Ciencia de ficción

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sociedad • Por: Melisa Miranda Castro fotos: Thom Sánchez

Ciencia de ficción El Himno Nacional archivado en una bacteria, computadoras que hablan y robots rescatistas: los últimos avances en la Argentina que parecen inspirados del cine y la TV futurista.

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odavía no hay autopistas aéreas, ni los Delorean nos transportan al pasado o al futuro, según se lo indiquemos, seguimos naciendo por parto después de nueve meses de gestación y no por una gran “Matrix” que nos incuba en compartimentos mientras nos hace vivir una realidad virtual; la teletransportación sería una solución para el tránsito de las grandes ciudades, pero aún no fue inventada. Sin embargo, la ciencia va tras los pasos de la imaginación, y así como hasta hace unas décadas pensar en una llamada con video donde se pudiera ver al interlocutor era una locura sólo imaginada por guionistas, hoy muchos inventos de ciencia ya cumplieron

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las profecías de la ficción y la Argentina está al nivel de las potencias mundiales en sus desarrollos. Oíd mortales. Desde hace algún tiempo se viene pensando en usar el ADN (la molécula que contiene la información de la vida) para almacenar información no biológica. El conocimiento tiene problemas para encontrar un espacio, dispositivo o lugar con capacidad suficiente para acopiarse y esto disparó la idea de pensar en el ADN. El año pasado se prendieron las lamparitas de algunos grupos científicos que publicaron dos trabajos en las revistas más importantes de ciencia del mundo: “Science” y “Nature”, uno fue teórico y otro comprobaba la manera de usar el ADN como

biblioteca o pendrive biológico. Todo en manos de los laboratorios de bioinformática más avanzados del mundo. Sin embargo, otra lamparita se prendió por estas latitudes y fue la del equipo encabezado por Federico Prada, que integra el Laboratorio de Biología Sintética de la UADE que, en menos de cinco meses y con un grupo integrado por alumnos de los primeros años de informática y biotecnología, lograron introducir las estrofas del Himno Nacional dentro de la bacteria Escherichia coli. Enseguida surge la pregunta: ¿en el futuro podremos cargar información en nuestro cuerpo? No todo es tan sencillo pero tampoco tan descabellado. “No importa qué organismo sea, hablar de humanos puede ser complicado por


Federico Prada, director de la carrera de bioinformรกtica de la uade, encabeza el equipo que introdujo las estrofas del himno en la bacteria escherichia coli.

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Audio del colágeno para este proyecto se desarrolló un software que permite pasar una partitura al código del adn y viceversa. Aquí se puede escuchar cómo suena el colágeno.

los científicos de la uade calcularon que toda la biblioteca de la universidad entraría en 0,01 gramo de adn.

un tema ético. Eventualmente uno podría generar una rata que tenga en su genoma todas las películas de Mickey Mouse, pero eso no le va a significar nada a la rata. Es un dispositivo de almacenamiento. Lo loco es el poder de almacenamiento que tiene”, asegura. Los científicos calcularon cuánto ADN ocuparía toda la biblioteca de la universidad que son 52 mil ejemplares, 19 millones de páginas, 34 de toneladas de libros. Todo eso entraría en un 0,01 gramo de ADN. “Hoy en día es el dispositivo que más densidad de información puede guardar, al medirlo por volumen. Más que un disco rígido, más que una computadora atómica”, afirma Prada. Para llegar a introducir la partitura del Himno dentro del ADN de la bacteria, tuvieron que desarrollar un software que permitiese pasar de un archivo midi o una partitura al código de ADN. Así crearon BANDA, que es el algoritmo, una especie de traductor, que

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“El ADN es el dispositivo que más densidad de información puede guardar, al medirlo por volumen. Más que un disco rígido, más que una computadora atómica.” (Federico Prada, del Laboratorio de Biología Sintética de la UADE) desarrollaron ellos y que es único y original. Una vez que lograron hacer esa conversión, tuvieron que hacer la síntesis, que es materializar una secuencia de ADN que estaba en la computadora, llevarla a formato de molécula. Ésa es la parte más costosa del proceso, se cobra un promedio de un dólar por letra.

“La secuencia que le estamos metiendo no tiene ningún significado biológico. La vida interpreta señales de una secuencia siguiendo un código biológico, lo que nosotros le metemos no tiene nada que ver con eso”, asegura Prada. “Esto fue fundacional. Nosotros formamos parte del Laboratorio de Biología


Sintética de la UADE, que tiene como objetivo encontrar soluciones a la vida cotidiana utilizando herramientas que la naturaleza creó”, concluye Prada. D i á l o g o s c on l a c o m p u. Muchas películas fantasearon con hablar con computadoras como si fuera la vecina. Desde “Star Trek” hasta “Simone” pasando por varios dispositivos de ficción que dialogaban con sus interlocutores, muchos con voz prácticamente humana. Eso se propone en el Laboratorio de Investigaciones Sensoriales, que tiene su sede en el Hospital de Clínicas y forman parte del Conicet. Jorge Gurlekian es la cabeza del equipo y explica de qué se trata lo que hacen: “En el laboratorio hacemos investigación básica y aplicada, sobre todo con derivación tecnológica para instituciones: empresas o instituciones públicas o privadas, que pueden aprovechar los derivados del procesamiento del habla humana”. Su trabajo tiene dos vertientes, por un lado generar habla artificial o sintética y, por otro, reconocer habla en forma automática. El trabajo se concentra en el acceso a la información de máquinas y también a darle voz a aquel que no tiene. “Toda el área de capacidad diferente exige, por ejemplo, que la persona que no puede ver tenga que escuchar. Así que todo el texto de una computadora tiene que ser recibido en forma acústica, como los libros parlantes”, explica Gurlekian, quien trabaja en el laboratorio desde 1974. El equipo está integrado por personas de distintas disciplinas: ingeniería electrónica, bioingeniería, informática, lingüística, fonoaudiología y psicología experimental. Estos últimos los ayudan a calibrar los artefactos que hacen y les da la medida de que ese sistema está actuando como lo haría un ser humano o no. “El ser humano rechaza la voz artificial, entonces uno de nuestros proyectos es hacer una voz que sea indistinguible de la natural. Para ello estamos haciendo un estudio de la entonación, de la prosodia, ritmo y acento del español de la Argentina. En particular de los porteños que

en el laboratorio de investigaciones sensoriales buscan generar habla artificial o sintética y reconocer habla en forma automática.

tienen una manera muy particular de hablar, distinta al español de cualquier otro país”, explica. Entre los avances que hicieron crearon un archivo de voces de todo el país, esto les dio un caudal semejante de información que todavía pueden surgir más investigaciones, pero uno de los usos que tuvo fue lingüístico y concluyeron que el habla porteña tiene un patrón similar al de los napolitanos. La base también sirve para generar sistemas de reconocimiento automático de habla. “Ése es el aspecto más fuerte del grupo y el más difícil. Consiste en cómo reconocer el habla de un sinnúmero de

individuos. Cuando uno sintetiza, sintetiza una voz, pero cuando uno tiene que reconocer tiene que reconocer cientos o miles de voces”, explica el ingeniero electrónico. Ellos son los responsables del servicio de información de las telefónicas. También colaboraron con un equipo de una importante universidad de Japón para desarrollar una habitación donde la persona entre y dé órdenes a los artefactos sin necesidad de acercarse a un micrófono. Otro proyecto en el que próximamente comenzarán a trabajar a pedido de una empresa de marketing es en un software que pueda detectar auto-

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estudiantes argentinos de entre 12 y 18 años construyeron un robot rescatista premiado en el evento mundial robocup. superaron a estados unidos e inglaterra.

máticamente cuándo se nombre en televisión a una empresa. Además, de estos proyectos, las aplicaciones concretas en las que se pueden aplicar las investigaciones son el reconocimiento forense. Arturito solidario. Un grupo de estudiantes de entre 12 y 18 años logró construir un robot que llegó al cuarto puesto en el mundial de robots llamado Robocup que se realizó en Holanda este año. Los chicos de San Luis fueron en representación del país y quedaron después de China, Japón y Portugal; pero el mayor mérito es haber superado a potencias del primer mundo como Inglaterra, Estados Unidos, Holanda, Alemania, Turkía, Irak, entre otras. El grupo pertenece a los talleres gratuitos que brinda la Universidad de la Punta en San Luis todos los sábados por la tarde y son de manera extracurricular. Aprenden electrónica, programación y mecánica. “La mejor manera es

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enseñárselos como un juego, para que compitan”, explica Juan Gabriel Yonso, uno de los profesores del taller. Los docentes son estudiantes o egresados de la universidad y ninguno supera los 30. En 2008 empezaron con un taller de Gaming y en 2010 comenzaron con los robots y compitieron en el Campeonato Argentino de Fútbol de Robots. Recién en 2012 se animaron a traspasar las fronteras y compitieron en México en la Robocup. Ese año no les fue tan bien y al segundo día, en la competencia, tuvieron algunos problemas técnicos y quedaron bastante atrás. Fue recién en 2013 que tuvieron su revancha. La categoría en la que compiten es robots de rescate. “Les enseñamos a preparar a un robot que, a una escala pequeña, esté preparado para rescatar a una víctima en una zona de catástrofe. Nos permite a nosotros enseñarles a hacer un robot completamente autónomo, que se tenga que adaptar a un ambiente totalmente

caótico que lo rodea, ubicar a una víctima y llevarla a un punto de evacuación. Miden unos 25 cm de ancho por 30 de largo y no son muy altos. Tienen que desempeñar su función en la arena de rescate, que es como una maqueta de dos pisos que tiene distintas habitaciones y pasillos, simula ser un edificio o una ciudad con caminos y obstáculos”, explica Yonso. La víctima está representada por una lata de gaseosa y el robot debe llegar hasta allá sin ser movido por control remoto ni computadora. “Los chicos arman el robot, les ponen sensores para poder detectar el medio que los rodea y arman todo el software para que pueda leer esos sensores y desempeñar la función dentro de la arena”, asegura el profesor. En Europa, varios se interesaron por el modelo de talleres y cómo lograban que fueran gratuitos (incluso, la universidad pagó los gastos del viaje a Holanda). “Nosotros presentamos los


“Los robots miden unos 25 cm de ancho por 30 de largo y no son muy altos. Tienen que desempeñar su función en la arena de rescate, que simula ser un edificio o una ciudad con caminos y obstáculos.” (Juan Yonso, Profesor de la Universidad de la Punta en San Luis) proyectos de la provincia en un simposio y cuando expusimos sobre robótica educativa sorprendió mucho, se nos acercó gente de Inglaterra y de Viena. En ese aspecto creo que vamos por el camino correcto”, cuenta Yonso. Animales con GPS. Hasta hace poco tiempo, la única manera de conocer algo sobre los animales era observarlos y anotar. Se podía predecir a través de ciertos modelos cuánto comían, qué energía consumían o a las velocidades que se movían. Pero ahora, gracias a la tecnología se pueden tener datos mucho más precisos. El equipo del Centro Nacional Patagónico, encabezado por el investigador del Conicet Flavio Quintana, se encarga del estudio del comportamiento de los animales marinos y sus gastos energéticos. “Lo hacemos a través del uso de alta tecnología electrónica, que nos permiten conocer en detalle cada uno de los movi-

mientos de los animales, las rutas que hacen hacia las áreas de alimentación o durante el invierno. Podemos determinar el momento exacto en que un animal se encuentra comiendo, la posición del cuerpo, la velocidad, la aceleración y las características físicas del ambiente”, cuenta el investigador, que reconoce que el quiebre tecnológico que favoreció las investigaciones de los biólogos comenzó hace 15 años a nivel mundial y en los últimos cinco años se dio el salto mayor. “Hoy hay instrumentos que son tan pequeños como la uña del dedo gordo de una persona. Incluso, algunos pueden ser utilizados en peces”, asegura Quintana, cuyo centro de investigaciones está en Puerto Madryn, pero que también tienen diferentes equipos a lo largo de la costa patagónica. Ellos trabajan con animales costeros, es decir que se reproducen en tierra y se alimentan en el mar. Investigan pingüinos, aves como petreles o cormoranes y

elefantes marinos. En el caso de estos últimos tienen que anestesiarlos para colocarles el dispositivo que va pegado al pelaje y que puede permanecer ahí los ocho meses que estos animales permanecen sin tocar tierra. En el caso, por ejemplo, de los cormoranes, el dispositivo sólo está unas horas nada más, porque sus viajes de alimentación al mar los hacen en el día y son recapturados cuando vuelven al nido. Casi el ciento por ciento de los dispositivos se recuperan. En algunos casos necesitan volver a entrar en contacto con el animal para recuperarlo, otros, tienen transmisión satelital o por bluetooth estando a cierta distancia. Una nueva tecnología permite que los datos se transmitan por antena celular y llegue la información como mensaje de texto a un teléfono. Gracias a estos dispositivos, se dieron cuenta de que muchas cosas como, por ejemplo, que el consumo de alimento de los pingüinos es mucho mayor al

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el equipo del centro nacional patagónico instala dispositivos en el pelaje de los animales para estudiar su comportamiento y su hábitat.

“Hoy hay instrumentos que son tan pequeños como la uña del dedo gordo de una persona. Incluso, algunos pueden ser utilizados en peces.” (Flavio Quintana, investigador del Conicet) que pensaban. “Se habían hecho modelos para calcular que si un pingüino pesa tanto y gasta tanta cantidad de energía, entonces debería consumir tanto. Esa predicción es mucho más baja de lo que nosotros encontramos con los aparatos, que nos permitieron conocer que el consumo total de alimentos de la población total de Argentina llega a 1,5 millones de toneladas al

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año”, reconoce Quintana. Las aves marinas también consumen cuatro veces más de lo que se pensaba. En el caso de los elefantes marinos, lo que los cautivó fue ver su manera de moverse para bucear tan profundo. Alcanzan hasta 1.200 metros de profundidad. Desde hace dos años comenzaron a experimentar con cámaras de video que les colocan a los animales, pero

necesitan recuperarlas para poder obtener la información. Los primeros que las llevaron fueron los cormoranes. “Es algo que todavía se está ajustando”, reconoce. Flavio Quintana asegura que en cuanto a tecnología se logró prácticamente completar el campo de estudio del comportamiento animal, pero predice que el área irá creciendo hacia tomar información del hábitat.


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