El recolector de piedras
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El recolector de piedras Fábula novelada y engrandecida sobre un hecho real
Para Paco, recolector de piedras.
El vagón parecía al completo y si quedaba alguna plaza libre apenas se veía, sólo coronillas alineadas según el orden de los asientos. La mayor parte de los viajeros eran hombres de negocios, ejecutivos trajeados y ejecutivas, bien vestidas y conjuntadas, blusa y falda o trajes sastre, de colores grises, marinos o café. La flor y nata de los negocios, trabajadores impenitentes que se dirigían a pasar el día en una ciudad bella y cruel, acogedora y atascada. Un enjambre acelerado en el que pasarían el día para volver por la noche a casa; con el objetivo de llegar en el mejor estado posible. No iban a hacer turismo, lo que se deducía por sus gestos concentrados y expectantes. Algunos consultaban sus ordenadores portátiles, otros sonreían ajenos a lo que sucedía a su alrededor tecleando en sus teléfonos móviles. Una minoría leía el periódico. Una joven, probablemente estudiante, consultaba unas notas. Una pareja de alemanes vociferaban indiferentes a las caras de asombro de algunos de los pasajeros. Un matrimonio de ancianos, que posiblemente pasarían unos días con alguna de sus hijas, sonreían como diciendo: ¡ya ven los alemanes también gritan!, además, no se les entiende nada. En aquel tramo el AVE alcanzó los 300 Km por hora, circulando por entre las ondulantes tierras ocre de la Manchuela. Cuando estiré mi pierna derecha di de lleno con la de mi vecino, quien no se sobresaltó y sonriendo me dijo: 1
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– No se preocupe es normal en estos asientos encarados. Extiendes una pierna y te encuentras con la del enfrente. A veces pienso en las habilidades o, mejor dicho, las incompetencias, de los diseñadores de estos vagones. En fin, esté usted tranquilo, nos apañaremos. Una media hora antes, cuando encontré mi asiento, me dije: ¡vaya, otra vez la plaza del incordio constante!, la fatídica 12A o 12B. La mía era la A que por lo menos se orientaba en la dirección del viaje, la de mi vecino era la B que iba en sentido contrario. Menos mal que el trayecto era breve. Aún recuerdo cuando en el Intercity el viaje duraba cuatro horas y media, siempre que no hubiera retrasos, y los había frecuentemente. Entonces, el incordio se transformaba en tortura, sin ánimo de exagerar y teniendo bien presente que cada cual percibe su bienestar o malestar al socaire de las circunstancias y contingencias. En estos casos, la actitud del acompañante en asientos encarados es de vital importancia. Para agradecer la gentileza y educación de mi vecino, tras insistir en la incomodidad de los asientos, busqué el socorrido comentario: – Parece que hoy tendremos un día de extremo calor. Los comentarios sobre el tiempo abren las conciencias comunicativas, los políticos las cierran, cuando no las convierten en una discusión sin sentido. – Sí, hoy hará mucho calor en Madrid. – ¿Viaja usted por negocios? MI interlocutor esbozó una amplia sonrisa al tiempo que negaba con la cabeza, para después permanecer en silencio observando el paisaje que transcurría por la ventana. Me dije que era un buen momento para distraerme con la revista que me había comprado en la estación: Enigmas, titular: Contactos con el otro lado. Siempre me ha atraído el misterio, me gusta encontrar una solución científica y coherente. De no encontrarla, leo estas revistas como si fueran ciencia ficción, género en declive del que soy gran aficionado. Los viajes en tren pueden ser un buen momento para leer este tipo de cosas. La sorpresa te arrebata y te concentras como si de una novela se tratara. Además, la cosa más bella que podemos experimentar es lo misterioso. Aquel para quien esa emoción es ajena, aquel que ya no puede maravillarse y extasiarse ante el inexplicable, vale tanto como un muerto: sus ojos 2
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están cerrados. Creo que lo escribió Albert Einstein, pero no estoy del todo seguro. Andaba yo con estas reflexiones cuando mi vecino las interrumpió. – Usted sí. – Disculpe, ¿cómo dice? – Que viaja por motivos de trabajo – Sí, así es. – Yo ya estoy jubilado, ahora me dedico por completo a la afición que me ha acompañado durante toda mi vida desde que era muy pequeño. Una afición que ha sido y es mi verdadera profesión y vocación. – Suena bien, hacer lo que uno ama es el primer paso de la felicidad. – ¡Y que lo diga usted! – ¿Puedo preguntarle cuál es esa afición o profesión? – Soy recolector de piedras. ¡Recolector de piedras! Imposible y emulando al torero me dije para mí: ¡hay gente pa to! Me repuse suponiendo que mi acompañante podría dedicarse a la construcción y que tenía una empresa de recogida y clasificación de piedras para los cementos y argamasas con el fin de potenciar su resistencia. Pero no, puede que no fuera eso, deduje, cuando percibí en mi interlocutor un gesto de regocijo. – Recoger piedras es una actividad enriquecedora y variada, por cuanto hay que decidir el lugar, el tipo de piedra y su estética. No vale cualquier piedra. Es preciso establecer unos criterios previos y después seguir un procedimiento. Hay, no obstante, piedras que se eligen al azar, piedras que son un regalo y otras que te encuentras inesperadamente. Las hay... ¿De qué estaba hablando aquel hombre? Parecía sugerir que recogía piedras sin más. Pero, qué tontería. – ...el método varía. Usted habrá pensado en las máquinas recolectoras de piedras, pero estos artilugios no piensan mientras las recogen –sí, eso era exactamente lo que había pensado–. Yo prefiero hacerlo siguiendo una pauta laxamente prefijada, haciendo posible todo el significado de la palabra recoger. Reunir, coger algo que se ha caído, juntar, y disponer con orden lo que parece desordenado, diccionario ipse dixit. Pero, sobre todo, lo que a mi me interesa es el recogimiento interior, abstrayéndome reflexionando o medi3
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tando mientras voy cogiendo este guijarro o aquella china. Ve usted –prosiguió, sacando del bolsillo derecho de su chaqueta una piedra redondeada y rojiza parecida a una canica–, esta es mi primera piedra y siempre va conmigo, la encontré en un solar cercano a mi casa en el año 1956. Desde entonces mi colección ha ido aumentando sin parar. En mi casa hay muchos libros sobre piedras y cajones, vitrinas y armarios, repletos de ellas. Solo tienen valor para mi. Esta piedra que tengo en mi mano –enfatizó levantando su brazo mientras la sujetaba entre el pulgar y el índice–, está fuertemente impregnada de mis viajes, mis experiencias, mis alegrías, mis dudas y mis sufrimientos. Tiene vida propia, un ánima repleta de energía. Además, las piedras ni protestan ni te traicionan. – ¿También le interesan las piedras preciosas? –pregunté con la apatía de la ignorancia y por decir algo. – ¡Pero qué dice!, ¡las piedras que recojo no tienen precio! Las piedras preciosas son precisamente eso precio...sas –se detuvo unos instantes enfatizando la primera parte de la palabra–. El valor de las piedras depende de las experiencias que sentí cuando las vi y las tuve en mis manos, aunque no siempre las recuerde. ¿Se imagina la cantidad de emociones que he tenido sin desembolsar un duro? La gente viaja para después poder contar las experiencias que ha vivido. A veces soliviantando la paciencia de sus amigos y familiares. Fotos, videos, más fotos y recuerdos estereotipados: la imitación de un papiro del antiguo Egipto, una torre de Pisa muy pequeñita, una cajita con azafrán tunecino o un recipiente para el mate, y ahí queda la cosa. Los hay que preferimos guardar lo que hemos experimentado para nosotros mismos. Yo lo hago recogiendo piedras de aquí y de allá, cada una con su experiencia en particular, a veces breve y otras más larga y profunda. Son trozos de mi vida, experiencias y reflexiones que he ido acumulando. Muchas de ellas olvidadas pero todas sentidas y representadas por miles de piedras. Mi perplejidad iba en aumento y como tenía muy poco que perder me decidí por un comentario algo beligerante del tipo como: ¿está usted bien de la cabeza?, ¿no tiene otra cosa mejor qué hacer? Me contuve. Parecía una persona culta e inteligente. Vestía un traje azul marino que aparentaba estar hecho a la medida y una camisa blanca de buen corte y costura. Era una 4
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persona elegante que sabía gastarse el dinero. ¿Un empresario quizás? Hablaba argumentando y sin lagunas, creyendo en lo que decía, cosa harto infrecuente. Quizás congeniaba conmigo animado por la intención de entretenerse o con la expectativa de que el viaje acabaría pronto. Me pareció que continuar con la conversación sin importunarle era mucho más entretenido que cualesquiera otras de las alternativas con las que contaba. Decidí olvidarme de las piedras y satisfacer mi curiosidad preguntando lo primero que acudió a mi pensamiento: – ¿Es usted empresario? – No, ¡Dios me libre! –ante mi gesto de estupor dejó de sonreír–. Verá usted –prosiguió– empecé a trabajar en el Corte Ingles muy joven tras suspender la reválida del cuarto curso del antiguo bachiller. Siempre he estado en la sección de caballeros. Fui progresando hasta llegar a ser jefe de planta. Gané bastante dinero y hace tres años me ofrecieron la jubilación anticipada acompañada de una indemnización de escándalo. La acepté y hoy tengo dinero de sobra para llegar a los 100 años teniendo una vida holgada y dedicado casi exclusivamente a mis piedras y mis libros. No tengo obligaciones ni responsabilidades importantes. Leo mucho, pasé un pequeño periodo de tiempo en la sección de libros. Allí descubrí a Nietzsche, creyendo que Así habló Zarathustra era una novela histórica. Fue una enorme sorpresa empezar a leer filosofía sin ser consciente de lo que estaba haciendo. Entendí muy poco pero me interesó mucho y sigo intentando comprender. Luego me encontré con Ortega y Gaset. Fue fantástico, tengo piedras de los lugares que ambos visitaron en sus vidas. Ellos también fueron recolectores de piedras, en cierta forma, claro, no como yo. No tengo estudios pero busco y seguiré buscando mientras viva. Mucho de lo que encuentro está en las piedras, el lugar en el que las recojo, el viaje que he tenido que hacer, las personas que he conocido y, después, llega un momento sublime cuando las organizo y clasifico, para después desordenarlas y comenzar de nuevo. – Pero..., eso es imposible con tantas piedras. – Depende. – No le entiendo.
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– Depende de las elegidas para ser observadas y analizadas. Pasar los dedos sobre ellas es como abrir un libro desconocido por la primera página. Es una historia real o imaginada, con sus personajes, sus conflictos y sus alternativas de resolución. Elegir, ese es el verdadero problema. Pero eso lo hacemos a cada momento, muchas veces de forma inconsciente. Yo lo hago con propiedad, con rigor e interés. A veces las extiendo sobre una mesa y las miro con extrema concentración. ¿Y si alguna procediera del centro de la galaxia?, ¿y si esta otra –volvió a levantar su brazo sosteniendo la piedra de su infancia– la tuvo Arquímedes en sus manos mientras preparaba la defensa de Siracusa? Lo que hago es como una especie de yoga del pedrusco. Ja, ja. ¿Le escandalizo? – No, no, me escandaliza, me sorprende y creo que no alcanzo a entenderlo del todo o lo entiendo muy mal. Sonreí. – Le comprendo. En mi opinión, recoger piedras es una forma de combatir la entropía y el desánimo. No sé quien fue el que dijo que un pesimista es un realista bien informado. No estoy de acuerdo. Es un argumento para justificar el pesimismo de quien lo defiende. No demuestra nada. Puede que el mundo no lo muevan los optimistas, pero tampoco los pesimistas. Lo que sí sé es que el entusiasmo es una cualidad bastante común de los optimistas. El pesimismo es la antesala de la depresión. ¿Se imagina como seria un mundo compuesto únicamente por pesimistas? Todos se afanarían en discutir sin llegar a un acuerdo. Serían realistas, de acuerdo, pero su pesimismo no les dejaría actuar. No harían nada, solo protestar y desesperarse. Buscar piedras con el único fin de encontrarlas es un síntoma de entusiasmo, una motivación que no va más allá de quien las busca y las encuentra. Algo que solo tiene sentido por sí mismo sin necesidad de buscar motivos que aprueben los demás. Algo propio de alguien que, sencillamente, busca. ¿Le parece poco? Lea, lea usted a Nietzsche, reflexione con Ortega, camine con Machado, viaje con Kavafis. ¿Que hubieran hecho sin piedras que buscar? ¿Nietzsche, Kavafis?, ¿buscadores de piedras? La conversación tomaba un giro alucinante. Mi interés creció sobremanera y solo faltaban treinta minutos para llegar a Madrid. Deseaba que siguiera hablando y explicando sus razones. Entonces observé en mi interlocutor un ligero gesto de melancolía. 6
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Miraba por la ventana, concentrado y en silencio. Pasaron unos minutos sin que dijera nada. De improviso me miró con tristeza, deduje que algo le atormentaba. No supe qué decir. Me mantuve en silencio. Entonces el buscador de piedras prosiguió con sus explicaciones. – La vida sin entusiasmo es como un arroyo sin agua. El desinterés y la molicie son la antesala de la depresión y la muerte en vida. La única manera de combatir la angustia y el pesimismo es con la vida. Una vida deseada y activa es un regalo de los dioses, la mejor manera de recorrer el camino que nos lleva al final o al principio, poco importa –mientras hablaba su semblante fue mejorando y un gesto jovial fue ocultando su amargura–, haya o no haya nada. ¿De qué me serviría saber que no habría nada o que lo hubiera sin saberlo? Este es el trabalenguas en el que se han devanado los sesos los seres humanos sin encontrar respuesta. El desespero, estimado señor, no existe para los buscadores, más allá de los segundos en los que te encuentras perdido. Ahí te puedes quedar, pero lo que le he dicho, tan solo unos segundos, antes de que haga presa en ti. Nietzsche no mató a Dios por desesperanza sino para liberar a los humanos de las garras de la religión extrema y la mitología esclavizadora. Luego sucumbió. Había trasladado el paraíso de su lugar quimérico hasta nosotros. No le gustó el resultado. Sin embargo, sus gritos fueron de optimismo y esperanza. Cuanto anduvo, anduvo bien y anduvo mucho. En esencia, fue un buscador de piedras. Lo mismo que Kavafis, quien recorrió una verdadera Odisea interior para llegar sin cargas y rencores a su punto de partida. Recuerdo haber leído a Ortega que vivir es estar ocupado en algo y aunque consiga ocuparme con todo lo que hay en el mundo, el mundo no sería más que aquello en lo que me ocupo. ¿Cuál es la ocupación de su vida?, ¿qué hace usted? No, no me conteste, me falta Machado: todo el que camina anda. Yo lo hago buscando piedras. No, no es una excusa, es un fin, una finalidad con sentido. Su mirada volvió a entristecerse. Pero esta vez duró muy poco. – ¡Y dice usted que no ha estudiado! – Efectivamente, no superé el cuarto de bachiller. No se extrañe, pero me sucedieron cosas que transformaron mi vida y, desde entonces, busco piedras y leo a filósofos..., y poetas. No encontraré la respuesta, lo sé, pero sí 7
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algunas respuestas para seguir caminando. No soy una persona con estudios, ni tampoco un buscador errático. Sé que no soy el único al que le ha azotado la tragedia. Todos tenemos un dolor guardado, algo que nos hizo sufrir y que, en ocasiones, se aloja profundamente en nuestras entrañas. Leer atenúa el sufrimiento, aunque no lo elimine. Se podría decir, con toda humildad, que soy una persona leída. – ¡Le parece poco! – Leer no es suficiente. El cómo es tan importante como el porqué. Pero sin porqués no hay cómos. ¿Conoce usted la conversación que relata Primo Levi, escritor italiano de origen judío sefardí, superviviente del Holocausto en el campo de concentración de Auschwitz, en su libro Si esto es un hombre? Cuando Levi intentó coger, agobiado por la sed, un carámbano que colgaba de la ventana un guardia se lo arrancó brutalmente: ¿Warum?, por qué, le preguntó Levi al nefasto guardián, el cual respondió, Hier ist kein warum, aquí no hay ningún porqué. Esta respuesta es una sinopsis de algunos de los grandes problemas de nuestra época. El saber se obtiene preguntando, yo por el momento me satisfago leyendo, y muy pocas veces es el resultado de una acción indiscriminada. El porqué se basa en los motivos intrínsecos y el cómo en la manera de verlos realizados. Tampoco se trata de obsesionarse con el porqué ni, desde luego, con el cómo. Las acciones son tan importantes como los motivos. Motivos sin conductas son similares a conductas sin motivos, nada. Conviene que usted no confunda mis conductas, buscar piedras, recogerlas y clasificarlas, con los motivos que me impulsan. – Señoras y señores, próxima parada y final de trayecto, Madrid. Esperamos que hayan tenido un buen viaje. No olviden sus equipajes de mano... Mi interlocutor se detuvo, interrumpiendo sus comentarios, se levantó para alcanzar su maleta y cuando la depositó en el suelo prosiguió diciendo: – No se crea usted, cuando recojo piedras no voy vestido de esta manera. Llevo puesto un equipaje apropiado, cómodo y deportivo. En los trenes procuro vestirme con el uniforme de toda mi vida profesional, el traje. Me lo he pagado yo al igual que este viaje. Reivindicando me derecho a ser diferente, mi individualidad, el ser lo que soy. De todo este vagón me la juego que solo han pagado los ancianos y los alemanes. Incluso usted viaja con el billete 8
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cubierto, el hotel, si lo hubiera, y los gastos –asentí–; a la estudiante se lo habrán pagado sus padres. Es lo que tiene la primera clase, los que pagan van en segunda. Bueno ahora ya no se dice así, ahora es business y turista. Así va el mundo. Bajamos juntos del tren y fuimos caminando por el andén. Al llegar a los jardines de Atocha nos despedimos. Le insistí en que me diera su dirección de correo, pero me dijo que no. Aquel había sido un encuentro casual y había que dejarlo así. Lo lamenté, se lo dije e insistí. No cedió. Logré, no obstante, que tomara nota de mis datos y tras anotarlos en su teléfono móvil se despidió diciendo: – Si un día decidiera buscar piedras le recomiendo que comience por Torrevieja, en Alicante. Allí son bellísimas, negras y brillantes, basálticas, parece que provienen del norte de Europa. Es extraordinario. En el río Orinoco las hay azules, rojizas en el mar arábico y pardas cobrizas en la Patagonia. Hágame caso, busque piedras y encontrará emociones inesperadas y lugares maravillosos. Pero no se olvide del porqué, aventúrese siguiendo a Kavafis, recuerde los paseos de Nietzsche en Sils–María, lea a Ortega y también a Emilio Lledó, ¡cómo, no!, gran pensador de nuestros días. Busque sus porqués y descubrirá sus cómos. Hoy me dirijo al valle del Paular, a Rascafrías, cerca de las Presillas. No sé lo que me encontraré. Será algo bueno, seguro. Adiós, amigo, y que la fuerza de las piedras le acompañe, ja, ja. Dio la vuelta y sonriendo para sí se alejó pausadamente. En algún momento y ya lejos de donde yo estaba creí vislumbrar como miraba hacia el suelo de una jardinera y se agachaba.
Esta fábula o cuento de verano se basa en un hecho real. Entre baño y baño, leyendo con fruición a Petros Markaris, decidí darme una pausa dando un paseo por la orilla del mar. Una piedra negra y brillante atrajo mi atención. La cogí moviéndola y frotándola entre mis manos. No era muy grande pero tras quitarle la arena su tacto me encantó. Sin darme cuenta fui recogiendo piedras similares, sin importar el tamaño y siempre que no fueran más grandes que la primera. En eso andaba cuando percibí que un chiquillo de unos siete años venía tras de mi observando lo que hacía. Guapo y despierto me miraba con interés. Le sonreí y entonces me dijo: –¿Qué haces? – Cojo piedras –respondí–. 9
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––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––– – ¿Y por qué coges piedras? – Para entretenerme. Mira todas las que tengo. – ¡Ala!, ¡cuantas! Pero, ¿por qué coges tantas piedras? – Porque me gustan. – ¿Y por qué te gustan? – Porque son bonitas. Mira –le dije enseñándole la primera que había cogido–. – Es verdad, son muy bonitas. Aunque la anécdota continua la dejaré aquí, pues de proseguir daría lugar a un nuevo relato. En cualquier caso, debo decir que me conmovieron el interés, la empatía y la curiosidad de aquel niño. Espero que sus profesores se afanen en satisfacer sus grandes deseos de aprender y saber y se concentren en responder a sus porqués, de lo contrario perderemos a un emprendedor en potencia para convertirlo en un competidor más de lo imposible. Ismael Quintanilla ismael.quintanilla@uva.es Agosto de 2015
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