Modesto Milanés: Las ratas y sombras suele vestir, dos clásicos del relato hispanoamericano

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Las ratas y Sombras suele vestir: dos clásicos del relato hispanoamericano

José Bianco (1908-1986), uno de los escritores argentinos más importantes del siglo xx, debe gran parte de su fama literaria a dos admirables noveletas: Sombras suele vestir —publicada por primera vez en el no. 85 de 1941 de la revista Sur— y Las ratas, publicada por la editorial Sur en 1943. La primera, que fue incluida por Borges en la memorable Antología de la literatura fantástica, es una historia inquietante y ambigua: cuenta la relación —hermosa, sórdida, quizá imposible— entre Bernardo Stocker (un acomodado corredor de bolsa) y Jacinta Vélez (una mujer prostituida, “de rasgos inocentes y finos, todavía joven, con ojos de un gris indeciso” y que dice de sí misma: “tengo ojos de muerta”). Una historia en la que al final nunca sabremos si esta Jacinta Vélez era un mero fantasma o la reencarnación de otra Jacinta Vélez que había en su familia (“la tía Jacinta”, una mujer de “mala conducta” que murió en Europa). Tampoco sabremos con seguridad de quién se enamoró Bernardo Stocker, con quién conversó, con quién tuvo relaciones íntimas, pues salvo él, nadie más pudo ver a Jacinta Vélez en su compañía. Un extraño relato que es sin embargo, por la magia de su construcción, no sólo verosímil sino además perfectamente inteligible. Una historia de fantasmas y presencias veladas, como en Otra vuelta de tuerca, de Henry James; El viajero sobre la tierra, de Julien Green y La amortajada, de María Luisa Bombal. Una historia de dobles y de amor imposible, como La invención de Morel, de Adolfo Bioy Casares o Aura, de Carlos Fuentes —quien dejó dicho con admirables y precisas palabras: “En Sombras suele vestir, la ausencia es una realidad paralela, espectral y profundamente turbadora,


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porque carece de la finitud de la muerte. Bianco nos introduce magistralmente en una sospecha: la muerte no es el final de nada”. Las ratas, por su parte, cuenta la historia de un crimen donde lo terrible no es el hecho en sí mismo, sino la trama de motivos, suposiciones y sospechas que el narrador devela paso a paso, oblicuamente. En las primeras líneas de este relato nos enteramos de que Julio Heredia se ha suicidado; en la última página, Delfín Heredia nos descubre la monstruosa verdad: lo que todos aceptaron como un inexplicable suicidio no ha sido tal, sino un crimen: Delfín ha envenenado a su medio hermano. La historia —que es contada con un estilo frío y tranquilo— no ha sido pensada para obtener una sorpresa final; lo importante es la prehistoria del crimen, las graduales circunstancias que conducen a la muerte de Julio. Esas graduales circunstancias abarcan los celos (Delfín admira y envidia la suerte de Julio con las mujeres; en algún momento se deja traslucir que Julio ha sido amante de la madre de Delfín) y una creciente y desesperada necesidad de identificación, pues Delfín pasa largas horas dialogando con un retrato de su padre que, según el consenso de todos, es idéntico al rostro de Julio. Al final de este relato, que es un despiadado ejercicio de introspección, nos quedan, como en todas las historias de Bianco, muchas preguntas sin respuesta. Nos queda, como en tantas historias de dobles —“William Wilson”, El retrato de Dorian Grey, El socio—, la certeza inquietante de que la muerte de nuestras imágenes es también la muerte de nuestra persona. Pero quizás, y al final de todo, esta historia de muerte y simulación, de imágenes que se desdoblan, no sea más que un pretexto para indagar sobre la verdad y la mentira de nuestras creencias, sobre lo verosímil y lo falso de lo que percibimos: “Pero acaso nunca lleguemos a mentir” (se nos dice en un pasaje revelador).”Acaso la verdad sea tan rica, tan ambigua, y presida de tan lejos nuestras modestas indagaciones


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humanas, que todas las interpretaciones puedan canjearse y que, en honor a la verdad, lo mejor que podamos hacer es desistir del inocuo propósito de alcanzarla”. Unidas por el tópico del doble y la eficaz ambigüedad, elogiadas sin reserva desde su misma aparición, famosas por el logrado equilibrio entre la singularidad de sus tramas y el perfecto ajuste de su escritura, Las ratas y Sombras suele vestir constituyen —sin lugar a duda— dos clásicos del relato hispanoamericano.


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