Casos que quedaron sin justicia

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NOTA DE TAPA • POR MELISA MIRANDA CASTRO • FOTOS GUSTAVO PASCANER

I S E S A L A E U Q É S “ C N E A Y O V O L O N 26


ESINO DE MI HIJA NCONTRAR” Lucila Yaconis fue asesinada hace una década cerca de la estación de Núñez. Con la causa sin detenidos y a poco de prescribir, su mamá, Isabel, transformó su dolor en ayudar a otros que pasaron por lo mismo. Cómo es vivir cuando la Justicia nunca llega. 27


M

i cabeza no para y es una autodefensa. Cuando me quedo sola, no puedo ni mirar los álbumes familiares. El año pasado se cumplieron nueve años y fue la primera vez que pude abrir el álbum donde tenía fotos de ella desde la panza, los bautismos, los cumpleaños. Cada foto de Lucila de bebé es una puñalada. Siempre pienso ¡Qué destino! ¡Fue tan absurdo!, que te maten a cincuenta metros de tu casa, en un lugar donde constantemente pasa gente. Yo sentía culpa porque ese día se volvió sola, pero le faltaban unos días para cumplir 17 años. En esa época no vivíamos con tanto temor como ahora.” Así describe su presente Isabel Yaconis, con un dolor que no quiebra su entereza ni su voz, pero que se refleja en sus ojos durante el relato. Narra todo de corrido, ya se acostumbró a hacerlo, lo cuenta como una catarsis de palabras que salen en perfecto orden y claridad y que recuerdan cómo cambió su vida desde hace casi una década. Diez años, 1.200 meses, 3.650 cincuenta días, 87.600 horas sin su hija menor y sin conocer de su asesino más que sus genes. No hay un nombre, una cara, un cuerpo al que culpar. Su rastro más concreto e irrefutable no alcanza para dar con su identidad.

EL 17 DE ABRIL DE 2003 LUCILA FUE ASESINADA A PASOS DE A LA L ESTACIÓN DE NÚÑEZ, CERCA C DE SU CASA. SU MAMÁ M TODAVÍA VIVE EN EL BARRIO.

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RECUERDOS. Lucila Yaconis tenía 16 años, vivía en el barrio de Núñez, y estaba a poco de cumplir sus 17. El 21 de abril de 2003, volvía a su casa alrededor de las 19, cuando un hombre la interceptó en el cruce de la vía, la llevó hasta un terreno cercano e intentó violarla. Ciento treinta y cinco pasos solamente separaban la casa de Lucila del lugar donde todo ocurrió. César López, que tenía un taller cerca de la vía escuchó un grito: “Soltame”, salió a ver qué pasaba y el victimario lo alejó diciéndole que estaba con su novia. Cuando dejó de escuchar las voces, volvió a salir, vio a Lucila muerta y llamó a la policía. Nunca se dio con el criminal. En 2015, sin un acusado, la causa va a prescribir. Desde que perdió a su hija, Isabel se abocó a la Asociación Madres del Dolor, donde se convirtió en una referente de casos de violación. Ahora está jubilada pero sigue trabajando. Su marido Pepe, también jubilado, se levanta todos los días a las 5 de la mañana y va de Núñez a Barracas a trabajar en un taller de torneado


de madera. “No tenemos lujos, nunca tuve un auto, mi vida no cambió en lo absoluto, nunca acepté nada de nadie, nunca tuve ningún puesto político ni ninguno que me haya dado el Gobierno”, aclara. Pero no es tan así, su vida cambió mucho. Mientras habla con 7 DÍAS, Isabel se maquilla porque sabe que después vienen las fotos. Ya está acostumbrada al circuito: charla, micrófonos, cámaras, fotos, todo esto lo fue naturalizando a lo largo de los años. De ser una empleada administrativa en una mueblería, pasó a encabezar una lucha y a manejarse con los medios como pez en el agua. Pero se queja de que el fotógrafo empieza precozmente a disparar la cámara antes de que esté lista. “Nunca pensé que mi vida iba a tener este vuelco. Cuando me pinto los labios para hacer una nota, pienso en Lucila que era tan coqueta y quería ser artista, entonces le digo: ‘Perdoname porque los flashes llegaron tarde’. Ella soñaba participar en concursos, hacía teatro y le encantaba cantar, tenía una voz preciosa. Su vida eran sus cuatro amigas, ir a las clases de teatro que la apasionaban, ¿qué pecado cometió? ¿El de haber cruzado la vía?”, se pregunta Isabel, con resignación en la mirada. Su casa está repleta de recuerdos, en la repisa de la cocina hay algunos portarretratos con fotos familiares. Toma uno, orgullosa, y dice: “ésta me cambió la vida”, mientras muestra a una beba regordeta con cachetes rozagantes. Se trata de Emma, su primera nieta, que todavía no camina pero ya se la puede considerar como un terremoto. En otros estantes están las fotos de Lucila, ésas que circularon por los medios y que la grabaron en la retina. “Ella se quedó en sus casi 17 años, por eso los chicos del colegio me conmueven tanto, porque me recuerdan a ella. Siempre va a tener esa edad”, dice Isabel. LUCHA INCANSABLE. “Cuando fue lo de Lucila, al otro día vino Juan Carr a mi casa, y a los tres días me estaba organizando una marcha, armamos cartelitos con números de teléfono pidiendo testigos. ¡Qué importante es sentirse acompañada! Me presentó otras madres que habían perdido a sus hijos. Ahí empezó mi lucha y no paró. Quizás ya no la búsqueda del asesino, porque sé que no lo voy a encontrar. Pero sí puedo entender por qué pasó todo esto. ¿Por qué cuando yo fui a la fiscalía me enteré de tantos casos de chicas viola-

“SALÍA TODOS LOS DÍAS A GOLPEAR UNA PUERTA, A BUSCAR TESTIGOS, YO HACÍA DE INVESTIGADORA. ESTOY SEGURA QUE EL ASESINO ES DEL BARRIO, QUE FUE UN OPORTUNISTA.” das en esta zona? ¿Por qué yo no lo sabía? Cuando me senté con el fiscal tenía carpetas de causas y causas y eran todos hechos alrededor de la estación. Por supuesto, los autores de esas víctimas nunca aparecieron”, reflexiona Isabel, que se cargó la investigación al hombro, preguntó casa por casa, cruzó la ciudad para entrevistar testigos que no la llevaron a nada y peleó para que cada violador que era encontrado culpable, con un modus operandi similar, fuera cotejado con la muestra encontrada en el uniforme de Lucila. “Mi cabeza trabajó tanto, tanto, tanto, que yo ya no vivía. Los primeros quince días me la pasé a café y salía todos los días a golpear una puerta, a buscar testigos, yo hacía de investigadora. Estoy segura que el asesino es del barrio, que está en el barrio y que fue un oportunista”, relata. En esas recorridas encontró a una testigo que trabajaba en una casa de familia sobre la calle O’Higgins a la misma altura de su casa. La mujer vio a Lucila cruzar la vía y a un hombre delgado, con piernas muy flacas y pantalones chupines, que al

verla pasar se dio media vuelta y empezó a caminar atrás de ella. “En ese entonces yo estaba obsesionada, me la pasaba mirando los pantalones de los hombres. Sabía que tenía una camisa blanca, que era delgado, pelo ondulado, bien peinado y no medía más de 1,70 de altura. Es el día de hoy, que cuando trabajo en el local de Cabildo se me cruza un joven que es raro. Debe tener unos treinta y pico de años y tiene el cabello ondulado. Yo me lo cruzo y digo qué ganas tengo de seguirlo a ver a dónde va. Siempre tiene una mochila. Nunca lo seguí porque tendría que dejar mi trabajo y no quiero abusar. Pasa alrededor de las 12 del mediodía, pero no siempre lo veo. Son fantasías, cosas que se me cruzan”, dice Isabel. El asesinato de Lucila conmocionó al barrio, a la ciudad y al país. Después de la muerte de Lucila y de Elsa Escobar -quien también falleció a manos de un violador al poco tiempo del caso Yaconis-, se implementaron algunas medidas de seguridad como las cámaras en las estaciones de tren, el protocolo para que en

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ISABEL ES LA CARA DE “MADRES DEL DOLOR”, QUE ATIENDE A PERSONAS QUE PIDEN AYUDA EN MÁS DE 8 MIL CASOS DE TODO TIPO DE DELITOS.

“ESTUVE CONSCIENTE DE QUE LUCILA ESTABA MUERTA DESDE EL PRIMER MOMENTO, PERO CREO QUE LUCHANDO MANTENGO VIVA SU MEMORIA” los hospitales haya un kit profiláctico y los corredores seguros. Pero lo que Isabel Yaconis, lucha por instaurar desde 2004 es el Banco de Huellas Genéticas de Condenados por Delitos contra la Integridad Sexual, que en 2006 tuvo media sanción en Senado, pero perdió estado parlamentario al no ser tratado por Diputados. La segunda oportunidad fue el 31 de agosto de 2011, que volvió a adquirir media sanción en Senadores y desde entonces no se ha tratado en Diputados. “Al asesino de Lucila le salió bien, porque por más que esté el ADN, no hay dónde compararlo. ¿Qué habría que hacer para eso? No te digo condenar a toda la población, pero en caso de violadores, una vez que los encontraron culpables, creo que en el legajo debería estar junto a su foto y su identificación, el ADN. En algún momento, las condenas se cumplen pero como son reincidentes, a la primera víctima quizás no la vamos a salvar, pero vamos a evitar que

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haya una segunda”, reflexiona pero se indigna: “Eso es lo que creo que no entienden hasta ahora los legisladores porque hay mucha oposición. Dicen que una vez que vos los condenaste, llevarlos a una base de datos sería darles una doble condena, sería estigmatizar al delincuente sexual, violar las garantías personalísimas”. Sin embargo, no baja los brazos y desde Madres del Dolor sigue pujando para que esto suceda. “Una vez, una persona me dijo que si le hubiera pasado lo que me pasó a mí, hubiera salido con una ametralladora. ¿A quién? Si yo supiera quién es el asesino, tampoco lo mataría. Nosotros apostamos a la pena en vida, pero sí quiero que se pudra en la cárcel. La justicia, cuando se trata de violadores es más fuerte. Mi esencia ha sido siempre protectora por eso creo que el dar una mano todos los días, darle mi hombro a alguien para llorar, es lo que más satisfacción me está dando en los últimos tiempos”, asegura.

Madres del Dolor cuenta en su haber más de 8 mil casos de todo tipo de delitos, por los que la gente acude a la entidad a pedir ayuda. Cuando Isabel empezó a integrar la asociación comenzó a recorrer el país y a ocupar todas las horas que no dedicaba a su trabajo de administrativa a los casos que requerían su colaboración. “Que mi marido entienda que me tengo que ausentar varios días o que estamos cenando, suena el teléfono por un caso nuevo y tengo que atender, eso para mí ya es demasiado. Analía, mi hija mayor, también fue muy madura. Siempre respetó que yo hiciera lo que hago. Ella perdió a su hermana y perdió a su mamá, porque yo empecé a desaparecer”, cuenta Isabel. “El papel de los hermanos es tremendo, uno no se da cuenta el rol que ellos tienen que cumplir. Ella pasó a ser hija única y a vivir por nosotros. Hasta que pasó lo de Lucila yo no tenía celular, pero me compré uno, así con Analía sabíamos siempre dónde estaba la otra y si estaba bien”, explica Isabel. “La muerte de Lucila no es una mochila para mí. Soy consciente de que está muerta, estuve consciente de eso desde el primer momento, pero creo que luchando mantengo viva su memoria”, declara una madre que a pesar de todo no baja los brazos.



VIVIR SIN JUSTICIA POR DANIELA ROSSI

a comenzar, que nada se había aprendido: “Sucedió exactamente lo mismo: fue un fiel reflejo de Kheyvis, en proporciones mayores. Reviví todo lo que había pasado”. En 1996 él y otros padres formaron la asociación civil Padres de Kheyvis: “Trabajamos para que no volviera a pasar algo así. Algo habremos hecho mal”, asegura. “No digo que si los culpables de Kheyvis, los inspectores, hubieran sido sancionados, Cromañón no pasaba, pero al menos era un antecedente. En vez de eso, se hizo como que ahí no había pasado nada”, reflexiona.

CASO KHEYVIS

EN DICIEMBRE SE CUMPLEN 20 AÑOS DEL INCENDIO EN EL BOLICHE EN QUE MURIERON EL HIJO DE RAÚL BUGANEM Y OTROS 16 CHICOS.

“HUBIERA QUERIDO A LOS INSPECTORES Y AL INTENDENTE PRESOS” El 20 de diciembre de 1993 un grupo de alumnos de 5º año del Colegio La Salle disfrutaba de su fiesta de egresados en Kheyvis, un boliche de Olivos. Sonaba una canción de Los Pericos cuando empezaron a oler a quemado: el lugar se incendiaba. Esa noche murieron 17 chicos y otros 24 sufrieron heridas, pero no hubo responsables penales por el hecho. Los jóvenes no tuvieron cómo escapar de las llamas: no había salidas de emergencias, las puertas abrían hacia adentro, el techo era de paja. En febrero de 2006, 13 años después de la tragedia, la causa penal que se les seguía al dueño de la discoteca y a la empleada municipal que habilitó el local, por los delitos de homicidios y lesiones culposas, prescribió. El propietario fue condenado a dos años de cárcel por falsificación ideológica de instrumento público y en 2011 la justicia civil condenó a la Municipalidad de Vicente López y a una compañía de seguros a pagar unos 50 millones de pesos a los familiares de las víctimas fa-

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tales. “La vida me dio dos cachetazos: uno cuando me quitaron a mi hijo y el segundo cuando la Justicia no hizo nada”, dice Raúl Buganem, papá de Leandro, que falleció en Kheyvis. “Yo hubiera querido ver a todos los inspectores presos y al intendente Enrique García también”, asegura. El 30 de diciembre de 2004 un incendio terminó con la vida de 194 chicos que estaban en un recital de Callejeros en el boliche República de Cromañón. Por esos días Buganem sintió que todo volvía

25 AÑOS DE IMPUNIDAD Los nueve imputados a los que se investigó por la muerte de Jimena Hernández fueron sobreseídos por falta de pruebas o prescripción de la causa. La nena, de 11 años, apareció muerta el 12 de julio de 1988 en la pileta del Colegio de la Santa Unión: en un principio se habló de un accidente, pero después el caso llevó la carátula de “ataque sexual seguido de homicidio”. El juez que siguió el proceso determinó que la joven había sido asesinada, pero no determinó quién lo hizo. En 1997

“DESPUÉS DEL PRIMER AÑO ME DI CUENTA DE QUE NADA SE IBA A RESOLVER”, DICE JORGE, EL PAPÁ DE LA CHICA ASESINADA EN LA PILETA DEL COLEGIO SANTA UNIÓN.

CASO JIMENA HERNÁNDEZ


CASO MARCELA IGLESIAS

se dictó el cierre de la causa sin identificar a los culpables; años más tarde volvió a abrirse, pero sin llegar a una resolución. Para evitar que la causa fuera cerrada, la familia llevó el pedido de emmarcarlo como un crimen de lesa humanidad, intentando seguir el curso que había tomado el caso de Walter Bulacio, y bajo la premisa de que le hecho ocurrió dentro de un establecimiento que contaba con la subvención del Estado. La Corte Suprema de Justicia descartó ese camino y el sumario penal fue cerrado. “Durante los primeros seis meses del proceso confiaba mucho en la Justicia, hasta que empecé a indagar y vi que había gravísimos problemas”, cuenta Jorge, el papá de Jimena, a casi 25 años de la muerte de su hija. “Luché muchísimo, me expuse a las malas artes de quienes quisieron amedrentarme. Uno sigue porque se trata de la muerte de una hija, la asesinaron. Pero me persiguieron y acusaron con infinitos motivos, no les quedó ni un artículo por querer aplicarme”, asegura. “Después del primer año me di cuenta de que nada se iba a resolver”, sostiene.

“TUVIMOS QUE SALIR AFUERA A PEDIR JUSTICIA” Hace cuatro años y medio que Nora y Eduardo Iglesias enviaron a la Corte Interamericana de Derechos Humanos la causa en la que se investiga la muerte de su hija Marcela. “Esperamos un voto a nuestro favor y que después de eso pueda haber alguna sanción. La causa no se va a volver abrir, pero tenemos la mejor expectativa de que haya alguna respuesta”, cuenta Eduardo. El 5 de febrero de 1996 Marcela, de cinco años, caminaba por el Paseo de la Infanta junto a sus compañeros de la colonia del Club Banco Hipotecario. La Galería Der Brücke, uno de los locales del lugar, había instalado una muestra de esculturas gigantes sin permiso municipal. Una de esas esculturas, de dos metros y medio de altura y más de 270 kilos, cayó sobre Marcela. Ella murió en el acto y dos compañeras

UNA ESCULTURA SIN PERMISO MUNICIPAL CAYO SOBRE LA PEQUEÑA MARCELA EN EL PASEO DE LA INFANTA EN 1996. LA CAUSA PRESCRIBIÓ EN 2005.

sufrieron heridas. En diciembre de ese año fueron procesados el escultor y la dueña de la galería por homicidio y lesiones culposas, y a cinco funcionarios municipales y policiales. La causa nunca llegó al juicio oral y en 2005 prescribió, después del cambio de plazos que produjo la reforma del Código Penal en 2004. La sentencia fue apelada y llegó a la Corte Suprema, pero allí tampoco obtuvo un fallo favorable. La causa estaba cerrada y no volvería a retomarse el proceso. “Tuvimos que salir afuera a pedir Justicia, fue muy triste. A Marcelita no la voy a tener más, pero espero que haya alguna respuesta. Uno siempre espera que se dé algo positivo”, asegura Eduardo. “Ya pasaron muchos años, ella era nuestra única hija. Sólo esperamos poder llegar a ver la Justicia, que lleguemos a tiempo”, dice.

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