El suicidio de los bárbaros José Ingenieros, Los tiempos nuevos, Buenos Aires, Santiago Rueda. La civilización feudal, imperante en las naciones bárbaras de Europa, ha resuelto suicidarse, arrojándose al abismo de la guerra. Este fragor de batallas parece un tañido secular de campanas funerarias. Un pasado, pletórico de violencia y de superstición, entra ya en convulsiones agónicas. Tuvo sus glorias; las admiramos. Tuvo sus héroes; quedan en la historia. Tuvo sus ideales; se cumplieron. Esta crisis marcará el principio de otra era humana. Dos grandes orientaciones pugnaron desde el Renacimiento. Durante cuatro siglos la casta feudal, sobreviviente en la Europa política, siguió levantando ejércitos y carcomiendo naciones, perpetuando la tiranía de los violentos; la minoría pensante e innovadora, a duras penas respetada, sembró escuelas y fundó universidades, esparciendo cimientos de solidaridad humana. Por cuatro centurias ha vencido la primera. Príncipes, teólogos, cortesanos, han pesado más que filósofos, sabios y trabajadores. Las fuerzas malsanas oprimieron a las fuerzas morales. Ahora el destino inicia la revancha del espíritu nuevo sobre la barbarie enloquecida. La vieja Europa feudal ha decidido morir como todos los desesperados: por el suicidio. La actual hecatombe es un puente hacia el porvenir. Conviene que el estrago sea absoluto para que el suicidio no resulte una tentativa frustrada. Es necesario que la civilización feudal muera del todo, exterminada irreparablemente. ¡Que nunca vuelvan a matarse los hijos con las armas pagadas con el sudor de sus padres! […] Aniquiladas entre sí las huestes bárbaras, dos fuerzas aparecen como núcleo de la civilización futura y con ellas se forjarán las naciones del mañana: el trabajo y la cultura. Cada nación será la solidaridad colectiva de todos sus ciudadanos, movidos por intereses e ideales comunes. En el porvenir, hacer patria significará armonizar las aspiraciones de los que trabajan y de los que piensan bajo un mismo retazo de cielo. […] Frente a los escombros del pasado suicida se levantarán ideales nuevos que habiliten para luchas futuras, propicias a toda fecunda emulación creadora. No basta poseer surcos generosos; es menester fecundarlos con amor y sólo se amará el trabajo cuando se recojan integralmente sus frutos. Pero tenemos algo más noble, que espera la semilla de todo hermoso ideal: una tradición de luz y esperanza. Los arquetipos de nuestra historia espiritual fueron tres maestrescuelas: Sarmiento, el pensador combativo; Ameghino, el sabio revelador; Alma fuerte, el poeta apostólico. Mientras rueda al ocaso el mundo de la violencia militar y de la intriga diplomática inspirémonos en sus nombres para prepararnos al advenimiento de una nueva era; procuremos ser grandes por la dignificación del trabajo y por el desarrollo de las fuerzas morales. 66 BI B L I O T E C A D E L PE N S A M I E N T O AR G E N T I N O / IV Tulio Halperín Donghi V i d a y m u e r t e d e l a R e p ú b l i c a v e r d a d e r a
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