generaciones

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COSTUMBRES

POR MELISA MIRANDA CASTRO FOTOS: LEANDRO ARANDA, ALEJANDRO KAMINETZKY Y MARGARITA FRACTMAN

SON FAMILIAS QUE SE DEDICAN A LA MISMA PROFESIÓN DE SUS ANCESTROS. PLATEROS, ABOGADOS, ARTISTAS

PLÁSTICOS Y HASTA ELECTRICISTAS CUENTAN LAS HISTORIAS DE UN LEGADO QUE MANTIENEN VIVO.

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esde la puerta, atravesando por el pasillo hasta el hall, el lugar brilla repleto de trabajos artesanales. La rosa cincelada para Lady Di, otra hecha para Máxima Zorreguieta, el bastón de mando usado por los presidentes argentinos, placas, cetros, bandejas y más, revisten los pasillos y llenan las vitrinas de la casa-taller de San Telmo, en la que vive Juan Carlos Pallarols. Trabajo y hogar conviven bajo el mismo techo, mientras en un rincón los empleados manipulan los metales, algún miembro de la familia se prepara una merienda o se tira a ver televisión en otro rincón de la casa. La convivencia entre el mundo laboral y el personal es tal, que muchas veces, Juan Carlos ha hecho trabajos usando el mármol de la cocina. La orfebrería se respira en cada lugar, por eso no es difícil imaginar que sus hijos y una de sus nietas hayan seguido la profesión, llegando a la octava generación de orPROFESIÓN: febres. ORFEBRES La familia lleva en el oficio casi trescientos años. 1 Don Vicente Pallarols: trastatarabuelo El que comenzó todo fue 2 Rafael Pallarols: tatarabuelo Don Vicente Pallarols, 3 Vicente II Pallarols: bisabuelo en Barcelona, España, en 4 José Pallarols: abuelo el siglo XVIII. Durante 5 Carlos Joaquín Pallarols: padre dos generaciones más 6 Juan Carlos Pallarols –su hijo Rafael y su nie7 Adrián y Juan Carlos, hijos de Juan Carlos. to Vicente II–, la familia 8 Merixtell. Nieta de Juan Carlos. permaneció en el Viejo Continente trabajando el metal. Pero a mediados del siglo XIX, Vicente II decidió cruzar el océano y radicarse en Buenos Aires. Era la época de auge de la platería con Juan Manuel de Rosas, así que fue un momento propicio para empezar una nueva vida en América. Pero el recién llegado no estuvo mucho tiempo en la Argentina, porque tuvo que viajar para pelear en la Guerra de Crimea. Su hijo José (abuelo de Juan Carlos) continuó el legado en estas tierras. Así fue como Juan Carlos se crió en el taller de su padre Carlos Joaquín y de su abuelo José. Desde muy chiquito aprendió el oficio, casi como jugando.

CIONES

SANGRE DE PLATA Juan Carlos –el encargado de hacer los bastones de mando de los presidentes de las últimas tres décadas– es la sexta

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GENERACIONES

generación de orfebres en la familia, y la tercera radicada en la Argentina. Dos de sus hijos siguieron su camino y ahora su nieta Merixtell (hija de Mariana) está estudiando para formar parte del taller, cuando termine el secundario. La joven, que tiene apenas 15 años, tuvo claro desde chica que quería seguir a su “Abi” –como llama al abuelo–. Hay fotos de Merixtell con dos años, sentada en las faldas de Juan Carlos, tallando un bastón. Ella pasaba todos sus veranos en la casona de San Telmo, y cuando se aburría iba al taller a jugar. “Acá me enseñaron a hacer anillos y un día mi abuelo me encontró haciendo eso, y me enseñó una técnica que se llama martelé e hice un montón de anillos con esa técnica. Después los vendía”, cuenta la más chiquita de la familia. Un día, le contó a una de las empleadas que quería dedicarse a esto cuando fuera grande y la chica le explicó que había estudiado en la escuela Raggio y entonces, Merixtell le pidió a su mamá que cuando terminara la primaria la inscribiera en ese colegio. En séptimo grado retomó el pedido, con tanta convicción que sus padres accedieron. “En mi familia, como creo que pasaba en todas las familias del mundo. No todos los hijos abrazaban la profesión de los abuelos. Yo tuve siete hermanos más y sólo uno me acompañó en esta profesión. En el caso de mi papá eran cuatro hermanos y sólo él siguió la profesión. En el caso de mi abuelo eran dos hermanos y sólo él lo hizo. Mi nieta tiene cuatro primos y ella es la única que está siguiendo, hasta ahora, los pasos de la familia”, explica Juan Carlos. Pero, el hecho de tener ocho generaciones haciendo lo mismo no le suena extraño a Juan Carlos Pallarols, ya que, antes, el oficio se heredaba de padres a hijos. “Ahora parece más raro y menos frecuente. Es que tampoco se conservan los oficios, se van perdiendo por la innovación de la tecnología, por la invasión de los productos chinos, que son de poco valor y que se pueden acceder rápidamente. La herencia tiene sus ventajas, porque

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al transmitir un oficio, te transmiten un montón de cosas que tienen que ver con nuestra tradición, con la cultura del lugar, como vestimentas, comidas, todo lo que hace a la cultura. Por otro lado, seguir el oficio de tus padres estaba bueno porque empezabas a contactarte con una profesión desde muy chiquito y empezabas a darte cuenta si realmente te gustaba o no”, explica el orfebre. LA SABIDURÍA DE LOS MAYORES Seguir el legado nunca fue una imposición entre los Pallarols; José alentaba a sus nietos a seguir una profesión que los hiciera feliz. Él fue una gran influencia para Juan Carlos. El año que cumplió 11, fue el peor de su vida porque perdió a sus dos abuelos, el paterno que era orfebre, y el materno que era ebanista. “De repente, me faltó la presencia de una generación

anterior, ellos hacían sus aportes. Por un lado te facilitaban el conocimiento y, por otro lado, eran consejeros y te iban diciendo: ‘así no, hacelo de esta manera’”, explica Juan Carlos, Ese sentido de unión familiar, Juan Carlos lo vivió desde chico y por razones dolorosas. Cuando tenía 12 años, en 1955, su padre perdió todo. Los militares dieron la orden de fundir toda la obra hecha por Perón y era tal la magnitud de trabajo invertido, que les remataron la casa para pagar las deudas. Entonces, Juan Carlos trabajó como orfebre y en sus ratos libres lustraba zapatos en la estación de Lomas de Zamora. Su hermana, por ejemplo, grababa placas para los ataúdes. Todos aportaban a la economía gracias a la profesión aprendida. “Ahí es cuando sentís que la familia es un puntal importante en situaciones difíciles”, concluye.


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n la casa de los Mollo nunca hubo problemas con la luz, ni televisores con imagen distorsionada, porque siempre hubo alguien que cambiara la bombita, arreglara el cable en corto o le sacara los fantasmas a la pantalla de la tele. Son una familia y también una empresa, que desde 1958 se dedica a la electricidad y ya van por la tercera generación en este oficio. José Mollo fundó la empresa, especializándose en radio, televisión y visitas domiciliarias. Cinco años después, su hijo Pedro se unió al legado y buscó hacerse su propio camino en el rubro. “Cuando uno está pegado a la familia, está pegado al padre, así pasó también con mi hijo y conmigo”, dice Pedro quien ahora está a cargo del negocio familiar y trabaja junto a su hijo Gonzalo desde hace cinco años. La segunda y tercera generación de los Mollo se especializó en consorcios y administraciones, y hace muy pocos domicilios particulares. Actualmente, padre e hijo trabajan todos los días juntos, pero eso no genera conflictos en casa. “Él me ayuda más que nada en la parte laboral y de oficinas, cada uno tiene una pePROFESIÓN: queña tarea. Además, ELECTROTÉCNICO no es que estamos todo 1. José Mollo, abuelo el día juntos los dos, él 2. Pedro Mollo anda por un lado, yo 3. Gonzalo Ariel Mollo, hijo por el otro, nos juntamos a almorzar al mediodía y seguimos a la tarde uno por cada lado. No hay peleas. Con papá era diferente, él estaba por un lado y yo lo ayudaba sólo un rato porque estudiaba, por eso no era algo tan cotidiano como con mi hijo”, explica Pedro. Tanto él como su hijo Gonzalo hicieron la escuela industrial y se recibieron de electrotécnicos. El gusto por el oficio se dio de manera similar para Pedro y para Gonzalo, los dos acompañaban a sus padres desde chicos y fueron aprendiendo cómo se trabaja. “Se dio que lo que quería estudiar era el Industrial, en ese tiempo te daba más salida laboral. Después, amén de la salida laboral, es algo que

“UNA COSA QUE SIEMPRE LE DIJE A MI HIJO: QUE SI LE GUSTABA EL OFICIO QUE LO SIGUIERA, SINO, NO. PARECE QUE LE GUSTÓ PORQUE LO TENGO TRABAJANDO CONMIGO.” (PEDRO MOLLO)

lo tomé con cariño y me gustó. Nunca miré las horas de trabajo, era trabajar con gusto y que quedara bien lo que me importaba”, relata Pedro. Gonzalo comenzó acompañando a su papá desde que tenía 11 años, los fines de semana, cuando no iba al colegio. “Me tenía la escalera o me sostenía la linterna, así fue aprendiendo. Una cosa que siempre le dije fue que si le gustaba el oficio que lo siguiera, si no, no. Parece que le gustó porque lo tengo trabajando conmigo”, asegura.

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GENERACIONES

PROFESIÓN: ARTISTAS PLÁSTICOS 1. Demetrio Antoniadis, abuelo 2. María Leonor López de Antoniadis, madre 3. Carolina Antoniadis

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a estética rondó la familia, aunque las ramas se fueron diversificando. Demetrio fue el pionero, apenas llegó de Grecia, su talento por la pintura se manifestó aunque no pudo estudiar enseguida. Su hijo Miguel Félix Antoniadis heredó el gusto por lo estético, pero lo plasmó en la fotografía; fue su esposa (y nuera de Demetrio) quien se abocó a las pinceladas. En siguiente escalón del árbol genealógico se dividió en los mismos intereses que sus padres: Carolina siguió los pasos de su madre y su abuelo, mientras que su hermano Leonardo se dedicó a la fotografía. Demetrio llegó con sus cinco hermanos y la madre a la Argentina en 1910, desde Grecia y se instalaron en Rosario, Santa Fe. Apenas tenía diez años, pero siendo el hombre de la casa tuvo que empezar a trabajar, y lo hizo en el ferrocarril. Durante la hora del almuerzo se ponía a un costado y dibujaba, caminaba 30 cuadras para ahorrarse el tranvía y con eso se compraba las

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pinturas. Hasta que cuando cumplió los 18 años, los ingleses descubrieron ese talento y lo becaron para que estudiara en Buenos Aires, en la escuela Manuel Belgrano. Al volver a Rosario hizo su primera muestra y le dieron el puesto de profesor de arte en la escuela normal. “Mi papá no se dedicó a la pintura, sino a la fotografía y ganó varios concursos. Pero mi mamá, sí, había estudiado con Gambartes, y era muy artística, ella me transmitió eso directamente, ese cierto apego a la estética”, narra Carolina en su atelier, donde abundan cuadros recién pintados y algunos otros archivados. En quinto año del secundario Carolina se decidió a estudiar arte y se inscribió en la escuela Pueyrredón, pero se acuerda de cómo nació esa vocación: “Siempre estaban colgados los cuadros del abuelo en el living. Mi mamá me transmitió las historias de mi abuelo, ella más que mi papá. Yo me acuerdo de pasar horas sentada en el sillón mirando cómo hacía el color y las

pinceladas”. “En mis primeras pinturas yo copiaba lo que era mi casa familiar y mi mamá siempre tenía muchos empapelados en las paredes. Yo pintaba los interiores de mi casa y mi arte tiene mucho que ver con esa estética”, cuenta. Sin embargo, su abuelo se dedicaba a retratar paisajes, mientras que el estilo de Carolina es más abstracto y de interiores. “Hice como un espejo con lo que era mi abuelo, pero últimamente me puse a pensar qué pasa si me pongo a desarrollar una serie de paisajes, pero con la estética mía, para establecer como un diálogo con él”, dice. El arte de Carolina está muy impregnado por sus recuerdos de su familia y los momentos vividos. Aunque su abuelo murió cuando ella tenía apenas cuatro años, una de sus memorias más presentes era cuando entraba al atelier de él. “Era como un templo, no podía tocar nada. Me acuerdo de los floreros con los pinceles, las esculturas”, cuenta.


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l estudio se fundó en 1921, cuando Virgilio Porcel dejó la magistratura y decidió construir una trayectoria independiente aprovechando su renombre en el ámbito jurídico. “Lo empezó mi abuelo, luego lo continuó mi padre, ahora me toca dirigirlo a mí, y ya están queriendo correrme las nuevas generaciones”, bromea Roberto Porcel (padre) quien es la tercera generación que se hace cargo del estudio –el único, de entre sus cinco hermanos, que se dedicó al rubro– y ya tiene a sus hijos trabajando con él. El mayor de ellos ya se re-

cibió y hace tiempo que trabaja junto con su padre y su abuelo, sus otras hijas están camino a obtener el diploma y seguir por ese camino. Para Roberto la vocación estuvo clara desde el principio, quizás porque corría en sus venas la misma pasión que tuvieron su padre y su abuelo. Ya desde chico le fascinaba acompañar a su papá a las empresas para fin de año y comenzar a moverse en el mundillo legal. “Yo soy una rara avis porque siempre supe que iba a ser abogado. Nunca tuve dudas, desde muy chico me gustó la profesión y

nunca me costó, ni estudiarla ni trabajarla, es algo muy natural, no sé si a todos les pasa lo mismo”, relata y cuenta que desde chico ya defendía las “macanas” que hacía desde una postura de abogado. “No podría haber hecho otra cosa que no sea esta profesión”, asegura. Con sus hijos la vocación también corrió en la sangre, aunque no todos lo tuvieron tan claro desde el comienzo. De los cuatro que forman su prole, el que también se llama Roberto fue el primero en recibirse y en trabajar en el estudio. Las otras hijas son todas mujeres, la más chica empezó estudiando derecho y ya está en cuarto año. Pero las otras dos eligieron primero otros caminos hasta que se dieron cuenta de que sus intereses pasaban por lo jurídico. Para Porcel (padre) el hecho de que su familia tenga renombre en el ámbito jurídico le facilitó muchas cosas. “Cuando empiezo mi profesión ya tenía clientela, nombre, un estudio con prestigio. Me fue mucho más fácil que a una persona que tenía que empezar de cero, la diferencia es notoria, tenés todo armado. Después está en uno saber mantenerlo. En un estudio es el nombre lo que ‘vende’, es la marca, y hay que defenderla y hacerla progresar”, asegura. Aunque reconoce que cuando empezó a trabajar, apenas recibido, le tocó hacer de telefonista y cadete, bien desde abajo. PROFESIÓN: Para el director del ABOGADOS estudio, lo bueno de 1. Virgilio Roberto Porcel, bisabuelo trabajar con la fami2. Roberto Porcel, abuelo lia es todo. “Lo difi3. Roberto Porcel cultoso para llevarlo 4. Roberto Marcos Porcel, hijo adelante es saber deslindar lo que es familia de lo que es trabajo. Sos hijo o padre, y se confunden esos roles. Hay momentos que son más difíciles de adecuarse y después se acomoda solo. Yo con mi padre hemos tenido nuestras turbulencias cuando era más joven, y hoy es un placer manejarse con el viejo. Con mi abuelo no llegué a trabajar, pero me hubiera encantado, veo hoy a mi hijo con su abuelo y es un placer, es lindo verlo”, cuenta.

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