Galasso, Norberto La Revolución de Mayo : (El pueblo quiere saber de qué se trató) - la ed. 1a reimp. - Buenos Aires : Colihue, 2005. 144 p. ; 20x 14 cm.- (Ediciones del pensamiento nacional) ISBN 950-581-798-3 1. Historia de la Argentina I. Tftulo CDD 982 Diseño de tapa: Jorge Molina. Basada en una acuarela de Franz van Riel.
1ª edición /1ª reimpresión Ediciones del Pensamiento Nacional Distribución exclusiva: Ediciones Colihue S.R.L. Av. Díaz Vélez 5125 (C1405DCG) Buenos Aires - Argentina www.colihue.com.ar ecolihue@colihue.com.ar I.S.B.N. 950-581-798-3 Hecho el depósito que marca la ley 11.723 IMPRESO EN ARGENTINA - PRINTED IN ARGENTINA
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Índice LA HISTORIA OFICIAL.........................................................................................................................................4 ¿REVOLUCIÓN SEPARATISTA Y ANTIHISPÁNICA?....................................................................................................5 LA REVOLUCIÓN EN ESPAÑA: DE LA LIBERACIÓN NACIONAL A LA REVOLUCIÓN DEMOCRÁTICA........................8 LAS VARIANTES DEL LIBERALISMO.........................................................................................................................9 LA REVOLUCIÓN EN AMÉRICA: DE LA REVOLUCIÓN DEMOCRÁTICA A LA LIBERACIÓN NACIONAL...................10 ¿CAPITALISMO, FEUDALISMO O DESARROLLO COMBINADO?..........................................................14 LOS GODOS............................................................................................................................................................15 LA NUEVA BURGUESÍA COMERCIAL......................................................................................................................16 LOS HACENDADOS.................................................................................................................................................19 LA PEQUEÑA BURGUESÍA......................................................................................................................................19 LA FUERZA MILITAR..............................................................................................................................................21 LOS DÍAS PREVIOS..............................................................................................................................................21 EL CABILDO ABIERTO DEL 22 DE MAYO...............................................................................................................24 LA VOTACIÓN EN EL CABILDO ABIERTO...............................................................................................................29 LA TRAMPA ABSOLUTISTA..............................................................................................................................33 PERO, ¿QUIÉN ES MARIANO MORENO?.................................................................................................................33 PERO, ¿QUIÉN ES CORNELIO SAAVEDRA?.............................................................................................................35 LA TOMA DEL PODER.............................................................................................................................................39
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CAPÍTULO 1 La historia oficial En los discursos escolares se califica a la Revolución de Mayo como el día del nacimiento de la patria y según este criterio, año a año, se festeja, con cantos y escarapelas, el aniversario o bien podría decirse, el cumpleaños. Sin embargo —y a pesar de las décadas que llevamos de polémica histórica a partir de los primeros revisionistas— aún subsisten equívocos sobre este suceso, es decir, en las diversas interpretaciones saltan extrañas contradicciones. La razón de un fenómeno tan significativo —que no podamos explicarnos de una manera acabada y coherente cuándo y de qué modo nacimos— obedece a que nuestras ideas históricas —así como políticas y culturales— se hallan inficionadas por una concepción colonial. En definitiva, no sabemos de dónde venimos porque no sabemos quiénes somos, ni adónde vamos, según las ideas que prevalecen en colegios y medios de comunicación.
Para la historiografía liberal, Mayo fue una revolución separatista, independentista, antihispánica, dirigida a vincularnos al mercado mundial, probritánica y protagonizada por la "gente decente" del vecindario porteño. Si avanzamos algo en la caracterización que la historia oficial desarrolla —ya sea con todas las letras o implícitamente, insinuando conclusiones— completamos el cuadro: a) La idea de "libertad" fue importada por los soldados ingleses invasores en 1806 y 1807, cuando quedaron prisioneros algún tiempo en la ciudad y alternaron con la gente patricia; b) El programa de la Revolución está resumido en la Representación de los Hacendados, pues el objetivo fundamental de la revolución consistía, precisamente, en el comercio libre o más específicamente, en el comercio con los ingleses; c) El gran protector de la Revolución fue el cónsul inglés en Río de Janeiro: Lord Strangford; d) El otro gran protector será, arios más tarde, George Canning, quien tiene a bien reconocer nuestra independencia; e) La figura clave del proceso revolucionario es un Mariano Moreno liberal europeizado, antecedente de Rivadavia y que, significativamente, ha sido abogado de varios comerciantes ingleses. "Esta" revolución, así entendida, merece ser recordada y tomada como ejemplo según sostienen los intelectuales del sistema, puesto que sus rasgos fundamentales (apertura al mercado mundial, alianza con los anglosajones, "civilización", porteñismo, minorías ilustradas) marcan aún hoy el camino del progreso para la Argentina. De Bartolomé Mitre a nuestros días, esta versión ha prevalecido en el sistema de difusión de ideas (desde los periódicos, suplementos culturales, radiofonía y televisión, hasta los diversos tramos de la enseñanza y revistas infantiles tipo Billiken). Aburrida y boba, quedó sacralizada, sin embargo, porque ésa era la visión de una clase dominante que había arriado las banderas nacionales y se preocupaba, en el origen mismo de nuestra historia, de ofrecer un modelo colonial y antipopular. El revisionismo histórico, en casi todas sus corrientes, resultó impotente para dar una visión superadora, capaz de nutrirse en hechos reales y ofrecer mayores signos de verosimilitud. Desde una perspectiva, también reaccionaria, hubo quienes, como Hugo Wast, intentaron dar "la otra cara" de la Revolución culminando en esta interpretación: "La Revolución de Mayo fue exclusivamente militar y realizada por señores... Nada tiene que ver con la Revolución Francesa... El populacho no intervino en sus preparativos, ni comprendió que se trataba de la independencia... Moreno tampoco intervino en ellos y su actuación fue insignificante, cuando no funesta. Su principal actor file el jefe de los militares, Don Cornelio Saavedra... La patria no nació de la entraña plebeya, sino de la entraña militar... No la hizo el pueblo, la hicieron los militares, los eclesiásticos y un grupo selecto de civiles”.1 Así planteada la alternativa entre la 1
Hugo Wast. Año diez, Buenos Aires. Goncourt, 1970, p.11
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interpretación liberal oligárquica y la interpretación nacionalista reaccionaria, sólo unos pocos historiadores, como veremos, lograron dar un salto hacia una versión más coherente y veraz. Dado que la interpretación mitrista —por razones políticas—es la que ha alcanzado mayor influencia y difusión, debemos centrar en ella la cuestión y preguntarnos, desde el vamos, si ese Mayo, pretendidamente elitista y proinglés, merece la veneración que le prestamos o si, por el contrario, habría que vituperarlo como expresión de colonialismo. Esto implica, asimismo, interrogarnos acerca de si la revolución, tal como ocurrió realmente, tiene algo que ver con la "historia oficial" o si ésta es simplemente una fábula impuesta por la ideología dominante para dar fundamento, con los hechos del pasado, a la política de subordinación y elitismo del presente.
¿Revolución separatista y antihispánica? Demos vuelo a la imaginación y supongámonos en el momento clave de la revolución. El Cabildo Abierto habría decidido romper con España, recogiendo un sentimiento profundamente antiespañol que recorrería toda la sociedad. Ahí están los hombres de la Junta y va a nacer la Patria. Entonces, alguien se adelanta y sostiene, en voz alta, con la pompa propia de semejante ocasión: "¿Juráis desempeñar lealmente el cargo y conservar íntegra esta parte de América a nuestro Augusto Soberano el señor Don Fernando Séptimo y sus legítimos sucesores y guardar puntualmente las leyes del Reino? —Sí, lo juramos, contestan los miembros de la Primera Junta”.2 ¿Qué ha ocurrido? ¿Cómo es posible que los integrantes de la Junta juren fidelidad al Rey de España, en el momento de asumir el poder encabezando una revolución cuyo objetivo sería separarse de esa dominación? ¿Qué es esto de una revolución antiespañola que se hace en nombre de España? Con esta "pequeña" dificultad se encontraron los historiadores liberales cuando debieron explicar los sucesos de Mayo. La ocurrencia con que sortearon el obstáculo fue propia de la época y del estado en que se encontraban entonces las ciencias sociales: supusieron que los jefes habrían decidido ocultar el propósito de la revolución y se habrían complotado para usar "la máscara de Fernando VII", es decir, revolucionarse contra España pero en nombre de España, por temor, parece, a ser reprimidos. Esta suposición resulta hoy infantil e insostenible. Ninguna dirigencia revolucionaria puede ocultar su bandera y peor aún, como se pretende en este caso, levantar otra antagónica a la verdadera porque inmediatamente las fuerzas sociales que la sustentan le retiran su apoyo. ¿Cómo explicar que los intelectuales, los soldados y el pueblo aceptaran que los nuevos gobernantes proclamasen la vinculación a España si el propósito era precisamente lo opuesto: la separación? Ni un día habría durado la Junta en el caso de una "traición" tan manifiesta si el movimiento hubiese sido separatista, antiespañol y probritánico, como se pretende. Pero, volvamos a la escena donde están jurando los prohombres de Mayo. Ahora le corresponde a un vocal: Juan Larrea. Pero resulta que este dirigente de una revolución antiespañola es... ¡español! Y a su lado está Domingo Matheu... ¡también español! Y más allá, Manuel Belgrano y Miguel de Azcuénaga que han nutrido gran parte de su juventud y sus conocimientos en España. Curioso antihispanismo éste que continuará izando bandera española en las ceremonias públicas y que incluso durante varios años enfrenta a los ejércitos enemigos (que San Martín llama siempre realistas, chapetones o godos, y no españoles) enarbolando bandera española como si se tratase realmente de una guerra civil entre bandos de una misma nación, enfrentados por cuestiones que nada tienen que ver con la nacionalidad. ¡Curioso independentismo éste cuyos activistas French y Berutti repartían estampas con la efigie del Rey Fernando VII en los días de Mayo! Sorprendente, también, que la independencia se declare recién seis años después, especialmente porque si "la máscara de Fernando VII obedecía a la desfavorable situación mundial de 1810 para 2
Julio Cesar Cháves, Castelli el adalid de mayo, Buenos Aires, Leviatán, 1957, p. 155
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declarar la ruptura ¿cómo explicar que ésta se declare en 1816 cuando el contexto internacional era, para nosotros, peor aún? Volvamos por un momento a los dirigentes de Mayo. ¿Eran éstos representantes de las masas indígenas sometidas por la conquista española? ¿Expresaban al viejo mundo americano conquistado por la espada y la cruz? Evidentemente, no. Moreno, Castelli, Belgrano y tantos más, reivindicaban los derechos de los aborígenes a la libertad y a la tierra, pero integrándolos a los derechos de los demás criollos y españoles residentes y no como expresión de una rebelión charrúa, querandí, guaraní o mapuche contra el amo español. ¿Quiénes eran, por otra parte, esos "Hombres de Mayo"? En su mayor parte, se trataba de hijos de españoles, algunos educados largos años en España, otros que habían cumplido incluso funciones en el gobierno español. "¿Antagonismo entre criollos y españoles?" se pregunta Enrique Rivera. Y el mismo responde: "Dado que nuestros principales próceres eran hijos de padres españoles ¡valiera eso afirmar la existencia de un antagonismo nacional nada menos que entre padres e hijos!".3
El caso límite que destroza por completo la fábula de una revolución separatista y antiespañola es la incorporación de San Martín en 1812. ¿Quién era San Martín? Se trataba de un hijo de españoles, que había cursado estudios y realizado su carrera militar en España. Al regresar al Río de la Plata —de donde había partido a los siete años— era un hombre de 34 años, con 27 de experiencias vitales españolas, desde el lenguaje, las costumbres, la primera novia, el bautismo de fuego y el riesgo de muerte en cada batalla con la bandera española flameando sobre su cabeza. En el siglo pasado fue posible suponer "un llamado de la selva", una convocatoria recóndita de su espíritu donde vibraba el recuerdo de sus cuatro años transcurridos en Yapeyú (cuyo entorno cultural, si algo influenció, le daría más un carácter paraguayo o guaranítico que bonaerense) o los tres vividos en Buenos Aires, pero los progresos de las ciencias sociales y de la psicología desechan hoy por complete esta explicación. El San Martín que regresó en 1812 debía ser un español hecho y derecho y no venía al Río de la Plata precisamente a luchar contra la nación donde había transcurrido la mayor parte de su vida. Otras fueron sus razones, como asimismo las de Alvear, José Miguel Carrera, Zapiola, González Balcarce y tantos otros militares de carrera del ejército español, que procedieron como él. (Desde ya aclaremos un equívoco: la "colonización pedagógica" identificó durante muchos años "hispanismo" o "España" con "fascismo", fábula que fue facilitada por la política reaccionaria de Franco y la falange, aplaudidos en la Argentina por los grupos de derecha. Sin embargo, España no ha sido ni es de un solo color ideológico —como toda sociedad en la que luchan clases sociales— y nada menos que tres años de guerra civil prueban la existencia de una España "roja" y una España "negra" en los arios treinta, así como hubo en 1810 una España de las Juntas Populares y una España absolutista.) Finalmente, existe otra razón poderosa para descalificar la tesis de la revolución separatista oculta bajo la "máscara de Fernando". Ella radica en que al analizar la historia latinoamericana en su conjunto —pues ya resulta incomprensible la historia aislada de cada una de las patrias chicas— encontramos que los diversos pronunciamientos revolucionarios culminan, en la casi generalidad de los casos, en declaraciones de "lealtad a Fernando VII". La Junta creada en Chile en 1810 "reafirmó su lealtad a Fernando VII”,4 sostiene José L. Romero. El 19 de abril de 1810 se constituyó, a su vez, en Caracas, "La Junta Suprema Conservadora de los Derechos de Fernando VII”,5 Incluso en México, donde la mayor importancia de la cuestión indígena facilitaba el clima para el antihispanismo, "los revolucionarios estaban divididos entre los que respetaban el nombre de Fernando VII y adoptaban un barniz de obediencia al Soberano, y aquellos que preferían hablar lisa y llanamente de independencia".6 3
Enrique Rivera, José Hernández y la guerra del Paraguay, Buenos Aires, Indoamérica, 1954, p.20.
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José Luis Romero. Gran Historia de Latinoamérica, Buenos Aires, Abril Educativa y cultural, 1974.
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Causas sociales y políticas profundas provocan en distintas partes de América Latina — desconectadas entre sí— similares manifestaciones. Es absurdo suponer que tanto en Buenos Aires, Santiago, Caracas o México, los dirigentes hayan fabulado una idéntica "máscara". Por el contrario, es razonable suponer que en todos los casos actuaban así como expresión auténtica del sentimiento y el reclamo de las clases sociales que empujaban la revolución reclamando cambios, pero al mismo tiempo manteniendo la adhesión al rey cautivo a quien adjudicaban tendencias modernizadoras. Aun en el movimiento producido en La Paz (donde las referencias a "la libertad" y a la "ruptura del yugo" podrían suponer un propósito independentista), se reiteran asimismo las invocaciones a Fernando VII. De Gandía sostiene que en 1809, en La Paz, "un escribano Cáceres y un chocolatero Ramón Rodríguez se encargaron con otros hombres de apoderarse de la torre de la catedral y tocar a rebato la campana para reunir al populacho. La revolución se hizo con gran desorden, siempre a los gritos de ¡Viva Fernando VII, mueran los chapetones'!" Transcribe asimismo una proclama del 11 de setiembre donde Murillo sostiene: "La causa que sostenemos ¿No es la más sagrada? Fernando, nuestro adorado rey Fernando ¿No es y será eternamente el único agente que pone en movimiento y revolución todas nuestras ideas?".7 De Gandía —historiador ajeno a las ideas que presiden este ensayo, pero que en esta cuestión apunta certeramente— reflexiona acerca de la inconsistencia de la fábula liberal que supone una lucha secesionista de criollos americanos contra España y demuestra cómo hombres de uno y otro origen se mezclaban en los bandos en lucha: "Goyeneche... que aplastó al revolucionario criollo Pedro Domingo Murillo en La Paz, era criollo, de Arequipa. Murillo, por su parte, (el revolucionario) tenía como segundo jefe al teniente coronel don Juan Pedro Indaburu, prefecto español. A su vez los jueces que sentenciaron a los revolucionarios vencidos a ser decapitados y puestas sus cabezas en jaulas de hierro, eran: un paceño: Zárate; un potosino: Osa; un chuquisaqueño: Gutiérrez; otro chuquisaqueño: Ruiz; un arequipeño: Fuentes; y otro paceño: Castro. Sólo el fiscal era español: un tal Segovia" ... "La guerra fue de hermanos, civil, no por razas, sino por partidos políticos".8 Esto se verifica a lo largo de las luchas de esa época en las que aparecen del lado revolucionario hombres como Juan Antonio Álvarez de Arenales, que era español, lo mismo que Antonio Álvarez Jonte, integrante del segundo Triunvirato o en México, Francisco Javier Mina, que venía de luchar por la independencia de España habiendo nacido en Navarra y que sumado a la revolución en América sostenía: "Yo hago la guerra contra la tiranía y no contra los españoles". En el otro bando, Pedro Antonio de Olañeta, la pesadilla de Belgrano y Güemes, era jujeño, Juan Ángel Michelena que ordenó bombardear Buenos Aires en 1811 era americano y Pío Tristán, el enemigo de Belgrano en Tucumán y Salta, era nacido también en América (Arequipa). No existe, pues, fundamento histórico para caracterizar a la Revolución de Mayo como movimiento separatista (y por ende, pro inglés). Tampoco es cierto que su objetivo fuese el comercio libre por cuanto éste fue implantado por el virrey Cisneros el 6 de noviembre de 1809.9 Tampoco puede otorgársele a la Revolución un carácter exclusivamente porteño, pues si bien los acontecimientos estallaron primero en Buenos Aires, es innegable que las grandes luchas se produjeron en el Alto Perú donde la guerra de las republiquetas tuvo a las comunidades indígenas como protagonista fundamental. Por otra parte, basta elevarse por encima de la historia de la patria chica para contemplar, a la luz de la historia latinoamericana, cómo la insurrección popular recorre toda la Patria Grande, en algunos casos adelantándose a la bonaerense (La Paz 1809), en otros, sucediéndola inmediatamente (Chile 1810, Montevideo 1811). En último término, cabe consignar que tampoco se trató de un golpe político llevado 7
Enrique de Gandía. Conspiraciones y revoluciones sobre la independencia americana, Buenos Aires, Edit.. O.C.E.S.A, 1960, p.28. 8
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Ernesto Fitte, El precio de la libertad, Buenos Aires, Emecé, 1965, p. 38.
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a cabo por la "gente decente" del Cabildo, sino, por el contrario, que la participación popular, incluso de activistas y cuchilleros, fue decisiva para alcanzar el triunfo. ¿Cómo explicarse entonces que durante décadas haya persistido la creencia en esta fábula tan poco consistente? La razón principal, como sostenía Jauretche, consiste en que no se trata de una simple polémica historiográfica sino esencialmente política. Esa versión histórica resulta el punto de partida para colonizar mentalmente a los argentinos y llevarlos a la errónea conclusión de que el progreso obedece solamente a la acción de "la gente decente", especialmente si ésta es amiga de ingleses y yanquis, al tiempo que enseña a abominar de las masas y del resto de América Latina. De aquí nace el sustento para elogiar a Rivadavia y Mitre y con esta base, se concluye en la exaltación de los prohombres de la Argentina colonial. Impuesta en los programas escolares, sostenida por los intelectuales y los suplementos culturales de los diarios del sistema, así como por el resto de los medios de comunicación que difunden las ideas de la clase dominante, esta versión quedó sacralizada. Pero vaciada de lucha popular, de contenido social y político real, sólo consiguió que los alumnos se aburriesen juzgándola una "historia boba". El desafío es, ahora, acercarnos a la verdad de aquella lucha en la certeza de que siendo real y humana, será apasionante.
La revolución en España: de la Liberación Nacional a la Revolución Democrática Hace ya muchos años, Alberdi señalaba con acierto que la Revolución de Mayo debía relacionarse necesariamente con la insurrección popular que estalló en España en 1808: "La revolución de Mayo es un capítulo de la revolución hispanoamericana, así como ésta lo es de la española y ésta, a su vez, de la revolución europea que tenía por fecha liminar el 14 de julio de 1789 en Francia".10 Trasladémonos, entonces, a España pues quizás siguiendo el consejo de Alberdi puedan disiparse las contradicciones señaladas y alcanzar una visión coherente de la revolución. La España de Carlos IV y su hijo Fernando VII ha sido invadida por los ejércitos franceses y frente a esa prepotencia extranjera se alza el pueblo español un 2 de mayo de 1808, creando direcciones locales que toman el nombre de "Juntas" y se coordinan luego reconociendo una dirección nacional en la Junta Central de Sevilla. Así, teniendo por eje la cuestión nacional, se inicia la lucha heroica del pueblo español. Pero, bien pronto, ese estallido popular, esa lucha de liberación nacional, comienza a profundizar sus reivindicaciones ingresando al campo social y político (los derechos del pueblo a gobernarse por sí mismo, los Derechos del Hombre, las transformaciones necesarias para concluir con el atraso y la injusticia reinantes). "El dominio de una voluntad siempre caprichosa y las más de las veces injusta ha durado demasiado tiempo — sostiene la Junta Central, el 8 de noviembre de 1808—. En todos los terrenos es necesaria una reforma".11 En su manifiesto del 28 de octubre de 1809 señala: "Un despotismo degenerado y caduco preparó el camino a la tiranía francesa. Dejar sucumbir el estado en los viejos abusos sería un crimen tan monstruoso como entregarlo en manos de Bonaparte”.12 De este modo, la revolución nacional española se convierte, en la lucha misma, en revolución democrática. Como tantas otras veces en las historias de diversos países, la lucha de liberación contra el invasor extranjero, al ser encabezada por los sectores populares, entra de lleno a las transformaciones sociales y políticas. La Junta de Galicia, por ejemplo, impone fuertes impuestos a los capitalistas, ordena a la Iglesia que ponga sus rentas a disposición de las comunas y disminuye los sueldos de la alta burocracia provincial. La propia Junta Central de Sevilla, no obstante las vacilaciones originadas en su integración por buena parte de sectores 10
Juan Bautista Alberdi, Mitre al desnudo. Buenos Aires, Coyoacán, 1961, p.28.
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Marx y Engels, Revolución en España, Barcelona, Ariel, 1973, p. 92.
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muy moderados, reconoce el cambio sustancial que se opera en la revolución: "Ha determinado la Providencia que en esta terrible crisis no podáis dar un paso hacia la independencia sin darlo al mismo tiempo hacia la libertad”. 13 Por un lado, la lucha contra el invasor francés se nutre en la propia identidad española agredida. Por otro, la lucha por la democracia, el gobierno del pueblo y los cambios económicos y sociales nace de la postración del pueblo español y asimismo de la presión que ejercen, paradojalmente, las ideas que los revolucionarios franceses han expandido por Europa a partir de 1789. Esas ideas de "Libertad, igualdad y fraternidad" son retomadas en España y desarrolladas, desde diversas perspectivas: en algunos casos, con un sesgo de moderación y hasta de elitismo, y en otros, con una óptica popular. De Jovellanos a Flores Estrada, el pueblo español se va impregnando de las "nuevas ideas", como expresión del repudio a la corrupción y las intrigas de palacio que ridículamente protagonizan Carlos IV, su esposa y el favorito Godoy. En idéntica repulsa a esa España decadente, el pueblo encuentra al príncipe Fernando, que se ha manifestado en contra de sus propios padres y lo idealiza convirtiéndolo en jefe de la gran regeneración española.
Las variantes del liberalismo Sin embargo, una diferencia sustancial impide asimilar la situación española a la francesa de pocos años atrás: la inexistencia en España de una burguesía capaz de sellar la unidad nacional, consolidar el mercado interno y promover el crecimiento económico. Esa carencia — que también se verifica en América—provoca que aquel liberalismo nacional y democrático de la Francia del 89, sufra en España y América una profunda distorsión. Tanto en la revolución española de 1808 como en los acontecimientos del año 10 en América, se observa el desarrollo, al lado del liberalismo auténticamente democrático, nacional y revolucionario, de una variante liberal oligárquica, antinacional y conservadora. (Esta distinción es fundamental para comprender nuestro desarrollo histórico y por eso es necesario rechazar la tesis nacionalista de derecha según la cual todo liberalismo es antinacional, tesis nacida del repudio a la revolución francesa y a los Derechos del Hombre, y cuyo enfoque reaccionario critica a la sociedad capitalista, no en nombre de una sociedad más avanzada sino idealizando a la sociedad medieval). Ambas expresiones del liberalismo se enfrentarán a lo largo de nuestra historia: una, auténticamente revolucionaria, que quiere construir la nación y el gobierno popular como en Moreno, Dorrego y José Hernández; la otra, expresión directa de los intereses británicos, que aspira a convertirnos en factoría. (Obsérvese que el liberalismo democrático y nacional adopta generalmente, a través de nuestras luchas, el nombre de nacionalismo popular). El liberalismo en Europa constituyó la expresión ideológica de una burguesía progresista que procuraba construir la nación, modernizar las formas de producción y propender al crecimiento y la democracia política. El liberalismo nacional o nacionalismo popular, en nuestra historia, persigue los mismos objetivos, no sólo dentro de los límites de la patria chica sino a nivel latinoamericano (San Martín). En cambio, el liberalismo oligárquico sustenta un proyecto elitista, secesionista, porteñista, antilatinoamericano. Para Mitre la patria será Buenos Aires. Para José Hernández, la Argentina será apenas una "sección americana" de la gran patria a construir. Para el liberalismo oligárquico, lo esencial es el liberalismo económico y esto significa—para un país que entra con retraso a la historia mundial— su supeditación económica, y por ende, política, a los países desarrollados. En cambio, para los liberales nacionales, las libertades políticas no peligran porque un país adopte medidas proteccionistas en favor de su industria sino que, por el contrario, la condición de la democracia, es la "libertad nacional" en el sentido de soberanía política y económica. Para el liberalismo oligárquico lo importante son las formas exteriores y no el contenido. Por eso, diserta sobre la división de poderes mientras envía expediciones represoras para aplastar la protesta de los pueblos del interior (Mitre). En cambio, el liberalismo democrático popular y nacional es aquel de los caudillos que expresan a las 13
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masas populares, "democráticas".
aunque
no
sean
prolijamente
obedientes
de
las
formalidades
La comprensión de los verdaderos contenidos —descendiendo al fondo de las aguas y no quedándose en los fenómenos de superficie— resulta fundamental para distinguir a los protagonistas de las luchas de América y de España, así como el carácter progresivo o reaccionario de sus propuestas.
La revolución en América: de la Revolución Democrática a la Liberación Nacional Diversas circunstancias se conjugan, entonces, para que los pueblos criollos participen del hervor revolucionario desatado en España a partir de 1808. Por un lado, debe tenerse en cuenta que la relación España-América se había modificado a partir de la llegada al trono de los Borbones, iniciándose un proceso peculiar de liberalización, de aflojamiento y hasta dilución del vínculo colonial, en tanto se moderaban las disposiciones opresivas y el trato se tornaba cada vez más semejante al que la corona tenía con las propias provincias españolas. Más que de España y sus colonias, podía hablarse de la nación hispanoamericana en germen, que se consolidaría si triunfaba la revolución burguesa en la Metrópolis. El estallido de la revolución en España profundizó y consolidó ese "nuevo trato". El 22 de enero de 1809, la Junta Central declara que "los virreynatos y provincias no son propiamente colonias o factorías, como las de otras naciones, sino una parte esencial e integrante de la monarquía española",14 y que en su mérito "deben tener representación nacional inmediata y constituir parte de la Junta a través de sus diputados...".15 Incluso la Junta Central de Sevilla llegará a enviar un comunicado a todas las capitales de América convocando a los pueblos a erigir Juntas Populares. Sin embargo, esta relación no alcanzó, en los hechos, la plenitud prometida en las declaraciones. Así, las Cortes de Cádiz reunidas para sancionar la nueva constitución tuvieron representación americana, pero ésta fue falseada por los liberales españoles (si los representantes se hubiesen designado democráticamente, es decir, en función del número de habitantes, los americanos habrían prevalecido sobre los españoles). Más allá de esta inconsecuencia, quedan en pie los siguientes hechos fundamentales para explicar lo que ocurrió en América: los sectores populares se insurreccionan en España contra el invasor, organizándose en Juntas Populares; esas Juntas Populares asumen, en la lucha misma, no sólo la reivindicación nacional sino la reivindicación democrática y transformadora; el movimiento se impregna entonces de la ideología liberal expandida por la Revolución Francesa que ha prendido en pensadores, políticos y soldados españoles, aunque con variantes reformistas y moderadas en muchos casos, y este movimiento asume como referente a un hombre prisionero del invasor, que tiene derecho a gobernar España por la vieja legalidad monárquica, pero que se manifiesta, desde su reclusión, como abanderado de las nuevas ideas democráticas: Fernando VII. Por otra parte, la revolución española —por intermedio de la Junta Central— hace saber a las tierras de América que no son colonias sino provincias con igualdad de derechos (22 de enero de 1809).16 Y convoca asimismo a los pueblos americanos a que se organicen en Juntas (28 de febrero de 1810),17 confiando que de este modo se asegurará la resistencia a las pretensiones francesas. ¿De qué manera reaccionan los americanos ante estos importantísimos cambios que se operan en España y ante las propuestas de los revolucionarios de allende el mar? Reaccionan organizando Juntas que desplazan a la burocracia ligada al absolutismo que ha caído en España. Pero las Juntas de América no tienen frente a ellas, al ejército francés, sino 14
Enrique de Gandía, Historia del 25 de Mayo. Buenos Aires, Claridad, 1960, p.41.
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apenas, su amenaza. De tal modo, que la cuestión nacional no nutre, desde el principio, su contenido ideológico. Detengámonos en este tema que resulta complejo y a la vez decisivo para la caracterización. ¿Existía cuestión nacional en América en el sentido de liberación de una opresión extranjera? Por un lado, no había invasión extranjera, como en la España atropellada por Napoleón. Por otro, el mayor organismo político español declaraba que no consideraba a estas tierras como colonias si no solamente como extensión del territorio español y sujetas, por esta razón, al mismo trato que cualesquiera de las provincias de la península. ¿Había aquí un pueblo sometido? Sí, evidentemente, el pueblo sometido fue el aborigen y si existía una cuestión nacional, esta sólo podía entenderse como opresión de los colonizadores españoles sobre los indios americanos. Pero, profundizando el tema, ¿los aborígenes conformaban una nación en el sentido riguroso de esta categoría? Pareciera que no, pues existían diversas comunidades que empleaban distintas lenguas, no teniendo trato comercial entre ellas y que, comúnmente, entraban en conflicto. ¿Habría entonces que hablar de "varias" cuestiones nacionales, de los conquistadores, respecto a cada una de las comunidades indígenas: mapuches, guaraníes, incas, aztecas, mayas, onas, matacos, comechingones, charrúas, querandíes, quilmes, etc.? Más bien, esta diversidad de comunidades indígenas —es decir, su falta de cohesión, su desarticulación económica, política y cultural— resulta la mayor prueba de que esa cuestión nacional entre el conquistador español y el indio nativo carecía ya de vigencia. O dicho de otro modo: que esa cuestión nacional ya no podía ser resuelta en 1810 dado que los indígenas se hallaban sometidos, dispersos, en un nivel de desarrollo económico, técnico y militar tan inferior al de los españoles, que su suerte estaba echada. Su cuestión nacional se la había tragado la historia, aunque de ningún modo ello justifica el genocidio de los conquistadores. Ya en 1810, una América libre no podía serlo en su pureza india, sino como mestiza. Y la cuestión frontal que delimitaba a los grupos sociales no otorgaba a las comunidades indígenas la exclusividad en una vereda antiblanca sino su confluencia, con mestizos y blancos, en una reivindicación democrática general. La lucha social a principios del siglo XIX no se centra entonces en el conflicto español-indio, como contradicción fundamental de tipo racial derivada de la conquista. Algunos grupos aborígenes estaban ya integrados a la nueva sociedad (como los huarpes, por ejemplo) y otros, aislados, al margen de la sociedad hispano-criolla, vivían su estancamiento, hasta que cayeron finalmente en la degradación del malón. Otras comunidades indígenas —como en el Alto Perú — vivían sí sometidas y explotadas, pero aún en este caso sus intentos reivindicativos fueron generalmente aislados y no asumieron el carácter de una lucha nacional (incluso su participación posterior a Mayo, en la importantísima guerra de las republiquetas, se da integrándose a la revolución, compartiendo su reivindicación antiabsolutista y democrática y no como intento de reivindicación nacional antiblanca). El español y sus descendientes nacidos en América, organizados socialmente con la incorporación también de indios y mestizos, armaron una sociedad distinta, y en gran medida (salvo el Alto Perú) ajena a los primitivos pobladores, sociedad donde surgía ahora un conflicto de clases que no expresaba una opresión nacional sino una lucha social y política. La relación metrópoli-colonia establecida en un principio entre los conquistadores españoles y los indios americanos, se fue diluyendo en la medida en que se desintegraron las encomiendas y fue siendo reemplazada por otro conflicto: el del absolutismo de los reyes que imponían su ley y sus representantes al pueblo hispanoamericano (de la misma manera que la imponían al pueblo español de la península) y frente al cual iba a nacer la reivindicación de la soberanía popular (tanto de los españoles, como de los criollos y de los indios, oprimidos económica, social y políticamente). La opresión no era de un país extranjero sobre un grupo racial y culturalmente distinto (cuestión nacional) sino de un sector social sobre otro dentro de una misma comunidad hispanoamericana. Por esta razón, el estallido español con su gente en las calles, con sus Juntas democráticas,
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con sus exigencias de derechos para el pueblo, pone en tensión los conflictos sociales existentes en América, es decir, provoca la eclosión de fuerzas democráticas, transformadoras, no signadas por un color nacional sino por reclamos populares semejantes a los que enarbola el pueblo español en las calles y aldeas de España. Las Juntas en América —salvo dos o tres casos donde los sectores reaccionarios toman el poder levantando consignas juntistas como Elfo en 1809 en Montevideo o Pedro Garibay en México en 1808— aparecen así como expresiones democráticas. Se trata, en realidad, de un estallido "juntista" que recorre a toda Hispanoamérica y que en un lapso de pocos meses, se constituye en el acompañamiento de la revolución española, en un momento de esa revolución, que ya en España, desde su inicio como movimiento nacional, ha devenido en democrática y paradojalmente pareciera que inicia ya su declinación, debilitada por la inexistencia de una burguesía nacional capaz de darle cohesión y vigor en el ámbito de toda la península. En este sentido, cabría ajustar esa definición de Alberdi de que "la revolución en América fue un momento de la revolución española". Si bien es cierto que los movimientos de las distintas ciudades hispanoamericanas sólo se explican enlazándolos con los de la península, cabe observar que los primeros estallan precisamente cuando en España se produce un pronunciado viraje a la derecha. El reemplazo de la Junta Central por el Consejo de Regencia implica el "entronizamiento del funcionarismo, la corrupción y en general el régimen de opresión de Godoy".18 Así, dentro del proceso que viven España y sus ex colonias, las Juntas americanas aparecen como levantándose contra el Consejo de Regencia. Ante la opción de caer en manos de los franceses, que dominan casi todo el territorio español, o de un gobierno girado a la derecha que linda con el absolutismo, las fuerzas democráticas se lanzan a la revolución sin propósito secesionista, sino integrándose al movimiento popular que en la península confía en la profesión de fe liberal del cautivo Fernando VII. El 19 de abril de 1810 "un cabildo extraordinario reunido en Caracas, resuelve constituir una Junta provisional de gobierno a nombre de Fernando VII con el objeto de conservar los derechos del rey en la capitanía general de Venezuela". 19 El 25 de mayo se produce el levantamiento en Buenos Aires y el 14 de junio en Cartagena. El 20 de julio, en Santa Fe de Bogotá se adoptan medidas similares para el virreynato de Nueva Granada. El 16 de setiembre, al grito de "Viva el Rey" el sacerdote Manuel Hidalgo levanta a los indios de su curato en Dolores, México. El 18 de setiembre estalla una insurrección en nombre del rey cautivo en Santiago de Chile.20 Como un reguero de pólvora, la revolución se expande en pocos meses por Hispanoamérica, a través de Juntas y en nombre de Fernando, continuando así el proceso democrático español. Quizás en algunos dirigentes revolucionarios vibraba ya la idea de la independencia, en la medida en que desconfiaban de las posibilidades de Fernando VII de regresar al trono y suponían inevitable la caída de toda España en manos de Napoleón. En ese caso, la única manera de resguardar los derechos democráticos y la soberanía popular, resultaría la secesión. Pero por ahora, ni aun esos dirigentes plantean semejante posibilidad, limitándose a acompañar el movimiento popular con los ojos puestos tanto en los sucesos locales como en el desarrollo del proceso español. De cualquier modo, el carácter democrático, popular y no separatista de las revoluciones que estallan en 1810 en América, resulta indubitable. No sólo Alberdi lo comprendió sino otros ensayistas, entre ellos José León Suárez en su libro Carácter de la revolución americana. Asimismo Manuel Ugarte lo entendió cabalmente y lo resumió así: "Ninguna fuerza puede ir contra sí misma, ningún hombre logra insurreccionarse completamente contra su mentalidad y 18
Juan Ignacio Gorritti. Discurso en la legislatura, (31/5/1826) citado por Raúl Molina en La primera polémica sobre la Revolución de Mayo, Buenos Aires, 1967. 19
A.J. Perrez Amuchástegui, Crónica Histórica Argentina, Buenos Aires, Codex, 1969, 'f. I, p.XLVIII.
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sus atavismos, ningún grupo consigue renunciar de pronto a su personalidad para improvisarse otra nueva. Españoles fueron los habitantes de los primeros virreinatos y españoles siguieron siendo los que se lanzaron a la revuelta. Si al calor de la lucha surgieron nuevos proyectos, si las quejas se transformaron en intimaciones, si el movimiento cobró un empu je definitivo y radical fue a causa de la inflexibilidad de la Metrópoli. Pero en ningún caso se puede decir que América se emancipó de España. Se emancipó del estancamiento y de las ideas retrógradas que impedían el libre desarrollo de su vitalidad... ¿Cómo iban a atacar a España los mismos que en beneficio de España habían defendido, algunos años antes, las colonias contra la invasión inglesa? ¿Cómo iban a atacar a España los que, al arrojar del Río de la Plata a los doce mil hombres del general Whitelocke, habían firmado con su sangre el compromiso de mantener la lengua, las costumbres y la civilización de sus antepasados?... Si el movimiento de protesta contra los virreyes cobró tan colosal empuje fue porque la mayoría de los americanos ansiaba obtener las libertades económicas, políticas, religiosas y sociales que un gobierno profundamente conservador negaba a todos, no sólo a las colonias, sino a la misma España... No nos levantamos contra España, sino en favor de ella y contra el grupo retardatario que en uno y en otro hemisferio nos impedía vivir".21
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Manuel Ugarte, Mi campaña hispanoamericana. Barcelona, Edit. Cervantes, 1922, p. 23.
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CAPÍTULO II ¿Capitalismo, feudalismo o desarrollo combinado? Para alcanzar una correcta caracterización de la Revolución de Mayo resulta necesario dilucidar previamente la naturaleza social del virreinato del Río de la Plata y los conflictos que allí se dirimían. Esta tarea no resulta fácil pues la sociedad virreinal ofrece rasgos singulares que dificultan definiciones netas. Mucho se ha discutido al respecto, optando algunos historiadores por otorgarle una naturaleza feudal, mientras otros le adjudican un carácter capitalista (André Gunder Frank, por ejemplo sostiene: "El capitalismo empezó a penetrar, a formar, en definitiva, a caracterizar plenamente ala sociedad latinoamericana y chilena ya en el siglo XVI"). Ambas caracterizaciones, sin embargo, parecen insuficientes. El transplante de algunas instituciones de tipo feudal —de Europa a América— como la encomienda (ya en estado de disolución hacia fines del siglo XVIII) no alcanza para caracterizar como feudal a una sociedad donde los otros rasgos del feudalismo no se verifican. A su vez, suponer que una España, donde el capitalismo todavía no había alcanzado a desarrollarse, fuese capaz de implantar el capitalismo en América, resulta asimismo poco convincente. Un somero estudio de las formas de producción en el virreinato hacia fines del siglo XVIII permite observar la coexistencia de diversos modos de producción: una economía extractiva o natural con escasa relación con el mercado (gauchos en el litoral), industrias predominantemente domésticas o primitivas (desde el telar familiar que trabajaba la madre de Sarmiento, por ejemplo, hasta industrias en germen, corno la construcción de carretas y muebles en Tucumán, de embarcaciones en Corrientes, textil en Cochabamba); actividades artesanales en diversas ciudades (talabarteros, herreros, plateros, armeros, etc.); algunos resabios de organizaciones de tipo feudal como la mita y la encomienda relacionados con productos de valor, como los metales y el azúcar, en el norte; unidades agrarias de autoconsumo, desvinculadas del mercado, como en las comunidades del Alto Perú. Evidentemente, no estaban generalizadas las formas capitalistas de producción, si no que apenas en los puertos y sus adyacencias se verificaba la existencia de un capitalismo comercial ligado a Europa y cuyo entramado con el interior se producía a través de comunicaciones lentas e irregulares. Enrique Rivera —en su libro José Hernández y la Guerra del Paraguay— señala que "ni siquiera se había generalizado el estadio manufacturero del capitalismo". La apreciación más correcta sobre esta cuestión proviene, a nuestro juicio, de George Novack en su libro Para comprender la historia donde critica a las dos caracterizaciones mencionadas (capitalismo y feudalismo) y sostiene que, en cambio, se trata de formas combinadas de producción. "El proceso de colonización en América Latina —sostiene Novack— fue el resultado de fuerzas que provenían de niveles de desarrollo muy dispares: los conquistadores españoles y portugueses, que estaban pasando de condiciones feudales a condiciones burguesas y la población indígena que mantenía las relaciones comunales tribales de la Edad de Piedra. Su interacción dio como resultado una gran variedad de formas intermedias...". En otra parte, afirma: "La fusión de relaciones capitalistas y precapitalistas dio lugar a una gama de formas económicas combinadas y formaciones sociales incoherentes". Refutando a Gunder Frank señala que: "en el siglo XVI el propio capitalismo apenas empezaba a tomar forma en Europa Occidental...España había apenas empezado ella misma a arrastrarse fuera del medievalismo. Era todavía un país tan feudal como burgués. ¿Cómo podrían haber establecido españoles y portugueses en Latinoamérica unas formas de organización económicas superiores a las que ellos tenían en Europa entre el siglo XVI y el XIX?" Y agrega: "España y Portugal crearon en el Nuevo Mundo unas formas económicas de carácter combinado. Fundieron relaciones precapitalistas con relaciones de intercambio, subordinando así las
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primeras a las exigencias y movimientos del capital comercial".22 (Aclara asimismo que cuando habla de capital mercantil no está hablando de "un sistema capitalista maduro de relaciones económicas", confusión en la que cae Gunder Frank olvidando que "el préstamo y el capital comercial coexistieron desde la antigüedad", mucho antes del capitalismo). Estas formas combinadas de producción —precapitalistas bajo la acción del capitalismo comercial de los conquistadores— están señalando que en esa sociedad virreinal resultaba históricamente progresiva una revolución democrática y nacional (aunque, asimismo, el bajo nivel de desarrollo de las fuerzas productivas evidenciaba las dificultades para concretarla). Pasando ahora a las clases sociales, un dibujo general permitiría trazar un cuadro de este tipo: una burocracia ligada al virrey, expresión del absolutismo; una oligarquía comercial monopolista entrelazada con casas de comercio de la península; una burguesía comercial de nuevo tipo conformada por comerciantes ingleses que operan últimamente en Buenos Aires y por comerciantes criollos, los más de origen contrabandista; una burguesía ganadera en formación, dueña más de ganado que de tierras, con estancias sin delimitaciones claras y títulos de propiedad discutibles; un sector social constituido por quinteros y labradores ubicado en los alrededores de las ciudades, una incipiente clase media de abogados, médicos, estudiantes y empleados y finalmente un mundo desheredado constituido por peones, jornaleros, esclavos negros (domésticos en general y con ciertas habilidades artesanales) e indios, tanto sometidos a trabajos forzados, como recluidos en su comunidad agraria. En los acontecimientos de Mayo —con centro inicialmente en Buenos Aires— las fuerzas sociales se alinearán en alianzas y antagonismos generando sus referentes. Esto exige —para facilitar la comprensión de los acontecimientos— que analicemos en particular a los sectores sociales más ligados a los sucesos de Mayo y a sus familias más representativas.
Los godos Este sector está integrado por la burocracia ligada al poder absolutista y por los comerciantes que han usufructuado los privilegios del monopolio comercial, vinculados a negociantes de la península. Decididos defensores del virreinato durante las invasiones inglesas, se han expresado en el intento golpista de Álzaga en enero de 1809 y se pronunciaron en bloque en contra de la Revolución de Mayo resultando, en muchos casos, desterrados y confinados durante el período morenista. Dueños de extensas propiedades en la ciudad de Buenos Aires, benefactores de la Iglesia y en general vinculados a órdenes religiosas, son además propietarios de esclavos y profesan amor "al orden y las buenas costumbres". Algunos ostentan pretensiones nobiliarias y ensamblan el doble apellido linajudo con alguna heráldica donde abundan las espadas y las cruces. Entre las principales familias godas se destacan: Santa Coloma, Álzaga, Belaústegui, Sáenz Valiente, Neyra y Arellano, Quirno y Echeandía, Fernández de Molina, Olaguer Reynals, Sentenach, Ezcurra, Elorriaga, Arana, Oromí, Tellechea, Lezica, Ocampo, Pinedo y Martínez de Hoz. No obstante ser desplazados del poder político y en la mayor parte de los casos, perseguidos a partir del 25 de Mayo, estas familias, fincándose en su poder financiero, lograron mantenerse y trenzar, años después, fuertes vínculos con la naciente burguesía comercial y con la clase estarciera, relaciones consolidadas luego a través de matrimonios y aventuras comerciales y ganaderas en común. Ello permitió que sus apellidos confluyesen, décadas más tarde, en la integración de la oligarquía nativa: los Álzaga, los Martínez de Hoz, Belaústegui, Ocampo, Oromí, Ezcurra, Santa Coloma, Lezica, Sáenz Valiente, etc.
La breve reseña de algunas de estas familias permitirá facilitar el reconocimiento de su mundo económico, cultural y político. Un caso típico es Don Francisco Antonio Belaústegui, 22
George Novack, Para comprender la hisroria, México. Fontatnara, 1989, p.162. 15
rico comerciante, conocido por "el godo". El 22 de mayo vota a favor del virrey y se define luego en contra de la Junta, por lo cual es desterrado a Chascomús como "fascineroso". A tanto llegaba su odio a los revolucionarios que se negó a asistir al casamiento de su hija Manuela con José Luis Bustamante, así como de su hija Petrona con el teniente Rufino de Elizalde, por que los respectivos novios eran partidarios de la Junta de Mayo. 23 Desde Río de Janeiro —a donde había emigrado— siguió conspirando varios años contra la revolución. Semejante es la historia de Don Francisco de Tellechea, comerciante de fortuna que fue confinado al Mineral de Famatina, en la Rioja, en 1810, por sus actividades conspirativas. Participó luego en el intento insurreccional de Álzaga de 1811 y fue ahorcado. Era dueño de esclavos, se había casado en primeras nupcias con una Caviedes y luego, con una Lezica. Fue dueño de la famosa quinta que luego pasó a ser conocida como "de Pueyrredón", habiendo pasado a éste por casamiento con una hija de Tellechea. También opositores a Mayo y desterrados en 1810, resultaron Quirno y Echeandía, Juan Fernández de Molina, lo mismo que Olaguer Reynals y Neyra de Arellano. En cuanto a Martín de Álzaga —que el nacionalismo reaccionario ha intenta do reivindicar— no participó en el Cabildo Abierto del 22 de Mayo por hallarse detenido, pero todo su grupo se definió en dicha oportunidad a favor del virrey y se lanzó luego a la conspiración en 1811, acción que culmina con su fusilamiento. Por su parte, Narciso Martínez de Hoz había contraído matrimonio con María Josefa Fernández de Agüero y Agüero, hija del vocal del Real Consulado. Poseía una gran casona en la actual calle Belgrano y una gran barraca de cueros. Era hijo de un funcionario colonial y de allí provenían las grandes extensiones de tierra que poseía en lo que hoy es la localidad de Lincoln.24
La nueva burguesía comercial En los años previos a la revolución, se ha ido consolidando en Buenos Aires un grupo comercial de nuevo tipo, distinto al tradicional que se cobijaba en el monopolio establecido por la Ley de Indias. Lo integran comerciantes que operan al margen de las leyes, contrabandistas por lo general, cuyas posibilidades de enriquecimiento se han visto favorecidas por el debilitamiento del viejo sistema colonial (La alianza entre España e Inglaterra, de la cual derivan concesiones a los ingleses para operar en el puerto de Buenos Aires en el tráfico de esclavos, favoreció sus negocios, estimulados asimismo por la apertura del comercio sancionada por el virrey Cisneros). La relación con los ingleses, como también el desarrollo capitalista en el Viejo Mundo, provoca un fuerte crecimiento de la actividad comercial que se canaliza por nuevas vías, al margen de los antiguos monopolistas. Estos comerciantes, de origen español en algunos casos, criollos en otros, se convierten en el puente de introducción de mercaderías europeas, especialmente británicas y en esta tarea se vinculan estrechamente con comerciantes ingleses que han obtenido temporarios permisos para instalarse en la ciudad y operar en las nuevas condiciones del libre comercio. Resulta así una nueva burguesía comercial, de pronunciada tendencia probritánica, liberal, aventurera e inescrupulosa en razón de su origen ilegal, que muy pronto se cohesiona como clase con conciencia clara de sus intereses para ser capaz de generar un. Rivadavia primero y más tarde, un Mitre. Entre las familias de origen hispano-criollo de esta burguesía comercial sobresalen: Riglos, Aguirre, Sarratea, Escalada, Balbastro, García, Rivadavia. Espiritualmente se presentan como "modernistas", apropiándose rápidamente de las costumbres y valores importados de "la 23
Genealogía, "Hombres de Mayo", Revista del Instituto Argentino de Ciencias Genealógicas, Buenos Aires, 1961, p. 68. 24 Todo es historia, Buenos Aires, abril 1967, N° 107. 16
Europa civilizada", cultivando la frivolidad y la tilinguería, día a día más alejados de la vida austera y recatada de los viejos españoles. Doña Agustina, la madre de Juan Manuel de Rosas —según lo recuerda Lucio Mansilla— "protestaba con vehemencia contra la invasión de costumbres extranjeras en Buenos Aires, que llegaba hasta cambiar la comida tradicional" y así se refería a esa "europeización" que había atacado, por ejemplo, a la familia de Mariquita Sánchez: "Nada de fuentes con tapa, todo a la vista, platos sanos y el que quiera, repita. Déjame, hija, de comer en casa de Mariquita, que allí todo se vuelve tapas lustrosas y cuatro papas a la inglesa".25 Es la infiltración de costumbres y gustos que opera con la importación y en la asociación de intereses con los británicos. Entre éstos, había ya familias residentes con apellidos que luego aparecerán una y otra vez en nuestra historia: Miller, Parish, Billinghurst, Gowland, Lynch, Robertson, Brittain, Mackinnon, Dillon, Twaites, Amstrong, Gibson, O'Gorman, Craig, Wilde, Ramsay, Buttler, Barton. Hacia 1810, residían en Buenos Aires 124 familias inglesas26 dedicadas en su gran mayoría al comercio. Un año atrás (6/11/1809) —cuando Cisneros sanciona el libre comercio— 17 veleros ingleses esperaban en el puerto "para vaciar sus bodegas".27 Pero dos graves cuestiones perturbaban aún a ese grupo comercial: por un lado, la legislación española, que llevaba al Cabildo a sostener (en 1809) "que los ingleses por sí no han de poner en esta ciudad casas de comercio, almacenes, ni tiendas, ni se les puede tolerar introducir...ropas hechas, muebles de casa, ponchos, frazadas, jergas, sobrecinchas...";28 por otro, que la instauración del comercio libre se dificultaba en la práctica con "los altos aranceles fijados a la importación".29 El mismo Cisneros había flexibilizado la disposición respecto a la posibilidad de instalarse y comerciar en Buenos Aires otorgándoles a los ingleses un plazo de cuatro meses para concluir sus negocios pendientes (plazo que vencía el 17 de abril de 1810, y que fue prorrogado en esa fecha por un mes más: al 17 de mayo de 1810), hasta que la Primera Junta dejó sin efecto la disposición permitiéndoles la radicación sin término, medida que explica el alborozo inicial de este sector ante la revolución. (Los derechos a la importación, en cambio, recién fueron rebajados por el Primer Triunvirato bajo la acción de Rivadavia.) La vinculación de estos comerciantes con los nativos se acentúa en los prolegómenos de la revolución: "Los jefes y oficiales ingleses se paseaban por las calles con las Marcos, las Escalada y Sarrateas".30 Gillespie testimonia: "Pocos lugares hay en el mundo donde sea más estrecho y sincero el trato entre los hijos del país y los extranjeros —pero más especialmente con los ingleses— que en la ciudad de Buenos Aires". Y agrega "Los habitantes se vanagloriaban de recibir bien a los extranjeros y tienen para ellos toda clase de miramientos y deferencias...Los jefes de familia, en cuyas casas los más de nuestros oficiales se alojaban, nos manifestaban suma bondad con sus ofrecimientos de dinero".31 De este vínculo brotaron casamientos que consolidaron la alianza: John Miller, por ejemplo, se casa con María Balbastro, Roberto Billinghurst con Francisca Agrelo, Martín Thompson, hijo del comerciante irlandés Pablo Thompson con María Sánchez y Velazco (Mariquita). Asimismo, recuerda Batolla: "Los ingleses pasaban el verano en quintas de recreo: Dickson ocupaba con su familia la quinta de Riglos", 32 "Brittain ocupaba años después la casa de Manuel de Sarratea".33 "Muchos de nuestros compatriotas han contraído matrimonio con hermosas porte-
25
Carlos Ibarguren, Juan Manuel de Rosas, su vida, su drama, su tiempo, Buenos Aires, Theoría, 1961, p.13.
26
Ernesto Fitte, El precio de la libertad, Buenos Aires, Emecé, 1965, p. 61.
27
Ídem, p. 6.
28
Ídem. p. 46.
29
Ídem. p. 52.
30
Carlos lbarguren, ob. cit., p.20.
31
Octavio Batolla, Los primeros ingleses en Buenos Aires, Buenos Aires. Muro, 1928. p. 43.
32
Ídem, p.129
33
Ídem, p. 105
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ñas," recuerda Woodbine Parish.34 La vinculación de esta familias criollas con comerciantes y militares ingleses se producía especialmente en los centros o tertulias más importantes del Buenos Aires de entonces, donde reinaban tres bellas matronas: Ana Riglos, Melchora Sarratea y Mariquita Thompson... "cuyas casas eran asiduamente visitadas por comandantes navales, tanto ingleses como franceses, de estación en el Río de la Plata y por cónsules generales, enviados y diplomáticos, muchos de los cuales se alojaban en ellas en calidad de huéspedes distinguidos".35 Estas matronas se hallaban ya sumamente europeizadas: A Ana Lasala de Riglos o como acostumbraban a llamarla: "Madame Riglos” ...se la hubiera podido designar con toda exactitud como la dama jefe de la facción "tory" (partido conservador inglés), en Bs.As"...chispeante y familiar, si bien altamente aristocrática, era siempre la más cortejada en la tertulia y la más querida por la mayoría de los marinos ingleses".36 Doña Melchora de Sarratea, reina de la moda y de los salones porteños, fue... la "Madame Stäel del lugar... y estaba tan bien enterada de los asuntos públicos y privados que fue tenida como entusiasta partidaria de los principios whigs" (partido liberal inglés). En cuanto a Mariquita Sánchez de Thompson "...su fuerte eran las relaciones exteriores y puede decirse que nadie manejó nunca los negocios de Downing Street con mayor suceso y brillantez que ella... Prodigaba su inmenso caudal en el delicado placer de reunir no sólo al mayor núcleo de personalidades descollantes sino también adornos exquisitos del arte europeo, antojos fugaces si se quiere, pero que eran preciosidades originales y encantadoras...Ella fue el centro de la sociedad porteña durante más de medio siglo". 37 Vicente Fidel López insiste en que Mariquita "tenía el delicado placer de reunir en su casa adornos exquisitos y curiosos de la industria y el arte europeo: porcelanas, grabados, relojes con fuentes de agua permanentemente figuradas por una combinación de cristales, preciosidades de sobremesa... que eran novedades encantadoras para quienes nada de eso habían visto...Banquetes, servicio francés y cuanto la fantasía de una dama rica entregada a las impresiones y estímulos del presente, podía reunir en torno de su belleza proverbial". 38 Esta matrona liberal europeizada ha dejado una muestra insuperable de su colonialismo mental al referirse en sus memorias a las invasiones inglesas: "La gente criolla no es linda; es fuerte y robusta, pero negra. Las cabezas como un redondel, sucios, unos con chaquetas, otros sin ella, con unos sombreritos chiquitos encima de un pañuelo, atado en la cabeza. Cada uno de un color, unos amarillos, otros punzó, todos rotos, en caballos sucios, mal cuidados. Todo lo más miserable y más feo. Las armas sucias, imposible dar una idea de estas tropas... En cambio, el regimiento mandado por el Gral. Pack era la más linda tropa que se podía ver, el uniforme poético, botines de cinta punzó cruzadas, una parte de la pierna desnuda, una pollerita corta, gorras de una tersia de alto, toda forrada de plumas negras y una cinta escocesa que formaba un cintillo, un chal escocés como banda, sobre una casaquita corta punzó. Este lindo uniforme sobre la más bella juventud, sobre caras de nieve, la limpieza de estas tropas admirables. Qué contraste tan grande". Y todo esto rematado con el siguiente comentario que pretendió ser irónico: "Al ver aquellas (tropas criollas) en aquel día tremendo, dije a una persona de mi intimidad: si no se asustan los ingleses de ver esto, no hay esperanza".39
Así como Mariquita piensan los Escalada, los Quintana, los Riglos, los Lasala, los Sarratea, fervorosos por las nuevas ideas que predican los ingleses en tanto les permitirán realizar 34
W. Parish, citado por Batolla en Los primeros ingleses en Buenos Aires. p. 54.
35
Ídem, p. 62
36
Ídem, p. 62
37
Ídem, p. 66
38
Vicente Fidel López, Historia de la República Argentina, Buenos Aires, Kraft, 1913, T 5, p. 130
39
Mariquita Sánchez de Thompson. Recuerdos de! Buenos Aires Virreynal, Buenos Aires, Ene, 1953, p. 66.
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grandes negocios, expandirse en la importación y la exportación aprovechando su estratégica posición junto al puerto único y sus buenas relaciones con los comerciantes ligados al mercado mundial. Si los viejos monopolistas fueron enemigos de Mayo, éstos son partidarios de Mayo sólo en tanto sus operaciones comerciales se multipliquen. Como las burguesías comerciales de otros puertos americanos (los mantuanos de Venezuela, por ejemplo) resultan impermeables a las grandes banderas de la revolución francesa y sólo receptivos al comercio libre de los ingleses.
Los hacendados Hacia 1810, los hacendados no conforman aún una clase social consolidada, con intereses específicos y conciencia de los mismos. Recién se está verificando la apropiación de la tierra, pues inicialmente se trató más que de terratenientes, de propietarios de ganado, usufructuarios de vaquerías, es decir, mercedes del virrey para apropiarse libremente del ganado suelto en las pampas. Últimamente constituyen un tipo peculiar de estanciero que ejerce la propiedad sobre los animales, en muchos casos en tierras no debidamente limitadas todavía, ni legalmente escrituradas. Exportadores de cuero —y en segundo lugar de tasajo para mercados esclavistas — les interesa la libertad de exportación, que ya existe en 1810. Son mentalmente hombres devotos del orden y enemigos de las transformaciones súbitas así como de las puebladas, arraigados espiritualmente en el clima virreynal religioso, jerárquico, reacio a los cambios sociales y las nuevas ideas. Este sector social no participa activamente en los sucesos de Mayo. El caso de Juan Manuel de Rosas es el más relevante. Idéntico parece ser el caso de los Anchorena (cuya actividad inicial es comercial pero pasan luego a la estancia) y posiblemente el de los Arana. No juegan sus fuerzas del lado del absolutismo godo, tampoco en favor de las revolucionarios, pero su mundo espiritual está más ligado a la época virreynal que a Mayo. Anchorena, por ejemplo, le escribe a Rosas: "Yo oía discurrir entonces a patriotas de primera figura en nuestro país. No sé si algunos habían leído alguna obra de política moderna, ni sé que hubiera otra que el pacto social por Rousseau traducido al castellano por el famoso señor don Mariano Moreno, cuya obra sólo puede servir para disolver los pueblos, formarse de ellos grandes conjuntos de locos furiosos y de bribones".40 Rosas dirá después: "Los tiempos actuales no son los de quietud y tranquilidad que precedieron al 25 de Mayo".41
Entre estas familias que fincan su poder en la explotación ganadera —algunos basándose en mercedes conseguidas gracias a su vinculación con la burocracia virreynal, otros, por transferencia de capitales comerciales al campo— sobresalen Rosas, Anchorena, Castex, Obligado, Romero, Dorrego, Lastra, Miguens y Terrero.
La pequeña burguesía En esa sociedad donde en un extremo se ubican aquellos que son dueños de poder y riqueza, y en el otro extremo, ese mundo de esclavos (domésticos, la mayoría), peones, jornaleros, quinteros pobres y desheredados en general, se ha ido conformando una pequeña burguesía integrada por profesionales (abogados en su mayor parte), empleados (de comercio o de las oficinas de gobierno), algunos artesanos libres y estudiantes, que va a jugar un importante papel en los sucesos de Mayo. Hijos de españoles en su mayoría, se sienten arrastrados por "las nuevas ideas" y convierten su disgusto por el sofocamiento en que viven, en violento reclamo de una democracia participativa, ésa que los franceses han enarbolado en el 89 y que el pueblo español pretende levantar en la España invadida. En ese sector social se encuentran 40
Carlos Ibarguren, ob. cit., pp. 26 y 27.
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Ídem, p. 32
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médicos (como Cosme Argerich) abogados (como Castelli, Paso, Moreno, Belgrano, Chiclana, entre otros), empleados (como French, Berutti, Donado) y sacerdotes populares (como los padres Grela y Aparicio). "Se trata de universitarios: abogados, médicos, escribanos y también sacerdotes imbuidos del ideario de la ilustración. No se confunden con los sectores más elevados, pues muchos de ellos carecen de arraigo en la población y no pertenecen a las familias tradicionales, y como tampoco son militares sino excepcionalmente, constituyen una fuerza distinta que va a destacarse por su cultura y por la difusión de un pensamiento modernista e innovador, en medio de aquella sociedad que hasta entonces carecía de preocupaciones intelectuales".42
Como ocurre normalmente con la pequeña burguesía, la presión a que la someten los grandes poderes, tanto la oligarquía virreynal, como los comerciantes, resulta muy poderosa y genera dentro de ella diversas tendencias con diversos matices ideológicos. El grupo más homogéneo quizá, especialmente, en los años previos a Mayo fue el denominado "carlotista" porque fincaba las posibilidades revolucionarias en un acuerdo con la princesa Carlota Joaquina, hija de Carlos IV y hermana de Fernando VII, por entonces residente en Río de Janeiro. Estos carlotistas incurren en algunos hechos sumamente comprometidos, que han permitido a los historiadores revisionistas del nacionalismo de derecha tacharlos lisa y llanamente de "agentes británicos": algunos se niegan combatir a los invasores ingleses en 1806 y 1807 (Berutti se ausenta de la ciudad) y hay quien, como Castelli, llega a entrevistarse, al triunfar la primera invasión, con Beresford, entendiendo que esos soldados extranjeros podrían instaurar la libertad y la democracia en estos lares. Todavía más: dos hombres — quienes luego serán marginados del grupo— organizan y llevan a cabo la fuga del jefe inglés Beresford: Saturnino Rodríguez Peña y Manuel Padilla. A estos sucesos cuestionables se agregan, en 1808, las negociaciones dirigidas a proclamar Regente en el Plata a la Princesa Carlota Joaquina, promovidas por Saturnino Rodríguez Peña y avaladas desde Buenos Aires por su hermano Nicolás, Castelli, Belgrano, Vieytes y Berutti, apoyadas entusiastamente en Río por el almirante Sidney Smith. Este proyecto muere en noviembre de 1808 cuando dicho almirante y la misma princesa rompen las tratativas y aún más, las denuncian públicamente, originando la llamada "Causa Reservada", donde Castelli, como abogado, defenderá a sus amigos procesados. Con respecto a este proyecto de llevar al poder en Buenos Aires a la princesa Carlota se podrá argumentar que no era demasiado escandaloso en tanto los revolucionarios concluyeron jurando obediencia —el 25 de Mayo— al hermano de ésta, Fernando VII. Sin embargo, la diferencia estriba en que Fernando aparecía como posible líder democratizador de la España en guerra, mientras Carlota, como el resto de la corte lusitana, se encontraba demasiado sometida a la voluntad inglesa y además, sostenía su poder sobre un mundo de esclavos. Sin embargo, un análisis minucioso permite aquilatar mejor la responsabilidad de los hombres más importantes de este grupo: es verdad que Castelli conversa con Beresford, pero también es cierto que la charla concluye sin entendimiento entre ellos; asimismo, en el asunto de "la Carlota", es ella misma quien frustra el intento y más aún, denuncia a sus posibles aliados ante el gobierno español. Por otra parte, la búsqueda de apoyo extranjero no implica necesariamente abdicación, ni sometimiento, cuando se produce resguardando debidamente la autonomía, como ocurrió en la revolución norteamericana donde la presencia de fuerzas francesas al mando de Lafayette no empalidecieron al prestigio del movimiento liberador. Obsérvese además que para los hombres de esa época, Inglaterra era expresión de ideas democráticas y no, como resultaría décadas después, un imperialismo expoliador. Finalmente, Castelli y la mayor parte de sus amigos supieron desembarazarse luego de estos contactos y compromisos, 42
Zorroaquín Becú, "Los grupos sociales en la revolución de mayo" en revista Historia. N922.
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no así en cambio, algunos de ellos como Saturnino Rodríguez Peña que recibiría luego una pensión de los ingleses. En esa pequeña burguesía entusiasmada por las nuevas ideas enarboladas en la Francia de 1789 y en la España de 1808, encontramos a hombres que nada tuvieron que ver con el carlotismo, como Mariano Moreno, por ejemplo (que recuerda con emocionada indignación la invasión de 1807, en sus memorias). Así, españoles como Francisco Mariano de Orma y Domingo Matheu no aparecen mezclados en el proyecto carlotista. El carlotismo aparece pues como una táctica dentro de un proyecto más importante de democratizar la sociedad. Esto explicará que la casi totalidad de sus integrantes concluya alineándose en 1810 junto a Moreno en quien reconocen a un jefe con energía revolucionaria y claro programa.
La fuerza militar El análisis de la fuerza militar nos lleva inevitablemente a reiterar que en 1810 estaba en juego una cuestión democrática y no una cuestión nacional. Porque, ¿cómo explicarse que los criollos, después de derrotar al invasor inglés en 1806/7 —ante la deserción del virrey español — y ya dueños de la situación, prefiriesen continuar siendo colonia, aceptando mantenerse obedientes a las autoridades de la metrópoli? Resulta más sensato suponer que criollos y españoles juntos derrotaron a los ingleses invasores, como parte de la misma lucha que después los españoles entablan en su territorio contra los franceses, es decir, como defensa de la entidad hispanoamericana. Esto significa que en 1810 el ejército no constituye una fuerza de ocupación colonial, desvinculada de los nativos y cuyo único objetivo es reprimirlos, como en las colonias clásicas. Es, más bien, una fuerza armada —semejante a la que existe en España — que sostiene el orden constituido y está dispuesta a intervenir ante una invasión extranjera pero en cuyo seno se manifiestan enfrentamientos originados por las nuevas ideas que influyen sobre un sector de la oficialidad. Si en España los militares eran receptivos a las nuevas ideas democráticas —como ocurrió con San Martín— resulta razonable suponer que una reacción análoga conmovió a las fuerzas armadas en el Río de la Plata. Asimismo, también es cierto que, como en España, ese liberalismo, al trasladarse al seno de una organización armada de estructura vertical cuya función es garantizar el orden, se refracta tomando un sesgo —salvo excepciones— moderado o incluso directamente conservador, como en el caso de Saavedra. Por otra parte, es interesante notar que esas fuerzas armadas de 1810 mostraban perfiles singulares: había allí hombres provenientes de viejas familias militares, no importa si nacidos en España o en América, pero que habían integrado el ejército absolutista que sostenía la política reaccionaria de los virreyes (los Viamonte, los Rondeau). A su vez, había hombres ingresados a la milicia desde su actividad comercial como Saavedra o Pueyrredón, con motivo de las invasiones inglesas. Además, debe recordarse que en esa época se habían disuelto los cuerpos de gallegos, vizcaínos y catalanes que habían apoyado el movimiento de Álzaga en 1809. El cuadro general de las Fuerzas Armadas era pues, proclive, al predominio de un liberalismo moderado, dispuesto a producir un cambio político de trascendencia en la medida en que la presión popular fuese suficientemente fuerte pero, al mismo tiempo, deseoso de encauzar ordenadamente esa protesta y evitar el "excesivo" protagonismo popular.
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CAPITULO III Los días previos A principio de 1810, se produce en España un nuevo paso hacia el eclipse de la revolución nacional-democrática: la Junta Central se disuelve y surge en su reemplazo el Consejo de Regencia. Este acontecimiento pone en evidencia la debilidad de las fuerzas revolucionarias españolas ya no sólo frente al invasor francés que ocupa casi todo el territorio hispánico, sino también en el interior del frente nacional donde prevalecen sectores moderados y de derecha expresados en el nuevo órgano gubernativo. Estos sucesos constituyen el detonante que lanza a los americanos a la revolución. El espíritu de la España de las Juntas ha inundado estos territorios y ahora ya no basta mantenerse expectantes respecto a los cambios que se operan en la península, sino que es necesario enarbolar alto las banderas puesto que un doble peligro acecha: la imposición del poder francés y la restauración del absolutismo español. El consejo de Regencia, más que la presencia de la revolución, constituye ya una muestra de su probable derrota. Y esto conduce, en América, a organizarse en Juntas, corno lo ha propuesto la Junta Central ahora disuelta: constituir un poder popular capaz de hacer frente a la dominación francesa y al absolutismo que amenaza con renacer aunque manteniendo el vínculo con los revolucionarios españoles a través de la subordinación al rey cautivo. Los acontecimientos de Europa determinan así el destino de los americanos y por esta razón, la explosión popular asume el mismo referente de la insurrección española del 2 de mayo de 1808: Fernando VII, cuyos antecedentes hacen presumir que pueda constituirse en líder de las reformas políticas y sociales y liberador respecto ala opresión francesa. Los mismos antecedentes, las mismas causas, iguales razones económicas, sociales y políticas provocan el mismo resultado en trolas las principales ciudades hispanoamericanas: “Juntas como en España" es el grito popular. "Viva el rey cautivo de los franceses", también como en España, resulta la consigna unificadora de quienes rechazan la opresión francesa y al mismo tiempo, el viejo orden monárquico. Con ese lenguaje se expresa el reclamo de soberanía popular en Buenos Aires, Santiago, Caracas, México, Cartagena... Como un reguero de pólvora, la revolución avanza y lo envuelve todo en estas tierras de la América morena. Algunos jefes del bando popular, escépticos respecto a las posibilidades de que España pueda desasirse de la dominación francesa, entreven ya que en el caso de consolidarse ese sometimiento, sólo se podrá ser consecuente con la bandera de la Libertad y los Derechos del Hombre, declarando la independencia. Pero ésta resulta apenas una conjetura que de modo alguno moviliza a los amplios sectores sociales. Aquello que unifica la protesta es, por ahora, la prosecución de la lucha iniciada en Madrid dos años atrás y cuyo referente es Fernando VII. Integrando ese proceso revolucionario hispanoamericano, se desatan los acontecimientos en Buenos Aires en mayo de 1810. De un lado, se abroquela el mundo viejo, aquel de los blasones nobiliarios y el fanatismo religioso, del orden y las jerarquías sociales, ranciamente blanco y desdeñoso del indio, del mestizo y del negro, inquieto ante las nuevas ideas que circulan por el mundo convocando a herejías igualitarias. Lo representa el partido de los godos, acantonado en la Real Audiencia, el Cabildo, la cúpula eclesiástica, la rancia burocracia que rodea al virrey y el núcleo de familias ricachonas ligadas al viejo monopolio. Del otro lado, se levanta un poderoso frente democrático-nacional, al cual confluyen el partido de "los tenderos" como expresión de los intereses comerciales librecambistas (criollos y británicos), la pequeña burguesía (arrastrando consigo a los sectores sociales más pobres) y sectores importantes de la fuerza armada. Este frente está imbuido de las nuevas ideas democráticas y su objetivo es tumbar al virrey y proceder ala transformación de la vieja sociedad. Pero más allá de esta coincidencia que los amalgama, los diversos sectores que lo integran persiguen sus propios objetivos: 22
unidad frontal contra el enemigo principal y disidencias secundarias o laterales dentro de la alianza, como resulta habitual en los frentes de liberación. Los comerciantes británicos quieren asegurarse la radicación definitiva en este puerto, llave de comunicaciones con el interior y con Europa, y más aún, consolidar la política librecambista logrando una sustancial rebaja de las tarifas aduaneras que les permita canalizar fuertes importaciones. A su vez, el sector criollo de esa misma burguesía apunta también hacia el libre comercio y la apertura económica, así como otros negocios derivados de la ocupación del aparato del Estado, en muchos casos mercedes de tierras que extiendan su giro al área ganadera. En definitiva, suponen que podrán barrer totalmente los últimos escollos del régimen registreril que otorga preferencias a los "godos". Mientras, por su parte, la pequeña burguesía aspira a concretar proyectos revolucionarios, desde la libertad plena de las ideas basta el crecimiento económico, desde el otorgamiento de los derechos fundamentales a los indios hasta la fraternidad social otorgando iguales oportunidades a todos los habitantes, sin distinción de razas, credos, títulos nobiliarios, ni prepotencias de dinero. Por último, en la fuerza militar se observan sectores de atenuado liberalismo que tienden a compartir objetivos con el partido de los tenderos (Saavedra, Viamonte), como así también un sector, al parecer más reducido, donde arden pasiones concordantes con el sector revolucionario. Así alineadas las clases sociales, el sordo enfrentamiento salta a la luz pública en la segunda mitad de mayo de 1810. Alrededor del día 20, las noticias llegadas de España (disolución de la Junta Central y constitución del Consejo de Regencia) precipitan los acontecimientos. El mundo viejo declina y ya carece de autoridad para sostenerse. El frente nacional avanza exigiendo la convocatoria a un Cabildo Abierto para proceder a defenestrar al virrey y nombrar un nuevo gobierno que sea expresión de la voluntad popular. Ese día, ante la presión social que se percibe cada vez con mayor intensidad —corrillos, rumores, reclamos de viva voz en reuniones públicas— el alcalde de primer voto, Lezica y el síndico Leiva le informan al virrey que existe un creciente malestar y le solicitan la reunión de un Cabildo Abierto, es decir, con la concurrencia amplia de vecinos. El 21 de mayo, cuando el Cabildo está reunido en sesión ordinaria, la presión popular se acentúa: "apenas comenzada la sesión, un grupo compacto y organizado de seiscientas personas, en su mayoría jóvenes, que se habían concentrado desde muy temprano en el sector de la plaza lindero del Cabildo, acaudillados y dirigidos por French y Berutti, comienzan a proferir incendios contra el virrey y reclaman la inmediata reunión de un Cabildo Abierto. Van todos bien armados de puñales y pistolas, porque es gente decidida y dispuesta a todo riesgo. Actúan bajo el lema de Legión Infernal que se propala a los cuatro vientos y no hay quien se atreva con ellos".43 Esta plebe enardecida —según la opinión de la "gente decente"— simboliza sus aspiraciones revolucionarias "luciendo como emblema en el cintillo del sombrero el retrato de Fernando VII, de pequeño tamaño, grabado sobre papel y en el mismo sombrero o en el ojal de la casaca, una cinta blanca en señal de unión entre americanos y españoles. Es el distintivo que imponen French y Berutti como representativo de la causa y lo distribuyen a todos los que transitan por allí.44 Así, se inician los acontecimientos revolucionarios: con la presión popular, desde abajo, imponiendo la convocatoria a un congreso abierto y manifestando sus reclamos, invocando al rey cautivo, en el mismo sentido de la revolución liberal española. (No hay pues cintas blancas y celestes, no hay secesionismo, ni hay tampoco sólo gente "respetable y decente.") ¿Quién los acaudilla? Domingo French, un hombre que "comenzó a ganarse la vida como asalariado del Convento de la Merced y en 1802 consiguió, en la Administración de Correos, el puesto estable de 'cartero único', empleo que le reportaba un estipendio de medio real y lo mismo dos por cada 43 44
Roberto Marfany, La Semana de Mayo. Diario de un testigo, p.60
Genealogía, "Hombres de Mayo". Estudio preliminar de Roberto Marfany, p. XXXII.
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pliego o carta entregada a su respectivo destinatario en propia mano o a domicilio".45 Incorporado a la milicia fue teniente y luego sargento mayor, después de las invasiones, resultando siempre "un cabecilla con prestigio entre los milicianos criollos" 46 ¿Quién es el otro caudillo de los seiscientos alborotadores de la Plaza? Antonio Luis Berutti, un empleado público que desde hace diez años ocupa un puesto como oficial de segunda en las Cajas de la Tesorería de Buenos Aires. Ambos, French y Berutti, son los agitadores que nuclean y dirigen a los activistas, "esos chisperos y manolos de los arrabales" según los califica Groussac. Y a través de este grupo se verifica, desde los primeros días, el protagonismo popular. El acta del Cabildo registra esa presencia afirmando que se "agolpó un número considerable de gente a la Plaza Mayor, explicando el mismo concepto".47 Mientras los cabildantes discuten, la marea popular crece en la plaza: "La multitud de pueblo que estaba en la plaza —no sabiendo lo que había contestado el virrey, pues tardaba el Cabildo en manifestarlo— gritó por tres veces al Cabildo lo declarase, a cuyos gritos salió el Síndico Procurador al balcón y dijo: Está todo allanado. A esto se contestó por el pueblo, que se quería saber si el excelentísimo señor virrey había soltado el mando y así categóricamente lo manifestase".48 Así nace la convocatoria al Cabildo Abierto del 22 de mayo. Pero así como los sectores populares, con dos modestos empleados públicos a la cabeza, se manifiestan desde el principio de los sucesos, ya aparece también en escena la tendencia conciliadora que intenta amainar los ímpetus y llevar las aguas por mansos canales de orden. Es el síndico Julián Leiva, hombre sinuoso, escurridizo y especialista en artimañas: "Espíritu persuasivo y fecundo, pero frío y descreído, gustaba ante todo de llevar una posición cómoda y bien aceptada en las esferas del poder".49 El ala conciliadora del frente democrático intenta canalizar la protesta popular en una política moderada y prudente que concrete los cambios que juzga sustanciales (medidas económicas liberales) sin ir mucho más allá, mientras a su vez el bando absolutista procura una solución gatopardista, para que todo cambie formalmente pero se mantenga igual en las esencias. Y el síndico como expresión de ambos sectores comienza a navegaren esos días procelosos, accediendo a las pretensiones de unos, tratando de persuadir a los otros, acrecentando su fuerza como mediador y componedor. Conversa entonces con el virrey asegurándole su mantenimiento en el poder, mientras a su vez se erige en hombre de confianza del sector moderado de los rebeldes. Así le arranca a Cisneros la conformidad para convocar aun Cabildo Abierto y enfrentando a la protesta que ruge desde la plaza, intenta aquietar a los belicosos activistas: les informa que el virrey ha cedido y que habrá Cabildo Abierto. Veces roncas y nada amistosas dejan escuchar entonces su opinión en el sentido de "que lo que se quiere es la suspensión del Señor Virrey". 50 La lograda convocatoria al Cabildo Abierto es el primer paso del frente nacional democrático para arrinconar al virrey y sus amigos. El viejo régimen es consciente de que camina por el despeñadero pero no tiene otra salida que aceptar el plenario de vecinos. El día anterior, cuando Castelli y Martín Rodríguez (este último como puente entre los revolucionarios y la fuerza militar) le habían exigido "Cabildo Abierto", el "sordo" Cisneros se había encolerizado, pero Leiva, explicándole el clima belicoso de la plaza, lo hizo entrar en razones hasta que finalmente accedió. El Cabildo Abierto del 22 de mayo resulta pues de la presencia amenazante de los "chisperos", acaudillados por French y Berutti, insolentes y levantiscos, presencia que más tarde la historia oficial reemplazará por la solicitud de un "núcleo de vecinos". Leiva, por su porte, se convierte en amigo de los revolucionarios, a los cuales intenta demostrar 45
Ídem, p. 165.
46
Ídem
47
Academia Nacional de la Historia, Historia de la Nación Argentina, Buenos Aires, El Ateneo, 1961, T.5. p.20
48
Juan Manuel Berutti. Memorias Curiosas. Buenos Aires. Biblioteca de Mayo. Senado de Ia Nación. 1960. T. III.
49
Vicente F. López, ob. Cit., T 3, p.16
50
Academia Nacional de la Historia. ob. cit.. T. 5 bis, p. 20
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que gracias a su intervención se ha logrado la convocatoria, mientras también aparece como amigo y consejero ante el virrey, ofreciéndole un camino de maniobras que, según él, permitirá apaciguar la efervescencia popular hasta conseguir burlarla voluntad de "esos fascinerosos".
El Cabildo Abierto del 22 de mayo Aquel histórico Cabildo Abierto fue, según la vieja fábula escolar, una reunión de "la gente decente", de los "vecinos respetables" (una buena manera de formar en los alumnos esa idea de que sólo las minorías selectas pueden hacer la Historia). También resultó—según la misma versión— una reunión donde se guardaron buenos modales y maneras respetuosas y donde el disenso se dirimió en el alto nivel de las ideas’’ (También una buena manera de infundir en los alumnos la idea de que sólo a través de la persuasión y de la intrincada polémica jurídica es posible lograr los cambios sociales.) Como se comprende, los hechos ocurridos se hallan demasiado lejos de estas presunciones de tía ingenua y pacata. Para la concurrencia a la reunión se imprimieron seiscientas invitaciones, pero de ellas se repartieron cuatrocientas cincuenta; finalmente concurrieron sólo doscientos cincuenta y una personas ¿Cómo explicarlo? No se trata de desinterés o negligencia, sino de que el amenazante clima creado por el descontento popular conduce a replegarse en sus casas a muchos respetables personajes. "Por temor de las violencias que esperaban, sólo concurrieron doscientas".51 Algunos vecinos prominentes apelaron a excusas para no asistir, ante el clima de intimidación reinante: Posadas no concurre porque "nada me gustaba" y José María Romero declara "no haber querido asistir".52 Otros plantean motivos no muy elegantes como el padre de Rivadavia, don Benito González: "Tengo que tomar cierta bebida purgante que me impide salir de casa hasta las doce del día que dura el efecto de La bebida”.53 Más concretamente, el virrey Cisneros denuncia que "el vecindario, temiendo los insultos y aun la violencia (debido al considerable número de incógnitos que envueltos en sus capotes y armados de pistolas y sables, paseaban en torno a la plaza arredrando a la gente) rehusó asistir a pesar de la citación del Cabildo".54 Por este motivo, al iniciarse la sesión, el "godo" Beláustegui protesta: "Que se oiga a los vecinos citados y no concurridos",55 moción que recibe el inmediato apoyo de sus amigos (Olaguer Reynals, Achával, y Zapiola) y de don Martín Zulueta que sostiene la necesidad de que "concurran a votar más de doscientos vecinos de primer orden que faltan".56 Evidentemente, no comprendían los testarudos chapetones que ya no eran días para los grandes señores, sino precisamente para "los vecinos de segundo orden", esos que se habían infiltrado inesperadamente en el recinto, gente sin "profesión" como Donado, o "simples vecinos" como Arzac y Orma, según los califica el acta capitular de ese día. En verdad, mientras no asistían muchos "hombres de pro", se incorporaban "fraudulentamente" personas que no debían concurrir a tan importante evento, "entre ellos muchos pulperos, muchos hijos de familia, talabarteros, hombres ignorados", y agrega un testigo, con escándalo: "ese molinero y esa clase de gente decidieron en congreso público de la suerte de todo el virreynato, con miras de decir de la América".57 Así, pues, el Cabildo Abierto estaba muy lejos de recoger la opinión del "vecindario pudiente", como se ha dicho tantas veces. Por el contrario, su composición se democratizó profundamente y de ahí el resultado de la votación. Dos parecen haber sido las formas de ingreso de los hombres del pueblo al cónclave de "vecinos". Una, "que la imprenta de Niños Expósitos, donde 51
Genealogía "Hombres de Mayo", p. XVIX
52
Ídem, p. XXXVIII
53
Ídem, p. XXVIII
54
Ídem, p. XXXIX. Informe del Virrey al Gobierno de España
55
Ídem.
56
Ídem.
57
Biblioteca de Mayo. Tomo V, p. 3229
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se hizo la impresión de las tarjetas, estaba a cargo de Agustín Donado, (uno de los chisperos que acompañaba a French) y esto permitió obtener subrepticiamente las esquelas necesarias para distribuirlas entre los partidarios”.58 Otra, la acción de los grupos de choque apostados en las esquinas del Cabildo que mientras amenazaban a los grandes señorones mandándolos de vuelta a sus casas, facilitaban el ingreso a los amigos de la revolución. En la imagen idílica de los "democráticos" modelada por la historia mitrista, disuena esta intervención de la trampa o la fuerza, pero sin embargo, quienes tomaron la Bastilla en la Francia del 89 para enarbolar los Derechos del Hombre eran seguramente mucho menos amables y moralistas que los nuestros. De nuevo, pues, el pueblo—esos "incógnitos"— pariendo la revolución. Mientras el Cabildo Abierto comienza a sesionar, presiona desde la Plaza ese considerable número de "incógnitos" envueltos en sus capotes y armados de pistolas y sables, a que hace referencia el virrey, comandados por "French y Berutti y un Arzac que no es nada",59 según comenta despreciativamente un testigo. Precisamente eran esos hombres —que no eran "nada" para los plutócratas— quienes avanzaban reclamando el poder, como ese teniente de húsares Buenaventura Mariano de Arzac, "gigantón de ocho pies, fuerte como Hércules, astuto como Ulises y tan ilustrado, aunque no hombre de letras, como el mejor de su tiempo”, 60 la mano derecha de French como activista y luego su hombre de confianza en el regimiento "Estrella". "Era una reunión de trescientas personas de capa y debajo de éstas, armados de puñales y pistolas",61 apunta Nicolás de Vedia en sus recuerdos. A su cabeza estaba Antonio Luis Berutti, "de las oficinas del gobierno”.62 Junto al subteniente Atrae y al empleado de la Cajas (Berutti), estaba el cartero French, agitando, reclamando, "activando" a los grupos populares. La protesta crece y da mamo caliente a la reunión que se realiza en el interior del Cabildo. "Además de la gran porción de gente que ocupaba los altos de la casa consistorial, había una reunión como de 300 personas de capa y debajo de ésta, armadas de puñales y pistolas, y a eso de la una del día gritaron unos oficiales de Patricios que estaban en la vereda ancha —agrega otro testigo— en un corrillo: ¡Junta, Junta, Hágase Junta!". 63 Belgrano, por su parte, recuerda que mientras sesionaba el Cabildo Abierto, "una porción de hombres estaban preparados para, a la señal de un pañuelo blanco, atacar a los que quisieran violentamos". 64 "La enorme acumulación de gentes sin más nombres que el de 'pueblo' bullían en la Plaza —comenta Vicente Fidel López —; tenían abarrotadas las puertas del Cabildo y por medio de agentes subían y bajaban, pendientes de las indicaciones o señas que les trasmitían, para vociferar o avanzarse como un torrente donde su influjo y su empuje fuera necesario”.65 La historiografía tradicional se preocupa de la discusión producida en el Cabildo Abierto (aunque no existiendo copias de los discursos recurre a la tradición oral, con las contradicciones y dudas del caso). Pero esa discusión se centra en la cuestión jurídica que si bien tiene importancia al fundamentar los derechos del pueblo, es solamente la cobertura de la pugna entre las fuerzas sociales en juego. Más importante, en cambio, resulta remitirnos en primer término al ámbito caldeado del Cabildo. En ese aspecto, el carácter turbulento de la plaza, se prolonga dentro del augusto edificio. No sólo "una gran porción de gente ocupaba los altos de la Casa consistorial”,66 sino que en el mismo recinto de las deliberaciones "la baraúnda alcanzó proporciones de verdadero desorden y el encono suscitado por la agria polémica, se desahogó 58
Academia Nacional de la Historia, ob. cit.. T. 5 bis, p. 347
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Genealogía "Hombres de Mayo”, Est. Prel. p.XXXIX
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Vicente P. López. ob. cit.
61
Genealogía. Ídem, p. XXXIX
62
Ídem
63
Genealogía. Ídem. p. XXXIX
64
Ídem
65
Vicente F. López. ob. cit., T. 3 p. 23.
66
Genealogía, p. XXXIX
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en vituperios personales".67 Comenzaron a abundar "las especies subversivas", según palabras textuales del informe de la Audiencia al Consejo de Regencia. "Se obligó a votar en público, y al que votaba en favor del jefe, se le escupía, se le mofaba, hasta el extremo de ser insultado el Obispo".68 El coronel Francisco Orduña intenta fundamentar su voto a favor del virrey cuando "me vi al momento insultado por uno de los abogados, tratándome públicamente de loco, porque no fui con las ideas del gran partido. Otros jefes militares veteranos y algunos prelados que siguieron mi discurso, fueron también insultados o criticados. Me retiré del congreso así que pude lograrlo, bajo pretextos que aparenté, porque no podía sufrir más aquel desorden… “. 69 Y cuando el prefecto de los Bletemitas intentó exponer los motivos de su voto, resonó un "Que se calle el chivato".70 No hay pues medulosos cambios de ideas, ni buenos modales, ni patricios respetables polemizando con sesudos abogados, sino un grupo de privilegiados dispuestos frenéticamente a resguardar con uñas y dientes sus fortunas y su posición social, frente a otro grupo, intrépido y fogoso, animado por el espíritu de la revolución. Con respecto a la discusión en sí misma, existe acuerdo general entre los historiadores respecto a la exposición del Obispo Lué, desdeñando duramente a los criollos, aunque persisten diferencias en cuanto al real contenido de su exposición Según una versión, Loé habría insistido en la naturaleza colonial de esta región americana y que, "mientras quedase un punto libre de la península... una aldea incluso... ésta tenía el derecho innegable de tomar el nombre del soberano...y nombrar los empleados y virreyes que debían gobernar las colonias". Según otra versión —la mas difundida— el Obispo habría sostenido que bastaba que sobreviviese "un solo español" para tener derecho a mandar los criollos. (En cualquiera de las dos versiones, el Obispo asume una posición archirreaccionaria e ignora, además, la decisión del gobierno español del 22 de enero de 1809 donde expresamente se reconoce que América no es colonia, sino una prolongación de España.) La refutación a cargo de Castelli no sólo fundamenta la soberanía popular al decaer las autoridades españolas, sino que asume plenamente el carácter hispanoamericano de la revolución, aspecto en el cual habitualmente no reparan los historiadores. Afirma Castelli: "Aquí no hay conquistados, ni conquistadores: aquí no hay sino españoles. Los españoles de España han perdido su tierra. Los españoles de América tratan de salvar la suya. Los de España que se entiendan allá como puedan... Propongo que se vote: que se subrogue otra autoridad a la del virrey que dependerá de la metrópoli si ésta se salva de los franceses, que será independiente si España queda subyugada".71 La independencia aparece así planteada como una eventualidad futura, en función de los acontecimientos que se desarrollen en España, ratificando de este modo el carácter democrático y no separatista, como objetivo en sí mismo, por parte de los revolucionarios. El mismo Vicente Fidel López suelta al pasar este comentario que ratifica las tesis expuestas: "Los jefes del partido patriota no estaban todavía acordes ni uniformados sobre los resultados que querían obtener. Entre los que buscaban un rompimiento definitivo con las autoridades españolas y los que se contentaban con una solución prudente que conciliase la forma tradicional del gobierno con la necesidad de dar entrada en él a los representantes de la opinión pública. Entre los extremos, flotaba, indecisa, la mayoría del partido revolucionario esperando que la fuerza de los sucesos le diese una dirección clara y precisa". 72 Es decir, el objetivo preponderante es democrático, popular, juntista, como en España, y en la medida en que España quede sometida o vuelva al absolutismo, la única forma de asegurar la soberanía 67
Ídem, p. LIV
68
Biblioteca de Mayo. p. 3235
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Revista Nacional, Tomo 23. p. 239 Genealogía. p. LX
70 71
V. F. López. ob. cit., T. 3. p. 33
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Ídem. p. 34 27
popular será la independencia. O, como ya hemos dicho, el proceso inverso al de España: allá, la soberanía nacional como objetivo inmediato condujo a las reformas democráticas: aquí, las reformas democráticas conducirían, eventualmente, a la independencia. Volviendo a la polémica suscitada, el absolutismo ataca luego por intermedio del fiscal Villota y para refutarlo, Castelli lanza al ruedo al doctor Juan José Paso quien reivindica brillantemente las tesis que justifican el derecho del pueblo a darse soberanamente sus propias autoridades. Los argumentos expuestos por Castelli y Paso son contundentes y quizás, por momentos, alcanzan expresiones muy críticas al viejo régimen, pues los oidores, en su informe de setiembre de 1810, ya desterrados por la Junta, sostienen: "Seria muy difuso este informe si hubiese de comprender la multitud de conferencias particulares y especies subversivas que precedieron a la votación".73 Por su parte, el Tesorero de la Real Hacienda, don José María Romero, coincide con estas apreciaciones de la Audiencia al afirmar que "se discutió y votó al gusto de la chusma".74 De nuevo, el enemigo ratifica el auténtico espíritu de Mayo: "argumentos subversivos" que interpretan "el gusto de la chusma". Llega así el momento de la votación, el instante en que los sectores en pugna habrán de medir sus fuerzas. Por un lado, el bloque absolutista (registreros monopolistas, burocracia virreynal, cúpula eclesiástica y un sector militar); por otro, el frente democrático (comerciantes librecambistas, pequeña burguesía jacobina. sacerdotes populares y otro sector militar). Pero, sin embargo, antes de abordar el pronunciamiento electoral resulta conveniente detenerse en algunas reflexiones e incluso entrelineas del relato histórico de Vicente Fidel López que permiten iluminar algunos claroscuros de los sucesos del 22 de mayo. López afirma que para "el virrey y el Cabildo, el peligro capital estaba en lo que debía pasar en la reunión tumultuaria que el pueblo erigía. Este era el peligro que tenía en angustias al virrey y a los cabildantes: el peligro que se trataba de conjurar”75 ¿Es razonable —se pregunta López— suponer que Cisneros acepta el Cabildo Abierto sin una cierta garantía de "alguien" en el sentido de que podrá ser controlado y apaciguado el fervor popular? ¿Es razonable que un hombre astuto como Leiva, íntimo amigo de Cisneros, de Saavedra y a su vez hombre de confianza de Cabildo, permitiese el Cabildo Abierto sin intentar previamente algún acuerdo que resguardase el statu quo? ¿Qué esperaba Cisneros? —se pregunta López— ¿qué sabía acerca del resultado? Ir al Cabildo sin una combinación secreta, era ir a caer desairadamente del mando como un tonto... Valía mil veces más resistir... Es preciso creer que con algo contó el virrey, que con algo contaron los miembros del ayuntamiento y Leiva, cuando por fin de todas las vacilaciones, convinieron en la convocación de la Asamblea Popular”.76 La sugerencia de López apunta a un acuerdo que podría consistir en la Junta conciliadora del día 24 que mantiene al Virrey en el poder e implícitamente parece hacer referencia a la vocación acuerdista de Saavedra cuyo planteo moderado y conformista era por todos conocido. Leiva sería entonces el artífice de un compromiso por el cual la derecha del frente democrático se coaligaría con el absolutismo para intentar una solución gatopardista. Convertido en el hombre que negocia entre bambalinas, Leiva se ofrece al Virrey como el único capaz de conservarlo en el mando y a los patriotas mas moderados como la solución para modificar el viejo orden sin caer en violencias ni desbordes: “Increpándole al Virrey su intransigencia con las reclamaciones del pueblo, y alarmando a los patriotas de su amistad con el fantasma de la anarquía y destrucción de las posiciones adquiridas y respetadas, logró traerlos a que transigieran con la formación de tos nuevo gobierno colectivo y mixto".77 Por supuesto, en acontecimientos sociales de esta magnitud, poco o nada puede la habilidad de 73
Genealogía, p. LIII, Informe de la Real Audiencia al gobierno español.
74
Genealogía, p. XLVII, Memoria de losé María Romero
75
V. F. López, ob. cit., p. 19. .
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Ídem. p. 21 Ídem. p, 16 y 17
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un hombre si no existen vacilaciones y contradicciones en las clases sociales en juego, que hagan posible la acción del conciliador. En este caso, la amplitud del frente democrático —que lo fortalece y lo acerca a la victoria— constituye, por otro lado, su mayor debilidad, en tanto confluyen en él intereses y ópticas diversas, algunas de las cuales no están muy distanciadas del viejo orden. Quizás esto permite que la historia se mueva en dos pianos: el de la polémica en el salón del Cabildo, enmarcada por la efervescencia popular, y por otro lado, en las negociaciones que en la sombra urde el astuto síndico para preservar al absolutismo. "Ni antes de 1810, ni después —dice V. F. López— nadie pudo saber jamás a punto fijo si el doctor Leiva había sido amigo o enemigo de la revelación"78 Sin embargo, si suponemos la existencia de una alianza conciliadora (Virrey, Cabildo, Audiencia, Leiva y un sector del frente democrático, posiblemente Saavedra) los hechos posteriores dan bastante asidero a la tesis: la Audiencia se insurrecciona en junio de 1810, el Cabildo se subleva en julio jurando obediencia al Consejo de Regencia, Leiva es desterrado en octubre y el saavedrismo será el factor contrarrevolucionario de la Junta. López afirma que "el Cabildo evidentemente ocultaba en su propio seno (una idea secreta) para sorprender la confianza de los revolucionarios y que se trataba de "crear un gobierno colectivo o de nueva forma (pero que) siguiese imperando el virrey" y agrega: "Este pensamiento respondía a una combinación premeditada y convenida de antemano con el virrey".79 (Léase con detenimiento la reconstrucción de esos días, en base a cartas inventadas, que publicó Vicente F. López corno La gran Semana de Mayo, como así también diversas referencias de testigos y participantes, y se verá que alrededor de la figura de Saavedra perdura siempre una atmósfera de duda y desconfianza.) También la votación del Cabildo Abierto parece evidenciar esa `combinación premeditada" de que habla López. Por ejemplo, los principales hombres del frente revolucionario moderan sus exigencias asumiendo posiciones harto conciliadoras. Asimismo, resultan disonantes los votos de Francisco Planes y Juan José Castelli. El primero porque exige el juicio de residencia al virrey por su responsabilidad en la represión del movimiento revolucionario de La Paz en 1809. El segundo porque propone, en reemplazo del virrey, la constitución de una Junta electa "por el pueblo junta con el Cabildo" y "sin demora". Los demás adoptan diversas variantes pero no se preocupan por asegurar al pueblo la elección directa de sus mandatarios, sino quede un modo u otro, la dejan en manos del Cabildo y en muchos casos, con el voto decisivo de Leiva (esto también revelaría cierto acuerdo previo con el síndico).
La votación en el Cabildo Abierto Hasta muy tarde en la noche del 22 se sucede e! pronunciamiento de los integrantes del Cabildo Abierto. El análisis de la votación permite aproximarnos a la comprensión del porqué de ciertos alineamientos y obtener una imagen menos idílica y más cercana ala realidad de lo que fue aquella trascendental jornada. Votaron finalmente doscientas veinticinco personas. De ese total, solamente sesenta y nueve se pronunciaron a favor del absolutismo, es decir, por la continuación del "sordo" Cisneros como virrey. Una treintena de votos "pro virrey" se alineó con Manuel José Reyes, miembro de la Real Audiencia quien sostuvo: "Que no encuentra motivo por ahora para la subrogación del virrey... y que para el caso... pueden nombrarse adjuntos al Sr. virrey a los alcaldes de primer voto y al sindico".80 En este grupo se inscriben hombres claramente reaccionarios como "el godo" Beláustegui, Juan Ignacio de Ezcurra, ministro familiar del Santo Oficio de la Inquisición, Norberto de Quirno y Echeandía, alzaguista ducho de 600 hectáreas en Flores, Olaguer Reynals, comerciante, también alzaguista, Pablo Villarino, también llamado el "godo" y Manuel 78
Ídem. p. 26
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Ídem, p. 24 y 25.
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Genealogía, P. 300
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Genaro de Villota, fiscal en lo civil de la Audiencia (todos ellos serán desterrados durante el invierno de 1810 por decisión de la Junta). Otra treintena de votos se define también a favor del virrey, pero usando la fórmula "no innovar". También en este grupo sobresalen personajes caracterizados, tanto por sus fortunas, como por sus ideas reaccionarias. entre ellos Juan María de Almagro de la Torre (asesor del virreinato denunciado varias veces por haberse enriquecido extraordinariamente cometiendo "abusos" que le permitieron adquirir estancias de cientos de leguas y propiedades en el centro de Buenos Aires, así como una vasta extensión que sería luego el barrio de Almagro), Juan Bautista Elorriaga, rico comerciante alzaguista (casado con Leocadia de Segurola y Lezica) José Martínez de Hoz (de importante fortuna, quien comenzó con su propio aporte la construcción de la Iglesia del Socorro), Francisco de Neyra y Arellano (alzaguista, de gruesa fortuna), Ramón Miguel de Oromí y Martiller (casado con Agustina de La Sala o Lasalle), Francisco de la Peña Fernández (comerciante, dueño de la Barraca Peña) y el Obispo Lué y Riega. (La casi totalidad de éstos serán también desterrados durante los primeros meses de la revolución y en varios casos, sujetos a la expropiación de sus bienes.) A su vez, un pequeño grupo acompañó con su voto al capitán Martín José de Choteco en su moción por mantener en su cargo al virrey Cisneros. Entre otros aparecen aquí Juan Fernández de Molina (de importante fortuna, cercano a Aliaga y cuñado de Quirno, más tarde ligado a Rivadavia en negocios con los ingleses), José Fornaguera (alzaguista) y José Ignacio de la Quintana (militar, estrechamente ligado a la Iglesia y a las familias más importantes de Buenos Aires). En esos sesenta y tantos votos están reunidos los más poderosos intereses comerciales y financieros, nacidos al calor del absolutismo y entrañablemente ligados ala burocracia virreynal. Enemigos jurados de la Revolución, después de Mayo sufrirán confiscaciones y destierros, pero lograrán más tarde reinsertarse en la sociedad, sellando matrimonios con los nuevos ricos forjados en el comercio libre y la amistad con los ingleses, concurriendo asía nutrir los árboles genealógicos de la oligarquía terrateniente y comercial que se consolidará hacia el fin de siglo. Los ciento cincuenta y seis votos del frente antiabsolutista también aparecen divididos en varias mociones. Sólo dos votos expresan una posición tajante y revolucionaria: el de Francisco —"Pancho"— Planes (figura que ha pasado al olvido por ser precisamente uno de los más combativos e irreconciliables enemigos del orden virreynal) quien exige juicio de residencia al virrey por la represión de 1809 en La Paz, juicio que podría concluir en el ahorcamiento del "sordo" Cisneros; el de Castelli, quien reclama que sea el Pueblo junto con el Cabildo.— y “sin demora” quien designe al sucesor. En el resto de la mociones —lo que evidencia una "mano negra" que ha logrado atemperaren el salón consistorial los fuegos que se agitan en la calle— el punto de coincidencia resulta el reemplazo de Cisneros por nuevas autoridades cuyo nombramiento se deja en manos del Cabildo. Esta definición no sólo corresponde al grupo conciliador o moderado del frente (quienes votan con el cura Sola o con Ruiz Huidobro) sino que alcanza incluso a la pequeña burguesía revolucionaria, lo que ratificaría la idea de que Leiva los sorprendió en su buena fe, quitándoles un cheque en blanco con el cual armaría luego la Junta conciliadora del día 24 e intentaría preservar al virrey en el mando. Treinta y cinco votos se nuclean alrededor de la moción de Pascual Ruiz Huidobro, uno de los tantos españoles que se definen contra el virrey aunque lo hace desde una perspectiva conservadora y hasta diríamos oportunista, en tanto se considera candidato a reemplazarlo. Huidobro sostiene que el Cabildo debe reasumir la autoridad y ejercerla "interín el mismo Cabildo forma un gobierno provisorio". No habla de voto popular y ni siquiera de Junta sino que apunta a "un Huidobro en vez de un Cisneros" (Aunque algunos de quienes lo acompañan, corno Chiclana, agregan que tenga "voto decisivo el síndico" y otros, como el cura Chorroarín, corrigen en el sentido de que no se hable de "gobierno" sino de "erección de una Junta" y también con intervención del síndico). Esta solución "Huidobro - Chiclana - Chorroarín" tiene un 30
marcado tinte conservador dentro del frente democrático. Dispensar apoyo al planteo de un funcionario prestigioso del: régimen (que ya había sido designado virrey ante la huida de Sobremonte, pero no pudo asumir por caer prisionero de los ingleses), huele bastante a gatopardismo y por ello concita el apoyo no sólo de los camaradas de don Pascual, sino también de algunas importantes figuras del mundo de los negocios. Entre estos últimos, pueden citarse a los hermanos José María y Eugenio Balbastro, pertenecientes a una acaudalada y prestigiosa familia de Buenos Aires, Manuel Ventura de Haedo, importante comerciante, Andrés de Lezica y Torre Tagle, de familia de peso (y de pesos), Francisco Javier de Riglos familia principal entroncada con los Lezica y los Hoz, y José Antonio de Capdevila, dueños de extensos campos de la provincia de Buenos Aires. Otros apellidos importantes figuran en este grupo: Achaval y Sastruri, Anzoategui Santibañez, Elguera, Molina Torres, Pirán, Hernández Plata, Casamayor, Lavalle Cortés. Entre los militares compañeros de Huidobro aparecen Joaquín Antonio Mosquera, Bernardo Lecoq y José Merello, los tres españoles de nacimiento (los dos primeros ingenieros militares). A su vez, acompañan también, sacerdotes como Antonio Sáenz de Baños y Saraza, José León Planchón y Juan León Ferragut. La aparición de Juan José Viamonte, en este grupo, no asombra demasiado pues militará siempre en el sector más moderado del frente democrático, pero en cambio sorprende que Hipólito Vieytes, Juan José Paso y Nicolás Rodríguez Peña voten contra el virrey desde esta perspectiva. (Quizá la explicación reside en que el grupo jacobino carece de una conducción unificada o de un líder, en la medida en que Castelli no logra consolidar su preponderancia y Moreno aún no juega de manera decisiva en los acontecimientos.) Una veintena de votantes se expresa a través de la moción del sacerdote Juan Nepomuceno Solá. Su propuesta consiste en que el Virrey sea reemplazado "por el Cabildo" con voto decisivo del síndico, hasta la creación de una “Junta gubernativa cual corresponde, con llamamiento de todos los diputados del virreynato". Esta moción evidencia sus ribetes conservadores no solo porque también parece estar bajo la influencia de Leiva sino porque además intenta desvirtuar el movimiento revolucionario dando participación a los diputados del interior cuando, hasta ese momento, el interior ha permanecido fiel al absolutismo y puede jugar, como la hará Córdoba después, como un factor altamente conservador. Apoyando la moción de Solá, aparece José Santos de Incháurregui, un vasco considerado de los más fuertes comerciantes de Buenos Aires, casado con María José Ruiz de Gaona y Lezica (resulta significativo que tanto él, como el cura Solá, sean integrantes de la junta tramposa del 24). Otra figura importante de este grupo es el español Francisco Antonio de Letamendi, representante de grandes firmas de España. Hombre también emparentado con los Lezica y los Segurola, resultó gran amigo de Liniers así como de los hermanos Funes, con quienes compartía su preocupación religiosa (de tal magnitud que en su estancia "Las angustias". de Flores, hizo edificar una capilla para los pobladores). José Pastor de Lezica y Ortega también se sumó al voto de Solá, lo mismo que Félix Castro, activo hombre de negocios que con el correr del tiempo participaría en los proyectos rivadavianos asociado a Guillermo Parish Robertson y Manuel Hermenegildo Aguirre. Entre estos hombres de fortuna, figura José María Riera y Merle, que viene de una familia "con propiedades y numerosos esclavos negros" y será prestamista del gobierno en 1816. De este personaje se ha escrito: "Comerciante de los más ricos yen el día regidor, ha viajado por Europa, es codiciosa y compra a los europeos los créditos contra el gobierno a crecido interés, y con su influjo logra que se los paguen. Sus miras son las de su comodidad, conoce el extravío de la revolución y como es rico desea una composición con España; tiene sagacidad para moverse".81 Otro integrante de este sector es Manuel Alejandro de Obligado, de una familia de comerciantes dueños de esclavos. En la misma dirección, aunque con un voto largamente fundamentado, se define Antonio José de Escalada "hombre influyentísimo por su posición social y su riqueza",82 según V. F. López. Vota con idéntico 81
Genealogía, p. 304
82
Genealogía. p. 143.
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sentido Juan Pedro de Aguirre, gran comerciante y corsarista, dirigente activo del movimiento del 5 y 6 de abril de 1811 y años más tarde ligado a los negocios rivadavianos en el Banco Nacional del cual fue presidente. Entre los restantes que votan con el cura Solá figuran: José Amat (granadino dueño de extensas propiedades en lo que es hoy La Matanza), Pedro Antonio Cerviño (español, ingeniero y militar) y Juan Ignacio Ferradas (rico propietario, dueño de esclavos y de una quinta en las orillas de la ciudad). Se percibe aquí una mayor importancia del grupo-comercial que ya trenza sus intereses con los comerciantes ingleses radicados en Buenos Aires y con el comercio exterior, La presencia de Castro, Aguirre, Escalada, Obligado, Lezica, así como Inchaurregui y Letamendi (en tren de pasarse al nuevo bando comercial) denota la influencia de "el partido de los tenderos", es decir, la burguesía comercial porteña. .El
centenar de votos restantes, se distribuye entre quienes siguen a la moción de Saavedra por un lado y quienes expresan, a través de diversas mociones, al ala más radical del frente democrático que, en esta ocasión, aparece sin embargo, bajo el influjo del síndico Leiva. Saavedra propone que el virrey sea reemplazado por el Cabildo mientras tanto se constituya la Corporación o Junta y "que no quede duda que el pueblo es el que confiere la autoridad o mando". Es decir, el Cabildo —que poco después conspiraría contra el gobierno revolucionario — aparece revestido del poder de elegir la nueva Junta pues el agregado acerca de la participación del pueblo no otorga a éste el modo de ejercer su derecho. (Castelli, en cambio, propone-que sean el Cabildo y el Pueblo y sin demora, quienes elijan la Junta.) En apoyo de la moción saavedrista aparece un buen número de jefes militares subordinados a don Cornelio y también un sector de comerciantes acomodados. Entre los militares; Miguel Jerónimo Garmendia, Esteban Hernández, Fernando Díaz, Gerardo Esteve y Llac, Francisco Mancilla, Ortiz de Ocampo, Alonso de Quesada y Bernabeu, Nicolás de Vedia, Francisco Pico, Agustín de Pinedo y Arce. (Algunos de éstos, se manifestaron luego contra la revolución como Esteve y Llac, a quien dieron el retiro, Agustín de Pinedo y Arce quien se escapa a Montevideo para luchar contra la Junta y Alonso Quesada y Bernabeu, a quien también en 1812 se le otorgó el retiro). También participaron de este veto: Valeriano Barreda, rico propietario e industrial, dueño de veinticuatro esclavos y varias propiedades; José Botello, un comerciante portugués, mayorista en vinos, casado con una Andonaegui, Enrique Ballesteros, concesionario de la iluminación de la ciudad, (Apiano Barrera quien había colaborado con los ingleses, Miguel de Irigoyen de la Quintana, de familia importante, casado con Ana Estefanía de Riglos Lezica, quien participa en varias oportunidades en común política con Escalada. Asimismo, algunos sacerdotes como Pascual Silva Braga, Hilario Torres y Juan Dámaso Fonseca. Las otras mociones, con muy ligeros matices, aprueban la propuesta de Saavedra pero incorporan la "participación activa del síndico" quizás cediendo así al compromiso de éste de ser portavoz de los rebeldes en el nuevo gobierno. Terrada sostiene "que se conforma con el voto de Saavedra, debiendo tener voto activo y decisivo el síndico procurador Dr. Leiva", Martín Rodríguez que "en la imposibilidad de conciliar la permanencia de la autoridad del gobierno con la opinión pública, reproducía en todas sus partes el dictamen del señor don Cornelio Saavedra y el que el señor síndico tenga voto activo y decisivo en su caso, es decir, activo cuando no haya discordia y decisivo, cuando la haya". Belgrano, por su parte, reproduce el voto de Saavedra agregando que "el síndico tenga voto decisivo" y casi en los mismos términos se define la moción de French.83 En estas mociones, sumados a los votos más tajantes a que ya se ha hecho referencia (Castelli apoyado por Martín Irigoyen y el cura Grelo, como así Pancho Planes apoyado por el activista Cardoso) figuran aquellos hombres más decididos a quebrar el viejo orden y dispuestos a implantar un nuevo sistema de democracia y soberanía popular. Ahí están los agitadores Berutti y Donado que votan con Belgrano, los chisperos Arzac, Dupuy y 83
Genealogía, p. 47
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Orma que votan con French, el cura Aparicio que vota con Terrada, Moreno que vota con Mariano Irigoyen, Martín Rodríguez, Azcuénaga, Matheu, Vicente López y Planes y Bustos. Algunos son profesionales, especialmente abogados, como Castelli, "Pancho" Planes, Moreno, Belgrano, Darregueira, Irigoyen o Seguí; otros figuran en las actas como "simples vecinos", entre ellos, French, Dupuy, Orma y Arzac o sin profesión como Donado, Araudía y Berutti o sacerdotes como Grelo y Aparicio. El grupo militar que se compagina con este sector radicalizado se integra con Cardoso, Bustos, Superí, Larrazábal, Pinto, Azcuénaga, Terrada y principalmente Martín Rodríguez, que juega, en esta etapa, como nexo entre el sector más popular de los militares y la pequeña burguesía radicalizada.
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CAPÍTULO IV La trampa absolutista El Cabildo Abierto se prolonga en tanto muchos insisten en dar largos fundamentos a su voto. Hacia la medianoche, el júbilo de los patriotas amengua. Algunas noticias que circulan en los conciliábulos provocan alarma en las filas revolucionarias. Uno de los principales motivos de sospecha obedece a que el sacerdote Bernardo José Antonio de la Colina, cuñado del síndico Leiva, levanta su voz para defender al virrey y formular una propuesta capaz de contentar a las partes en pugna: "que el virrey permanezca en su cargo y se asocien a él cuatro individuos: uno de estado eclesiástico, otro militar, otro profesor del derecho y el último del comercio, elegidos por el Cabildo",84 voto que anticipa la Junta conciliadora del 24 orquestada por el absolutismo a través de Leiva. Ya sea a consecuencia de este voto o por noticias filtradas desde el mismo bando del virrey, Mariano Moreno manifiesta su alerta contra la maniobra urdida en la penumbra. "Al pasar don Vicente López por delante de una de las bancas más excusadas — recuerda su hijo Vicente Fidel— reparó en el doctor don Mariano Moreno que acurrucado en un rincón (la noche era extremadamente fría y húmeda) parecía cabizbajo: —¿Está usted fatigado, compañero? —Estoy caviloso y muy inquieto.— ¿Por qué? Todo nos ha salido bien. —No, amigo. Yo he votado con ustedes por la insistencia y majadería de Martín Rodríguez pero tenía mis sospechas de que el Cabildo podía traicionarnos, y ahora le digo a usted que estamos traicionados. Acabo de saberlo, y si no nos prevenimos, los godos nos van a ahorcar antes de poco; tenemos muchos enemigos y algunos que andan entre nosotros y que quizá sean los primeros en echarnos el guante"85. López supone que Moreno ha recibido datos confidenciales de lo que trama el Cabildo, a través del secretario y escribano de la corporación don Justo José Nuñez, con quien tiene íntima comunicación. "Pero en aquel momento (mi padre) no participó de los temores del doctor Moreno y los atribuyó a su carácter fogoso, demasiado inquieto o vigilante, que dominaba en todas sus ideas. Sin embargo, no pudo tranquilizarlo y cuando le habló de Leiva, como de un amigo seguro para desbaratar cualquier complot que se tramase, el doctor Moreno le contestó: — ¡Leiva, Leiva! Sí, confíe usted en ese comodín, que de uno o de otro lado, lo que hará será lavarse las manos como Pilatos". 86 Y continúa el historiador López: "El doctor Moreno tenía sobrada razón, pues había sido bien informado. El Cabildo y el doctor Leiva estaban confabulados con el virrey y con el partido conservador para que el movimiento revolucionario se detuviese en un término medio, que no importase ni el triunfo completo de los unos, ni la derrota de los otros. Un nuevo Gobierno, enhorabuena, pero puesto en manos del Cabildo y presidido por el virrey con todas las facultades y jerarquías de su rango”.87 Está naciendo el 23 de mayo, cuando Moreno descubre —o le informan— que el síndico los ha burlado en su buena fe. Es el primero, desde el bando revolucionario, en denunciar la maniobra y el primero también en adoptar una tajante actitud de oposición a. todo tipo de acuerdo o negociación, alineándose así, a partir de ese momento, en la misma posición que los grupos radicalizados liderados por los "chisperos".
Pero, ¿quién es Mariano Moreno? Nacido en 1779, la adolescencia y juventud de Mariano Moreno están marcadas por la Revolución Francesa. Destinado a convertirse en cura —en función de su religiosidad y del ámbito devoto de su familia— el joven viaja a Chuquisaca pero allí la biblioteca de su protector, el canónigo Terrazas, le propicia el contacto con las nuevas ideas. Al mismo tiempo, el siniestro panorama social de las minas forja en él un espíritu rebelde que revierte los viejos proyectos. El seminarista regresa a Buenos Aires con el título de abogado en una mano y su esposa y un hijo, de la otra. Pero lo más importante: con una inquietud ideológica, política y social que ya no 84
Genealogía, p. 111 V. F. López, oh. cit.. T. 3, pp. 43 y 44 86. Ídem. 87 Ídem 85
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lo abandonará. Integrado a la pequeña burguesía porteña, Moreno opta por reconcentrarse en el estudio y la reflexión, distribuyendo sus horas entre la profesión, por un lado, ejercida brillantemente (con importantes clientes, algunos ingleses), y por otro, una honda preocupación por las posibles transformaciones de esa sociedad injusta en la que vive. D'Alembert, Voltaire, Rousseau y los liberales españoles nutren ya su pensamiento consolidando su concepción democrática y revolucionaria. Asimismo, en el Alto Perú la voz de Victorian de Villava, reclamando justicia para los aborígenes, le permite encontrar respuestas a la injusticia reinante así como la Carta de Vizcardo lo reafirmará en su solidaridad hacia los indios sometidos y ultrajados. La lucha por la libertad y la democracia le entusiasma. La Revolución Francesa lo enfervoriza e incluso atrae su simpatía esa Inglaterra que parece encabezando, junto con Francia, la marcha hacia un sistema de gobierno donde los pueblos puedan ejercitar sus derechos. Sin embargo, al producirse la invasión inglesa no cae en la ingenuidad de algunos que serán luego compañeros en mayo de 1810 sino que por el contrario le produce tremenda indignación, según lo recuerda Manuel Moreno en sus memorias. Tampoco el proyecto de la Princesa Carlota Joaquina —que atrae a algunos hombres de Mayo— interesa aI Dr. Moreno. Durante esos años, su perseverante inquietud se manifiesta en el campo del pensamiento y sólo en enero de 1809 abandona su estudio para comprometerse en el motín que proclama Juntas como en España, para —sofocado éste— regresar a sus tareas profesionales, extraña participación que sólo puede atribuirse a su inexperiencia política. Más allá de su reconocido talento y sus claras posiciones antiabsolutistas, difícilmente alguien pudo suponer la importancia que alcanzaría Moreno de haberlo conocido meses o semanas antes de la revolución. Como se ha dado muchas veces en la Historia, en él se hallaban potencialmente las posibilidades de liderar el gran intento de transformación política y social en esta tierras, pero recién cuando las condiciones históricas reclamaron la presencia del joven abogado, éste dio un paso al frente y se puso a la cabeza de los revolucionarios. Desde las primeras reuniones conspirativas, la revolución buscaba desesperadamente un conductor, un hombre enérgico, inteligente y audaz, para avanzar en su lucha contra el absolutismo. Por un momento pareció que podría ser Castelli, pero en el alba del 23 de mayo, la ola social que estaba emergiendo generó de sí misma su gran timonel y Moreno desbordó a partir de ese momento el escenario hasta su muerte, ocurrida diez meses después. En ese lapso, entregó todas sus energías a la revolución. Aplicó sus conocimientos, aprendió muchas cosas y se replanteó otras, no descansó un momento, corrigiendo, adaptando, encauzando, y en todo momento conviniéndose en el impulso indetenible que obliga a sus compañeros de Junta a avanzar a ritmo sostenido. No le tembló la mano cuando debió sentenciar ajusticiamientos. Tampoco vaciló cuando comprendió que debía generar un proyecto inédito ante la falta de recursos y la necesidad urgente del crecimiento económico. Del talentoso profesional que manejaba artículos e incisos, pasó al periodismo y los escritos combativos. Del hombre de hogar, al jacobino que cruzaba la noche con dos pistolas al cinto. De las relaciones con comerciantes y colegas en su estudio, a la estrecha vinculación con los chisperos de la revolución, esos de la Legión Infernal que constituían el activismo, la garantía de que la causa popular sería llevada adelante pesase a quien pesase. A pocas horas, pues, del 25 de Mayo, nace políticamente el hombre que ha de timonearla en sus primeros siete meses de existencia. Él mismo ya es consciente de la lucha que afronta y así se lo comunica a su hermano: "Conozco los peligros que tendrá que vencer un magistrado para gobernar los negocios en tiempos tan expuestos. La variación presente no debe limitarse a suplantar losfuncionarios públicos e imitar su corrupción e indolencia. Es necesario destruir los abusos de la administración, desplegar una actividad que hasta ahora no se ha conocido; promover el remedio de los males que afligen al Estado, excitar y dirigir el espíritu público, educar al pueblo, destruir a sus enemigos y dar una nueva vida a las provincias. Es necesario emprender un nuevo camino en que lejos de hallarse alguna senda, será necesario practicarla por entre los obstáculos que el despotismo, la venalidad y las preocupaciones han amontonado después de siglos ante los progresos de la felicidad de este continente. Después que la nueva autoridad haya escapado a los ataques a que se verá expuesta por solo la calidad de ser nueva, tendrá que sufrir los de las pasiones, intereses e inconstancia de los mismos que ahora
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fomentan la reforma".88 La prevención de Moreno en aquellas primeras horas del 23 de mayo es harto justificada. La trampa del Cabildo —cuyo artífice principal es Leiva— funciona demasiado bien. El síndico seguramente se ha ofrecido a uno y otro de los bandos en pugna como el hombre capaz de alcanzar la conciliación y evitar el enfrentamiento armado, pero jugando, en última instancia, la carta absolutista dirigida a resguardar el viejo orden. Colocado en el centro de los sucesos, como asesor del Cabildo y del virrey y amigo de Saavedra, además de interlocutor de los revolucionarios, Leiva debió percibir que existía todavía una relación de fuerzas tal que permitiría "cambiar algo para dejar todo igual" y en este intento, ciertos hechos permiten suponer un guiño del coronel Saavedra. Lo cierto es que en la mañana del 23, concluido el escrutinio, resulta que la decisión mayoritaria impone, por un lado, la separación del virrey y por otro, la delegación, en el Cabildo, de la atribución de formar la nueva Junta reconociéndose, por gran parte de la Asamblea, la confianza que el síndico Leiva le inspira. Con este resultado electoral en las manos, el síndico y los cabildantes tejen la trama reaccionaria. Empiezan por sostener que la Asamblea ha decidido que el poder pase a manos del Cabildo para que éste forme nuevo gobierno y al mismo tiempo convoque a representantes del interior (esta convocatoria sólo figura en la moción de Solé, minoritaria, pero es un recurso para nutrir de absolutistas el nuevo gobierno). Sostiene luego que por esta razón el Cabildo decide comunicar al virrey su separación del mando, pero, inmediatamente, afirma que siendo atribución del Cabildo la designación del nuevo gobierno, decide constituirlo siguiendo la propuesta del cuñado de Leiva, De la Colina, es decir: con un sacerdote (Solé), un comerciante (Incháurregui), un militar (Saavedra) y un abogado (Castelli) como asociados de don Baltasar Hidalgo de Cisneros a quien se nombra cabeza de la misma. De este modo, en nombre de lo que había decidido el Cabildo Abierto (la cesación del virrey), los cabildantes designan al frente de la nueva Junta... al mismísimo Virrey. La traición es pública y vergonzosa y sólo tiene alguna viabilidad si la fuerza militar le da apoyo. Todos los ojos convergen entonces hacia el Jefe de Patricios.
Pero, ¿quién es Cornelio Saavedra? Por su origen social, sus costumbres y su comportamiento en el período anterior a la revolución, Saavedra resulta un personaje apegado al orden constituido, respetuoso de las jerarquías sociales, con un pensamiento y una conducta donde la audacia brilla por su ausencia. De familia dedicada al comercio —comerciante él mismo hasta las invasiones inglesas y además, dueño de campos— diversos testigos y comentaristas lo muestran como ingresando al proceso de Mayo casi a empujones y sin otro objeto estratégico que el mero cambio del virrey por él mismo y sus amigos, sin afectar el orden social establecido. "Originario de una familia no común —escribió Ignacio Nuñez—, educado entre la clase más vanidosa de los españoles, de costumbres moderadas y timoratas y con bastante despejo para hacer papel de hombre no común entre la primera clase... él había disfrutado entre los españoles de una consideración que rara vez alcanzaban los naturales del país, consiguiendo por estos medios, más que por su valor o talento, que se le colocase a la cabeza del regimiento de Patricios... donde se reunían muchos de los jóvenes mejor dispuestos de Buenos Aires". Después agrega: "Más de treinta días se perdieron en diligenciar su disposición a entrar en el movimiento y más de una vez se propuso por el coronel don Martín Rodríguez que se ejecutase el movimiento sin esperar de Saavedra".89 "Saavedra era naturalmente conservador y de tradiciones aristocráticas —comenta V. F. López— tanto por su familia como por la madurez y templanza de su carácter".90 El comportamiento de Saavedra, en esos días de Mayo, ratifica estos juicios. Mientras se difunde la noticia de la constitución de la Junta, provocando enorme malestar en los grupos rebeldes, los cabildantes auscultan la opinión de los jefes militares. Leiva es, también, el artífice de esta reunión que se realiza en la noche del día 23. Levene relata que "todos los jefes manifestaron su conformidad" con "las amables salvedades de Saavedra que pedía ser 88
Manuel Moreno, Vida y memorias del Dr. Mariano Moreno, Buenos Aires, Talleres Rosso, 1937. Ignacio Nuñez, Noticias Históricas, p.11. 90 V. F. López, ob. cit., T. 3, p. 51. 89
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sustituido por el síndico" y de Pedro Andrés García, que insistía en el mismo sentido de favorecer al síndico reconociéndole su voto decisivo. Agrega Levene: "La sorpresa de los regidores no debió ser pequeña. Habían fraguado una solución contraria a la verdad pero favorable a sus planes y los comandantes adherían con facilidad y obsecuencia". El mismo Levene reproduce un acta donde consta que el Cabildo obsequió, "a cada uno de los cuatro oficiales de la guardia de honor, un reloj y cien pesos para la tropa".91 Sin embargo, Vicente Fidel López relata el suceso de otro modo, que parece más verosímil, pues señala que "Martín Rodríguez, comandante de los Húsares, protestó con exaltación contra el proceder del Cabildo y dijo que aquello tenía el aire de una traición contra lo que el pueblo había votado y resuelto; que... era enfrentar al pueblo y reducirlo al último papel de idiota y de esclavo cuyas opiniones debieran ser menospreciadas, que él no sabía lo que pensarían los demás comandantes, pero que él no respondía de su gente ni de su cuartel". Ante esto, Leiva intervino persuasivamente intentando convencer a los jefes militares e insistiendo que "el miembro más influyente del nuevo gobierno sería el señor Saavedra", lo que resultaría para los jefes un aval suficiente, Pero Martín Rodríguez volvió a la carga: "Si nosotros nos comprometiéramos a sostener esa combinación que mantiene en el gobierno al señor Cisneros, tendríamos que hacer fuego en muy pocas horas contra nuestros hermanos, contra nuestro pueblo; nuestros mismos soldados nos abandonarían. Todos, todos, sin excepción reclaman la separación del virrey y yo, el primero". Y agregó, apurando una definición de Saavedra: "Que diga el señor comandante de Patricios si es o no cierto lo que digo". Saavedra interviene entonces eludiendo una definición con un centrismo de la peor especie: "que la agitación del pueblo y los cuarteles era alarmante... que no podía dudarse de que la opinión y el deseo general era que el virrey fuese separado del mando... que no podía exigírseles a los comandantes que por sostener al señor Cisneros hicieran fuego sobre el mismo pueblo..., pero que tenía grande y sumo aprecio al señor Cisneros y que creía que jamás le llegaría el caso de tener que, faltarle a las consideraciones que se le debían... que la combinación a la que que había llegado el Cabildo era tan nueva e inesperada que no podía adelantar juicio sobre la impresión que había hecho en los hombres de juicio y responsabilidad que eran los que, en definitiva, habían de influir luir sobre el pueblo y la gente y... que trataría de consultar con sus amigos o resolvería al día siguiente si aceptaba o no el puesto que se le había dado en el nuevo". A lo cual —agrega V. F. López— "el comandante Rodríguez tomó una actitud tan enérgica y tan franca que fue imposible arribar a otra situación que a ésta". Se disuelve la reunión. Pero, al poco rato, Leiva junta a Castelli y Saavedra presionándolos con largas reflexiones, acerca de que "nada había que recelar"... y Leiva triunfa completamente consiguiendo "que acepten su participación en el nuevo gobierno y presten juramento al día siguiente".92 El disgusto de los revolucionarios crece mientras tanto. "Nadie quería admitir la combinación del Cabildo, ni suponer que Saavedra y Castelli aceptasen un puesto al lado de Cisneros". 93 Moreno se aparta por considerar que se está capitulando vergonzosamente. El doctor Darregueira lleva su mensaje a los revolucionarios haciéndoles saber que Moreno, considerándose traicionado, "se abstenía de todo paso que pudiera comprometerlo más, y que asimismo se quejaba amargamente de la imprevisión con que dos o tres ambiciosos, que sólo buscaban puesto y honores, llevaban a todos los demás al abismo”. 94 A su vez, Castelli está dispuesto a renunciar y así lo sostiene en una reunión en la casa de Rodríguez Peña donde entabla una discusión frontal con Gregorio Tagle, un jurisconsulto y teólogo amigo de trapizondas "cuya talla moral era inferior a su talento", 95 según Vicente Fidel López. En la derecha del campo revolucionario, Tagle juzga conveniente la incorporación de Castelli a la Junta. Argumenta que la única garantía es la presencia de Castelli junto a Saavedra. Respecto al coronel afirma que "Cornelio aceptará el cargo, no por que sea capaz de traicionarnos sino por inadvertencia, por creer que su presencia en el gobierno es una garantía para nosotros o 91
Academia Nacional de la Historia, ob. cit., T. 3, p. 37. `' V. F. López, ob. cit., T. 3 p. 51 93 Ídem. 94 Ídem. 95 Ídem. 92
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por vanidad de hombrearse con el virrey". 96 E insiste en que hay un traidor que es Leiva. Pero también con estos argumentos Tagle está jugando dentro del grupo revolucionario, el papel conciliador, pactista, entreguista incluso. El planteo de Tagle logra imponerse y se le indica a Castelli que debe aceptar el nombramiento, pero en la misma reunión se consolida la idea de que es preciso "continuar excitando al pueblo contra el arbitrio del Cabildo".97 Así, se aprueba la propuesta de que Moreno, Irigoyen y Chiclana se dirijan a los cuarteles para arengar a los soldados incitándolos a oponerse a la conciliación convenida por los comandantes. Moreno, que se ha retirado a su casa con visible enojo ante el curso de los acontecimientos, es convocado ahora para una tarea importante que lo aproxima ya a los primeros lugares del escenario político. Puede conjeturarse con bastante fundamento que a partir de esa noche del 23 se consolida la relación entre "los chisperos" y el futuro Secretario de la Junta. Hasta ese momento, el sector revolucionario carece de jefatura. Mitre, adoptando la óptica de los comerciantes y sus amigos británicos, cuyo objetivo estratégico es solamente el librecambio, sostiene que si bien la revolución "carecía de una, jefatura política unificada... el posible conductor podría ser Saturnino Rodríguez Peña"... hombre ligado a la diplomacia inglesa. Levene por su parte sostiene que "si la masa revolucionaria tuvo jefes, estaban confundidos con ella: eran French, Berutti, Martín Rodríguez o Planes", es decir, los agitadores, caudillos de los seiscientos encapotados. Pero recién ese día la necesidad política popular genera su jefe, impulsando de pronto hacia el primer plano a Mariano Moreno. Vicente Fidel López, en su reconstrucción novelada de La Gran Semana de Mayo, ubica esa misma noche, en la casa de Moreno, a French, Berutti, Arzac y otros agitadores y apunta: "El furor de todos era grande y salieron poco después para esparcir la alarma en los cuarteles y echar gente desde la aurora para que arrancara los bandos de las esquinas y de las manos de los que los anduvieran fijando".98 Pocas páginas después, el mismo López le hace decir a Pancho Planes: "Después de la traición de que somos víctimas he tenido a bien asilarme en la casa de J.J.". Luego agrega: "Cisneros ha sabido que en el voto que yo di, agregué que deben ahorcarlo por los asesinatos de La Paz y después que se vea restituido al mando, ha de procurar castigarme... No saldré sino cuando estalle la revolución, porque mientras no se haga en esta forma y tengamos la sartén por el mango, no cuento con que por mí hagan conflictos de gobierno los que han pasado por la bajeza de admitir un puesto vergonzoso al lado de Cisneros. No digas a nadie dónde estoy que si llega el caso de salir, he de ir a buscarte con un fusil. Moreno no quiere saber de nada, ni de nadie. Dice que vayan todos al infierno y que es un mentecato el que se compromete por semejante gente. Tengo sin embargo muchas esperanzas en Martín, en la tropa y en los amigos". 99 Esta vinculación de Moreno con French, Berutti y Arzac, y muy especialmente con Planes, parece constituir un punto clave de la revolución, justo en el momento en que ésta es traicionada y está a punto de hundirse. (Las referencias de López —más allá de que provengan no de su Historia, sino de un texto novelado — deben tomarse como una opinión cercana a la verdad, en tanto su propio padre fue actor de esos acontecimientos.) Esos hombres que ya están con Moreno, que comparten su indignación y que posiblemente estén algo desencantados de Castelli —quien hasta ayer pudo haber sido el jefe revolucionario —son, al decir de Levene, "los más intransigentes" y en ellos, en esa dirección improvisada, ahí mismo sobre los sucesos, descansa la posibilidad de canalizar el fervor popular para revertir la .derrota del 23. ¿Y quiénes son estos hombres? Desde la contrarrevolución nos ofrecen este admirable retrato de French: "Uno de los Morenos, ingrato por excelencia, cobarde sin compasión, inepto, inmoral, hombre de todos los partidos y consecuente con ninguno, French, olvidándose de sus compromisos y halagando las pasiones de Moreno a quien él llamaba `el sabiecito del sur', se verá coronel del regimiento de América como que convenía a llenar las ideas de Moreno, en estas circunstancias en que ya el secretario Moreno se había arrastrado a la multitud... Ese Moreno, para quien ya todos somos iguales, máxima que vertida así en la 96
Ídem. Ídem, p. 53 98 V.F. López, La Gran Semana de Mayo, Buenos Aires. Eudeba, 1960. p.65. 99 Ídem, p. 67. 97
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generalidad ha causado tanto males...".100 Pancho Planes "uno de los más activos del influjo de Moreno"101 a quien los "godos" odiaban por su pasión revolucionaria, después enemigo acérrimo de Rivadavia y partidario de Dorrego, dio todas sus energías a la Patria y murió pobre. Cayó sobre él la lápida de silencio con que la historia oficial condena a los amigos del pueblo. Antonio Luis Berutti, que se había educado en España, saltó desde su empleo en las Cajas de Tesorería directamente a la revolución, uniéndose a French en la tarea de acaudillar a "chisperos y manolos de los arrabales". Morenista convencido, sufrió destierro después del golpe del 5 y 6 de abril de 1811, al igual que French y el resto de los seguidores de Moreno. Su arrojo y fervor revolucionario lo colocaban a la cabeza de la agitación y según algunos, habría sido Berutti quien se ocupó especialmente de la designación de los miembros de la Primera Junta. Felipe Cardoso, otro caudillo popular, filiado al morenismo y que luego militará en el artiguismo, también ha sufrido la misma condena del silencio por haber sido protagonista importante en los días de mayo. Otro de éstos, Agustín Donado, mantiene una larga consecuencia en sus ideales democráticos y populares, desde el morenismo de 1810, pasando por el antisaavedrismo de 1811, para luego apoyar a San Martín en 1812 y a la Asamblea del año XIII; actuó en las filas del dorreguismo y fue objeto de persecución por la gente de Lavalle. Vicente Dupuy, a su vez, es otro de los integrantes del grupo de "manolos que constituían la Legión Infernal". 102 Integrante del regimiento "América" dirigido por French, luego de participar en la lucha por la liberación de la Banda Oriental se convirtió "en uno de los activos colaboradores de San Martín". Fue quien liquidó la sublevación de los soldados españoles prisioneros en San Luis en 1819, pasando por las armas a la mayor parte de los insurrectos. A su vez, Francisco Mariano de Orma, de origen español, también del mismo grupo y enredado en los mismos entuertos, sirvió militarmente a la revolución y resultó, hacia los años 30, integrante del grupo de "los lomos negros". El Padre Grela también “figura en el grupo agitador" que por esos días entra en combinación con Moreno: "Turbulento, audaz, revolucionario e insultante en sus discursos con los que disienten de sus opiniones, deja con facilidad su convento para abandonarse a convicciones políticas y otros fines de revolución interna y externa". Lo llamaban el padre "granizo", fue dorreguista y pasa a la historia como "tribuno popular y fogoso intérprete del patriotismo militante de sus paisanos"103 A su lado, otro fraile, Juan Manuel Aparicio, agitador nato, de pistola al cinto, más de una vez convierte el púlpito en ardorosa tribuna política provocando controversias con los fieles en plena misa.104 Son estos hombres —orientados por Moreno— quienes indignados ante la maniobra del Cabildo y el intento de burlar la voluntad popular inician la movilización de repulsa desde la medianoche del 23 y a través del día 24. Son ellos quienes logran torcer el brazo del absolutismo y frustrar la trampa reaccionaria orquestada por el Cabildo y el síndico Leiva. A las tres de la tarde del día 24 se lleva a cabo el juramento de la Junta tramposa presidida por Cisneros, pero una atmósfera tensa gana ya a la ciudad. En algunos sectores cunde la agitación que anuncia el estallido. Aquí y allá, los bandos pegados por orden del Cabildo, son arrancados por gente del pueblo y pisoteados en plena calle. En algunos casos, los peones y alguaciles que van a pegar los bandos "son atacados por el pueblo y huyen por las calles, abandonando los bandos impresos, enormes papeles con letra de media pulgada que los ciudadanos recogen y prenden fuego".105 French y sus amigos están en esa acción. Son ellos los que se dedican a "alborotar a la gente",106 en el lenguaje de Vicente Fidel López, incitando a quemar los bandos y a organizar a los encapotados que al día siguiente protagonizarán un rol fundamental. Se trata asimismo de amedrentar al enemigo y esa misma noche "es atacada la casa del fiscal fiscal Villota, apedreándola y rompiéndole los vidrios". A su vez, el padre Aparicio "recorre los cuarteles a caballo, con pistolas al cinto, animando y sublevando las tropas en esa noche del 24 de mayo".107 Moreno, por su arenga a los soldados, contagiándoles su fervor, 100
Manuel Andrés Arroyo y Pinedo. Citado por Raúl Molina en La primera polémica por la Revolución de Mayo, p. 72. Genealogía, p. 287 102 Genealogía, p. 128. 103 Genealogía, p. 175. 104 Genealogía, p. 38 105 V. F. López. ob. cit., T. 3 p. 53. 106 Ídem, p. 63. 107 Academia Nacional de la Historia, ob. cit., p. 49. 101
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seguramente contactado por Martín Rodríguez y con el apoyo de Mariano de Irigoyen. Este accionar en las calles y en los cuarteles produce inmediato efecto. "Toda la oficialidad de Patricios —afirma V. F. López—encabezada por los coroneles Rodríguez, Terrada, Romero, Vives, Castex y muchísimos otros militares, se presentó en el Fuerte esa misma noche y todos a una voz le declararon al coronel Saavedra que no acatarían las órdenes del Virrey, ni otras cualesquiera que se les diesen permaneciendo éste en la presidencia de la Junta, a no ser que el señor Cisneros renunciase públicamente al mando de las, fuerzas militares y que este mando se transmitiese al señor Saavedra".108 Así, mientras durante el día 24 "prevalece entre los jefes populares la idea de que hay que utilizar la violencia armada" 109 y en la calle se acentúa el disconformismo, los cuarteles son presa de agitación y los jefes de tropa presionan decisivamente sobre Saavedra. Se convoca entonces a una reunión urgente de la Junta recién designada y allí Saavedra, haciéndose intérprete del reclamo de la mayoría de los jefes, y Castelli, en representación de la turbulencia popular que se acentúa, le informan al virrey que es voluntad del pueblo su deposición irrevocable y que, por tanto, ambos renuncian a la Junta que el Virrey pretende presidir. Cisneros, visiblemente irritado, ofrece objeciones pero finalmente se convence que no tiene otro camino que renunciar. "¡Renunciemos todos de una vez!" exclama finalmente "El sordo". Y con esta decisión, se disuelve la Junta en la noche del 24. El poder pasa nuevamente al Cabildo a quien la misma Junta convoca para que "sin pérdida de instantes se expida como corresponda".110 Este documento, de innegable validez jurídica, escondía sin embargo otra jugada política del absolutismo, dispuesto a hacerse fuerte en el Cabildo. Por esa razón, esa noche del 24 al 25 de mayo pocos duermen plácidamente en la Santa María de los Buenos Aires. Hay quienes están en vigilia discutiendo el posible curso de los acontecimientos. Hay quienes se mantienen insomnes porque el miedo se les ha metido en las almohadas. Y hay también los que urden, maniobran, tejen nuevos planes para jugar la última carta en defensa de sus privilegios.
La toma del poder En las primeras horas de la mañana del 25 se perciben ya los ajetreos en el Cabildo dirigidos a la importantísima reunión de ese cuerpo que se producirá poco después. Pero la plaza ya no está sola. Diversos grupos se mueven en las esquinas. Ahí están "los chisperos" con su gente y ya no llevan "cintas blancas al sombrero y casacas".111 Ahora, en cambio gastan "sólo cintas encarnadas",112 porque si aquellas blancas significaban unión, éstas rojas de ahora significan guerra (ni antes del 25 ni ese mismo día hay constancia alguna de que hubiesen existido cintas celestes y blancas de las que habla Mitre, quien jamás indicó la fuente de donde tomó dato tan extraño y que, sin embargo, durante décadas se ha considerado auténtico). Reunido el Cabildo, el absolutismo juzga que aún conserva poder para aplastar la insurrección democrática. Por eso decide convocar a la fuerza armada y ordenarle que reprima a los revoltosos y haga valer, como legítima, a la Junta electa el día 23: "Que desde que la Junta que había prestado juramento estaba encargada de toda la autoridad pública y no tenía facultades para desprenderse de ella, eso que solicita alguna parte del pueblo no puede aceptarse por muchas razones de la mayor consideración, pues habiéndose puesto las fuerzas .a la disposición de Vuestra Excelencia, esa Junta está en la estrecha obligación de sostener su autoridad, tomando las providencias más activas y vigorosas para contener esa parte descontenta. De lo contrario, este Ayuntamiento hace responsable a Vuestra Excelencia de las funestas consecuencias que pueda causar cualquier variación en lo resuelto".113 Así como los revolucionarios "dudaban de la firmeza de Saavedra" (según carta de Tomás Guido),114 así también "los faldonudos y grandes bonetes del Cabildo" (como los llama López), confiaban todavía en que el coronel concluiría 108
V. F. López, ob. cit., T. 3 p. 54. Academia Nacional de la Historia, ob. cit., Torno V, p. 42. 110 V. F. López, ob. cit., p. 55. 111 Pérez Amuchástcgui, ob. cit. 112 Ídem, p. 154. 113 V. F. López, ob. cit., p. 56. 114 Academia Nacional de la Historia, ob. cit., pp. 39 y 40. 109
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poniéndose de su lado y reprimiría al pueblo "activa y vigorosamente", según sus propias palabras. Pero apenas se difunde la noticia de esta declaración del Cabildo, "la multitud ocupa la casa capitular"115..., "invadiendo los corredores y galerías, encabezada por French, Chiclana, el padre Grela, Berutti, Planes y un sinnúmero de otros jóvenes ardorosos e intransigentes".116 "Algunos individuos, en clase de diputados, llegan a la sala de acuerdos y exponen que el pueblo se halla disgustado".117 "Asombrados y aún aterrados, al sentir el torrente que hacía extremecer las puertas del salón a los gritos de `ábranse las puertas al pueblo', los cabildantes mandaron que se abriesen".118 Leiva, Lezica y Anchorena piden orden a la multitud. El síndico manifiesta que "es imposible tratar un negocio tan arduo con un tropel de gentes amotinadas" y solicita que sólo acceda una delegación a la sala de deliberaciones. Se adelantan entonces French, Berutti, el padre Grela y Chiclana. La tradición oral recuerda que Pancho Planes también quiso ingresar al recinto, pero que Leiva se opuso: "No, amigo, usted es muy loco para este negocio".119 La delegación plantea ahora la cuestión de un modo tajante, ante la consternación del síndico y los cabildantes: ya no se trata de deponer a Cisneros para que el Cabildo designe a su gusto los integrantes de la Junta de reemplazo, ya que el Cabildo ha incurrido en manifiesta violación respecto al reclamo popular y por tanto, el Pueblo no le dispensa confianza. Por tanto, el Pueblo reasume las facultades que le ha conferido al Cabildo el día 22 y exige ahora reemplazar al Virrey por una Junta que responda estrictamente a la voluntad popular, designada directamente por el Pueblo. A esto respondió Leiva con toda clase de excusas y argumentaciones, hasta lograr finalmente que la delegación accediese a su pedido: llamar a los comandantes para consultar su opinión. Poco rato después y ante la presencia de éstos, Leiva "les habló del conflicto en que una multitud sediciosa ponía al Cabildo y de los males en que iban a envolver al país si no sostenían con las armas a la Junta ya nombrada”. 120 pero los jefes militares responden que "ellos no sólo no pueden comprometerse a sostener ese gobierno sino que están seguros de no ser obedecidos por sus propios cuerpos, si lo intentaran" agregando que "el pueblo y las tropas se hallan en una fermentación terrible y que es preciso apaciguarlo reconociendo su justicia y cumpliendo lo que se le ha ofrecido".121 Ya arrinconado por la insurrección popular, el absolutismo atina aún a una nueva propuesta dirigida a salvar por lo menos una porción de poder: los cabildantes aceptan la renuncia del virrey, pero que permanezcan integrando la Junta los restantes miembros que el Cabildo ha elegido. López comenta: "Contaban [ellos] con que la moderación del señor Saavedra y las ‘pacíficas' virtudes del cura Solá, tenido por un santo varón con toda justicia, podrían contener las exigencias revolucionarias de los exaltados y mantener el influjo de Leiva. Pero ya era tarde... La conducta del Cabildo y las vacilaciones del señor Saavedra... habían servido para que los patriotas abrieran los ojos... Los cabildantes comprendían que no tenían otra alternativa que resistir o someterse... Lo primero era imposible. Se había contado con el señor Saavedra y su legión, pero el señor Saavedra había comprendido que no debía separarse de los suyos, ni enajenarse la adhesión de sus soldados por hombres y por principios que al fin y al cabo, no tenían verdadera cohesión con él y su Legión no estaba tampoco inclinada a obedecerlo si él hubiese pensado o intentado lo contrario".122 Así ingresa finalmente Saavedra a la Revolución de Mayo, a empujones. (El historiador Pérez Amuchástegui sostiene que Saavedra no concurrió a esa reunión con el síndico y que se habría mantenido expectante hasta que la notoria mayoría de la fuerza armada, lo impulsó a dar el paso definitivo.123) 115
Ídem, p. 42. V. F. López, ob. cit., p. 56. 117 Academia Nacional de la Historia, ob. cit., p. 42. 118 V. F. López, ob. cit., p. 56. 119 V. F. López, La Gran Semana de Mayo. p. 78. 120 V. F. López, oh. cit., T. 3, p. 57. 121 Ídem. 122 Ídem. 123 Pérez Amuchástegui, ob. cit., P. 164. 116
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Mientras se desarrolla esta reunión, en la plaza "los grupos atruenan con sus gritos y golpean las puertas del Cabildo exigiendo saber de lo que se trata". 124 En un marco de "desorden y gritos, acompañado de violencia",125 los cabildantes exigen que se proceda a una presentación por escrito. Los revolucionarios acceden y se eleva entonces un documento en el cual se exige el reemplazo del virrey por una Junta integrada por Saavedra como presidente, Castelli, Belgrano, Azcuénaga, Alberti, Matheu y Larrea como vocales y Paso y Moreno como secretarios, al mismo tiempo que se exige una expedición al interior cuya financiación se logrará con los ingresos del virrey y demás funcionarios principales. Firman el escrito cuatrocientas nueve personas; son los primeros los jefes de los cuerpos (según Levene, tampoco aquí aparece la firma de Saavedra) y luego dos firmas que representan al sector jacobino de la revolución: "Por mí y ante de los seiscientos Antonio Luis Berutti. Por mí y a nombre de seiscientos, Domingo French, siguiéndole entre otras las firmas de Manuel Alberti, Hipólito Vieytes, Nicolás Rodríguez Peña, Tomás Guido".126 Cubierta esta formalidad y advirtiendo Leiva que en la plaza ralean ahora los grupos, se acerca a uno de los balcones y pretendiendo descalificar el carácter democrático del petitorio, afirma: "¿Dónde está el pueblo?".127 Esta nueva chicana del grupo absolutista, encrespa los ánimos: "Se colina la paciencia de los pocos exaltados que permanecen en la plaza bajo la llovizna. A partir de ese momento —dice el acta del Cabildo— se oyen entre aquellos las voces de que si hasta entonces se había procedido con prudencia porque la ciudad no experimentase desastres, sería ya preciso echar mano a los medios de violencia; que las gentes, por ser hora inoportuna, se habían retirado a sus casas, que se tocase la campana del Cabildo y que el pueblo se congregaría en aquel lugar para satisfacción del Ayuntamiento y que si por falta de badajo no se hacía uso de la campana, mandarían ellos tocarla generala y que se abriesen los cuarteles en cuyo caso sufriría la ciudad lo que hasta entonces se había procurado evitar".128 Los cabildantes comprenden ya que están perdidos. Según un informe de la audiencia (de meses después) "el Cabildo se negaba a proclamar la lista de candidatos propuesta por el pueblo, más entrando con pistolas y puñal en mano varios facciosos en la Sala Capitular, le obligaron a que condescendiera con sus deseos...".129 El frente nacional democrático ha derrocado al absolutismo. El poder ya no será ejercido por el Virrey sino por una Junta emanada de la voluntad popular cuyos integrantes juran ya "desempeñar lealmente el cargo y conservar íntegra esta parte de América a nuestro Augusto Soberano el señor Don Fernando Séptimo y sus legítimos sucesores y guardar puntualmente las leyes del Reino".130 Saavedra, antes de jurar, manifiesta que acepta el cargo de presidente "sólo por contribuir a la tranquilidad pública y a la salud del pueblo"131 y al concluir la jura, se compromete a "mantener el orden, la unión y la fraternidad... y guardar respeto y hacer el aprecio debido de la persona del Excelentísimo Señor Don Baltasar Hidalgo de Cisneros y toda su Familia".132 Como puede apreciarse en el relato de los acontecimientos, diversas fuerzas conviven en el bando triunfante. El Excelentísimo Señor Virrey "que merece respeto y aprecio" para Saavedra, es "el sordo Cisneros" que debe ser ahorcado según la opinión de "Pancho" Planes. La tranquilidad pública que preocupa al coronel así "como el orden y la unión", no parecen ser móviles de los embozados que ingresaron con puñales y pistolas a la Sala Capitular para arrebatar el poder al absolutismo. Esta coalición, pues, que va desde los conciliadores con el viejo régimen, hasta aquellos dispuestos a implantar, a sangre y fuego, los principios de la libertad y la soberanía popular, se expresa en el espectro de la Junta de Gobierno desde Saavedra hasta Moreno. La Revolución de Mayo no implica, pues, la toma del poder por un 124
Ídem, p. 164. Ídem, p. 166. 126 Academia Nacional de la Historia, ob. cit., p. 47. 127 A Pérez Amuchástegui, ob. cit., p. 166. 128 Ídem. 129 Academia Nacional de la Historia, ob. cit., p. 50. 130 J. C. Chaves en Castelli, adalid de Mayo, p. 155. 131 Pérez Amuchástegui. ob. cit., p. 167. 132 Ídem, p. 168. 125
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partido revolucionario con una dirección homogénea detrás de un único proyecto, sino el desplazamiento del absolutismo por un amplio frente democrático donde confluyen tendencias diversas que expresan a sectores sociales distintos. Desde el principio no hay un sólo "Mayo" con perfil indiscutido e inequívoco, sino diversos "Mayos" que muy pronto entrarán en colisión. El Mayo revolucionario de los "chisperos" y de Moreno, expresión de la pequeña burguesía jacobina que arrastra a diversos sectores sociales desheredados (peones, jornaleros, artesanos pobres) y que bregará con Castelli en el norte, tiempo después, por la liberación del indio. El Mayo timorato y conservador de Saavedra dispuesto a calmar las aguas y frenar todo intento de cambios económicos y sociales importantes, expresión de un importante sector de la fuerza armada y que, más allá de la mayor o menor conciencia de don Cornelio, expresa el temor de los propietarios ante la turbulencia popular. Y finalmente el Mayo librecambista, antiespañol y probritánico, el que exalta Mitre y ha intentado expresarse en Saturnino Rodríguez Peña, como lo hará luego en Rivadavia, el del "Partido de los tenderos", de esa burguesía comercial portuaria, criolla e inglesa que jugará por un tiempo apoyando al saavedrismo, hasta alcanzar el poder a través de sus propios hombres. Por esta razón, acentuando la óptica sobre uno de los sectores intervinientes, Mitre pudo fabricar su Mayo liberal, elitista, pro-inglés, realizado por la gente decente con paraguas, cuyo programa era la Representación de los Hacendados y su objetivo incorporarse a Europa. Así también el revisionismo nacionalista de derecha aceptó, sin mucho entusiasmo, el Mayo rnpturista de España pero lo signó con un perfil conservador al colocar a Saavedra como principal figura opuesta al presunto iluminismo exótico de Moreno. Nosotros, que consideramos que pueblo es el protagonista de la historia, nos quedamos con Mayo de Moreno y "los chisperos", con la revolución auténtica y profundamente democrática, reivindicadora del esclavo y del indio, defensora por sobre todo de los derechos del pueblo y forjadora de una sociedad nueva donde imperen la libertad, la justicia y la igualdad reales en una Patria Grande, libre de toda intromisión extranjera.
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