceituna o caña de azúcar.
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según me han contado hay pueblos en que ninguna se alza la ropa aunque se embarre hasta el tobillo, y si mal no me acuerdo, Ambalena es uno de ellos. — ¿ Conque no sigues adelante? —¿ No le digo que no? Tal vez era un punto de política lo que hacía porfiar a don Demóstenes por ir detrás, sino por ver caminar a Manuela, que tenía Gentileza en su andar, belleza en su cintura y formas, que a favor de su escasa ropa se dejaban percibir como eran, como Dios las había hecho. Pasaban por un elevadísimo cámbulo 23, que en cierto mes del verano, cambia de la noche al día si color verde por colorado, de fuego, sustituyéndose los ramos de hojas por ramos tupidísimos de flores, no quedando más punto verdes que las brillantes tominejas, que como esmeraldas flotantes revolotean en el afán de extraer con su fino pico de la miel de cada una de dichas flores. En un gajo reposaban un pájaro, mayor que una paloma, blanco por debajo y de pico corvo y pequeño. Iba a tirarle don Demóstenes, pero Manuela le bajó el brazo, diciendo con precipitación: —¡ Es pecado! —¡ Cómo! — Porque se come las culebras. Vea más adelante el nido. ¿ Pues sabe que cada vez que trae que comer a sus hijitos es una culebra? Y en seguida se para en ese gajo y canta ese ¡cao! ¡cao! ¡cao! Tan seguido que seguro usted habrá oído.
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Cámbulo: árbol nativo a la zona intertropical sudamericana.
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Manuela “El lavadero” —¡ La naturaleza es tan sabia!... En efecto, se haría un mal a la sociedad matando ese bravo exterminador de los reptiles venenosos. 24 —¿ No le digo que es pecado? —¡ Pero presentarme con las manos vacías es una vergüenza grande! La fortuna que nadie nos ve… ¡ es un lugar tan corto como la parroquia! —¿ No dicen que en los lugares cortos es donde se repara todo? — También es cierto, Manuela. Bogotá es una montaña donde cada uno anda como quiere, y sin que nadie lo repare. — Pero andando uno bien, ¿ qué hay con que sus pasos sean vistos de todos? — Dices bien, Manuela. Así conversando, entró el cazador en la calle de la parroquia sin llevar ni un pajarito de los más comunes. Era día de trabajo, y no se veía más gente que un hombre de ruana colorada, parado en su puerta tajando una pluma, sin mirar a parte ninguna. — ¿ Quién es ese literato?— preguntó don Demóstenes a su honrada lavandera. — El viejo Tadeo, la cócora25 de todos nosotros. —¿Cómo? — Que es el que más sabe aquí; y al que coge entre ojos se lo come crudo en menos que se lo digo. —A los tontos, quizá. —¿Sí?...Ya veremos.
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A discreción del anotador, esto pareciera tener un toque condescendiente. Se puede leer como una condescendencia por parte del letrado bogotano de la lavandera de ‘tierra caliente’. 25 Cócora: persona molesta e impertinente en demasía. Se compara esta definición con la que da Manuela; puede haber una dicotomía basado en si se ve desde el lugar donde se encuentran o desde la ciudad letrada europea que establece la definición oficial.
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Manuela “El lavadero” —¿Veremos?..., ¡ja!, ¡ja! — Pues descuídese, y no le ande con muchas atenciones y verá hasta dónde le da el agua… A mi me tiene aburrida ese viejo: yo le contaré eso despacio. ¿No lo ve que se parece al gato colorado de casa? don Demóstenes entró, sonriendo, en la posada.
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Objetos
El Tiple José Caicedo Rojas La música, tomada en su sentido más lato, es casi coe-tánea 1 con la creación del mundo; a lo menos así debemos suponerlo. Dotado el hombre por su Creador de ese órgano que después han llamado laringe, órgano que, aunque de una sola flauta, había de servirle para expresar todos sus pensamientos y todos los afectos de su alma, nuestro primer padre por una inclinación instintiva debió hacer algún uso de él. Cuál fuera ese uso, es cosa que nadie podrá decir; a lo menos nosotros no podremos ase-gurar a punto fijo si los primeros cantos de Adán serían dulces modulaciones, o graznidos desapacibles como los del cuervo. De seguro no eran arias, ni cavatinas, porque entonces no había Lucias, ni Julietas, ni Normas, ni mucho menos Barberos: quizá esos cantos primitivos se parecían algo a los modernos recitados de nuestras óperas, que como todo el mundo sabe, son cantos ad libitum, sin me-dida ni ajuste. Nada, pues, se puede asegurar en el parti-cular; pero si alguno preguntase con formalidad si nuestro padre Adán cantaba la Atala o el Corsario, yo le diría re-dondamente que no, sin temor de equivocarme. Si alguno otro, algo más iniciado en los misterios musicales, me preguntase si la voz de Adán sería de bajo, de tenor o de barítono, le respondería francamente que ignoraba el contenido de la pregunta; y que por lo mismo tampoco podría decir si la voz de Eva era de soprano o de contralto; si resonaba en las selvas encantadas del paraíso como el canto del jilguero 2, o como los aullidos del mono; pero que sería más dulce que la de su amante, eso no admite duda; y que los dos cantarían a duo, casi, casi se pudiera asegurar. 1 2
Que existe al mismo tiempo que otra cosa, o que pertenece a la misma época que ella. Pájaro cantor
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El Tiple
Más para un simple artículo de periódico hemos toma-do el asunto de muy atrás; ni más ni menos como si para cantar la guerra de Troya nos hubiéramos remontado al nacimiento de Elena, cosa que no le habría gustado mucho al viejo Horacio. Pero una cosa hay cierta, y es, que desde la más remota antigüedad la música existe; desde los tiempos fabulosos hallamos este elemento de la vida espiritual; desde Orfeo, desde Tracio, desde Mercurio, desde Tubal, desde Cadmo. Y si salimos de la historia y del mundo visible para re-montamos al mundo de los espíritus celestiales, la halla-remos desde que Dios habita en el cielo. Todos los pueblos, aún los más bárbaros e incultos, han tenido su canto y sus instrumentos peculiares que han inventado desde los primeros tiempos, y la mayor parte de los cuales han quedado sin perfeccionarse a pesar del transcurso de los siglos. Los israelitas, para no ir tan lejos, conocieron la lira o arpa, mencionada en 48 el capítulo 5° del Génesis con el nombre de Kinnor; el hagub o flauta de Pan (vulgo capador). Los egipcios conocieron la flauta sencilla, el photinx o flauta curba. Los frigios el trigone, o arpa triangular, y el psalterium para las ceremonias del culto. Los griegos tuvieron, además de algunos de estos, el cistro. Los romanos el heptacorde, la buccina o bocina, y la cítara de que tanto han hablado los historiadores. En el Indostán 3 se inventó el vina4. Los mexicanos usaban el huehuetl, el reponaztli y el ajacaztli. Los cafres el lichaka. En fin, para no cansar con antiguallas, los españoles han tenido la vihuela o guitarra; y entre los gallegos la gaita. Los escoceses una especie de gaita también, cuyo nombre particular no recordamos ahora. Los chinos tienen el bisen, el Kin, el gong, y el ching. Los
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Forma tradicional española del nombre antiguamente usado para referirse a la India. Instrumento musical de cuerda parecido a la cítara pero con dos calabazas, una en cada extremo, como cajas de resonancia y con cuatro cuerdas normales y tres bordones. 4
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turcos el Keman, el ajakli--Keman, el síne-Keman, el rebati, el ghirif y otros varios. Todos estos instrumentos nacionales, aún más que el carácter y el dialecto de los pueblos, han pasado intactos de generación en generación y a través de las vicisitudes de los tiempos. En América, y particularmente en la Nueva Granada, tenemos el tiple o bandola, que es una degeneración de la vihuela española, importada en estas regiones por sus primeros pobladores, entre los cuales no dejaría de haber algunos barberos, contrabandistas y demás gente del bronce, de aquella que en las calles de Málaga, Cádiz o Sevilla se solaza con su bandurria, sus castañuelas y panderos. El tiple, decíamos, es una degeneración grosera de la española guitarra, lo mismo que nuestros bailes lo son de los bailes de la Península. Para nosotros es evidente, es fuera de toda duda que nuestros bailes populares no son sino una parodia salvaje de aquellos. Comparemos nuestro bambuco, nuestro torbellino, nuestra caña, con el fandango, las boleras, y otros, y hallaremos muchos puntos de seme-janza entre ellos; elegantes y poéticos, éstos, groseros y prosaicos aquellos; pero hermanos legítimos y descendien-tes de un común tronco. ¿Qué es, en efecto, el bolero español sino el baile de una o dos parejas, que al son de una ronca guitarra y al compás de un pandero, mueven el cuerpo con elegancia y gracia y ejecutan pasos verda-deramente airosos y pintorescos? ¿Y qué le falta a nuestro bambuco o torbellino (que bien merece tal nombre) para imitar grotescamente este baile? Una o dos parejas salen a bailar en medio de un corro de candidatos terpsicorianos: un alegre tiple suple la guitarra; un pandero suele acompañarle; el canto afinado y acompasado de los mis-mos músicos tiene todos los caracteres de las alegres seguidillas 5 y de las picantes 5
Estrofa, generalmente constituida por cuatro versos, de los cuales el segundo y cuarto son pentasílabos y riman en asonante, y el primero y tercero son heptasílabos y quedan libres.
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El Tiple malagueñas6; y en fin, para que nada falte a la semejanza de esta caricatura, el alfan-doque o chuchas con su ruido áspero y seco, hace las veces de las castañuelas, que en vano intentarían manejar nuestras ninfas vestidas de frisa, bayeta o fula, para las cuales el arte de la crotalogía es enteramente desconocido. Ni en conciencia podrían ellas atender al 49 redoble y repi-queteo de las castañuelas, siéndoles forzoso emplear ambas manos en remangar las largas enaguas; inconveniente que no tiene el corto zagalejo de las manolas y bailarinas de teatro. Hasta el zapateado que hacen con las quimbas nuestros calentanos, tiene no sé qué olorcillo a jota ara-gonesa, o al zapateado español. La diferencia, pues, que hay entre unos y otros bailes está en el modo y no en la cosa: las formas lo hacen todo. Los majos del bolero visten rica y elegantemente: el raso, la seda, el oro y la plata campean profusamente en sus lindos vestidos; sus movi-mientos son suaves y voluptuosos, y no respiran sino amor y deleite. Nuestras parejas campestres, vestidas gro-sera y toscamente, dejan a un lado la mochila, la coyabra 7 y los plátanos; y arremangándose la ruana al hombro emprenden al compás de la música sus estúpidas vueltas y sus extravagantes contorsiones, con las cuales más pa-rece que van a darse de mojicones que a bailar. En nada se parece una camiseta a la chaquetilla de terciopelo con alamares de plata de un majo; en nada se semeja una camisa calentana de tira bordada, al jubón ajustado que ciñe el talle flexible y esbelto de una manola; en nada unas enaguas de fula azul con tripas de pollo y arandelas, al picaresco zagalejo que, bajando dos pulgadas de la liga, deja ver una pantorrilla torneada y cubierta por una fina media de seda; en nada, finalmente, el aliento aguarden-toso, o el tufo 6
Cante popular de coplas de cuatro versos octosílabos, de ritmo movido y en compás de tres por cuatro, que se acompaña con guitarra; es una variedad del fandango propia de las provincias españolas de Málaga y Murcia. 7 Vasija rústica fabricada de calabaza o güira.
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de la chicha, a los perfumes con que se peinan y acicalan los majos del bolero. Volvamos al tema que hemos enunciado: nuestro tiple es una degeneración informe de la vihuela, un vestigio de las antiguas costumbres peninsulares mal aclimatadas en nuestro suelo, vestidas casi siempre con el traje indí-gena, y caracterizadas con el sello agreste de nuestra América; vestigios que están connaturalizados con la índole y genio de nuestros pueblos, como ha sucedido con el dialecto o habla corrompida del vulgo, y con mil otras cosas. ¿Qué es lo que no degenera y se corrompe en nuestro continente? El tiple es un instrumento pequeño y sencillo; tan pequeño como dulce y agradable al oído. En vano inten-taríamos definir las sensaciones que experimenta el sen-cillo habitante del interior de la República al oir el rasgueado de una mano diestra en las cuatro cuerdas de un acordado tiple. Placer intenso, alegría, excitación ner-viosa, recuerdos indescifrables de épocas pasadas y de lugares lejanos, melancolía, ternura, propensión al baile y al bullicio; todo esto, pero no se sabe a punto fijo qué, despierta el alegre son de un tiple. En la ciudad recuerda el campo y sus placeres; en el campo recuerda la algazara de las poblaciones. Oido de lejos en una noche despejada y tranquila, cuando el viento duerme o sólo nos trae sus gratos sonidos una aura tímida, nos da la idea perfecta de la grandeza de la soledad, nos transporta, como el canto de la rana, a regiones extrañas y solitarias, nos hace saborear algo tan apacible y tan dulce como un amor puro. Cuando se halla uno en fiesta en algún pueblo de tierra caliente, y al acercarse ya 50 la aurora se retira a descansar, si alcanza a oir a lo lejos el canto triste y expresivo de un bambuco femenil acompañado de un par de tiples, cree uno ver entreabiertas las puertas del cielo, y oir en medio del silencio y de la calma de la naturaleza los pre-ludios de algún coro de serafines. ¡Extraño poder el 40
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del tiple! ¡Oculta magia la de ese canto sentido, aunque monótono! No sin razón se priva al pobre soldado que sale a campaña, de llevar y acariciar este fiel compañero de sus penas y fatigas, pues se ha observado casi constan-temente que el sonido de un tiple ocasiona alguna deser-ción en nuestras tropas. ¡Recuerdos de la tierra, inevitables y poderosos! El tiple, hecho toscamente de madera de pino, sin pulimento ni barniz, no excede en su mayor longitud de dos tercios de vara; los más grandes tienen poco más de una. El mástil o cuello ocupa, por lo regular, más de la mitad de esta extensión, y en él se hallan incrustados los trastes de metal o hueso, cuyo número varía mucho; pero no siendo de uso sino los dos o tres más cercanos a la cejuela, en los demás poco se curan los fabricantes de colocarlos a distancias convenientes y según las reglas de la guitarra. Por lo regular llevan cuatro cuerdas de las que se fabrican en el país; algunos suelen tener encor-dado doble, pero es más común el sencillo. Estas cuatro cuerdas, tan altas o agudas como lo permite la extensión del instrumento, están templadas como las cuatro primeras de la guitarra: mí, sí, sol, re; pero siendo demasiado grave esta última para que pueda distinguirse con claridad su sonido, se requinta ordinariamente, bien subiéndola una octava hasta reag do, o bien agregándole otra cuerda unísona con ella. Suele templarse de alguna otra manera, pero esta es la más común y usada. El torbellino, más comúnmente conocido en las provincias del interior de la Nueva Granada, tanto en los países fríos como en los cálidos, es un aire en tres movimientos rápidos, de suerte que es tanto o más allegro8 que los valses alemanes; y puede muy bien valsarse con él. Cada uno de los tres tiempos consta de dos notas de igual valor, y cada una de ellas es el acorde completo de una octava, ya en la tónica, ya en la cuarta, alternando con la
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Término músical que indica el tempo.
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quinta. Los tonos más comunes del torbellino, que siempre es en el modo mayor, son: do, re, sol, la. El juego de la mano derecha consiste en rasgar alternativamente con cuatro dedos para abajo, y con el pulgar para arriba. 9 Pero hasta aquí sólo hemos hablado del torbellino común, que no es otra cosa que un verdadero acompañamiento del alegre canto de este nombre. Igual cosa sucede con el bambuco que se rasguea en el tiple, el cual, con el mismo aire y la misma construcción y compás, se toca siempre por tono menor; siendo los más comunes mí, re y la. En el canto, que es mucho más melodioso, tiene regularmente una parte en mayor, siempre en él relativo, la cual contrastando con la parte menor lo hace más triste y melancólico de lo que en sí es. La impresión que causa en el ánimo la música del bambuco está ya perfectamente definida: es una alegría triste; o también pudiera decirse, una tristeza alegre, y la cuestión sería de colocación de las palabras. El torbellino, por el contrario, es todo alegría, todo animación, todo vida: es una especie de tarantella
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que incita a bailar y cantar con un poder mágico,
irresistible. Si en tiempo de Homero hubieran existido el tiple y el torbellino, el poeta griego sin duda habría representado a sus dioses en bullicioso corro11, riendo y cantando alrededor de dos tiples bien rasgueados. Es muy común que se junten una bandola
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y un tiple: la primera
puntea13, o lleva el canto obligado, mientras que el tiple la acompaña de la manera que hemos dicho. Si a esto se agregan dos buenas voces de hombre y mujer bien entonadas, queda completo el rústico concierto, la bandola es un tiple algo más ilustrado: la diferencia consiste en que aquélla suele tener el buque o parte posterior de la caja formada de la concha de un armadillo o
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Esta es una descripción armónica del género músical. Baile popular del sur de italia 11 Círculo formado por personas. 12 Instrumento de cuerda español. 13 Técnica de guitarra en la cual se toca una melodía. 10
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tortuga, y en que las cuerdas, en vez de tocarse con los dedos, se puntean con un pedacillo de cañón de pluma, de cuerno u otra sustancia semejante, a manera de uña larga. Los tiples más acreditados son los que se fabrican en Chiquinquirá y en Guaduas14, de donde suelen sacarlos por cargas, como las papas, para expenderlos en los 52 pueblos principales. Suelen hacer algunos con más esmero y lujo que los comunes, de madera de granadillo 15 u otra más fina, con embutidos y otros adornos. Aún se ven en algunas casas antiguas de Bogotá tiples de estos que llamaremos aristocráticos, y que en tiempos más felices han sido punteados por blancas y delicadas manos. Para ciertos hombres del campo que llevan una vida errante de pueblo en pueblo, el tiple es un compañero inseparable; en los caminos, en las poblaciones y aún en las calles mismas de la capital se les encuentra departiendo alegremente, con la mochila a la espalda y el tiple por delante. Estos rústicos dilettantis 16 primero se proveen de cuerdas que de ninguna otra cosa. En las ventas y posadas se buscan y se juntan para templar acordes sus tiples, y dando la vuelta a la totuma colorada de Timaná 17, entonan con sus voces broncas aquello de
Hay ojos que dan enojos, Hay ojos que congracean18, Hay ojos que con mirar Consiguen lo que desean.
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Municipios del departamento de Boyacá y Cundinamarca respectivamente. Dalbergia Melanoxylon 16 Palabra italiana que significa amateur 17 Municipio ubicado en huila 18 Congracian 15
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En todos los pueblos de alguna consideración, y particularmente en los de tierra caliente, es muy común hallar los domingos por la noche, grupos de personas de ambos sexos, que, sostenidos por el guarapo19, y alentados por los humos del anisado20, se disputan la palma, como los pastores de Virgilio y de Teócrito, apostando a cual dice más coplas; aunque sin jueces como Palemón, que les digan: non nostrum inter vos tantas componere lites; ni disciernen como premio del vencedor en el certamen un cayado o una copa de encina21 tallada. Estos alegres corros se forman por lo regular en cierta calle que hay en casi todos los pueblos de tierra caliente, a la cual, por un instinto popular, se llama en todas partes la calle caliente: nombre significativo que dice más de lo que nosotros pudiéramos explicar. Esta es la calle de las orgías dominicales, y la que primero se habría de quemar si lloviera fuego del cielo, como llovió sobre Sodoma y Gomorra. La única monotonía agradable que conocemos es la de estos cantos; y tanto que al oyente o espectador, como sea un poco aficionado a la música, se le pasan las horas insensiblemente, y también las noches, deleitado con los encantos del tiple y de las voces argentinas de nuestras calentanitas22. Muchas veces el día sorprende a estos cantores infatigables, que a la luz de la aurora se dispersan y retiran a sus estancias o casas, después de haberse dicho y contestado innumerables coplas, acordes en su sentido y felicísimas en sus conceptos; muchas de ellas son improvisadas, pues no es raro hallar entre estos músicos agrestes23, destellos de un genio verdaderamente poético. Así es como, sin saberlo apreciar, hallamos realizado entre nosotros aquello de los improvisadores napolitanos.
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Bebida hecha del jugo de caña de azúcar. Bebida realizadas del anís 21 Un árbol. 22 Diminutivo de calentana: que proviene de tierra caliente 23 Que está lleno de maleza 20
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Como este artículo es escrito especialmente para nuestros lectores de las provincias lejanas, y quizá del extranjero, que no conocen bien las costumbres del interior, les damos a continuación algunas muestras, no de las mejores de esta poesía verdaderamente nacional, bella por su sencillez, por sus conceptos finos a veces, y por el sentimiento que encierran muchas de esas cuartetas. En estas inspiraciones fugitivas, hijas de la naturaleza y de difícil imitación para las personas civilizadas, y aun para los que se llaman poetas, es donde debemos buscar nuestra verdadera poesía nacional y el genio de nuestro pueblo. Los habitantes de los llanos de San Martín24 y Casanare25 son admirables en el género jocoso, y por rareza se encuentra nada sentimental en sus coplas y jácaras. En otra oportunidad reuniremos una colección escogida de todas estas cantinelas, para darlas a luz. He aquí algunas de las que recordamos en este momento:
Ojos en cuya hermosura Descifrado mi amor veo, Negros como mi ventura, ¡Grandes como mi deseos!
Desde que te vi te amé, Y todo fue de improviso: Yo no sé qué fue primero, Si amarte o haberte visto.
¡Qué alta que va la luna, 24 25
Municipio en meta Departamento de Colombia
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Y un lucero la acompaña; Qué triste se pone un hombre Cuando una mujer lo engaña!
Tus ojos son dos luceros Tus labios son de coral, Tus dientes son perlas finas Sacadas del hondo mar.
Me quisiste, me olvidaste Y me volviste a querer; Y me hallaste tan constante Como la primera vez.
Esta calle está mojada, Como que hubiera llovido, De lágrimas de un amante Que anda por aquí perdido.
Ayer pasé por tu puerta Y me tiraste un limón; El agrio me dio en los ojos Y el golpe en el corazón.
El árbol de mis amores Era copioso y lozano: La indiferencia lo heló, Los celos lo deshojaron. 46
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Mi mujer y mi mulita 26 Se me murieron a un tiempo; ¡Qué mujer, ni qué demonios! Mi mulita es lo que siento.
El amor que te tenía Era poco y se acabó: Lo puse en una lomita Y el aire se lo llevó.
El perder una bonita No es perder ninguna joya: Es lo mismo que perder De la jáquima la argolla.
Decís que no me querés Porque soy un pobre mozo: Yo soy como el espinazo Pelado, pero sabroso.
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Diminutivo para mula: cruce entre una burra y un yegua
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Revista De Un Álbum Francisco García Rico He aquí una moda que, acogida por ambos sexos y difundida hoy por todo el mundo, constituye una verdadera inundación, de la cual nadie puede escaparse. No se crea que voy a ocuparme de esos libros destinados a conservar afectuosos recuerdos, y que debiendo ser siempre los depositarios de la sinceridad y del cariño1, llegan a profanarse con frecuencia convirtiéndolos en el archivo de la adulación y la mentira. Me refiero a esos graciosos libros de todas dimensiones y relieves, adornados con el mayor gusto y que se hallan en casi todas las casas: especie de museos manuales que se han derramado por el mundo desde que el genio del hombre poniendo a su servicio la luz, roba a la naturaleza todas sus bellezas por medio de la fotografía2. ¿No conoces esos libros, benévolo lector? ¿No posees ninguna de esas urnas consagradas a hacer más duraderos los recuerdos de la amistad? Estoy seguro de que ya tienes un álbum, o que por lo menos has mandado a copiar tu imágen más de una vez, para satisfacer exigencias irresistibles o para usar de alguna represalia afectuosa. De otro modo, sería preciso declararte persona de mal gusto, o lo que es lo msn, que no estés a la moda 3. En días pasados me hallaba en casa de mi amigo Enrique, haciendo lo que se llama matar el tiempo, no como muchos que no saben hacerlo sin darle vida a algún vicio, sino alimentando nuestro espíritu con lecturas amenas e instructivas 4. Estando en esto se apareció una muchacha con un álbum para mi amigo, acompañado de este recado: —”Dice mi señora Eufrasia que su libro está muy bonito y que ahí viene su retrato para que usted le mande también el de la señora”.
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Se introduce la historia como mímesis; el objeto representa los sentimientos, y da fe de un concepto más amplio. Esto podría tomarse como una postura frente a lo que significaba la fotografía para este autor. 3 Conectado a lo anterior, se puede ver la presión del mundo exterior en la opinión social colombiana. 4 Se puede ver el impacto de la ciudad letrada aquí. 2
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Revista de un Álbum —Muy bien, —contestó Enrique, —dile que agradecemos mucho su afectuoso recuerdo, y que cuando la señora se haga retratar, serán satisfechos sus deseos. El libro venía descuadernado, con las hojas en completa anarquía y la pasta en un estado lamentable. —¿Este es tu álbum? —le pregunté a mi amigo. —Sí, este es el mismo que tú viste de nuevo ahora dos meses. Los frecuentes viajes que hace a donde me lo mandan pedir, lo tienen de ese modo. —¿Y tan pronto lo has llenado? —Sí, muy pronto lo he visto lleno de retratos que no han sido solicitados por ninguno5. —Eso prueba que tienes muchos amigos, o por lo menos muchos apreciadores que han querido ocupar un lugar en tu álbum. —Amigos… ¿Crees tú que en el mundo y en estos tiempos llega uno a tener muchos amigos? En un siglo en que el egoísmo es el móvil de la mayor parte de las acciones humanas, ¿piensas que abundan las personas a quienes pueda darse con entera confianza el dulce título de amigo? Te repito que casi todos estos retratos han sido colocados aquí por gusto ajeno y en cambio e los míos; pues has de saber que ya he sido víctima de la moda, teniendo que mandar hacer multitud de retratos de mi señora y míos, y obsequiarlos contra mi voluntad en cambio de otros que no habíamos solicitado. Esto ha dado motivo a que yo haya hecho más de una vez algunas reflexiones sobre esta galería tan heterogénea que se ve uno obligado a conservar6. En ella es donde se puede estudiar la sociedad en algunas de sus
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Se ve que la población no parece tener mayor interés en la fotografía más que para satisfacer esa expectativa social. Esta práctica hace recordar a la toma de Daguerrotipos en García Márquez. 6 Los personajes parecen imbuir significado al objeto del álbum de la misma manera que el relato representa e incluye los sentimientos del autor y de la época adicionados a las ideas intrínsecas de la ciudad letrada y la expectativa social.
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Revista de un Álbum caprichosas faces: aquí hay materia para una revista bastante curiosa por cierto. Si ha muchos les gusta ver desde su ventana la figura del mundo que pasa, a mí no me es desagradable poder contemplar cada vez que quiero, con sólo desplegar las hojas de este libro, esos variados relieves que destacándose visiblemente en el cuerpo social, exhiben caracteres antipáticos que sirven de tema a los escépticos y a los pesimistas para lanzar sus dardos envenenados contra el corazón de la sociedad. —De veras que será muy curiosa una revista de esa especie. ¿Tendrías inconveniente en hacer ahora ese análisis que considero ventajoso para los que como yo no desean conocer únicamente el exterior de la sociedad en que viven? 7 —Lo haré con mucho gusto por complacerte, —me dijo Enrique; —pero que no pase de los dos, porque de otro modo, todos estos originales tendrían derecho a sublevarse contra mí y a protestar por tanta indiscreción. Enrique abrió el álbum y me hizo ver en su primera página el retrato de una señorita que me llamó mi atención por su hermosura y la elegancia de sus adornos. —¿Quién es esa preciosa dama que ocupa el primer lugar en tu álbum? Debe valer mucho para tí. —Sí vale, —contestó Enrique, —pero el lugar que ocupa es debido a la elección que ella misma hizo cuando me obsequió su retrato, dándome a entender el puesto que deseaba ocupar entre las personas de mi amistad. Ya ves que no puede darse más modestia ni mejor galantería 8. —¿Y cómo se llama?
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Se utilizarán las fotografías como elementos que representan la sociedad completa. De la misma manera que planteamos que los elementos de un ‘completo’ actúan suficientemente representativos de un concepto. 8 Aunque estas representaciones no se conecten necesariamente con la ciudad letrada, podemos ver el uso de significado representado en lo específico. El uso continuo de este tipo de escritura nos permite afirmar el peso de la metáfora conectado con la narración del relato.
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Revista de un Álbum —Permíteme callar los nombres, porque a la verdad, ellos no te interesan; conténtate con ver el retrato físico y conocer el retrato moral que yo te haga de cada persona. —¿Quién es esta señorita cuya fisonomía no me es desconocida? —Tú la conoces ciertamente; pero aquí no te es fácil saber quién es, porque está de copete, corbata y otros adornos que ella no acostumbra y que creyó indispensables para retratarse. —Efectivamente, ya sé quién es. Es una señorita que fue célebre. —Y esta vieja que parece una jóven de la época, según está de peripuesta, ¿quién es? —Es la abuela de la señorita anterior. Siempre está imponiéndose de las modas en los periódicos de París, y dice que ella no está porque ninguna persona se presente ridícula en la sociedad 9. —¿Y este joven? Me parece extranjero. —Tampoco lo conoces porque se propuso retratarse con la mayor elegancia, que es lo que menos tiene. Ya ves: lente, cadena, leontina, guantes, varita, bigote como hecho a pincel, y por complemento, peinado con la carrera en el medio, lo cual da a su cabeza un aspecto angelical y no poca semejanza con la de las mujeres. —¡Ah! ¡Ya caigo! Es Cirilo el hijo de don Pascasio. —El mismo. —De nada le sirve tanto aliño 10. Nombre carácter, maneras: todo en él es mazorral11.
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Comenzamos a ver que a través de las descripciones vemos aspectos específicos de la sociedad que terminan por actuar en conjunto como un aglomerado que representa la expectativa social en comparación al extranjero. En este caso, vemos la comparación con lo europeo y esto nos deja ver detalles de la ciudad letrada proveniente de Europa. 10 Aliño: amaño o arreglo para conseguir algo. 11 Mazorral: tosco.
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Revista de un Álbum —Pero tiene dinero, que es la panacea para todos los males y defectos de la humanidad12. —Eso sí. —¿Quién es este de capa y al parecer meditabundo? —Este es el tipo del verdadero necio. Estoy seguro de que antes de ir a retratarse consultó con el espejo todas las posiciones que pudieran darle un aspecto respetable. Recuerdo que al darme su retrato usó de la fineza de decirme que deseaba que yo tuviera el honor de poseer su fotografía. Yo me le manifesté muy agradecido y sentí no tener a la mano un álbum zoológico para hacerle ocupar el puesto que merece. —¿Quién es esta señora? —Por qué no me preguntas más bien quién es esta cola? Pues aquí no hay más que una gran cola que ocupa casi todo el ancho de la tarjeta, y al fin, como por vía de apéndice, se deja ver el perfil de una mujer. —Muy bien pudiera decirse, imitando a Quevedo, que es una mujer pegada a una cola. —Yo más bien diría que es el retrato de un pabellón que tiene por asta el cuerpo de una mujer. —Ciertamente que eso y no otra cosa es lo que parecen las mujeres que arrastran cola tan largas: pabellones con asta. ¿Quién es esta otra señora de mirada pensativa, con la cabeza románticamente apoyada en una mano, y un libro entreabierto en la otra? —Ya lo dijiste, una romántica. —¡Qué casualidad! Y el jóven que la sigue tiene la misma posición.
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La integralidad y ventaja educativa y económica que se plantean como razón de la perduración de la ciudad letrada.
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Revista de un Álbum —Porque son cortados por la misma tijera: cabezas llenas y corazones vacíos. Parece que hubieran nacido el uno para el otro, según lo que manifiestan amarse, y, si no me equivoco, ya el jóven ha solicitado la mano de la señorita. —Eso es muy natural: los cuerpos semejantes se atraen. No hay duda que ese será un romántico matrimonio, que, como casi todos los de este género, tendrá consecuencias bien románticas o dramáticas, que es lo mismo. —Ese otro jóven parece de maneras un poco descuidadas o desenvueltas, pues está con el cuello abierto y el pelo en desorden. —Este también las echa de romántico, pero de otro estilo. Dice que así están los genios, y creyendo que estos se hacen, aspira a serlo: parece que en el modo como usa el cuello trata de imitar el retrato de Byron 13. —¿Y este viejo tan aliñado? Me parece conocerlo. —Es un sesentón, que ahora años se hacía arrancar las canas; después se las teñía, hasta que ha concluido por usar peluca, y para que nada esté en desacuerdo, tiene dentadura de repuesto 14. Se dice que ha escrito a Holloway y a Bristol, que tanto se han interesado por los inválidos, para ver si tienen algún cosmético que destruya la pata de gallo, que, según él cree, es lo que detiene a las jóvenes para tratarlo con menos desdén, pues has de saber que es un Adonis. —Yo lo retrataría con un bordón y una camándula, que le sentarían mejor que todos esos atavíos. ¿Quién es esa jóven tan sencillamente vestida, —le pregunté a Enrique. —Esta jóven no es de la época. —Querrás decir que no está a la moda.
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La imágen del europeo comparada con la imágen del colombiano que aparenta y no tiene el prestigio de genio. La estructura que mantiene las diferencias a nivel educativo permea el resto de la sociedad por los letrados que comparten ese pensamiento en sus diferentes profesiones. 14 Aparentar lo que no se es. Se puede conectar a la nota anterior.
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Revista de un Álbum —Ni de moda. Esta jóven revela a primera vista lo que es. ¿No observas en ella el aspecto humilde con que se presenta la modestia y el candor del alma en su mirada? Pues esos son sus principales atributos. Es una jóven de mérito, pero de un mérito que, como he dicho, no está de moda. —Explícame en qué consiste su mérito. —Mira: esta jóven tiene instrucción suficiente para la esfera de acción que la naturaleza ha demarcado a la mujer; pues sabe con alguna regularidad gramática, aritmética, geográfica y tiene nociones de historia; cose muy bien, no esas difíciles y hermosas labores que suponen un largo y costoso aprendizaje, sino todo aquello que puede ofrecerse en una familia pobre 15. Ahora, pon, como base de estos conocimientos, los más sólidos principios religiosos y morales que le han inculcado sus padres, no valiéndose de autores famosos, sino de la palabra y del ejemplo, que es la enseñanza más positiva, y por consiguiente la más duradera. —Pues siendo así esta jóven, creo que no debieras tenerla aquí; porque el contraste que forma con las demás figuras de esta galería no le favorece de manera alguna. —Al contrario pienso yo, amigo mío. La sociedad no es otra cosa que una caprichosa miscelánea, un contraste permanente del vicio con la virtud; y la colocación de este retrato aquí, lejos de perjudicar al original, creo que le favorece. La verdad, es decir, la virtud, nunca luce tanto como al lado de la mentira; de la mentira que es el vicio, la vanidad, la hipocresía; así como nunca es más espléndido el fulgor e una estrella como cuando se destaca en medio de un cielo tenebroso. Además, esta jóven no es la única persona de mérito cuyo retrato tengo en mi álbum. Ve esta señora: es una de las primeras matronas de nuestra sociedad, y yo tuve a mucho honor el obtener su retrato porque es uno de los que dan gran valor a mi 15
La diferencia en educación entre diferentes niveles sociales recuerda a la evolución de las instituciones pero que mantienen sus fines en la ciudad letrada.
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Revista de un Álbum galería. Siguen los contrastes: esta es una señora que goza de gran aceptación en la sociedad; pero todo el que conozca la historia de su edad media, que bien pudiera formar un volumen, y las anécdotas con que ha enriquecido ya la crónica moderna será de otra opinión. —¿Quién es ese individuo ta poco simpático? —El retrato de este individuo está incompleto: han debido ponerle al lado la caja de hierro que tiene en su almacen, porque ella hace parte de su persona. —Es decir que es comerciante. —No prostitutas ese nombre con el cual debe resignarse a aquellos hombres de negocios que trabajan para obtener una ganancia racional, propendiendo en cuanto puedan al adelanto del país, ya fomentando empresas útiles, ya facilitando o estrechando las relaciones de los pueblos. Este individuo no pertenece sino al gremio de los agiotistas o logreros que especulan con las necesidades del pobre. El corazón de semejantes hombres es una caja cuya llave está en manos de los más necesitados. —¿Por qué? —Porque aquel individuo que se ve más comprimido por la situación, es capaz de hacer cualquier sacrificio, por salir de ella, y solo aumentando mucho el tanto por ciento de utilidad es como se consigue suavizar un poco la llave de semejantes corazones. Vamos adelante. —Pero sé más breve en tus comentarios, Enrique, para poder ver todo el álbum. —Bien, pues: en pocas palabras te diré lo que caracteriza al original de cada retrato. He aquí un individuo que tiene un talento tan notable como sus vicios; pudiera decirse que la luz de su inteligencia corre riesgo de ser apagada por el soplo de sus desordenadas pasiones.
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Revista de un Álbum Este otro es un sencillo campesino, a quien no conoces, sin duda, porque frecuenta poco la ciudad16; es la honradez personificada. Esta es una mujer de gran talento. —¡Pero qué fea! —Si la trataras, te aseguro que el mágico atractivo de sus ideas y de sus sentimientos te haría olvidar sus defectos físicos, y tú que amas lo bueno y lo grande simpatizarías mucho con la elevación y la nobleza de su alma. Esta otra es una señorita que toca el piano admirablemente y sin esa afectación de los que aprenden la música por vanidad y no por inspiración. —¿Y quién es esa otra de aspecto imperial? —Has dicho bien, porque es la emperatriz de su casa; pero no ejerce ese saludable imperio que la naturaleza ha dado a la mujer por medio de los sentimientos, sino un imperio despótico cuyas consecuencias recaen sobre el más humilde de los hombre que es su marido, quien dice muy ufano que su mujer hace todo lo que se le antoja porque él la quiere mucho. Aquí tienes el retrato del marido. —Me parece la personificación de la simpleza. ¿Quién es esa señora tan célebre? —Es célebre y se ha hecho célebre. Después te diré por qué. —¿Y este caballero de aspecto tan grave? —Este caballero estaba sin duda preocupado con la idea que iba a retratarse, y lejos de sentarse con naturalidad y manifestar que no pensaba mucho en lo que hacía, demuestra lo contrario. —Es cierto que los que se retratan pecan las más veces por demasiada seriedad. Personas hay que estudian y ensayan la posición que han de timar con muchos días de anticipación; y al fin no saben cómo poner las manos, abren los ojos 16
La idea de la ciudad aislada del resto del país que encontramos en el estudio de la ciudad letrada; igualmente, de las burbujas que son las ciudades en lo vacío del resto del país.
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Revista de un Álbum más de lo natural, y casi contienen el resuello, creyendo que en un acto tan grave deben aparecer como la estatua de la meditación. —Yo juzgo que los mejores retratos serían aquellos que se hicieran sin saberlo la persona retratada 17. —¿Quién es este sujeto que aparece con un aire tan modesto? —¡Oh! Este es un individuo de mucho mérito moral e intelectual, pero vive en la miseria. —Eso es lo más común. ¿Y ese otro? —Este es un personaje que, mereciendo estar con un grillete, goza de todas las consideraciones de aquellos que creen que el mundo es de los más audaces. —Eso tampoco es raro, por desgracia. ¿Y por qué no has quitado ese retrato de tu álbum? Porque su original o puso donde lo ves, diciéndome: “que me lo obsequiaba, porque estaba persuadido de la distinción que hacía de él,” distinción que él deduce de la circunstancia de haber sido condiscípulos. —¿Quién es este que parece orador? —Pasemos al que sigue: después te diré su hoja de servicios. Esta señora es muy instruida y el caballero que la acompaña es su marido, el cual no tiene otro valor que el que le da la riqueza que posee. —Compadezco a la mujer. —Pues yo compadezco al marido por la lucha constante que habrá entre el espíritu y la materia. En esta otra pareja sucede todo lo contrario: aquí el hombre
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Esta discusión podría conectarse de cierta manera con el desacuerdo que parece evocar el cuento con la forma que la sociedad en general parece funcionar (exceptuando aquellos casos especiales que se mencionan explícitamente como excepciones). Pareciera que intentar apegarse a las expectativas societales (que se conectan con la ciudad letrada) termina creando peores retratos que los que salen más naturalmente.
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Revista de un Álbum aunque algo inteligente, parece que se unió a esa señora sin hallar otro aliciente 18 que la cuantía de su dote. Este individuo será de los que piensan que el matrimonio es un negocio en el cual no debe entrarse sino llevando la garantía de una ganancia positiva. —¿Quién es este sujeto tan gordo? Parece un tonel. —Este sujeto vale lo que pesa. —¿En qué sentido? —Por los caudales que tiene. —¿Y este otro que parece un esqueleto? —Es un desocupado que pesa lo que vale en todo sentido. ¿Y este viejo militar? —Es un antiguo veterano a quien le oigo decir con frecuencia que sus muchas cicatrices de nada le valen ahora porque son muy viejas. —¿Y este sacerdote? —Es un sacerdote mejicano, que hizo un viaje junto conmigo de Cuba a Puerto Rico: es un hombre de instrucción, y de virtud evangélica. —¿Y este que parece un capuchino? —”Érase un hombre” pegado a una barba que es su encanto. —De veras que bien puede decirse así. Este es el siglo de las exageraciones: esta barba debe estar al lado de la cola que vimos al principio. —Y de la romántica pareja que vimos después. —¿Quién es este sujeto de aspecto romanesco? —Un individuo que no tiene más importancia que la que todo el mundo le concede por su figura, de la cual él es el primer enamorado. —Triste importancia, ¡por cierto!
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Aliciente: incentivo, estímulo positivo
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Revista de un Álbum —Pero hay algo más que decir de él. Se propuso en años pasados ser disputado a la Asamblea legislativa del Estado a que pertenece, y ayudado por un pariente rico que tiene, puso en juego las dos grandes palancas del siglo: la audacia y el dinero. Logró así adornar la Asamblea con una de las mejores estatuas que figuraron en aquella corporación, remedo de muchas otras corporaciones de nuestro país en que la mayoría de sus miembros van estimulados por el interés particular 19. Hago para que hagas, doy para que dés es la fórmula que ha tomado el patriotismo en el corazón de esos hombres que a veces tienen en sus manos la suerte de los pueblos. —Has hablado el evangelio, como suele decirse. —¿Quién es esta jóven tan bonita? —Es una jóven que la ha echado siempre de muy despreocupada, y semejante cualidad parece ha comprometido ya su reputación. —Y esa otra de aspecto tan humilde? —Esta es el reverso de la anterior: cree que, para observar la religión debidamente, es preciso vivir en la iglesia y permanecer en ella la mayor parte del día. —¿Y qué me dices de esta otra lámina? —A esta señorita le ha dado por leer novelas, y vive desentendida de cuanto hay que hacer en su casa. No sabe ni hacer un poco de té; porque dice que todas esas cosas le dan fastidio y le chocan por demasiado vulgares. —¡Pobre del que se case con ella! Mujeres de esta clase no son sino muebles de estrado. —Esta por el contrario: del piano pasa a dar disposiciones a la cocina, y tan pronto se la ve con la aguja arreglando la ropa de sus hermanos, como dibujando o
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Este tipo de intereses particulares de nuevo trae a la mente la idea de la integralidad y perduración de la ciudad letrada en las diferentes estructuras del Estado y de la sociedad.
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Revista de un Álbum entrelazando flores para adornar la sala de su casa, donde se ven por donde quiera objetos debidos a su curiosidad y buen gusto. —¡Excelente educación! Esta señorita nunca estará fastidiada. —Este otro es un petardista. A pesar de ser un individuo que puede servir para algo, parece haberse propuesto no cumplir jamás con aquel precepto que dice al hombre “comerás con el sudor de tu frente” 20. Aquí terminaron los retratos, y Enrique me dijo que después me mostraría su álbum de familia, donde tenía reunidos todos aquellos seres ligados a él por este lazo. Este álbum es el que Enrique llama urna de los afectos, verdadero ramillete del corazón. Esta especie de revista social, que me parece conveniente, a pesar de la prohibición que me impuso mi amigo Enrique, me hizo comprender a cuanto se presta un álbum de retratos, y desde entonces he resuelto no pedirlos ni darlos tampoco, sino a aquellas personas a quienes me ligue un afecto verdadero; y teniendo presente que cada imágen representa dos fisonomías más o menos cargadas de sombras, no expondré a una exhibición vergonzosa a aquellas personas cuya fotografía moral dé lugar a comentarios que no sean dignos de una sociedad civilizada21.
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El privilegio dado en la ciudad letrada. Este relato nos presenta en su conclusión una buena forma de mirar a ciertos objetos o narrativas como actores representativos. De estos casos específicos que no son sino una parte del todo que es la sociedad, la familia, las costumbres, etc., logran representar los aspectos de esta y comentar sobre ellos a través de la plasmación de los mismos. Con respecto a la ciudad letrada, como se mostró a través de las notas de este relato, diferentes aspectos y pensamientos que surgen de esta ciudad y población letrada permean a colación los diferentes aspectos de la sociedad; del mismo modo, el comentario que los personajes sobre diferentes aspectos también sirven como comentario sobre la sociedad y los aspectos de la sociedad. 21
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Metáforas
La Tijera (Artículo tomado del duende) Domingo A. Maldonado He aquí un epígrafe bien extravagante; he aquí un articulillo bien chocante. ¡La tijera! ¿Y qué nos viene a decir el Duende de la tijera? ¡qué! ¿ni aun este útil instrumento ha de escaparse de sus investigaciones, de sus sátiras?... No, señor: no se sofoque. Sepa usted en primer lugar, que ni vengo a hacer la descripción del tal instrumento, ni a relatar su historia, desde su ingenioso inventor hasta nuestros días, ni a decir nada del uso que se ha hecho y se hace de él en las artes, ni a deplorar el empleo a que se le haya destinado en ciertas ocasiones, como en aquella en que Sansón 1 perdió sus fuerzas físicas por haber unas tijeras despojádole de su pelo; y en segundo lugar, sepa usted también que de la tijera de que va a ocuparse el Duende es de la misma que él suele manejar. Allá voy, pues. Pero el pleito es largo ¡toma si lo es! ¡como que en este mundo redondo no hay quien no meta su tijeretazo; así como ninguno se escapa de ser tijereteado! Vean, pues, ustedes, si hay tela que cortar. Para que no andemos con dudas, adivinanzas y misterios acerca de lo que diré, necesario es que me adelante a anunciarles que la tijera, el asunto que traigo entre manos, tiene otro nombre y es la lengua. ¿Me comprenden ustedes? —Sí— Muy bien; mas, me falta hacer otra advertencia, y es que hay otro instrumento que también se convierte en tijera. —¿Cuál? —La
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Hace referencia a la historia bíblica en la que Sansón, quien se enamora de una filistea llamada Dalila, quien busca develar el secreto de la fuerza de Sansón a cambio de un pago que recibiría. Así, después de muchos engaños por parte de él, finxalmente descubre que su fuerza está en su pelo y se lo corta.
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La Tijera pluma. —¡Corriente!—Es decir que estamos de acuerdo en los preliminares, y que puedo empezar. Sin embargo, ahora me ocurre una dificultad, y grande. ¿Cómo clasificaré las diversas especies de tijeras? ¿Por sexos, por edades, por tamaños, por categorías? ¿Las colocaré en escala ascendente o descendente? ¿Empezaré por las más dañinas o por las menos nocivas? ¿Las sacaré a la suerte?... ¡Una dificultad dije y son muchas! ¿Cómo salir del aprieto? Lo natural sería dividir mis reflexiones en dos grandes partes, a saber: la tijera—lengua y la tijera—pluma; o al revés: la lengua—tijera y la pluma—tijera. Pero como muchos usamos de una y otra a la vez y como lo que deseo es singularizar lo más que me sea posible, y como no me conformaría con hacer un sermón incomprensible, de puras generalidades... ¡Vamos!, ¿a que por fin doy fin sin conseguir mi fin? No será: ya me tiene usted pronto: ya empiezo. Figúrese usted que en este momento, yo, el Duende, soy un garitero 2 de lotería, y que, por consiguiente, tengo en una de las manos un bolsón lleno de fichas que voy sacando con la otra; y que usted, caro lector, con los ojos fijos en su cartel, va apuntando las que van saliendo: ¿qué le parece la idea? —Excelente— Pues bien: hagan silencio todos, que se va la ficha: Pintó... pintó por… ¡La señora de gran tono! Esta es la tijera temible, odiosa, aborrecida para las muchachas cuya familia vive de un empleo tal cual, o de una pensión de retiro, o de una tienda a crédito, o de los réditos 3 de fincas raíces; porque, siendo imposible, como lo es, que contando tan solamente con eso puedan presentarse en público con el lujo y brillantez que la que tenemos a la vista,
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Persona que frecuenta los garitos (casas de juego) Cantidad de dinero que produce periódicamente un capital.
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La Tijera ésta ríe y hace burla del modesto ajuar4 que aquellas llevan, como si fuese lo mismo tener caudal para templarse en regla y botar, que no poseer sino lo necesario para comer y vestir apenas con decencia. ¡Qué necias, qué tontas son las mujeres ricas! Las de medio tono no debieran temer sus tijeretazos, porque con ellos no se las injuria; pero la verdad es que los temen, ¡y tanto!, que para ir a cualquier parte averiguan primero quiénes estarán allá, y escogen las calles donde no vivan sus murmuradoras; y muchas veces se privan de ir a funciones y paseos por evitar la desdeñosa mirada, el doloroso tijeretazo de esas señoras de gran tono. Y si no ¿porqué no han podido hacerse más bailes en el Coliseo? Entre otras causas, porque las ricas y las que quieren pasar por tales se propusieron divertirse a costa de las pobres; aquellas pretendían ir a ver bailar a estas; y estas acabaron por no aguantar más la diversión. ¡Se va la ficha! ¡No vayan a equivocarse: miren bien el cartel... ¡Pintó por... pintó por faldas también! ¡La señora de medio tono! Esta es la tijera antagonista de la anterior. Contra aquella estúpida risa, contra aquel desdén antirrepublicano, la señora de medio tono opone las pullas5, los apodos y también la burla. —“Me miras y te ríes, y vuelves a mirarme como por compasión, porque no tengo gorra de paja de Italia, ni pelerina 6 de seda, ni traje de camaleón, ni chal7 escocés?... Pues yo me río porque tú llevas muy mal puestos todos esos dijes 8; porque te pintas la cara; porque tuerces los pies; porque te jorobas; porque haces gestos; porque no sabes cómo llevar la sombrilla a la polka 9 para que te la
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Conjunto de ropas y joyas que lleva la mujer a su nueva casa cuando se casa. Indirecta, sarcasmo o ironía. 6 Capa corta que usan las mujeres. 7 Pañuelo más largo que ancho que se ponen las mujeres sobre los hombros. 8 Joya pequeña que se lleva colgando de una cadena o una pulsera. 9 Colombia Baile cadencioso en el que las mujeres sostienen sus faldones mientras llevan el ritmo con los pies. 5
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vean; porque... con toda esa seda y esa prendería no vales un pito (¡chúpate esa!); y de esa otra desvencijada me río, porque va vestida de cien colores; y de esa otra, porque lleva suplentes (o juanillos10); y de esa otra, porque siendo tan rica, tan presuntuosa, se acomoda sobre un traje de gro un pañolón de calamaco11; y de esa otra…”¡Puf! ¡qué descarga!, ¡qué tijera! —Rebulla12 las fichas. —Chas, chas, chas. —Se fue ... y pintó ... pintó por lo mismo. ¡La señora improvisada! —¡Terno! Con otras dos… —Esta, que ayer llamaba cachacas patiforradas a las que forman el ambo13 que queda apuntado, hoy ya tienen también forros, y se da (o se lo da la criada) el título de señora. Tijera doble, no porque sea de pluma y lengua, sino porque así muerde a las de arriba, como a las que, en virtud de los forros, ya le quedan abajo. “A cualquier orejón se la mete”, como decimos por acá; pues nada le falta (en lo externo) de lo que corresponde a una verdadera señora. A nosotros (no sólo a los duendes, sino a todos los masculinos que vivimos aquí) no nos la mete, porque la conocimos cual era antes de sus ascensos; y aunque así no fuera, las dimensiones de los supradichos 14 forros,indican bien que lo que ellos encierran ha debido mantenerse por mucho tiempo en libertad completa. Además, las maneras de la señora improvisada, esas maneras a lo dramático, y su lenguaje de chorote15, y esas apariencias señoriles, revelan a cada paso el origen y carrera del personaje que tiene usted a la vista, querido lector. ¡Temible, quién lo duda!, es la tal, como tijera; y más para las de arriba que para las de abajo, 10
Propina o soborno. Tela de lanza cruzada y sólida que es lustrosa, lisa y blanca. 12 Revolver. 13 1. Conjunto de traje masculino. 2. Cartón de juego de lotería. 14 Ya mencionados. 15 Perteneciente a un pueblo indígena que habitó la región americana del Chaco. 11
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pues que ahora está más cerca de aquellas, o como si dijéramos, ya es de palco16 de en medio, y por supuesto tiene más facilidad de hacer sus averiguaciones para imponerse de la vida y milagros de las de gran tono y de las de medio tono; y mucho más cuando ahora trata con caballeros de pro. Las de abajo no le tienen miedo, porque la consideran aún como del gremio, y si llegara a disgustarlas, ¡pobre de ella! —¡Va la ficha! ¡y pintó... dale con las faldas! ¡La mujer de todo el mundo! —¡Cuaterno! seguiditas me han salido. —¡Silencio! Apunten la mujer de todo el mundo. Esa, sí, esa del jipijapa17 con cinta verde y morada, y mantilla de paño negro y camisón de zaraza18, y almidón que es un horror y la patita limpia y pelada; esa es la tijera—contra; corta a derecha e izquierda, a unas y a otras. Oigala usted: — “Allá van las tales, y por allí vienen las cuales; ¡ah, cachacas chocantes y filimiscas19!, les parece que no hay otras; estas tienen cara de ser más bobas que Curubito20; aquellas son las de la tortulia21 del niño Calistro... Si supieran lo que dicen de ellas los cachacos ¡pobrecitas! ¡cómo las despellejan! Bien es que a nosotras no nos dejan pellejo sano. Con esos diablos no hay medio: ya porque sí, ya porque no, de todos modos nos descreditan y nos deshonoran; ¡si el gusto de ellos es conversar! ... Pero, al menos nosotras no tenemos qué perder: ellas, que son señoras, no debieran dar motivos... porque al fin nosotras, sea por necesidad, sea porque no tuvimos quien nos librara del rodadero... pero ellas... ¡Eh!, ¡la suerte de la
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Semejante a un balcón desde donde se aprecia un espectáculo. Referente a una tira fina que se saca de las hojas del bombonaje para hacer sombreros. 18 Tela de algodón, muy ancha, muy fina y con flores estampadas. 19 Niña muy coqueta en su arreglo. 20 Bogotanismo Alguien que ocupa una posición eminente. 21 Hipótesis Juego de palabras de ‘tortuga’ y ‘tertulia’ haciendo a referencia a la lentitud de estos momentos. 17
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mujer es así. . . ! Miren a la remolino: ¡ya se echó de zapato y media! ¡qué tono se viene dando! ¿ya se le cerraría la cortada que le hizo la diente— largo?... ¿Qué majadero22 será el que da para el disfraz? ¿Quién habrá cargado con ese muerto?. . . Seguramente es aquel viejo enfadoso que estuvo… —¡No más faldas! Rebulla las fichas a ver si salen machos. —A mí me falta una para sacármela: pinte por lo mismo. —¡No! ¡no! que ya cansa. —Se va la ficha, y salga lo que saliere. Pintó por... por... no se ve bien, está medio borrada la figura. ¡Ah!, es… ¡El escritor .mordaz! —Ese no es verso… —No le hace, apúntelo el que lo tenga. —¡Grito! —Tijera autorizada; tijera que corta y destroza libremente, porque en ello no hace más que ejercer un derecho; derecho y ejercicio que entre nosotros los granadinos... (¡Cálla Duende!) Libelos 23 y dicterios24, insulto y grosería... El escritor mordaz no alaba nada, ni a nadie: es un diccionario de injurias. —Se va la ficha: ¡atención! —El escritor... ¡no sé qué! —No lo apunten, porque cayó la ficha otra vez en el saco. —Aquí está otra. ¡El Dandy a la parisien! Esta tijera se emplea por lo común en arreglarles el vestido, y aun la barba, a los que no han ido a París. Todavía
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Que es tonto, necio o hace o dice cosas inconvenientes. Escrito en el que se calumnia o denigra a personas, ideas o instituciones. 24 Insulto. 23
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se visten aquí como orejones, dice el dandy, todavía usan capa. ¡Qué talle tan alto el de la casaca de Félix! ¡qué calzón tan ajustado el de Marcelo! Esos botones ya no se usan: qué mal gusto... en París … Y dale con París, como si con haber ido él fuera bastante para que todos los que no han ido se afrancesasen. Tijera maniática: el que la maneja, lejos de hacer daño a los demás, cae en ridículo, y cuando piensa que su persona es un modelo de elegancia, otras tijeras le están abriendo por detrás tales tajos25 que, si se distrae, se le verá la camisa de punto. Algunos apellidan a este personaje la tijera—polka. —Va otra ficha. Chas, chas, chas, ¡ay!, que se ha roto el saco y se han salido las fichas. ¡A dios trabajos! Recojámoslas… —Vuelve a cantar. —No: ya es muy tarde. —Pero siquiera déjeme ver las que no han salido. —Véalas usted, pero a la ligera, que ya me escuecen 26 los ojos: tengo seca la tijera, digo, la lengua. —¿Este qué es? —El cachaco desalmado. ¡Eso sí que es bueno! ¡si usted lo oyera! Ni sexo, ni edad, ni posición, ni estado, ni... nada se le escapa. Allá van mentiras, allá van cuentos y aventuras, allá van conquistas y victorias, lances y anécdotas; allá van chistes, y caigan donde cayeren, a ver y cómo no. Tijera emponzoñada, que nada respeta, ni lo más casto, ni lo más sagrado: es la tijera—vaga. El político aburrido, es ese otro. Un poco parecido al anterior; pero su tijera casi no se ejercita sino en el género de la política —“¡Qué gobierno este! ¡qué leyes estas!, ¡qué programas, qué planes, qué proyectos estos! ¡qué 25 26
Corte hecho con arma blanca u otro instrumento cortante. Sensación de ardor intenso.
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La Tijera Ministerio este! ¡qué diputados estos...!” Y así, nada hay bueno para él desde que él no figura en los negocios públicos. Tijera mohosa, que no hace mucho daño, pero que sí causa algún escozor 27 a ciertos personajes. Ese... ese barbilampiño, estirado, es doctorcito de 20 años. También es tijera, y tijera destemplada, crugidora —“¿Quién habla en aquel corrillo28?”—Fulano— “Ese es un bestia”—“¿Quién tiene la palabra?” —El diputado tal— “Ese es un borrico”—“¿Quién es el autor de esos versos?”— Zutano—“Ese es un ignorantón” —¿Quiénes redactan aquel periódico? — Tales y cuales—“¡Puf! ¡Miren qué escritores, y ni siquiera han leído a Bentham29, a Macarel30: cuando yo tome la pluma...!” —Y así chilla el pollito borlado como si fuese ya gallo hecho y derecho. Puede decirse que ésta tijera no corta efectivamente, sino que hace cosquillas y causa risa — Por ahí encontrará usted otra ficha con la figura de otro doctor, pero doctor maduro, aunque con el mismo tema: nada les parece bueno, sabio, hermoso, digno, adecuado, elocuente, erudito, sino lo que sale de sus mercedes. Y sin embargo, si hablan disparatan, si escriben la pifian. Por eso casi no son calificables de tijeras, pues si llegan a cortar es su propio vestido. Tienen, eso sí, privilegio exclusivo para decir simplezas y necedades: no toleran que otro las diga. —Aquí salió otro faldellín31... no; es saya32. —¡Ah! Esa es la vieja, lengua de víbora: tijera abominable, maldecida, infernal. Se emplea en asesinar la honra del prójimo; nada de lo que es virtud se le escapa. Se ceba33 de preferencia en las jóvenes honestas y 27
Sensación de ardor intenso y doloroso producido por una quemadura. Grupo de personas que forman un corro para hablar entre sí separadas del resto de las personas que hay en el lugar. 29 Filósofo inglés (1748—1832). Es reconocido como padre del utilitarismo moderno. 30 Louis Antoine Macarel fue un escritor francés (1790—1851). 31 Falda corta que se suele llevar encima de una más larga. 32 Especie de túnica que solían llevar los hombres. 33 Ensañarse. 28
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de mérito personal que empiezan a brillar en nuestra sociedad; ¡las destroza! pero ¡con qué arte, con qué maña de los demonios! Se habla de alguna que está para casarse — “¡Qué majadero! exclama la víbora, ¿no sabrá que el viaje a Cáqueza fue por…” — Se dice que otra estaba muy linda y muy bien puesta en el baile de anoche— “¡Linda! ¡si todo es postizo! ¡Bien puesta! por de contado, si tal comerciante le paga en géneros escogidos”. —Que fulanita está enferma— ”Esa enfermedad no se cura sino en Tocaima o con el lamedor de las Álvarez” —Que zutanita va a entrar de monja— “Sí: como si los conventos fueran…” ¡Dios santo! ¿Y contra tan ponzoñosa tijera no habrá poder, ni fuerza, ni justicia, ni remedio? Sí: en el infierno, allí caerá esa lengua a pedazos, cortada por una tijera de fierro encandecido … —¡Hola, hola! ¡que va usted tomando un tono...! —Amigo, dése usted prisa, acabe de ver las fichas y explíquese usted mismo como pueda las figuras, que yo ya estoy dormido. —Parece que usted no está por la tijera, señor Duende. —Según y cómo, compadre. Emplear la lengua o la pluma en levantar falsos testimonios, en desacreditar, en deshonrar, en zaherir 34 injustamente; derramar hiel35 en vez de tinta; decir bufonadas que pongan en ridículo a quien no lo merece; no respetar ni aún nuestras más íntimas relaciones, por el prurito36 de inventar cuentos degradantes... por esto, por nada de esto estoy; a nada de esto suscribo. Haya, enhorabuena, una tijera reguladora de las acciones, una tijera que corrija sin calumniar, ¡santo y bueno! Pero que convirtamos nuestra pluma o nuestra lengua en instrumento destructor de la honra y reputación del prójimo inocente, esto no es justificable ni en la tierra ni en el cielo.
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Decir o hacer algo para humillar, maltratar o molestar a alguien. Líquido producido por el hígado que es de color amarillo verdoso y de sabor amargo. 36 Hormigueo o irritación de la piel que provoca el deseo de rascarse en la zona. 35
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La Tijera —¡Amén! —No, amigo: no diga usted amén todavía, que me falta el final. —Muy bien; diga usted, concluya usted. —Censúrese al rico que vive como si fuera pobre; al pobre que gasta como si fuera rico; al que la echa de sabio sin saber siquiera la ortografía de su lengua; a la mujer casada que presta oídos al descompuesto lenguaje del libertino; al marido que hace pública ostentación de sus inmorales desvíos; al padre de familia que no impide las travesuras de sus hijos; al vagabundo corruptor; al que niega sus servicios a la patria; al que se los presta con tal extremo y con tan mala intención que pueden dejarla inservible; al que con el manto de la libertad cubre sus miras ambiciosas; al que profana esa misma libertad, proclamándola asociada a nombres ensangrentados y proscritos; al que con apariencias de amor patrio, maquina sordamente contra la patria; al que hace consistir la ilustración en mostrarse enemigo de la religión y de la moral; al que bajo la capa de religión, no es más que un embaucador que especula con el nombre de cristiano; al empleado infiel o perezoso, que chupa y no trabaja; al militar cobarde o traidor; al regular irregular; al juez venal37; al tinterillo38 que estafa y engaña; al inquieto y revoltoso que no tiene paz con nadie; al escritor atrabiliario 39 y mordaz; a los gorristas 40; a los jugadores; a los borrachos; a los espadachines; a los usureros; a los avaros; a los presuntuosos; a las coquetas incorregibles; a los viles aduladores; a los facciosos 41 consuetudinarios 42; y en fin, a todo aquel (sea hembra o macho, o ninguna de las dos cosas), que no viva conforme a su estado y a sus deberes religiosos, morales, políticos y sociales. 37
Que se deja comprar o sobornar. Oficinista. 39 Que tiene mal carácter y se irrita con facilidad. 40 Que vive o come a costa ajena. 41 Que es rebelde y se levanta en armas contra el poder o la autoridad. 42 Que se rige por la costumbre. 38
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La Tijera —¡Amén! —Todavía no. Ahí tenéis, diestras tijeras, campo inmenso, géneros en abundancia: ¡cuidado con ejercitarse, cuidado con tijeretear en la tela de la vida privada! ¡cuidado con cortar la casaca a quien merezca respeto, consideración y aplauso por su irreprensible conducta! ... El Duende, ya lo veis, está a la mira; el Duende» es la tijera de la época y líbrese alguno de que él lo señale diciendo: ¡ese es más feo que yo! — ¡Por siempre jamás, amén!
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Ensayo Epilogal Los cuadros de la literatura del siglo XIX colombiana involucran una serie de elementos que representan diferentes relaciones sociales de la época. El siguiente ensayo es el epilogo de una antología que busca mostrar la forma en la que los espacio, objetos y metáforas que aparecen en la literatura colombiana del S. XIX se relacionan con la ciudad letrada propuesta por Ángel Rama. Se abordarán diferentes relatos—escritos por Eugenio Díaz Castro, Francisco García Rico, y José Caicedo Roja—que trabajan distintas problemáticas junto con textos teóricos—escritos por Ángel Rama, y Bejar— para poder lograr un análisis completo. El ensayo propone que los diferentes relatos sirven como discurso de disciplinamiento por parte de la ciudad letrada a través de comportamientos e ideas que son representados como positivas para establecer un deber-ser o deberhacer. Esto último está dirigido a las poblaciones que han sido históricamente subalternizadas—como campesinos y mujeres. En primer lugar, es necesario evidenciar el discurso de disciplinamiento de la ciudad letrada en el relato de Manuela (2015), escrito por Eugenio Díaz Castro. El primer capítulo narra la estadía de don Demóstenes en una posada. Allí tiene la oportunidad de charlar, de manera coqueta, con una de las criadas—Rosa. Aquí la posada deja de ser una simple posada y se convierte en un espacio en el que existe un choque entre lo internacional y lo nacional y el hombre y la mujer. Lo primero se evidencia desde el principio del capítulo cuando don Demóstenes dice: “—¡Hombre, José! ¡qué caminos! —decía a su criado que ya se había recostado también sobre la enjalma—: ¡si tú vieras los de los Estados Unidos! ¡Y las posadas de allá; eso todavía! Estoy todo desarmado aquí donde tú me ves. ¡Qué saltos!, ¡qué atolladeros! No creía llegar vivo a esta magnífica posada.” (Díaz 17) y “Te lo agradeceré, hija mía… ¡Oh!, ¡las posadas de los Estados Unidos! Esas sí que son posadas, —decía don Demóstenes al criado mientras esperaba el agua— 73
Ensayo Epilogal . ¡Figúrate que en el hotel San Nicolás encuentra uno en su cuarto hasta agua corriente! ¡Pero esta posada de Mal-Abrigo…!”. (Díaz 25) Esto muestra el contraste que Don Demóstenes hace, de manera constante, a través del capítulo, entre las vías y posadas colombianas con las estadounidenses. Sin embargo, vale la pena mencionar que siempre representa a Estados Unidos como el epítome de la modernidad y Colombia como un país arcaico. Lo anterior, muestra la forma en la que la ciudad letrada establece el ideal de progreso basándose en la tecnología y el extranjero. Por consecuencia, Colombia, y la ruralidad, es arcaica y deben trabajar y actuar hacia el ideal de progreso. Por otro lado, también se evidencia el choque entre hombre-mujer a través de las interacciones entre Rosa y don Demóstenes. Él trata de manera coqueta a ella y alaba su imagen por lo que se evidencia la presunción creada por la ciudad letrada que las mujeres tengan como prioridad su forma de verse, por encima de todo, y sus modales. Adicionalmente, se pone en evidencia una relación de servidumbre que, necesariamente, está conectada con su condición de mujer. Esto se evidencia en la siguiente cita: “—¿Y entonces, me dejas morir de hambre después de criado? ¡Tú, que, siendo tan buena moza, no debes ser inhumana!... ¿Cómo te llamas?” (19). Aquí se evidencia como el hombre, de la ciudad letrada, es creador del deber-ser o deber-hacer de la mujer del siglo XIX. Finalmente, se puede ver en las velas, también, un objeto que deja de ser un objeto y se vuelve un indicador de las condiciones materiales, pues en elrelato las velas se convierten en el objeto para poder ver en la oscuridad, pero hay plagas que están dañándolas. En el cuarto capítulo se describe un choque entre lo urbano y lo rural, y entre la mujer y el hombre. En este cuadro Don Demóstenes, al salir de caza, se encuentra a una mujer que está lavando ropa en un río. Aquí él discute coquetamente con ella—evidenciado en pasajes como estos: “¿ Qué haces, preciosa negra? (Díaz Díaz 55) “Me bastan tus cuidados, me basta que tus preciosas manos se ocupen de mi mesa”, (Diaz Díaz 57)—acerca de su vida y 74
Ensayo Epilogal trabajo. Primero, Demóstenes le dice que no la ha visto, a pesar de que ella trabaja en la misma posada en la cual se está hospedad, lo cual demuestra una invisibilización. Ella responde que ha estado muy ocupada en la cocina y haciendo deberes domésticos. Esta, es una de las prácticas que son retratadas como un deber-hacer de la mujer por parte de la ciudad letrada. No obstante, lo más relevante del relato es el choque que se evidencia en los comportamientos entre Manuela, el nombre de la mujer, y Don Demóstenes—quienes representan el campo y la ciudad, respectivamente, que son los lugares en los cuales habitan— -.Aquí, se evidencian las diferencias que existen entre las mujeres privilegiadas— aquellas que viven en Bogotá, tienen recursos económicos y no se ven forzadas a trabajar para conseguir su sustento—y las mujeres que trabajan en el campo: “¿ Allá en su Bogotá no van acompañadas las niñas que vuelven del río o de bañarse? No, Manuela, ellas no van al río sino las peonas que llaman lavanderas. ¿Y las señoras no van a bañarse?” (Díaz 60). De esta forma, el lavadero deja de ser lavadero y empieza a ser un espacio para un choque cultural que contrapone el modelo de la ciudad letrada y la realidad: el signo y la cosa. Esto se ve evidenciado en la forma en la que don Demóstenes trata a Manuela cuando están volviendo a la posada, puesto que él tiene la pretensión de protegerla, haciendo que ella vaya adelante, pero se ve enfrentado a que en el campo los hombres siempre caminan adelante. Don Demóstenes actúa bajo una idea, impuesta por la ciudad letrada, que no es como se hace en la realidad. Finalmente, hay un pasaje que resalta de manera evidente el discurso de la ciudad letrada en los cuadros:” De todo esto lo que sacamos en limpio-dijo Manuela-, es que usted en Bogotá no andará conmigo, y tal vez ni aún hablará conmigo. La sociedad, Manuela, la sociedad nos impone sus dirás leyes; el alto tono, que con una línea separa dos partidos distintos por sus códigos aristocráticos” (Díaz 61) Esto, junto con las ideas de Rama, y lo expuesto por Barreda y Béjar y, Barreda nos da una perspectiva clara del discurso de la ciudad letrada. Según Barreda y Béjar la literatura romántica hispanoamericana tiene como uno de sus objetivos la 75
Ensayo Epilogal expresión de la subjetividad del individuo y el concepto de literatura como expresión de ideales políticos y estéticos. La ciudad letrada, aquellos que pertenecen a una elite ilustrada que se encarga de la producción de la literatura y la alteración del signo y la cosa, utiliza la literatura para ideologizar y ajustar una red de significación de los signos (20) En este caso, muestra un discurso que propone que la mujer, y las personas de áreas rurales, sean subalternizadas por la situación material de aquellos ciudadanos, aquellos que viven en las ciudades, y se atengan a una serie de reglas. Finalmente, el relato termina con Don Demóstenes mirando la figura de Manuela mientras caminan a la casa. El segundo relato que se analizará será Revista de un álbum, escrito por Francisco García Rico. En este cuadro, dos amigos se reúnen a ver un álbum en el cual hay muchas imágenes de personas muy diversas. Aquí se evidencian diferentes ideas de la ciudad letrada. En primer lugar, uno de los dos hombres del cuadro está casado, su esposa, a través del cuadro, es relegada a un plano secundario y a hacer labores domésticas. Por otro lado, y lo más relevante, es la simbología del álbum: el álbum deja de ser un libro y se convierte en la mirada a los otros, en este caso a las mujeres. En el relato los dos personajes ven las imágenes de diferentes mujeres y hablan acerca de su apariencia y su forma de ser. Esto, refiere a la primacía del verse bien que la ciudad letrada le asigna a la mujer, pues se les incentiva a trabajar en su apariencia física por encima de su educación y otras características. Asimismo, los dos hombres también discuten acerca de la educación de la mujer y su rol en la sociedad: “--Mira: esta joven tiene instrucción suficiente para la esfera de acción que la naturaleza ha demarcado a la mujer; pues sabe con alguna regularidad gramática, aritmética, geográfica y tiene nociones de historia; cose muy bien, no esas difíciles y hermosas labores que suponen un largo y costoso aprendizaje, sino todo aquello que puede ofrecerse en una familia pobre. Ahora, como base de estos conocimientos, los más sólidos principios religiosos y morales que le han 76
Ensayo Epilogal inculcado sus padres, no valiéndose de autores famosos, sino de la palabra y del ejemplo, que es la enseñanza más positiva, y por consiguiente la más duradera.” (19) Lo anterior es un discurso de disciplinamiento de la ciudad letrada a la mujer. Se demuestra la arcaica idea de que la esencia de la mujer reside en las tareas domésticas y evidencia la posición que la ciudad letrada tiene frente a la educación de la mujer—esa posición que propone. Asimismo, la mujer es representada como incapaz de poder llevar a cabo las tareas que requieren esfuerzo y que la ponen en una posición de poder—ya sea porque toman decisiones o porque adquieren independencia. En otro orden de ideas, en el texto también pone en evidencia la forma en la que la ciudad letrada representa la diferencia entre la ciudad y el campo cuando los dos hombres hablan de un campesino que es simple y sencillo, pues la ciudad letrada caracteriza a lo rural como inferior a lo urbano. Finalmente, se evidencia, mediante la figura de matrimonios arreglados, el discurso que la ciudad letrada tiene frente al matrimonio: La mujer tiene un rol secundario mientras el hombre toma protagonismo y tiene intereses, económicos e incluso políticos, con este rito. A forma de conclusión, los relatos colombianos del S.XIX sirven como discurso de disciplinamiento de la ciudad letrada. En los cuadros se representa a las mujeres con el objetivo primordial de trabajar en su belleza y en sus modales con máxima prioridad. Adicionalmente, se les representa desde un punto de vista de servidumbre hacia el hombre. Todo lo anterior con el objetivo de establecer un deber-ser o un deber-hacer de las mujeres. Por otro lado, establece una serie de ideas que subalternizan las ruralidades al establecer ideales de progreso que se oponen a las actividades que se realizan en el campo. Finalmente, el discurso de disciplinamiento que se encuentra en los cuadros es útil en la contemporaneidad para hacer visibles muchas de las tradiciones que se crearon en el S. XIX que subalternizan algunas poblaciones y tienen un fundamento firme. Bibliografía 77
Ensayo Epilogal Acosta de Samper, Soledad. Novelas y Cuadros de la vida sur-americana. Imprenta de Eug. Vanderhaeghen, 1869, pp. 312-239 Barreda Tomás, Pedro y Eduardo Béjar. Estudio preliminar. Poética de la nación: Poesía romántica en Hispanoamérica (Crítica y antología). Boulder, Colorado: Society of Spanish and Spanish American Studies Series, University of Colorado, 1999 Díaz Castro, Eugenio. Manuela. Biblioteca Nacional de Colombia, 2015, pp. 53-65. Museo de cuadros de costumbres - Volumen IV, Bogotá: F. Mantilla, 1866 pp 45-53 Isaacs, Jorge. María. Departamento de publicaciones de la Universidad externado de Colombia, 2015, pp. 80-84.
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Agradecimiento
Queremos agradecer a la profesora Carolina Alzate quien nos mostró la belleza de los cuadros colombianos y nos acompañó en todo este proceso. A Pablo Guarín por ser un gran apoyo y ayudarnos con las diferentes dificultades de hacer una antología. A nuestros compañeros por proponer ideas y análisis interesantes. A las diferentes bibliotecas de las cuales tomamos nuestros cuadros por preservar esta literatura. Y, finalmente, a la Universidad de los Andes por darnos la oportunidad de hacer esta antología.
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Créditos
Título © María José Huérfano Cuervo, Juan Sebastián Gutiérrez Sánchez, Siri Mikkola Juan José Porras Uscategui Página legal © Siri Mikkola Índice © María José Huérfano Cuervo Créditos © Siri Mikkola Prólogo © Juan Sebastián Gutiérrez Sánchez Critérios de la edición © María José Huérfano Cuervo Las notas y cotejo de “La Posada de Mal-abrigo” © María José Huérfano Cuervo, Siri Mikkola Las notas y cotejo de “El lavadero” © Juan Sebastián Gutiérrez Sánchez, Juan José Porras Uscategui Las notas y cotejo de “El tiple” © Juan José Porras Uscategui, Siri Mikkola Las notas y cotejo de “Revista de un albúm” © Juan Sebastián Gutiérrez Sánchez Las notas y cotejo de “La tijera” © María José Huérfano Cuervo Agradecimiento © Juan José Porras Uscategui Ensayo epilogal © Juan José Porras Uscategui Texto de contracubierta © Juan Sebastián Gutiérrez Sánches Diseño del libro digital © María José Huérfano Cuervo
Estamos interesados en estudiar la relación entre los relatos colombianos del siglo XIX con un pensamiento crítico sobre las instituciones coloniales que se plantea en La Ciudad Letrada (1984) de Ángel Rama. De la misma manera, buscamos mostrar cómo la representación de casos específicos en los relatos y autores que trataremos en esta antología pueden representar una imagen más completa de las dinámicas, relaciones y comportamientos presentes en la sociedad colombiana del siglo XIX. Consideramos que este tema es relevante de estudiar puesto que ha habido una resurgencia del análisis poscolonial en plataformas de largo alcance como lo pueden ser las redes sociales; esto abre la puerta para analizar los relatos de nuestro país bajo este lente para ver su relevancia.