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Editorial

Termina el 2020, con el archivo del proyecto de solicitud de la licencia ambiental de Minesa, una forma descarada del gobierno por mantener viva la culebra de la confianza inversionista. Son once años de lucha en las calles y los estrados judiciales. En estos años no se ha logrado desterrar la megaminería en el páramo, pero ha crecido la indignación y el conocimiento del significado que tiene un ecosistema como el páramo de Santurbán, para la vida de los Santandereanos. Además crece la conciencia sobre los impactos que a perpetuidad tiene la explotación megaminera en el ecosistema paramuno.

En campaña, Iván Duque le prometió a los santandereanos que no habría megamineria en el páramo. Como presidente, en los organismos internacionales se muestra como defensor del medio ambiente y de los ecosistemas. Le mintió a los santandereanos y le miente al mundo. Como una demostración más, de lo que es el Presidente, el partido de gobierno presenta al Congreso un proyecto de Ley que propone supuestamente, evitar la actividad minera en zonas de páramos. Otra nueva falacia, por lo que esconde el proyecto. Definir el páramo a partir de una línea divisoria, para que de ese límite hacia abajo, se pueda autorizar la explotación minera. Es bueno recordar que los páramos, subpáramos, bosque alto andino y zonas de amortiguación, ya han sido declarados por la constitución nacional y por el Decreto 2372 de 2010, en sus artículos 29 y 31 como de protección especial. También el Instituto Alexander Von Humboldt, se manifestó en el mismo sentido de protección integral, en su concepto sobre la delimitación, rendida al Minambiente. El páramo es una unidad indivisible. “Soy el Páramo de Santurbán desde las cumbres más altas hasta los abismales precipicios del pie de monte.”

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Finaliza el 2020, en medio de una pandemia, con la esperanza de la vacuna y con un gobierno indeciso, entregado a las multinacionales farmacéuticas, alejado del sentido de la solidaridad. Una pandemia que golpea a los más pobres, agudiza la miseria, la desigualdad y el desempleo. Los recursos para amortizar los impactos de la pandemia en la sociedad y el sector productivo, se van para el sector financiero y las grandes empresas. Son muy pocos los recursos que llegan a sectores que generan la mayor parte del empleo del país como la pequeña, la mediana, la microempresa y la famiempresa.

Termina un 2020, con un gobierno nefasto, que secuestra la Democracia y pone en peligro el Estado Social de Derecho. La corrupción y el narcotráfico cooptan los organismos de poder. Y los asesinatos y masacres de líderes sociales en los territorios, hace visible el desinterés del gobierno por la vida y por la paz de Colombia. Nos duele en lo más profundo del alma, la barbarie que hoy atraviesa el corazón de nuestro país. Líderes indígenas, afros, defensores de Derechos Humanos, excombatientes que se acogieron al proceso de paz y los defensores del medio ambiente, son víctimas de un genocidio que no termina.

Llega el 2021. Un año lleno de incertidumbre, pero con posibilidades de sembrar esperanza. Unirnos alrededor de la defensa de la vida, es lo único que puede romper con el cerco de la violencia y la desigualdad. La solidaridad, la fraternidad y la cooperación pueden tejer una red para jalonar nuevos proceso que hagan posible cambiar el rumbo de un país capturado por el odio, la corrupción y el narcotráfico.

Aceptemos el desafío de soñar y pensar otra Colombia. Podemos construir con la cultura, con la educación, la innovación, la ciencia y la tecnología. Construir con la salud para todos. Construir reconociendo el valor y significado de la biodiversidad para la vida. Construir ese nuevo país con la gente, para hacer de éste, una sociedad justa, equitativa y solidaria. Lo que nos salva como seres vivos y sociales es la solidaridad, la cooperación, la generosidad, el respeto al otro, al diferente, y el cuidado de la naturaleza.

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