100 años de Pita Amor

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CÓNCAVA Y CONVEXA

No es hablar de una poeta sino de un tornado, de una mujer volcán. A punto de cumplirse 100 años del nacimiento de Pita Amor revisitamos un mínimo de las letras y de la presencia inolvidable de quien fue su «propia casa» y vivió siempre en «do mayor». Por M ÓN I CA I SA B E L P É REZ

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y de tormentos, hay lágrimas y borracheras y arte, lujo y decadencia; energía y potencia desbordantes como si en lugar de una mujer, Pita se tratara de un fenómeno natural espectacular y avasallador. Huracán Pita. Tormenta Pita. «Era explosiva como un volcán en erupción», asegura la directora de la Galería de Arte Mexicano, Mariana Pérez Amor, quien es la hija de su hermana Inés. DE SU ESFÉRICA IDEA DE LAS COSAS

Una noche de 1946 Pita le hizo caso a un impulso que le cambió la vida. Tomó lo que tenía a la mano, que eran una servilleta y un delineador de ojos, y escribió. «Casa redonda tenía / de redonda soledad: /el aire que la invadía / era redonda armonía / de irrespirable ansiedad…». Siguieron y siguieron los versos y al cabo de un rato «Yo soy mi propia casa» hasta hoy uno de sus poemas más célebres, quedó terminado. Al punto final siguió el principio de una carrera fecunda en las letras que la hizo olvidar su previa exploración del teatro y del cine, donde tuvo papeles secundarios en películas de poquísima trascendencia. Se entregó a las letras con la misma pasión con la que se entregaba a las noches citadinas del México de aquel entonces en las que muchos la recuerdan participando de la vida bohemia enfundada en nada más que un abrigo de mink. Frívola en apariencia, pero profundamente angustiada, su desnudez fue doble ya que, más allá de la piel que le

FOTOS: CORTESÍA: ARCHIVOS PERSONALES DE LA FAMILIA AMOR.

H

ay veces que de toda una vida se recuerdan solo los últimos instantes. Y por eso, al mencionar a Pita Amor aparecen inmediatas imágenes de calles y de flores. La Zona Rosa y, en cacofonía, las rosas del tocado con que adornaba su abundante pelo octogenario. Muchos habitantes de la ciudad, como apunta su sobrina Elena Poniatowska en el libro Las siete cabritas (Ed. Era, 2000) la recuerdan también por las tremendas reprimendas que les lanzaba si se atrevían a acercarse a ella: «…utilizó el bastón para ahuyentar admiradores y acreedores, a veces pegándoles, a veces blandiéndolo al aire: “¡Paso, irredentos, abran paso!”». Si de por sí era excéntrica, en sus últimos años Pita alcanzó los máximos niveles de extravagancia que había visto hasta entonces la sociedad mexicana. A su lado hasta la aguerrida María Félix, quien fue una de sus más grandes amigas, terminó luciendo moderada y políticamente correcta. No había a la muerte de Pita, acontecida en el primer año del milenio actual, una mujer más extraña, impertinente y genial como la que se autodenominaba «reina vitalicia» de la colonia, pero a quien los vecinos de la Juárez terminaron por apodar con sorna «abuelita de Batman», como la canción de Botellita de Jerez. Por supuesto los finales no siempre le hacen justicia a las historias que los provocan. Además de calles, flores y bastonazos, el universo de Pita Amor estaba (está) compuesto de sonetos, de contrastes, de placeres


UN AÑO PARA CELEBRAR El 27 de mayo se realizará un homenaje en Bellas Artes en conmemoración de su centenario. El Fondo de Cultura Económica reeditará Yo soy mi casa. Por su parte, Eduardo Sepúlveda Amor presentará en diversas salas el documental Pita Amor, señora de la tinta americana.

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encantaba dejar ver sabiéndose admirada por su belleza, en cada poema exhibió sin tapujos lo que sentía y lo que pensaba. Solo entre 1946 y 1953 publicó Yo soy mi casa, Puerta obstinada, Círculo de angustia y el impactante poemario Décimas a Dios que más de uno habrá considerado herejía: «Dios, invención admirable, / hecha de ansiedad humana / y de esencia arcana / que se vuelve impenetrable. / ¿Por qué me dices que no / cuando te pido que vengas? / Dios mío, no te detengas / ¿o quieres que vaya yo?». «Una mujer mexicana cuestionando a Dios en esa época se salía de todas las convenciones del momento», dice Mariana Pérez Amor. «Sus “Décimas a Dios” fueron el delirio», escribió Elena Poniatowska, «las declamaban los tramoyistas y los porteros. Pita dio recitales en teatros y en reuniones en que la ovación 194 LOFFICIELMEXICO.COM

duraba más que una vuelta al ruedo». Era la época de gloria. Pita se codeaba con estrellas literarias como Alfonso Reyes y Xavier Villaurrutia, era retratada por pintores como Diego Rivera, Juan Soriano y Raúl Anguiano (autor de su desnudo más escandaloso), publicaba su poesía y hasta la declamaba en la televisión. En esa incipiente industria se convirtió en 1952 en la primera mujer en tener un programa para ella sola y lo usaba para recitar no solo su poesía, sino la de sus autores favoritos: Federico García Lorca, Calderón de la Barca, Lope de Vega… No sin escándalo, porque si no nada hubiera tenido sentido. «Pita era una exhibicionista», cuenta su sobrino Eduardo Sepúlveda Amor —director del documental Pita Amor, señora de la tinta americana (2015)— «usaba unos escotes muy pronunciados que escandalizaron


a mucha gente. La liga de la decencia de aquel entonces se quejó públicamente de que Pita apareciera así en televisión. Decían que si los niños la veían, se iban a pervertir». Por supuesto, el temor iba más allá de los vestidos escotados. Lo que aparecía en pantalla era algo muy pocas veces visto: una mujer dueña de una voz imposible de ignorar, bien consciente de que sus afilados pensamientos se blandían como una espada que amenazaba a las llamadas buenas costumbres y que hacía tambalear al status quo. VIEJAS RAÍCES EMPOLVADAS

«Y yo que me la llevé al río / creyendo que era mozuela, / pero tenía marido…», exclamaba Pita. «La casada infiel» era uno de sus poemas favoritos del genio atormentado que fue García Lorca. En donde estuviera, su voz lo llenaba todo. Recitaba en tele, en radio, en teatros, en comidas familiares. Era poesía todo el tiempo y toda de memoria. «Habitó diferentes espacios en la ciudad, sobre todo en la Zona Rosa —donde la familia vivió en las décadas de los 20 y los 30—, y en ninguno de estos lugares vimos jamás un libro. Nunca. Ni uno solo. Al parecer todo lo que sabía de poesía lo aprendió en su niñez y en su adolescencia, en la biblioteca familiar en la calle de Abraham González en la Juárez. Pero no tenía ni un solo libro. Sus recitales los daba sin consultar nada más que su memoria privilegiada», cuenta Sepúlveda Amor. Pero un día de 1961 esa voz grave que tanto impacto provocaba enmudeció y esa asombrosa memoria de la que todo mundo hablaba selló sus puertas al pasado. El único hijo que tuvo Pita se ahogó en una pileta. Triste accidente. El niño, Manuelito, tenía apenas un año y medio. Cuentan que Pita se llenó de dolor y de culpa y que por un tiempo el fuego vivo que era ella parecía estar siempre a punto de apagarse. «En esa época nos frecuentaba menos. Pasó una década casi completa sin escribir, acaso uno o dos poemas nada más, se volvió hermética», cuenta su sobrino Eduardo. Fue la época del silencio. Reapareció hasta 1972, y aunque sus recitales fueron tan exitosos como siempre, la vida ya era bien distinta. «Dejas de ser bonita, el mundo se va transformando alrededor tuyo y te vuelves un extraño que deambula en la ciudad», imagina Mariana cuando piensa en los cambios que vivió su tía en aquella época de su vida. La poeta Pita fue por muchos años la extraña más conocida de la ciudad. 196 LOFFICIELMEXICO.COM

VANIDOSA, DÉSPOTA, BLASFEMA

Quizá a Pita no le importaba la astrología, pero nació bajo el signo de géminis —el de las palabras y la comunicación— el 30 de mayo de 1918. Ese mismo mes, dejó el mundo un día 8 del año 2000 como sabiendo que el nuevo milenio tampoco iba a poder con ella. Su nombre completo —Guadalupe Teresa Amor Schmidtlein— se pronuncia poco. Ella, la séptima hija de Emmanuel Amor Subervielle y Carolina Schmidtlein García Teruel, la que creció consentida en un mundo aristocrático en decadencia, se inmortalizó sin tanta fanfarria antroponímica simplificando su nombre a Pita Amor. En su poema «Letanía de mis defectos» se describía a sí misma «ególatra, fría, tumultosa», pero aclaraba: «me quiebro como frágil mariposa». ¿Quién era Pita Amor? ¿era frívola o profunda? ¿cóncava o convexa? «Era todo eso junto. Era una transgresora», dice su sobrina Mariana. «La sociedad sentía por ella miedo y atracción. Fue un personaje fuera de serie, un ser irrepetible». ¿Fue Pita, con esa voz potente que desafió los cánones sociales, una feminista? «Creo que ni conocía el término», dice Pérez Amor, «ella luchó por ser ella, por su derecho humano [independiente al género] de hacer siempre lo que quisiera». Sin embargo, apunta su sobrino Eduardo Sepúlveda Amor que, aunque no fuera de manera consciente, al revisar su vida y obra a 100 años de su nacimiento, algo hay de eso (al menos en la percepción de quienes la admiran). «Nunca le importó en lo más mínimo lo que la gente pensara de lo que hacía. Es la única persona que he conocido a la que auténticamente le valía madres todo. Era una provocadora, le gustaba escandalizar. Mucha gente la considera una vanguardia, no solo como poeta talentosa y exitosa, sino también como una vanguardia relacionada con el feminismo y la libertad sexual». Pita, quien dejó tras su paso de huracán un sinfín de anécdotas estrambóticas y absurdas; poemas perfectos, prosa delicada y quizá también algunos moretones impresos a bastonazos en pieles anónimas, dejó también una lección potente como ella misma: la de la importancia de ser quien se es y no dejar de serlo. Han pasado 100 años desde que nació, 18 desde que murió, y sus ideas, sus preguntas y su ejemplo se mantienen más actuales que nunca. Hubo en su vida épocas de gloria, silencio y declive. Toca el tiempo a esta etapa de vigencia póstuma, centenaria época de brillo de su bien planeada trascendencia.


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