Papel Literario 31 de marzo 2019

Page 1

EL NACIONAL DOMINGO 31 DE MARZO DE 2019

HOY EN LA WEB://

Dirección Nelson Rivera

• Producción PDF Rebeca Martínez

NELSON RIVERA Su novela ofrece una prosa educada y madura, inusual en una primera novela. ¿Podría contarnos el proceso de formación de su escritura? —Esta novela lleva años escribiéndose dentro de mí. Hubo dos intentos previos, que ahora veo como ejercicios desbocados, uno de ellos dedicado a Enrique Bernardo Núñez, el cosmopolita más incomprendido de nuestra historia. Creo que la distancia geográfica y anímica me dio lucidez para, al fin, asomarme al profundo malestar que suponía mi relación con lo propio. Todo ese magma desembocó en La hija de la española. Fue como escribir al pie de un volcán, con permiso de Alma Guillermoprieto. En España conseguí pistas biográficas y culturales. Fui a buscar a mis muertos, porque ya no me dejaban dormir. Tenía a mi favor, entonces sí, años y años de escritura –novela, poesía, crónica, dietario, periodismo– y de lectura. Después de pasar por Thomas Mann, Sófocles, Joyce, Proust, Miguel de Cervantes (sus entremeses me reventaron la cabeza), Lope, Quevedo, el XIX español, ruso y francés, y los clásicos centroeuropeos me sentí fuerte para cruzar el mar de regreso, y lo hice nadando. Al fin dominaba por lo menos a tres de los cuatro caballos que echaban a correr cada vez que me sentaba a escribir. Esta vez fui capaz de tirar de las riendas y usar a mi favor ese pánico que empuja a las palabras a galopar como bestias aterradas. Por una vez, aunque fuese en la ficción, pude ser valiente. Usted salió de Venezuela hace aproximadamente una década. Ese tiempo y esa distancia no se sienten en su novela. Al contrario, los lugares, las calles, los frutos, la lengua y las costumbres venezolanas aparecen con vibrante actualidad. ¿Cómo ha sido su vínculo con Venezuela a lo largo de estos años y, de forma especial, mientras escribió la novela? —Yo nunca me fui. Llevo ya doce años en España, pero cada olor, color y la evocación de palabras (guayaba, incendio, merequetén, Ocumare, Tapipa, Cumaná, muerto, pepazo, balazo) me llevaban hasta allá. Me atornillaban al lugar del que quise alejarme, acaso porque la frustración de no entenderlo me enloquecía. Cada página de nuestra literatura (Ida Gramcko, Miyó Vestrini, Yolanda Pantin o Elisa Lerner, en mi caso) hacían lo que el hachazo aquel del que habló Kafka: rompían el mar helado que rodeaba el tema venezolano. Tuve que pasar por Coetzee, Doris Lessing, Natalia Ginzburg, Zweig, Philippe Roth o Thomas Bernhard para regresar al punto de partida. Volví a leer a los míos preparada para entenderlos. Después de eso, tenía el corazón listo para rajarlo con un buen bisturí. Al fin parecía capaz de hacer algo con el duelo y la ira. La náusea de la patria salió en forma de texto. Fue un proceso intenso, de encierro y escritura, en el que pegué el oído a Soledad Bravo y su versión de los cantos del pilón o al San Juan Bautista que aparece en esta historia. Hasta que me senté a escribir La hija de la española, era incapaz de hablar del país sin estallar de ira. Ahora, al menos, puedo verme la herida sin rasguñarla. En la novela asistimos a una especie de doble demolición: la que sufren los personajes y la que afecta al país. ¿Qué clase de experiencia emocional ha supuesto para Usted escribir La hija de la española? —Ha sido una purga. El dolor suele ser paralizante, se encona, supura e infecta. Atraviesa fases de ira y produce esa frustración de los melancólicos, eso que te hace pensar que la historia o tu país te deben algo. Y no: la que le debía algo al país era yo. En este libro quise volver a vivir en mis recuerdos, al lenguaje, a aquello que ha sido al

David Noria sobre el Manual de urbanidad de Manuel Antonio Carreño

• Diseño y diagramación Víctor Hugo Rodríguez

Aníbal Romero inicia hoy una serie dedicada a la Ilíada

• Correo electrónico riveranelsonrivera@gmail.com / papelliterario@el-nacional.com

• Twitter @papeliterario

ENTREVISTA >> KARINA SÁINZ BORGO

La nausea de la patria salió en forma de texto Probablemente sea el lanzamiento editorial más exitoso que se haya producido para una ópera primera: 22 países compraron los derechos de La hija de la española. Karina Sáinz Borgo (Caracas, 1982) es periodista. Fue parte del equipo del Papel Literario. Desde el 2006 vive en España. Es autora del blog Crónicas barbitúricas mismo tiempo terrible y hermoso. Intenté entender a un país que aspiraba al progreso y que se distrajo en su bello reflejo, una sociedad que pensó que su juventud y su pujanza durarían para siempre y que no vio que la muerte le pisaba los talones. Siempre pensé en el suicidio de Miyó Vestrini (un año antes de los dos intentos de golpe de Estado) como una advertencia. Dice Nabokov, obsesionado con la memoria a lo largo de toda su obra, que basta el espacio de una lápida para contener, encuadernada en musgo, la versión abreviada de la vida de un hombre, pero agrega, solo como él podía hacerlo: los detalles importan. Y eso fui a buscar: lo pequeño, lo fugaz, lo propio. Borré a los monstruos, porque ellos ya han contado su historia, nos la han tatuado a todos en la piel y en la memoria. Nos marcaron y nos numeraron. Por eso quise regresar a lugares que ya no existen, reconstruirlos, resucitarlos. Prácticamente me hice compañía exhumando todo aquello. Eso es lo más parecido a picar una roca dura con el pico de las palabras. Cuando las conseguí, me dediqué a sacar brillo a las pepitas de oro de mis obcecaciones con el trapo del lenguaje. Solo podía hacerlo de una única forma: con alegorías, imágenes que aspiraran a lo universal, aunque ocurrieran en Ocumare de la Costa, Cagua, Turmero o Caracas. Lo que nos

ocurrió fue una tragedia, eso que une a hombres y mujeres desde el inicio de la literatura. Es la cólera de Aquiles, taladrándonos el cerebro, aún sin saberlo. La hija de la española es una novela empática: con las mujeres, con el vínculo madre e hija, con las madres que luchan por mantener la dignidad en medio del derrumbe. Lo masculino se expresa como ausencia, desaparición o espasmo. Más que de Venezuela, la voz que narra se refiere al país. ¿Es el resultado de un diseño? ¿Hay en su visión del mundo distinciones sustantivas entre masculino y femenino? —En La hija de la española la madre es lo propio, la patria: aquello que fue ultrajado y arrasado. Un verso de El hueso pélvico, de Yolanda Pantin, abre el libro. Alude al enfrentamiento y a una mujer como testigo de todo aquello: María Lionza. Esa diosa sincrética que sostiene el hueso de una cadera siempre me ha parecido un signo iluminador y turbio, una especie de Virgilio con el que Yolanda nos enseñó a atravesar el infierno. Crecí en un entorno de mujeres imponentes y siento que a ellas debo buena parte de mi visión del mundo, porque las mujeres de mi familia eran poetas, incluso sin saberlo. Eran profundas y evocadoras, como todo lo que me ha marcado. La novela habla de La joven madre, de

Michelena, porque (pienso ahora) crecí con la idea de que solo lo femenino resistía y permanecía, como las redes de Gego que Luis Enrique Pérez-Oramas nos enseñó a leer en la clave de Las Hilanderas de Velázquez en su prodigioso libro La cocina de Jurassic Park. Basta leer a Teresa de la Parra, Ida Gramcko o a Elisa Lerner para constatarlo. El hueso pélvico de Yolanda Pantin nos advierte todo eso. Esa fuerza tenía su relato en la vida real: madres que entierran hijos (quien ha escuchado llorar a gritos a una madre en la urgencia de un hospital lo sabe), mujeres imponentes (bellas y macizas, extrañas, dulces y bravas), seres totales. Y no es una intención telúrica, porque yo las vi. Las que envolvían en plástico los puros recién prensados con una plancha, en Cumaná. Las que fumaban con la candela para adentro en los budares de Barlovento y Cagua, pero también las que insistían en exprimir belleza de la rama seca del país. La masculinidad, en cambio, siempre me pareció una fantasmagoría, una estatua ecuestre o un civil empujado a culatazos del progreso. Su novela escenifica los múltiples niveles y formatos en que se expresa la violencia en Venezuela. ¿Le atemoriza Venezuela? ¿Qué sentimiento tiene hacia el país de este tiempo?

—Venezuela me succiona, me aspira y me atrae hacia el centro de su violencia y su belleza. La demolición de los últimos veinte años me enseñó que, aún imperfecto, el país demolido aspiraba a algo mejor. Pero sus contradicciones y fisuras lo empujaron hacia el precipicio, un acantilado del que nos despeñamos una y otra vez. La noche de Gerbasi, pues: venimos de ella y vamos hacia ella, aunque deseo que, al menos por una vez, la luz (y las luces) corrijan esa profecía. Siento que nací en un país en el que hasta las flores depredan, un país retratado en el XIX con caballos desbocados que corren sin jinete en un paisaje arrasado o doscientos años después en la escena perpetua de motorizados que dan caza a los civiles. Una especie de Queseras del medio en bucle. En Venezuela, la tierra no nos espera, nos engulle. Es un país hambriento, carnívoro y hermoso que no me puedo sacar de la memoria y que aún me persigue o, quién sabe, quizá sea yo la que persigue su recuerdo. Ya lo dice La hija de la española (citando a Juan Gabriel Vásquez): uno es del lugar donde están enterrados sus muertos.

*La hija de la española. Karina Sáinz B o rgo. Pe n g u i n R a n d o m H o u s e Mondadori. España, 2019.

KARINA SÁINZ BORGO / JEOMS ©


2 Papel Literario

EL NACIONAL DOMINGO 31 DE MARZO DE 2019

Data portátil 2 CAMILA PULGAR MACHADO

L

legué al cierre de la Carnegie International 57th Edition 2018, en la ciudad de Pittsburgh (PA), un gran acontecimiento en el Carnegie Museum of Art que sucede cada 4 años; llegué para su cierre, cargada, sin embargo, de la calamidad de Venezuela. Apenas pude tomar uno de los últimos vuelos regulares de AA el martes 5 de marzo entre el arribo de Juan Guaidó a Maiquetía, luego de su socorrida gira y que amenazaba con su detención, y el trágico apagón de Venezuela el jueves 7 que aún hoy, a mitad de marzo, no se resuelve a plenitud debido a la destrucción de la infraestructura del estado venezolano. Así que no me perdí la última visita guiada el sábado 9; pero, claro, entré forzada con el alma en vilo y la certeza a flor de piel del sufrimiento en mi casa, que tenía para esa hora 2 noches y casi 3 días en la penumbra amarga de un país visceralmente agredido. Así de cerca estaba de Venezuela, y ahora metida en un viaje estético influido por la noción de lo internacional y del arte contemporáneo que clama por concretar su presencia en el espectador a través de sus diversos y, muchas veces extraños, relatos. Ingrid Schaffner, la curadora, insiste que la búsqueda de nosotros-visitantes debe hacerse

mediante la palabra internacional que se ha convertido en un “término presionado” por preguntas materiales, pero íntimamente existenciales para cualquier venezolano: “¿cómo te localizas a ti mismo en relación con los asuntos urgentes de fronteras, estados-naciones dentro de las naciones, nacionalismos y nuevas nacionalidades?” Nunca pensé que para mí, que siempre había sido como una mata de mango sujeta a mi terruño, estas preguntas pudieran activarse allí en esa exhibición que hace del Carnegie Museum of Art “el sitio de lo internacional”, a partir de la reunión de 32 artistas y 5 compañeros de la curadora, otros 5 curadores de nacionalidades diversas. Se lee en The Guide: The Carnegie International es la exhibición internacional estadounidense más antigua. Su origen data de 1896 y en ese año atrajo más de 300 mil visitantes –número de la población de Pittsburgh, entonces y ahora. Pero, claro, es solo a partir de la edición de 1991 que este proyecto comenzó a prorrumpir en la ciudad, a promover espacios crudos, a convertir dimensiones industriales en relatos visuales, a poblar con expectativas contemporáneas casas embrujadas y abandonas. Desde entonces –se comprende con The Guide en la mano y leyendo la breve historiografía de estas iniciativas– “los artistas han

10,632 REJECTED TITLES (2019) LENKA CLAYTON Y JON RUBIN/ fruitandotherthings.com

exhortado a sus espectadores a efectuar más de una odisea fuera del museo para trabajar con comunidades locales”. Por una parte, esta 57th Edition 2018 busca referir la historia intrínseca del Carnegie International, teniendo lugar, por ejemplo, una instalación titulada 10,632 rejected titles, que funciona a partir del archivo del museo y de esa memoria de las bóvedas ominosas donde yacen las piezas que fueron refutadas. 57th Edition 2018 se concentra entonces con apre-

mio en el museo como un lugar de edificación de la cultura de la contemporaneidad. O sea, de un lado, un motivo sobresaliente es la institución en sí misma, el Carnegie Museum fundado en 1895 como museo de arte e historia natural, biblioteca pública y salón de música. Del otro, la muestra insiste en el feedback eventual que exige lo internacional en su inmediatismo como ente viviente: un mudar incesante de cifras que está “activamente comprometido con el trabajo

creativo de la interpretación”. Y allí entramos los espectadores emancipados, que al pasearnos por la instalación de la artista Dayanita Singh (India, 1961), autora de los museos del azar, de los archivos y de los derramamientos, fotógrafa periodista, quisiéramos no solo sentarnos a percibir la historia en los taburetes de su metódica instalación, que ofrece una metáfora del tiempo prohibido, de las décadas consumidas por anonimatos sofocados en telas manchadas que, como suda-

rios, engrapan lo que nunca se supo y se fue con el absurdo de los subterfugios; quisiéramos, además, encontrarnos con nuestros propios surtidores y, bajo el estímulo del imaginario archivista, producir lo que la misma Dayanita llama “casa museo”. La casa del migrante que pueda exhibir, como un espejo de las resistencias, aspiraciones, apetencias, deseos que devoró el monstruo del tiempo pasado pero cuyas figuras, no obstante, nos acompañan promisoriamente.

El Helicoide: Centro Cultural CELESTE OLALQUIAGA El Helicoide nunca ha debido ser centro policial y mucho menos cárcel. La Corte Interamericana de Derechos Humanos lo consideró inadecuado como lugar de reclusión tras inspeccionarlo en 2012. Las condiciones en que se encuentran los presos (tanto políticos como comunes, incluyendo mujeres y menores, muchos retenidos ilegalmente) y el abuso del poder policial que ahí se esgrime han hecho que esta estructura represente lo peor del sistema penal venezolano. Hace casi cien años, ese fue el rol de otra prisión circular ubicada cerca de ahí, La Rotunda, donde la dictadura de Juan Vicente Gómez torturaba a sus enemigos. A fin de borrar aquélla tenebrosa memoria, La Rotunda fue demolida en 1936. Otro tanto se sugirió recientemente para El Helicoide, idea ilusa ya que la estructura, de hormigón armado, está construida sobre y alrededor de la Roca Tarpeya, lo cual significa que habría que explotar todo el cerro. Además, eliminar los sitios difíciles es un acto represivo inútil (como todas las represiones) pues borrar la memoria no anula las prácticas o eventos que la produjeron, es solo pretender que éstos no existen o que van a desaparecer con solo destruir sus rastros. Otros sugieren convertir a El Helicoide en un museo de la memoria. Esto sería un ejercicio interesante para Venezuela, que como buen país moderno suele actuar como si no tuviera memoria alguna, o seleccionar solo aquéllas que más convienen según las mitologías nacionales de turno. Cabe entonces preguntarse de cuáles memorias (y por exten-

EL HELICOIDE/JULIO CÉSAR MESA (2015) ©

sión, de cuál historia) trataría dicho museo. ¿De la memoria de los sesenta años de la estructura, los proyectos millonarios que allí se han intentado y sus múltiples fracasos (con frecuencia producto de cambios de gobierno), proceso que refleja cabalmente la falta de continuidad de la Venezuela petrolera? ¿De la memoria de las comunidades que rodean a El Helicoide, San Agustín del Sur y San Pedro, establecidas desde mucho antes de la llegada del coloso de concreto que las arrasó y dividió, instalándose en su medio tal convidado de piedra? ¿De la memoria de los diez mil desalojados que vivieron en condiciones ínfimas en la

estructura de 1979 a 1982, la de los presos que han pasado por allí desde 1985 (cuando sus niveles inferiores fueron cedidos en comodato a la DISIP, hoy SEBIN), o de la de aquéllos que han sido sádicamente vejados por protestar contra el gobierno de Nicolás Maduro? Quizás la pregunta debería ser más bien por qué dedicar esta estructura a representar el pasado, en vez de darle la oportunidad de redimirse en el presente. Utilizar El Helicoide para lo único que jamás ha sido intentado o siquiera pensado: servir a las comunidades que lo rodean, las cuales necesitan desde siempre lugares de esparcimiento, creación, educación, deportes. San Agustín del Sur es un lugar de tradiciones, entre las

cuales sobresalieron a fines del siglo pasado las musicales, como el famoso grupo Madera, cuyo nombre recuerda los aserraderos que funcionaron en el área en tiempos no tan lejanos. Al igual que todos los barrios, San Agustín está poblado por familias que viven allí generación tras generación, construyendo sus viviendas unas encima de otras, trabajando en la Caracas “formal” de día y regresando a la “informal” de noche. No hay presente sin pasado, y recordar el pasado es parte vital de la cultura. Pero para qué sirve el pasado sino para aprender de él y construir un mejor presente, uno donde se atienda a quienes son constantemente relegados, sobre todo cuando son los vecinos inme-

Dirk Bornhorst (1927-2019) El 12 de marzo falleció Dirk Bornhorst (1927-2019), uno de los arquitectos de El Helicoide, proyecto liderado por Jorge Romero Gutiérrez. Bornhorst se encargó de la cúpula, anotó el avance de la construcción (1956-1961) y por décadas recopiló recortes de prensa nacionales e internacionales, archivo que donó a Proyecto Helicoide en 2014. Bornhorst deja un legado arquitectónico propio y publicaciones donde destaca su visión espiritual. Veía a El Helicoide como el lugar de encuentro del Este y el Oeste.

diatos de El Helicoide y han padecido tanto su abandono como sus usos irregulares durante casi seis décadas. El gran desafío de El Helicoide es rescatarlo de la prisión material que se le impuso y de la cual es el reo más antiguo, y de la prisión imaginaria que solo puede concebirlo en función de una ciudad más allá del Autopista Francisco Fajardo. No hay mejor recuperación o reivindicación de esta estructura en donde tantos han sufrido, y hasta perdido la vida, que convertirla en un lugar vital donde las comunidades que conviven con ella puedan sentir afinidad y orgullo de pertenencia. Hace pocos años, San Agustín se unió para rescatar al Teatro Alameda, abandonado durante décadas después de su época de gloria en los años cuarenta y cincuenta. Hoy en día, el Alameda es un sitio de reunión y actividades comunitarias. Permitámosle a El Helicoide tener un uso apropiado a su ubicación, atendiendo a las necesidades más urgentes de las comunidades aledañas y brindándoles un espacio favorable a su desarrollo. Que corran bicicletas por sus cuatro kilómetros de rampas, que niños, jóvenes y adultos puedan expresarse y recrearse en un ambiente amplio y afable, que vengan caraqueños de todas partes a descubrir las extraordinarias vistas urbanas que ofrece la estructura helicoidal, y conocer más de cerca a esos barrios que tanto temen. Y sí, absolutamente, que los dos niveles donde todavía prevalecen la crueldad y la desidia sean destinados a que los terribles actos allí cometidos jamás se olviden, y no se vuelvan a repetir. @COlalquiaga www.proyectohelicoide.com


Papel Literario 3

DOMINGO 31 DE MARZO DE 2019 EL NACIONAL

Celebrar la mortalidad para ser inmortales: el paradigma del teatro

Hogar Vivo en esta ciudad, en este país despoblado, avergonzado por sus propios fantasmas, confinado a cuatro paredes hurañas. Vivo en cuartos vacíos. En habitaciones que a ratos se encogen expulsando todo aquello que hasta ayer me acompañaba.

Pocas manifestaciones humanas poseen más recursos para exponernos como seres finitos que el teatro. No hablo del luctuoso acto de conmemorar la muerte, esa puerta inclemente de la que todos tenemos llave, pero pocos quieren abrir. El teatro, como si se tratara de un aparato médico, abre nuestro interior y coloca ante nuestros ojos la materia más pura, sensible, torva, dolorosa, feliz, malvada, ingenua o densa que nos compone. Y no importa si estamos sobre el escenario o ante él. Artista y espectador hacen comunión en el acto de convenir nuestra humanidad.

Vivo en su centro como viven los moluscos, babosos e invertebrados, cordializando con la concha que los protege. Doy rondas, tanteo su superficie, hago trampas: intento horadarla guardando la esperanza de encontrar respiraderos al otro lado. Pero soy de acá, este es mi hogar y aunque me vaya, aunque me escape lejos, este encierro siempre será mío. Vivo como el cangrejo ermitaño, como un decadópodo errante, refugiado en conchas vacías, atrapado, impenitente, esperando la bondad de alguna ola que me arrastre o termine de ocultarme entre la arena.

Para mí esa es una forma de confesar la mortalidad, reconocer los sentimientos y las emociones que nos hacen ser, y comprender que solo en la verdad del instante escénico, en la fracción de segundo cuando reímos, lloramos, sufrimos o disfrutamos, estamos haciendo un ejercicio de eternidad. Somos inmortales solo en ese parpadeo. Ese es el paradigma del teatro. Humanidad y perpetuidad. Si desentrañamos la primera, ganaremos la segunda. Y ambas, como hermanas que se odian y se aman, bailan sobre el escenario. José Tomás Angola

Arturo Gutiérrez Plaza

En la delicada quietud del mediodía A pesar de todo lo que nos sucede las imágenes siguen andando. Van de un lado a otro como entidades que respiran en los vahos del desorden, arrastrando sus figuras bajo lo no resuelto. Tosen, se esconden, traman sus hilos, ocultan su razón, se miran; acechando una marea más limpia o el recodo donde se levante un oleaje menos tumultuoso. Las imágenes han cerrado los ojos y miran a lo lejos, hacia ese océano que tal vez retorne algún día, dispuesto a transportar a la metáfora por el cauce sin resacas de la verdad. Mientras tanto, en estos senderos perdidos, la memoria se aviva como parábola solitaria y

colectiva de un desamparo; ya no somos los mismos, pero de algún modo somos el reflejo de una textura que se busca y se traza en otros mapas. Todos miramos a lo lejos. Somos una pregunta que se devora a sí misma en la pulsión sensorial de un cuerpo en inédita peripecia; derrotado balón de una historia saturada de violencias que comienza a reconocerse y a reconstruirse, imagen que se sabe otra y que es la misma, desde las pacientes palpitaciones del detritus. Por un momento estamos erguidos, no sé cómo, pero parece que vemos otra cosa. Lorena González Inneco

La candela que encandila El mejor arranque de conferencia que he leído jamás lo escribió Max Weber un año antes de morir: “La conferencia que, accediendo a sus deseos, he de pronunciar hoy les defraudará por diversas razones”. Le sigue el inicio de El orden del discurso, de Michel Foucault, que es algo artificioso: “En el discurso que hoy debo pronunciar, y en todos aquellos que, quizás durante años, habré de pronunciar aquí, hubiera preferido poder deslizarme subrepticiamente”.

Q

uizás no existan propiamente los sinónimos (al menos en un nivel profundo de la lengua), sino como espejismos de los diccionarios, esos tomos gruesos para atrapar ingenuos. Cada palabra tiene un significado preciso, irreproducible, que aporta un nuevo ángulo a nuestra perspectiva del mundo, y que

Comenzar a hablar en público es un acto de magia: el que escucha debe volverse loco y, al mismo tiempo, adquirir una lucidez que nunca volverá a alcanzar. Ese era el truco de Cicerón cuando estaba más indignado: él le hablaba solo a Catilina; los demás senadores solo eran estupefactos testigos. Una buena conferencia está dicha –está escrita– solo para nosotros; los demás son solo unos entrometidos. Juan Carlos Chirinos

ninguna otra palabra puede sustituir, pues no hay en un idioma ninguna palabra exactamente equivalente a otra. El escritor debería tener esto muy presente al ir trazando, y luego corrigiendo, sus líneas, escogiendo vocablo por vocablo. Carmelo Chillida

PAUL KLEE: ÁNGEL OLVIDADIZO | 1939 | GRAFITO SOBRE PAPEL, SOBRE CARTÓN | 29,5 X 21 CM | PAUL-KLEE-STIFTUNG, KUNSTMUSEUM BERN.

L

os ángeles de Paul Klee han pasado por pruebas de fuego para cualificarse como ángeles. De ahí las cualidades humanas que él les atribuye. También podríamos suponer que estas cualidades reflejan su propio estado de salud. Su Ángel olvidadizo parece no recordar su mensaje, se mira las manos como pidiendo ayuda. En su diario de 1939, Paul Klee escribe: “Cuando la alegría de vivir encuentra obstáculos se puede recomponer, en un atajo, trabajando. Esto es lo que hago a veces y me sale bien, hasta cierto punto.” Geraldine Gutiérrez-Wienken

Diario de lejanías Pronto descubres que tu lengua, la misma que compartimos en esta otra tierra a la que hemos sido arrojados, no es ya un río en tu boca, o sí, pero su cauce va lleno de piedras que suenan, crecida sorda, abismo ciego de voces tropezando en el aire. He padecido el temblor, la pena, el amargo desarreglo de los significados; me he convertido en extranjero hasta de mis propias palabras. Esa patria que es la lengua, como escribieron Pessoa y Cioran, salió herida de la zarpa del odio, de aquellos que desearon –y siguen deseando–

A

unque la luz volvió, pronto regresó la oscurana: al mediodía éramos arrojados de nuevo al siglo XIX. Mucho me temo que la situación no tiene vuelta atrás: los apagones serán recurrentes. A las diez de la noche alguien me llama. En San Martín intentan saquear un negocio. Hasta los momentos no han podido entrar, pero es probable que lo logren: hicieron lo mismo con una licorería semanas atrás. Si bien pasaron dos tanquetas de la GN, su respuesta genera sospechas de complicidad: apenas un par de bombas lacrimógenas y siguieron de largo.

nuestro dolor, todas nuestras derrotas. Me cuesta espinas, duele traducirme en los desencuentros y, es inevitable, no dejo de preguntarme qué hago aquí. Me he ido y sé por qué, pero no dejo de preguntármelo, como si me costara creérmelo o, más bien, como si me resistiera a aceptar que he partido. Fui arrancado de tajo, y el tiempo avanza y todo se ha detenido en mí. Solo eso puedo decir con palabras claras, a mí mismo. Solo eso. México, 3 de marzo de 2019 Fedosy Santaella

–Los del Sonia están furiosos: les arrojan botellas y vociferan de todo –me dice. Al final de la conversación me asomo por la ventana de la sala. No se ve nada, apenas un bombillo del CDI que, a lo lejos, acentúa aún más el panorama. Cuando contemplo aquella nada solo comprensible al que carece de ojos, un ligero pavor me corroe. Estamos sumergidos en las entrañas de una oscuridad hórrida, babalaica. Una tiranía negra que nos obliga a encerrarnos si no queremos que nos devore. Caracas, 9 de marzo de 2019 Omar Osorio Amoretti

Una vigente anotación de J.L.Borges del 10 de agosto de 1944 He vuelto a reencontrarme con un texto de Borges. Siempre me ha cautivado por la manera profunda en la cual capta las reacciones humanas y las emociones ante un hecho tan universal, y tan determinante, en la historia de la humanidad contemporánea como lo fue la derrota de Hitler y su disparatada aventura nacional socialista. En este breve –brevísimo– escrito, Borges relata dos momentos de una historia, que se complementan y se fusionan en una tajante conclusión. En ambos la protagonista es la misma: una noticia. En 1940, la noticia la trajo aquel hombre que lleno de euforia irrumpe en la casa de Borges para informarle que los nazis habían tomado París y que ya nada podría detenerles, que Europa toda caería ante el poderío del III Reich. Borges pudo intuir que

no era júbilo lo que aquel infausto sujeto expresaba, sino terror. Luego, en 1944, le llegaría la noticia de la liberación de París. La alegría fue inmediata, y la conclusión de Borges precisa, elocuente y profética. “Para los europeos y americanos hay un orden –un solo orden– posible: el que antes llevó el nombre de Roma y que ahora es la cultura del Occidente. Ser nazi (jugar a la barbarie enérgica, jugar a ser un vikingo, un tártaro, un conquistador del siglo XVI, un gaucho, un piel roja) es, a la larga, una imposibilidad mental y moral (…) Nadie, en la soledad central de su yo, puede anhelar que triunfe. Arriesgo esta conjetura: Hitler quiere ser derrotado. Hitler de un modo ciego, colabora con los inevitables ejércitos que lo aniquilarán”. Así sucedió. Juan Salvador Pérez

Apunte nocturno Corro las cortinas y me adentro. Casi siempre hago mis notas de noche y es un error. Creo que lo es. Pero quizá con tanta insistencia logre traer algo de luz para que luego el día se abra firme por sus costados. Me digo: tal vez con solo empujar un poco, con un dedo nomás, sin fuerza. Que parezca que abro una ventana bajo el mar. Sí, poder más a menudo traer algo del día en la punta del lápiz. Un chasquido de luz como una gota de aceite hirviendo sobre metal. O una mínima fogata que se encerrara en una moneda. Y al fin con ella en la mano poder decir, ah, esta es Caracas, ciudad de agua, ciudad de huesos, urbe de cartón, valle de leche agria. Tierra de colinas peludas y lodo verde. Lugar que empuja en una sola dirección. Caracas, la de las cuatro puertas derribadas. Y entonces, dicho eso, dejarse caer, de regreso. Pasar de nuevo el brocal de la ventana. Tomar el lápiz con vergüenza, con melancolía. Hacer el personaje de quien escribe para restallar la herida. Insistir sobre el papel con ganas de nadie. Oír solo la punta pasar sobre la superficie porosa sin que la habitación se ilumine todavía, en una madrugada cualquiera, medio fría, en un apartamento seco como una cáscara. Samuel González-Seijas


4 Papel Literario

EL NACIONAL DOMINGO 31 DE MARZO DE 2019

ATANASIO ALEGRE

4. A mediados de la década de los 90, fui nombrado Director de Cultura de la UCV. Me resistí, porque ese era un puesto para un nativo, como venía ocurriendo, pero siendo el Rector Simón Muñoz un llanero de los que no sueltan la presa, no tuve más remedio que aceptar. Nada más tomar posesión del cargo, Gustavo Arnstein, que era de los que tampoco daban puntada sin dedal, me dijo que había que volver a llevar a Uslar a la UCV, tan injustamente excluido de ella. Después de muchas idas y venidas, después de estimulantes encuentros, logramos convencer a Uslar: –Ustedes me buscan en un automóvil oficial de la UCV y, de regreso, yo lo hago por mi cuenta. Era un día de esos de lluvia inclemente en los que el famoso palo de agua caraqueño da un sentido total a aquello de que “llueve como si ordeñaran el cielo”, que se lee en Las lanzas coloradas. Todo había sido previsto: vigilancia, seguridad, etc. Cuando el chofer trató de entrar por la puerta de costumbre, por Plaza Venezuela, esta estaba tomada. Insinué que lo intentara por Las Tres Gracias y el chofer, que lo había sido ya de otro rector, dijo que él se encargaba: accedimos por una entrada poco conocida que da a la Avenida Victoria. Ya dentro del recinto universitario, Uslar comentó, con ironía, si habíamos venido por Los Teques. La cosa es que estábamos a los pocos minutos en la Sala E, donde recibieron a Uslar de pie entre aplausos. La Sala E estaba a rebosar. Su conferencia Sobre el humanismo, que entonces fue grabada, ha sido una de las grandes conferencias, entre tantas, que se han escuchado en la UCV. –Me unen, amigo Alegre, de manera familiar muchos vínculos con la ciudad de Hamburgo donde usted ha vivido durante algún tiempo. Estoy llegando a la época en la cual el hombre comienza a sentirse solo. Cuando le sobre un tiempo, me gustaría que se acercara por mi casa para charlar un rato. Lo hice. Algunas de las conversaciones de aquella época –no tantas, porque yo mismo no disponía de tanto tiempo– giraron en torno a lo que era y había sido El Nacional. Y la que por décadas fue su columna “Pizarrón”. –Mire, amigo Alegre –me dijo un día–, un artículo publicado en El Universal y El Nacional el mismo día no es el mismo leído en un periódico o en el otro. El Nacional ha logrado esa filigrana. Algo que comprobé yo mismo cuando Joaquín Marta Sosa me invitó a escribir una columna en El Diario de Caracas. Esa, tal vez y como sentido de compensación, fue una época mía muy activa en el Papel Literario. En 2018 Ben Amí Fihman presentó en Madrid El espejo siamés. Yo no tuve una relación cercana con este extraordinario escritor, cuentista sobre todo. De manera que cuando lo saludé, comencé diciendo si se recordaba de mí. –¿No me voy a acordar de tu ensayo sobre Ingrid Caven en el Papel Literario? Era un ensayo que yo había escrito muchos años atrás cuando al autor de la obra con el mismo título le dieron el premio Goncourt, y de cuyo texto no tenía yo en ese momento ni noción. Por otra parte, cuando murió Samuel Beckett, el autor de Esperando a Godot, el editor alemán de su obra publicó en Die Zeit la que sería la última entrevista que hiciera en París a Beckett. Yo la traduje del alemán para el Papel Literario. Pues bien, doce años después la Revista de la Universidad de los Andes de Colombia, que pasa por ser la más antigua de Latinoamérica, me pidió que le enviara una copia de dicha traducción porque querían publicarla. Lo hicieron, efectivamente, con autorización de la directiva del Papel. Fue por cierto por esa época, y para evitar que se volviera a dar cumplimiento a aquello que se lee en Pedro Páramo “del olvido en que nos tuvo”, que publiqué un amplio ensayo sobre Carrier para la fiesta de Elisa Lerner, uno de sus libros cla-

JOSÉ SARDA (FIG. CENTRAL) JEFE DE FOTOGRAFÍA DE EL NACIONAL Y ABELARDO RAIDI (FIG. TERCERO DE IZQ. A DER.) COLUMNISTA DE EL NACIONAL/ ARCHIVO EL NACIONAL

Periodismo decoroso e intelectualmente bien armado (Segunda parte)

Con esta segunda entrega finaliza el ensayo de Atanasio Alegre, cuya primera parte publicamos el pasado 24 de marzo. Alegre es novelista, ensayista, editor e Individuo de Número de la Academia Venezolana de la Lengua ves (aunque como novelista nos haya desconcertado –en el mejor sentido de la palabra– con sus dos novelas posteriores). Dije entonces cosas que pudieron parecer desproporcionadas: que Elisa y Salvador Garmendia podían figurar entre los mejores prosistas en ese momento en lengua española. Lo sigo manteniendo. Elisa misma se ha encargado de decir que aquel ensayo inoculó nueva vida a su obra, y de manera especial a su autoestima. Carlos Sandoval, un valor al alza en la crítica y en el estudio en general de la literatura venezolana, es testigo de cómo se ha ido introduciendo en Venezuela el conocimiento del crítico alemán de origen polaco, Marcel Reich Ranicki. Y ello, no hace falta repetirlo, a través del Papel Literario. De manera que, tanto en el Papel Literario como en las páginas dedicadas a la información cultural, El Nacional no ha tenido, no digamos rival, sino punto de comparación en Venezuela y, tal vez como diario, en Latinoamérica. 5. ¿Sobrevivirá la prensa escrita a la digitalización? No es tan fiero el león como lo pintan y lo que en un momento pareció una suplementación, un cambio de papeles, hoy pareciera que, fuera de lo comercial que siempre encuentra cauces de salida, la respuesta a esta pregunta va a quedar reducida a que se trata de un proceso complementario. En primer lugar, porque ya no hay que esperar a mañana para enterar al lector de lo que ha pasado hoy. Como dicen los franceses, es sur place donde podemos conocer los hechos, lo que está sucediendo aquí y ahora. Para ello se necesita ingenio, empaque, diagramación, en suma. Aquella filigrana de la que hablaba Uslar Pietri, en el sentido de la diferencia a favor de un artículo aparecido en dos periódicos diferentes el mismo día y

la diferencia impalpable de rango, encuentra aquí cabida. Buena cabida. Y El Nacional ha seguido cultivando esa manera de afinar la filigrana. Técnicamente, y a pesar de la capitis diminutio a la que ha sido sometido una y otra vez por el régimen, “el ballestero que mató a la avecica” en el epígrafe con el que inicié este texto, no ha logrado dar en el blanco en lo que hace a El Nacional. Ni lo dará. En todo caso, seguirá habiendo agostos y con ellos la multitudinaria celebración de los inicios de una de las instituciones más sólidas del país, que cumplió ya tres cuartos de siglo. “Con un grano o con dos, dijo el trigo al sembrador, en agosto estoy con vos.” Y será en agosto, de una forma o de otra –con un grano o con dos–, donde resultará premiado por El Nacional el mejor cuento presentado por los concursantes –premio vanguardista y consagratorio al mismo tiempo, que tanto escritor criollo ostenta con orgullo en su hoja de vida. ¿Seguirá El Nacional con su biblioteca de vanguardia publicando algunas obras fundamentales? Sin duda. Los libros de El Nacional seguirán siendo por camino doble un estímulo para el escritor y un premio para el lector común. Cuando cese la barbarie, que comenzó siendo una suerte de oscurantismo pasajero y ha venido a dar en lo que sabemos, El Nacional seguirá siendo lo que fue. Quienes están hoy día en el exilio han ido tomando nota debidamente de cómo pueden ir haciéndose las cosas en tiempo, como los que marcan la pauta, con el mismo decoro, con igual vigencia intelectual en el tratamiento de la información. 6. A modo de epílogo Esta petite histoire de mi vinculación con el diario El Nacional habría quedado incompleta sin la referencia a mis

libros de ensayo, nutridos en más de un treinta por ciento de colaboraciones, tanto en las páginas de Opinión como en las del Papel Literario Cuando cumplí treinta y cinco años de edad, tuve que emprender un proceso rupturista en mi vida que momentáneamente me llevó al interior de la República –donde se decía que, desde el punto de vista cultural, el interior no pagaba dividendos. Me había dedicado hasta el momento a la docencia y en ello seguí en la UDO, en Cumaná, que contaba con pocos años de fundada. Esa pasantía o provisionalidad duró casi diez años y concluyó dos años después en la universidad alemana de Friburgo de Brisgovia, donde permanecí en un programa de estudios posdoctorales o poststudium. Fueron años de retroalimentación intelectual, y sobre todo de reorientación literaria, después de un Seminario con Max Frisch, el gran escritor suizo, en la Selva Negra. Inicié, a más de mis tareas en el Instituto de Alemán, una doble línea de investigación en dos campos que me llevaron a dos de las novelas históricas que he publicado. (Una de ellas se acaba de reeditar en Madrid, por cierto, El crepúsculo del hebraísta). Eran los tiempos de la Fenomenología y a ella me rendí, igualmente, para tratar de explicar posteriormente en la sociedad a la que llevaba adscrito más de veinte años, por qué cauces puede ir la conducta humana. Corría el año de 1976 –el año de la muerte de Martín Heidegger– y el año del llamado milagro económico alemán debido al ministro de economía Ludwig Ehrard. La Alemania que había quedado destruida, reducida a escombros, levantaba la cabeza con un ímpetu que desde entonces no ha cesado. Un día en clase un alumno preguntó al profesor con cierta ironía, un tanto envenenada, por el futuro de Alemania. El profesor miró de soslayo al alumno –un cincuentón de origen británico– y replicó: –Antes debía decirme usted quién

ha ganado la II Guerra Mundial: cómo está Gran Bretaña y cómo Alemania. Era una desproporción y así se lo hicimos saber al profesor, un sabio con cara de niño, pero hasta cierto punto el cinismo era excusable porque él mismo y su familia habían sido víctimas de la barbarie nazi. Lo que quería acentuar era que nada se reconstruye con buenos deseos solamente, sin esfuerzo, y a eso se debía el entonces milagro alemán. Pienso ahora en la Venezuela destruida por el chavismo, y que tal vez este es el tipo de esfuerzo necesario para la Venezuela que viene y la cual, a fin de cuentas, conserva sus estructuras y a muchos de sus mejores hombres tanto dentro como fuera del país. En este caso, la reconstrucción deberá ser primero moral, luego económica y de convivencia. Lo demás llegará en su momento. “El tiempo que ni retrocede ni tropieza”, según el poeta, se encargará de hacer el resto. Y en esta tarea, la labor de fomento e iniciativa a realizarse que le toca al diario El Nacional es ingente. Lo hizo en el pasado y no me cabe duda de que lo hará en el futuro. Literariamente, Venezuela está tomando, por ejemplo y ejemplarmente, por cierto, la dimensión que en los años de la bonanza fueron desaprovechados, en relación a la valoración de sus escritores en el exterior. Se globalizó casi todo, menos la literatura y el pensamiento venezolanos. La música, sí. Este proceso comienza ahora con nuevos valores, con nuevos hombres, algunos con figuración ya universal. Han sido 75 los años trascurridos desde su fundación y el diario El Nacional ha seguido en su puesto. Imbatible, como ya dije, frente a la persecución y el rencor de quienes se asustan ante la verdad y frente a los hechos mismos en sí. Aún los consumados por ellos mismos. En cualquier caso, los derroteros por los que el destino conduce su andadura son inescrutables, pero en mi circunstancia actual debo manifestar mi agradecimiento a El Nacional por su inestimable ayuda como ensayista, la cual, como dejé expuesto, constituye el núcleo fundamental de esta importante parte de mi trabajo como escritor. Dele Dios buen galardón.


Turn static files into dynamic content formats.

Create a flipbook
Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.