Molino de Letras n°78

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Molino de Letras

Casideia de la mariposa / De insectos y mamíferos

José P. Serrato 4

Papalote / Joshua / Copos de nieve

Jessica Arreola Cervantes 6

Consumación

J. L. Mayo 8

Somos transmisores D. H. Lawrence 9

Like a warrior / Gear Man

La maestra Yumiko

Moisés Zurita 29

Nadar con Lucía

Cristina García Ramírez 33

Hay que tomarse la vida con cama

Bran Yunuén Villamar Reyes 10

Aura Franco 36

Antolín Martiñón 12

Consuelo Ligeia Muñoz Balladares 38

Selección de Eduardo Cerecedo 14

Tres veces Gatatumba de Eduardo Villegas

Haikús

Seis del Faro de Oriente

Tres poemas

Eduardo Cerecedo 18

Fiesta

Arturo Trejo Villafuerte 40

Furores íntimos, de Charlotte Roche

Jorge Iván Garduño 44

Ni voz paralítica, ni verso rampante, ni corazón tartamudo Elvira

Crónica de Rocío Villegas 21

Nos salvará la música

Gildardo Montoya 25

Leticia Robles Jiménez

Sergio Pravaz 45

Escuchar el silencio

Moisés Elías Fuentes 47

Molino de Novedades Editoriales

Arturo Trejo Villafuerte 51

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Molino de Letras

Directorio Director fundador Moisés Zurita Zafra

Dirección

Juan Jorge Díaz Rivera

Edición

Patricia Castillejos

Consejo Editorial

Ignacio Trejo Fuentes Eusebio Ruvalcaba Rolando Rosas Galicia José Francisco Conde Ortega Arturo Trejo Villafuerte Miguel Ángel Leal Menchaca Marcial Fernández Marco Antonio Anaya Pérez Refugio Bautista Zane Álvaro González Pérez Marcelo González Bustos Alberto Chimal

Colaboradores

José Luis Miranda Anguamea Gildardo Montoya Castro Samantha Martínez Maya Rosa María Rodríguez Cortés Raúl Orrantia Bustos

Editor responsable: Fortunato Moisés Zurita Zafra. Reserva de Derechos al Uso Exclusivo No. 042011-062209030200-102, ISSN: 2007-5650, ambos otorgados por el Instituto Nacional del Derecho de Autor, licitud de título: 4769, licitud de contenido: 147, otorgado por la Comisión Calificadora de Publicaciones y Revistas Ilustradas de la Secretaría de Gobernación. Impresa por Imprensel, Av. Tláhuac No. 6631 Local 4 Col. La Conchita, Zapotitlán, C.P. 13360, Tláhuac, D.F. Tel 1312-7132. Este número se terminó de imprimir el 1 de julio de 2013 con un tiraje de 3 000 ejemplares.

Información

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En el padrón Nacional de Revistas de Arte y Cultura del CONACULTA: http://sic.conaculta.gob.mx/

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Aura Franco

Juan Jorge Díaz Rivera José Luis Delgado Mendoza Álvaro Luna Castillejos Amaranta Luna C.

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Portada: Reflejo de luna Xilografía impresa sobre washi zoo kei.

Isis Franco Gaytán Angélica Vianey Mendoza Mejía

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Molino de Letras, Año 14, No. 78, julio–agosto 2013, es una publicación bimestral editada por Fortunato Moisés Zurita Zafra. Calle Miguel Negrete 336 L. 15 C. 40, Fraccionamiento Xolache, Texcoco, Estado de México, C.P. 56110, Tel. 5519546810, zurit9@hotmail.com

Tel. (01 595) 9556977 Cel. 5519546810

Autor: Leticia Robles Jiménez


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d i t or i a l Otra vuelta del molino

En el último tramo para arribar a sus xv otoños, Molino de Letras regresa a sus orígenes, lejos de la publicidad estatal, ya que siempre hemos optado por el ejercicio pleno de la libertad de expresión, en un ámbito en el que los medios de comunicación locales deben rendir pleitesía a los gobernantes. En todo este tiempo hemos arribado a las plataformas electrónicas y tenemos seguidores en las redes sociales como: twitter.com/ molinodeletras y www.facebook.com/molinodeletras, en este último con casi 9 000 visitas semanales, de las cuales más de 2 000 son de Texcoco. Es importante señalar que nuestro público es joven, el 40% tiene entre 18 a 24 años, y el 30% entre 25 y 34 años; la gran mayoría de la zona oriente del Estado y de la Ciudad de México, con más de 4 500 visitas semanales. Pero tenemos lectores de otras partes del país, con casi 3 000 visitas semanales, entre otros, de los estados de Oaxaca, Puebla, Guanajuato y Querétaro. Contamos con más de 1 000 lectores internacionales, casi 500 en Estados Unidos, aunque también nos ven desde Argentina, Canadá, Colombia y Perú; de Europa nos siguen, por ejemplo, desde España, Alemania, Reino Unido y Francia; y de otras partes del mundo como Corea del Sur y Japón, entre otros. Aunque seguimos promoviendo el papel, abrimos nuestro sitio electrónico en www.molinodeletras.org donde además de la revista pondremos a la venta nuestros libros electrónicos. Buscamos el apoyo de patrocinadores de nuestra localidad a las propuestas culturales y de esparcimiento; proponemos consumir lo local, acudir a la tienda de la esquina, ir a los mercados tradicionales y comunitarios; comprar en las cafeterías de nuestra comunidad como Tylibrijos, Coamila o Grano de arena ubicadas en estos lares del antiguo reino Acolhua. Iniciamos, pues, los festejos de los quince años de este proyecto editorial que se negó a desaparecer en su número dos, y los invitamos a dicha celebración en octubre, en el marco de la XXIX Feria del Libro de Chapingo 2013.

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talón de Aquiles Casideia de la mariposa para Carmen

Has visto morir una mariposa: se escapan más allá del rastro de un papalote. Has visto caminar a las mariposas moribundas: extienden las alas, para alcanzar el último pedazo de viento. Si alguien las sostiene en sus dedos, las mariposas se retuercen envolviendo la mano de cenizas. Quizás, tú las has escuchado morir se escucha un muro desladrillándose sobre cráneos se quiebran con un sonido de otoño se escucha el corazón débil, luego el silencio. Pero aguza tu oído escucharás también, cuando les viene la muerte, que se derrumban con ellas todos los árboles en que posaron sus cuerpos.

José P. Serrato

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De insectos y mamíferos El elefante y yo somos el mismo insecto, cuando acaricia la tierra, es innegable: fuimos procreados por la misma escolopendra: sus sinuosidades en mi columna vertebral y su probóscide. Si a él se le antoja elevar sus orejas, nos recordará la familiaridad que tenemos con la libélula. Sus largos colmillos son un indicio de escarabajos, así como sus corpachones y nuestros autos. Cuando lloramos, sabemos que somos parientes de las moscas: somos etéreos y nos zumba por dentro un afluente de sangre. Nuestro cerebro debió llamarse “orgía de ciempiés”, por el constante movimiento acanalado y nuestros corazones, como nuestras pieles, confundirse con los charcos, menú de los mosquitos. Nuestros pasos, pesados pasos –deben saberlo desde siempre– nos hermanan de origen con las pulgas. El elefante y yo somos el mismo insecto. Para el océano que nos ahoga y la atmósfera que nos calcina no existen diferencias.

José P. Serrato1

1 Ciudad de México 1987. Ha publicado en revistas nacionales y extranjeras: Migala, Palabrijes, La hoja de arena, Círculo de poesía, Migala, Bonsaí, Gavia (Colombia), Littaura (Colombia), L’Ordinaire (Francia). Forma parte de las antologías Astronave (unam, uanl, de próxima aparición), Los coleópteros enfebrecidos. Muestra de poesía universitaria de la uacm (uacm, 2013) y Moebius II. Poetas de los 80 (de próxima aparición). En 2011, fue seleccionado para participar en el curso de creación literaria en Monterrey por parte de la Fundación para las Letras Mexicanas y la Universidad Metropolitana de Monterrey. Actualmente forma parte del área jurídica en el Centro de Derechos Humanos Fray Francisco de Vitoria O.P. A.C.

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Papalote El papalote vuela entre las nubes, su cola arrastra la inocencia de unas caras tristes bajo el humo, sus colores avivan el paisaje gris. Los niños corren descalzos, enterrándose el pasto entre los dedos, sus manos sujetan el hilo, no dejan partir su sueño en el viento. Las risas ahuyentan gritos desesperados de hambre, ellos saltan y olvidan esos rostros abandonados que yacen en casa. El papalote vuela entre las nubes, los pequeños se dejan caer en la tierra, desde ahí observan planear al cometa. No importa lo que ahora suceda porque aprendieron a volar sin alas.

Joshua Caminaba en el parque con las manos metidas en los bolsillos, no sabía el significado de la muerte hasta que vio un pájaro tirado en el pasto. Lo tomó entre sus manos contempló sus ojos cerrados; su pico entreabierto parecía emitir un sonido. Joshua creía que si le regalaba su pensamiento, el pajarillo volvería a volar; lo llevó a su frente, nada lo hizo despertar del sueño. Una lágrima deslizó en la mejilla de aquel pequeño, comprendió que ni los ángeles, ni los demonios, tenían poder para revivir. Caminó hacia un álamo y a los pies del árbol hizo un hoyo, enterró al pájaro, y siguió su rumbo con las manos metidas en los bolsillos. Jessica Arreola Cervantes

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Copos de nieve Abro los ojos, copos de nieve caen en la ventana, se acumulan en el piso. Abro los ojos, tomo mis piernas entre los brazos. No se calienta el hambre, mi cabeza duerme en las rodillas, no deja de temblar la espera. Pronto llegarás para cubrirme del frío. Cierro los ojos.

Jessica Arreola Cervantes1

Nació el año de 1983 en Tlatelolco, D. F. Actualmente reside en Tepeji del Río, Hgo., donde, de 2009 hasta 2011 colaboró en diversos números de la revista Convocatoria a cargo de Ulises Arellano, y Mayahuel, de Alberto Avilés Cortés; desde 2011 hasta ahora colabora en el suplemento cultural de la revista Propuesta. Es autora del libro de poemas Pájaros en el alambre. 1

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Consumación Mayo maduraba en nosotros. Casi fenecía el undécimo día. Una de mis manos se perdía en tus muslos. La otra desnudaba tus hombros. Apuraba mi boca por tu piel el amor. (Y fue cuando la vimos caminar cubierta con su capa de estrellas. Serena de rocío, nuestra noche primera desdoblaba las rosas en los quietos jardines. Y mientras avanzaba, arrullando el dormitar de las aves, deslizaba en el embudo del tiempo la arena de las horas. En las calles desiertas se cruzaban los sueños. La noche les hablaba del animal humano. De cómo fue testigo de su advenimiento en los aciagos espasmos de la evolución. Les habló del origen, de los pasos primigenios perdidos, les habló con dolor de la inocencia extraviada. Y fue cuando nos vio sobre el regazo de un sueño. Entonces les habló del amor…). ¡Recibía tu cuerpo de mi ser otras vidas! ¡Penetraba mi cuerpo en el asombro de ser!

J. L. Mayo1

Se autodefine como “reportero de a pie, corrector sin estilo, medio lector, medio lírico, trabajador cultural a secas (en Chapingo). 1

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Somos transmisores1

D. H. Lawrence

Mientras vivimos somos transmisores de la vida. Y cuando dejamos de transmitirla, la vida deja de fluir por nosotros. Esto es parte del misterio del sexo, es un flujo hacia delante. La gente asexuada no transmite nada. Y si cuando trabajamos, podemos inyectar vida a lo que hacemos, vida, más vida nos invade, nos inunda y compensa, nos alista, y vibramos con vida a través del curso de los días. Aunque sólo fuera una mujer haciendo torta de manzana, o un hombre creando una silla, si la vida entra en la torta, buena es la torta buena es la silla: contenta la mujer, con fresca vida manando en su interior, contento el hombre. Da y te será dado es todavía la verdad acerca de la vida. Pero dar vida no es tan fácil. No significa entregarla al primer miserable, o dejar que los muertos en vida te devoren. Significa propiciar el fuego de la vida donde no lo había, aun cuando sólo fuera en la blancura de un pañuelo lavado. (Traducción de Mario Satz)

Este poema del autor de un libro esencial, El amante de Lady Chatterley, me parece oportuno darlo a conocer en Molino de Letras, pensando que seguramente será leído por lectores que piensan como Lawrence: “La gente asexuada no transmite nada”. (Gildardo Montoya). 1

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Like a warrior Vago por esta tierra muerta camino sin un rumbo fijo paso solo entre el caos guiado por un sueño siguiendo aquel camino trayecto inaudito trayecto de donde sólo lágrimas surgen haciéndonos fuertes al dejarlas atrás Ríos de sangre oscura que se coagulan con la ira risas de niños ahogados con el disparar de los cañones guerra infinita de la carne contra la carne sin corazón y sin alma Aun con el dolor el corazón cansado el alma dolida uno sigue caminando con la espada siempre en mano la escopeta en la espalda la determinación inagotable y el valor Como un guerrero se combate como un guerrero se surca el mundo luchando por lo que uno ama es entonces que como un guerrero caemos demostrando lo valioso de la vida defendiendo lo que creemos correcto lo que admiramos y seguimos lo que nos impulsa a vagar por esta tierra muerta.

Bran Yunuén Villamar Reyes

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Gear Man Cuando lo miro sé que está ahí Cuando me mira sé que puede sentir que estoy ahí Sé también que puede parecer una locura pero si de algo estoy seguro totalmente seguro es que la vida no se limita a existir sólo en las criaturas que consideramos seres con un ánima Lo miro y de inmediato sé que está vivo él me mira y confirmo lo que he dicho Parecerá mentira parecerá una locura una imitación un truco pero no él está vivo yo lo sé bien no es algo que se pueda ver o escuchar es algo que se siente que se siente con el corazón y con el espíritu mismo Él está vivo aun si no se mueve aquél el hombre de engranes

Bran Yunuén Villamar Reyes1

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Alumno del Centro Cultural “La Carmelita” de la Colonia Guadalupe Tepeyac en el D.F.

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Haikús Racimos nacen, y florecen sonoros entre tus labios. Lluvia de hojas. Se desprende el otoño de mis recuerdos.

Entre sus labios, escudriño los besos de aquel otoño.

Reposa el diván caricias olvidadas de un amorío.

Dos alas se abren, en carmesí tus labios, vuelan en pasión.

Antolín Martiñón

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Entre pupilas enlazados miramos nuestro destino.

Besos discretos detrás de tu sonrisa húmedos laten.

A veces suenan, imprevistas melodías: pasiones nacen.

Sobre el espejo, se reflejan del alma las ilusiones. Cruzada en piernas el erotismo explora a libro abierto.

Antolín Martiñón1

Es Ingeniero agrónomo egresado de la UACh; autor del poemario Versos de pasión, editado por Molino de Letras. Obtuvo en 1995 y 1996 1o y 2o lugares en concursos de cuento en la UACh y Mención Especial en el II Concurso de Haikú del Taller de Escritores de Barcelona en 2011. 1

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Seis del Faro de Oriente

Levad Anclas, Poetas Eduardo Cerecedo El color, el ritmo y la música configuran para la poesía un sostén en el cual llega la melodía. Basta pues, augurar para quienes escriben, en este caso para la revista Molino de Letras, una liberación interior, fantástica, si es que podemos adjudicar algún adjetivo para la creación. Aquí las voces del Faro de Oriente, seis los invitados en busca de ese colorido, de esa cadencia, de ese discurrir de sonidos, para establecer un contacto entre el objeto y su desinencia temporal. Así el peregrinar de los poetas en formación, cuya virtud es buscarse a sí mismos en cada poema facturado. O querer volver a lo que un día fue; en el caso de hoy que el tiempo juzgue esa labor. Salidos del Taller de Poesía que coordino en el Faro de Oriente, escuchad su palabra. Como escribe Juan Gelman: El que siempre me revisa el ser/ es otro, disperso/extraño.

Lorena Ortiz

Como una melodía Como una melodía, te penetra sigilosa, escucha su mirada a través de tus ojos, palpita al centro de tus pechos, sangra tu corazón, anda sobre tus plantas, duerme al calor de tu vientre, como el aliento escapa, sin palabras, sin turbar al sonido muerto del silencio, que se guarda tras el tiempo.

Cinco pesos Con tu mirada ocupada en el presente, tus manos entumecidas por el peso, alegrías y palanquetas dos bolsas, dejando a su paso lento las dolencias, su débil voz simula gritar, a cinco pesos señor a cinco.

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Rhode Pérez González

Te veo Te veo en la soledad de mi noche en mi desvelo, en los días lluviosos mi fatiga se consuela, no pusiste fecha de regreso cuando enterraron tu cuerpo Mi alma no se consuela es amarga la vida te llevaste la luz.

Alan Sting

El Faro Para Eduardo Cerecedo

En la ribera donde se amuralla el agua, donde se arriba en lo ignoto; se yergue la palmera de ojo roto, latigueando con luz su reino talla. Destinada jamás tornarse en falla, florece como bella flor de loto. Presta su guía al marino devoto y al que en camino a sus presas estalla. Hay quien ignora que al fiel peregrino no aventaja, tan solo ancho camino muestra y deja a desidia él cuando atraca. De tantos cobijados en su amparo, alguno dejará inmortal placa y la costa sabrá de usted, el faro.

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Roberto Saldaña

I Una mosca basta para echar a perder el perfume y rendirse en su esencia.

II El amor entró en el muerto y dijo: gusano, levántate y vuela.

Alejandro Reyes Juárez

Desiertos III Partirán, ¿regresarán con el invierno? Fantasmas rojos al alba fugándose por las tejas vestidos de salamandras entre aullidos que imploran la lluvia ¿lluvia para qué? Partirán sobre líneas extensivas surcadas por la navaja en la niebla. Sangre, norte, esperanza. Éxodos nuevos, añejos, continuos; eternos. Desierto o río; muros, púas, noche. Frontera, sueños, otras pesadillas. Partirán, ¿cómo detenerlos?

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Ibrahim Domínguez

Amiga Para Adriana: aunque ya no ha de quererme. Alzo la voz mujer, con tinta de alcohol para que me oigas allá lejos, lejos a sesenta días, de apartada la piel lejanía más robusta que cualquier distancia. El tiempo siempre es más lejano más muerto, más triste, más otro. Para que me oigas mujer, para entrar en tu membrana mi cantar se adelgaza en líneas, en estructura, y garabatea el corazón de un cuaderno manchado de vino. Si una noche plena mujer, mi mano hábil de músico, de pintor, de poetastro, si un día mi mano osada y cálida de poder se paró en tu pecho desnudo, como ave fatigada del vuelo, no era acarreada por mi hedonismo. Mi mano izquierda, la mejor de mis manos izquierdas en tu pecho, decían más que la locura, que la embriaguez. Mi mano en tu pecho desnudo: vencejo anidando en lo fraterno colibrí embriagándose de miel Huitzilopochtli renaciendo de Coatlicue mirando el valle, buscando el corazón arco sobre las cuerdas de un violín araña sobre su telaraña telaraña sobre el aire aire sobre la nada. Mano que otros pechos posee que pinta soles en el paisaje de rostros que toca sonatas caprichos y canciones y escribe versos en el vacío del sueño no ha expresado ms virtud que tocarte. A pesar de tu piel.

Trepé el monte a conquistarlo abrí tus entrañas sin herirte diagnostiqué tu soledad miré tu corazón seco, solo y lo hidraté con mis labios inútil el reconfortarte mi alma estaba más gastada bebí la miseria de tu boca corrí espantado por el sabor. ¿Qué habrás visto tú? qué te habré dado que no corriste que me fui de ti.

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Tres Poemas Trópicos Soy el golfo sometiendo al trópico sus lluvias, doy la fuerza que sostiene lo oscuro de la semilla en su silencio. Crepitar de hierbas en su bóveda apretada; pero también soy el sol que somete a la noche en sus estrellas, luz que se vuelve abismo, temblor, secreto a la más pura simiente del fuego, centelleos firmes del mármol traspasado por las olas del mercurio en geometría.

Una balanza Su estado natural de las palabras asemeja la quemadura del desierto o la violencia de las ciudades, balanza que pierde equilibrio con facilidad. Repito, las palabras abandonadas a su premura histórica sirven para que los pájaros cortejen a la hembra, marcando el territorio con su garganta, que ha de dominar la tensión del día. Son una plancha de cemento que hiere la integridad del bosque. Con esos cuerpos deseosos de nombrar lo sustantivo chocan entre sí, movidos por la inercia del hombre que ha de echar la mano encima al resistir el orden de la materia en el fuego.

Eduardo Cerecedo

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La base del Faro Con mi lámpara de pescador perforo la noche, simulo al marinero rompiendo los filones que la roca alumbra al interior del tiempo. Aquí el fuego busca sus minerales, trozos de lumbre en sus vados. En la base del faro esculpe la luz que envuelve el silencio en viento musical. Una vez calor el cielo, incendia a la noche con su golpeteo de tiempo. El golfo, plataforma de ventisca, acumula el norte en la luz donde cada orificio desgarra a lo oscuro, una lámpara para ingresar al mástil de espuma, su primer naufragio.

Eduardo Cerecedo1

Tecolutla, Veracruz, 1962. Ha vivido en Ciudad Nezahualcóyotl, donde actualmente imparte talleres de poesía. Licenciado en Lengua y Literaturas Hispánicas por la unam y con Maestría en Literatura Mexicana. Sus poemas y notas críticas se han publicado en los suplementos culturales de los diarios Excélsior, El Nacional, El Universal, Uno más uno, El Financiero, entre otros. Así como en revistas de literatura: Los Universitarios, Papel de Literatura, Tierra Adentro, Periódico de Poesía, Alforja, Tierra Prometida, Castálida, Fronteras, Topodrilo, Punto de Partida, El Cocodrilo Poeta, Letras Independientes, Alhucema, (España), La Casa Grande (Colombia), por citar sólo algunas. Poeta y narrador. Ha publicado los libros Cuando el agua respira, 1992; Temblor mediterráneo, 1993; Marea del alba, 1995; Atrás del viento, 1995; La dispersión de la noche, 1998; Luz de trueno, 2000; Agua nueva, 2004; Hoja de cuaderno, 2005, y Nombrar la luz, 2007. Ha obtenido dos Premios Nacionales en Poesía, así como la Beca de Escritores con Trayectoria en Letras, género Poesía, por el Instituto Veracruzano de Cultura/Conaculta/ Gobierno del estado de Veracruz, en 2002, 2006 y 2008. Fue colaborador de las revistas de literatura Bulimia de camaleones, Letras Independientes, Génesis. Actualmente colabora en la revista Bitácora de El Faro de Oriente, donde también imparte el Taller de Poesía y narrativa. En la fes/Iztacala-unam imparte el Taller de Creatividad literaria. Su obra poética, narrativa y crítica se encuentra editada en sesenta y cuatro libros entre, personales, antologías, colectivos y coautorías. 1

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La vida impensable


Las Garlopas*

Molino de Letras Apartado de los inéditos

Selección y nota introductoria de

Eusebio Ruvalcaba

Crónica de Rocío Villegas

En el lugar más impensado surge la chispa literaria. Aquella que enciende la mecha de un cuento, un poema, una crónica, o incluso una novela. El escritor tiene la obligación de captar algo que distinga aquella secuencia de vida. Que de pronto puede resultar irrelevante para los demás. Nada importa. Como Rocío Villegas en este texto, que trae a los ojos profanos la vida de una anciana acicateada por sentimientos de dolor y desolación; pero que le supo encontrar a la existencia momentos de virtud y encantamiento.

Elvira

¡O

igan! Estamos planeando ir al cine, ¿se animan? ¡Pero si ya son casi las nueve! Pues si nos apuramos alcanzamos la última función. Y desde una de las recámaras se escucha una voz: ¡yo me vuelvo a vestir en un momento, ya me había puesto la piyama pero no tardo en estar lista! Y rubrica su decisión con una buena carcajada. Es Elvira, que no desaira ninguna invitación para disfrutar de la vida y sacarle hasta la última gota de compañía, felicidad y diversión. Y ciertamente es la primera en estar dispuesta para esta salida inesperada. ¿Qué película es? ¡Qué importa! Son momentos extra que este día le va a proporcionar y ella nunca los desperdiciaría. Elvira nació en la ciudad de México en el año de 1907. Cuando contaba con cinco o seis años de edad, la muerte de su mamá primero y posteriormente la de su padre, la dejaron, junto con un hermano, en la orfandad. Por situaciones desconocidas, los familiares –que

* Sombrío burdel de Veracruz.

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eran pocos– decidieron separar a los niños, y así el destino de Elvira quedó decidido cuando un tío se la llevó a vivir junto con su familia a Querétaro. Eran tiempos difíciles, tiempos de la Revolución que había comenzado unos años antes, y en ese entorno la población vivía sufriendo de privaciones y muchos trabajos. Y la casa del tío de Elvira no era la excepción. Todos tenían que trabajar sin importar la edad. La pequeña no terminaba de entender qué era lo que había sucedido que de pronto se había quedado sin padres, sin hermano y finalmente sin su hogar. En pocos días todo cambiaba a una velocidad que sus cortos años le impedían asimilar. Esta era una nueva vida en una nueva ciudad, en otra casa, con unos señores que eran sus tíos y con primos que no conocía. Elvira no se podía dar el lujo de vivir un duelo, o de hacer rabietas como todos los niños. Tenía tantas dudas, tantas preguntas. ¿Volvería a ver a sus papás? Sabía que habían muerto, pero ¿eso era definitivo? ¿Y su casa? ¿Y lo que para ella era familiar? ¿En dónde había quedado todo? El tiempo comenzó a pasar y se dio cuenta que su vida de antes nunca regresaría, que nada volvería a ser igual, que este era su nuevo “hoy” y debía agarrarle el paso y tratar de entender cómo adaptarse, cómo integrarse. De sopetón, esta niña tuvo que crecer. Tal vez cuando se iba a dormir se permitiera llorar por sus padres y por la seguridad que ellos le habían proporcionado; tal vez poco a poco dejó de llorar y así fue encontrando la manera de amoldarse a las circunstancias; ésta fue una de las características que a futuro la distinguieron. Siempre sabría amoldarse y sacarle el mejor lado a las situaciones. Siguió creciendo entre la confusión política y social que privaba en esos años, y que creaba condiciones muy difíciles de vida, mismas que, como en tantos, dejaron huella en ella; al grado de que, ya siendo adulta, alguna vez le preguntaron por qué a veces gritaba cosas inentendibles cuando dormía. Contestó que, siendo muy chicos, cuando llegaban tropas a sus casas, a todos los niños y jovencitas los escondían en donde podían, con la consigna de que pasara lo que pasara no salieran, y así oían a las mujeres cómo gritaban algo que se le quedó grabado a fuego en su mente y corazón: ¡Viles, cobardes, canallas! Y en sus sueños o pesadillas a veces repetía esos mismos gritos u otros parecidos. Nunca dejaba de responder, pero lo hacía de manera simple y escueta; otras veces se reía mucho y sólo comentaba “pues denme un almohadazo y así me callo y me vuelvo a dormir”, pero no agregaba más. A Elvira le gustaba mucho la escuela y lo que aprendía en ella, pero finalmente se dificultó que siguiera estudiando y al parecer sólo terminó la primaria o tal vez el primer año de secundaria. Siendo apenas

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una adolescente conoció a Eusebio, un joven varios años mayor que ella, y finalmente se casó con él a los 17 años. Nada extraño para esos tiempos en donde contraían matrimonio incluso aún más jóvenes. Elvira comenzó así otra etapa de su vida en la que volcó todas sus ilusiones y sueños. Pero no le sería tan fácil alcanzarlos sin pasar por nuevas penurias. En esos tiempos, las enfermedades surgían como epidemias y minaban familias enteras. Elvira y Eusebio no se libraron de ello. Sus dos primeras hijas, Rosita y Velia, murieron de escarlatina siendo aún muy pequeñas. Afortunadamente sus otras tres hijas y un varón, pudieron sortear toda clase de males infantiles y se “les lograron”, como ella misma decía. Sus hijos crecieron y comenzaron a ir a la escuela. Elvira era muy hábil para todas las labores del hogar; cocinaba de maravilla y se desenvolvía como una excelente ama de casa, y se aplicaba para que sus hijos lo reflejaran en su presentación y modales. Dado su carácter, educada en el trabajo constante, en la obediencia, era lo que sabía inculcarles a ellos. Todos comentaban que era muy rígida en la disciplina, pero en el fondo siempre era la preocupación por su bienestar. Sobre todo su mayor dedicación era la escuela de cada uno, que no faltaran, que estudiaran, que se superaran día con día. Aunado a su amor de madre, reflejaba aquí también su anhelo de niña, ávida de aprender y que en su momento no pudo realizar a plenitud. Su matrimonio no era nada fuera del común denominador para las familias de esa época. Eusebio (o Güero, como ella cariñosamente lo llamaba), que era sumamente tradicionalista y chapado a la antigua, proporcionaba a la familia una buena estabilidad económica y seguridad familiar; pero era en extremo estricto, muchas veces hasta la intolerancia. Las decisiones y la última palabra siempre las dictaba él. Y aunque Elvira nunca chistara las órdenes de su esposo, la forja que la vida había hecho de su carácter con tantas privaciones y sueños truncados le impelía a hacer algo más allá que acatar, limpiar y cocinar. Así fue que comenzó a leer, buscando su propio camino de superación y encontrando en los libros la libertad que el conocimiento proporciona y que para ella significaba tanto. Tal vez fueron primero los libros de sus hijos; después, cuanto libro caía en sus manos lo devoraba. Cuando sus hijos se convirtieron en profesionistas y comenzaron sus respectivas vidas y familias, Eusebio murió y la viudez le impuso a Elvira otro nuevo reacomodo. Se fue a vivir con su hija mayor. Y constantemente hacía “visitas” de varios días a sus otros

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hijos con la facilidad que le proporcionaba el que todos vivieran relativamente cerca. Fue entonces cuando decidió que ya era su momento y comenzó a disfrutar a plenitud cuanta oportunidad de convivencia le proporcionó cada uno de sus familiares. Le gustaba una buena copa de vino en la comida, le encantaba salir de paseo y sentir el aire fresco en su cara; las reuniones familiares eran su momento cumbre. Desde luego que leer siguió siendo una de sus pasiones, y posteriormente leerles cuentos a sus nietos la llenaba de alegría. Por cierto que con los nietos y bisnietos dejó de ser tan estricta, y se convirtió muchas veces en feliz cómplice de ellos. Si alguien tenía alguna duda en cuanto a platillos, recetas o remedios caseros, no dudaba en recurrir a ella, quien diligentemente daba minuciosos detalles y si seguían al pie de la letra sus instrucciones resultaba un éxito seguro. Nunca permitió, de manera suave pero firme, que con el paso de sus años se le relegara a un sillón o que no se le considerara cuando de pedir ayuda se trataba. Si alguien se enfermaba, de inmediato aparecía en escena con sus tecitos y caldos curativos; jalaba una silla al pie de la cama del susodicho y allí se quedaba cuidándole el sueño y pendiente de los horarios de las medicinas hasta que la fiebre y la enfermedad cedían. En tanto, se ponía a leer, tejer o a doblar ropa, pero nunca estaba inactiva. Dejó saber también su profunda aversión a los tubos, aparatos y hospitales y que no quería que llegado su momento se le llevara allí. A los nietos les decía entre broma y en serio que le ayudaran a orar y pedir que muriera mientras dormía. Tal vez fue casualidad o realmente la oración fue efectiva, pero una noche estando con la menor de sus hijas se despidió, se fue a acostar y durante el sueño murió tranquila.

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Nos salvará la música

Gildardo Montoya1

A Eusebio Ruvalcaba, por la ebriedad melómana; su cálida amistad.

B

endito viejo melómano Cuando apenas tenía 23 octubres de tránsito terreno, recuerdo, volandero, siento en mí, una mochila al hombro, repleta de libros, devorarlos quería, abismarme en ellos, renacer... Ah, ese tiempo, aquí, hoy, lo incito, lo provoco; intento referirme, asir un día especial, entonces. Me gusta, memoria, para que fuese sábado, solariego. Reitero, me veo andante, paseante, con mochila... ¿”libresca”? qué exquisitez; bueno, camarada, anote un “desliz” infaltable, previsor el muchacho: botella de vino tinto, queso, aceitunas... (“¡ No para siempre aquí! Un momento en la tierra”.). Caminé, caminaba, evoco, bulle alegre enjundia, tras el cobijo, algún paraje, el fresco señorío de un árbol; y finalmente, a la vera de varias “propuestas” lo encontré, lo saludé animoso, me senté a su lado, musité lorquiano: “Verde que te quiero verde/ verde viento verdes ramas”; así dicho, de inmediato, ahí, dos, tres pasos, en el portal de una arrumbada casa de madera, vi a un hombre viejo, sentado en una silla mecedora, que escuchaba –potentes bocinas: sonido cristalino, grandioso– música... reunión amante sonora ya consuelo ya discordia amante herida sangre silencio música intacto hondo fluir imanta impregna armónica el ser memorioso abre celdas parvadas diques libres libres gaviotas sueña Dios suena mar despliegan su mañana en la risa de mi padre alboroto límpido tempranero vivo entrañable retrato los niños la música... Recuerdo que aquel hombre no se percató de mi intrusión en sus dominios, no me miró, nunca lo hizo, mantenía los ojos cerrados, pero impulsivo levantaba los brazos, o abstraído, sosegado, prendaba su oído, se fugaba en el invisible, audible, misterio, escuchaba, escuchaba: era la música; y yo, un trago de vino, otro, me dejaba envolver, agradecido hasta el llanto por su inesperado interminable obsequio, inundando, estremeciéndome... música, “verde que te quiero verde”, definitivo, cuerpo y alma, a la intemperie, no presente, no pasado, no futuro, un trago

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Periodista y escritor.

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de vino, otro... ¡Bendita música de lo eterno! ¡Bendito viejo melómano! Míreme cómo regreso de nuevo a su olvidada casa de madera, dígame, se lo pido: todavía sigue allí meciéndose con la música misma, infinita amistad, visita del angelus, Mozart, Mozart; la noche oscura, cómo duele, cómo angustia el prodigio, los quintetos de Schubert ¿o quizá cabalgante continúa viajando sinfónico en la hermandad de Beethoven? Ilusión: una mochila al hombro, el señorío de un árbol, un trago de vino... y la música, para siempre.

Si tararea...

¿Por qué tienes que entregarte, enredarte, buscar refugio en mis pasos, tan inocente, perro oscuro? Oyes trifulcas, gargajos, señor, tallar reclamos, aquí, donde la lluvia es polvo. “A la mierda el mapa.” ¿Por qué perro oscuro, oscuro? No me sigas... Quiero bajar escalones en vagabundo, perro prieto, sin dios, no me sigas. Si tararea Schubert, dile que...

Nos salvará la música

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Llego a la casa ebrio, como tantas veces. No era tarde, la noche apenas desataba su misterio. Minutos atrás, allá en la cantina, un viejo eterno, glorioso catador, cazador, de belleza y malignidad, me había regalado su exaltada palabra: “Para no padecer el horrible fardo del tiempo que quiebra a los hombros y los inclina hacia el suelo, uno debe embriagarse infatigablemente. Pero ¿de qué? De vino, de poesía, de virtud, de lo que sea. Pero embriagarse”. Metí la llave en la cerradura, abrí como pude y me recibió, oh, Dios, no la cantaleta taladrante: “Chingao...¿no tienes llenadero?”. Me recibió, digo, el alegre, cristalino sonido de una flauta: mi pequeño hijo tocaba en un sillón de la sala, insuflaba breve, interrumpía y volvía a la carga, intenso, sabedor, precoz. Y de repente –ajá, el famoso “de repente”– tropecé, señor de los tropiezos, caí, recaí, me fui de bruces, ebrio, perdido, pero la flauta de mi hijo, su música, ya había tomado cauce, irrigaba mi entraña, el vuelo de mi espíritu, turbulento, acongojado, fragilísimo, dicen ...Ni madres, vociferé muy dentro, venga la plenitud y me levanté cuando la flauta carnal concluía su ejecución, bello ejercicio,


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fuerza amorosa, caída, recaída, lo aplaudí loco frenético, lo abracé, le di un beso en la frente, ahí en esa soledad toda pureza, fulgor, enredadera de encantamiento: padre-hijo (“Chingao... ¿no tienes llenadero?”). Y en ese momento, relámpago imperecedero, escuché la voz, mi sangre: “Papá, te lo aseguro, nos salvará la música”.

Violín y arco

¿Por qué asesinaron al hijo en amor del poeta? En la radio del microbús, aguijón: “la poesía ya no existe para mí”. Llego a casa.”El mundo ya no es digno de la palabra”. Me recibe mi pequeño hijo. “Vamos, anda, papá, llévame a la cita con la música”. ¿Con qué sosiego le cuento a este niño, violín y arco, que un padre, un poeta, ha pedido a su hijo en el galopante horror de las calles, que lo está llorando, lo seguirá llorando, en grito? ... Y yo no sé como cantarlo, soy contigo, padre, impulso admirable del dolor, permíteme divagar, decirte, que existe un otro que nos habita, mar de lo sagrado, acaso uncido en el mismo padre, que está llorando en grito, pero pienso en otro, él mismo, en otro, y ya salió, bendito destello, con su hijo de la mano a la calle, vibrante, vivo, arpegio, tomó la misma micro, aguijón, violín y arco, es otro, en otro, otro...

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Leticia Robles Jiménez Nació en San Rafael, municipio de Tlalmanalco, Estado de México. Estudió grabado (2003 a 2008) en la Escuela Nacional de Pintura, Escultura y Grabado “La Esmeralda”, en el Centro Nacional de las Artes, inba. Realizó el Diplomado Modular de Gestión Cultural Nivel I, en 2010, en el Centro Regional de Cultura de Texcoco. De 1983 a 1985 realizó Estudios Superiores de Decoración en el Instituto de Arte y Decoración “Héctor Cerviño” en México, D.F. En 1997, 2008 y 2010 obtuvo la beca en el Programa de Estímulo a la Creación y Desarrollo Artístico del Fondo Especial para la Cultura y las Artes del Estado de México, (focaem). En 1996 participó con su obra en el “VI Concurso de la Interpretación Moderna del Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha” en Guanajuato, y en la I Bienal de la Estampa en el Estado de México; en 1997, en la VII Bienal Internacional de la Minigráfica y Ex Libris en Polonia; en 2009 obtuvo el Premio Incentivo en el Concurso Nacional “Rolando por la Cultura y la Democracia”, categoría “Arte Objeto/Concepto, Tendiendo Puentes, A.C. México, D.F. Ha participado en distintos talleres: Papel hecho a mano “Washi Zoo Kei” con Lillian Zesati; Xilografía en color con Adolfo Mexiac; Autorretrato “fotografía digital” con Gerardo Suter; “Imaginaria fotográfica”, Creación y recreación de la imagen con Jorge Izquierdo; Grabado en metal con Luis López Losa; de pintura con el maestro Vlady; de pintura “La Visión Ideática”, con Roger Von Gunten; de dibujo “Herramientas del arte contemporáneo”, con Patricia Henríquez Bremer; de “Escultura” con Ulises Figueroa Martínez; taller de fotografía con Alberto Ledezma, entre otros no menos importantes. Ha participado desde 1993, en numerosas exposiciones tanto individuales como colectivas, en México y algunas en el extranjero; asimismo, ha colaborado con imágenes en revistas de difusión cultural en el área de Texcoco. Actualmente desarrolla investigación sobre el papel artesanal, la encuadernación artesanal y la fotografía artística. Ha realizado actividades de enseñanza artística en la Escuela Secundaria Estatal Nezahualcóyotl, en el Taller de serigrafía y grabado en relieve en la Universidad Autónoma del Estado de México y en el Colegio de Bachilleres del Estado de México, unidad Chimalhuacán. Además ha colaborado con el Taller de papel hecho a mano en la División de Ciencias Forestales en la Universidad Autónoma Chapingo.

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La maestra Yumiko1

Moisés Zurita2

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o recuerdo ahora cómo se llamaba la maestra Yumiko: creo que en algún relato debí llamarla Pamiko porque es una maestra buena, no sé si buena maestra, aunque estaba muy buena a mis ojos pizpiretos de pocos años y virginidad inocente. Me tocó ir a una escuela con uniforme de cuico, sardo o militar sin camuflaje: verde olivo; con sus gorritos de tela que se doblaban bajo el brazo a la usanza de algún alumno de Jack Nicholson cuando la hace de militar muy malo y que le sale tan bien en la película Algunos hombre buenos (1992). En mi escuela no había timbre o chicharra –o como sea que se llame verdaderamente ese sonido– que nos pone felices cuando terminan las clases, cuando inicia el recreo o al final del día; tuve la maravilla de asistir a una escuela, como todas las escuelas del país, pobre. En lugar de chicharra en mi escuela se tocaba una campana, verdaderamente una campana de iglesia, con su badajo en forma de testículos de buey güevudo.

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Texto leído en el Congreso Internacional de la Crónica, mayo del 2013. Profesor investigador de la Preparatoria Agrícola de la Universidad Autónoma Chapingo.

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Tal vez por la pobreza de la escuela, esa campana, indispensable para seguir el pulso de las actividades, no estaba fija, debía ser traída de la dirección al patio cada vez que su singular tantaneo era necesario; allá iban los de sexto, algunos de 15 y hasta 18 años, a cargar la campana y alguien con menos fuerza movía el badajo para decir: por hoy es suficiente de tanto estudio, podeos iros en paz, nuestra clase ha terminado. Frecuentemente me acercaba y la campana se metía en mis oídos por muchos minutos, y la seguía escuchando en mi cabeza cuando había llegado a la casa de mis padres y había arrumbado por algún lado mi mochila marca “yo sí te aguantaré el paso”, que cargaba en los hombros como una tortuga ninja consumada. La maestra Yumico iba también conmigo y en mi corazón ignorante de la amistad y el amor; ¿acaso me gustaban más sus ojos, que sus hombros? No recuerdo ahora; a la luz de la lujuria, su cuerpo, sí una imagen general de una mujer joven de algunos 25 años, creo que debía tener un cuerpo menudo como Sandra Bullock, y dudo mucho que mis ojos que no conocían el mundo la vieran con lascivia; aunque los niños de ahora me dan miedo por su morbosidad. Me gustaba entrar al salón de la maestra Yumico; me imaginaba que el mundo era feliz, que no tendría que padecer, el siguiente año, al maestro Cabello, psicópata ordinario que se peinaba con vaselina y nos mentaba la madre si el aire cerraba la puerta; y si el aire bien portado no cerraba la puerta, por consiguiente su puta madre tenía la culpa. El maestro Cabello usaba la regla para enderezar a sus alumnos; a veces era el metro, pero otras la escuadra, el transportador o el compás que habían sido traídos de la tierra de gigantes para que la letra con sangre entrara; en esos días pensaba que esos instrumentos de tortura y pena capital de infantes no tenían otro fin, pues el maestro Cabello jamás los usó para otra cosa. Debo decir que el maestro Cabello tenía otras habilidades, me tocó alguna vez sentir su mano áspera y velluda, en una delicada parte de mi cuerpo: me hizo llorar; durante varias semanas me sentí avergonzado y no me atrevía a levantar la cara en el salón; no sé cómo ni por qué habíamos hecho un escrito en el que al inicio de la página debíamos poner nuestro nombre, y yo escribí Moises, así como se ve y no como se oye, en lugar de Moisés. Me llamó al frente y me dijo: ni siquiera sabes escribir tu nombre, animal; y me levantó de una patilla como si al levantarme entendiera mejor la fonética y la retórica. Entonces no decía groserías yo, porque el maestro sí; me fui llorando a mi lugar y no sé ahora si la patilla, que de doler duele, me hacía llorar tanto o la vergüenza por no saber escribir ni siquiera mi nombre; ha de ser el dolor de la patilla porque, como se ha visto, todavía no aprendo a escribir.

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Me gustaba, he dicho, el salón de la maestra Yumico, que era un verdadero bizcocho, la maestra, claro, algo muy bueno, pues; dicen los que saben, porque los ignorantes sólo imaginamos, que era más buena que el pan, y al parecer no hay nada más bueno que el biscotso, biscuit o bísquet, de donde viene la palabra bizcocho. Su voz era suave, a veces un poco maternal; me quedaba escuchando sus historias y apretaba fuerte para no ir al baño, que era al menos dos veces al día y de ida libre, nada que ver con los métodos neoliberales de tarjeta o llave maestra por salón para ir al baño que se han impuesto en las escuelas, donde nadie puede ir al baño si el compañero que salió antes no ha regresado. Todo era mejor; el terror llegaría un año después al ver al profesor Cabello solazarse con intensa pasión en el martirio de sus alumnos, tiro por viaje a la cabeza, hombro, espalda y una que otra vez de rebote en el germen de los senos de nuestras compañeras; me parece ver cómo vuela el gis, hasta el rincón; el borrador era legendario; algo tenía de arriero el maestro, algo de pastor en medio de la montaña; algo de David, quizá, sin su onda, porque nunca fallaba: hasta que te alcancé, idiota; era su frase de júbilo. No sé ahora, al calor de estos tragos no tan amargos de un tinto merlot, si las historias que escuché fueron verdad, es decir, si verdaderamente las oí de los delicados labios de la muy querida maestra Yumico o mi perdida memoria me jugó malas pasadas entre sueños y fantasías; historias que di por ciertas porque tal vez la fantasía es mucho mejor que la cruel realidad. Uno de esos relatos decía, por ejemplo, que los valientes niños héroes dieron la lucha hasta el final, que los malandrines marines – que se harían famosos en Vietnam por arrojar napalm o agente naranja a mujeres y niños indefensos– se quedaron atónitos y apabullados, volvieron a su nación porque un niño se había envuelto en la bandera y se había arrojado al vacío para evitar que cayera en manos del enemigo. Di por cierta esta historia, como tantas otras de la maestra Yumico; no sabía que a ese niño unos le dan el nombre de Juan Escutia y otros el de Juan de la Barrera, aunque la única referencia cierta es de 1878, cuando Manuel Raz Guzmán en un poema épico señala a Agustín Melgar: …pero tú, Melgar… rodeado de enemigos les disparas tu arma, y no teniendo esperanza, antes que rendirte te envuelves en el pabellón nacional y presentas tu pecho juvenil a las balas del invasor… Sigo creyendo que las historias de la maestra Yumico son verdaderas, no importa que los niños héroes hayan sido falsos, que la bandera tan afamada haya sido tomada como trofeo por el enemigo y estuviera en West Point; aunque en 1952, con motivo de la inauguración del Altar a la Patria, fueran devueltas a México varias banderas mexicanas tomadas durante la guerra de 1847 y en especial el día 13 de

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septiembre; la supuesta bandera que habría entamalado a un niño héroe permanece en los Estados Unidos. Entonces yo quería ser niño héroe y luchar contra los gringos hijos de puta; no sabía nada de Guantánamo ni Abu Ghraib ni esas cosas que los altermundistas denuncian a diario; no sabía tampoco de los cientos de miles de niños héroes en México y en todo el mundo que trabajan, que van a la escuela, que aprenden de a poquito, que crecen y se vuelven mujeres y hombres de bien. No sabía que la vida no era tan mala como parece en la soledad de la preadolescencia; tampoco que iría a Chapingo y no regresaría en mucho tiempo a las calles de tierra de mi infancia, donde los charcos en la época de lluvia generaban una fauna abundante que no me dejaba dormir. Años después el maestro Cabello puso una papelería, donde también vendía libros, a la salida de la secundaria; me sorprendí al verlo tan amable atendiendo a los pubertos cuando fui a comprar el Baldor; caminaba por la calle viendo la imagen de Al Juarismi y pensé que habría sido bueno decirle: maestro, usted me dio clase, aunque sigo recordando el polvo del borrador cuando le pegaba a los alumnos en sus deditos juntos hacia arriba. A la maestra Yumico jamás volví a verla, aunque está en mi recuerdo e imaginación desde los años mozos; he querido hacer un recuento de una de las maestras de las cuales aprendí tantas cosas, aunque a veces creo que he aprendido más fuera de los salones. Aquí tienen un ejemplo de lo que aprendo con ustedes.

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Nadar con Lucía

Cristina García Ramírez1

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esperté con un sabor amargo y una mujer recostada aún entre las sábanas blancas. Permanecí varios minutos parado junto a la mesa esperando a que el cereal se sirviera solo. El chocar de la cuchara contra el plato vacío me recordó que, es verdad, no hay nadie aquí. Seguía sumergido en traspiés, tratando de que no escaparan para poder remediarlos con alguien más. Intenté hacerme de recuerdos que provocaran sentido, volver a la cama y esperar a que abriera los ojos para dirigirle alguna sonrisa que la mantuviera minutos más a mi lado. Pero no despertaba. No entendía cómo continuaba ahí después de horas de sueño. Yo debía irme en cuanto amaneciera; no podía esperar a que separara lentamente los párpados, me dirigiera el gesto, me abrazara —quizá— y luego sugiriera compartir el desayuno. Salí del departamento pensando que tal vez podía irme y dejarla ahí, pero me preocupaban mis pertenencias.

Es de Morelia, Mich. y cursa la licenciatura en Sociología en la UNAM. Concluyó la licenciatura en Derecho en la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo. Obtuvo el segundo lugar en el concurso de ensayo de la Comisión Estatal de Derechos Humanos de su entidad en 2007. Actualmente asiste al taller de producción literaria que se imparte en el centro cultural Casa de las Musas de Morelia, Mich. 1

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Apoyé los codos sobre el barandal del décimo piso, alcé la mirada, y el óvalo de cielo oscuro me mostró la luna a unos metros de mi cabeza. En la parte inferior, justo debajo del gran tragaluz oval que iluminaba el lobby, vi a una joven de pie, como en el fondo de un pozo profundo. Bajé por el elevador y escuché su primer buenos días. Por un momento dejé de pensar en quedarme o partir, y no sé ya si quien estuvo en mi cama regresó sola a casa, si la llevé o volvimos a vernos. Lucía, en cambio, se convirtió en la joven que levantaba la mirada cada día y yo notaba subir su sonrisa hasta la superficie. Me gustaba verla ahí. Ni siquiera tenía la pretensión de dirigirle la palabra, mucho menos de tocarla. Algunas mañanas, añadía cómo estás a su saludo, que yo respondía con un simple bien, sin preguntarle a cambio nada. Pasaron un par de meses y este juego de los buenos días lograba que saliera del edificio con la idea de preguntarle, al día siguiente, cómo estaba ella. Ese día llegó y se lo pregunté. Ambos estábamos abajo, ella ojerosa y cansada, pero sonriendo. Me ofreció un pedazo del pan que sostenía en sus manos. Así rompimos la barrera de las tres frases que nos dirigíamos. Supe que le fascinaban los bizcochos de mantequilla que vendían en un pueblo cercano y que a mí me gustaba el color de su piel —me recordaba el café que tomo antes de salir, con dos cucharadas de crema— y su olor, que no era a café, sino al bouquet de violetas que mi madre ponía siempre en el jarrón de vidrio al borde de la ventana. Abandonamos el edificio, caminamos hasta la parada más próxima y compartimos el transporte. Al escucharla, me veía en el departamento, disolviendo lentamente la crema y apartando la espuma blanca con el dorso de la cuchara. Supe que en ocasiones le daban fuertes dolores de cabeza. Supo de mi afición por coleccionar los dulces de menta que dan en los restaurantes y, creo, entendió mi extraña dificultad para dirigirle la palabra. De vez en cuando miraba por la ventana, deseando que el tráfico se hiciera lento o algún grupo de personas lo detuviera. Finalmente, Lucía tuvo que bajar. Se despidió con un hasta luego que me hizo preguntarme, por primera vez, qué significaba eso. De regreso en el departamento, dibujé su perfil saliendo del transporte, con la mochila al hombro y un montón de cuadernos apretados al pecho. Salí y me apoyé en el barandal. El primer recuerdo me hizo verla parada en medio del lobby. Esperé a que levantara la cabeza y nos dirigimos una sonrisa que me mantuvo un poco más ahí. Esa noche, mientras dormía, la olí en un recuerdo, colándose por la ventana del comedor, hasta detenerse frente a mi cara helada. Cerré los ojos y, de pronto, la gente y los ruidos de la casa se fueron para dejarnos solos en un campo espeso y oscuro. Yo sentado a la mesa y ella frente a mí. El frío se fue y una cálida nube me envolvió la cara y bajó hasta los pies.

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Estaba como dormido en mi propio sueño cuando escuché el fuerte grito de un hombre a lo lejos pidiendo ayuda. El aroma empezó a salir de mi piel. Me palpé la cara manoteando. Mis mejillas se enfriaban. Con desesperación, apreté en partes todo el cuerpo para detenerla. El hombre seguía gritando a lo lejos y el campo se vestía de nuevo con los muros de la casa. Miré la ventana que amenazaba con dejarla escapar. Inmediatamente me puse en pie y corrí con la intención de cerrarla, pero Lucía salió y yo tras ella, helado, descalzo, sin poder percibir el camino. La seguía desesperado, primero por el jardín que rodeaba la casa, luego a través del campo. Corría sobre la tierra húmeda, extendiendo los brazos para retenerla, gritando su nombre. Mis dedos la tocaban pero no podían más que eso. Escuché de nuevo la voz gritando por ayuda a lo lejos, a mis espaldas. Al volverme, me encontré de pie junto a la cama. Se oyeron otra vez los gritos de auxilio. Salí corriendo del departamento y miré hacia arriba. La luna se asomaba por el tragaluz apuntando a una sola dirección. Mis ojos bajaron y la vi en el fondo del pozo. El aroma subió en forma de tallos que se elevaban pacientes desde el agua, me abrazaron y sus zarcillos se tomaron de mi cuello, dejándome caer hacia ella. Cuando miré, Lucía seguía recostada entre el agua iluminada, con sus ojos extraviados, y yo viéndolos mientras dormimos.

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Hay que tomarse la vida con cama

Aura Franco1

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l cinco letras, no es ni será nunca para una damita. Los atiborrados y muy baratos hoteles suelen describirse así solamente el 14 de febrero. Todos desean entrar y por esta razón encontrar un lugar equivale a hacer filas interminables en dichos lugares. Todos los hoteles/moteles son de paso, o ¿ustedes se han quedado a vivir en uno? Así que no pasa nada, todos han pasado por uno de ellos. Hoy asistir a uno de estos edificios ya no es para nada situación de vergüenza o de mentir sobre dónde estuviste y a dónde fuiste. Hoy es bien sabido que el acto sexual se practica de manera más común en dicho lugar. Baratos, cómodos, fachadas glamorosas, letreros enormes con luz de neón anunciando una fiesta casi imperceptible, limpios o lo que se conoce como “es lo que hay”, aunque no cumplan estrictamente con la descripción hecha anteriormente. Y si es verdad, considerando el dinero con el que cuentan actualmente los jóvenes y las ganas que una pareja puede tener de darse amor, los hoteles están a disposición de todos ellos con paquetes que van desde, jacuzzi, fresas con chocolate, disfraces y hasta juguetes sexuales para los más pillos.

Estudiante de comunicación y periodismo en la UNAM. Haciendo su mejor esfuerzo, favor de no distraerla. Gozosa de la vida, el arte, las letras, la radio, la tv, la prensa, la fotografía los deportes y los animales. Con insaciable hambre de aprender, distraida. Casi nunca nadie la comprende, pero tampoco le importa. 1

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Una vez cruzado el umbral y que se ha llegado a la luz (entiéndase como habitación, recién desocupada y cambiada de sábanas), se puede comenzar la pasión, puesto que estos lugares en 14 de febrero serían todo menos utilizados para echarse una pestañita. Se tienen cuatro horas básicas y el tiempo que se esperó es más una burla, comparado con el tiempo real que ahí pasarás. Ahora sí, están ahí y no hay vuelta pa’tras, y tampoco es algo que se considere. Antes el deseo era más tímido, se miraban con deseo y tocaban su cuerpo con ropa. Hoy, 14 de febrero ¡ya se les hizo! En unos minutos la damita va a estar en completa desnudez y se van a decir sin palabras lo mucho que se quieren. Comenzarán por darse cariñitos lindos, besos tímidos, toqueteos suaves que recorren con la mano desde el hombro hasta la pierna. Llegó el día prometido, ese que en el calendario se marca como “14 de febrero, día de San Valentín”. Una camisa y una blusa fuera, los zapatos y los flats. Parece más bien un rito de iniciación, donde por cada desprendimiento de ropa se le recompensa de manera igual y así sucesivamente hasta que permanecen en bóxer de Homero Simpson y en un conjunto bonito de encaje por parte de la señorita. De manera similar sucede en las habitaciones cercanas, en el primer piso, tercero o cuarto. La única diferencia es que la consolidación de este amor podría suscitarse de manera más violenta, más tranquila, relajada o por mera costumbre. Todo depende de los movimientos con los que quiera interpretarse. Afuera, en una avenida muy concurrida pareciera que el mundo no para ni porque un amor crece entre las sábanas de un motel, pareciera que los automovilistas no perdonan ni a los enamorados. Claxon, mentadas de madres, el semáforo cambiando de verde, amarillo a rojo y otra vez. Este 14 de febrero del 2013, parece que el mundo es otro para los enamorados y el mismo para los solteros. Un día como estos, muchos, tras trascurrir una hora de merecida pasión, saciar sus instintos más carnales, vestirse y mimarse, proceden a entregar la llave que les fue prestada del reino temático para refrendar su amor. Esperan que se repitan una y mil veces lo vivido en el colorido motel, donde se entregaron y besaron sus cuerpos el uno al otro. Salen juntos, de la mano, como si allá dentro el castillo que tardó en armarse se derrumbara cuando pisan las banquetas desgastadas de la ciudad de México. Con un beso como promesa se procura repetir la misma situación en marzo, en abril o septiembre. El mes es lo de menos, lo que falta es el pretexto para demostrarse el deseo que invade a una pareja enamorada y que puede descifrarse en sus miradas. “Si el amor durara sería como un canto eterno de ópera. Notas demasiado agudas. Un soprano agudo. Una soprano agotada. Infinita primavera de mariposas envejecidas en un estómago ulcerado. Si el amor durara sería fiel, triste y obsceno”, como bien dicen Beatriz Rivas y Federico Traeger en Lo que no mata enamora; nunca se sabe qué pasará después de este día del amor y la amistad, quizá todo se quede en el olvido de castillos imaginarios o se construya la fantasía de una realidad.

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Fiesta

Consuelo Ligeia Muñoz Balladares

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n agosto de 1970, durante mis vacaciones de verano, me fui a Estocolmo a trabajar. Sólo por un mes, porque, como estudiante de agronomía, la mitad del tiempo de descanso lo ocupaba en prácticas de campo en distintos lugares de la entonces Unión Soviética. Fue la única vez que lo hice y no sin cargo de conciencia. Aunque no estaba prohibido, no era bien visto salir a trabajar al extranjero, sobre todo entre los jóvenes comunistas chilenos. Yo lo era, pero fue más fuerte mi deseo de conocer otro país, comprarme ropa y ganar dinero. Encontré dos ocupaciones más o menos bien pagadas: en las mañanas como camarera en el Park Hotel y por las tardes secaba platos en el Princen Restaurante. Terminaba la jornada medio muerta pero quería dólares para viajar en vacaciones venideras, comprar algo de ropa y llamar por teléfono a Santiago para conversar con mis padres y hermanos, a quienes no escuchaba desde hacía dos años. También para comprar un kilo de aguacates y comérmelo solita, sin convidarle a nadie. En Moscú no se conocían y en Suecia, aunque carísimos, se podían adquirir en los supermercados. Eso quería hacer y eso mismito hice.

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Profesora de la UACh, actualmente jubilada, que gusta de escribir, cocinar y bordar, entre muchas otras cosas.


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Mi boleto de regreso era para el 4 de septiembre. Debía abordar un barco que me llevaría a Leningrado y desde allí viajaría en avión a Moscú para estar en clases el día 6, ya con retraso. El barco, enorme y precioso, llevaba pasajeros suecos, finlandeses, lituanos y rusos, pero fundamentalmente había estudiantes latinos y africanos que regresábamos para retomar nuestra vida estudiantil en el mundo socialista. Todos estrenábamos atuendos y nuestros bolsillos cargaban dinero contante y sonante, ganado a pulso en el lado capitalista. A la hora de cenar, las muchachas llegamos lindas y perfumadas al restaurante. Allí, igual de guapos, nos esperaban los muchachos vestidos con pantalón de mezclilla y chamarra de plástico, imitación piel. Muy parecidos todos, casi uniformados por “el último grito”. Fumamos cigarros Kent o Lucky Strike y pedimos coca cola, cerveza alemana o checa. Ellos whisky o coñac, daba igual mientras no fuera vodka. De esa había de sobra en Moscú. Subyacía un deseo por prolongar esos disfrutes antes de llegar a asumir nuestras obligaciones y responsabilidades como estudiantes. Si bien no teníamos carencias, satisfacer tales tentaciones nos hacía sentir importantes. Estúpidamente importantes. Ahora disponíamos de dinero y nos creíamos grandes, adultos, quiero decir. Cuando realmente, entonces, éramos tan jóvenes. Y no era lo mismo fumar papirosa que Marlboro. La cena exquisita, con gran variedad de platillos que podíamos escoger y repetir cuanto quisiéramos. La orquesta pasaba de los valses a los ritmos más movidos sin omitir canciones folclóricas rusas y suecas. Entre plato y plato íbamos a bailar. Dos cantantes mujeres y un hombre, los tres enfundados en elegantes trajes de noche, amenizaban la fiesta. También hubo un espectáculo de malabarismo y magia. De pronto el capitán del barco hizo aparición y pidió un minuto de atención. Informó que por medio de la radio ya se conocían los primeros resultados de la elección presidencial de Chile: Salvador Allende aventajaba claramente a los otros candidatos. Y se armó una fiesta de padre y señor mío. Los de la orquesta cedieron lugares a los latinos y los instrumentos vibraron ahora con cumbias, mambos y chachachás. Las guitarras rasguearon cuecas que zapateamos en la tarima. Los europeos, alegres como nunca, brindaron con todos y cada uno de nosotros. Los viva Chile y viva Allende se oían en altamar, los besos tronados también. Y no faltaron las manos golosas que recorrieron tibias redondeces de las muchachas. Todos los pasajeros, camareros y tripulantes estaban en el restaurante. Bailando, cantando y bebiendo. El capitán confirmó la victoria de Allende y brindó por que un socialista por primera vez en la historia llegaba al poder por vía electoral, con votos de su pueblo. Cantamos el himno nacional, dijimos salud y riendo nos abrazamos entre todos. La algarabía se prolongó hasta el amanecer. Nadie llegó a desayunar. Maltrechos pero felices, desembarcamos en Leningrado.

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Ángelus Tres veces Gatatumba de Eduardo Villegas

Arturo Trejo Villafuerte*

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NO Conozco a Eduardo Villegas (1963) desde hace ya cerca de 30 años. Lo comencé a leer cuando comenzó con su saga de Eddy Tenis Boy con El misterio del tanque; después lo he leído y disfrutado infinidad de veces a través de sus cuentos infantiles, su dramaturgia y su obra, llamémosle de algún modo, seria y profesional. Nunca me ha desencantado; considero que es un narrador sólido y fecundo, que sabe decir lo que quiere decir con presteza y donaire; su sintaxis es clara y precisa, su lenguaje directo y certero,

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* Profesor investigador de la Universidad Autónoma Chapingo y miembro del iisehmer de la misma institución. Sus más recientes trabajos se han publicado en: Alas de lluvia (Poemas, 2010), Sueños al viento (Poemas, Antología, 2010), Ecos del tiempo (Poemas, Antología, 2011), Poemas para un poeta que dejó la poesía (Antología, 2011), Donde la piel canta (poemas, Antología, 2011), Coyotes sin corazón (cuentos, Antología, 2011), Sombras de las letras (ensayos, Ed. Cofradía de Coyotes, México, 2012. 136 pp.) El tren de la ausencia (cuentos, antología, Ed. Cofradía de Coyotes, México, 2012. 124 pp.) y Perros melancólicos (cuentos policiacos, antología, Ed. Cofradía de Coyotes, México, 2012. 174 pp. 1 Tomás Moro, Utopía. Ed. Porrúa, México. 2 Erasmo de Rotterdam, Elogio de la locura. Ed. Tor, Argentina, 1957. 188 pp.

no le gusta andarse por las ramas, y eso lo agradece cualquier lector. Su primera novela policiaca, El misterio del tanque, auguraba lo mejor del género y no nos defraudó. Si Villegas se hubiera ido por esa vertiente, ya tendría un lugar asegurado en la literatura del género. Pero no con sus inquietudes ha cultivado a todos los géneros literarios posibles y en todos ha llevado a buen fin sus intentos, incluso sus ganas de hacer literatura lo condujeron a formar una editorial, “La Cofradía de Coyotes”, con más de sesenta títulos publicados y con bastante éxito. Sus antologías temáticas, alguna realizadas junto con amigos o con especialistas del tema, ya son clásicas y muy buscadas por los lectores y los investigadores. DOS Siento que en Tres veces Gatatumba convive mucha sabiduría acumulada. Me llama la atención que en este libro, creo, coexisten tres grandes pensadores que han normado el pensamiento occidental. Acaso Eduardo, sin proponérselo, los congrega a lo largo de sus textos: Tomás Moro y su Utopía,1 Erasmo de Rotterdam y su Elogio de la locura2 y


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Nicolás Maquiavelo y El príncipe.3 Los pudo haber leído o no y acaso, inconscientemente, flotan en el ámbito de los textos de Tres veces Gatatumba. Y esto es cosa de saber que cuando se desea a una mujer es una Utopía y cuando la tienes se vuelve Topía, pero siempre es un juego dialéctico que se nos impone o que nos marca, según sea el caso, y que siempre es revolvente. ¿Quién es Gatatumba? Es una presencia femenina que todos los hombres buscan, la Utopía que llevamos dentro, “los hombres viven de Utopías y a veces aunque no las alcancen, eso los hace avanzar y en el camino encontrar nuevas Utopías”, según el decir de mi alumno Yoshimar; y buscamos y seguimos buscando lo que se inició desde que separaron al Andrógino, y nosotros siempre buscaremos a nuestra media naranja. Eso es Tomás Moro a nivel de la calle, a nivel del enamoramiento o del amor. La locura que viene de las ninfas, la locura que viene del amor y del enamoramiento es una sin razón y, si nos atenemos a Erasmo, en medio de esas efusiones o locuras hay una razón de peso: el acto humano e inteligente de escoger, en medio de todas la posibles mujeres, a una con la que se puede ser feliz o infeliz, “la porción de mal que con mi propia mano aparto”, según el decir de Tomás Segovia. ¿Y qué es la esencia de Gatatumba? Una locura que se vuelve claridad o que es una ficción, maravillosa y lúdica, como el cine, por ejemplo. No lo dice así Maquiavelo, pero muchos se lo achacan: “El fin justifica los medios” y muchas veces para conseguir lo que queremos somos capaces de hacer hasta lo que no. Cómo no hacerlo, si el deseo o la libido siempre se desbordan en torno a quien deseamos o pensamos que queremos, lo cual es profundamente veleidoso. 3

Nicolás Maquiavelo, El príncipe, Ed. Porrúa, México.

Leer o no leer a estos autores podría ser lo de menos; lo cierto es de que siempre terminamos haciendo uso de sus razones y de sus sinrazones, y Villegas los propone atrás de sus textos sin mencionarlo, sin decirlo y sin hacer uso de la pedantería de quien sabe que sabe. Por eso lo decimos: estamos ante un libro complicado, difícil en el sentido del entendimiento, que es necesario leer con atención y cuidado. TRES Ahora Eduardo Villegas nos sorprende, y no, con su incursión a la poesía. Y nos sorprende gratamente que alguien a quien siempre hemos conocido como narrador, creador de cuentos infantiles y dramaturgo, con una obra ya considerable, incursione por el camino de los poemas. Ahora nos permite apreciar otra de sus facetas, la cual no le es tampoco tan extraña, ya que lo ha hecho en los versos de varias antologías. Sin embargo, aquí estamos hablando de un libro unitario, sólido, fuerte, el volumen que ahora nos congrega: Tres veces Gatatumba (Ediciones del Ermitaño, Colección “La Furia del Pez”, México, 2013. 90 pp.), concebido como un todo dividido en tres (usemos la teoría de los conjuntos): “Gatatumba en el jardín de los pequeños”, “Gatatumba en el cinematógrafo” y “Las lunas de Gatatumba”; y que, sin embargo no deja de ser de una sola pieza y unidad, lo que muestra un grado de complejidad y dificultad que no es común en quienes hacen poemas. La gran complejidad de la poesía es que a partir del lenguaje y las palabras de todos los días, el poeta tiene que hacer la famosa magia cotidiana de decir de otro modo lo mismo. Eso sucede con el famoso poema Tarumba de Jaime Sabines, y eso venimos a comprobar con Tres veces Gatatumba, porque de principio hay una ambigüedad

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que enriquece al poemario y que nos permite entender lo que queramos, pero tampoco se trata de que el lector se pierda en el texto; sin embargo, esa ambigüedad de la que hablamos nos lleva al descubrimiento de algo, al azoro, al amor –y su porción grande de erotismo–, a la suspicacia a la que nos lleva una relación con la otra que no es clara de principio, pero que tampoco es oscura e impenetrable. Tres veces Gatatumba es muchas cosas a la vez. Es claro que hay un personaje femenino, Gatatumba –que incluso “Gatatumba” puede ser una onomatopeya, un sonido propiciador–, pero que atrás de ella, como de muchas mujeres, hay un enigma y un misterio que debemos desentrañar. En la medida en que uno avanza en la lectura del poemario, vamos encontrando una complejidad y un hermetismo en donde sólo los que se atrevan a entrar de lleno encontrarán la solución y la línea que conduce al otro sendero y al otro y al otro. El verdadero laberinto es el libro, decía por ahí Jorge Luis Borges, y penetrar al laberinto –o a la mujer– no es algo penado, ni siquiera un castigo, es una forma de aprehender y aprender; es resarcir nuestra capacidad de asombro ante hechos que, de otra manera, no les prestaríamos la atención necesaria. En una entrevista que se le hizo en un diario (por Viridiana Villegas Hernández, El Financiero, pág. 40), señala que escogió la palabra a partir del poema Tarumba de Sabines, entonces él buscó en el diccionario y encontró “Gatatumba” que significa “algo carente de ilusión” o “una mujer mayor muy maquillada”; además, habla de que tuvo una relación con una mujer mayor y a partir de ahí vinieron las ganas de escribir. Es cierto que del enamoramiento o del amor –del erotismo– salen a veces las mejores páginas de nuestra pluma, pero no es sólo hacer patente la emoción que sentimos ante el ser amado sino ofrecer ese más allá que es el que pro-

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pone la poesía. Tenemos la evocación, la memoria, pero ésta es engañosa y disfraza nuestra ansias o emociones, nuestros sufrimientos, en otras cosas; también tenemos nuestra invocación, los deseos que nos piden aspirar a más, pero el hecho de escribir un texto poético –y de leerlo– siempre es aquí y ahora. Y eso es lo que nos propone nuestro autor: el aquí y el ahora. Por eso señalaba líneas arriba la complejidad del volumen y la ambigüedad del mismo, porque el autor, dentro de lo hermético que puede ser el texto, sin ser esto algo paradójico, nos está dando un universo muy particular donde se señala lo que fue, lo que es y lo que pudo ser. También líneas arriba menciono “magia” porque parecería que esas palabras que forman los textos de Tres veces Gatatumba, son una invocación para que se produzcan los hechos. El sentido primigenio de las palabras mágicas parecería que recorre las páginas de este poemario. Y repito: la ambigüedad nos permite poner más atención a todas las concreciones que se dan y suceden dentro del universo, a veces onírico, a veces muy real de los poemas. No es un poemario de lectura fácil o sencilla; tiene un grado de complejidad que nos atrapa y nos jala; no podemos pedirle una razón, o la razón de lo que se plasma en las hojas, sino pedir el más allá de lo que escribe el autor. Esa mujer que es todas las mujeres, o más bien esa esencia femenina que le compete a todas las mujeres, bien podría ser la madre tierra, la luna, la diosa de la agricultura, Ceres, o esa mujer que está a nuestro lado. La riqueza de lo que nos está diciendo el autor es directamente proporcional a lo que quisiéramos expresar y que luego no nos atrevemos a hacerlo. De la misma forma, mientras avanzamos en el texto está la interrogante muy seria de señalar “en realidad qué me quiso decir el autor”, que no siempre es lo que


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produce la poesía y que cuando lo hace, creo que es una de las cuestiones mucho muy sanas que nos ofrece. Nunca discutiríamos con un poema de amor de Pablo Neruda; todo en el poema es claro, conciso y preciso; esa era su idea de la poesía; por eso es posible aprendernos de memoria poemas del chileno; pero eso no sucede con los poemas de Octavio Paz, porque es complejo y hermético hacia adentro; y aquí, en este caso, los poemas de Villegas son herméticos hacia afuera; sus poemas no son declamables sino intelectualizables, porque exigen del lector un más allá y un más acá; ese es el grado de complejidad de que he estado hablando Estmos acostumbrados a la poesía complaciente y a veces ñoña –que me entiendan mis cuates, sobre todo, incluso hay un dicho hiperbólico que le gusta mucho repetir a Hugo Gutiérrez Vega: “en México hay más poetas que estiércol”–, pero la incursión de Eduardo Villegas en la poesía no va por ese camino: exige que el lector se involucre con el texto y que le saque provecho, que cree su propia Gatatumba si lo quiere o que comparta con el autor a esa esencia femenina que nos hace ser otros, que nos inquieta y nos conmina a dedicarles detalles, detallitos y detallotes, según un juicio de una autora y lectora de nuestro escritor. Así pues, como lo manifestó Dante al inicio de su Comedia, vosotros los que entren a Tres veces Gatatumba abandonen toda esperanza, porque nadie saldrá inerte de aquí; después de su lectura seremos seguramente otros. Habrá, seguramente, una inquietud que no sabemos de dónde viene y buscaremos el consuelo de la esencia femenina, de Gatatumba, a la hora y en la hora de nuestra muerte, amor, según el decir de Efraín Huerta.

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Furores íntimos, de Charlotte Roche

Jorge Iván Garduño1

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harlotte Roche (Gran Bretaña, 1978) irrumpió de lleno en la escena literaria con su afamada novela Zonas húmedas (Anagrama) en 2008, misma con la que en marzo de ese año alcanzó los más altos niveles de venta, obra en la que la escritora explora la intimidad femenina, el sexo y toda la feminidad de una mujer joven, todo ello enmarcado en un ligero sesgo autobiográfico que hace más ligera la prosa. Roche nos presenta una novela con la que continúa el periplo iniciado ya hace cinco años, en la que una “feliz pareja” deberá enfrentarse a la “bestialidad” humana, que en el fondo guarda su protagonista: Elizabeth –y tal vez no será el único personaje en mostrar la levedad– quien deberá comprender una extraña filia que le proporcionará una intensa relación cargada de erotismo, aunque eso le signifique ir en contra de las enseñanzas que su recatada madre le enseñó. Sin embargo, Roche nos presenta una valoración sobre lo propiamente femenino, imbuyéndonos en un escenario trágiFotógrafo, escritor y periodista mexicano. jorgeivangg@hotmail.com 1

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co, violento, que permite la reconciliación con la intimidad. Charlotte Roche examina acertadamente la percepción femenina en cuanto al sexo y sus deseos, lo que abre el abanico enigmático del placer y el horror, a través de un lenguaje que no pretende ser encasillado en ninguno de los discursos dominantes de cualquiera de nuestras sociedades, ratificando la calidad de su prosa. Charlotte Roche es una novel escritora que por medio de su escritura nos permite acceder al mundo íntimo de la feminidad, que muestra de manera artística el apetito contenido en una mujer que busca liberarse y seguir su propia sed y plan de vida, aunque ello conlleve darle la espalda en la oscuridad a su madre. Furores íntimos, una obra que trasciende en la vida de los lectores, alcanzando a la familia, al matrimonio e intentando rescatar del limbo existencial a Elizabeth, que en su afán por encontrar su lugar en este mundo, ahonda en los fríos abismos de la moderna coexistencia humana. Charlotte Roche, una escritora que con humor y desfachatez ha encontrado su voz literaria para comunicar un mundo convulso y fascinante.


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Ni voz paralítica, ni verso rampante, ni corazón tartamudo

L

a poesía no es un manojo de palabras que son buriladas en el interior de una bolsa de seda en donde no penetra la realidad. Las miserias y las esperanzas, las dudas y los tormentos son el material, la luz, la argamasa, el barro necesario. Es la experiencia exterior la que determina los resultados del gran experimento que el hombre desarrolla con el lenguaje. Tal vez, cuando uno escribe, pone en estado de máxima tensión los mecanismos internos que permiten que se manifiesten los sueños, los deseos y los miedos; éstos salen a la superficie desde otra lengua, desde otra profundidad, con otro tono, otra visión; tal vez con un propósito. 1

Poeta argentino.

Sergio Pravaz1

Es probable que el arte poético entre sus muchas virtudes, tenga también la de rescatar y proteger la memoria de los pueblos. Aun así, hay quienes afirman que el olvido es un buen mecanismo de la memoria que tiene por función evitar el dolor; bueno, para eso existe también el arte, cuyas inmensas propiedades luchan a brazo partido contra la flor del olvido, la de la mediocridad y la del tedio. Quién sabe; tal vez su compañía, desde nuestras primeras épocas de nomadismo, allá en el fondo profundo de la historia se la debamos a alguna huella genética, a algo que el hombre felizmente no puede sacarse de encima. Quizás un modo interior de sostener otra mirada cuando la realidad nos abruma, nos agota o simplemente no nos place.

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“El poeta está con vosotros”, dijo el gran antillano Saint-John Perse. Y en ese caso, si tomamos como válida tal afirmación, deberemos asumir el carácter de testimonio vital, hecho por el hombre y para el hombre, como testigo y protagonista, como anunciador de ruindades y grandezas que nos pertenecen por igual, comprometido con su poesía, su lenguaje, su contenido y, por extensión inexcusable, con su realidad. Apelar a la capacidad creadora del hombre también es un modo de creer y de sostenerse, aun a pesar de los desatinos y los errores que siempre nos acompañan, pero en el convencimiento de que éstos sólo surgen de la infinita voluntad de intentar aquella construcción colectiva que nos permita justificar nuestro paso por el mundo más allá de las convenciones habituales. El hacer siempre conlleva riesgos, inquietud, úlceras, temores, inseguridades,

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pero también mucha felicidad, mucha alegría y paz con uno mismo cuando un compromiso real nos sostiene. A pesar de todo, de lo difícil que significa levantar la bandera del arte en nuestro país, tradicionalmente tan autista y tan mezquino a las necesidades culturales de la gente, celebramos el hecho de reunión; hacemos un encendido elogio a la posibilidad de que la gente participe y se manifieste, y aun a tientas, desarrollemos en conjunto lo poco o mucho que nuestro espíritu nos permita dar. Juan Gelman dijo: “...no ganará plata con ellos, no entrará al cine gratis con ellos, no le darán ropa por ellos, no conseguirá tabaco o vino por ellos”, “con este poema no tomarás el poder”, dice, “con estos versos no harás la revolución”, dice, “ni con miles de versos harás la Revolución”, dice, se sienta a la mesa y escribe.


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Escuchar el silencio

Moisés Elías Fuentes1

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s inevitable pensar en el hoy cuando se tiene acceso a un libro como La tragedia del Congo (Traducción de Susana Carral Martínez y Lorenzo F. Díaz. Alfaguara-Santillana Ediciones Generales-Ediciones del Viento. México, 2010. 410 pp.), volumen que reúne cuatro escritos redactados a la vista del genocidio sistematizado que planificó Leopoldo II de Bélgica para la explotación del caucho y otras materias primas en el Estado Libre del Congo, lo que disfrazó de labor filantrópica. A lo largo de 410 páginas leemos los testimonios del horror que dejaron cuatro autores, curtidos en el ámbito de Escritor y poeta nicaragüense, autor del poemario De todas las vidas posibles… 1

la crítica social, aunque todos de factura distinta. Dos británicos, uno de Escocia, el otro de Irlanda; dos estadounidenses, uno blanco, natural del Missouri esclavista, el otro negro, soldado de la Guerra de Secesión. Cuatro hombres diametralmente opuestos y, sin embargo, entrelazados por la convicción irrefutable de que la palabra intelectual, sea escrita o pronunciada, es el arma mejor calibrada para realizar una crítica social digna de tal nombre. Digo que es inevitable pensar en el presente (al menos esa fue mi experiencia) a la vista de La tragedia del Congo no sólo porque la región de la que se ocupa, el África, sigue siendo devastada por la insaciable ambición de trasnacionales, provenientes en su mayoría de los países que en tiempos del capitalismo salvaje y

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el colonialismo fueron metrópolis de las naciones africanas, sino también porque continúa en vigencia, un siglo después de los hechos relatados en el libro, la aplicación desigual de la justicia, el implemento de planes económicos que promueven la marginación de amplios sectores de la sociedad y la escasa o nula presencia de seguridad social y de oportunidades educativas, medidas que se utilizaron y se utilizan para mantener desmoralizadas y despendoladas a las grandes masas sociales que, paradójicamente, son las que hacen posible, en tanto fuerzas de trabajo y de consumo, la generación de las riquezas que disfrutan de manera exclusiva las minorías privilegiadas. Pastor protestante, historiador de la raza negra a la que orgullosamente pertenecía, George W(ashington) Williams (1849-1891) creyó en la sinceridad de Leopoldo II; de ahí que viajara al Estado Libre del Congo con el plan de reintegrar al continente africano a los muchísimos esclavos que quedaron libres pero degradados y desempleados en Estados Unidos al final de la Guerra de Secesión. Sin embargo, lo que encontró el religioso e historiador fue una tenebrosa y despiadada organización jerarquizada, que se puso en marcha para garantizar ganancias estratosféricas a la parte superior de la pirámide, mientras dejaba en condiciones paupérrimas y brutalizadas al sustrato del que se servía. Tan temprano como 1890, G.W. Williams publicó An open letter to his serene majesty Leopold II, King of the Belgians and Sovereign of the Independent State of Congo, por lo que se le considera entre los primeros occidentales en denunciar las iniquidades y corruptelas desatadas por Leopoldo II y sus adeptos para explotar la nación africana.

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Otros hombres religiosos como Williams, misioneros ya católicos, ya protestantes, denunciaron a su vez los crímenes cometidos en escritos que hicieron llegar a sus órdenes e iglesias y que, en parte, funcionaron como referencias y fuentes de información para que Roger Casement (1864-1916) publicara, en 1903, The Congo Report, brillante informe diplomático redactado a instancias del gobierno británico para conocer, de parte de un funcionario suyo, la realidad que se vivía en el país centroafricano hacia aquellos años. A la sazón cónsul con varios años en el Estado Libre del Congo, el irlandés Casement se adentró en aquel territorio con el fin de verificar una realidad que para él resultaba tristemente cotidiana. Golpeado en la última etapa de su vida por tragedias familiares (la muerte de sus hijas, la invalidez física de su esposa) y por una situación financiera personal precaria, Samuel Clemens, mejor conocido como Mark Twain (1835-1910), no rehuyó sus convicciones ideológicas, sino que las acendró, como lo muestra King Leopold’s Soliloquy, agudo texto a medio camino entre el ensayo, la ficción narrativa y el teatro en que el monarca belga, al desacreditar a sus críticos y opositores, detractaba su proyecto “filantrópico” en tierra africana y, por ende, a sí mismo. A diferencia de su colega estadounidense, cuando sir Arthur Conan Doyle (1859-1930) se adhirió a la causa humanitaria en pro del Congo no se hallaba en el nadir de su vida. Bien ganado su prestigio literario por la saga de Sherlok Holmes y por otras obras no menos logradas e inteligentes, Conan Doyle se comprendió insatisfecho en su fuero interno con la pura fama literaria. Un espíritu sensible como el suyo requería también apostar la


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ética por causas humanistas. The Crime of the Congo, editado en 1909, es el vasto reportaje de investigación que el natural de Escocia trabajó para acreditar las acusaciones que durante tantos años se habían venido exponiendo en contra de Leopoldo II y demás beneficiarios en el usufructo del caucho congolés. II Como se aprecia al revisar, así sea someramente, las biografías de estos cuatro autores, cada uno se interesó y ocupó del tema del Estado Libre del Congo por motivos variados y aun divergentes, lo que se devela a las claras al leer los testimonios reunidos en el volumen La tragedia del Congo y valorarlos tanto desde su aspecto ético como desde su expresión estética. Menos ejercitados en lo referente a la prosa creativa, Williams y Casement hicieron uso de su experiencia como historiador el primero, y en la diplomacia el segundo. Tanto el pastor protestante como el cónsul británico se inclinaron, en lo posible, hacia la objetividad, consignando sólo hechos comprobables y exhibiendo en tanto rumores otros que no tuvieron oportunidad de cotejar personalmente. Sabedores de que cualquier demostración de subjetividad ayudaba a los “plumíferos” a sueldo con que contaba Leopoldo II en periódicos de las principales capitales europeas, el estadounidense y el irlandés se cuidaron de no descubrir sus opiniones íntimas respecto del tema ni de revelar los sentimientos encontrados (furia, impotencia, sufrimiento) que, sin lugar a dudas, enfrentaron al comprender la farsa montada por la avaricia insaciable del hipócrita soberano. Maestros de los ritmos narrativos, Conan Doyle y Twain no se preocupaban por contener sus reacciones emocionales,

sino que las devinieron en la columna vertebral de los correspondientes escritos que dedicaron a la desventura congolesa. Comprometido con las causas sociales como concernía a su conciencia de demócrata británico, Conan Doyle alzó su voz desde la civilización que para él representaba el mundo anglosajón. Decepcionado del capitalismo que se erguía en su nación, pero nunca entregado a la fácil misantropía, Twain levantó su voz desde la solidaridad humana más genuina, fruto de la compasión de un hombre que conoció en carne propia los disfavores de un sistema económico implacable, pero también la sincera caridad que se entraña en los hombres y las mujeres de a pie, los de todos los días. La atroz noche del Congo fue una y la misma, aunque las formas de testimoniarla fueron muchas. Uno de los aciertos de los editores del volumen La tragedia del Congo estriba en reunir cuatro puntos de vista particulares sobre un mismo tema, porque cada uno desde su singularidad abre un debate nuevo y renovado sobre los derechos humanos, sobre la codicia y su contraparte, la generosidad. Otro acierto señero del volumen es que recupera cuatro textos de crítica social desligados de posturas ideológicas o académicas. Williams, Casement, Conan Doyle y Twain son seres humanos que abogan por la dignidad de otros seres humanos, de manera llana y lisa, porque en efecto, toda crítica social verdadera (pienso en Franz Fannon, en doña Hebe de Bonafini, en José Saramago) no comienza con una postura ideológica o política beligerante, sino como compromiso humano con el ser humano. La ideología o la certeza política se transforman en instrumento del humanismo, que no en su principio y fin.

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III Apenas en su arranque la segunda década del siglo xxi, tenemos ante nosotros la emergencia de sociedades que regresan al foro público con el convencimiento de pertenecer a una comunidad, de ser comunidades con todo lo que la palabra implica: comunitario, común, comunión, comunicación. Sobresaltada toda Europa por brutales medidas de austeridad con la que los gobiernos pretenden pasar a la sociedad civil, el costo de políticas económicas irresponsables que los endeudaron más allá de su solvencia monetaria, los “indignados” españoles devienen en “indignados” griegos, franceses, italianos, británicos, lo que ha generado lazos de solidaridad, patriotismo y renovación del tejido social, lo que no se veía con tal ahínco quizá desde los días de la Segunda Guerra Mundial. Reprimidos en su mayoría por regímenes de corte dictatorial y gerontocrático, los ciudadanos de a pie en muchos países norteafricanos y del próximo Oriente han tomado las calles para exigir su derecho a la existencia, ante la mirada aturdida de gobiernos acostumbrados a coartar toda protesta con la cárcel o los rifles. Aun con la amenaza del desempleo o del terrorismo de estado, los pueblos de estas naciones europeas, africanas o asiáticas, están haciendo escuchar su voz y están dispuestos a morir por una causa que no es manipulada por ideologías demagógicas ni por radicalismos, sino por el simple deseo del bien común. El silencio de los pueblos, hecho de gritos desgarrados y de llantos asfixiados, retumba ahora de una forma ineludible. Es de necios no escucharlo. Dije antes que es inevitable pensar en nuestro hoy al leer La tragedia del

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Congo. Sin pensar en su posición social o en su prestigio intelectual, Williams, Casement, Conan Doyle y Twain se comprometieron con el ser humano, no sólo del Congo, sino en general, porque donde se humilla la dignidad de un ser humano se humilla la de todos. Los habitantes del Estado Libre del Congo no tenían voz propia, pero tuvieron voz a través de personajes como los reunidos en La tragedia del Congo. En la actualidad somos los individuos quienes no tenemos voz, pero la vamos adquiriendo gracias a las voces de esas masas en emergencia que han traído de nueva cuenta a la memoria la certidumbre de que el primer derecho del ser humano, el que le da razón de ser y de existir, es el derecho a la dignidad, la personal y la colectiva.


sobremesa

M

olino de Novedades Editoriales Arturo Trejo Villafuerte*

Del 26 al 28 de abril de este 2013, se celebró el xxi Congreso Internacional de la Crónica en la ciudad de Texcoco, con la participación de cerca de 70 elementos que llegaron lo mismo de Campeche que de Sinaloa, de Hidalgo que de Sonora. Los temas a manejar eran de suyo interesantes: “Recuerdos de la escuela” y “A cien años de la Decena Trágica”. Y se cumplió con creces la expectativa que habían generado los temas, ya que hubo trabajos de gran nivel. Debo destacar los aportados por nuestros compañeros de la uach: Moisés Zurita Zafra, Rolando Rosas Galicia, Miguel Ángel Leal Menchaca, Marco Antonio Anaya Pérez, Refugio Bautista Zane, Marcelo González Bustos y Amarilis González Hernández. Tuvo a bien el jurado otorgarme la presea “Tepuztlahcuilolli”, la * Profesor investigador de la Universidad Autónoma Chapingo y miembro del iisehmer de la misma institución. Sus más recientes títulos se han publicado en: Alas de lluvia (Poemas, 2010), Sueños al viento (Poemas, Antología, 2010), Ecos del tiempo (Poemas, Antología, 2011), Poemas para un poeta que dejó la poesía (Antología, 2011), Donde la piel canta (poemas, Antología, 2011), Coyotes sin corazón (cuentos, Antología, 2011), Sombras de las letras (ensayos, Ed. Cofradía de Coyotes, México, 2012. 136 pp.) El tren de la ausencia (cuentos, antología, Ed. Cofradía de Coyotes, México, 2012. 124 pp.) y Perros melancólicos (cuentos policiacos, antología, Ed. Cofradía de Coyotes, México, 2012. 174 pp.

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cual decía fue “por su entrega en bien de la Cultura, la Investigación y la Crónica de su lugar de origen”, lo que agradezco de todo corazón, muchas gracias, sobre todo al maestro Alejando Contla y al Consejo de la Crónica de Texcoco. Y a propósito del maestro y multifacético Alejandro Contla, además de ser mi paisano, ambos dos somos hidalguenses, como decía el presidente alto y vacío, resultó que el domingo 28 de abril concluían las jornadas de trabajo del Congreso y coincidía con su cumpleaños –nunca dijo qué número–, por lo que nos hizo una invitación colectiva para disfrutar de una suculenta barbacoa en su casa. Fue un auténtico placer compartir la sal y la mesa, como se dice, con los cronistas de casi toda la República, pero quien era el homenajeado, con justa razón, fue Contla, coronado con flores por parte de los y las cronistas de Chiapas; y ahí estuvieron al pie del cañón los cronistas de Sinaloa (por cierto el de Angostura, Crescencio Montoya Cortez, me regaló su libro La polla de Heraclio, el cual estamos leyendo y pronto comentaremos) y Sonora, quienes se retiraron ya tarde de la comida. Y luego, el verdadero Congreso se inició en la sobremesa con la sabrosa charla del cumpleañero, quien lo mismo nos habló de “El faraón de Texcoco”, Silverio Pérez, que de Francisco Gabilondo Soler, “Cri-Cri, el grillito cantor”, entre otros, pero también hubo mucha charla y mucha música hasta llegar a Chuy Rasgado y “Naila”, con la historia de por qué es una de las canciones favoritas del homenajeado. Salí de ahí como quería a las 23 horas, profundamente contento por la convivencia plena con la familia Contla Cantabrana, sus dos hijos, atentos y amables, y además con una bella corbata musical, llena de saxofones, que me hizo el honor de regalarme el anfitrión.

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La muerte nunca llega sola, se lleva por lo general de tres en tres; ahora perdió uno de mis compositores más queridos y admirados, César Portillo de la Luz, y tan sólo por dos de sus composiciones: “Contigo en la distancia” y “Delirio”. Con ambas, o cualquiera de las dos, pasaría a la gloria de la música de todos los tiempos. Murió a los 90 años, el pasado 4 de mayo. Al enterarme de su fallecimiento escuché las 40 versiones que tengo de “Delirio” –desde Tito Puente, Cheo Feliciano, Tania Libertad, etcétera– y oí, en el colmo del exceso, 40 veces “Contigo en la distancia”, en la versión de Cheo Feliciano y Fania All Stars. Claro, acompañado de unos suculentos vodkas –obvio Oso Negro–, con mucho hielo, limón y Jarritos sabor de tamarindo. No puedo olvidar la última vez que lo vi en México, en la Sala Nezahualcóyotl de la unam, cuando Hugo Gutiérrez Vega era Director de Difusión Cultural (también trajo al gran José Antonio Méndez, el autor de “La Gloria eres tú”, entre otras, quien murió atropellado en La Habana). Eran otros tiempos, otras situaciones, y la felicidad parecía estar al alcance de nuestra mano. Amantes frígidas (Ed. uach, México, 2013. 106 pp.) de Miguel Ángel Leal Menchaca, es un libro de gran madurez, intenso y profundo. Su discurso es pleno, incisivo, mordaz, tiene todos los elementos narrativos para atrapar al lector, y en cada uno de los once relatos que lo conforman hay un algo que nos impide dejarlos; tenemos que seguir hasta terminarlo. Y luego sigue el otro relato y el otro hasta acabar con el volumen. Las historias son lo que son y lo que pueden ser; de ahí la riqueza expresiva de nuestro autor zacatecano, quien pone en esas páginas motivos, hechos, situaciones, que hacen que las mujeres se vuelvan infieles y los hombres también. Pero hay más, porque nuestro autor llega al límite

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entre lo permisible, entre lo que infringe y lesiona a terceras personas cuando, como en el caso de un amasiato, sólo debe ser y es asunto de dos, y otro caso paradójico sería el que describe en “Don Clodo”, donde se van mezclando los elementos que harán que el protagonista atente contra el personaje de ese nombre y lo lesione, sin dejar de sentir los comentarios irónicos de quienes piensan que ese asunto que se traen es “cosa de putos”. Y el relato “Terquedad”, el cual es de antología y volvemos a enterarnos de que nadie sabe para quién trabaja. A propósito de Miguel Ángel Leal Menchaca, el pasado 7 de junio en el Auditorio Emiliano Zapata de la uach, se le entregó un Reconocimiento por su trayectoria literaria por parte de la Dirección General de Investigación y Posgrado de la Universidad Autónoma Chapingo y la Academia de Taller de Expresión Oral y Escrita y Literatura. Participaron en el acto los maestros Rolando Rosas Galicia, Moisés Zurita Zafra, Eduardo Villegas, Alex Sanciprián y quien esto teclea. Fue un acto emotivo y conmovedor, un justo Reconocimiento a la labor académica y literaria de un autor que vale la pena leer. Sabor a piel (Ed. Cofradía de Coyotes, México, 2013. 78 pp.) de Félix Cardoso (Calixtlahuaca, 1966), es su nuevo título de poemas y de nueva cuenta estamos ante uno de los poetas nuevos, recientes, que mejor manejan las palabras para hacernos ver los prolegómenos del erotismo, del acto amoroso. La palabra es una y el erotismo es otra cosa, se puede hacer uso de la palabra durante el acto erótico, pero es importantísimo que el acto erótico salga bien, triunfante, aunque sea sin palabras. Es cuando el tacto toma la palabra. En los anteriores títulos de nuestro autor, éste llega con plenitud a las palabras que definen la gran galería de recursos que se pueden dar en el erotismo, en el acto amoroso, y Sabor a


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piel no es la excepción. Nuestro autor borda bonito; sabe darle los giros a las palabras y cargarlas de significados para decirnos lo que disfrutan los sentidos. Se presentó el libro Jaime Sabines. Apuntes para una biografía de Pilar Jiménez Trejo (Gobierno del estado de Chiapas-Conaculta, México, 2013) el pasado 7 de mayo, en la Sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes. Creo que es un libro que puede ser fundamental en el conocimiento y la investigación de los modos y formas de la escritura de uno de los grandes poetas mexicanos de todos los tiempos. Bien lo dijo la autora: “Llegó el día. Nos vemos para celebrar a Sabines con este libro, donde es su voz la que se escucha”. Un recuerdo a propósito de Jaime Sabines: hace ya casi 54 años, cuando yo tenía escasos cinco años, patearon un balón con el que practicábamos futbol y se fue hasta la que llamábamos la Calle Ancha –nosotros jugábamos en el llano de Marina Nacional–, y un sujeto alto, güero y de ojos claros me regresó el esférico con la mano y no con el pie, como sería lo normal. Era Jaime Sabines, quien vendía forraje, medicinas y suplementos alimenticios en los establos de esa zona y ahora le había tocado el de la “calle ancha” en la colonia La Joya –del otro lado era la Bondojito, barrio donde vivo desde hace más de medio siglo–. Y, claro, eso lo supe muchísimos años después, cuando vi a Sabines en persona y ya era él un auténtico ídolo popular. Posteriormente lo volví a ver en Coyoacán, en un jardín que lleva su nombre y me firmó uno de sus libros publicados por la Casa de la Cultura de San Ángel, que también lleva su nombre. Como siempre puntual –cuando llega– la revista Dosfilos oriunda de Zacatecas, Zac., llega a su número 120 y le corresponde al mes de marzo-abril de este 2015, destacan en este número el trabajo de mi querido maestro Gerardo de la Torre (“El Booker,

Juan Manuel Torres, Petrovich, Parménides”) donde se ocupa de cuatro inolvidables de la literatura y el cine: Jesús Luis Benitez, Juan Manuel Torres, Pedro Armendáriz junior y Parménides García Saldaña. Luego viene un texto interesante pero demasiado corto y estrecho sobre el jefe de jefes, Muddy Waters, debido a la pluma de Jorge García Ledesma, además de poemas, artículos variados, creación literaria. Sin ninguna duda es una revista que no tiene desperdicio. Icuic totlalnantzin (El canto de la madre tierra) (Ed. uach, México, 2013. 182 pp.), con prólogo del poeta Rolando Rosas Galicia, es un volumen coordinado por Marco Antonio Anaya Pérez y Refugio Bautista Zane, maestros de la Universidad Autónoma Chapingo, ambos historiadores con una larga lista de títulos en su haber, y que con mucho esfuerzo y sacrifico realizan estos volúmenes, cuyo interés radica en resaltar los valores, conocimientos y tradiciones de muchos pueblos de donde vienen nuestros estudiantes. En este volumen nos proporcionan trabajos de los alumnos de la Universidad, específicamente de la Preparatoia Agrícola, donde éstos vuelcan sus impresiones sobre el mundo que los rodea, sobre todo sus usos y costumbres, las cuales deben ser registradas y resguardadas, ya que, de otra manera se perderían. Las eternas rutas (Diablura Ediciones, México, 2013. 24 pp.) de Mónica González Velázquez, es un pequeño y bello volumen de poemas con forros de couché y los interiores de papel de estraza, muy bien impreso, es parte de una colección que se edita en Toluca, México. Mónica nos ha proporcionado poemas en los envases más inverosímiles como los “No doctos”, donde, en un frasco como de medicina, vienen los poemas y unos chicles Canel’s y los “Poemas sorpresa”, donde en una bolsa de papel de estraza viene un poema y, en este caso, una

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pistolita de plástico. Ahora en su libro de poemas, bajo la advocación de Constantino Cavafis y la ciudad de Nueva York, se siente una voz clara, sencilla y profunda que le permite decir cosas como estas: “La voz no dice nada y no vendrá la tarde con sus/ rumores inconscientes/ el insomnio tendrá otro nombre en la espesura/ de la noche”. Un libro donde se siente tensión del viaje, la zozobra de los otros lugares donde somos, ni duda cabe, los extranjeros, los otros y “en medio del desastre: la poesía”. En el Centro Cultural “La Carmelita” de la Colonia Guadalupe Tepeyac (Elsa No. 35), se celebró el sábado 27 de abril un Encuentro de Poetas Latinoamericanos, donde participaron Omar Helfing (Argentina), Daniela Sáez Ferrada –quien también es actriz– (Chile), Fernando José Saavedra (Nicaragua), Helmut Jerí Pabón (Perú, de quien acabamos de leer su noveleta El deseo de Berenice, Paracaídas Editores, Perú, 2013. 94 pp., muy divertida, por cierto), Pablo Aldaco (Hermosillo, Sonora), Marcos Rodríguez Leija (Nuevo Laredo, Tamaulipas) y Janitzio Villamar (México, Distrito Federal). Todo ello contando con la coordinación de la Maestra Gloria Zaldívar de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México. Además también participó Salva Bárbara Waldan Piters (Nicaragua), quien leyó en la lengua Miskito. Por cierto, este Centro Cultural independiente se encuentra siempre muy activo, lleno de actividades, brindando los cursos de francés con la maestra Trilce Trejo García; de Artes Plásticas y Dibujo Artístico con Ramón Martínez Ocaranza; de Defensa Personal, Tae Kwon Do y Acondicionamiento Físico con Música con la maestra Margarita Solís Gómez; Guitarra con el maestro Fernando Moreno; Flamenco y Taller de Sevillanas con la maestra Carmen Silva; y Apreciación Literaria impartido por quien esto escribe.

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Y ahí mismo, en “La Carmelita”, el próximo sábado 15 de junio se presentará el libro de poemas de Esmeralda Vela: Voces inusuales (Eterno Femenino Ediciones, México, 2012. 114 pp.), a las 18 horas, acto en el que participa la autora, Noemí Luna (editora), Eduardo Villegas y quien esto escribe; como moderadora Guadalupe Rodríguez y las intervenciones musicales de Óscar Yair Carmen, acto al que están todos cordialmente invitados. También se presentará una exhibición de Batik por parte de la maestra Susana L. González Sonk. Habrá vino de honor. En la Facultad de Humanidades de la Universidad Autónoma del Estado de México, del 22 al 24 de mayo, se celebró un encuentro de creadores y críticos: “La literatura mexiquense a 29 años de la Declaración de Malinalco”, la cual fue firmada en 1984 los días 7, 8 y 9 de mayo, por un excelso grupo de autores donde sobresalen Emmanuel Carballo, Eraclio Zepeda, Eugenio Aguirre, Benjamín Araujo, Elsa Cross, Marco Aurelio Chávez, Xorge del Campo, Rafael Gaona, Alain Derbez, Otto Raúl González, José Luis Herrera Arciniega, Gonzalo Martré, Jorge Arturo Ojeda, Aline Pettersson, Alfonso Sánchez Arteche, Félix Suárez, Edmundo Valadés y otros tantos más, la cual tiene en uno de sus párrafos esta verdad de a dólar: “Ratificamos el carácter independiente de la profesión del escritor que no reconoce más compromiso que con su pueblo y con la literatura”, además de otros puntos que hacen muy apreciado su contenido, sobre todo en algunos puntos sustanciales para el quehacer literario, artístico y cultural. Los anfitriones de este encuentro, versión 2013, fueron David de la Torre Cruz y José Luis Herrera Arciniega, y ahí estuvieron también nuestros amigos Margarita Monroy y Roberto Fernández Iglesias, Emma y


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Martín Mondragón, animando el encuentro Ilse Naomi Jaime, las dos Lupitas; y entre los asistentes los estudiantes Silvia –quien está haciendo su tesis sobre El complot mongol de Rafael Bernal–, Alberto e Isaac. Además nos invitaron a una parrillada de pronóstico reservado, sobre todo para los que no somos tan carnívoros. Mi querido Coyote Mayor, Eduardo Villegas, Esmeralda Vela y quien esto escribe estuvimos, de verdad, de manteles largos. Gracias, compañeros de la uaem, por su invitación y sus atenciones. En nuestra hermana República de Colombia hay dos Andrés Caicedos: uno que se suicidó a los 26 años de edad después de publicar Que viva la música, una súper novela, de quien incluso ahora se ha hecho un documental muy interesante, “Unos muy buenos amigos”, dirigido por Luis Ospina, en el que se dedica a entrevistar a amigos del difunto, gente en general y un fragmento de una película nunca terminada sobre el cuento de “Angelita y Miguel Ángel”; además encontré en un tiradero de libros donde nadie sabía quién era el autor El cuento de mi vida. Memorias inéditas (Verticales de bolsillo, Colombia, 2008. 102 pp. Incluye fotos); y, claro, nuestro muy querido amigo Andrés, homónimo del otro, perfectamente vivo y en activo, quien hace una revista muy interesante, Urcunina Literaria, y que es autor de nuestra Cofradía de Coyotes. En una nota posterior escribiremos sobre la revista. Arriba dijimos que la muerte se lleva, por lo general, de tres en tres. Y no es mentira y creo que tampoco casualidad: mueren dos íconos mexicanos, uno de la política y otro de la literatura: Arnoldo Martínez Verdugo y José María Pérez Gay, el primero de la izquierda esa que sí era izquierda, dirigente del Partido Comunista Mexicano, y el segundo un escritor que se la pudo haber llevado de a “pechito”, pero se comprometió con las mejores causas, con su tiempo y

su época, llegando a estar muy cerca de Andrés Manuel López Obrador durante las campañas de éste; incluso se llegó a hablar de él como posible secretario de Relaciones Exteriores del gabinete del tabasqueño si hubiera ganado la presidencia. Colaboramos en la revista de Arnoldo, Memoria, la cual era el órgano de difusión del cencos; y conocimos a “Chema”, en la épocas gloriosas del suplemento “México en la Cultura” de la revista Siempre!, y en la fundación de Nexos y de la Editorial Cal y Arena. Como se dice en estos casos, descansen en paz. El tercero es un inolvidable y gran músico: Ray Manzarek, el cerebro que trabajaba atrás de un grupo de rock fundamental: “The Doors” y cuya figura emblemática era Jim Morrison. Recuerdo con mucho gusto uno de sus discos como solista: “Translucent Blues”, con Roy Rogers. Los tres fallecieron a finales de mayo. Tenemos ante nosotros la revista Catársis, elaborada en el estado de Tamaulipas y animada por Nora Iliana Esparza Mandujano, una actividad editorial y una publicación que debemos apoyar porque por allá por aquellos lares parecería que nada más la violencia existe; y no; también hay personas que trabajan por la cultura y las artes. No siempre nos llega, pero en estos números aquí reunidos hay creatividad y talento. ¡Felicidades! En una nota anterior escribí sobre los libros de Eduardo Antonio Parra y dije que su narrativa es muy estimulante, eficaz, y que como dijera el gran maestro Ricardo Garibay, nos ofrece una gran malicia literaria. Luego mencioné varias de sus obras pero se me olvidó una gran novela: Nostalgia de la sombra (Joaquín Mortiz, México, 2002. 300 pp. $130.00 aprox.), la cual es su primera incursión en los trabajos de largo aliento y una de sus narraciones que más me llaman la atención. Y repito, si un lector busca buena literatura, con los libros de nuestro autor

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nunca quedará defraudado. En la época de los Carlos Cuauhtémoc Sánchez y Paulo Coehlo, siempre será estimulante y gratificante contar con la verdadera literatura como la de Parra. ¿Hay que quemar a Sade? Se pregunta Simone de Beauvoir (1908-1986), y luego contesta con mucha lucidez a todas y cada una de las interrogantes que nos hemos planteado muchos de los lectores del “Divino marqués”. Es, sin ninguna duda, un súper libro que no sólo nos pone a nivel de piso con el inquietante escritor, sino además hay muchas ideas en torno a éste personaje que ha sido un baluarte del Surrealismo y de muchas otras vanguardias literarias. Un auténtico transgresor y un pensador clave para comprender lo que sucede adentro del hombre, por eso lo tomó Sigmund Freud para hablar de quien le gusta hacer sufrir a otro (sadismo). Se quedan sobre nuestro escritorio-mesapupitre una infinidad de libros que juntaron después de la huelga de un mes y días de nuestra querida Universidad Autónoma Chapingo, más los que siguen llegando y que estamos disfrutando plenamente: Las mascotas secuestradas de Nereyda Villegas Guevara, La calle de Babel de Henry A. Manrique B., Condición de nube de Eduardo Cerecedo (Eterno Femenino Ediciones, México, 2012. 100 pp.); Nombre de perro de Elmer Mendoza; un libro que es sin ninguna duda erudito y súper bien informado y documentado el titulado La travesía de la escritura de Sergio Pérez Cortés; Edén subvertido de José de Jesús Gama Ramírez; Criaturas de la tinta alada. Cuentos, mini cuentos y cuentemas de Enrique González Rojo Arthur (Instituto Sinaloense de Cultura, México, 2012. 106 pp.), Los informantes de Juan Gabriel Vásquez (Alfaguara); El lago y la torre. Seis poetas vanguardistas nicaragüenses (Difusión Cultural uam, Col. “Molinos de viento”) con selección y

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prólogo de mi amigo Moisés Elías Fuentes; Ni una gota de Diana Violeta Solares Pineda, publicado y editado por nuestro Molino de Letras. También tengo en mis manos La forma de un bolsillo de John Berger (Ed. Era, México, 2002. 154 pp., costo: $ 188.00, traducción impecable de Paloma Villegas, volumen que, por cierto, no conocía) y un muy buen libro de J. J. Armas Marcelo de un santo que ya no es de mi devoción: Vargas Llosa. El vicio de escribir; el libro de Crescencio Montoya Cortez, La polla de Heraclio (Creativos/editorial, México, 2010. 144 pp.) el cual estamos leyendo, entre otros. Y por cierto desde estas páginas, reitero mi apoyo al Sindicato Mexicano de Electricistas y a los trabajadores de Mexicana de Aviación, porque les asiste la razón, y repudio las políticas antipopulares, rapaces y mezquinas del Estado mexicano: ¡No a la nueva ley laboral y a la Reforma Educativa!, ¡la Patria no se vende!, ¡no a la privatización de la energía eléctrica y del petróleo!, ¡ya basta de gasolinazos!


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