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Piñera novelista: la recepción política de Pequeñas maniobras
Aunque atendidas por la crítica con diverso grado de lucidez y fortuna, las novelas de Piñera —en sentido general— han debido afrontar dos dificultades en su recepción: la primera, la mayor claridad temática y perfección estilística de los cuentos, lo cual a menudo hace identificar la narrativa de Piñera solo con esta parte de su obra; la segunda, el hecho de que esas novelas "desarboladas" y llenas de imperfecciones formales no parecen constituir un mundo novelesco ni traducir con la suficiente coherencia o nitidez una particular poética personal —tal como pudiera afirmarse de la vasta obra de Alejo Carpentier, de las dos novelas de José Lezama Lima o de los mismos cuentos de Virgilio Piñera.
Sin embargo, y a pesar de lo que hemos afirmado más arriba, es fácil constatar que la década del 60 fue más afortunada para el Virgilio novelista que para el cuentista. Dos novelas publicó el autor por esos años: Pequeñas maniobras en 1963 y Presiones y diamantes en 1967, que si bien no pueden equipararse a otras grandes novelas de la literatura cubana de esa década —como El siglo de las luces (1962) o Paradiso (1966)— sí constituyen piezas importantes en la narrativa de nuestro autor. Como es sabido, la primera de esas novelas fue redactada en los años 1956-1957 en el exilio argentino de Piñera, pero su año de publicación fue 1963. Pequeñas maniobras —que tiene una especie de continuidad ideológica con su predecesora La carne de René (1952) pues entre otras cuestiones enriquece y complejiza el tema de la fuga— cuenta como línea central la historia de un personaje llamado Sebastián que va
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pasando por distintos escenarios (desde una Casa de Huéspedes hasta un Centro Espiritista) y ejerciendo diferentes oficios (desde maestro de escuela hasta fotógrafo ambulante) y que ha subordinado todo el empeño y el talento de su vida a un solo objetivo: pasar por el mundo sin ser notado, no sobresalir, no comprometerse. A pesar de que las novelas piñerianas se nos muestran visiblemente diferentes unas de otras, es posible establecer ciertos rasgos comunes entre ellas: el primero es el tema central de la fuga, que aparece en las tres novelas con diversos revestimientos figurativos; el segundo, la imposibilidad del afecto, que es como la derivación principal de los temas de la fuga y el no-compromiso; el tercero, la gran cantidad de elementos dispares que coexisten en sus marcos de interpretación. De ahí que puedan asumirse sin extrañeza desde la interpretación alegórica de La carne de René hasta la percepción violentamente política de Presiones y diamantes. En el caso de Pequeñas maniobras, lo que convierte
a
las
operaciones
de
interpretación
en
un
trabajo
particularmente dislocante y por momentos irónico es que su contexto de recepción está definido por elementos de tan difícil conciliación dentro de un mismo marco que hace casi imposible fijar un resultado de lectura "estable" o "satisfactorio": en primer lugar, y como trasfondo, los avatares de una progresiva radicalización política, que en el plano artístico fue derivando desde el sueño romántico de los primeros meses del triunfo revolucionario hasta un momento de polarización extrema, tal como quedó plasmado en el encuentro de Fidel con los escritores en junio de 1961 y en las célebres "Palabras a los Intelectuales"; en segundo lugar, el accionar de un Piñera "comprometido" con la realidad social del país y "periodista militante" en Revolución y Lunes de Revolución (1959-1961), un Piñera, recordemos, que está exigiendo
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desde su columna el compromiso social del escritor y la aparición de los nuevos temas literarios que den fe de esta nueva realidad; finalmente — y este es el componente más difícil de armonizar dentro de cualquier marco—, la propia textura y naturaleza ideológica de las obras piñerianas, que a pesar de lo apuntado más arriba, a pesar de sus prédicas y exigencias, no tuvo ningún cambio sustancial con respecto a décadas anteriores y cuando los tuvo ello fue en desmedro de su calidad estética. Es notable entonces, y muy significativo, el esfuerzo de "recuperación ideológica" que realiza Ediciones R cuando publica esta extraña y descomprometida novela. Así, en la nota de solapa puede leerse: La presente novela de Piñera fue escrita en Buenos Aires entre los años 1956-1957. En Pequeñas maniobras se narra la historia personal de un hombre constreñido a vivir en una sociedad desajustada. En alguna parte de esta novela el autor dice que su héroe es un cobarde nato; empero esta cobardía se refuerza frente a la sociedad en que le ha tocado vivir. El héroe de este relato comprueba a diario la explotación, el servilismo, el peculado, el dolor, la hipocresía y hasta el crimen. Temeroso de las consecuencias recurre, a fin de escapar de las mismas, al ocultamiento, a un constante pasar desapercibido; en una palabra, sus actos estarán destinados al perpetuo sacrificio de sus posibilidades vitales en aras de un anonimato "salvador"1. En las primeras líneas de esta nota se informa que la novela fue escrita en Buenos Aires entre 1956 y 1957; es decir, que lo contado en este relato (las aventuras de un ser temeroso y calculador que huye todo el tiempo
del
compromiso)
nada
tenía
que
ver
con
la
"realidad
revolucionaria" de ese momento (1963). Más adelante se nos dice del 1
Virgilio Piñera: Pequeñas maniobras, La Habana, Ediciones R, 1963.
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protagonista: "El héroe de este relato comprueba a diario la explotación, el servilismo, el peculado, el dolor, la hipocresía y hasta el crimen"; también se le describe como "un hombre constreñido a vivir en una sociedad desajustada" y finalmente se nos dice que "sus actos estarán destinados al perpetuo sacrificio de sus posibilidades vitales en aras de un anonimato salvador". Es lo bastante obvio como para tener que explicarlo, pero todo el peso de la nota se ha cargado no en el carácter o las peripecias del héroe, sino en el escenario social donde todo transcurre; para decirlo con más precisión, esa nota se encarga de "justificar" aquel carácter y aquellas peripecias con la existencia de este escenario. Para que este mensaje de "recuperación" ideológica, que es también
una
estrategia
de
"conciliación-neutralización",
quede
lo
suficientemente claro, la nota de solapa, que es el primer marco de lectura con que se enfrenta el lector, finaliza de la siguiente manera:
El lector seguirá entre indignado y regocijado, entre compadecido y molesto estas "pequeñas maniobras" que, empezando en una casa de huéspedes terminan en un centro espiritista —al parecer, último refugio en el cual nuestro héroe espera escapar a las acechanzas de un medio social sofocador. En Pequeñas maniobras veremos desfilar a muchos de los representantes de tal sociedad liquidada —un ministro ladino, un director-caco, un librero bonachón, un tenorio-asesino, etc., etc., que nuestro héroe se encarga de desenmascarar, es decir, de presentarlos al lector tal y como ellos eran detrás de sus máscaras.
Con este marco de interpretación, y como un resultado casi inevitable, hubo críticos que hicieron una lectura "social" y "revolucionaria" de la novela, superponiendo el temeroso personaje Sebastián de la historia a la temerosa persona del escritor Virgilio Piñera. Para ver esto con cierta
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claridad debe leerse una reseña de Ambrosio Fornet publicada en septiembre de 19632 en Revolución (y republicada después en dos de sus libros) y que lleva el sugestivo título de "Anatomía de una cucaracha". El texto comienza con una frase lapidaria que dará la pauta del resto: "Pequeñas maniobras es la historia de un cobarde". Dos páginas más adelante, Fornet ofrece una caracterización precisa sobre la novela y su lugar en la literatura cubana: El estilo de Pequeñas maniobras es directo, el lenguaje sencillo. Stendhal decía que el que escribiera corcel en lugar de caballo era un hipócrita; Piñera parece compartir esa opinión. Por eso, por la violencia de las situaciones que plantea, por su rechazo a las convenciones, a las descripciones inútiles, a los esquemas más o menos románticos y, sobre todo, por su búsqueda de lo universal en lo cubano, Piñera enlaza con la nueva novelística cubana. También son dignas de la mayor atención las observaciones sobre la conformación psicológica de Sebastián, el carácter moralista de Piñera y sobre el tono satírico de la novela: Sebastián no huye por instinto sino por cálculo, a su manera es un verdadero Napoleón de la retirada. Por algo el título del libro sugiere una estrategia militar. [...] Y como Piñera es ante todo un moralista, aprovecha los trajines de su personaje para satirizar. Sebastián es testigo de situaciones absurdas y grotescas, descubre la vanidad, la hipocresía y la sórdida ambición de los demás. Pero casi al final de la reseña, en un pasaje que es como el "corazón central" de ese texto, se pregunta el crítico:
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Rotativa de Revolución, 9 de septiembre de 1963.
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¿Qué será de Sebastián hoy, en la Cuba revolucionaria? Si pudiéramos preguntarle qué ha hecho durante estos cuatro años, seguramente se encogería de hombros y se limitaría a contestar como Siéyes en un caso semejante: "He sobrevivido". Revolucionario no puede ser; ¿será gusano? No. Después de todo, ser gusano supone haber tomado posición, estar comprometido3.
Aunque parezca cuestión de sutilezas, hay que notar que el crítico no pregunta con una forma hipotética o condicional del modo indicativo (¿Qué sería de Sebastián hoy, en la Cuba revolucionaria?) ; Fornet pregunta: "¿Qué será de Sebastián hoy..?", y este pequeño desliz, al mismo tiempo que otorga carta de naturaleza a un personaje de ficción crea una inconveniente y molesta equivalencia entre el Sebastián de la novela y el Piñera de la vida real; un Piñera que ya había sufrido los embates de "la noche de las tres P" (una redada contra, las prostitutas, los proxenetas y los pederastas) y había confesado en una célebre reunión de 1961 que tenía mucho miedo... Ese esfuerzo de "conciliación", esa misma lectura "social", equiparando ahora la denuncia de la picaresca cubana con la del existencialismo francés, asoma también con fuerza en la reseña de Rogelio Llopis publicada por la revista Casa de las Américas en 1964: En cierto sentido, es lícito ver en Sebastián una versión cubana de Meursault, el protagonista de la novela de Albert Camus El extranjero. Los dos son seres alienados que viven una realidad existencial, y que en último análisis, encarnan una protesta patética, que aunque de muy distintas implicaciones y magnitudes, no deja de suscitar en ellos un estado de ánimo La reseña apareció en el libro En tres y dos, La Habana, Cuadernos R, 1964, pp. 7378; republicada en Ambrosio Fornet: Rutas críticas, La Habana, Letras Cubanas, 2011, pp. 86-89. 3
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harto similar. El asco de Sebastián por el medio, y por la mayor parte de las personas que lo rodean, llega a ensoberbecerlo hasta un extremo tal que voluntariamente acepta la degradación que para un maestro de escuela, ducho además en contabilidad, es lógico que signifique tomar una plaza de criado. Él nos dice que actúa así por tácita cobardía, pero tamaño acto de castración social no se puede realizar sin que medien otros sentimientos tan potentes como la cobardía. En todo caso, estos ingredientes psicológicos simbolizan la actitud de un hombre que ha decidido no exponerse al contagio de las lacras y corruptelas que pululan a su alrededor. No olvide el lector que la acción de la novela discurre en plena dictadura batistiana4. Es realmente difícil negar cierto parentesco entre El extranjero y Pequeñas maniobras, pero afirmar como se hace en esta reseña que "es lícito ver en Sebastián una versión cubana de Meursault" sustentado en el hecho de que "Los dos son seres alienados que viven una realidad existencial, y que en último análisis, encarnan una protesta patética" equivale a ignorar que más allá de ese "aire de familia" hay una profunda diferencia entre esas dos obras: El extranjero es una novela sombría, escrita con un estilo preciso y glacial, en la que el protagonista no parece comprender el mundo o haber olvidado las reglas por las que se rige; Pequeñas maniobras es una novela picaresca escrita en un estilo casero y descuidado, y en la que su protagonista —a diferencia de Meursault— parece comprender demasiado bien el mundo en que vive. Esto, y hablar de "el asco de Sebastián por el medio, y por la mayor parte de las personas que lo rodean" representa, de alguna manera, patentar el "procedimiento de lectura" que se nos daba en la nota de solapa: en vez de leer las historias, leer e interpretar los escenarios sociales de ellas. Rogelio Llopis: Pequeñas maniobras, en Casa de las Américas no. 24, mayo-junio 1964, p. 107. 4
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A modo de cierre y de contraste, comparemos las anteriores "críticas sociales" y "revolucionarias" con otra más "despolitizada", libre de las presiones del contexto; veamos el análisis ejemplar que hace Julio Cortázar de la novela. En carta del 10 de septiembre de 1963, le escribe a Virgilio: Recibí hace unas semanas Pequeñas maniobras […] Casi enseguida me puse a leer tu libro, y casi enseguida no me gustó. [..] Los primeros capítulos me parecieron de estudio, de preparación a algo que finalmente estallaría. Pero llegué al final sin dar con esa explosión, y aunque es evidente que tú te has propuesto mantener a todo trance esa atmósfera de "pequeñas maniobras" (en ese sentido el título es todo un acierto), lo que no he podido entender es la finalidad profunda de ese método, de ese itinerario del narrador5. Cortázar, que obviamente está haciendo una lectura de escritor, pasa por encima del compromiso político del autor o del protagonista de la novela. Le está diciendo a un colega por qué su obra no le parece bien, no le funciona: En cierto modo tu novela es una novela picaresca, sobre todo en lo que se refiere a los personajes que rodean a Sebastián. Pero la picaresca de un Quevedo tiene una trascendencia, una intención última —ética o metafísica o social, lo que quieras— que se me escapa en tu libro.[…] Los primeros tres capítulos me hicieron pensar esperanzadoramente que ese miedo del personaje, esa sensación de sentirse perseguido, desembocaría en una visión nueva del mundo, como pasa con algunos personajes de Dostoievski; pero, a menos que me equivoque, ocurre al revés: la segunda parte del libro se va empobreciendo, como si ya no supieras qué hacer con Sebastián, y siento como si los dos últimos capítulos fueran 5
Virgilio Piñera de vuelta y vuelta. Correspondencia 1932-1978, p. 233
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forzados, casi inútiles para ti mismo. Lo siento en los diálogos, en las situaciones, en las reflexiones 6.
Aunque las conclusiones que arroja esta carta de Julio Cortázar sobre la novela de Piñera son mayormente negativas, ella constituye —por la precisión y sagacidad de sus observaciones— un ejemplo valiosísimo acerca de cómo llevar un análisis crítico literario. Al mismo tiempo, y por contraste con sus pares cubanos, se revela como un recordatorio de los problemas que genera la intromisión del discurso político en las operaciones interpretativas de las obras literarias; de las enormes dificultades que tuvo que enfrentar la obra narrativa de Virgilio Piñera en su propio medio natural. Una obra cuya recepción, al margen de sus imperfecciones formales, recibió todo el tiempo una especie de "torsión política" o "neutralización ideológica" para ser asimilada; una obra que a pesar de pagar tan alto precio resultó, finalmente, incomprendida y mal valorada.
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Ibidem, pp. 233-234