Patagonia días en movimiento Cabalgatas, rafting, ducking, trekking, snorkelling, ciclismo, buceo... En Río Negro y Neuquén, quedarse quieto es imposible. El Bolsón, el Río Manso, el Parque Nacional Nauel Huapi y Villa Traful ofrecen un sinfín de actividades. TEXTO: melisa miranda castro
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Rafting por el RĂo Manso, que no siempre le hace honor a su nombre.
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El deporte activo en Río Negro y Neuquén es uno de los mayores atractivos del Sur argentino durante el verano.
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uando la nieve y su monocromía se van, los colores de la Patagonia se enfurecen. Las retamas avanzan por toda la región con su amarillo intenso, los lupines o chochos aportan a la paleta el rojo, violeta y rosa, mientras que las araucarias, los coihues y los pinos dan el verde forestal. Es imposible no quedar impactado por los contrastes. Las retamas imponen su protagonismo convirtiendo el paisaje en un posible escenario de cuento. “No son plantas autóctonas sino que las introdujeron, vaya a saber quién. Por eso están por todos lados", así le baja el nivel a mi fascinación el chofer de la combi que me lleva desde Bariloche hasta El Manso, mi primer destino. Igual no puedo evitar el impulso japonés de fotografiar cada flor amarilla que me cruzo. El camino es largo y me pongo a pensar que la Patagonia misma se debate entre lo original y lo introducido, los NYC (nacidos y criados) y aquellos que huyeron de las ciudades para vivir más cerca de la naturaleza. En las tierras del sur quedan pocos habitantes mapuches y tehuelches, que fueron los primeros en establecerse, pero sí se puede encontrar a los herederos de los primeros pobladores. Suizos, alemanes,
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españoles, italianos y otras nacionalidades más formaron la población de la Patagonia, que como su flora y su fauna, se caracteriza por esa convivencia de lo autóctono con lo extranjero, de lo histórico y lo nuevo, que le da ese clima especial y encantador que tiene. En menos de una hora llegamos al Paraje El Foyel, en la provincia de Río Negro. El lugar toma el nombre del cacique Foyel, que habitó y murió en esas tierras en el siglo XIX. Fue capturado durante la Campaña del Desierto y llevado a Buenos Aires, donde fue confinado en la Isla Martín García con otros caciques. El perito Francisco Moreno pidió al Gobierno que los llevaran a todos al Museo de Ciencias Naturales de La Plata para sacarlos de prisión, pero quedaron ahí en exposición y como objeto de estudio. Foyel fue liberado después de que su familia muriera en cautiverio y regresó a su lugar de origen. La leyenda cuenta que antes de dejar este mundo escondió su tesoro de joyas, oro y plata en el Cerro Fortaleza y que quienes intentan buscarlo se pierden y mueren en el camino. Así y todo, algunos lugareños cuentan que su espíritu se aparece al pie del cerro, te llama y si lo seguís te muestra el camino a sus riquezas. Justo al pie de esta montaña está La Reserva, un campo con cabañas donde Jorge y Viviana son los anfitriones y donde voy a
pasar mi primera noche en el sur. ¿Se me aparecerá Foyel? Esta pareja es de los nuevos vecinos, dejaron su casa en la ciudad para instalarse ahí hace sólo un par de años. “Yo me llevo bien con todos, pero costó, la gente de acá espera que pases todo un invierno para empezar a abrirse, porque muchos no aguantan y se vuelven a la ciudad”, cuenta Jorge. Él renunció a su pasado empresarial para dedicarse a la vida rural y ella da clases de Qi Gong (una práctica milenaria de la medicina china) y hace también baños de Gong, un plus de relajación que me invita a probar. La experiencia resulta sumamente armonizadora, ya que las vibraciones del instrumento actúan sobre el sistema nervioso central disminuyendo el estrés. Créase o no, el efecto es inmediato. Pero el leitmotiv de este viaje es el turismo activo, así que la primera actividad para realizar es una cabalgata. Después de cuarenta minutos de travesía, una merienda con dulce casero de frambuesa y de rosa mosqueta, tostadas, tortafritas y café me espera en el restaurante del camping La Pasarela, a orillas de las aguas turquesas del Río Manso. Desde ahí salen algunas de las excursiones de rafting; otras, como la que experimenté la mañana siguiente, salen del Lago Steffen, donde nace el río Manso inferior. A esta última actividad la puede
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Como las agujas del reloj: Bosques y montañas, un clásico patagónico; excursión en el río; picada local y el fruto de la pesca del día.
hacer toda la familia porque tiene muchos remansos y los rápidos no son de gran dificultad, lo que lo convierte en una combinación justa de paseo y aventura. A la mitad del camino, se frena en una playita para hacer un picnic. La recomendación es llevar una muda de ropa y calzado, porque aunque tranquilo, El Manso salpica. La excursión termina muy cerca de mi segundo alojamiento: las cabañas Puerto Manso, un lugar para desenchufarse. La frase es literal, si bien hay luz eléctrica en las cabañas, no hay señal de celular ni Internet; no hay televisión ni demasiados autos pasando por ahí. Después de dejar los bolsos, hago una pequeña caminata en Piedra Pintada, un campo donde se pueden ver pinturas rupestres en una gran piedra. La cena es en el camping Kaleuche del Manso, atendido por la familia Chiguay, un grupo de hermanos hijos de la unión entre un irlandés y una mapuche. Tony y su hermana me reciben con un asado y me dan a probar el licor casero que ella hace con frutos rojos y vodka; peligrosamente dulce para su graduación de alcohol. El regreso a la cabaña me aventuro a hacerlo a pie en plena noche. La oscuridad cerrada, la soledad y lo agreste del lugar le ponen un toque de aventura a la caminata iluminada sólo por mi celular, que en estas zonas es
para lo único que sirve. Si algo me queda de mi visita a El Manso y El Foyel es que es un destino ideal para bajar las revoluciones y hacer un poco de deporte. Pero hay que estar dispuestos a olvidarse de los mails, los llamados y las noticias.
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la mañana siguiente, otro destino me espera. Siguiendo por la ruta 40 llego a El Bolsón, paraíso de los hippies que soñaron con encontrar ahí su lugar en el mundo. Hoy es una ciudad preparada para los turistas. Suele ser un punto clave para mochileros, pero también es una elección ideal para ir en familia. A pocos kilómetros del centro hay varios lugares para visitar haciendo excursiones, yendo en auto, en bicicleta o caminando un poco. El mirador Cabeza del Indio es uno de ellos. Está a mitad de camino y desde allí se puede ver todo el recorrido del Río Azul. Ya cerca de esa piedra el camino se pone estrecho y aunque no sufro de vértigo, me da un poco de impresión mirar para abajo. A pesar de que la cornisa deja lugar suficiente, por las dudas, me pego a la pared de roca. La Cascada Escondida es otro de estos rincones mágicos de El Bolsón. Siguiendo el camino que se mete entre la vegetación, que
sube y baja según los caprichos del terreno, permite tener tres visiones de la caída de agua: una panorámica, una desde el pie de la cascada y otra cerca del lugar donde se precipita la corriente. Al llegar al pie, se forma una pileta natural. Me dan ganas de zambullirme, pero aunque la temperatura supera los 25 grados el agua está demasiado fría para sucumbir a la tentación. "En verano esto se llena, la gente se tira o se queda sentada a la sombra con los pies en el agua", acota el guía de Maputur, Diego Zvirzdinas. De todas maneras, ya tendré mi dosis de río. Después de mucha contemplación, vuelve la acción. Un poco de rafting, ducking y snorkeling para ver las truchas sobre el Río Azul. El final del recorrido es en el Camping Los Coihues, pero no es el final de mi día. Todavía queda mucho por hacer y en dos ruedas, porque la propuesta es un circuito corto en bicicleta por camino de tierra, esquivando las rosas mosquetas por una ruta ondulante. El remate es una cabalgata a prueba de inexpertos, por las orillas del Azul, guiada por Paula Sandes, de Establos al Sur. Los colores que me fascinaron en mi desembarco en la Patagonia siguen presentes y hasta hacen parecer posible la existencia de duendes en El Bolsón, uno de los mitos. Entre risas y confesiones, los locales me cuentan sobre la misma leyenda Enero 2013 Lonely Planet Traveller
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Como las agujas del reloj: Excursión al bosque sumergido; pesca con mosca; navegación en gomón.
que pulula en Chile: la de El Trauco, el duende feo que embarazaba doncellas y al que le adosaron más de una paternidad dudosa. Ya más en confianza, otros se animan a narrar las veces que, en teoría, estos seres les esconden las herramientas o los utensilios y después se los dejan en otro lugar. En El Bolsón no se cree en los duendes, pero que los hay, los hay. Después de tanto ejercicio, necesito recuperar energías. Así que me dirijo directo a la fábrica de cerveza artesanal y restaurante Otto Tipp. Mi elección de menú es la tabla Apunto con ahumados de la región y una trucha a la crema. De todo mi itinerario de viaje, El Bolsón es el primer destino que tiene vida nocturna. Después de comer, doy una vuelta para ver qué ofrece la ciudad, que recién está despertando a su fin de semana. Encuentro algunos jóvenes sentados en los pubs, otros caminan en grupo por las calles, viendo qué les depara la velada. Tengo ganas de quedarme hasta más tarde, pero el cansancio del día me vence y la idea del madrugón de mañana para viajar hasta Villa Traful me termina de convencer de volver al hotel. 70
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las ocho en punto me vienen a buscar. En poco más de tres horas y 35 kilómetros sobre ripio, me encuentro en el corazón del Parque Nahuel Huapí, al sur de Neuquén. Villa Traful tiene unos 600 habitantes, de los cuales sólo 250 viven ahí todo el año. El centro de la población está sobre la costa del lago homónimo. La sociedad de fomento, la capilla, la oficina de turismo, los restaurantes y los negocios se concentran en unas cinco manzanas cerca del muelle. Es imprescindible tener auto, porque no hay medio de transporte interno. Sólo una combi que lleva y trae a las maestras de la escuela hasta Villa la Angostura, a 65 kilómetros. En estas 650 hectáreas rodeadas por el parque nacional, nadie cierra sus puertas con llave porque no hay quien se anime a llevarse lo que no le pertenece. Me siento en casa, cada lugareño con el que me cruzo, aunque no sepa quién soy, me saluda como si me conociera de toda la vida. La principal fuente de trabajo es el turismo de verano. Hasta el momento, la villa fue un paraíso conocido casi exclusivamente por pescadores. En ese mundo, el lugar es muy
preciado porque es el único donde se puede practicar pesca con devolución del salmón salar, una especie muy deseada por la resistencia que ofrece. También se hace pesca deportiva de trucha, perca, salmón y puyén. La temporada empieza el primero de noviembre y se extiende hasta marzo. Los amantes de este deporte llegan con sus familias para pasar las vacaciones disfrutando de la tranquilidad y del silencio. Porque acá el silencio es lo que reina, sólo lo rompen los sonidos de la naturaleza, más fuertes que los de la civilización. Lo que realmente hace especial a Villa Traful es el bosque sumergido, un fenómeno único en el mundo, recientemente estudiado por científicos. Los resultados de un análisis hecho en 2010 detectaron que una sección de la margen norte del lago se va hundiendo cada año, producto de las fallas tectónicas de la zona. Con cada centímetro de tierra que queda bajo el agua, se sumergen los árboles que crecen en el cerro. Las raíces se conservan porque el agua está en una temperatura de entre seis y ocho grados, pero la parte que queda en contacto con el aire se seca y se cae formando un bosque sumergido que se puede visitar en gomón o haciendo buceo. El encanto de Traful es que es una villa de montaña, donde todos se conocen. La ventaja respecto de otros lugares, es que al estar rodeada por tierras del parque nacional, no hay posibilidad de que se produzca un boom inmobiliario que le robe ese espíritu. Sin embargo, la aspiración es crecer como destino turístico y por eso se inauguró en noviembre pasado Alto Traful, el primer hotel de categoría de la zona. Este 2013 es clave para la villa porque aspira a recuperarse de lo que causaron las cenizas del volcán Puyehue. Aunque no fueron tan afectados como La Angostura y Bariloche, su paisaje se tornó gris y la falta de vuelos a la región menguó el turismo. Sin embargo, cuatro días acá son suficientes para resetear la cabeza y volver renovado. Es demasiado temprano para que el sol golpee tan fuerte a través del vidrio de la confitería del aeropuerto de Bariloche. Mi viaje llegó a su fin y mi café de desayuno también. Escucho que anuncian el preembarque de mi vuelo, el primero de la mañana. Escribo las últimas líneas de mi travesía, los recuerdos, sensaciones, antes de volver a Buenos Aires. Doy el último sorbo de lo que queda en mi taza y siento que hace siglos que estoy en la Patagonia, que ya me siento un poco en casa. Empiezo a entender a Viviana y a Jorge y a tantos otros que se dejaron atrapar por el encanto del sur. Antes de cerrar la notebook me descubro fantaseando con cuál podría ser mi ocupación viviendo acá y cómo sería mi vida cotidiana. El último llamado del avión me devuelve a la realidad y a Buenos Aires, donde me espera mi verdadera rutina.
fotos, gentileza de: Maptur; Aguas Blancas; Reserva El Foyel; Viejo Almacén El Foyel; Alto Traful Lodge&Suites y Silvio Balmaceda.
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