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Revista Uruguaya de Psicoanálisis
Número 104 2007
Asociación Psicoanalítica del Uruguay
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Índice EDITORIAL ..............................................................................................
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SIMBOLIZACIÓN y EXPERIENCIA ANALÍTICA Reflexiones sobre la simbolización en psicoanálisis: -entre el signo y la pulsiónSusana García ....................................................................................... 7 El trabajo de simbolización. Un puente entre la práctica psicoanalítica y la metapsicología Fanny Schkolnik ................................................................................... 23 En torno al anillo mágico.La creación de la narración y de la transferencia en la relación analítica Nadal Vallespir ...................................................................................... 40 Jornada Científica en APU sobre Simbolización ........................................ 67 La desaparición y la experiencia poética Edmundo Gómez Mango ....................................................................... 90 El proceso y las interferencias de la transformación simbólica Guillermo Bodner .................................................................................. 105 Buscando la simbolización Gustavo Jarast ....................................................................................... 122 Algunos elementos para una clínica psicoanalítica Enrique Gratadoux .............................................................................. 151 Simbolización, una puesta en escena inconsciente Myrta Casas de Pereda ......................................................................... 180 La eficacia en Psicoanálisis Javier García ....................................................................................... 187 Simbolización en la adolescencia: la dificultad de devenir adulto Silvia Flechner ..................................................................................... 201 ¿Qué aprendemos de los niños que no aprenden? José Antonio Barreiro .......................................................................... 220 PSICOANÁLISIS E INVESTIGACIÓN Un “momento presente” en un proceso psicoterapéutico: el “juego de las manitos”. Aportes de la investigación microanalítica de infantes a las teorías de la intersubjetividad. Marina Altmann de Litvan ................................................................... 241
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DEL CUADERNO DE NOTAS Notas al margen. De la simbolización en psicoanálisis Beatriz Pereira ..................................................................................... 260 PRESENTACIÓN Y RESEÑA DE LIBROS Reseña del libro: “Depresión. ¿Crisis o Enfermedad?” del Dr. Benzión Winograd Susana Balparda ................................................................................... 265 Reseña del libro: “Las Depresiones (Afectos y Humores del Vivir)”. de Luis Hornstein Susana García Vázquez ......................................................................... 269 Normas de Publicación de la RUP. ............................................................ 274
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EDITORIAL
Una nueva comisión se hace cargo de nuestra revista que se ubica como un eslabón más entre las que la antecedieron y las que le sucederán, con el objetivo y compromiso de siempre: seguir editando temas que sean de interés para el psicoanálisis contemporáneo. El tema que convocó esta publicación engloba la diversidad de conceptualizaciones según sus diversos enfoques y sesgos teóricos, manteniendo así la pluralidad en el seno de nuestra institución. La reunión científica de octubre del año 2006 en torno al tema, “¿Qué entendemos por simbolización en psicoanálisis?”, mostró la importancia de trabajar con este concepto y nos permitió enriquecernos con las distintas perspectivas desde las cuales lo encaramos. Desde sus orígenes en la teorización freudiana esta noción fue adquiriendo múltiples sentidos a partir de los desarrollos de los diversos autores y nos parece importante ubicarnos en la complejidad de los planteos hechos en el marco del psicoanálisis actual. Desde la concepción que se desprende de los primeros textos de Freud acerca de una estructuración del psiquismo puramente endógena, a un Freud que nos va llevando a pensar en la importancia del otro en la constitución psíquica, hay sin duda un recorrido muy fértil. Es cierto que no destaca ni teoriza suficientemente el papel de este otro. Nos dejó sin embargo una obra que no sólo nos aportó una teoría sobre el psiquismo y un método para una práctica que permitiera la disminución del sufrimiento psíquico y mayores posibilidades de placer y creatividad, a la vez que nos transmitió un modo de pensar psicoanalítico. Es en ese sentido que se sostiene nuestra filiación y nuestra identidad como analistas, teniendo en cuenta su forma de interrogarse acerca de los que resultaban escollos en la clínica, diciendo y desdiciéndose, confrontándose con contradicciones que no podía resolver fácilmente y dejando una teoría viva y abierta a cambios, sin desco-
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nocer variables dependientes de la cultura de la época en la que estaba inmerso. Como él mismo decía, futuras investigaciones nos develarán lo que hoy son todavía obstáculos. Eso fue lo que permitió que desde fines del siglo XIX hasta hoy, y seguramente en el mañana, continuemos avanzando en el conocimiento de una disciplina inagotable, con oscuridades productoras de conocimientos, enigmas que generen siempre nuevas preguntas y zonas de claridad que nos permiten el encuadre para trabajar dichas oscuridades. El tema que nos convoca también muestra la importancia y el lugar del analista como promotor de nuevas simbolizaciones en el encuentro con el otro. No sólo se trata de la repetición de un pasado reprimido, también de lo nuevo que se puede generar en ese encuentro tan particular que se constituye en la sesión analítica. Los potenciales lectores también harán trabajar los artículos que están editados. Trabajos que muestran compromiso y disponibilidad libidinal para con nuestra tarea, buscando nuevas perspectivas del psicoanálisis frente a los diferentes modos de sufrimiento psíquico. Por último quiero dejar mi agradecimiento a todo el comité de redacción, que ha trabajado para que esta revista pueda hoy llegar a nuestros lectores, así como a todos los colaboradores que también son fundamentales para la producción de esta publicación. La revista es una manera de tratar de saldar una deuda por todo lo recibido y lo que seguiremos recibiendo, nutriéndonos de conocimientos en el estudio de lo nuevo, que no es más que una vuelta de espiral en el conocimiento.
Nancy Delpréstitto Directora de Publicaciones
Revista Uruguaya de Psicoanálisis 2007 ; 104 : 7 - 22
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SIMBOLIZACIÓN Y EXPERIENCIA ANALÍTICA
Reflexiones sobre la simbolización en psicoanálisis: -entre el signo y la pulsiónSusana García*
“He tenido la visión más maravillosa. He tenido un sueño... Todas las facultades del hombre no bastarían a decir lo que este sueño. Si lo intentara explicar sería un asno. Me ha parecido que era... me ha parecido que tenía...; pero fuera un arlequín el hombre que tuviese la pretensión de explicar lo que me ha parecido que tenía... Los ojos del hombre no han oído, ni los oídos del hombre han visto, ni la mano del hombre podría gustar, ni su lengua concebir, ni su corazón expresar lo que era mi sueño”. William Shakespeare24 Parlamento del tejedor (Lanzadera -Nick Bottom-)
Los poetas, los creadores, son a mi juicio los que mejor dan cuenta de las posibilidades de simbolización. Son capaces, de trasmitir lo que las palabras no trasmiten y la magia está justamente, en que lo dicen con palabras. He ahí una paradoja. ¿Qué dice el poeta Shakespeare, con lo que no dice? Dice que los sueños son inasibles, dice que los sueños son afectos, son teatros dentro del teatro de la vida, sentires más allá de la palabra, más allá de los sentidos, más allá de la percepción: Los ojos no * Miembro Titular de APU.- Av. Brasil 2377 Ap.504 - Tel. 709 0588 - Montevideo. E-mail: psgarcia@chasque.net
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oyen, los oídos no ven, la mano no gusta, la lengua no concibe y ni siquiera el corazón es capaz de expresar lo que era ese sueño. Al mismo tiempo, genialmente, el protagonista de este parlamento es llamado por el autor: “el tejedor”, o “lanzadera” o también Nick Bottom. El tejedor o lanzadera del telar evoca las infinitas cadenas significantes que pueden hacerse, tal como Freud señala en la Interpretación de los sueños, 10 citando el poema de Goethe: “Un golpe del pie mil hilos mueve, // mientras van y vienen las lanzaderas y mil hilos discurren invisibles // y a un solo golpe se entrelazan miles” . Pero además Bottom significa –fondo, bajo, trasero, llegar al fondo- . Esta oscilación metáforo-metonímica, esta permeabilidad entre el proceso primario y proceso secundario, está dando cuenta también de la simbolización en psicoanálisis y además produce un particular efecto en el lector, quedamos en contacto de algún modo, (yo diría de un modo predominantemente afectivo) con algo de lo imposible, de lo enigmático, de lo incognoscible en donde la palabra no alcanza y al mismo tiempo es la única que puede cercarlo. Con esta paradoja y con menos poesía, trabajamos los psicoanalistas con el sufrimiento humano. ¿En qué consiste ese golpe de pie, en que se entrelazan mil hilos de pensamientos, generándose una neo creación?. ¿Por qué algunos son capaces de tejer hilos invisibles, utilizando sus huellas mnémicas, sus marcas, sus límites, tolerando la falta y otros quedan colgados del objeto o justamente hay un agujero simbólico en lugar de tejido? ¿Por qué algunos sujetos toleran esta incompletud, esto enigmático que nos constituye y otros no? En psicoanálisis hay concepciones diversas sobre la simbolización. En general los distintos autores consideran la simbolización como la posibilidad de la tercerización. En el caso del símbolo existe: el elemento presente, aquel al cual remite, y un tercero que permite su interpretación, lo triádico en juego. Lo simbolizado es en esta línea de reflexión, siempre el objeto perdido, es necesaria la configuración de la ausencia, la pérdida de la cosa, el desasi-
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miento del objeto para que la simbolización tenga lugar. Esa pérdida provocadora de displacer empuja al aparato a la representabilidad: “el logro de una representación como triunfo sobre la ausencia” 8. Desde esta perspectiva la pulsión de muerte opera en función de corte, trabajo de lo negativo que resulta central para la simbolización en psicoanálisis. Creo que este planteo es absolutamente compartible y responde a una lectura freudiana. En el Proyecto, en la Interpretación de los sueños, en su perspectiva de la primera tópica, Freud plantea la capacidad del aparato psíquico de representar la ausencia, así desde la experiencia de satisfacción, está la posibilidad de desasirse de la cosa, al modo de la alucinación primero y ante su ineficacia para sostener el placer o evitar el displacer, surge la posibilidad de modificar la realidad, lo que lleva consigo un duelo por la pérdida, por la imposibilidad de satisfacer el deseo, potencialidad humana por excelencia, además de interminable. Este planteo es también la clave que permite el acceso a la palabra, capacidad nominativa, que nombra lo ausente y que también permite la creatividad. Ya no se necesita de la cosa, ya no se requiere de la presencia del otro para ser. Pero al mismo tiempo ese motor, es también sufrimiento, hay una división radical, lo incognoscible, fuente de creatividad, de búsqueda pero también fuente de angustia, de síntomas. Estamos hablando de la posibilidad de la sustitución significante, es decir el armado de cadenas, de textos, donde lo inconsciente será motor, en donde lo enigmático del origen empujará a los desplazamientos, a la metáfora. “Signo de la cosa y engrampada en tanto signo… quedando habilitada a las retranscripciones… articulación conducente a la metáfora, entre representación cosa y representación palabra” 8. Pero esto es una posibilidad, otras veces no es posible el armado de un texto, de una cadena significante, en distintas ocasiones, aún en las neurosis, esta articulación fracasa y aparecen diversas formas de expresión: la fractura y por tanto el uso de la
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palabra en tanto cosa (en la psicosis), el no desasimiento del objeto en una demanda indiscriminada del otro, en las compulsiones del actuar, entre otras. Para extender el psicoanálisis a esas formas de padecer es que se plantean nuevas vueltas de espiral. Así Klein14, desarrolla el concepto de ecuación simbólica y objeto parcial y posteriormente Bion el de pre-concepción. Esta perspectiva implica una posición desarrollista. Para Klein la ecuación simbólica es propia de la posición esquizoparanoide, indiscriminación sujeto-objeto, mientras que la simbolización es propia de la posición depresiva, cuando el duelo por la pérdida se puede realizar y la reparación (sustitución) es posible. Implica por tanto, algo que crece, proceso, punto de vista genético, hay un arché, hay un pre- (pre-simbólico). Posición discutible, pero eso no impide considerar que los aportes de la clínica dan cuenta del valor de esta noción de ecuación simbólica, (ya Freud la había marcado) y a mi entender, estas metonimias, se producen en distintos momentos de la vida, caracterizándose por la imposibilidad de discriminar entre el yo y el mundo, entre lo percibido y lo fantaseado. El yo y el objeto están confundidos por tanto es imposible un trabajo sobre la pérdida. Desde otra perspectiva, Piera Aulagnier 1 nos plantea el pictograma, proceso originario, modo de escritura que es la primera representación que la psique se da de sí misma. Producto del encuentro entre el infans y el mundo exterior, que es en principio la psique materna. Es una fusión indisociable (representación y afecto; objeto exterior y zona erógena), constituyen una unidad, no hay discriminación, es especular, con ilusión de autoengendramiento y tiene la característica de ser indecible, es verdadera marca corporal, pivote de las zonas erógenas. La autora señala que si en este encuentro predomina Eros, dominará el deseo de desear y la ligazón a través del proceso primario, modo de representación posible a partir de la aceptación de la existencia de otro cuerpo y por tanto otro espacio, lo que habilitará el proceso secundario, con posibilidad de representaciones ideicas, que permitirán la puesta en sentido. Si en cambio
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lo que domina es la destrucción, el ataque será tanto al objeto como a la zona, porque son indisociables y por tanto se afectará la capacidad de representabilidad, de cadena. Cuando reaparece, será buscando reinscribirlo, pero se expresará en delirios, compulsiones, padecer somático, o sea fracasará en la ligazón significante, en el armado de un texto. Importa destacar que la autora señala que el modo de escritura pictográfico no es exclusivo del padecer psicótico. Por su parte Rosolato20 distingue lo “no reconocido” de lo “desconocido”. Lo no reconocido serían los significantes inicialmente inscriptos, reprimidos originariamente, inaccesibles, provenientes de la madre (lo perceptivo tiene importancia) y que el autor los llama significantes de demarcación. Parece necesario distinguirlos de lo desconocido, o incognoscible, agujero, falta imprescindible para que se genere la búsqueda, motor que permite la simbolización, que implica pérdida y separación de esa madre ideal original y que permita alcanzar la condición de enigma. Este planteo abre a distintas perspectivas, por un lado lo no reconocido, pero marcado por el otro, relación vivida en el origen entre el niño y su madre que se reproduce en el sueño (ombligo) y reenvía a lo no reconocido de la madre, alteridad radical, que representa un límite. Así aunque la madre sea lo conocido inicial, susceptible de ser reconocido, incluye estos significantes inicialmente inscriptos, originariamente reprimidos e inaccesibles. Siempre está presente la dialéctica entre lo no reconocido, pasible de armar cadena, lo no reconocido y sepultado inaccesible, pero también lo enigmático de la alteridad de la madre, que perteneciéndole, no llegan a ser integrados por el psiquismo del niño. Rosolato está marcando su preocupación para poder distinguir formas de expresión psíquica que no constituyen el retorno de lo secundariamente reprimido. Aunque en psicoanálisis se insista sobre la “ilusión de lo arcaico”, yo diría que es condición humana la búsqueda de teorizar sobre los orígenes, presente además en todas las ciencias.
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Entonces esta preocupación, por esas marcas originarias, es búsqueda de lo que resiste, de lo imposible, aspiración de aprehensión de lo real que es motor y límite del conocimiento, pero también es instrumento para trabajar con aquellos pacientes que no han logrado establecer adecuadamente esa función de enigma. Como lo plantea el acápite elegido, hay algo que no se cubre con la palabra,19 en nuestro medio Myrta Casas,7 para pensar la simbolización en psicoanálisis, recurre a Peirce, planteando sus conceptos respecto del signo: los íconos, índices y símbolos, como formando parte de la simbolización. Peirce no niega la existencia del mundo, sino que rechaza la posibilidad de conocerlo independientemente de los signos. Para que algo funcione como signo tiene que haber un objeto, un representamen y un interpretante, pero plantea que puede haber “semiosis degeneradas” cuando se prescinde de algunos de estos tres elementos y se da lugar a las relaciones diádicas. Si tomamos la carta 52 de Freud,11 tenemos que pensar que habría signos de percepción que logran su traducción a representaciones cosa, y luego retoños de éstas acceden a palabra, pero otros signos que no logran jamás ese estatuto, es decir huellas que quedan sepultadas por la represión primaria, dice Freud, otras traducidas a representaciones cosa y en ocasiones puestas en palabra, pero siempre con resto, siempre con lo no decible, no significable. Así lo señala Silvia Bleichmar2 por un lado, el inconsciente sistémico que tiene que ver con representaciones-cosa, pero también representaciones que nunca fueron representacionespalabra, y que quedan en un estatuto que no es el de lo articulable, salvo por cercamiento. Los autores nos sirven para pensar, no es necesario acordar in totum lo que plantean, creo que es importante distinguir entre lo sepultado incognoscible que se resiste a significar y por eso mismo es motor de búsqueda y nos hace decir y desdecir, nos hace significar siempre provisoriamente y nos muestra nuestro límite pero también nuestra incansable capacidad de resimbolizar; de aquello que se expresa en delirios, actos o padecer somático y que se entroniza como repetición de lo idéntico.
Una subjetividad Reflexiones sobre la simbolización en psicoanálisis: -entre elproducida signo y... - 13
Una y otra vez el paciente se alcoholiza y se droga y hace “picadas” en su auto. “Como siempre”. “Siempre igual”. “No se por qué lo hago, no me importa, lo necesito” Un “siempre” que alude a muerte, una repetición en donde es muy difícil encontrar una diferencia y un decir en donde es muy raro que tenga intersticios. Se destacan: “Lo necesita y no le importa”. ¿Búsqueda de la muerte o único modo de desafiarla para sentirse vivo? Importa esta discriminación porque va a influir sobre nuestro modo de posicionarnos en la clínica. No podemos olvidar que por muy mortífera que sea la repetición, y ésta sin duda que lo es, es la forma que tiene el sujeto de poner a nuestra mirada, algo de lo indecible. ¿Tal vez hacernos sentir lo que él no puede sentir? No lo sabemos pero es el único hilo que tenemos, (su acto repetido), para intentar algún modo de ligazón. Silvia Bleichmar 3 dice que: “No es el deseo de muerte del sujeto lo que guía su acción compulsiva - comer, fumar, conducir a velocidades de riesgo sino la ausencia de fuerza ligadora en el que lo deja librado a riesgo de muerte, la que opera”. Así en este paciente, las asociaciones callan y sólo surgen los actos, actos contados, sí pero que no producen, no tejen, no laboran, pienso esos actos entonces como restos, como fragmentos desligados que sólo pueden hacer lo que hacen: repetirse. ¿Forma de pedido para que alguien los ligue? Yo creo que aquí podemos decir que no está adecuadamente instalada la función de enigma. ¿Por qué viene? Me, (le) pregunto. “Tiene un vacío, no puede estudiar, no puede trabajar…” Su historia es tan inasible como su acto, tiene unos padres, hermanos, amigos… Es en su analista que se producen todas las preguntas, todos los enigmas, todas las hipótesis, que tiene que callar, porque caerían en un saco roto… Eso! bolsa agujereada, saco roto, falla en la interiorización, ¿Cómo armar la pregunta? ¿Cómo generar el interés por ella? “Sin una mano que los tienda, ninguna manzana, ningún juguete podría interesarle a nadie...” ...Violencia de la anticipación, sin la cual nadie aprendería a escuchar y entender, a hablar y a responder”, dice Corinne Enaudeau 9
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¿Podríamos considerar ese acto como un indicio en el sentido peirciano? Creo que sí, pero también que no. Dice Peirce: “El índice no afirma nada; solamente dice “¡Allí!”. Agarra nuestros ojos, por así decir, y los dirige a la fuerza (forcibly) hacia un objeto particular, y ahí se detiene. «Es la sensación de que algo me ha golpeado o de que yo estoy golpeando algo; podríamos llamarla sensación de colisión o choque”12. En ese sentido este acto golpea a la analista, le dice “Allí!” y por qué negarlo le dice más cosas, le genera hipótesis, “inventa”, se arman en su cabeza construcciones, relatos y también mucha angustia, ¿El miedo que el paciente no puede sentir? Por qué planteo que el trabajo de simbolización en la clínica psicoanalítica en estos casos, tiene que ver con el índice de Peirce, pero también digo que es distinto? Porque hay un plus, que es el inconsciente del paciente y el inconsciente de la analista, que es la represión y las transferencias en juego, en donde circulan los afectos y la subjetividad. Mejor lo dice Borges5: “....sé que las palabras que dicto son acaso precisas, //pero sutilmente serán falsas,// porque la realidad es inasible// y porque el lenguaje es un orden de signos rígidos.” Es cierto que trabajamos con la palabra, con los signos, con los índices que conducen a la semiosis, pero también con lo inconsciente y su forma de fijación, que en este caso tenemos que preguntarnos de qué inconciente estamos hablando, si de lo reprimido secundariamente, que nos permitirá la resimbolización, el rearmado de la cadena significante o con las trazas desligadas, los restos jamás apalabrados, pero sí vividos, sentidos en el cuerpo y en la psique de nuestro paciente. Es en estas situaciones en que es una útil herramienta, el aporte de autores que se ocupan de lo originario, que se ocupan de esas diferencias entre lo ligado y lo no ligado, que se ocupan de lo diádico. No como pretensión, que con frecuencia se confunde, de rastrear el acontecimiento del origen. No hay acontecimiento de origen porque hay marca psíquica y si es psíquico no es fáctico, si
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es psíquico hubo algún tipo de desplazamiento, de transferencia, de traducción. (Carta 52). Importa “la idea de que entre aquello que ingresa del exterior y aquello que aparece como producción psíquica, hay un procesamiento y este procesamiento le da su especificidad y singularidad a las formas con las que los seres humanos organizan, recrean, articulan su relación con los sufrimientos y los modos con los cuales se inscriben los padecimientos a los que son sometidos”4. Podemos pensar que hay traumas precoces o no, que alteran la función simbolizante. También cuando digo traumas, en función de lo anotado, no digo acontecimiento, digo marcas psíquicas dejadas por el otro significativo y además traducidas por el infans o por el sujeto, como pudo hacerlo, como sus capacidades simbolizantes lo permitieron. Marcas psíquicas que podemos pensar en este caso, con predominancia de lo tanático, lo destructivo, que no favorecen la separación afecto-representación (Green) 13, que no permite la discriminación zona-objeto (Aulagnier) 1, que no permite la instalación de la función de enigma, (Rosolato)20, que dan cuenta de lo intromisionante del otro, generador de fallas en la represión originaria (Laplanche) 15, fallas que afectan la constitución del yo y dan lugar a conflictos propios del narcisismo primario, vinculados a la indiscriminación (Schkolnik) 21. Entonces ésta es una manera de pensar la simbolización en psicoanálisis, es una perspectiva teórica que me permite, que nos permite a algunos analistas pensar la clínica de las compulsiones, de las repeticiones, no de la novela edípica o del narcisismo, sino de esos restos que hacen ruido y sin embargo no logran engarzarse con sentido. También podríamos decir, que cuando la simbolización se expresa a través de lo icónico o lo indicial, las posibilidades de elaboración psíquica son muy distintas, no logran el desasimiento del objeto, quedando colgados de él, en vínculos duales, con desmentidas patógenas.7 Cuando esto emerge, el lugar de la palabra del paciente es muy diferente: no se trata de la circulación de la cadena de
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representacional 22, en donde la asociación libre del paciente permite un fluir del discurso, en donde la represión secundaria y las formaciones del inconsciente sostienen su teatro y en donde la atención flotante del analista permite dar caza a los significantes jugados en transferencia. Como bien señala Marucco17 no es lo mismo la repetición de los fragmentos y ramificaciones del Edipo, novela familiar que se reedita en la neurosis de transferencia, que la repetición de las fracturas del narcisismo que impiden la renuncia y el duelo por la grandiosidad, dificultando el proceso analítico, pero aún más difícil en el abordaje analítico son la repetición de vivencias que jamás accedieron a la palabra. “Huellas sin palabras, con una historia desmentida más que reprimida, que desafía los límites del análisis”. Lo que se juega en este caso, son los actos, el odio destructivo, el padecer del cuerpo, la ruptura del vínculo, las reacciones negativas y esto nos obliga a otra tarea. Tarea distinta que sigue siendo analítica, en donde seguiremos, en la situación asimétrica, configurando ese lugar tercero que es atacado permanentemente, pero tendremos que trabajar con lo escindido.23 Creo que estos problemas forman parte de la paradoja que anotaba antes. La posibilidad de palabra es imprescindible, no puedo concebir un análisis sin que pase por la palabra. En tanto el paciente no pueda nombrar con afecto lo que siente, lo que le pasa, en tanto no pueda desprenderse de la cosa, situación que sólo logrará (cuando esto es posible) con un espacio interno en donde los síntomas, en donde los actos, en donde su padecer pueda ser reconocido como propio y generado por él y sólo así tendrá la posibilidad de ser transformado, en el caldero transferencial, en ese imprescindible encuentro con otro también afectado . Me parece importante distinguir entonces entre lo real incognoscible, algo que no se cubre con la palabra, (tal como lo expresa Freud en la Interpretación de los Sueños, tal como lo dice Shakespeare a través de Bottom, o Borges en su poema), palabra que nunca dará cuenta cabal de esa transformación o de ese dolor, o de ese placer, pero al mismo tiempo único modo de liberarse de
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la cosa, único modo de desprenderse del objeto, texto palabrero, mentiroso pero también capaz de decir y de tejer entre los intersticios; distinguir esto, digo, de esas otras formas de expresión de lo humano, que serían indicios, restos, o fragmentos y en donde el texto, se sustituye por el enfermar del cuerpo, por la violencia del acto, que no podremos interpretar en el orden de lo reprimido. Para tolerar la imposibilidad de aprehensión de lo real, para tolerar el límite, para figurar la pérdida, se requiere de la presencia y el sostén del otro, con esto sólo señalo que sin un sostén, sin la presencia continente y también limitante del otro en tanto otro, no puede configurarse la pérdida, es decir, no hay ausencia sin presencia. Esto entiendo tiene consecuencias en el trabajo clínico, con las desmentidas, con lo escindido, la necesidad de que se produzca la separación, la discriminación, requiere en cierto modo de esos juegos de presencia-ausencia, en el escenario del análisis. Y llamemos como le llamemos: simbolizaciones de transición3, comunicación primitiva,16 aspectos arcaicos,21 requerirán en el análisis, armar una cadena de sentido, armado de una historia, la del vínculo transferencial unida a los retazos, a los fragmentos que se recogen en ese encuentro, con la ayuda de la abducción, es decir de hipótesis posibles, plausibles, no necesariamente ciertas, pero que van armando un cierto texto, que a veces puede detener la compulsión. Es necesario también decir que estas dificultades de simbolización, o que éstos grados de simbolización o que éstas fallas de simbolización, según la perspectiva teórica en que nos situemos, pueden ser parciales21. Muchas veces son aspectos escindidos en funcionamientos neuróticos, con posibilidades simbólicas que pueden ser de gran riqueza. O sea que la extensión del psicoanálisis a estos aspectos escindidos, que no son transacciones entre deseo y defensa, requieren tanto de la descomposición de texto, deconstrucción, análisis, cuando el texto aparece, así como también de la historización, de la construcción de un vínculo distinto que genere posibilidades simbolizantes. No todo lo que aparece en el
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psiquismo de un sujeto, está ligado a otro elemento que lo signifique, a veces se necesita de la presencia del otro que establezca un puente, para que pueda ser ligado a palabra, para que se atisbe un sentido. En esta perspectiva, también está el otro, no como acontecimiento, pero sí como el semejante de carne y hueso que marca con su amor y con su odio –inconcientes- el cuerpo del infans, favoreciendo o dificultando la constitución de la falta, de la ausencia, que permita la sustitución simbolizante. Para terminar quiero recordar que Borges 6, obsedido entre otras cosas, también por los tigres, dice: “Al tigre de los símbolos he opuesto el verdadero, el de caliente sangre. . . ... . . .pero ya el hecho de nombrarlo. . . lo hace ficción del arte y no criatura viviente de las que andan por la tierra. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . pero algo me impone esta aventura indefinida insensata y antigua y persevero en buscar por el tiempo de la tarde el otro tigre, el que no está en el verso”. El deseo, la fantasía, la omnipotencia humana insiste: la aspiración de aprehensión de lo real, motor y límite. La pulsión empuja y aunque derive para la epistemofilia, (por suerte!) lo incongnoscible del otro, “lo otro en nosotros”, busca traspasar las barreras: “algo le impone esta aventura insensata y antigua”. Un “algo” que todos seguiremos buscando, con tejidos más bellos o más burdos, pero siempre y cuando el enigma esté instalado, sea tolerada la falta, la incompletud, motivo de sufrimiento y de búsqueda de siempre renovadas investiduras. Para seguir hablando de Borges, es sorprendente que en el ocaso de su vida, logró ir a un zoológico y acariciar un tigre, que produjo un nuevo tejido, con otros colores, dando muestra de las infinitas búsquedas que la simbolización implica: “Con evidente y aterrada felicidad llegué a ese tigre, cuya
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lengua lamió mi cara, cuya garra indiferente o cariñosa se demoró en mi cabeza, y que, a diferencia de sus precursores, olía y pesaba. No diré que ese tigre que me asombró es más real que los otros, ya que una encina no es más real que las formas de un sueño, pero quiero agradecer aquí a nuestro amigo ese tigre de carne y hueso que percibieron mis sentidos esa mañana y cuya imagen vuelve como vuelven los tigres de los libros”. Atlas – 1984
Resumen Reflexiones sobre la simbolización en psicoanálisis: -entre el signo y la pulsión-. Susana García La simbolización en psicoanálisis, tiene distintas teorizaciones según las corrientes metapsicológicas de los autores. El planteo del trabajo sería que la posibilidad de simbolizar, tomada en el sentido de configuración de la ausencia, implica un entramado psíquico, la existencia de un espacio, de un escenario en donde puedan circular los conflictos, lo prohibido, el amor, el odio, con todo el sufrimiento que conlleva, pero también con la posibilidad de armado de nuevas cadenas significantes, que permiten resignificaciones que generan cambios en la novela sintomal. Pero cuando no se arma este escenario y cuando la pérdida no se puede tolerar, trabajaremos fundamentalmente con las desmentidas, con lo escindido, buscando que se produzca la separación con el otro, de quien están colgados sin poder discriminar entre la necesidad y el odio. Para tolerar el límite, para figurar la pérdida, se requiere de la presencia y el sostén del otro, sin un sostén, sin la presencia continente y también limitante del otro en tanto Reflexiones sobre la simbolización en psicoanálisis: -entre el signo y la pulsión-
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Summary Some reflections on symbolization in psychoanalysis -between the sign and the diriveSusana García Symbolization in psychoanalysis has different thoretical proposals according to the metapsychology trends that the authors subscribe. This article points out that the possibility of symbolization, taken as configurations of what is absent, involves a psychic network, the existence of a location or stage where conflicts may be displayed, the forbidden, love, hate, with all the suffering attached to them. It also has to do with the possibility of an assembly of new significant chains that allow to various resignifications which in turn produce changes in the symptomatic novel. When this stage is not assembled and when loss cannot be tolerated, we mostly work with denials, splittings, hoping that separation from the other takes place. Other to who are attached indiscriminately need and hate. In order to tolerate the limit, to figure out the loss, the presence and holding of the other is required. Without holding or the continent presence of other. Without an other subjected as well to a limit and able to impose a limit, the enigma function cannot be configurated. This would be one of the tasks of analysis.
Descriptores: SIMBOLIZACIÓN / RESEÑA CONCEPTUAL /
Referencias Bibliográfícas 1. AULAGNIER, P. La violencia de la interpretación. Amorrortu, Buenos Aires, 1997.
Reflexiones sobre la simbolización en psicoanálisis: -entre el signo y... - 21
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Susana García
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El trabajo de simbolización. Un puente entre la práctica psicoanalítica y la metapsicología Fanny Schkolnik1
La ampliación del campo psicoanalítico a partir del trabajo con pacientes cuya conflictiva desborda lo que podríamos considerar como propiamente neurótico ha dado lugar a un creciente interés por el tema de la simbolización. Un necesario replanteo metapsicológico se fue dando tanto en relación a la estructuración psíquica como al encare psicopatológico y la práctica del psicoanálisis. Pero al mismo tiempo se fueron desplegando distintos modos de concebir esta noción, dando lugar a dificultades de comunicación en el marco de la misma comunidad psicoanalítica. Mi interés por el tema empezó a partir de los interrogantes que surgían en la tarea de análisis, en particular, con pacientes que me enfrentaban a dificultades que me impedían continuar trabajando orientada a las manifestaciones de lo inconciente reprimido. Fue así que me acerqué a diversas lecturas que me llevaron a conectarme con la propuesta de muchos analistas actuales, vinculadas a lo que entienden como carencia representacional en el caso de pacientes cuyos trastornos se ponen de manifiesto en el área del acto o de la percepción. (10 a) (2). También encontré que solían adjudicarse estas carencias solamente a las patologías narcisistas y a las psicosis. Planteos que me
1. Miembro Titular de A.P.U.- Francisco Muñoz 3013/ 401-Tel. 7070261. Montevideo. E-mail: fschkol@chasque.net
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resultaron estimulantes para intentar una mayor aproximación a estos problemas y para ubicarme en mi propia perspectiva. En este sentido, entendí que era importante repensar el concepto de representación tal como lo utilizamos en psicoanálisis.
El problema epistemológico de la representación Sabemos que la utilización de un concepto que proviene de otras disciplinas, constituye una dificultad epistemológica que tiene que ver con los nuevos sentidos que surgen como consecuencia del contexto diferente en el cual queda incluido el término que se está manejando. De ahí que la noción de representación que proviene de la filosofía, punto de origen desde el cual se han ido desgranando las distintas entidades científicas y humanísticas, requiere una necesaria reformulación para que podamos ubicarla en la metapsicología, que constituye el fundamento teórico propio del psicoanálisis. Cualquier concepto empleado en determinado ámbito teórico, al incorporarse a una disciplina distinta se vincula con otros que son propios de ese nuevo espacio y sufre transformaciones que dan lugar a cambios desde el punto de vista de su significación. Esto es sin duda fuente de desencuentros y malos entendidos entre quienes se manejan en la misma disciplina y plantea importantes dificultades en el diálogo que se establece a nivel interdisciplinario (3). Por eso, hay que tener en cuenta que si bien el aporte de otras disciplinas nos enriquece, no nos tiene que llevar a perder la especificidad del contexto teórico en que nos movemos. Es imprescindible entonces ubicar el concepto de representación en el marco del psicoanálisis. Esto supone el reconocimiento de que en esa trasposición adquiere un nuevo significado, desde el momento en que pasa a formar parte de una conceptualización que habla de un aparato psíquico cuyo funcionamiento está sustentado esencialmente en la noción de inconciente con la consiguiente división del sujeto descentrado del plano de la conciencia. Desde esta perspectiva, lo representable y lo
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irrepresentable tendrán que ser pensados en función de una concepción del psiquismo que establece una ruptura epistemológica con la filosofía de la conciencia en la que nace la noción de representación. Las definiciones de representación que surgen de la filosofía subrayan, por un lado, la idea de una reproducción en la conciencia de las percepciones, presentes o pasadas (4), y por otra parte consideran que la representación es la imagen mediante la cual se conoce la cosa (1). Es decir que a partir de estos planteos habría que aceptar que la memoria reflejaría verdaderamente los acontecimientos vividos y que a través de la representación se podría acceder a un conocimiento que se daría exclusivamente a nivel de la conciencia. Hay dos elementos de la conceptualización filosófica que me parecen fundamentales para encarar el problema: la idea de que la representación tiene que ver con el conocimiento de las cosas del mundo y la vinculación que se establece entre la representación y las percepciones, presentes o pasadas, que de alguna manera hacen marca en el psiquismo. Pienso que podemos aceptar que la representación para el psicoanálisis también se vincula con la memoria y el conocimiento, pero teniendo en cuenta que esa memoria y ese conocimiento están en estrecha relación con un aparato psíquico movido por el deseo, que hunde sus raíces en el inconciente. Desde nuestra perspectiva, lo percibido no se refleja directamente en la representación, sino que se procesa, traduce o metaboliza en función de una dinámica pulsional que depende de las vivencias que se dan en el encuentro con el otro. Este encuentro primordial está en el origen de la pulsión dado que es a partir de él que se produce la transformación de lo biológico en psíquico en función de la cualidad del investimento de ese otro, que a la vez introduce al sujeto en el mundo del lenguaje y la comunicación. Los mensajes que vehiculizan deseos inconcientes del otro originario juegan un papel fundamental en las características de lo que se inscribe en el psiquismo, pero también habrán nuevas
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inscripciones a partir de situaciones vitales diversas en relación con otros significativos. Por otra parte, en cuanto a su vinculación con el conocimiento, la noción de inconciente nos lleva necesariamente a una distinta perspectiva respecto a los aportes que provienen de una psicología de la conciencia, porque la tarea de conocer compromete a todo el aparato psíquico, aunque en apariencia se manifieste sólo a nivel conciente. La experiencia analítica nos enseña que lo inconciente juega un importante papel tanto en los deseos como en las limitaciones respecto al conocimiento. Y al mismo tiempo hay que tener en cuenta que en nuestra concepción del conocimiento mantienen toda su vigencia las afirmaciones de Freud en cuanto a que, en su naturaleza real, tanto las cosas del mundo externo como las del mundo interior, son incognoscibles. ( 5 f ) Las conocemos en base a la forma en que se representan en nosotros, con las inevitables distorsiones a que da lugar el conflicto entre lo pulsional y las limitaciones que imponen el yo y el superyo. El concepto que se maneja de representación en el propio campo del psicoanálisis es diferente según los autores. Esto ha llevado a muchos analistas a buscar sustituirlo por la noción de significante que a mi modo de ver tampoco resuelve las cosas, porque al proceder de la lingüística también da lugar a los más diversos malentendidos. Sin embargo, creo que los aportes de algunos autores franceses han contribuido a profundizar en la comprensión y caracterización de esas primeras inscripciones que se dan en el psiquismo, antes del acceso al lenguaje y que persisten en lo inconciente sin ser traducidas, sin quedar disponibles al trabajo de la represión. Así, por ejemplo, Rosolato (9) habla de significantes de demarcación, para dar cuenta de las marcas que quedan en la memoria de las impresiones, sensaciones o experiencias, que por corresponder a la época previa a la adquisición del lenguaje, o por su intensidad excesiva, no pueden ser puestas en palabras. También Laplanche (8 b) se refiere a estas marcas, caracterizándolas como pre-inconcientes, trabajando con el modelo freudiano de la carta 52 (5 a), en el cual los llamados signos de percepción
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“constituyen una primera transcripción de las percepciones, por completo insusceptibles de conciencia y articulada según una asociación por simultaneidad”. Y para referirse a estas primeras marcas Laplanche habla de significantes enigmáticos, anteriores al establecimiento del yo. Son significantes porque «hacen signo», tienen efectos en el psiquismo y en el vínculo con el otro. En esta línea de reflexión plantea que con la represión originaria se constituye el yo y un resto no traducido de significantes enigmáticos des-significados que dan lugar al inconciente. Con la represión secundaria, en su doble movimiento de desinvestidura y contrainvestidura a nivel del preconciente, se dará la incorporación de nuevos significantes des-significados a lo inconciente, que a su vez encontrarán la barrera defensiva impuesta por dicha contrainvestidura. Con estos y otros planteos sobre el significante, desde su ubicación metapsicológica hasta el alcance que puede tener en la clínica, se enriquece la concepción que podemos tener acerca de las distintas inscripciones en el psiquismo, que en el encare freudiano han quedado ubicadas en un alto nivel de abstracción que hace difícil la posibilidad de utilizarlas como instrumento teórico en la tarea práctica. Pero aún teniendo en cuenta las complejidades que nos plantea el uso del concepto de representación, yo pienso que no hay un sustituto mejor y que tiene la ventaja sobre otros del peso metapsicológico adquirido por pertenecer a los orígenes de la teorización freudiana y haber acompañado durante todos estos años los distintos desarrollos teóricos de diferentes autores psicoanalíticos. Podemos entonces rescatarlo para el psicoanálisis en tanto consideremos que con esta afirmación nos estamos refiriendo a las diversas inscripciones que se dan a partir de los primeros contactos con el otro. Desde el momento en que las marcas de lo percibido son investidas por la pulsión habrá inscripciones, que aunque no siempre esté disponibles para ser procesadas por un trabajo psíquico de simbolización que lleve a la emergencia de sentidos, de una u otra forma darán lugar a diversas manifestaciones a nivel de la clínica.
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Por eso creo que si bien nuestra práctica clínica nos lleva muchas veces a pensar en una carencia representacional, con una afirmación así nos alejamos de la dimensión propiamente psíquica para ubicarnos en un registro fenomenológico, admitiendo que muchas vivencias no traspasarían el umbral de lo perceptivosensorial. Lo que suele calificarse como irrepresentable tendría que ver entonces, tal como yo lo entiendo, con una falla en las posibilidades de simbolización por dificultades de establecer a nivel del psiquismo las traducciones necesarias que permitan realizar los encadenamientos representacionales que instauren un registro metafórico que habilite la resignificación a través de la palabra. Aunque también es cierto que a partir de la relación con el otro el sujeto ya está necesariamente inmerso en un mundo de lenguaje.
¿Qué entendemos por simbolización? Hablar de simbolización implica entonces, de acuerdo a mi criterio, (11 d) el trabajo psíquico a partir las vivencias que se dan en el encuentro-desencuentro con el otro y que en base a los movimientos metáforo-metonímicos a nivel representacional configuran cadenas de representaciones mediante las cuales se constituye lo que podríamos concebir como una verdadera malla que permite la circulación del afecto. Una malla siempre disponible para una permanente reestructuración y movilidad. El trabajo de simbolización supone la ligazón libidinal necesaria para mantener esa malla, para que puedan darse los cambios que permitan al crecimiento psíquico, pero a la vez la desligazón, las rupturas que posibiliten el establecimiento de nuevos lazos. Lo no simbolizado es lo que no cambia. Ya sea porque hay un exceso de ligazón, con lazos inamovibles, o porque una desligazón también excesiva no permite establecer las redes y estructuras simbólicas susceptibles de organizar de alguna manera lo que proviene del otro y de lo pulsional, habilitando la resignificación y la consiguiente apertura al sentido. Por otra parte, esa malla siempre
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presenta hilos sueltos, ligazones que no se pueden establecer, representaciones que sólo corresponden al registro perceptivomotriz o que se mantienen reprimidas sin poder establecer lazos con la palabra. En cuanto al papel de la simbolización en la constitución del psiquismo, me parece importante subrayar los aportes de Laplanche, Green y Rousillon que me han sido importantes en ese sentido. Laplanche (8 b) se refiere a la importancia del otro para promover la transformación de los montajes sensorio-motrices del infans propios del ámbito biológico a las representaciones y afectos que caracterizan al psiquismo. En su planteo destaca la trascendencia de los mensajes enigmáticos que provienen de lo pulsional inconciente del otro que instauran una situación traumática y sexual originaria que implanta los significantes enigmáticos como primera inscripción del vínculo originario. Las características de este encuentro primordial con el otro serán fundamentales para favorecer o no las transformaciones que están en la base del trabajo de simbolización. Por su parte Green ( 6 a ) maneja la idea de una construcción de la ausencia de la madre, en presencia de ella, alucinación negativa de la madre como estructura encuadradora del yo para habilitar el proceso de simbolización y subjetivación. Al borrarse como objeto primario de fusión la madre habilita el investimento de otros objetos. Tal como yo lo entiendo, Green parte de la noción de alucinación negativa para considerar las posibilidades o limitaciones de la investidura libidinal en relación a lo que entiende como función objetalizante, vinculada a la pulsión de vida ( 6 b ). Con ella, se promueven relaciones de objeto, transformando estructuras en objetos y dando lugar a un trabajo psíquico que se sostiene en una investidura significativa. Mientras que en el caso de los distintos destinos patógenos habría un predominio de la función desobjetalizante, vinculada a la acción desligante de la pulsión de muerte Y Rousillon (10 c ) subraya el papel simbolizante del objeto, por su disponibilidad libidinal para ser usado en ese necesario
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trabajo de presencia-ausencia que permite precisamente construir la ausencia. En el marco de ese vínculo se da lo que él califica como simbolización primaria, que promueve la transformación del signo de percepción en representación cosa y el de simbolización secundaria, vinculado a la traducción de esta última en representación palabra. También plantea que las dificultades en el proceso de simbolización primaria darían lugar a entidades psicopatológicas que desbordan el registro propio de las neurosis y que califica como patologías identitario-narcisistas.
Perspectivas psicopatológicas La importancia que en las últimas décadas ha pasado a tener la diferencia entre lo inconciente escindido y lo reprimido está muy vinculada a una mayor experiencia clínica que ha dado lugar a importantes avances en el conocimiento de cómo inciden los diferentes niveles de simbolización en los destinos patógenos de las fallas estructurales del psiquismo y en las características de las distintas entidades psicopatológicas. En las patologías que desbordan lo propiamente neurótico nos encontramos en la clínica con expresiones de un modo de funcionamiento que catalogamos como arcaico, que en alguna medida ya Freud lo tenía en cuenta al referirse a los “fenómenos residuales”.(5g ) Lo arcaico no es lo originario sino la expresión en el a posteriori, en un psiquismo ya constituido, de fallas a nivel de la represión originaria y una fuerte desmentida de la alteridad que da lugar a la persistencia del narcisismo primario, afectando la instauración de la represión secundaria y la constitución del yo. La tendencia a la indiscriminación da lugar a vínculos fusionales y un conflicto marcado tanto por el pánico del encierro en lo fusional como por la posibilidad de ruptura con el objeto. A este se le suman en la clínica las actuaciones, la intolerancia a las frustración, las manifestaciones de una sexualidad pre-genital y la agresividad frecuentemente orientada al masoquismo (11 e). En la modalidad de funcionamiento neurótico, lo fallante está
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en la represión secundaria y las manifestaciones a nivel de la clínica responden al retorno de lo reprimido. La sexualidad está marcada por los deseos incestuosos propios del Edipo que entran en conflicto con la prohibición. El narcisismo secundario centrado en las aspiraciones de completud es un narcisismo fálico que plantea dificultades para aceptar los límites y a la vez encuentra el límite en la amenaza de castración. Y sus manifestaciones sintomáticas constituyen formaciones de compromiso que se despliegan en el registro de lo que Rousillon calificaría como simbolización secundaria.( 10 c ) Si mantenemos la idea de que lo que no cambia, la falta de movilidad en el psiquismo habla de una falla en la simbolización, tenemos que aceptar que las limitaciones en las posibilidades de simbolización no corresponden sólo a las patologías que desbordan el ámbito propio de las neurosis sino que están presentes en todas las patologías. ¿Acaso el carácter repetitivo del síntoma en el paciente neurótico no nos está mostrando lo coagulado, lo que no cambia, dando cuenta de una simbolización fallante? Pero es cierto que en la repetición vinculada al retorno de lo reprimido, los caminos para alcanzar con el análisis un procesamiento y movilización de eso coagulado, están en cierto sentido más disponibles. En el caso de lo desmentido y escindido, que también suele estar presente en alguna medida en pacientes neuróticos, nos enfrentamos a dificultades más importantes en las posibilidades de simbolización, al comprometerse el registro metafórico, imprescindible para el trabajo elaborativo que permanentemente tiene que realizar el psiquismo. Retomando el concepto de representaciones-meta que Freud utilizó en sus primeros trabajos ( 5 b ), concibiéndolos como elementos inductores cuyo papel sería el de guiar el curso de las asociaciones, me he planteado que la carencia de dichas representaciones a nivel del preconciente sería, en el caso de lo escindido, un importante obstáculo para la organización de las secuencias representacionales que se establecen en el proceso de simbolización. Tiene que ser el analista quien proporcione dichas representaciones.
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Freud se acercó a pensar en los trastornos de simbolización en sus planteos acerca de las neurosis actuales, particularmente al referirse a la neurosis de angustia (5a) hablando de una angustia libremente flotante que aunque se fije a alguna representación dando lugar a una fobia, no establece una cadena representacional. No hay posibilidad de reconducir a otra representación más originaria, ni al conflicto que da lugar a los síntomas. Ya desde hace algunos años me ha parecido importante abordar lo desmentido y escindido en las neurosis, coexistiendo con lo reprimido (11b). Si bien la estructuración psíquica se realiza en torno a una represión originaria que permite la discriminación yo no-yo, su carácter fallante hace que el narcisismo fálico que apunta al deseo de completud, propio de la represión secundaria, en este caso está acompañado por un narcisismo arcaico vinculado a la desmentida de la alteridad. Junto a las manifestaciones clínicas del retorno de lo reprimido nos encontramos con diversas expresiones sintomáticas de lo escindido, que se caracterizan por la falta de límites, la confusión, la indiscriminación en los vínculos y la tendencia a las actuaciones muchas veces acompañadas por una llamativa puerilidad. En los fronterizos, las perversiones, los pacientes psicosomáticos y otros cuadros que se incluyen entre las llamadas patologías narcisistas, el narcisismo arcaico juega un papel fundamental, dado que se estructuran básicamente en torno a la desmentida de la alteridad, de la castración y de la muerte. Aunque la escisión del yo les permite acercarse parcialmente a un funcionamiento más neurótico, no deja de ser una escisión fallante; en alguna medida lo arcaico no queda limitado sólo a un ámbito de la vida psíquica del sujeto (11d). En las psicosis, pienso que un punto de partida posible para entender los importantes trastornos de simbolización es lo que decía Freud en el Caso Schreber: “lo abolido adentro retorna desde el exterior”. Lo no simbolizado, vinculado a lo ominoso y mortífero vivenciado en la relación con el otro, retorna en el delirio. Pero el delirio ya es un intento de curación, lo verdaderamente psicótico es lo abolido adentro, lo no simbolizado, lo forcluído, como propone Lacan ( 7 ).
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El trabajo de simbolización en el análisis Podríamos decir que el encuadre, la transferencia, la abstinencia y la interpretación, constituyen los pilares del método psicoanalítico que mantienen una permanente interrelación entre sí y contribuyen a sostener el trabajo de subjetivación que nos proponemos en el análisis. El manejo que hacemos de ellos debe contemplar la suficiente flexibilidad para atender las características propias de las distintas entidades psicopatológicas y la singularidad de cada paciente. Muchos autores señalan que el encuadre sigue el modelo del sueño, en cuanto a la restricción perceptiva y motriz, instaurando la prohibición del incesto y el parricidio, el necesario límite, en presencia del otro invisible e intocable, que a su vez posibilita el trabajo con imágenes visuales y el despliegue de la actividad representativa a través de la palabra en el análisis. Green sostiene que esta metaforización polisémica caracteriza a la especificidad de lo que él entiende como asociación psicoanalítica ( 6 c ). Rousillon también destaca el papel simbolizante del encuadre por los límites que establece y la posición del analista que se ubica fuera de la vista del paciente. Además, señala que la disimetría diván-sillón, junto a la frecuencia de las sesiones, contribuye a la construcción de la neurosis de transferencia manteniendo el proceso vivo e intenso.( 10 b ) La abstinencia, estrechamente ligada al encuadre, implica también una restricción en las variables que pueden darse en el vínculo. La regla, a la vez permisiva y de obligación, opera tanto para el paciente como para el analista. Y en este doble movimiento, pulsional y restrictivo se generan las condiciones más apropiadas para promover ese proceso fermental del interjuego de las transferencias en base a una actitud comprometida y libidinal del analista con el paciente y el análisis.( 11 c ). Por otra parte, atendiendo a que desde el punto de vista etimológico la interpretación se vincula a interrogación, interrupción e intersección, podemos pensar que verdaderamente da cuenta de la actitud del analista que interroga, interrumpe y
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corta el discurso del paciente, para permitir que pueda salir de la repetición y se ubique en otras perspectivas. Se abre así la posibilidad de reformulaciones y cambios en la relación que se establece entre los distintos elementos de la estructura psíquica, así como en la relación con el otro. También me parece importante interrogar el concepto de construcción que, a mi modo de ver, sólo puede separarse de la noción de interpretación en un plano descriptivo, pero no en cuanto a sus efectos. Esa tarea de construcción está vinculada a las ligazones que debe realizar el analista para relacionar distintos tiempos, espacios y vínculos del paciente, con lo que se actualiza en la transferencia. Se establecen así nuevos nexos, que permiten el acceso a una historia distinta a la que se constituyó como resultado de un complejo interjuego entre los propios deseos inconcientes del paciente y los de su contexto familiar. Es en este sentido que podríamos plantearnos que el trabajo de interpretación apunta por momentos a la deconstrucción, para desarmar las construcciones más o menos coaguladas del paciente y, por momentos, requiere una labor de ligazón imprescindible para promover la resignificación y la simbolización, dando lugar a posibilidades asociativas obstaculizadas por defensas de distinto tipo (represión, desmentida, escisión). En ese espacio del análisis en el cual circulan las transferencias, el trabajo psíquico de ambos participantes da lugar a un verdadero entrecruzamiento representacional que abre la posibilidad de cambios en la dinámica psíquica del analizando (11a). Un punto a tener en cuenta es el modo de intervención del analista de acuerdo a las características psicopatológicas del paciente. En las neurosis, si bien en alguna medida nos encontramos también con lo escindido, lo cierto es que trabajamos fundamentalmente con el retorno de lo reprimido. Los planteos de Freud en sus trabajos de técnica pienso que nos acercan a los fundamentos de la interpretación en el marco de la transferencia cuando nos dice: “proporcionamos al paciente la representaciónexpectativa conciente por semejanza con la cual descubrirá en sí mismo la representación inconciente reprimida”(5e). En el marco
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de los límites que impone el encuadre y el calor de transferencia, las palabras del analista pueden llegar a vencer por momentos las resistencias que dan lugar al discurso defensivo, impidiendo la aproximación a lo inconciente para posibilitar una reconstrucción más verdadera. Pero en el caso de patologías en las que predomina el funcionamiento arcaico no se trata sólo de vencer las resistencias. Hay que establecer puentes, realizar ligazones que permitan recomponer esa malla fallante que no permite el acceso al sentido. Tenemos que ofrecer representaciones-meta ( 5 b ), que normalmente ejercen una atracción sobre las otras representaciones orientando el curso de las asociaciones, para facilitar ligaduras en una malla que no permite el necesario encadenamiento representacional. Laplanche (8 a ) propone que la atracción que ejercen estas representaciones-meta se debe a que representan los fantasmas inconcientes, basándose en lo que dice Freud al referirse a ellas como representaciones de deseo que responden a la experiencia de satisfacción. En el caso de estos pacientes la carencia de dichas representaciones a nivel del preconciente requiere que sea el propio analista el que en alguna medida las proporcione para promover atracción sobre las otras por efecto de la transferencia. La tarea de simbolización e historización se hará relacionando situaciones y vivencias desconectadas entre sí y a la vez estableciendo los necesarios límites para favorecer la discriminación. Pero más allá de las características propias de las distintas patologías, el proceso de análisis y sus objetivos quedan en última instancia relacionados con las posibilidades de simbolización. Buscamos crear las condiciones para que el paciente se conecte con lo propio a partir del encuentro con otro distinto al originario, que a la vez favorece la actualización de vivencias del pasado. Lo nuevo y lo viejo se condensan para intentar que, en la medida de lo posible, se logre la resignificación con posterioridad y el procesamiento psíquico de lo reprimido y escindido.
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Resumen El trabajo de simbolización. Un puente entre la práctica psicoanalítica y la metapsicología Fanny Schkolnik En el trabajo se destaca el creciente interés por el tema de la simbolización en psicoanálisis a partir de la experiencia con pacientes en los que se destacan las manifestaciones clínicas de lo escindido, que desbordan el modo de funcionamiento propiamente neurótico. A partir de una ubicación epistemológica del concepto de representación la autora sostiene la vigencia de este concepto para el psicoanálisis, sin dejar de admitir las complejidades que eso implica y la riqueza de los aportes de autores que lo sustituyen por la noción de significante. Se plantea que las marcas de lo percibido en el psiquismo dado que están investidas por la pulsión. constituyen siempre alguna forma de representación. No correspondería hablar de ausencia representacional. Lo que muchos califican como irrepresentable tendría que ver con la incidencia en el psiquismo de representaciones que por sus limitaciones en la traducción y resignificación darían lugar a fallas de simbolización de distinto orden. Al trabajar este concepto se apunta a reflexionar acerca de las consecuencias de los trastornos de simbolización en la psicopatología y su papel en la práctica psicoanalítica.
Summary The work of symbolization. A bridge psychoanalytic practice and metapsychology Fanny Schkolnik This article emphasizes the growing interest on the topic of symbolization in psychoanalysis from the experience with patients
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where clinical manifestations of splitting is significant and exceeds a neurotic operational mode. Starting from an epistemological location of the concept of representation the author claims the validity of this concept in psychoanalysis, taking into account the difficulties and complexities at stake, and the richness of other author’s proposals where it is substituted by the notion of significant. The marks of perceptions in the psyche, invested by the drive, always become some sort of representation. It would not be suitable to speak of a lack of representation. What many refer to as irrepresentable corresponds with the incidence in the psyche of representations that, due to their limitations in translation or re-signification, give place to a failed symbolization of a different kind. The work on this concept aims to estimulate reflection about disorders of symbolization in psychopathology and its role in the analitical practice.
Descriptores: SIMBOLIZACIÓN / REPRESENTACIÓN ENCUADRE PSICOANALÍTICO / LO ARCAICO / RESEÑA CONCEPTUAL
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________ (1995)-b- Logiques et archéologiques du cadre psychanalytique- Presse Universitaire de France. ________ (2001) –c Le Plaisir et la répétition- DUNOT- France 11. SCHKOLNIK, F (1994) –a- El trabajo de interpretación. –En: Interpretar,conocer,crear... Ediciones TRILCE ________ (1995)- b- Lo arcaico en la neurosis- Publicación de las IX Jornadas Psicoanalíticas de Uruguay ________ (1999)- c- Neutralidad o abstinencia- Rev.Urug. de Psic Nº. 89. ________ (1999)-d -Representación, resignificación y simbolización- Rev. de Psicoanálisis- Número especial Internacional- Bs.As. Nº. 6. ________ ( 2001).-e- Los fenómenos residuales y la represión originaria Rev. Urug. de Psicoanálisis Nº. 94.
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La palabra une la huella visible con la cosa invisible, con la cosa ausente, con la cosa deseada o temida, como un frágil puente improvisado tendido sobre el vacío. Italo Calvino, Seis propuestas para el próximo milenio
La escucha. Eso soy yo. Un lector de novelas y cuentos, que lee con el oído. La escucha de una narración que estimula en mí la compulsión, no... compulsión no, más bien el deseo de escribir. Mauricio Abadi
Literatura y psicoanálisis Creo que la estructura del cuento, tal como la formula el narrador y ensayista argentino R. Piglia (1999) en su libro Formas breves, y el proceso psicoanalítico presentan rasgos comunes. Y no podría ser de otra manera si consideramos la forma en que la literatura utilizó al psicoanálisis. Este autor afirma que “[...] Joyce percibió que había ahí [en el psicoanálisis] modos de narrar y * Miembro Titular de APU. H. Miranda 2389, C.P. 11300, Montevideo, Uruguay. E-mail: nadal@adinet.com.uy
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que, en la construcción de una narración, el sistema de relaciones que definen la trama no debe obedecer a una lógica lineal y que datos y escenas lejanas resuenan en la superficie del relato y se enlazan secretamente”. Siendo así, “[...] asociaciones inesperadas, juegos de palabras, condensaciones incomprensibles, evocaciones oníricas” (p. 77) son voces de un modo de narrar. No deja de observar, sin embargo, que “la relación entre psicoanálisis y literatura es por supuesto conflictiva y tensa” (p. 71). Sin desconocer el conflicto y las complejidades que supone la relación del psicoanálisis con la literatura, creo que es preciso arriesgarse a considerar sus vínculos, particularmente el de la narrativa con el proceso psicoanalítico, si no se comete el error de realizar una transposición huérfana de crítica de una construcción formal a la otra, lo que les haría perder su especificidad. Un retorno de los modos de narrar desde la literatura al psicoanálisis no se produce sin consecuencias, ya que el pasaje por aquella introduce modificaciones que a su vez deberían ser procesadas por este. Concuerdo con Piglia (1999) en que el psicoanálisis le debe mucho a la literatura. Tanto que, como sabemos, Freud, Lacan, Rank y muchos otros han recurrido frecuentemente a sus servicios. Y no ciertamente, o al menos no solamente, para hacer psicoanálisis aplicado, realizando una exégesis psicoanalítica de las obras literarias, lo cual no carecería de validez, sino más bien para nutrirse de ellas y trabajar en (con) ellas sus teorías. Valgan como ejemplos Edipo rey y Hamlet de Shakespeare, Gradiva _ novela de Jensen con la que Freud satisfizo su necesidad de revalidar el método psicoanalítico, puesto que halló en el procedimiento emprendido por Zoe para “curar” el delirio de Hanold “[...] una total coincidencia esencial [...]” (Freud, 1907 [1906], p. 73) con el método por él creado_, y La carta robada de Poe, cuento en el que Lacan encontró la ilustración de que el orden simbólico es constituyente para el sujeto, quien recibe su determinación principal del desplazamiento de un significante. Y Piglia (1999) pone justamente en la cuenta de la deuda no saldada que el psicoanálisis mantiene con la literatura no sólo a la tragedia, sino también al género policial del que Poe es el fundador. “En el
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policial, el que interpreta ha podido desligarse y habla de una historia que no es la de él, se ocupa de un crimen y de una verdad de la que está aparte pero en la que está extrañamente implicado” (p. 87). En cuanto a la tragedia, su papel sería el de haber establecido “[...] una tensión entre el héroe y la palabra de los dioses, del oráculo, de los muertos, una palabra que venía de otro lado, que le estaba dirigida y que el sujeto no entendía. El héroe escucha un discurso personalizado pero enigmático, es claro para los demás, pero él no lo comprende, si bien en su vida obedece a ese discurso que no comprende” (p. 82). No se refiere únicamente a la temática de la tragedia, a su contenido, sino a su forma, a esa tensión que instaura, a una estructuración que tiene similitudes con el análisis.
Apuntes inconclusos sobre simbolización1 “Así el símbolo se manifiesta en primer lugar como asesinato de la cosa, y esta muerte constituye en el sujeto la eternización de su deseo” (Lacan, 1953, p. 136). Símbolo, asesinato, cosa (¿Cosa?), muerte (y, por ende, duelo), deseo eternizado (que, en la medida en que es sostenido por esa muerte, no da lugar al goce). Otro asesinato, fundante de la cultura y del símbolo (hay una correspondencia recíproca entre ambos), es el que Freud (1913 [1912-13]) describe en Tótem y Tabú: asesinato del jefe de la horda primordial, origen mítico del padre. Y el padre en Lacan se corresponde en sus tres dimensiones _o en su triple dimensión_ con los tres registros: real, simbólico e imaginario. El sentimiento de culpa experimentado por los hermanos, hermanados (valga la redundancia) en la concreción del asesinato, promueve a posteriori la renuncia al goce de las mujeres de la horda, instalándose la prohibición del incesto. Y si no hay acceso al goce, si este es imposible (y como goce absoluto sí lo es), el deseo eternizado 1 Este capítulo reproduce con escasas modificaciones el trabajo del mismo título presentado en la actividad científica de APU del 27/10/2006.
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vagará (errático) errante, desplazándose impulsado _energía pulsional, libido, mediante_ por el objeto que es su causa _el a, objeto caído, perdido, resto _, constituyendo cadena (de significantes o de representaciones, según de Lacan o de Freud se trate) sufragada por el afecto. Como afirma Lacan, el deseo es metonímico y el síntoma metafórico. Pero no hay síntoma (neurótico, al menos) sin deseo que lo engendre en su imperecedero conflicto con la represión. Como tampoco hay metáfora sin metonimia _o condensación sin desplazamiento_, imbricándose, ensamblándose ambas en una permanente oscilación. Lo inconsciente se constituye en la narración, en el discurso, entre un significante y otro _el sujeto es, de acuerdo con el conocido aforismo de Lacan, lo que un significante representa para otro significante_, a la vez que emerge de lo reprimido porque represión y retorno de lo reprimido son una misma y única cosa. Las formaciones del (de lo) inconsciente son producciones simbólicas del sujeto (de deseo, del inconsciente) que, por ser efecto del significante, se constituye y se elide al hablar. Al mismo tiempo que queda elidido de la cadena significante, la soporta y la relanza, generándose nuevos dichos, nuevos acontecimientos: ocurrencias, lapsus, olvidos, actos fallidos, sueños, síntomas, transferencia, etc. En esta cadena, cada dicho, cada acontecimiento, se enlaza con los anteriores, ya realizados, y con otros, virtuales, que podrán actualizarse, adquiriendo valor significante y constituyendo una malla, una red simbólica, por la que transitará el afecto y se producirán efectos de sentido. El hecho de que una representación (sigo ahora a Freud), huella mnémica investida, sea o no simbolizada implica su inclusión en la malla de representaciones o su exclusión de ésta. Su admisión en esa red es condición de la represión (secundaria) y del retorno de lo reprimido. La simbolización habilita la sublimación, las identificaciones simbólicas, la tramitación más o menos eficaz del duelo, el síntoma neurótico, la interpretación, la creación artística y literaria. Lacan (1953-54) afirma que a través de la palabra el deseo del sujeto está integrado en el plano simbólico. Y es la palabra la
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que concede al análisis su factibilidad: palabra del analizante y palabra del analista _interpretación o acto, el que también puede tener el valor de una interpretación_, que recorren en espirales ¿interminables? la cinta de Moebius, la que figura diversos aspectos del vínculo transferencial. Y es esta palabra, o su silenciamiento, la que provoca des-enlaces y nuevos enlaces de representaciones (o de significantes), ligazones y des-ligazones de la libido; mojones, hitos (pero no estáticos, sino deslizables) del cambio psíquico. Lacan (1960-61) hace notar la fuerza de las determinaciones lingüísticas y la connotación de desiderium, de duelo y de pesar, que el deseo tomó en la conjunción de las lenguas romanas. Deseo y duelo ensamblados en el juego del carretel. Deseo de la madre ausente, perdida; trabajo de duelo enraizado en la figuración de la oposición simbólica presencia-ausencia por el carretel y el antagonismo fonemático o-a (fort-da). Destaco el hecho, puesto de relieve por Freud (1920), de que su nieto, en la medida en que simboliza a su madre _y, consiguientemente, su pérdida y recuperación_ mediante el carretel y, fundamentalmente, por la palabra, por el lenguaje, ha renunciado a su satisfacción pulsional directa con ella. Metaforización (sustitución del significante fálico por el significante Nombre-del-Padre) que da acceso al orden simbólico, momento mítico de la represión primaria que lo instituye como sujeto dividido. El juego del Fort-Da ilustraría el intento de reencontrar en el carretel, o mejor aún en la palabra _en la medida en que es presencia portadora de ausencia_, el objeto perdido (o su huella). Objeto perdido, imposible, irrecuperable por inexistente (el pecho y la madre en Freud _recordemos la vivencia de satisfacción_, el objeto a en Lacan), del cual todos los otros son sustitutos, condenando al deseo a su errar metonímico. El duelo, al procurar su tramitación, serpenteará por un camino similar, reenviando al dolor por la pérdida de otros objetos. Por eso, la necesidad de establecer lazos que configuren una malla simbólica que albergue la representación del objeto cuya pérdida ocasiona el trabajo de duelo. No en vano la escritura del libro de los sueños, del deseo, le permitió a Freud trabajar (ser trabajado por) el duelo por la muerte de su padre.
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Las fallas en la simbolización pueden manifestarse dentro de una amplia gama que abarca desde un simple traspié (Freud olvida el nombre de Signorelli, mientras que tiene ante sus ojos, hipernítido, el autorretrato de este) hasta la radicalidad que adquieren en las psicosis. En el caso de la desmentida de los traumas precoces, pienso que algún aspecto de estos se inscribió en el aparato psíquico, permaneciendo representado en éste, investido, aunque escindido y sin posibilidades de inserción en la malla de representaciones. Creo que en estos casos puede ser determinante la imposibilidad de los padres, en especial de la madre, de procesar lo traumático, de integrarlo en una red de representaciones, de simbolizarlo, de transmitir a su hijo la capacidad de simbolización, debido a fallas en sus propios recursos de simbolización, dificultando o impidiendo así la puesta en juego de la represión y el olvido en vez de la escisión y la desmentida. Creo que en estos casos de traumas precoces, a veces de extraordinaria magnitud, el deseo de la madre (de los padres) de tener un hijo vivo favorece las posibilidades de simbolización de éste. En el delirio, “[...] lo cancelado adentro retorna desde afuera” (sin perder de vista que adentro y afuera tienen la continuidad figurada por la cara única de la cinta de Moebius), señala Freud (1911 [1910], p. 66); lo forcluido (no simbolizado) retorna en el real (Lacan). El acceso al orden simbólico y a la simbolización depende del vínculo de la pulsión de muerte con la metáfora paterna. “En versos plenos de atributos literarios, la voz inspirada de C. G. T. (2000) desnuda con desgarrada elocuencia el vacío ahondado en su mente y en su cuerpo, crudo testimonio de que la muerte es incapaz de imponer su límite a la satisfacción cuando, por el desfallecimiento de la metáfora paterna, es impelida por la pulsión hacia su meta: < [...] firmo con mi nombre / una ausencia feroz> (p. 60). No una ausencia presentada, simbolizada, por su nombre. Ausencia feroz, ausencia ausencia, ausencia que es muerte. No nombre que nombra, no nombre que evoca una presencia ausente, que le da permanencia en su ausencia y en su constante devenir,
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sino nombre vacío, hueco, cascarón inconsistente, sin sostén, que no alberga sujeto del deseo ex-sistente. Porque otro Nombre, el Nombre-del-Padre, no advino en el deseo de la madre, en lugar del significante fálico, a instaurar la metáfora que inaugura en el producto de su vientre la simbolización. Creo que los efectos de la pulsión de muerte se deben más a sus entrañables e inalienables vínculos con esa operación simbólica que Lacan ha denominado metáfora paterna que a sus relaciones _mezcla, desmezcla_ con las pulsiones de vida. Si no hay símbolo, asesino de la cosa, si no hay metáfora que instale el deseo, no puede haber muerte que lo eternice en su errar metonímico. Hay muerte muerte, muerte en el goce de la Cosa, muerte que no es límite de la satisfacción, sino muerte en la satisfacción del límite, del final inapelable, o satisfacción de la muerte” (Vallespir, 2002, p. 160).
La ficción como (des)enmascaramiento de la verdad Para Freud (1908 [1907]), la fantasía es la precursora de los sueños y de los síntomas. Y de la creación literaria, que es, a igual título que ellos, una formación del inconsciente. Un sueño realizado, el magnífico cuento de Onetti (1941), podría haber sido un sueño. La protagonista, suspendida en el tiempo, no tiene nombre ni edad: “La mujer tendría alrededor de cincuenta años y lo que no podía olvidarse en ella [...] era aquel aire de jovencita de otro siglo que hubiera quedado dormida y despertara ahora un poco despeinada, apenas envejecida pero a punto de alcanzar su edad en cualquier momento, de golpe, y quebrarse allí en silencio, desmoronarse roída por el trabajo sigiloso de los días” (p. 55). Muere cuando pone en acto su sueño, lo escenifica en otro escenario que el psíquico, lo que da cuenta, metáfora mediante, de la satisfacción del deseo. “El momento de la plenitud coincidirá con el de la muerte. La escenificación del sueño destruye a la mujer, pero, al mismo tiempo, la vuelve sujeto, a ella que no había vivido, ni era nadie. Cuando adviene a su verdad solo le queda la muerte” (Mirza, 1994, p. 130). Real de la
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muerte que es real del deseo, goce que paraliza el tiempo y acalla el sentido. Para que éste se produzca, para que el acto psicoanalítico ocurra, para que el deseo atemporal se realice sin precipitarse en la muerte, sin satisfacerse, debe persistir la búsqueda imposible e incesante que lo mantiene en su dimensión simbólica, debe acontecer una inflexión sorpresiva y fugaz en la secuencia del tiempo. Añade Mirza: “[...] la doble negación que implica la ficción dentro de la ficción produce siempre una fuerte verdad” (p. 130). Pensemos en el dispositivo psicoanalítico, en el encuadre que, a pesar de ser soporte simbólico, tiene algo de irrealidad, de imaginario, de artificio, de ficción, dentro del cual se desarrolla otra ficción, la narración, que va a producir la emergencia de una verdad siempre dicha a medias. El dramaturgo húngaro-alemán Georg Tabori (2000), en un texto distribuido con la información sobre su obra El coraje de mi madre, relata una anécdota de su juventud, luego de lo cual escribe: “Hoy no sé si esta historia la viví exactamente así o la he ido fantaseando a lo largo de los años, pero qué más da, la historia existe sin que yo mismo sepa dónde termina la realidad y dónde empieza la fantasía. A eso yo llamo <mentira>, una mentira que no perjudica a nadie y además forma parte de una historia. ¿Por qué no va a ser lícita?”. Y más adelante agrega: “Ese es, por otro lado, uno de los principios del teatro: una historia inventada, quizá inspirada en la realidad, que nos remite a nuestra propia realidad, o nos hace comprender mejor el mundo que nos rodea o nos lleva al ámbito de la propia fantasía y despierta a los fantasmas de nuestra mente”. Durante el proceso psicoanalítico, ¿no sucede lo mismo?, ¿no inventamos historias, inspiradas quizá en la realidad, pero forjadas con el metal de nuestros fantasmas en la fragua del deseo, que nos remiten a algo de nuestra verdad? ¿No tiene acaso ésta, como asevera Lacan (1957), estructura de ficción? Ficción que, perteneciente al registro imaginario, al sujeto del enunciado, revela sin embargo algo de lo verdadero del deseo, del sujeto del inconsciente, del sujeto de la enunciación, ese sujeto del deseo siempre esquivo. El acto psicoanalítico, momento culminante del
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análisis, no es independiente del proceso que lo subtiende, el que, a su vez, es relanzado por aquel. Es en esos instantes críticos (en el sentido de decisivos, culminantes, pero también de crisis, de cambio) cuando la ficción desviste parcialmente algo de la verdad del sujeto. Allende (2003) define la ficción como un conjunto de mentiras que nacen de una verdad esencial. La mentira, operante en la relación imaginaria, puede abrirse a la verdad en tanto sea escuchada desde Otro lugar. Escucha que permite diferenciar el sujeto del enunciado del sujeto de la enunciación. Y la “mentira”, mezcla de realidad y fantasía, ¿no da existencia a lo historiado?, ¿no atrapa en las redes del imaginario y en los desfiladeros del lenguaje, en los meandros del simbólico, aquello que procura fugarse en el real?, ¿no conduce a la verdad no-toda, siempre dicha a medias _a lo verdadero del deseo_, desenmascarándola, así como la proton pseudos, “primera mentira”, de la histérica apunta al deseo reprimido? Como la punta del dedo índice, nos hace mirar hacia el sitio que señala. Piglia (1999), refiriéndose a la narrativa de Borges, menciona “[...] ese doble recorrido de una trama común que se une en un punto. Ese nudo ciego conduce al descubrimiento de la enunciación. (A la enunciación como descubrimiento y corte.)” (p. 130).
Narración y proceso psicoanalítico Un autor debe intervenir lo menos posible en la elaboración de su obra. Debe tratar de ser un amanuense del Espíritu o de la Musa, no de sus opiniones, que son lo más superficial que hay en él. Jorge Luis Borges
Me detendré en una vieja leyenda, tal como la relata Calvino (1985) en la segunda de sus Seis propuestas para el próximo milenio: “El emperador Carlomagno se enamoró, siendo ya viejo, de una muchacha alemana. Los nobles de la corte estaban muy preocupados porque el soberano, poseído de ardor amoroso y
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olvidado de la dignidad real, descuidaba los asuntos del Imperio. Cuando la muchacha murió repentinamente, los dignatarios respiraron aliviados, pero por poco tiempo, porque el amor de Carlomagno no había muerto con ella. El Emperador, que había hecho llevar a su aposento el cadáver embalsamado, no quería separarse de él. El arzobispo Turpín, asustado de esta macabra pasión, sospechó un encantamiento y quiso examinar el cadáver. Escondido debajo de la lengua muerta, encontró un anillo con una piedra preciosa. No bien el anillo estuvo en manos de Turpín, Carlomagno se apresuró a dar sepultura al cadáver y volcó su amor en la persona del arzobispo. Para escapar de la embarazosa situación, Turpín arrojó el anillo al lago de Constanza. Carlomagno se enamoró del lago de Constanza y no quiso alejarse nunca más de sus orillas” (p. 45). En esta leyenda, Calvino descubre la existencia de un vínculo verbal, la palabra amor o pasión, que crea esta cadena de acontecimientos, y un vínculo narrativo, el anillo mágico, verdadero protagonista del relato, cuyo círculo vacío simboliza una ausencia, una carencia, un objeto que no existe, hacia el cual se encamina la carrera del deseo. El anillo es el que establece las relaciones entre los personajes, y sus desplazamientos determinan los movimientos de éstos. “En torno al objeto mágico se forma como un campo de fuerzas que es el campo narrativo. Podemos decir que el objeto mágico es un signo reconocible que hace explícito el nexo entre personas o entre acontecimientos: una función narrativa [...]” (p. 46). Y no deja de advertir la sensación de muerte que recorre todo el cuento. Las correspondencias con el psicoanálisis son tan evidentes que hacen casi innecesarios los comentarios. El significante del deseo actúa como una función, determinando en sus desplazamientos lugares y relaciones entre los sujetos que vienen a ocupar esos lugares. En torno al vacío dejado por el objeto ausente, en realidad inexistente, vacío de muerte, se va conformando la narración que durante el proceso psicoanalítico procura cegar el vacío (real) con formaciones imaginarias y simbólicas. Según el Diccionario de uso del español de M. Moliner
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(1992), narración es tanto la acción de narrar como el relato, la cosa narrada y, referido a la dialéctica, la parte de un discurso en que se exponen los hechos; narrar significa contar, referir, relatar, y decir o escribir una historia o cómo ha ocurrido cierto suceso; narrativa se aplica al estilo literario que, a diferencia del descriptivo o el dialogado, usa preferentemente la narración. Escuchar la narración de un analizante no es lo mismo que leer una obra literaria _aun en el mejor de los casos en que el autor dialogue con nosotros, lectores muchas veces sorprendidos en una participación inesperada_, puesto que intervenimos en su creación. Sin nosotros, analistas, esa narración no existiría o, al menos, no sería concebida con la forma y el contenido que entraña. En literatura, somos invitados a identificarnos con los personajes, vivir sus emociones, sentir sus afectos, involucrarnos en la trama, adjudicar sentidos. En el proceso psicoanalítico, somos invocados y convocados por una demanda a la que respondemos, no satisfaciéndola, sino constituyéndonos a la vez en coautores, personajes y lectores, entramados en una novela original. Emma produce un relato pero lo hace con Freud. Su deseo inconsciente se pone en juego en la situación transferencial _que involucra siempre a analizante y analista, disponiéndolos en una cierta continuidad_, subtendiendo desde su atemporalidad la estructura, la forma, los tiempos (con rupturas, quiebres, vaivenes, inversiones, rizos) y el contenido del relato. Freud descubrió en los síntomas corporales de sus histéricas que el síntoma es metáfora, entendiéndolo como símbolo mnémico. Las piernas doloridas de Elisabeth también forman parte de la narración, la palabra toma (el) cuerpo _palabra encarnada, atrapada, a ser recuperada_ y el cuerpo toma la palabra, pues él es, a su vez, lenguaje. El síntoma “habla”, es efecto del lenguaje, se “hace”, se construye por acción de la palabra, y por ésta podrá “deshacerse”, desmantelarse. Es lenguaje que se hace cuerpo, es cuerpo. Explícita o implícitamente se desliza por la cara única de la banda de Moebius, sin cruzar el borde, apareciendo o desapareciendo en cada vuelta, porque es compromiso entre el deseo inconsciente y la defensa. El analista interviene en la
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conversación como el síntoma. ¿O es a su vez síntoma o, por lo menos, metáfora, formación del inconsciente del paciente? “Lo que atrae del análisis de Ricoeur es la decidida inmersión en un único proceso temporal, tanto de la creación de la narración como de su lectura, y la presentación del texto narrativo como una cinta de Moebius, en la que el revés y el envés son indiscernibles, ya que tanto el autor como el lector alternan <lectura> y <escritura> (o <emisión> y <recepción>) en sus respectivas actividades” (de Mattos, 2004). “La invitación a <decir todo lo que venga a la mente> hace surgir en el paciente un discurso obviamente narrativo [...] Pero la asociación libre también incluye palabras al azar, frases elípticas, sin mencionar gritos, suspiros, trozos de lenguajes no existentes, idiolectos secretos y silencios”, asevera Kristeva (2000, p. 176). ¿Deberíamos desecharlos como si fueran interferencias que se producen en la narración o, más bien, considerar que también constituyen parte de ésta, que son voces de modos de narrar? Ella misma sostiene que las elipses llevan a requerir “[...] la participación del lector para completar el significado faltante con su propia creatividad” (p. 172). Sin embargo, destaca la conveniencia de “[...] dirigir al paciente a que él mismo llegue a ser su propio narrador, sin necesitar, hacia el final del análisis, nuestra interferencia o inclusive nuestra sanción” (p.185). Sostengo, en cambio, que en el análisis se produce un trabajo de (la) narración, en el que se realiza2 la transferencia, entendida también como un trabajo. Trabajamos, analizante y analista, (con) la narración y somos trabajados por ella en lo que tiene de origen inconsciente. Tomando en consideración una perspectiva dialógico narrativa, de la que pretendo demarcar mi propuesta, Leibovich de Duarte (1996, p. 179) afirma que “en ese tiempo narrativo en el que transcurren las sesiones, paciente y analista se convierten en coautores de un texto, de un relato que van construyendo y cuyo punto de partida es la historia personal del paciente, en tanto historia subjetiva que se despliega y resignifica en el proceso 2. En el mismo sentido en que el deseo se figura en el sueño como realizado.
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psicoanalítico”. Pero ese tiempo narrativo, tiempo de la narración, que consume el tiempo de las sesiones, está impregnado de (en) un “tiempo atemporal”, de (en) la atemporalidad del deseo inconsciente, del que se nutre el texto del cual son coautores y protagonistas ambos sujetos divididos, analizante y analista.3 Y son narradores del relato que van construyendo _al mismo tiempo que lectores-escuchas_ en la medida en que el inconsciente, transindividual, los envuelve a ambos. Un hermoso ejemplo es la canción, plena de sentidos, que en algunos análisis de niños se va componiendo entre el paciente y su analista. Y el punto de partida, ¿no es acaso el deseo del analista? No podemos evitar que seamos quienes comiencen la frase. Lacan (1957-58) asevera que la frase ha sido comenzada antes (que el sujeto) por sus padres. El deseo del analista empieza la frase en la que el analizante, al continuarla, desnudará parcialmente su deseo, pretendiendo su reconocimiento. La frase que puede servir para engarzarse en el texto, en esa creación que es el análisis, será dicha tanto por el analizando como por el analista. Pero, al mismo tiempo, esa frase desgarra el discurso y, al hacerlo, es dicho que produce acontecimiento, que hace acto psicoanalítico, que dice sobre el desgarramiento. Esa frase que sirve, enraizada en lo inconsciente, del cual se constituye en formación, emerge en un síntoma, en un acto fallido, en un sueño, en un lapsus o, en el mejor de los casos, en una interpretación. Cortázar (1962) afirma que “en mi caso, la gran mayoría de mis cuentos fueron escritos _cómo decirlo _ al margen de mi voluntad, por encima o por debajo de mi conciencia razonante, como si yo no fuera más que un médium por el cual pasaba y se manifestaba una fuerza ajena”. O sea, lo inconsciente: el Espíritu o la Musa del epígrafe de Borges, de los cuales el autor no sería más que un amanuense. Compárese con lo que dice Nasio (1996) respecto de la interpretación: “[...] es una palabra del orden de un dicho por el Otro, esperado por el gran Otro, no siendo el analista más que el portapalabra, el vehículo. Abandona el gran Otro, pasa 3 El tiempo narrativo, como afirma Calvino (1985), es inconmensurable en relación con el tiempo real.
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a través del canal del analista y se dirige al gran Otro. Entonces, son palabras esperadas” (pp. 185-86). Y si son esperadas, lo dicho por el analizando no es independiente de la interpretación por venir. La interpretación hace corte, al impedir el goce transferencial con el analista y reenviar al fuego del deseo. La madre, Otro primordial, es quien porta, transporta, el lenguaje y la cultura. Demos la palabra al narrador: “Pero podía (y tal vez debía) haber contestado. Podía haber dicho que él no relataba recuerdos personales sino otros _más profundos y menos limitados_ que lo habían esperado a su nacimiento como el aire y como la luz, y que, se diría con apenas metáfora, había comenzado a mamar en las redondas tetas aindiadas de su madre. Podía haber dicho que hay, o que ocurre como si la hubiera, una rara intimidad con la historia dormitando siempre detrás de la posesión de un paisaje con pasado. Podía haber hablado de lo que la sangre parece heredar directamente de la sangre [...] de cómo se coagulan y se graban las imágenes en el alma de un niño... y haber afirmado, sin falsear la verdad, que por su boca contaban sus abuelos, su padre, sus tíos y muchos otros hombres muertos de su linaje y su raza. Y finalmente podía (y debía) haber puntualizado con algún énfasis que no era él un mentiroso sino algo muy diferente, algo un poco mágico y un poquito sagrado: un narrador” (Arregui, 1995, p. 1). Lo sagrado, como afirma Lacan (1954-55), no es el narrador sino el texto: “Hay que partir del texto, y partir de él _así lo hace y aconseja Freud_ como de un texto sagrado [...] Asimismo, cuando se trata de nuestros pacientes, pido a ustedes que presten más atención al texto que a la psicología del autor [...]” (p. 233). Síntomas, cuerpo, olvidos, recuerdos, recuerdos encubridores, memoria y desmemoria, fantasmas, dolor 4 , angustia se van entrelazando en una narración sustentada por el deseo (del paciente y del analista). El cuerpo se hace texto y textura. Es cuerpo anudado a un nombre que, desde antes de nacer, lo inscribe en el lenguaje y en el discurso transgeneracional, le confiere una filiación, lo 4 El dolor _según lo sufren algunos analizandos_ es el dolor del descubrimiento y no del hecho histórico, incierto en su registro parcial y velado. Es el dolor revelado en la narración.
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sitúa simbólicamente en una genealogía. La narración “escrita” en el análisis se enmarca en el discurso transgeneracional transmitido por (incorporado5 en) el deseo de la madre (de los padres). Incluye lo reprimido, lo desestimado, lo desmentido o no tramitado, excluido del discurso familiar, que retorna en los síntomas o reaparece en las repeticiones, en el cuerpo y en el sufrimiento de los hijos, sometidos en tales casos, la mayoría de las veces, a historias siniestras.
Narración y transferencia Esa soltura con que salta, viva, la voz sobre otra voz, como un pie que saltara sobre las piedras lisas, a través de un arroyo. Circe Maia, Las palabras
T. E. Martínez (2001) nos hace saber que narrar tiene la misma raíz que conocer y que ambos verbos tienen su remoto origen en una palabra del sánscrito, gnâ, conocimiento. Ese conocimiento que nos proporciona la narración, nos aproxima a una vislumbre del saber de lo inconsciente. Concuerdo con Acevedo de Mendilaharsu (1998) en que “una concepción puramente narrativa de la experiencia psicoanalítica es, desde luego, insuficiente: no jerarquiza el hecho que el sujeto dividido, descentrado, es el núcleo central de la misma, con la consiguiente trivialización de la interpretación y del factor económico de la reestructuración de energías en el manejo defensivo, necesarios para el cambio psíquico” (p. 190). Pienso que la forma en que consideremos el discurrir de la narración en el proceso psicoanalítico va a depender de la concepción del inconsciente y de la transferencia que sostengamos. Pretendo jerarquizar una concepción del inconsciente en la que el sujeto dividido (división que es efecto del lenguaje), descentrado, 5 Hecho cuerpo, encarnado, en ella.
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marcado por la muerte y atravesado por la castración, es considerado el núcleo central de la experiencia psicoanalítica y de la narración que la surca. Y esto tanto en el analizante como en el analista, recubiertos ambos por un inconsciente común, puntual, producto de la identificación inconsciente, simbólica, en torno al significante, en ese punto y en ese mismo instante, del analista con su paciente. De esta identificación surge la interpretación _que aflora en el preconsciente del analista como una ocurrencia_ como respuesta a una re-petición, a una demanda, que él evita complacer. Freud (1900), refiriéndose a Goethe y Helmholtz, escribió que “[...] lo esencial y lo nuevo de sus creaciones les fue dado a la manera de ocurrencias y advino a su percepción casi listo” (p. 601). Una analizanda dice que me ha visto caminando y que iba bastante rápido por lo que era difícil pasarme. En la sesión siguiente, se le ocurre que querría cambiar de analista porque hay un aspecto que no ha podido modificar. Horas después de esa sesión y estando mi pensamiento ocupado en cosas cotidianas, me surgen, sin proponérmelo, ambas ocurrencias simultáneamente. Pienso entonces en su rivalidad conmigo, en sus ansias de “pasarme”, manteniendo ese aspecto inmodificado para no reconocer mi ayuda, en querer cambiar de analista para hacerme sentir mi incompetencia y así triunfar sobre mí, puesto que en otros momentos del análisis no accedí a satisfacer su demanda. El tiempo de la narración no es el tiempo lineal, cronológico, sino “el tiempo atemporal” del inconsciente transindividual, por lo que la narración continuó trabajando en mí fuera del espacio-tiempo de las sesiones, emergiendo al mismo tiempo las dos ocurrencias que dieron lugar a la interpretación. En el neurótico no cabría hablar de transferencia negativa, ya que estos afectos “negativos” serían una consecuencia invariable de la denominada transferencia positiva, su inevitable corolario o, mejor, se entretejerían con los afectos “positivos” como un componente inexcusable de la transferencia. A tal punto que la rabia y el odio pueden ser manifestaciones del amor de transferencia con los mismos derechos, las mismas insignias, que
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el amor instituido como transferencia positiva, en verdad transferencia a secas. O, adoptando los tres registros de Lacan, transferencia imaginaria (imágenes informadas6 de amor y odio, amor-odio u odio-amor), significada por la transferencia simbólica y enraizada en el real de la pulsión. Pienso que lo inconsciente no es ni superficial ni profundo: es. Y es en el sentido de siendo: gerundio que da cuenta de la realización, de la puesta en acto en el (cada) momento del acontecimiento, del dicho, tanto de lo inconsciente como de la transferencia. Si lo inconsciente es estructurado como un lenguaje, como traduce Harari el conocido aforismo de Lacan, lo es en la palabra dicha al analista o formulada por éste. Se vela y se devela, es, en el texto que se desgarra, se suspende, se reanuda, enmudece, se interrumpe, se construye en fecundos encuentros y desencuentros de analizante y analista. Este oscila entre un otro imaginario, blanco de los afectos “positivos” y “negativos” del analizante, amor y odio, propios de la transferencia imaginaria, y el lugar del Otro, lugar simbólico, tercero, asiento del significante, desde el cual escucha y habla, y desde el cual le viene su mensaje en una forma invertida: “[...] el emisor [...] recibe del receptor su propio mensaje bajo una forma invertida” (Lacan, 1956, p. 41). Lo reprimido del paciente retorna en la interpretación del analista (o en un lapsus, un sueño o un síntoma de éste), a la vez que aquella retorna en un sueño o un lapsus del paciente. Lo simbólico de la transferencia se manifiesta en el juego de olvidos, represiones, retornos de lo reprimido en que están comprometidos analizante y analista. Otra analizante se queda pensando después de la sesión en ciertas ocurrencias que me ha comunicado un rato antes: algo sobre una máscara que ocultaría lo que realmente estaría sintiendo (lo silenciado, censurado del deseo), y que me voy a aburrir de ella por estar siempre con lo mismo. Esa noche, su hija le cuenta un 6 Informar en el sentido de “dar forma o realidad a una cosa” y en el de “estar una cosa presente constantemente en otra determinada, por ejemplo en la conducta de alguien, y ser la que la caracteriza o define [...]” (Moliner, 1992).
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sueño en el que la paciente se estaba muriendo en un sanatorio, la niña le pide a su padre para ir a verla y éste le dice que no pueden ir, aduciendo un motivo trivial: la visita de unos primos. Luego es ella quien sueña: “Soñé con una cosa tan vívida y estaba tan furiosa... Me sorprendió el sentimiento. Yo estaba en un lugar, una reunión, estaba X (su esposo) y otra gente. Y una muchacha con la que X estaba conversando. Y parece que estaban saliendo y él se estaba tomando su tiempo para pensar si esa relación le interesaba. Y a mí me venía una furia... Yo ya lo sabía pero ahí en el sueño caía en la cuenta de la situación. Y me desperté de la rabia que tenía. Le contaba a mi madre y también me enojaba con mi madre mientras le contaba”. Esta secuencia ejemplifica el desarrollo de la narración, inherente a la transferencia, en el curso del proceso psicoanalítico, anudando diversas instancias en las que intervienen diferentes protagonistas del relato: lo hablado conmigo durante la sesión; lo pensado posteriormente por ella; el sueño de su hija, contado por la paciente en la sesión siguiente con el mismo valor significante de cualquier otra ocurrencia; su propio sueño. Hay algo que ya sabía, saber no sabido, deseo que insiste y que el sueño (le) revela y enmascara en la rabia (subrogado de la angustia) que la despierta y que la denegación de su deseo despierta en ella, en el enojo con su madre, en el aburrimiento (¿tristeza?) de ella proyectado en mí, porque su deseo no es colmado. Que la sorprenda el sentimiento no debe sorprendernos a nosotros, ya que la furia no es provocada por la infidelidad de su esposo, deformación debida al trabajo del sueño, sino por la afrenta narcisista que implica mi rehusamiento a su demanda de amor.7 El deseo se expresa por medio de la demanda, transitando y escabulléndose por los desfiladeros del lenguaje. El rehusamiento de aquélla promueve el despliegue del deseo inconsciente, que insiste en el discurso, se repite y se realiza en y por la palabra _que
7. Que me refiera exclusivamente a este aspecto no significa que desestime otras determinaciones.
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alberga las diversas formaciones del inconsciente_, sustentando la narración y la transferencia.8 En la proximidad de mis vacaciones, una analizanda relata este sueño: Yo venía para acá pero habían sacado la escalera. Entonces había un portero que avisaba, explicaba que ahora, como no había escalera, cada uno que tenía que venir, tenía que traer su hoja de ruta. Yo medio me enojaba y le decía: ¿más cosas hay que traer? Entonces quedaba como sobreentendido, en una conversación que era como un murmullo, que yo tenía que venir con un mapa. Un mapa que era un misterio porque era un mapa que oportunamente me iba a llegar. Yo me enojaba pensando que era todo tan complicado y tan misterioso. La hoja de ruta está sobredeterminada: la que presuntamente seguiré durante mis vacaciones, la que ella querría conocer, y la que necesitará para orientarse ahora que le saco la escalera, el acceso al consultorio, a la sesión, en momentos que no sabe “para dónde agarrar” y debería traer más cosas para poder dirigir sus pasos en alguna dirección. Contando en ambos casos con la ayuda del mapa. La conversación como un murmullo delata la represión: el murmullo ciega, en el relato del sueño, el hueco producido por la censura, que excluye y aísla lo reprimido, lo misterioso _oculto y secreto_, el deseo, que no tendrá satisfacción con el analista aunque persista la ilusión de que oportunamente llegará. El enojo es su reacción a la privación de esta satisfacción. El deseo se expresa por la demanda, rehusada por el analista, de ser su compañera en las vacaciones (hoja de ruta, mapa). Además, en esos días se hablaba mucho de la “hoja de ruta” vinculada al proceso de paz en Medio Oriente, mientras que continuaban los atentados y las represalias en una espiral de violencia creciente. Amor y paz, enojo y odio; odio surgido de la denegación de la demanda _que siempre es demanda de amor_, manifestación ineluctable de la transferencia imaginaria, y no soldadura de una supuesta transferencia negativa con otra, opuesta en el juego de los afectos, positiva. El texto de los sueños, urdido por la transposición del 8 “[...] el inconsciente es el discurso del Otro” (Lacan, 1956, p. 16).
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imaginario al simbólico, de las imágenes a pensamientos, a palabras, no permanece fijo, inmutable, semejándose así a las correcciones que un escritor va realizando en sus narraciones. “[...] los dichos mismos son síntomas y, como éstos, provienen de compromisos entre conciente e inconciente” (Freud, 1907 [1906], p. 71). Compromisos que se van expresando en dichos mutables. “La palabra avanzar (palabra central en su conflictiva) me salió cuando (el sueño) lo conté ahora. Yo lo pensé, lo reconstruí, cuando me desperté”, confiesa una analizante. La intervención del analista co-determina lo que el paciente va a contar y cómo lo va a contar, su texto, su discurso, sus resonancias emocionales. Dice Kristeva (2000, p. 175): “[...] si la narración presupone una pregunta de la cual ella es la respuesta, esto significa también que narrando estamos en una interlocución, casi una transferencia. Ciertamente, el acto de preguntarse está dirigido a la segunda persona e implícitamente lo relata”.9 Gómez Mango (1990) afirma que “el discurso analítico está esencialmente inscripto en la transferencia [...] En la lengua transferencial, la de las sesiones, el sujeto puede aprender, saber, descubrir lo que las palabras han hecho de él, y lo que él pretende hacer con ellas” (p. 328). Pienso que, recíprocamente, la transferencia está inscripta en el discurso de las sesiones, en el lenguaje, y que las palabras no solo han hecho, sino que hacen, siguen haciendo algo con respecto al sujeto, hacen transferencia. Hay un resto, un real que se rehúsa, que no cesa de no escribirse, que no es aprehendido por la narración. La muerte y la castración operan como límites de la desmesura de lo imaginario, del discurso, de la narración, garantizando su coherencia, y en ese borde, en ese límite, se inscriben deseo y transferencia. El analista no insiste en una interpretación rechazada por el analizante, sino que espera su confirmación o su rectificación en el decurso de la narración. Lo que sí insiste, en un lapsus o en un sueño, es aquello inconsciente desechado. Un paciente no acepta que quiere ocupar el lugar del analista. 9. Las cursivas son de la autora.
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Sigue hablando e involuntariamente exclama: “Si no quisiera analizarme, no estaría aquí sentado”. Obviamente, está recostado en el diván. Se ríe _otro efecto importante del develamiento de lo inconsciente_ y añade: “Ya sé, no me diga nada”. Es innecesario. Lo verbalizado por él, la interpretación desautorizada, la prosecución de su relato, la espera _paciente_ del analista, el lapsus, la risa, y su comprensión _acceso al saber no sabido_, que ya no requiere más palabras del analista, configuran un tramo de la narración, indispensable para que se produzca un efecto de sentido. Y el lapsus, ese dicho, ese acontecimiento que hace acto psicoanalítico, pone en acto el inconsciente y la transferencia (Nasio, 1988). Y en la medida en que esto ocurre, el analista forma parte de todas las formaciones del inconsciente del paciente, es en sí mismo formación del inconsciente. La transferencia, entonces, ¿está (es), al igual que lo inconsciente, estructurada como un lenguaje? “Es absolutamente imposible distinguir de forma válida entre los fantasmas inconscientes y esa creación formal que es el juego de la imaginación, si no vemos que el fantasma inconsciente está de entrada dominado, estructurado, por las condiciones del significante” (Lacan, 1957-58, p. 261). La transferencia, formación del inconsciente creada en el vínculo del psicoanalizante con su psicoanalista, que lleva grabada la marca, el sello, de sus raíces en el fantasma inconsciente, ¿no está también estructurada por las condiciones del significante? El mismo analizando, en otra sesión, sugiere por medio del silencio la resistencia que brota de su conflictiva homosexual. Hablar es someterse, ser penetrado por mí, quedar “enganchado” en un vínculo homosexual. El silencio forma parte de la narración, es texto mudo que habla, que adquiere un sentido en relación con lo dicho en el contexto. Sentarse en mi sillón, ocupar mi lugar de analista, es invertir los términos de la relación. Al serle rehusada la satisfacción de sus deseos homosexuales, compite conmigo para encubrirlos, a la vez que, en ese anhelo de desplazarme de mi función, expresa su rabia por el desaire. A diferencia del neurótico, en patologías graves con tendencia al goce y a la actuación se altera el flujo narrativo, se produce el
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estallido del discurso, la transferencia es negativa por sus efectos, ya que existen dificultades para que se establezca la transferencia simbólica10 , y la transferencia imaginaria impone sus afectos: amor y odio masivos, que obstaculizan el progreso del análisis.
Muerte e historia “La historia comienza al final. Hablar o morir. Y mientras uno siga hablando, no morirá. La historia comienza con la muerte” (Auster, 1982, p. 212). La historia de Edipo, su historización, comienza con su muerte. Ireneo Funes, el inefable personaje creado por la pluma genial de Borges (1942), necesita morir para dar lugar a la simbolización, a la palabra que hace (su) historia. En la última frase del relato, Borges nos informa de la muerte de Funes, la que resignifica _recién ahora_ su existencia, historizándola y haciendo posible que se escriba sobre él. Pero la muerte, así como la palabra, requiere del otro: deben ser dos para hablar y para morir. La unión absoluta, imaginaria, narcisista, con el Otro implica la completud y la infinitud. Highlander, el último de los inmortales, protagonista de la película que adopta su nombre como título, no puede tener hijos porque procrear implica la muerte de los progenitores, cederles su lugar a sus hijos. Freud (1923, p. 48) considera que existe una “[...] semejanza entre el estado que sobreviene tras la satisfacción sexual plena y el morir [...]” y señala la coincidencia, en animales inferiores, de la muerte con el acto de procreación. Highlander no tiene principio ni fin. Solo puede visualizar el transcurrir del tiempo en los efectos que este produce en un otro. Está habitado por un único deseo: el de morir. Deseo de muerte para acceder al deseo. La mortalidad es el anhelado premio que se concede al último de los inmortales. Solamente un inmortal puede matar a otro, y únicamente decapitándolo. Y en ese preciso instante, ambos, víctima y victimario, dejan simultá10. El imposible goce absoluto, unión sin fisuras con el Otro primordial, llegaría a impedirla.
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neamente de ser inmortales. Castración y muerte, finitud, falta que en el único sobreviviente convoca el deseo. Podrá tener hijos e historia; se relevarán las generaciones. El oráculo que vaticina a Layo que si tiene un hijo este lo matará no dice nada nuevo. La muerte de Edipo restablecerá el orden (simbólico), la ley quebrantada en el desquicio de la confusión de generaciones. Tabucchi (1998), a diferencia del universo imaginario, exuberante, desmesurado, de Funes, ese registro inagotable de detalles yuxtapuestos memorizados con exactitud matemática, en el que prevalece lo especular e inmediato, y lo simbólico no tiene casi cabida, sostiene que una sílaba puede a veces contener un universo. Una sílaba puede simbolizar un universo. Y el analista, cuando escucha e interpreta desde el lugar del Otro, no es como Funes el memorioso, no queda adherido a lo imaginario: olvida, reprime, sueña, tiene lapsus. Continúa así la narración sin quedar atrapado en ella. Y con el final inconcluso de la narración, del análisis, con su muerte, comienza la historia. Claro que no debemos olvidar que la muerte está desde el principio.
Resumen En torno al anillo mágico. La creación de la narración y de la transferencia en la relación analítica Nadal Vallespir A partir de los vínculos de la literatura con el psicoanálisis, la similitud de sus producciones simbólicas, la ficción como (des)enmascaramiento de la verdad, examino las relaciones de la narración con el proceso psicoanalítico, especialmente con la transferencia. Subordino la narración _configurada por analizante y analista (coautores, protagonistas y lectores-escuchas) en torno al vacío dejado por el objeto ausente, inexistente, hacia el cual se dirige el deseo errante en su búsqueda imposible_ a una concepción del inconsciente en la que el sujeto dividido, descentrado, es
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considerado el núcleo central de la experiencia psicoanalítica. En las neurosis, la transferencia _estructurada, al igual que lo inconsciente, como un lenguaje_ se realiza en la narración, desgarrándola con su irrupción sin privarla de su coherencia, inscribiéndose en el límite impuesto por la muerte y la castración. En las patologías graves, en cambio, el flujo narrativo se altera, el discurso estalla, y la transferencia (amor y odio masivos) produce efectos negativos, obstaculizando el progreso del análisis.
Abstract Surrounding the magical ring. Nadal Vallespir From the bonds of literature with psychoanalysis, the similarity of its symbolic productions, the fiction as the (un)covering of the truth, I examine the relations of the narration with the psychoanalytic process, specially with the transference. I subordinate the narration _formed by patient and analyst (coauthors, protagonists and readers-listeners) surrounding the emptiness left by the absent, nonexistent object, towards which the erratic desire goes in its impossible search_ to a conception of the unconscious in which the divided, des-centered subject, is considered the central nucleus of the psychoanalytic experience. In the neurosis, the transference _structured, like the unconscious, as a language_ fulfills in the narration, disrupting it with its irruption without depriving it of its coherence, inscribing itself in the limit set by death and castration. On the other hand, in the serious pathologies the narrative flow is altered, the discourse explodes, and the transference (massive love and hatred) produces negative effects, hindering the progress of the analysis.
Descriptores: NARRACIÓN / SIMBOLIZACIÓN / TRANSFERENCIA / TEORIA LACANIANA /
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Revista Uruguaya de Psicoanálisis 2007 ; 104 : 67 - 89
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Jornada Científica en APU sobre Simbolización* Presentamos ideas discutidas en la Jornada Científica de octubre de 2006 dedicada a considerar Qué entendemos por simbolización en psicoanálisis y el lugar que ocupa la misma en la forma de pensar nuestro trabajo. Esta discusión fue precedida por un intercambio electrónico sobre el tema que aquí se retoma y relanza.
Pedro Moreno Ante todo quiero agradecer mucho el trabajo que se tomaron todas las personas que mandaron contribuciones. Víctor dice en un momento que el término simbolización a veces se usa como comodín. Yo a veces tenía la sensación, en nuestras discusiones científicas, de que cuando se hacía referencia a las fallas de simbolización quedaba poco claro exactamente de qué se estaba hablando, y las contribuciones me ayudaron a entender parte de los acuerdos con respecto a qué quiere decir eso. Marcelo y Mirtha hablan de cómo los términos simbolización y símbolo preceden a Freud y que lo que nos importa es pensar, a partir de Freud, qué sentido tiene en el psicoanálisis, como lo usa Freud, para aplicarlo a los productos de la vida psíquica, como dice Marcelo. O, como dice Mirtha, cómo el trabajo de simbolización en psicoanálisis tiene que ver con la pertenencia al trabajo del inconsciente. Después hay toda una serie de contribuciones que apuntan a * Coordinadora: Silvia Flechner, Miembro Titular de APU.
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un acuerdo respecto al trabajo de simbolización para el psicoanálisis relacionado directamente con la represión, la inscripción psíquica, y esa inscripción en una malla o en una cadena de representaciones o significantes. Como hay acuerdo en cómo algo de este proceso está presente en todo acto de creación, como dice Mirtha. Y me pareció bien interesante lo que dice Juan Carlos en cuanto a que el análisis aporta un potencial creador, es decir que hay algo de creación en el trabajo del análisis que tiene que ver con este trabajo psíquico que se generó a partir de la pérdida. Después hay otros trabajos, como el de Susana o el de Fanny, que insisten más en qué es lo que pasa cuando eso falla. Fanny habla de cómo el interés por el tema tiene que ver con todas esas situaciones clínicas que no pasan por este mecanismo, que no se explican o no funcionan adecuadamente si uno se para en este lugar para explicarlas. Susana habla de cómo a veces la palabra es sustituida por actos, por padecer físico, por odio. Se habla después de la ausencia de representaciones, del desierto psíquico, de la abolición del relato. Y entonces una de las cosas que se plantea, como lo hace Nadal también, es que hay una inscripción, habría un acuerdo en que tempranamente ha habido una inscripción que de alguna manera no está disponible. Se habla de una inscripción escindida, Fanny habla de lo inconsciente escindido. Ahí hay un punto que me parece interesante, algunas de las discusiones que se dieron este año giraban en torno a eso, cómo trabajar ese espacio que no responde a esta lógica de la represión, a la inscripción y el trabajo que hacemos en el ámbito de la neurosis. Fanny dice que esto no es sólo prerrogativa de cierto tipo de cuadros, que no es propio sólo de los borders o de los no neuróticos, los neuróticos también tenemos de esto. Hay algo de esto en la neurosis que en el análisis también aparece. Quiero hacer referencia a una cosa que menciona Beatriz, cómo junto con esto también hay una línea de pensamiento en Inglaterra a partir de Bion y Winnicott y que termina en Fonagy, que tiene que ver con la idea del procesamiento del afecto. Me gustaría plantearlo como una perspectiva donde lo que importa en estos planteos no es el trabajo psíquico que se genera, como
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dicen todos los planteos anteriores, a partir de la ausencia del objeto, sino pensar el trabajo psíquico y la construcción de un aparato psíquico a partir de la presencia del otro. Es decir, qué es lo que se da en el aparato en presencia del otro. A diferencia de la metapsicología freudiana, que sería una metapsicología de la ausencia, hay toda una serie de desarrollos nuevos que nos obligarían a pensar en una metapsicología de la presencia. Entonces cómo esa presencia del otro, de la madre tempranamente, genera aparato psíquico. Lo que dicen los trabajos de la mentalización, siguiendo la línea original de Bion y de Winnicott, es que en el bebe se da algo de la generación del aparato psíquico porque la madre es capaz de atribuirle contenidos mentales. La madre es capaz de pensar y de sentir a ese bebe como alguien que tiene contenidos mentales propios. En eso hay algo de lo que algunos de los trabajos decían con relación al lugar que tienen la mirada, la palabra, lo que dice Mirtha que acompaña a la palabra que es la entonación, es decir todo lo paralingüístico, que tiene que ver con los contenidos afectivos también. En términos de cómo esto fracasa, en la visión de la teoría de la mentalización de Fonagy, nos plantea que sucede si no hay un adecuado procesamiento de estas situaciones, que él describe como efecto, si por un lado hay una historia de violencia, de situaciones de abuso real, y por otro lado lo que él llama una violencia distinta, que sería la incapacidad de la madre o de las figuras tempranas de adjudicarle contenidos mentales a ese bebe. Entonces describe lo que llama el mecanismo de la equivalencia psíquica y dice que lo que se da es una pérdida de discriminación entre los contenidos mentales y la realidad externa. Yo pensaba esto en función de lo que describía Marcelo, de qué es lo que sucede cuando en situaciones traumáticas muy, muy importantes, sostenidas en el tiempo, de una enorme violencia, no funciona el volver a recordar el episodio como búsqueda de algo terapéutico. Pensado desde esta perspectiva, lo que dicen Fonagy y Target es que reencontrarse con el pensamiento, el recuerdo, el contenido mental de la situación traumática en el modo de equivalencia psíquica es reencontrarse en la situación del
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trauma. O sea que reencontrarse con el recuerdo del campo de concentración, de la tortura, del padre violento, de la madre que no lo reconoce es revivir la misma situación, y entonces, como también algunos de los trabajos dicen, está el riesgo de retraumatizar, de generar el mismo efecto. Por último, en esta idea de lo inscrito no disponible o que está disponible de otra manera, una idea que ayuda a pensar esto son los aportes de la investigación en desarrollo cognitivo que describen la memoria implícita, procedural o no declarativa, que es la memoria que se da tempranamente, cuando el desarrollo del cerebro no se ha completado, que no pasa por el lenguaje y que, a diferencia de la memoria explícita, surge sin que tengamos noticia de que estamos recordando, es un recordar sin tener la vivencia de estar recordando. Surgen como trazas, como hilachas de situaciones que a veces tienen que ver con modos de estar con el otro.
Luz Porras Me pareció interesante comenzar por un par de comentaros. Lévi-Strauss, citando a Rimbaud, dice, en un capítulo que se llama «La eficacia simbólica», que una metáfora puede modificar el mundo. Eso es muy importante. Por otro lado, la enumeración de las formaciones del inconsciente como posibilidades de simbolización también me parecen primordiales. Hay un ejemplo que seguí de cerca, si uno toma el índice de La interpretación de los sueños y ve todas las veces que está citada la monografía botánica, puede verse perfectamente todos los nexos y las redes simbólicas que se van armando para justificar después una parte teórica, donde la red está sobredeterminada. Por ejemplo, en un camino así, Freud dice «y hago un puente», y enseguida dice «Brücke, puente, mi profesor». Y otra cosa interesante, monografía botánica recorre el camino de las monografías pero llega a botánica. Llega a mi flor preferida y a alcauciles. Pero de alcauciles pasa al deshojar el libro que el padre le dio cuando tenía 4 años. Todo ese camino de
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la asociación de los sueños, que pone como ejemplos de sueños personales, va generando un mecanismo de simbolización de algo que era una condensación para él personalmente, y esto justifica lo de metáfora, lo del sueño como expresión simbólica del pensar.
Javier García Plantearé algunas preguntas e ideas. A estos temas me he dedicado en otras oportunidades, sobre todo en relación a la «eficacia de las palabras», a las «escrituras corporales», a las «coreografías inconscientes» y al concepto de represión originaria pensado en relación al concepto lacaniano de «deseo del Otro» y de «goce del Otro», para hablar de una variante que me parece importante en la idea de simbolización. Quería plantear una serie más o menos hilvanada de preguntas que yo mismo me realizo en torno al término «trastorno de la simbolización». Quizás como afirmación inicial podría tomar esta idea, que me pareció evocadora, de «La Gozadera», que trae Juan Carlos Capo (hago referencia también al grupo de cuerdas de tambores de Malvín). Podríamos decir que «La Gozadera» excede o incluso se rebela, ¿por qué no?, al desfiladero de las palabras. Un goce que no puede ser dicho ni representado, un goce que se rebela a ser dicho y un goce en el decir. De lo contrario todo decir sería bastante aburrido. Esto es humanamente así, y no porque haya un trastorno de la simbolización. Las preguntas que hilvano son de este tipo. ¿Por qué circunscribir el hecho de que lo pulsional exceda a las palabras y a las representaciones por imágenes, a un trauma arcaico desimbolizador, o a una falla de la represión originaria? La pregunta no es porque esto no pueda constituir una dificultad de la simbolización sino porque genera la idea inversa de que sin traumas primitivos y sin fallas de la represión originaria todo lo pulsional tendría su metáfora y de que podría no haber traumas precoces. Son preguntas que nos tenemos que plantear los analistas cuando pensamos estos temas porque indican en qué lugar nos ubicamos en la escucha.
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¿Alguien encontró alguna vez metáforas de qué son las metáforas? Sería un exceso hablar por eso de una teoría del trastorno generalizado de la simbolización. Quizás más bien podríamos decir que existe una teoría de la simbolización generalizada como idealización psicoanalítica: duelo sin resto, Edipo sepultado, inconsciente metaforizado, logro de la genitalidad, la anatomía como destino, armonía entre erogeneidad y función y, en casos aun mayores, adaptación del yo a la realidad. Es decir, armonías que son bastante lejanas de la cosa humana. Seguramente todos diríamos que no pensamos eso, pero eso se define en cómo nos posicionamos más que en lo que decimos. Si las pulsiones parciales y el deseo del Otro son inevitablemente «traumáticos» en el origen y condición esencial del sujeto, entonces hablar de traumas precoces ligados a trastornos de la simbolización centra el problema en un tema descriptivo y lo descentra de lo medular de la condición humana aportado por el Psicoanálisis. Otro tema. Se dice que el desencuentro y la ausencia son motor de la simbolización pero que no hay desencuentro sin encuentro, como no hay ausencia sin presencia, lo cual constituye un pensamiento verdaderamente redondo, al revés de lo que el psicoanálisis a mi modo de ver aporta. El desencuentro y la ausencia, ¿serían accidentes del encuentro y la presencia, y la simbolización vendría a ser una forma de querer suturar, rellenar o restablecer una cierta presencia supuesta original? Freud decía que todo encuentro con el objeto es un reencuentro, y esto es cierto, ¿pero lo es con el objeto o con su huella, con su signo, con un significante que dejó? ¿Tienen la presencia o el encuentro otro estatuto que el de mito de origen imaginario y après-coup? ¿Puede entonces la idea de trastorno de la simbolización sostener un mito de encuentro y presencia a ser suturado en sus fallas, un mito de simbolización sin trastorno? Parecería implicar esa contracara. O sea, que la represión originaria tendría que ligar, reprimir, fijar a un representante toda pulsión y, si no, hay trastorno. ¿O puede también la idea de trastorno de la simbolización sostener un mito de que todo tendría su palabra o su imagen, y que si esto no se da tendríamos un trastorno por
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falla de representación o por trauma, o por falla de la represión originaria? Pienso que la idea de trauma precoz o arcaico ligada a trastornos de la simbolización y a «pacientes graves», traslada psicogenéticamente a un momento primitivo mítico la Primer teoría del trauma en Freud. Es, al igual que esta última, una idea altamente pregnante en lo descriptivo. Y pienso que el Psicoanálisis surge cuando desconstruye estos imaginarios fuertemente pregnantes, como le sucedió a Freud con el des-engaño respecto de la teoría de la seducción. Son preguntas e ideas que me plantean a mí mismo seguir pensando este tema y las quería traer hoy aquí.
Susana García Respecto a los planteos de Javier García digo que es muy difícil seguir tantas preguntas tan complejas sin texto, así que lo esperamos. Pero para empezar por algo, se pregunta si: ¿Todo lo pulsional tendría su metáfora? Yo digo que no. Como muestra el ombligo del sueño, lo incognoscible, es justo la función de enigma que nos permite la simbolización, que nos permite la metáfora. Eso significa que hay una preocupación que todos tenemos, supongo que Javier también, con relación a cómo trabajar con aquellos pacientes en los cuales la cadena significante no fluye como en el sueño que mencionaba Luz Porras, que es tan hermoso. Ahí se ve cómo va fluyendo toda una cadena de significantes de la que surgen múltiples asociaciones, y que permite al analista, estar en atención flotante a la caza de algo que se le señala, se pregunta de algún modo. Maravilloso trabajo de análisis pero es un trabajo que no siempre se puede dar. En ese sentido no acompaño a Víctor Guerra, en su planteo de que los problemas de la simbolización son una resistencia, digo que son los problemas con los que nos tenemos que ver todo el tiempo. También tenemos que recordar que cuando hablamos de
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ecuación simbólica estamos planteando una teorización (kleineana) que plantea una perspectiva genética. Así la ecuación es previa a la simbolización, que es propia de la posición depresiva. O sea desarrollo, crecimiento, presimbólico. Lo anoto como problema. Otro aspecto a considerar: ¿Podemos decir que hay fallas de simbolización en la neurosis? Así lo plantea Fanny Schkolnik y además señala que siempre hay huellas, pero con distinta posibilidad de entramado. O sea que no piensa en la ausencia representacional, sino en la ausencia de cadena de representaciones. Me parecen puntos interesantes para pensar. Myrtha Casas, señala la voz como gesto significante, como decía Pedro Moreno, en una lectura muy cuidadosa que hizo de los textos pero en la que también hay muchos problemas. Esto de la voz es central, cuando uno lee los materiales eso falta, y es central cómo se emite la voz, hace a semiosis muy distintas. Me interesó mucho el planteo de Nadal Vallespir cuando habla de las fallas en la simbolización, desde un simple traspié, Signorelli, hasta la forclusión. Ahí tiene un punto de coincidencia con Fanny, aunque tengan teorías muy distintas. Concuerdo también con la necesidad que plantea de seguir reflexionando sobre lo escindido, me parece un problema. Capo habla de creación, de crear lo que no existe. Yo me pregunto, ¿será así, o son marcas que se resignifican? Este es uno de los debates. Beatriz hace un recorrido muy interesante que nos permite seguir los problemas que esto plantea, pero cuando aparece el problema de la mentalización (como en los otros trabajos) aparece el problema del inconsciente. La mentalización y el inconsciente, yo los veo como enfoques teóricos muy distintos. Desde mi manera de pensarlo el psicoanálisis no es una teoría de la mente. Por último una pregunta que nos vuelve al debate sobre la simbolización en psicoanálisis: ¿Estamos todos de acuerdo en que la fuente de la simbolización está en el Icc., está en la pulsión y en el enigma que implica “lo otro en nosotros”, lo incognoscible? Pero si se trata de alcanzar la metáfora, si se trata de establecer
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cadenas significantes, hay participación imprescindible del Precc., es decir del yo. ¿Cómo concebimos esto? Marcelo Viñar Pensando en el aporte anterior de Lévi-Strauss, que “una metáfora puede cambiar el mundo”, cuando el presidente Bush dice “hay un eje del bien, que soy yo, y un eje del mal, que son los árabes u Oriente”, se crea una estructura paranoide que es de alta eficacia, no sólo simbólica sino con efectos. Es una cosa que también tenemos que pensar desde la simbolización psicoanalítica.
Evelyn Tellería Para entrar en materia, me pareció que a lo mejor faltaba arrimar alguna cosa de la escuela inglesa, que nos resulta útil, sobre todo para ir comprendiendo esto de la producción de los símbolos. En la escuela inglesa surge el concepto de ecuación simbólica, y la ecuación simbólica nos ayuda a ir entendiendo desde el momento en que está descrita como un prolegómeno de lo que sería la simbolización. Es decir, que si bien no es exactamente simbolización, sí nos está hablando de cómo un aparato mental está produciendo algo presimbólico en el sentido de Klein y posteriormente otras personas de la escuela inglesa. Concretamente, la ecuación simbólica es descrita por Hanna Segal, que nos recuerda que el interés (tomando interés como deseo, tal como lo dicen los ingleses) y/o la angustia, relacionados con las pulsiones de vida y de muerte, están funcionando como el hilo conductor de un desplazamiento que hace el yo (para Klein sería el yo, para Freud no habría yo, pero en términos de comprensión nos sirve) en el marco de su relación con el objeto, por distintos objetos, en un momento en que el aparato mental no tiene la suficiente madurez como para haber hecho una integración, una diferenciación de su yo; Hanna Segal habla pues de dos etapas en la simbolización kleiniana, que remarca Kristeva en su biografía de Klein y asímismo llama protosimbolización a esta operación de ecuación simbólica. En esa posición primera, en la que lo que circula son ideas o
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«sentimientos» persecutorios y mucha agresividad, y sobre todo algo que trata de alejar al objeto pero que tapona toda posibilidad de pérdida, se forma un prolegómeno del símbolo con la cualidad de que es idéntico a la cosa representada, mientras que en un momento de mayor integración del aparato se triadiza esta relación (todos los compañeros hablan hoy de esa triangulación en el fenómeno de la simbolización); acá el yo en el contexto de su relación con el objeto, crea un símbolo que representa a ese objeto que se pierde y que le permite múltiples desplazamientos que van formando cadenas de pensamiento, significantes, sublimaciones o como quiera nombrárselos desde las distintas teorías y puntos de vista. La pérdida está en esta teoría, como en la teoría lacaniana, como el acontecimiento interno que se puede significar. Y se puede significar para elaborarlo. El aporte interesante es que ahí, en la simbolización propiamente dicha, el desplazamiento no es solamente para alejarse del objeto, lo que produciría mucha angustia, sino que también es para recrearlo en sucesivas, llamémosle metáforas con nuestra visión actual, sobre todo posfreudiana y poslacaniana. Ese desplazamiento, esa metonimia y esa simbolización- metáfora nos ayudan a comprender. Lacan con una nueva metáfora, la del significante, nos ayuda y nos hace entender el estatuto del sujeto del inconsciente, que se diferencia de ese yo tan prístino de la relación de objeto.
Juan Carlos Capo Cuando oí a Evelyn, referirse a la fantasía inconsciente de Melanie Klein —pensé que, quienes hemos pasado por los aportes freudo-kleinianos, para interesarnos finalmente, algunos, más por los lacanianos—y a la ecuación simbólica, que Evelyn matizó bien como prolegómeno de lo simbólico, en sentido estricto, aquella debería ser considerada como una ecuación imaginaria. Esto importa porque nos lleva a un segundo punto, que corresponde a la vastedad del tema, que implica símbolo-simbolismosimbolización, y que desde el mirador lacaniano al que aludí antes,
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aquí, uno hace una intervención breve, constreñido por el tiempo, y no se entiende mucho lo que dice, porque falta la referencia al registro real, simbólico e imaginario, y no da para seguirse extendiendo, porque se necesitaría un libro.
Mirtha Casas Quiero agradecer a la Comisión Científica el esfuerzo de estos dos años que nos ha hecho re-correr mucho, y recorrer también muchas nociones de la palestra psicoanalítica. Si no nos queremos cuando disentimos no podemos constituir un grupo analítico, entonces aunque nos rechine por momentos decir “no me gusta, no estoy de acuerdo”, ¿de qué manera puedo sostener lo contrario? Ahí siempre hacemos agua porque no hay una verdad absoluta ni nadie tiene la certeza de nada, estamos ante conjeturas. Y son conjeturas válidas porque nos ayudan a escuchar mejor el sufrimiento del paciente que tenemos con nosotros. Por eso es que no hay que cejar en la pelea ni en el intento y valen la pena todos los esfuerzos que hacemos. De lo que estaba escuchando diría que sí, que la simbolización es trastorno, pero es el trastorno vital que nos hace humanos, es una vuelta que implica la transformación de la pulsión en deseo, y es de modo que nos constituimos. Entonces, la represión que habilita esto, deja huellas, marcas, representaciones o significantes, más el afecto que comienza a circular sobre ellas. Jamás quedó fuera el afecto en ninguna conceptualización freudiana, lacaniana, kleiniana o bioniana. No tenemos que volverla a incluir, Pedro, tu esfuerzo y tus lecturas sin duda enriquecen y vuelven a poner acentos donde de pronto se había olvidado ponerlos, pero en realidad desde que deseamos porque perdemos el objeto real y tenemos nada más que un símbolo, peleamos y deseamos y nos afecta y somos afectados porque la represión sólo puede ocurrir si hay otro que nos desea vivos. Entonces cuando Susana se pregunta muchas cosas, muchas de las cuales no tienen respuesta, (por supuesto que no), pero ¿dónde está la metáfora, en el ombligo…(del sueño)? justamente,
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se trata de lo que no se puede tener nunca. El efecto de la metáfora determina una pérdida. Desde Lacan se puede llamar lo real, lo que queda fuera de toda simbolización vital, porque la represión es la simbolización que hace pérdida y deja por fuera algo no representable. Por eso Freud habla del inconsciente sistemático. La metáfora nos constituye, la pérdida nos constituye, el lado muerte de la pulsión nos constituye para que haya vida. Si todas las formaciones del inconsciente (me parece que podemos pensarlo así) son un ejemplo de simbolización psicoanalítica, esto nos permite pensar sí (lo que ya señalé hace muchos años) que la simbolización constituye un conjunto de acontecimientos, de los que solo sabemos por los resultados, la pulsión misma o la represión, donde su actualización transferencial nos involucra en nuestra praxis. Entonces una dimensión sería lo que entendemos por simbolización psicoanalítica, y otra son los efectos, entre los que se encuentran las formaciones del inconsciente, la vida misma. En los efectos podemos realizar agrupaciones sintomáticas, y entonces decimos predominancia del acto sobre la palabra, distancia entre la fantasía y la realidad, muchos elementos que son los que aparentemente podemos señalar y estamos acostumbrados a nombrar, a eso lo nombramos falla de la simbolización, el aspecto clínico del asunto. Pero el meollo de la subjetivación con su lado de pérdida, es lo que privilegio como simbolización psicoanalítica, que se juega en la metáfora, la represión, en tanto se dirime como uno de los acotadores de la pulsión, y ésta, la pulsión acicatea indomeñada siempre hacia delante, como decía Freud. De eso se trata nuestra praxis.
Marcelo Viñar Con la multitud de autores tenemos muchos términos para designar pocas cosas. Hoy oigo simbolización casi como sinónimo de actividad de pensar. Por ejemplo, no entiendo mucho (por si alguien me lo puede aclarar) cuál es la diferencia entre inconsciente reprimido e inconsciente escindido. Tampoco estaría de acuerdo
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con Evelyn Tellerías cuando dice que la ecuación simbólica de Hanna Segal es un prolegómeno de la simbolización. Yo más bien la concibo como un obstáculo, como un fracaso de la simbolización. Voy a trabajar tres minutos para poner a consideración una viñeta que aprendí en FEPAL, que me impactó mucho y que es sencilla, sobre eso de que todo encuentro es reencuentro con el pasado o cómo el trauma precursor, fantasmático u acontecido en la realidad psíquica o material, se hace presente en la vida mental del presente. En esto del recuerdo, cuando Pedro Moreno hablaba de las teorías de Fonagy sobre cómo uno vuelve en el síntoma al trauma originario, eso no es de Fonagy, es de Freud, de la reminiscencia, y hace un siglo. Porque si no, reinventamos siempre la misma cosa. La reminiscencia es lo fundador del trabajo de Freud con las histéricas, no se puede reinventar eso ahora. La viñeta la presentó José Outeiral, que es un analista de Porto Alegre o de Pelotas, sobre un señor judío polaco de 75 años sobreviviente del campo, que se trabajó en un grupo de FEPAL, grupo internacional con gente de Europa y Estados Unidos, que fue muy intenso. A este hombre lo empujan a la consulta sus familiares porque es un viejo borracho y maloliente que hizo una vida muy contradictoria, hizo una familia, fue buen padre, hizo muy buenos negocios pero estafó al fisco, estafó a sus amigos, es decir que tiene un lado reparador y un lado muy jodido. Comienza la entrevista burlándose del psicoanalista, diciéndole que lo único que quiere es su dinero, hasta que el analista logra recentrar el diálogo y hacerlo entrar en contacto con sus emociones, y entonces evoca la siguiente imagen: “Lo que a mí me enferma es que siempre tengo en la mente, todos los días, un campo lleno de muertos, un campo lleno de cadáveres”. Tenía 78 años, no se lo había podido sacar de encima en 60 años. La definición de trauma es obvia, y esa coalescencia, esa fidelidad y esa actualidad de ese padecimiento, en lo que el grupo trabajó y que para mí constituyó un aprendizaje que quiero compartir acá, es cuál es el estatuto de esa representación. Hay un
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punto en esa parálisis, en ese momento de encantamiento en el sentido de hipnosis de ese señor de edad que lo único que quería era morirse, que estaba en una actitud de autodestrucción y de rechazo, que estaba rompiendo todo lo que tenía al lado y que estaba paralizado mentalmente en el momento del trauma, en algo perpetuo, inmutable. Lo que quiero destacar como debate es ese punto de fijación, las palabras espacio onírico, espacio alucinatorio, irrealidad no tienen fronteras nítidas a mí entender. Hay un momento de coalescencia de un tiempo actual y un tiempo de 60 años atrás, un tiempo de contacto, de cortocircuito. Cuando los espacios que organizan el pensamiento del pensar consciente (como estoy tratando de hacerlo ahora), ese juego onírico cuando soñamos despiertos o dormidos y ese juego alucinatorio cuando es algo intrusivo que nos viene desde dentro o desde fuera no son discriminados entre sí, ¿qué nombre le damos a esa reminiscencia alucinatoria y a su poder patógeno?
Clara Uriarte Quiero decir algo que se me fue ocurriendo sobre la tarea de análisis que llevan a cabo analista y paciente. Es una tarea de historización psicoanalítica y por lo tanto de simbolización. En el a posteriori de la transferencia se reconstruye, siempre parcialmente, en un trabajo con los restos, a veces fragmentarios, dejados por el devenir en el encuentro con los objetos primordiales. Esos indicios y esas huellas que logramos detectar en esa repetición transferencial proveen al analista y al paciente de un camino posible de tramitación de sentidos, de transformación de sentidos, que es un trabajo historización en análisis. La pregunta es: ¿de dónde proviene el sentido logrado? Acá me voy a meter con algo que Marcelo ha trabajado durante años y ha discutido, creo que el trabajo con estos fragmentos, con estos restos, tiene que ver con la verdad histórica, con la causalidad histórica y la causalidad estructural, que tú tocabas en tu intervención ahora.
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El psicoanálisis padeció durante muchos años las consecuencias de una formulación teórica que oponía fantasía y acontecimiento con resultados empobrecedores para la práctica analítica. ¿Acaso podemos oponer historia real y fantasía? Marcelo habla de un trauma acontecido que se hace presente. Pienso que no es posible plantearse la presencia de un fantasma puro como existencia psíquica independiente de lo vivido, así como es difícil pensar en un trauma externo como puro acontecimiento, que pueda aparecer como independiente de la realidad del deseo. Ya Freud hablaba de un vivenciar traumático, y con ese vivenciar traumático hacía referencia, entiendo yo, a un sujeto que recibe y que interpreta de alguna manera eso sucedido. Si le quitamos al trauma ese lado, esa vinculación con el deseo, lo dejaríamos fuera del psicoanálisis, o como una noción prepsicoanalítica donde permaneció durante muchos años. Yo diría que el analista en su búsqueda de un sentido para un determinado acontecimiento, lejos de oponer realidad histórica y realidad psíquica trabaja en torno a la articulación de las mismas. En la medida que la infancia no se reduce a una sucesión más o menos anecdótica de peripecias exteriores, aquellas impresiones infantiles precoces no constituyen un material inerte, sino que en la experiencia que estos acontecimientos implican se introducen aspectos reales y fantasmáticos. Para Maurice Dayan no se trataría de una infancia interiorizada sino de “prototipos infantiles prehistóricos”, que funcionan como matrices construidas en torno a experiencias de satisfacción e insatisfacción, no como fueron, que realmente no importa y no sabremos, sino cómo han podido operar sobre los dispositivos pulsionales del niño. Acá hay siempre un sujeto que interpreta, que recibe, que vivencia algo. Volviendo al problema del sentido logrado en el trabajo de análisis. ¿De dónde surge? Entiendo que el sentido logrado en un análisis no proviene ni de la historia ni de la estructura, sino que surge en el armado de fantasías y de recuerdos que van recogiendo las singularidades de las experiencias vividas por el sujeto y que se estructuran en una
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historia. Se trata de una verdad construida a partir de inscripciones en un trabajo continuo de analista y paciente que va a proveer sentidos, simbolización, a estas inscripciones de experiencias vividas. Yo no estaría de acuerdo con Viderman, que estuvo tan en boga en una época, para quien la construcción del espacio analítico aparece como una invención, como un puro imaginario y lo que acontece en él no tiene nada que ver con lo infantil. Tampoco con Spencer y Schaffer, que aportan, de una manera distinta, con la noción de narrativa una postura donde se le resta importancia a la realidad y la reconstrucción solo interesa en tanto pueda resultar clínicamente beneficiosa para el paciente.
Beatriz de León Se han planateado una serie de problemas. Un primer problema, con respecto al cual voy a discrepar un poco con Marcelo y Mirtha, es que no todo está ya dicho, eso es un problema. Es cierto que hay ciertas palabras y ciertos problemas que sin duda fueron enunciados por Freud y estoy de acuerdo en cuidar no decir lo mismo, pero hay nuevos desarrollos, hay diferencias en estos desarrollos, se agregan algunos aspectos, y me parece necesario tener una actitud curiosa hacia estos desarrollos, si no, estaríamos repitiendo en círculo las mismas ideas. No atribuyo eso, pero de pronto se puede desprender: esto ya está dicho, volvamos a Freud. Y voy a discrepar con Mirtha, creo que realmente hay diferencias entre las teorías en la consideración del lugar del afecto, tanto en lo que tiene que ver con la construcción de las metapsicologías como en sus repercusiones clínicas. Por supuesto, el afecto está en todas las teorías, pero el privilegio de las nociones es diferente. El término simbolización reúne muchas influencias distintas, pero hay algunas diferencias implícitas que me parece bueno tener en cuenta para poder optar, poder elegir. Una tiene que ver con la simbolización considerada desde el punto de vista de lo intrapsíquico y lo pulsional, ahí está toda la línea de reflexión en relación
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a la represión primaria y muchos desarrollos de los que han planteado, pero hay otra línea que va a ver los problemas de la simbolización con relación al otro. Esto no quiere decir que estos aspectos no estén considerados en una y otra posición, pero Winnicott privilegia más un aspecto del ambiente que no estaba privilegiado de la misma manera en Freud. Y hay otro aspecto que tiene que ver con el desarrollo, lo que plantea Marcelo con relación a lo escindido, lo clivado, que es toda la línea que tiene que ver con el progreso en los mecanismos de defensa a lo largo del desarrollo que permite un progreso en la simbolización. O sea que vincula simbolización con desarrollo, ahí hay toda una línea de desarrollos que agregan otros aspectos. Me voy a referir a un último punto que planteó Susana y que está planteado en muchos de los aportes, que es cómo trabajar con estos pacientes. La noción de preconsciente, queda un poco descuidada. Porque la noción de simbolización es muy tosca en algún aspecto para dar cuenta de los procesos de simbolización en los distintos sistemas psíquicos, es la simbolización en la conciencia, en el inconsciente y cómo el preconsciente puede articular estos aspectos.
Fanny Schkolnik Yo también quiero agradecer a la Comisión Científica todo lo que nos han dado y, para entrar en el tema, que nos han empujado a movilizarnos, encontrar cosas nuevas, hacer un verdadero trabajo de simbolización . En primer lugar quiero decir que todo nuestro acontecer humano es fallante, con fallas que serán más o menos importantes en la constitución del psiquismo y que se pondrán de manifiesto de diversas formas en la clínica. Ya Freud hablaba de eso en la psicopatología de la vida cotidiana. En tanto jerarquizamos el papel del inconciente en la constitución psíquica, tenemos que admitir que no existe la salud absoluta, ni una represión perfecta. Y las dificultades o fallas en la simbolización tampoco son privativas de las patologías graves, como muchas veces se piensa. Lo que se
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repite, lo que no puede moverse, lo coagulado, lo que no puede quedar disponible para los movimientos de ligazón-desligazón, es la expresión de fallas en la simbolización que están presentes en todos los síntomas neuróticos así como en las distintas expresiones clínicas de las patologías narcisistas o las psicosis. Por eso, cuando hablamos de distintos niveles de simbolización hablamos de lo humano en sus distintas manifestaciones “normales” o “patológicas”. Otro punto a tener en cuenta es que el tema de la simbolización nos remite, por un lado, a la constitución del psiquismo que se da en ese encuentro primordial con el otro, y por otra parte a la patología. Y muchas veces esto da lugar a confusiones y malos entendidos. Lo mismo que sucede cuando la encaramos desde la perspectiva de la primera o la segunda tópica o desde los planteos de Klein, Lacan o de algún otro autor. Pero lo que quiero destacar es que las dificultades de simbolización, cuando comprometen fundamentalmente la represión primaria se caracterizan por un nivel de desligazón particularmente importante que compromete el funcionamiento del yo y el superyo. De ahí que cuando nos referimos a trastornos de simbolización en determinado paciente estamos pensando en esas fallas de la represión primaria que dan lugar a lo inconciente escindido y que se vinculan a un predominio de los efectos desligantes de la pulsión de muerte. Hay dificultades de un trabajo elaborativo a nivel del psiquismo, tendencia a la expresión de lo pulsional por el acto, indiscriminación y vivencias que tienen el carácter de lo ominoso. Nadal señalaba en este sentido un fragmento de un poema de una paciente psicótica de CIPRES, publicado en el libro “Años Luz”, que hablaba de una “ausencia feroz”. Es un muy buen ejemplo de una importante dificultad de simbolización. Lo feroz está vinculado a lo mortífero, a una destrucción masiva y una ausenciaausencia, como lo planteaba Nadal. La paciente dispone de palabras para decirlo pero sin embargo nos transmite vivencias desligadas de la palabra. En el trabajo con lo escindido, que también está presente en pacientes neuróticos, tenemos que enfrentarnos a la carencia de
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ese entramado que permite el acceso al sentido. Intentamos establecer cadenas representacionales, una cierta malla que impida la desligazón masiva de la”ausencia-ausencia” .Y de esta manera nos acercamos al tema de las construcciones. Coincido plenamente con Marcelo cuando habla de personas que han sufrido esos traumas tan importantes, como se han dado en nuestro país en la época de la dictadura. Pienso como él que no se trata de ir directamente a esa herida intentando poner palabras con las que el paciente no está en condiciones de contactar por mucho tiempo. Se trata de ayudar a que se constituya una cicatriz adecuada contactando con la periferia del trauma. De la misma manera, también con lo escindido en el caso de pacientes psicóticos o con actuaciones muy graves, pacientes “incurables”, trabajamos alrededor de la herida, lo traumático que no podemos abordar con la interpretación como lo haríamos con el retorno de lo reprimido vinculado a la represión secundaria, no buscamos revolver en la herida sino establecer ese tejido representacional que falta. El tema de la simbolización también nos lleva a lo escindido y a otro gran tema que propone Beatriz, de cómo conceptualizamos las defensas, que hoy no vamos a poder encarar pero que hay que tener en cuenta para otra instancia de discusión.
Marta Labraga Quiero acercarme al problema que plantea el punto desde dónde nos posicionamos para hablar de simbolización. Hoy, como siempre, como en cualquier otro campo discursivo, es fundamental la experiencia y precisar desde dónde hablamos en nuestro caso, desde la experiencia analítica. La experiencia analítica misma, deja fuera, en mi criterio que se contrapone con otras posturas aquí expresadas, la concepción del análisis como progreso y proceso, todo lo que acentúe una posición evolutiva y de proceso de desarrollo. Pienso que en la experiencia misma no aprecio en primer lugar el lado de decurso, de secuencia, de proceso o de desarrollo, sino que se me privilegia la simultaneidad, la sincronía de las experiencias afectivas y su carácter fragmentario. Por eso
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también aprecio las necesidades del corte y de la intervención puntual y no explicativa del analista. Esto hace a la concepción de simbolización que manejemos. También podríamos llamarle, como le llamó Marcelo, “coalescencia” y yo digo sincronía, simultaneidad de experiencias manteniéndose la asimetría de posiciones entre analista y analizando. Entonces no habría modo de decir que estamos actuando o trabajando con “la mira de la simbolización” sino que, como en la estructuración psíquica se producen en un “a posteriori”, una y otra vez en el tiempo de análisis, desde el sufrimiento, desde la angustia como motor(sin duda) y desde la imposibilidad y el límite, algunos fenómenos de sustitución permanente y de transformación sintomática y estructural que en forma de espiral nos llevan a distintos lugares psíquicos y se producen movimientos de simbolización diferentes. Estas pueden ser sustituciones que aumentan transitoriamente o que derivan en nuevos efectos de sufrimiento, también, porque toda sustitución o metaforización arrastra experiencias de pérdida. El punto desde dónde pensamos la simbolización puede ser desde la concepción de la ‘re-unión’, y entonces nos unimos a la etimología de símbolo. O miramos desde otro ángulo, de la ‘partición’ o de la desligazón. Si ponemos el acento en el saber, que nos lleva a lo didáctico (como puede ser apreciado desde otras disciplinas) el símbolo es reunión, reunión de dos partes que encajan entre sí, nuevo sentido, pero en lo analítico el símbolo puede estar desde la falta de sentido y sin embargo, productor de movimiento, concebido desde el agujero y desde la pérdida, como trabajo con esos ‘restos’ de experiencia que privilegian una y otra vez un vacío y una nada que será siempre ese sujeto del inconsciente aflorando y desvaneciéndose. El anclaje, sin embargo, no falta en tanto se encuentra en juego el cuerpo erógeno que da cuenta de diferentes modos, placer, goce, angustia, actos o síntomas o en la violencia del enfermar somático, de todas las vicisitudes pulsionales y del desear que el símbolo expresa o no. Podemos pensar en los ejemplos que surgieron hoy. A veces importa mucho mirar algo que puede quedar fuera de la red de sentido y sin
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posibilidades de ser integrado en “construcciones”, aunque teniendo efectos. Como el ejemplo clínico, que me surge, del agujero en la suela de los zapatos que llevaba siempre un hombre exitoso y adinerado, nieto de alguien sobreviviente de un campo de concentración. Esto dejaría afuera algo del riesgo permanente de lo didáctico en la experiencia de análisis y del saber o del conocimiento más aprensible de la conciencia.
Nadal Vallespir Beatriz comentaba que alguien afirmó que todo se ha dicho; por supuesto que no se ha dicho todo, pero sí se han dicho muchas cosas y es cierto que muchas veces se vuelven a repetir las mismas cosas con distintas palabras, con distintos términos, poniéndoles distintos nombres. Como también muchas veces se usa un mismo término para designar cosas diferentes. Hay que tener esto en cuenta. Coincido con algunos planteos de Fanny y Susana. También concuerdo con Myrta en muchos aspectos de lo que ha escrito. Susana y Fanny se referían a lo que yo había escrito con respecto a las fallas de la simbolización, que van desde un simple traspié, por ejemplo en el olvido de Freud del nombre de Signorelli, hasta la falla radical, la forclusión en el caso de las psicosis. Por eso se utiliza tanto lo de fallante, que he consultado en distintos diccionarios y nunca lo encontré; fallida sería el término; creo que fallante es más bien un neologismo, pero da más cuenta de lo que se quiere significar. Y, si lo pudiéramos utilizar, el término fallando, ese gerundio al que tantas veces apelamos para referirnos a una acción durativa, daría más cuenta aún. La simbolización de alguna forma está fallando continuamente. Yo planteo al final del trabajo las relaciones entre la pulsión de muerte y la metáfora paterna. No hay ningún padre que pueda ejercer cabalmente, plenamente, sin fallas, la función simbólica, la castración simbólica. Entonces, evidentemente va a haber algo fallante, algo que esté fallando en la metáfora paterna y, por ende, en la simbolización, y por eso planteaba esa gradación de fallas que van desde un simple traspié hasta otras fallas mucho más
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radicales. Agradezco una vez más a Fanny, que me regaló ese hermoso libro, Años luz, en el que se encuentran cosas muy valiosas; ese poema de CGT es estupendo y me permitió algunas reflexiones, que pongo al final de mi trabajo. Eso de la ausencia-ausencia: hace un momento, Pedro hablaba de la ausencia y la presencia del otro; la presencia del otro es prioritaria, sin duda, y recorre toda la teoría lacaniana, a tal punto que sin el otro no nos podemos constituir, pero de todos modos para la adquisición de la capacidad de simbolización es fundamental la ausencia, el juego de presenciaausencia. De alguna manera esto falló en CGT; por eso esa ausencia-ausencia, esa ausencia feroz, tan radical. Con respecto a lo que se mencionó de los traumas y de la cicatrización al costado, al lado: algo hay que tocar, aunque sea de forma tangencial, porque, si no, queda sin ser tramitado; puede quedar cicatrizado, encapsulado como un tumor benigno, aislado, pero no deja de ejercer efectos. En la viñeta, incluso, se han mencionado los efectos que ocasiona. No se va a ir frontalmente, abruptamente, a tocar esas representaciones; hay que darle tiempo al paciente, pero de alguna manera tangencial se puede ir logrando que dichas representaciones vayan incluyéndose en un entramado con otras representaciones. Creo que es la manera de intentar que esos traumas se vayan simbolizando. En relación con lo que planteaba Myrta, la simbolización como trabajo de lo inconsciente: siguiendo a Lacan, yo me refería a que la represión, represión secundaria se entiende, y el retorno de lo reprimido son la misma cosa y, respecto de la simbolización, tanto para el retorno de lo reprimido como para la represión misma es necesaria la simbolización. Sin esta, en vez de la represión se produciría la escisión. Las fallas en la represión primaria (que tienen que ver con esa metáfora que mencionaba Myrta) son solidarias de fallas en la represión secundaria. Con respecto a que la represión y el retorno de lo reprimido son la misma cosa, recordaba al Hombre de las Ratas, cuando salía a correr por los montes bajo el sol para matar a dick (gordo en alemán), para lograr adelgazar, pero al mismo tiempo expresaba
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el deseo de matar a Dick, el primo de su amada. Allí hay un trabajo de simbolización que implica el retorno de lo reprimido, del deseo de matar a Dick, al mismo tiempo que supone su represión. Hay una coincidencia entre represión y retorno de lo reprimido que se da en torno al significante Dick: dick (gordo) y Dick, ese primo. Claro que de este modo también se realizaba su deseo suicida como autocastigo.
Laura Veríssimo Quisiera poner en común algo que le dije a Marcelo que había discrepado de su trabajo, que también toma Beatriz, tomó Fanny y ahora retoma Nadal, esto de cómo trabajar con lo traumático, esto de no volver, de no tocar. Quería seguir con esto que planteaba Nadal, cómo no pensar en la necesidad de trabajar, y yo diría desprender al sujeto víctima del horror de interpretaciones que a veces hacen a sentirse responsable, culpable, casi como el agente, es decir, no sólo ha tenido que padecer el horror sino que se atribuye una responsabilidad. En la película Ser digno de ser, que no es una gran película pero es muy interesante. El niño que viene padeciendo el hambre de un campo de refugiados, al que la madre cristiana empuja a irse con una madre judía a la que se le murió su hijo, se despertaba de noche diciendo “mi culpa no es, mi culpa no es”, y en el correr de la peripecia se va desplegando que el niño ha interpretado que la madre lo empuja a irse, no para salvarle la vida, para darle una posibilidad de vida, porque está enojada porque se murió el hermanito que él no había sabido cuidar, porque era responsable de la muerte de su hermanito. Para relativizar algo que había quedado muy enfáticamente y dejar abierto el trauma, el acontecimiento y lo que el sujeto interpreta, qué hace con eso. Nos quedan líneas interesantísimas a seguir trabajando.
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La desaparición y la experiencia poética Edmundo Gómez Mango*
“Desaparición”, “desaparecidos” son vocablos que adquirieron un sentido específico, en el contexto político social marcado por las dictaduras militares, en el cono sur de América Latina en los años setenta. “Desaparición”, “desaparecido”, indican por un lado un aspecto esencial de la represión política de dichos regímenes así como sus efectos en la población que debió soportarlos. Desaparición designa la acción del terrorismo de Estado por la cual decenas de miles de ciudadanos fueron raptados o secuestrados por el ejército, la policía u organizaciones paramilitares clandestinas. Los operativos de secuestro se efectuaban sobre todo por la noche en los domicilios de las personas buscadas; la casa, incluso la manzana, eran rodeadas por comandos armados que irrumpían en los hogares por la fuerza, golpeando y derribando puertas. Se apoderaban de la o las personas, que eran violentadas y golpeadas, y luego encapuchadas y arrastradas hasta los vehículos. Obligaban a los familiares, maniatados y amordazados, a presenciar la escena, mientras que otros integrantes del comando rapiñaban todo lo que podía ser transportado (dinero, pero también televisores, radios, heladeras…). El secuestro se efectuaba también en las calles cuando el hombre o la mujer iban o volvían de sus lugares de trabajo, a veces en estos últimos. De este modo particularmente brutal y violento, “desapare-
* Miembro de la Asociación Psicoanalítica de Francia - 150 Av. du Maine, 75014 París, Francia - E-mail: edmundo.gomez@wanadoo.fr
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cieron” miles de ciudadanos, en su mayoría jóvenes, a veces adolescentes. Los familiares, los amigos o compañeros de trabajo, no sabían, a pesar de innumerables tentativas de búsqueda, de contactos, de averiguaciones, ni quiénes los habían arrebatado ni dónde estaban detenidos, ni si estaban vivos o muertos. Se supo luego con certeza, lo que ya se sospechaba durante los hechos, cuál era el destino del desaparecido: primero la tortura, que llegó a inimaginables grados de crueldad; el pretexto de la misma era obtener datos sobre los subversivos y sus organizaciones; pero más allá del nombre o del lugar que se pretendía conocer, el propósito era destruir la resistencia política, la integridad psíquica del militante y expandir el horror en la población. Los secuestrados eran condenados a muerte; muchos fallecían durante la tortura, o eran asesinados posteriormente; los cadáveres también desaparecían: nunca eran entregados a los familiares, se les arrojaba al Río de la Plata, o eran sepultados en tanques de cemento, como sucedió con Ariel Gelman, el hijo del poeta, o enterrados en fosas comunes o dispersados en cenizas. El ensañamiento con el cadáver fue un tétrico fenómeno de la desaparición: no sólo se impedía a familiares y amigos despedir en el rito fúnebre al muerto amado, sino que además, retornando a las prácticas más primitivas del odio, se ultrajaba al cuerpo muerto. La desaparición se convertía en miedo generalizado a una gran parte de la población. A todos podía ocurrirles lo mismo: desaparecieron no sólo militantes políticos o sindicales, también escritores, periodistas, simpatizantes de izquierda, extranjeros, monjas y sacerdotes, en la capital o las grandes ciudades, también en los pueblos del interior del país. Los poemarios de Juan Gelman escritos en las décadas del setenta y en parte del ochenta están marcados por el contexto político social aludido. La relación entre la Historia con mayúscula, la de los grandes acontecimientos políticos y sociales que determinan la evolución de grandes grupos humanos pueblos o naciones, y la historia, con minúscula, personal de un escritor, es un tema permanentemente
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abierto a la crítica literaria. Quise, sucintamente, evocarlo en el título de esta intervención: La desaparición y la experiencia poética. El primer término convoca los acontecimientos sociales y políticos en los que se perpetró lo que actualmente los organismos internacionales concuerdan en designar como un crimen de lesa humanidad; el segundo apunta a vislumbrar cómo esta vivencia social o grupal, padecida no sólo por las víctimas directas y sus familiares más cercanos, sino también por el conjunto de la sociedad, surge en el poema de Juan Gelman. Me interesa así abordar en este trabajo, la relación que se establece en su obra poética entre el contexto histórico y la experiencia misma del poema. Parto entonces del presupuesto de que el poema es experiencia: hacer un poema y leerlo son experiencias humanas. Para el poeta, fabricar poesía, abandonarse al impulso interior -inspiración- que le hace jugar con las palabras para que éstas canten, constituye una experiencia central de su propia vida, intensamente investida, que deviene vocación y destino. No hay en Juan Gelman vacilación alguna en lo que concierne a su vocación y su destino poético. El canto, que comienza en su pubertad, le acompaña toda su vida. Lo ha afirmado reiteradamente: “Pero jamás me propuse hacer historia en mi poesía. Creo que el único tema verdadero de la poesía es la poesía misma.” “Pero en la poesía, todos estos elementos personales tienen una traducción que no es exactamente autobiográfica. Lo que tal vez haya es una relación entre la vivencia y la imaginación. Eso ocurre en todo lo que un poeta escribe, con mayor o menor fortuna. Hay poetas que logran establecer una distancia muy grande entre la vivencia y la imaginación; pero lo que a mí siempre me ha preocupado es la posibilidad de cercanía entre estos dos elementos. Sin embargo, cuando releo lo que he escrito ya es como si fuera de otro. No sólo en el sentido del momento que propició tal o cual poema, sino también en el sentido de la escritura misma.” La historia está hecha por los poetas: si entendemos por
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poetas aquellos hombres que primero cantaron las hazañas o lloraron las derrotas o inventaron los orígenes de sus pueblos, o aquellos que prosiguen narrando, escribiendo, cantando, haciendo de un modo u otro acceder al lenguaje la experiencia de las comunidades humanas. Los poemas de Gelman retoman en cierto modo esta perspectiva épica: están hechos de historia, de su historia personal y colectiva, y hacen historia cuando se los lee. Cantan y cuentan lo insoportable, tratan de decir, de nombrar, lo irrepresentable del acontecimiento. En su poema el acontecimiento histórico de la desaparición retorna y aparece, adquiere significación y se propone como una experiencia nueva que se confunde con el poema mismo. En la obra de Gelman, la palabra, fechada por el acontecimiento, hecha y rehecha en su jerga personal pero también en el lenguaje de todos y de nadie, el de los barrios y de la ciudad, está marcada inexorablemente por la historicidad de la lengua, la de Buenos Aires, la rioplatense del siglo pasado. Puede afirmarse que lleva la impronta indeleble de la lengua de la historia, la que habla en el corazón de la época, la que dice los acontecimientos, los hechos y los deshechos históricos. La lengua del poema se rebela contra la humillación del lenguaje, uno de los objetivos fundamentales de las dictaduras, contra su praxis de destrucción generalizada de lo cultural y de lo humano. El advenimiento, la formación de la lengua poética de Gelman, dice el acontecimiento histórico, la desaparición, desde su intimidad, desde el acontecimiento en la persona, desde su sufrimiento que intenta y logra, parcialmente, acceder a la palabra. El poema dice entonces lo que se pretendió hacer desaparecer y olvidar; la palabra poética recrea lo que la historia destruye, y no quiere recordar. El poema dice y canta, es aparición de lo perdido y de lo desaparecido. La voz poética, asume, en su surgimiento, la voz y el tiempo de la historia, hace así la historia, la no oficial, la de los hombres y mujeres de un pueblo, de una ciudad. El habla poética, interior e íntima, se construye en este polemos, en esta pelea, trama de memoria y olvido, de muerte y resurrección. El poema es un aparecido, un fantasma, una sombra
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que viene y habla del más allá, de lo que se ha ido, pero también de lo más cercano, del más acá, lo más próximo y escondido, el oír interior de la voz que llama. La palabra poética de Gelman rescata, redime y salva lo esencial del acontecimiento, a la vez íntimo e histórico. El poema como experiencia exalta e intensifica el acontecimiento de la desaparición. Es a la vez, ensimismamiento, hundimiento o descenso en el sí mismo dolorido y enlutado, en lo más íntimo y privado, y expresión, salida, ek-stasis lírico en el mundo del lenguaje, en la tradición de la poesía, en lo más vivo y doliente de la lengua propia. Quien escribe el poema es otro: el que sufrió la pérdida, enmudeció en su dolor, se ha confundido con el amado muerto, ha muerto en él. Quien habla en el poema, quien lo pone en la palabra o quien sumerge la palabra en la entraña del dolor para asirlo y decirlo, es otro. La experiencia del dolor es muda. La experiencia poética es lenguaje, es a la vez palabra que sale de un sí mismo buscando al otro. El otro buscado (el destinatario) es el desaparecido, sus huesitos, pero también los aspectos -los “trocitos”, los “pedacitos”, dice Gelman- del propio poeta que desaparecieron con él, y de aquellos que comparten el mismo dolor. El otro que busca el poema no es sólo el compañero, ya perdido, derrotado o aún viviente; también se dirige, a ciegas, al interlocutor desconocido que, como el mensaje del náufrago en la botella arrojada al mar, puede o no alcanzar . La lengua se hace duelo. Se hace duelo en la doble acepción que guarda el término en castellano: tristeza por la pérdida de lo amado, pero también, combate, pelea a muerte, en el seno mismo del enlutado, entre lo que desea volver a la vida y lo que intenta confundirse con lo desaparecido para no abandonarlo. En la palabra viva va la muerte, en el poema se refugia el desaparecido que no quiere desaparecer. En el canto poético los muertos sobreviven: el poeta muere en su lengua, se hace nadie, para que el desaparecido se encarne en ella y hable. El poema enlutado es memoria viva de lo que ha sido. Es un
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saber irremplazable de lo perdido, y ningún otro medio del conocimiento podría sustituir al que procura el dolor del duelo, como una forma específica de aprehender el sufrimiento, el dolor de existir de lo humano. El decir poético es quizá el hablar más auténtico, el conocer más esclarecedor, de la experiencia del dolor humano. El canto es la experiencia intensa y esclarecedora de la desaparición en la palabra. Las rayas, las barras, las trazas o trazos, los palos o palitos oblicuos que atraviesan los versos de Gelman (y que aparecen quizá por primera vez en Hacia el Sur, en los poemas que comentaré más adelante) han suscitado numerosas e interesantes interpretaciones. En mi personal escucha-lectura del poema, los trazos oblicuos, en sesgo que entrecortan, separan e interrumpen las palabras, me aparecen como una advertencia o un insistente aviso: no todo está dicho por los vocablos que se leen y escuchan, existe algo fundamental entre ellos: el silencio, lo indecible, lo que escapa a la trama del lenguaje. Como si la palabra poética no pudiera más que aproximarse a un silencio oriundo, fundador, que es el que deja escuchar el canto. Las rayas oblicuas, las barras sesgadas, son trazas presentes, o ausencias, de lo que no puede decirse, y que quizá sea lo esencial que pretendía asir el decir poético. Este sólo puede avanzar o retroceder entrecortadamente, balbuceante, en torno a una experiencia muda de una cosa indecible: ¿lo inconsciente, lo irreparablemente perdido, la muerte que anida inexorable en la vida misma de la palabra poética? Los palitos recuerdan que el poema es palabra sonora y también marca, huella, rasgo o rasgadura, que es experiencia de lenguaje pero también de trazas mudas, que es ritmo musical y también silencio. El espacio de representación palabrero cierne en su seno un espacio de lo irrepresentable. En el lenguaje freudiano podría sugerirse que la traza o el palito es una pulsión de indicio, de representación de traza, de una traza mnésica que ha olvidado su propia memoria, y no signo lingüístico o representación de palabra. Una manifestación gráfica de la pulsión de muerte, la noción más compleja y enigmática del pensamiento
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freudiano, porque anuda lo que pulsa a aquello que busca la inercia de lo inanimado. El palito es siempre igual a sí mismo, es repetición de aquello que intenta repetirse indefinidamente. Quizás sea la expresión de un anhelo de dispersión infinita hasta el desfallecimiento. O la señal de lo que desliga y separa, de lo que interrumpe y desperdiga, y contra lo que lucha y combate el Eros poético de la palabra, que une, sostiene y anima la forma rítmica del poema. En el poema “Aquí”, de Interrupciones 2, el palito es un vocablo : “ […] / murió mil veces el palito que revolvió mi infancia en el sur / y de mil partes vino harta pena / los cuadernos sudaron al anochecer” El palito y los cuadernos son quizá una alusión a la protoescritura infantil, las trazas que en los primeros cuadernos escolares permiten comenzar a acceder al escribir. Entre las palabras del poema pueden significar, por vía regresiva, la amenaza de la desaparición de la escritura, o el intento desesperado de ésta para alcanzar sus primeras trazas, como vestigios de una traza primigenia. El palito que removió la infancia del sur, el lápiz que comenzó a garabatear en el cuaderno que sudará de dolor mucho más tarde, el inicio del grafo, de la grafología personal originaria, de ese extraño y seguro impulso que une en un solo acto la cabeza, la mano y el papel, en el que aparecen y desaparecen los palotes de la infancia. El palito del poema nos hace pensar y soñar , no es el blanco de la hoja donde espera lo que todavía no ha aparecido, no es la palabra escrita a la que aferrará el poema para sobrevivir al olvido. Los palitos son apariciones y desapariciones breves, “interrupciones” intermitentes, pero también apariciones repetidas del trazo, del sesgo, que como piedritas funerarias, hacen seña a lo que se ha ido y a lo que aún queda como vestigio, como alteración de lo que ha pasado y pasa todavía. Creo que el adverbio “Aquí” designa el espacio donde
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acontece el poema y donde los desaparecidos siguen desapareciendo y desvelándose. Es en él donde “mataron a la negra diana mojada de abril”, “aquí pasó rengueando su corazón azul aquí cayeron los milagros de su alma como pedazos de cristal / aquí verdaderamente ha sucedido esto y más /”. Podemos escuchar en éste, y en otros muchos poemas de Hacia el sur, lo que podría designarse como poética de la desaparición. Poética, en el sentido de Paul Valéry, como aquello que genera la forma, la poïesis o la fabricación del poema. Se impone a Gelman la imagen de un desaparecido, “la negra diana mojada de abril”, y ésta genera y despliega por la actividad de la asociación poética, otras imágenes que conciernen primero a Diana, su corazón azul y rengo, los pedazos de cristal de su alma, pero también otras desapariciones, otras pérdidas que el alma niña del poeta conserva en su memoria y que ahora despiertan y se acuerdan (en la polisemia de recordar, de volver a la vigilia, despertar, y también de acordarse musicalmente). Las angustias de las pérdidas iniciales está indicada por la resonancia del palito que murió mil veces, el que revolvió su infancia en el sur. Cada pérdida resuena en otras pérdidas, la harta pena viene de mil partes, cada duelo es repetición de otro duelo, y en él resuena inevitablemente el duelo de infancia, las experiencias y las angustias de muerte que precozmente e inevitablemente atraviesan el alma del niño. La imagen-metáfora del palito que revolvió la infancia es por esencia enigmática y ninguna interpretación unívoca puede resumirla. Sólo pretendo indicar algunas asociaciones que ella evoca en mi experiencia de lector. Pensé en otra metáfora-imagen, o imagen–hablante, de un poema de André du Bouchet (creador que trabajó incansablemente la relación del vocablo con el espacio en el que se inscribe, lo que aparece gráficamente en los blancos imprevisibles y diferentes
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que se interponen entre los versos del poema). En L’emportement du muet, (El arrebato del mudo) escribe, respondiendo quizá al interrogante abierto por el título: « […] pour peu que je sois dans la langue - moi, non la personne de l’autre - invariablement je suis dans la langue le muet » Esta indicación me parece esclarecer la relación que se establece entre el mudo, lo privado de palabra, y el poeta, que exalta el lenguaje hasta su manifestación artística. No es el poeta quien habla, según Du Bouchet, él es el mudo. El que habla es el lenguaje, pero es el poeta-mudo quien hace resonar la lengua en su lucha con las palabras. Du Bouchet parece descender aquí a las estratificaciones más profundas o primitivas de la arqueología del lenguaje. Como si el poeta asumiera la posición del infans, el niño, que estando ya en la lengua, rodeado por el lenguaje de su entorno, aún no ha accedido al habla. En él predominan las sensaciones, las excitaciones, las impresiones que no pueden todavía elaborarse por la expresión del lenguaje. El poeta es como el niño primitivo –Gelman lo ha designado como “el niño fundamental”- que escucha mudo en la lengua de los otros, y que va como un apátrida, como un clandestino, arrastrado por la corriente de la lengua, hiriéndose contra las palabras, para hacer resonar la “música callada” de la palabra poética. Otras ocurrencias de la palabra-imagen “palito” van, me parece, en el mismo sentido. En “La mano” (Com/posiciones) “tu corazón / o dulce aviso / pueblo de separados / palabra que no pronunciarás / silencio de tu bondad / auxilio contra la ira que consume este palito / este bajar al polvo / sin subir a tu gracia” El palito se asocia aquí a lo que se consume, lo que baja al polvo a veces en la ira, pero también en: “este fuego que arde en tu resplandor”.
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En este poema (y también en otros) el palito se corresponde poéticamente con el hueso o el huesito o el corazón mudo (imágenes que apuntan al silencio y la muerte): custodia mi inocencia / mi aguas muchas / el pudor de mis huesos/ la insolencia / o desgracia/ del mudo corazón/ En el mismo poemario, en la “com/posición” “Alrededor del cual”, leemos: si almiar es un pajar al descubierto con un palo vertical alrededor del cual se va apretando la mies/ un montón de paja o heno formado así para conservarlo todo el año/ El palo es aquí un cuerpo extraño, extranjero, que persiste como tal, que no puede disolverse o absorberse en el trabajo de las palabras, pero es lo que al mismo tiempo, permite que el “almear”, el trabajo del alma, imaginado como la mies, paja o heno, se acumule y se conserve a su alrededor. Podría decirse que todo poema se construye como depositándose alrededor de un palo, de un cuerpo extraño a la vida misma del lenguaje, que actúa como desencadenante, factor en torno al cual se plasma o cristaliza la palabra poética. El corte, la barra, el palito o el palo, podrían entenderse como las trazas de la experiencia traumática, del choque, que golpeó la sensibilidad del poeta y alrededor del cual se teje, se “almea”, el poema. La poesía de Gelman retoma así la tradición poética inaugurada por Baudelaire. En un estudio particularmente fecundo, Walter Benjamin desarrolló esta hipótesis: Baudelaire es el poeta de la modernidad porque supo elevar al rango de verdadera experiencia lo que el hombre de las grandes ciudades europeas vivía en lo cotidiano. Apoyándose en un poema en prosa que considera emblemático, “La perte de l’auréole”, (“La pérdida de la aureola”) concluye que el poeta moderno, habitado por una cólera impotente ante las muchedumbres envilecidas, y cuyos
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únicos aliados parecen ser los parias y las mujeres perdidas, ha establecido una nueva ley para su poesía: “l’ effondrement de l’aura dans l’expérience vécue du choc”. En la poesía de Gelman asistimos a un re-anudamiento de la experiencia lírica con la masa. Basta haberle escuchado leer sus poemas ante un público hispanohablante, para comprobar que lo más singular, lo más idiomático de su poesía, lo que dice su experiencia más íntima y más cercana al espanto, al terror, a una experiencia sin palabras, se transforma, en el presente de la dicción poética, en una experiencia verdadera, compartida por la comunidad de auditores. No creo que este fenómeno – que no es, claro está, exclusivo de los poemas de Gelman – pueda ser explicado sólo por la temática de la lucha, de la derrota, de la rebelión y de la esperanza, del duelo y de la memoria. La poesía de Gelman es moderna porque en ella un poeta contemporáneo encuentra en su voz, la más personal quizá de la poesía latinoamericana de la segunda mitad del siglo XX, reconocible entre todas, porque dice y habla poéticamente la experiencia cotidiana de los ciudadanos, de los hombres y mujeres de los pueblos latinoamericanos. Porque la experiencia que se plasma en la forma rítmica del poema, comunica, iluminándolas, con experiencias hondas de muchos de sus lectores. La experiencia poética surge en Gelman como respuesta a la experiencia degradante, empobrecedora, traumática a la que fueron sometidos decenas de miles de ciudadanos latinoamericanos en las épocas dictatoriales. El poema surge como una intensa rebelión contra la tentativa de normalización, represiva, que intentó no sólo acallar y destruir la voz de la resistencia, sino también esterilizar la lengua, oficializarla, sofocar en ella toda posibilidad de imaginación creativa. No sólo el palito, sino toda la forma poética así como el material mismo que moldea, el lenguaje, están animados por una violencia insurreccional que se opone a la violencia que viene de afuera, que atacó la subjetividad del poeta y de quienes le rodeaban, que destruyó vidas y arrasó cultura. El poema en Gelman es territorio del terror, porque en él se evoca a menudo el terror que
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sufrieron las víctimas de la violencia dictatorial, pero también el horror de las palabras mismas, espantadas por lo inaudito e indecible del acontecimiento que pretenden evocar. En la medida en que la expresión intenta aproximarse al terror indecible, se contamina, se impregna de él y corre el riesgo de volver al silencio, o de deformarse, distorsionarse. Los neologismos, las alteraciones de los vocablos, los cambios de género, frecuentes en la obra de Gelman, son en parte explicables por el sufrimiento y el esfuerzo de decir el dolor: las palabras padecen, se hieren, cuando atraviesan esa región “la más calcinada del lenguaje” que es, según Gelman, la poesía misma. La expresión de lo trágico moderno, como la del griego originario, aúna en un solo movimiento el phobos, el miedo o espanto, y la piedad, la compasión. También en Gelman la ternura del lenguaje surge como contrapartida del horror de las representaciones de la desaparición y de la muerte, como cuidado amoroso de las palabras así expuestas a la intemperie de un radical desamparo. La poesía lírica, fundada sobre la norma interna del choque o trauma, implicaba en Baudelaire un alto grado de conciencia de la elaboración poética. El trauma produce un doble efecto: primeramente descalifica, por su intensidad, la capacidad de la conciencia de aprehender, de inscribir el acontecimiento. Pero estimula luego la necesidad de comprender lo que ha sucedido, de interrogar las trazas, las alteraciones que el acontecimiento ha dejado inscritas en el sujeto. Como en toda gran poesía o manifestación artística, intensidad de la emoción, y clarividencia de la expresión van juntas. Nunca el poeta es más lúcido que cuando se aproxima a sus experiencias más remotas, más inconscientes, cuando se abandona al recuerdo, diría Proust, de lo que surge de su “memoria involuntaria”. Los dos primeros poemas de Hacia el sur están dedicados a desaparecidos. En el primero, “Homenajes”, surge inicialmente la figura de Hans Harp, nacido en Estrasburgo. Cuando escribía en alemán firmaba Hans, y cuando lo hacía en francés, Jean. Poeta, pintor y quizá más conocido como escultor, encabeza la serie de
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homenajes a los desaparecidos (falleció en 1966). Extrañamente Hacia el sur debuta con la evocación de un desaparecido del norte. Quizá sea una manera de rendir homenaje a movimientos poéticos que sacudieron la estructura lírica de la poesía moderna, ya que Arp fue uno de los fundadores del dadaísmo y que acompañó luego al surrealismo. Hans Arp, Jean Arp, Juancho Arpa (como lo llama el otro Juan, Juan Gelman), es el punto de partida o el vórtice del remolino de imágenes que pone en juego el poema, el desarrollo de lo que de algún modo ya esta implícito en la vida y obra del artista: dos nacionalidades, dos lenguas, la posibilidad de expresarse en diferentes lenguajes artísticos, de traducirse a sí mismo en versiones de formas diferentes y aunadas en la búsqueda de un objeto quizá inasible. Los ángeles están de duelo, reciben al alma del artista nórdico rascándose con las pezuñas de sus alas, mientras que el desaparecido del sur, el Ronco, llamado por su apodo, gira como un fantasma del mundo. Al Ronco lo mataron los militares porque “movía el amor para escuchar la voz del mundo”. Al Ronco le crecen uñas como a los ángeles y su palabra se rasca y rasga su voz para cantar el nombre de Juan (Arp, Gelman). El vértigo imaginario arrastra nombres, metáforas y continentes, y el norte se desplaza hacia el sur, los ángeles surrealistas se “mundaneízan”, vuelven al mundo de los hombres, el del Ronco y sus compañeros. En un movimiento inverso, el Ronco se angeliza. La despreocupación lúdica del dadaísmo se hermana con la poesía de la resistencia y de los compañeros. Quizá pueda entreverse aquí una expresión de la estética de Gelman : hacer “bajar” la poesía moderna, la del arte por el arte, la que enfatiza la búsqueda formal sin preocuparse de los contenidos humanos, en pos de un ideal frecuentemente vacío o exclusivamente formal. Y hacer “subir”, concomitantemente, su experiencia personal en la lengua vernácula del barrio y del tango, para hacerles alcanzar una realidad imaginaria y estética. El Ronco se encuentra con Juancho, atraviesan la pizzería donde Juan y el Ronco navegaban hacia un mundo mejor. El poema es un verdadero “tombeau”, un monumento fúnebre palabrero en el que queda sepultado e inmortalizado el Ronco,
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transformado en el verso final en un niño, en un pibe : “o el paraguas descompuesto del Ronco bajo la muerte / pibe”. “Pibe”, modalidad idiomática fundamentalmente porteña, irradia como una constelación poética, hacia todo el poemario. En el segundo poema, “Aquí”, los desaparecidos parecen surgir los unos de los otros, se desvelan como un “pueblo de separados” que se juntan fugitivamente en el fluir poemático. “Aquí”, en el espacio del poema, pasan Diana, el perro amarillo de la infancia que murió tantas veces, Haroldo, Paco, Luis, Miguel Ángel, el Jote, el Ronco, y otra vez un pibe, “mi hijo”, “volando por aquí”, “un brillo de mi hijo por aquí tortolea”. La hazaña poética de Gelman es la de haberse impregnado de la poesía moderna, de sus disonancias y sus desacuerdos, de su confianza en el poder de las palabras y de los ritmos, de su voluntad de irrupción deformante, de su atmósfera onírica, de su estética que a veces roza lo grotesco, de su delectación en el juego y en el humor del lenguaje, y haberla luego emerger de su propia voz, de sus pasiones y de sus dolores, de la tradición poética que él construye desde el presente hasta los exilios más remotos, el de los poetas bíblicos, el de los poetas judeo españoles de la Edad Media o de los místicos del Renacimiento. En su obra, la poesía resiste ante las fuerzas de lo inhumano, con esperanza y también con humor e ironía. “Sobre la poesía, [escribe en el poema que así se llama] habría un par de cosas que decir/ que nadie la lee mucho/ que esos nadies son pocos” Sin embargo el “tío Juan”, otro Juan (como Gelman), que parecía un pajarito, “estuvo cantando pío-pío todo el viaje cuando se lo llevaron hasta el crematorio municipal”, y sus cenizas piaron todavía. Nada parece justificar la existencia del poeta moderno, definitivamente des-aureolado: conseguir el amor de una
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muchacha, o ser candidato a presidente, u obtener que algún almacenero le fíe. La sola justificación del canto es el canto mismo: : “lo lindo es saber que uno puede cantar pío-pío en las más raras circunstancias tío juan después de muerto/ yo ahora para que me quieras”.
Descriptores: DESAPARECIDOS / DUELO / TRAUMA PURO / POESIA / Personajes-tema: Gelman, Juan.
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Introducción Después un período muy difícil en el análisis del Sr. F, tuvo lugar una sesión que parecía abrir una nueva comprensión, tanto para el paciente como para mí. El día siguiente el paciente llegó con aire triunfal y al echarse en el diván dijo: “veo que Ud me ha escuchado y ha cambiado la dirección de la lámpara para que no me diera la luz en la cara...” y se quedó en silencio. Me pregunté entonces qué tipo de comunicación me trasmitía el paciente, porque además de la constatación objetiva podía ser un elemento de valor simbólico. En efecto, esa semana me había dicho que le molestaba la inclinación de la lámpara por lo cual, después de la sesión, yo había movido la pantalla. No obstante, el aire triunfal de su llegada y el recuerdo de la sesión anterior me hacían suponer que su afirmación expresaba también algo de su estado mental. Considero que la capacidad de simbolización depende del tipo de relación entre el paciente y el analista y del examen de sus fluctuaciones de un momento a otro de la sesión. El hecho de que una comunicación alcance una función simbólica no depende sólo del desciframiento de su sentido, sino de su capacidad de transformar la experiencia en una cadena de significaciones que integren niveles de sentido disperso. * Miembro de la Sociedad Española de Psicoanálisis - Josep Irla i Bosch 2, 7-2, 08034 Barcelona, España - E-mail:gbodner@iservicesmail.com
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Me propongo reflexionar sobre este episodio y el material que expondré más adelante, a la luz de algunas ideas trazadas por Bion en su trabajo sobre transformaciones y de una breve síntesis de los puntos esenciales de la teoría kleiniana sobre el simbolismo.
Breve reseña teórica El trabajo de Klein (1930) sobre el simbolismo puede considerarse “protokleiniano” (Petot, J.M., 1982) porque la autora no había desarrollado aún los conceptos mayores de su sistema. En ese artículo destacó la importancia de los ataques sádicos que acompañan a los impulsos libidinales hacia el objeto en las relaciones primitivas. El rasgo sádico señala la intensidad de la relación y la transformación que produce el ataque en el objeto, por lo que éste pasa a contener una parte del sujeto. En la obra posterior de Klein, los objetos forman parte de estructuras dinámicas que adquieren significados variables de acuerdo a la posición dominante. El yo incipiente, desde fases muy tempranas escinde, proyecta e introyecta, objetos y partes del self que organizan el psiquismo frente a la amenaza del caos y la fragmentación. La triangulación precoz no se debe sólo a la percepción realista de los objetos parentales, sino también a la percepción fantaseada de estos mecanismos activos en el sujeto. La escisión del self y los objetos con sus proyecciones e introyecciones, construyen el polo intrapsíquico de la situación edípica temprana. La aprehensión de la fantasía y la percepción de la realidad son dos caras inseparables de la elaboración de la posición depresiva, del reconocimiento del objeto y de su existencia separada. Esta experiencia es necesaria para la formación de símbolos y la configuración de estructuras significativas. La conceptualización del simbolismo de la teoría kleiniana desarrollada, corresponde a H. Segal. Esta autora, puso de manifiesto que la reflexión sobre el símbolo se hace relevante cuando fracasan algunos eslabones de la cadena de la simboli-
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zación. Por su experiencia con pacientes psicóticos, vinculó la formación de símbolos a la identificación proyectiva, al interjuego de las posiciones y la elaboración de la situación edípica temprana. Sugirió que la identificación proyectiva excesiva producía ecuaciones simbólicas propias del funcionamiento psicótico, en las que el símbolo es tratado como si fuese la cosa. Esta autora considera la simbolización como una relación entre tres términos: el yo, el objeto y el símbolo. “La formación de símbolos es una actividad del yo que intenta tratar con las ansiedades estimuladas por su relación con el objeto especialmente por el sentimiento de pérdida”. (Segal, H, 1957) En el añadido de 1979, siguiendo ideas de Bion, consideró que las ecuaciones simbólicas no se deben sólo a la identificación proyectiva, sino al tipo de relación entre continente y contenido. Esta perspectiva permite comprender de manera más detallada, el papel del objeto en la construcción y utilización de los símbolos, desde la dinámica intrapsíquica y la relación intersubjetiva. Segal (1986) centró su interés en diferenciar el papel del simbolismo en la formación de síntomas y en la sublimación. En sus trabajos sobre psicosis, Bion señaló que la formación de símbolos depende de a) la capacidad de concebir objetos totales, b) la superación de la escisión en la posición esquizoparanoide c) la capacidad de integración y elaboración de la posición depresiva (López Corvo, R., 2003). Estas premisas ubican la formación de símbolos en la parte no psicótica de la personalidad, criterio que matizará más adelante al considerar que el paciente psicótico puede crear símbolos con sentido privado, aunque resulten inadecuados para su uso público. La relación continente y contenido, se basa en la observación de que ciertos estados emocionales no son contenidos en la mente (Caper, R. 1999). Así como Freud mostró el papel de la represión para desalojar de la mente consciente representaciones intolerables, Klein y Bion, indicaron que el elemento no tolerado puede ser atribuido al objeto mediante la escisión, la proyección y la identificación proyectiva. Estos mecanismos pueden diluir los límites entre el yo y los
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objetos al servicio de la comunicación, o hacerlo de modo más intrusivo produciendo confusión. Cuando la contención funciona de modo adecuado, el objeto modifica los impactos emocionales proyectados y crea elementos que retornan al sujeto de manera apta para el almacenamiento, el sueño o el pensamiento. La función de reverie despoja al elemento original del exceso de ansiedad, favoreciendo la abstracción inherente al desarrollo de los símbolos. La experiencia emocional vivida y proyectada por el sujeto, cuando logra ser contenida y nombrada por el objeto, ya no es la misma que la experimentada por el sujeto, aunque la representa. Ha tenido lugar una transformación, que de acuerdo a las características del emisor y del recipiente, puede conservar semejanzas formales con el elemento original o padecer distorsiones que la hacen difícil de reconocer. La obra de Bion es un esfuerzo por establecer un modelo explicativo de estas circunstancias. Con una función continente adecuada, el elemento transformado conserva ciertas invarianzas por lo que la deformación no impide el reconocimiento de su referente. Pero hay situaciones en las que el contenido supera la capacidad del continente que no puede transformar la proyección. En estos casos, se abre el camino de la “transformación en alucinosis”, cuando la experiencia emocional proyectada no se transforma en representación mental sino que toma la vía de la descarga motora, la somatización o la evacuación sensorial. Podemos relacionar esta función con la formación de símbolos. El sujeto tiene la expectativa de recibir algo de un objeto: una preconcepción en espera de una realización. La disposición del sujeto de realizar sus expectativas con elementos provenientes del objeto, requiere tolerar el carácter heterogéneo, de las dos partes del símbolo. Un símbolo no se sostiene en la reunión de dos elementos idénticos. Cuando no se tolera lo heterogéneo de la relación, como en las estructuras narcisistas, predomina la expectativa de encontrar elementos homogéneos, evacuaciones del propio sujeto o expresiones reaseguradoras del objeto. En este caso, Bion supone que se ha destruido la preconcepción debido a una catástrofe emocional primitiva. Bion retoma la
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idea de M. Klein, del ataque sádico al interior del cuerpo de la madre, en un mayor nivel de abstracción. Considera que el rechazo de la realidad estimula el ataque al propio aparato perceptivo. Así como en pacientes menos perturbados hay un ataque hostil a la situación edípica, en pacientes más graves se ataca la preconcepción edípica, es decir, al aparato que debería hacer comprensible la relación entre los padres y en general a la relación entre los objetos para darles significado (Bion, 1965). La hostilidad subyacente a estos ataques no es percibida como tal por la subjetividad del paciente, porque no se dirige sólo hacia el objeto sino a las propias estructuras perceptivas. No se trata solamente de un ataque a la realidad sino al dispositivo destinado a registrarla. La pseudo realización conseguida por el encuentro con sus propias evacuaciones o con la utilización reaseguradora del objeto, produce una realidad desprovista de vida y significado, contribuye al mantenimiento de lo previsible y conocido, con un sentimiento de satisfacción omnipotente. Es una fuente de malentendidos y de impasse, difícil de manejar. El paciente espera lo que el analista no le puede dar y lo que ofrece el analista aumenta la desesperación del paciente. Este tipo de expectativa no es una preconcepción, sino que Bion la denomina predeterminación y a mi modo de ver caracteriza la relación de objeto narcisista e interfiere en el proceso de transformación simbólica. Así como el estudio psicoanalítico de la simbolización se hizo posible con la investigación de sus formas patológicas (ecuación simbólica, pensamiento concreto) la transformación en alucinosis nos hace pensar en cuestiones de interés teórico y clínico. Bion intuía esta derivación de sus ideas, cuando señalaba que era “necesario ampliar el concepto de alucinosis para poder ubicar un número de configuraciones que por el momento no son reconocidas como equivalentes” (Bion, W. R., 1965) Creo que algunos procesos descritos a propósito de la transformación en alucinosis se aplican a situaciones clínicas que van más allá del fenómeno alucinatorio habitual, en especial en pacientes con rasgos narcisistas. En las transformaciones en alucinosis el curso que lleva desde
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una experiencia emocional a una representación mental, sufre una perturbación por la cual en lugar de la representación aparece una percepción sensorial. En esas circunstancias los órganos de los sentidos funcionan de manera evacuativa. El mismo aparato psíquico forma “representaciones evacuativas” que en lugar de asociarse con otras representaciones, desembarazan la mente de sus contenidos para aplacar ansiedades derivadas de la incertidumbre o el caos. Cuando la evacuación domina el funcionamiento mental pensamos que la capacidad de contención ha sido destruida por la catástrofe emocional primitiva causada por el desencuentro entre las necesidades proyectivas del sujeto y la falta de receptividad del objeto. La vivencia de que está cerrada la vía proyectiva, por dificultades del sujeto o del objeto, obliga a buscar vías alternativas de comunicación La teoría de las transformaciones y la relación entre continente y contenido nos permiten comprender situaciones clínicas en las que si bien se forman símbolos está obstruida la capacidad de utilizarlos de modo comunicativo. Planteado de otro modo, la utilización de los símbolos puede orientarse de modo defensivo a reasegurar evidencias de sentido o de forma creativa generando nuevo significado. Las comunicaciones del paciente pueden reflejar: a) el crecimiento cualitativo en el pensamiento que nos informa si están abiertos los caminos hacia la abstracción, la simbolización y el pensamiento y b) el uso que hace de su pensamiento. La evolución de los elementos hacia la simbolización expresan, además de procesos intrapsíquicos, mecanismos relacionales que reclaman funciones específicas del objeto, como la reverie. Las transformaciones que mantienen las invarianzas están abiertas al camino de la abstracción y la simbolización. En cambio, las transformaciones en alucinosis, o sus equivalentes, tienden a quedar fijados como elementos concretos con fuertes resistencias a la transformación, tanto intrapsíquica como en la relación analítica. Para que un elemento psicoanalítico, sea cual fuere su grado
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de complejidad, pueda ser transformado debe ser capaz de ponerse en cuestión y tolerar la expectativa de algo nuevo, lo que equivale a transformarse en preconcepción. Esto es válido también para el aparato teórico y conceptual del analista. Esa capacidad para la transformación, debe acompañarse de otros requisitos para que funcione el proceso hacia la abstracción. Bion (1965) dice que para que la transformación sea posible a) el enunciado debe tener dimensiones, b) deben ser aceptadas ciertas reglas y c) debe respetarse la multiplicidad de vértices. La resistencia o el fracaso de la transformación se deben a la destrucción de alguno de estos elementos. Podemos decir que la dimensión es aquello que hace del elemento, o representación en cuestión, algo apto para ser objeto de observación, para el analista y para el analizado. Sólo es observable para la pareja analítica cuando tiene más de una dimensión, porque en caso contrario, sólo se trata de un elemento concreto. Las reglas son los procedimientos asociativos que brindan el contexto de fantasías, emociones, ideas o defensas, que sirven para distanciarse del mero raciocinio dando cabida a las mociones inconscientes. Los vértices, representan la posibilidad de multiplicar los puntos de vista, sin excluirlos, sino coexistiendo unos con otros, a pesar de las incompatibilidades dictadas por la lógica consciente. Volveré al material clínico reseñado al comienzo para ilustrar estos conceptos.
Material clínico Examinando la comunicación del paciente puedo decir que la observación sobre la luz de la lámpara era verdadera, pero esa era sólo una de sus dimensiones. Para mí evocaba otras, relacionadas con su aire triunfal, con la experiencia de la sesión anterior por lo que suponía que además de la constatación “objetiva”, su comunicación contenía algo acerca de su estado mental, aunque me faltaban indicios actuales para orientarme. El paciente se mantuvo en un largo silencio, que para mi fue un obstáculo a las reglas de la transformación que consisten en
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escuchar el flujo de asociaciones para comprender el contexto de la comunicación. El Sr. F. que empezó su análisis por las dudas que paralizaban su vida afectiva, repetía el mismo perfil en la relación con mis interpretaciones, frente a las que entabla debates lógicos a los que en ocasiones me veo arrastrado. En la sesión previa a la viñeta descripta, pudo escuchar mis intervenciones con una actitud más receptiva y sus asociaciones le permitieron enfocar sus conflictos de modo diferente. El prolongado silencio inclinaba el sentido de sus palabras en la dirección de un triunfo: al echarse en el diván, él podía ver con sus propios ojos que finalmente yo le había escuchado y había actuado sobre sus objetos reales, sobre la pantalla de la lámpara como elemento concreto. Me imaginaba que el silencio del paciente era una forma de decir que yo había cedido en mi empeño de interpretar sus fantasías inconscientes, objetos internos y la transferencia, accediendo a actuar sobre la realidad externa. Precisamente este es uno de los rasgos de la relación analítica: la presión para que yo me pronuncie acerca de sus dudas en el mismo nivel del conflicto en que él lo comunica; por el contrario, le irrita que le interprete en el ámbito del mundo interno o la relación transferencial. A medida que pasaban los minutos pensé si esperaba algún comentario mío. En medio de un tenso silencio, su respiración parecía expulsar su malestar. Yo podría haber indagado el motivo de su silencio, pero mi impresión era que él necesitaba expresar su contrariedad, su irritación y que yo debía tolerarlo. Mi impresión es que en ese momento sólo esperaba un reaseguramiento que confirmase lo que era evidente. Decidí permanecer en silencio, ver si el paciente recuperaba las reglas asociativas y se favorecía un proceso de transformación. Después de un rato dijo: “no se qué me pasa con la sexualidad, es algo que hace tiempo que me preocupa”. Lo dijo enfáticamente y me pareció que ponía punto final al episodio previo, anunciando un nuevo tema. Explicó que al acabar la sesión anterior, tenía visita con el dentista pero se confundió, llegó una hora antes y
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tuvo que esperar sentado en un parque. Mientras miraba a un niño jugar acompañado de sus padres, se encontró de pronto fantaseando que mantenía una relación sexual con la que parecía ser la madre. “Me había olvidado de todo lo que me rodeaba y me estaba recreando con esas escenas excitantes. Me da vergüenza reconocer las fantasías que tengo pero en mi trabajo me paso ratos mirando hacia la ventana que está frente a la sala de profesores; en esa ventana, miro a unas chicas mientras se cambian la ropa y estoy pendiente de ver si se desnudan… Todo esto me preocupa y me angustia reconocerlo.” En un esfuerzo por recuperar la comunicación explica algo íntimo. Pero yo percibo también su necesidad de apartarse de lo anterior, de escindir el espacio y el tiempo de la sesión tomando distancia de algo inquietante. Al anunciarme que ahora hablará de su sexualidad, sugiere que lo que sigue no tiene nada que ver con el inicio de la sesión. Ahora indica que estamos en el plano de sus conflictos sexuales que deben interpretarse como tales. Es evidente el contenido sexual de sus fantasías, pero hay otro plano de observación clínica. A mi modo de ver, al permitir que surjan asociaciones, se produce una transformación de la experiencia emocional inicial incluido el silencio posterior. Esta transformación establece un vínculo entre el principio de la sesión, el silencio y sus asociaciones posteriores. En la sesión, estábamos esperando en silencio para entender lo que ocurría. Cuando el Sr. F., recupera la comunicación me habla de una espera que él había tenido después de la sesión de ayer y se angustia al observar lo que ocurre en su mente cuando frente a la espera se introduce en un objeto en forma de fantasías eróticas. Creo que las invarianzas entre una escena y otra autorizan a suponer que ha tenido lugar una transformación. Pienso que se trata de su vivencia inconsciente de lo que ha estado ocurriendo entre analizado y analista durante la sesión, marcada por la percepción de la lámpara y el silencio. A partir de entonces yo espero las asociaciones y él espera una intervención mía reaseguradora. Creo que subyaciendo a la espera silenciosa en la sesión existe la fantasía inconsciente de que ambos nos hemos
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metido a “hurgar” en la cabeza del otro, de manera insidiosa y excitante. Le dije que eso era lo que había ocurrido durante el largo silencio, cuando después del inicio de la sesión había estado esperando, en una escena similar a la espera del dentista en el parque. Seguramente él fantaseaba meterse en mi cabeza, pero también podía sentir mi curiosidad por lo que pasaba en la suya. Con fastidio y desconcierto rechazó mi intervención diciendo que no entendía cómo al hablarme de un problema sexual de su vida real, yo le cambiaba de tema y le hablaba de lo que pasaba en la sesión. Me reprochó mi forma de entender el análisis y mi actitud de centrarme en lo que pasa entre él y yo. Mi intervención, colocando sobre mí el aspecto intrusivo, acercando la curiosidad y la excitación desplazadas, a la intimidad del vínculo analítico, le desconcierta. Después de unos instantes me dijo que ha estado pensando en volver con A., una chica con la que se encuentra cada tanto. Intenta ordenar las ventajas y los inconvenientes de esa reconciliación, pero al mismo tiempo menciona la posibilidad de iniciar una nueva relación con B., otra chica que acaba de conocer, pero que también tiene ventajas e inconvenientes difíciles de valorar. Mi intervención, al intentar integrar dos planos, el de la experiencia real externa y el de la transferencia, lo somete a una sobrecarga de ansiedades. Entonces escinde la experiencia, y la transforma en dos alternativas que trata de manejar razonando: si reconciliarse con su antigua relación o aceptar la nueva. Despojadas de las emociones, las dos alternativas se convierten en datos objetivos con sus ventajas e inconvenientes, que forman un circuito obsesivo difícil de desenredar. Pero en el contexto de la sesión, esta asociación simbolizaba la representación figurada de sus defensas obsesivas. Frente a lo inmediato de nuestra relación, sólo confía en sus propios razonamientos como si ningún otro recurso pudiese ayudarle. En esta nueva pausa noto que el silencio cambia de tono, la irritación desaparece y de pronto me dice que le ha ocurrido algo curioso porque se quedó dormido un momento y “vi una mano
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que se me acercaba,...era sólo una mano que me alcanzaba un sobre pero alrededor había paredes de hielo...”. Después de un momento de confusión entre vivencia onírica y realidad, en un ambiente menos tenso, recuperó su actitud autocrítica hablando de sus cosas pendientes, cuentas que pagar, arreglos de la casa, correspondencia atrasada y se acusa de perezoso.... Entre mi intervención y los nuevos reproches, aparece un sueño (o una transformación en alucinosis de la experiencia emocional) un intervalo entre sus razonamientos, con una mano que acerca un mensaje en medio de un paisaje congelado. Luego, un superyó rígido retoma el control de la situación recuperando los autorreproches conocidos y distanciándose de la novedosa experiencia oniroide. Le señalé cómo el sentía que a pesar de las paredes congeladas por los razonamientos, había una mano tendida con una carta, un mensaje que aparecía cuando se dejaba ir en el sueño. El lunes siguiente, al inicio de la sesión me explicó que había tenido dos sueños. En el primero tenía una intensa excitación sexual pero no podía retener ninguna imagen. En el segundo, estaba en un piso muy agradable, con vistas a un hermoso paisaje, con un jardín lleno de plantas. En ese jardín, el paciente se encontraba junto a su madre disfrutando del piso y de sus vistas, mientras le mostraba a ella el proyecto de una vivienda que tenía en un plano; se trataba de dos construcciones contiguas, pero él quería derribar los muros para hacer un salón común a ambos pisos. Esta vez el Sr. F., aportó asociaciones relativas a la estrecha pero difícil relación que tiene con su madre y pudo escuchar mis interpretaciones. Le dije que le inquietaba reunir en un solo espacio las diferentes emociones que acompañan su relación conmigo y por lo tanto en un sueño aparecía su excitación sexual pero sin imágenes y en otro sueño, estaban las imágenes pero con emociones agradables. Le señalé también que estaba interesado en nuestro proyecto de trabajo analítico, en las vistas y el paisaje que teníamos delante, pero su deseo de vivir conmigo en un mismo espacio, proyectando una sala común, le despertaba una fuerte inquietud. La excitación que le despertaba esta fantasía, la
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expresaba en forma sexualizada pero la dejaba apartada en el sueño sin imágenes. Creo que este material muestra no sólo la capacidad para crear símbolos, sino una creciente capacidad inconsciente para representar sus ansiedades, la tendencia a fusionarse en un espacio indiferenciado y a recurrir a drásticos mecanismos de disociación.
Discusión En psicoanálisis el símbolo alude a dos elementos que han sido separados por la represión, la escisión, la proyección o la introyección y las correspondientes consecuencias identificatorias. La reunión de estos elementos separados produce un incremento de significado, que no se limita al efecto de integrar elementos separados, sino también a los procesos de organización y reestructuración del propio psiquismo. La idea de Bion de considerar por separado los pensamientos y el aparato para pensarlos, nos permite diferenciar los procesos de generación de significado simbólico por un lado, de su utilización más defensiva y comunicativa por otro. Además, nos permite observar que estos procesos no afectan sólo al elemento simbólico, sino al aparato psíquico al poner en juego todos sus recursos de integración o, en todo caso, sus dificultades para llevarlo a cabo de manera exitosa. En sus reflexiones sobre la creencia inconsciente, Britton (1998) sugiere que el yo tiene la capacidad de añadir la autoridad de la creencia a las fantasías, lo que les confiere un estatuto especial dentro de la personalidad. El yo no es el origen de nuestra experiencia, sino que organiza y afirma su realidad psíquica aunque no sea el creador de su sustancia. Tiene la capacidad de producir alternativas a la realidad –como en el ensueño, que no es ni realidad externa ni realidad psíquica- y si a esas construcciones se les da el estado de creencia, la ficción pasa a ser tratada como un hecho. Pero precisamente si el yo posee la capacidad de dar
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consistencia de hecho a una fantasía a través de la creencia inconsciente, también tendría la capacidad de cuestionarla al darse cuenta que es sólo eso, una fantasía con el soporte de una creencia. Esto favorece el estado de preconcepción, de no saturación de los enunciados y por lo tanto de crecimiento en la capacidad de simbolización y del desarrollo del aparato para pensar. Creo que el material clínico, ilustra el fragmento de un proceso que se inicia con una sesión provechosa, previa al material reseñado. Todo aumento del insight provoca una desorganización pasajera de las relaciones de objeto internas, por lo que el psiquismo intenta recuperar el equilibrio perdido. Sugiero que este es el significado simbólico de su constatación acerca de la lámpara, aunque en un primer momento sólo se trate de un enunciado concreto, sin indicios de sus conexiones afectivas o ideativas. En mi opinión expresa el funcionamiento narcisista, que espera que sus enunciados no sean transformados en la mente del analista, emitiendo un símbolo sin capacidad transformadora. Para ello el enunciado es despojado de dimensiones, las reglas pierden sus cualidades y los vértices son destruidos. No pretendo decir que su observación inicial sea una alucinosis; pero propongo pensar que una percepción realista, cuando queda despojada de capacidad de transformación, se convierte en un elemento evacuativo con escasa capacidad simbólica. Esta situación tiene características análogas a las que Bion propuso para la transformación en alucinosis. El prolongado silencio posterior a su enunciado me convierte en alguien que sólo escucha al paciente en sus reclamos más concretos y corrige la dirección de la luz para evitar molestias. Si esto es así, la comunicación del paciente al comienzo de la sesión, no funciona como una preconcepción que busca aparearse con realizaciones provenientes del objeto, sino que se trata de una predeterminación. La predeterminación no espera un sentido nuevo, sino evidencias del sentido ya aportado por el sujeto, como reaseguramiento para sus proyecciones. Haciendo un ejercicio conceptual podemos pensar que en el material hay tres tipos de alucinosis: la percepción real del objeto
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externo lámpara, al que le atribuye un sentido en busca de mi reaseguramiento; la situación de espera como experiencia emocional que se transforma en una intrusión angustiante en el objeto, y después de un intercambio poco satisfactorio con el analista, una alucinación visual en forma de experiencia oniroide en medio de la sesión, que está al servicio de la comunicación: la imagen de la mano con la carta rodeada de un panorama congelado. Difícilmente podría explicar con tanta exactitud, el estado de la relación transferencial y del mundo interno, congelado por las racionalizaciones. El paciente, dominado por la predeterminación sólo espera evidencias de sentido, y le angustia la generación de sentido nuevo. El sueño en la sesión, con una mano que atraviesa las paredes heladas, más cercana formalmente a la alucinosis es, sin embargo, una experiencia comunicativa, representación condensada de nuestra relación en la que el esfuerzo de ambas partes, atraviesa las paredes congeladas. El problema para el analista es reconocer que el paciente se halla en estado de predeterminación (que no sería más que una expresión de su funcionamiento narcisista); a partir de allí, buscar en las comunicaciones del paciente, puntos de apoyo para recuperar el funcionamiento en base a preconcepciones (o ayudar a reparar las preconcepciones destruidas). Creo que a pesar de la predeterminación, la situación es más flexible si ayudamos al paciente a conectarse con sus propias producciones escindidas, como pueden ser asociaciones, recuerdos, o sueños.
Comentarios finales En este trabajo he intentado pensar en algunos conceptos y situaciones clínicas en torno a la transformación en alucinosis y su relación con la simbolización. Explorar los diferentes pasos por los que transcurre la transformación y poder observarlos, señalarlos o interpretarlos. La transformación ocurre de manera espontánea en la mente del paciente y también, aunque no sólo de manera espontánea, en la mente del analista. Al explorar los
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factores que favorecen las transformaciones aparecen también los factores que interfieren con ellas. Puede ser útil analizar las interferencias que impiden la transformación en cada uno de estos pasos y también en la transmisión del paciente al analista o del analista al paciente. De acuerdo a lo señalado la transformación en alucinosis requiere del ataque a las dimensiones, reglas y vértices del enunciado. Propongo explorar situaciones clínicas en las que se dan estos ataques aunque no vayan acompañadas de alucinaciones en el sentido clásico, no obstante lo cual pueden crearse momentos clínicamente equivalentes. A menudo el conflicto se plantea como un desacuerdo entre las virtudes de una transformación en alucinosis y una transformación en psicoanálisis, porque son enfoques que rivalizan entre sí. Bion subraya que cuando esto ocurre es necesario aclarar analíticamente este punto para lograr algún progreso. En este trabajo he intentado reflexionar y mostrar alguno de estos movimientos a través del material clínico. Cuando este problema se aclara, el conflicto continúa pero se convierte en intrapsíquico: los métodos rivales luchan por la supremacía dentro del espacio interno del paciente. El otro punto sobre el que deseo reflexionar es la idea extendida de que la preconcepción es un estado mental primario de expectativa. Si tenemos en cuenta algunos de los conceptos esbozados en esta presentación y también el material clínico, podríamos decir que la preconcepción resulta de una interacción. No me parecen convincentes los planteos genéticos radicales, sino admitir que siempre hay interacción y que en su seno se dan los procesos proyectivos, introyectivos, la transformación de los elementos beta en elementos alfa y en paralelo con ello, la configuración de preconcepciones en busca de realizaciones. El estado de predeterminación que hemos explorado sería una defensa frente a las ansiedades catastróficas que surgen cuando los requisitos para la proyección, introyección e identificaciones proyectivas no están disponibles. Así como el funcionamiento de la preconcepción busca la realización que da significado, la
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predeterminación busca evidencias que reaseguren el sentido ya conocido.
Resumen El proceso y las interferencias de la transformación simbólica Guillermo Bodner En este artículo se reflexiona sobre algunos vínculos entre la simbolización y los procesos de transformación descriptos por Bion. Se esboza una breve reseña del desarrollo del concepto de simbolización en la teoría kleiniana, en especial en torno a algunas formas de fracaso del proceso de simbolización en las relaciones de objeto narcisistas. Se describen asimismo, algunas ideas a partir de la transformación en alucinosis, las posibles extensiones de este concepto y los factores que facilitan o entorpecen la transformación. Finalmente, a través de fragmentos de material clínico, el autor intenta ilustrar situaciones clínicas que diferencian la expectativa de preconcepción que lleva a la generación de significado, de la predeterminación, que demanda el reaseguramiento.
Summary The process of symbolic and posible interferences. Guillermo Bodner This paper is a reflection concerning some links between symbolisation and the transformation process described by Bion. A brief review of the development of the concept of symbolization in kleinian theory is outlined, specially related to some failures of symbolization in narcissistic object relations. Starting from the idea of transformation in hallucinosis, some possible extensions are explored as well as the factors which facilitate or hamper transformation. Finally, through some clinical vignettes, the author tries to illustrate different clinical situations which show the
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difference between expectative of preconception looking for new meaning and predetermination which claims for reassure. Descriptores: TRANSFORMACIONES / SÍMBOLO / MATERIAL CLINICO /
Bibiografía BION, W. R. (1965) Transformaciones, Ed. Hormé, Bs. Aires. BRITTON, R. (1998) Belief and imagination, Routledge, London CAPER, R. (1999) A mind of one’s own, Routledge, London KLEIN, M. (1930) La importancia de la formación e símbolos en el desarrollo del yo, Obras completas, vol. II, Ed. Paidos, Bs. Aires. LÓPEZ CORVO, R. (2003) The dictionary of the work of W. R. Bion, Karnac, London PETOT, J.M. (1982) Melanie Klein, Primeros descubrimientos y primer sistema (1919-1932), Paidos, Buenos Aires. SEGAL, H. (1957) Notes on Symbol Formation. Int. J. Psycho-Anal., 38:391-397 (1979) Postcript to Notes on Symbol formation, in Delusion and Artistic creativity and other psychoanalytic essays, Free Association Books, London [1986]
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Buscando la simbolización Gustavo Jarast*
Por fin sabremos, pues, que hace el analista con el paciente... Entre ellos no ocurre otra cosa sino que conversan… El proceso del análisis… sólo consiste en diálogos y en un intercambio de comunicaciones… S. Freud (1926 b) ¿Pueden los legos ejercer el psicoanálisis? Diálogos con un juez imparcial
En 1937 Freud publica primero ‘Análisis terminable e interminable’ y poco después ‘Construcciones en psicoanálisis’. En el presente trabajo intentaré mostrar como estos textos representan una síntesis de debates fundamentales dentro del psicoanálisis, particularmente aquél que devela una línea central para el presente y el futuro de nuestra terapia. Pero fundamentalmente es mi interés dentro de este marco contribuir a reflexionar sobre el abordaje teórico técnico de los pacientes con severas fallas en su capacidad de simbolización, como para intentar aproximar una posible propuesta terapéutica. Ya no hablamos tanto de la ‘analizabilidad’ de un paciente, afortunadamente podríamos decir, pero seguimos en muchos casos manteniendo criterios y teorías que continúan ‘procustizando’ los alcances de nuestro método. De este modo entregamos el destino terapéutico de tanto * Miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina. Castex 3330, 2º A,(C1425CDF), Buenos Aires, R. Argentina. E-mail: jarast@fibertel.com.ar
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paciente, que sólo podría desviar su sino con un psicoanálisis –un psicoanalista- bien pertrechado de las herramientas que lo habiliten para condicionar ese giro posible. Con respecto a ambos textos mencionados considero que también representan la culminación de largos intentos de comunicación entre Freud y la primera generación de psicoanalistas, de encuentros y desencuentros, en general muy dolorosos, en los que estos hombres manifiestan toda la entrega y pasión de lo que el descubrimiento del psicoanálisis y la sorprendente práctica clínica despertaba en ellos. En todos van apareciendo profundos problemas personales que por falta de posibilidad de tratamiento psicoanalítico adecuado para ellos, se van vehiculizando en la dramática relacional entre ellos mismos y también con sus pacientes. Asimismo, los conflictos se expresan, podríamos decir en una forma de autoanálisis desenvuelta a través de la actividad científica y la escritura. El primero en ejercitar esta actividad fundacional es el mismo Freud. En el fundador del psicoanálisis, parece haber sido proverbial su actividad autoanalítica, manifiesta en la elaboración teórica expresada a través de la escritura, como modo de elaboración de su intenso experimentar personal y clínico. Así fuimos beneficiados con la creación de nuestra ciencia, y el enriquecimiento que significó extenderla a la curación posible de un padecer humano, profundamente arraigado precisamente en esa cualidad humana. Creo que la obra freudiana se compone a su vez básicamente de dos vertientes: el texto ‘oficial’ y la correspondencia personal con sus colegas. A su vez año a año vamos sumando mayor información que nos ayuda a entender mejor la profunda raigambre emocional de las elaboraciones freudianas y de las intensas controversias teóricas y técnicas, que también se enraizaban en conflictos internos e interpersonales, confundidos muchas veces con las genuinas motivaciones fundamentalmente de tipo clínico en la que estaban
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tan comprometidos. Este enfoque dinamiza a mi criterio la comprensión de debates metapsicológicos y técnicos, así como ayuda a establecer puentes de diálogo tanto inherentes a los múltiples abordajes internos al psicoanálisis, como a ubicar más lucidamente el vínculo con otras expresiones de la cultura, por ejemplo las neurociencias. Por otra parte contribuye a recordar, previo reconocer, la actualidad de algunos debates históricos, que se repiten hasta llegar a nuestros días, pero no siempre explicitada de manera adecuada aquella raíz, por lo que puede hacer confundir, sobre todo al analista en formación, sobre la ‘originalidad’ de la nueva propuesta, desgastando esfuerzos que podrían aprovecharse mejor en la búsqueda de una mayor complejización en lugar de la reiteración de aquellas antiguas polémicas, tantas veces cubiertas sólo en nuevos ropajes enunciativos. La interrelación entre los textos publicados y la correspondencia personal, nos ubica en el contexto del hombre en su entorno, rico y a la vez conflictivo, que contribuyó de modo decisivo a la decantación de la obra escrita. Nos muestra también uno de los aspectos más interesantes para el debate intelectual: cuanto podemos aislar un conocimiento abstracto, o considerarlo como producto de un conjunto de personas, del apasionamiento de quienes están jugando convicciones fuertes, en algunos casos con un compromiso que podría considerarse excesivo, dadas las repercusiones no siempre inocuas de ese apasionamiento, mucho más tratándose de discusión psicoanalítica. El psicoanalista en su desempeño profesional, y en la posibilidad de acceso a los diferentes tipos de pacientes, particularmente a aquellos considerados como ‘no neuróticos’, podrá deponer las armas ante el paciente ‘no analizable’, o contar con su impulso y contribución personal a la terapia, nuevamente en tantos casos indispensable para ‘inventar’ ese tratamiento psicoanalítico. En la historia del movimiento psicoanalítico se han sucedido etapas, entre las cuales ha habido algunas más prolíficas por su
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proyección en el plano terapéutico y sus repercusiones en la plasmación de los nuevos temas del psicoanálisis contemporáneo, que no siempre han sabido reconocer sus raíces, en muchos casos, en la raigambre fundacional como acabo de plantear. De modo entonces que esa suerte de escotomización puede producir angostamientos teóricos, riesgos de idealización, encandilamientos sobre lo verdaderamente novedoso, y tal vez lo más importante un estancamiento de la creatividad, reverberando argumentos conocidos sin confrontación de los mismos, con riesgo de sepultamiento de las problemáticas centrales y exclusión de las mismas. Las resistencias al psicoanálisis no han disminuido. Casi por definición sabemos que el psicoanálisis como ‘profesión imposible’, tiende a generar retornos dada la magnitud de las fuerzas a las que intenta combatir. Esto ha resultado en la proliferación de propuestas teóricas y terapéuticas desde distintos campos del conocimiento, que aún intentando desmentirlo por esa vía paradójicamente reconocen el eje central que ocupa el psicoanálisis. Pero sabemos que estas consideraciones no son suficientes y que entonces por la complejidad de la propia labor clínica y por las dificultades que conlleva la formación, la trama resistencial inevitablemente requerirá de su permanente ‘Durcharbeitung’. Lo mismo y de un modo más conflictivo lo padecemos ‘puertas adentro’, en nuestros devenires institucionales. Por ejemplo la ya clásica, pero vigente polémica entre ‘un psicoanálisis o muchos’ planteada por Wallerstein, o el reciente debate Widlöcher-Miller, o la aún más reciente controversia GreenWallerstein. La tarea de Freud de autoanálisis como insistente búsqueda de la verdad lo llevan con su característica honestidad intelectual a reconocer en algún momento su criptomnesia respecto al descubrimiento de los ‘verdaderos’ fundamentos del psicoanálisis en Ludwig Börne ( Freud, 1920b). Recuperar o reconstruir nuestra historia, que es finalmente la tarea a la que nos abocamos, nos afirmará más en nuestra identidad y nos mantendrá más a salvo del retorno a los tiempos de la
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hipnosis, de la sugestión, preocupación siempre mayor en el creador del psicoanálisis, y finalmente esencia de su fundación. Más precisamente el acceso efectivo al padecimiento que hoy ya sabemos que involucra muy diversas formas de sufrimiento y limitaciones que exceden el síntoma ‘simbolizado’, desde el ‘antianalizando’, hasta los adictos, caracterópatas, psicóticos, psicosomáticos, traumatofílicos, etc., hace ya mucho tiempo están encontrado caminos accesibles a una cura posible. Los analistas rioplatenses hemos sido particularmente pioneros en estos caminos.
Diálogos e intentos de comunicación Si bien la inauguración ‘oficial’ del psicoanálisis se la suele ubicar con la publicación de la ‘Traumdeutung’, ya había transcurrido una prolífica historia previa, sustancialmente con el clivaje de 1897, y el replanteo de la teoría de la seducción. El trauma ‘real’ pasa a ser resignificado por la preeminencia de la realidad psíquica, la vigencia de la fantasía en la producción del mismo. En los años del ‘esplendido aislamiento’, en realidad dialogaba real e imaginariamente con infinidad de interlocutores, colegas, maestros, pacientes, parientes, autores, confrontando sinceramente con quienes así sentía que debía hacerlo, como nos da cuenta su correspondencia, por supuesto privilegiada en la persona de Fliess. Por otra parte como nos dan cuenta sus escritos y especialmente la interpretación de sus sueños, nos muestran a un Freud que en su autoanálisis ‘soñaba’ despierto interpretándolos, teniéndonos a nosotros también como interlocutores del futuro. Aquellos quiénes alguna vez compartiríamos con él su esforzada labor, siempre actual. Estaba formando al psicoanalista en él, y al del porvenir, por lo cual su tarea finalmente nos tenía por interlocutores a todos nosotros.
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Este contexto ‘contenedor’acompañó a Freud a lo largo de su vida. Seguimos conociendo las vicisitudes de la relación con los compañeros de ruta ‘reales’ de Freud, con quienes mantuvo relación intensa e inteligente hasta que sentía que se agotaba la posibilidad de un intercambio que no hiciera peligrar la necesidad de afirmar y seguir avanzando en el progreso del psicoanálisis como ciencia nueva, que debía ser consolidada y de la que él era principal soporte, con plena lucidez de ese papel, y por supuesto con la convicción de su descubrimiento. Uno de sus principales interlocutores en la historia personal, y en la del movimiento fue Sándor Ferenczi, tal vez quien más acompañó a Freud, apasionadamente, seguramente con un exceso de la misma. A Ferenczi lo urgía más el contexto de descubrimiento clínico, que la afirmación de la teoría. Y los tiempos de ambos amigos no lograban armonizarse, pues sustentaban distintas preocupaciones que a veces convergían fuertemente y otras no. Como es por todos conocido hubieron dos picos de desencuentro: su escrito con Rank del ’22, y el vértigo que va de los trabajos del Congreso de Innsbruck del ’28, a los de Weisbaden del ’32. En un ritmo de controversia teórica y personal que culmina con el trágico final de Ferenczi en 1933. Recién en los últimos años, y a través del acceso a nueva correspondencia, y con la publicación del ‘Diario clínico’ en 1988, el movimiento psicoanalítico recuperó una mayor comprensión de lo que ocurrió en aquellos años, y de la esencia de los debates en juego, que no son diferentes de los del psicoanálisis contemporáneo, sólo que habían quedado desdibujados en la versión oficial de Jones. De la pasión por el psicoanálisis, y por la clínica, se había caído en una novelesca conflictiva personal que también empobreció la riqueza del debate, y en la tragedia que padecieron aquellos hombres, por no poder encontrar un mejor cauce al profundo compromiso con la causa psicoanalítica.
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Desde fines de la década del cuarenta, reaparece con fuerza el debate y la afirmación de la corriente que se sustenta en el trabajo de la contratransferencia, primero con los trabajos de Racker y de Heimann, y luego los de Winnicott y Searles, fundamentalmente. La participación del analista reaparece con toda su fuerza como con la necesidad de su involucramiento para que pueda desarrollarse un proceso psicoanalítico que tenga acceso terapéutico a un inconsciente escindido, a un psiquismo que sufrió los avatares de un trauma temprano. Se actualiza de este modo, o reemerge la polémica que entiendo más nodular en términos conceptuales, que había desencontrado a los dos amigos la década anterior. En coincidencia con las vicisitudes de los avatares teóricos y clínicos de la época, se publica quince años después de su presentación en Weisbaden, en el ‘número de Ferenczi’ del Internacional Journal, su trabajo sobre ‘La confusión de lenguas entre el adulto y el niño’. Se podría pensar que las urgencias de la clínica, así como los tiempos de elaboración que requirieron al psicoanálisis como movimiento tan intenso debate, recién pudo comenzar a decantarse en esos momentos, y a recibir el empuje, que puedo suponer hasta ese momento estaba interferido por la vigencia y fuerza de los conflictos del pasado. Si bien a través de intensas controversias personales también, pero con un grado mayor de maduración respecto de las primeras épocas, también se podría pensar que se había desarrollado un mayor grado de capacidad de ‘ensoñación diurna’, respecto de las rispideces que sin mediación había padecido más crudamente la primera generación. En Inglaterra la postura pionera de Heimann abre el camino a Winnicott, Bion, Rosenfeld, y una cantidad de prominentes autores que encuentran la posibilidad de abrir teóricamente caminos terapéuticos hasta ese momento duramente cuestionados. Algo parecido ocurre en América Latina, en donde el empuje precursor de Racker, es seguido por otros creativos analistas: Pichon Rivière, Bleger, Liberman, Grinberg, y tal vez fundamen-
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talmente por Willy y Madeleine Baranger, así como por tantos otros entrañables maestros. Fructifican de un modo sumamente receptivo en la comunidad analítica, caracterizando un psicoanálisis que se difunde por toda la región, permitiendo un crecimiento teórico técnico, que recién años después por diferentes razones, pudo claramente ser conocido y reconocido en otras regiones. El espíritu de la contratransferencia, del diálogo, de la intersubjetividad en la sesión, como eje del proceso analítico cobró un enorme auge, frente a posiciones más intelectuales, individualistas, que veían la emergencia de lo intersubjetivo, como un desvío de un psicoanálisis considerado como más genuino, según las épocas más freudiano, o más kleiniano, o lacaniano. Se podría decir una posición con una preponderancia más intelectualista versus otra con más énfasis en lo afectivo, o lo empático o finalmente claramente intersubjetivista. Forman aún parte de un debate actual en el que lo intersubjetivo es muchas veces mal superpuesto con lo interpersonal, o algunas de aquellas posturas que se sostienen en oposición a las que resaltan la importancia de la presencia del analista en la sesión. Por ejemplo para W. Baranger ‘la contratransferencia está constituida por afectos de la más variada gama… Se genera así una circulación afectiva, al mismo tiempo que verbal en lo que convenimos en llamar campo intersubjetivo… La libre circulación afectiva constituye una piedra de toque del buen funcionamiento del campo… El afecto contratransferencial es lo que obliga a echar una “segunda mirada” hacia el campo, incluyéndose él mismo como objeto de una pregunta. A título de ejemplos: “aquí no pasa nada, ¿dónde está la traba?; ¿Porque me resulta tan simpática, o atractiva, esta persona?”; “¿De donde viene esta angustia que nada justifica?”’ (W. Baranger, 1982). En su visita a Buenos Aires en 1968, recuerda Haydée Faimberg, Bion cita casi de memoria la carta de Freud a Lou Andréas Salomé del 25 de mayo de 1916, en estos términos (traducidos por mí): ‘ Cuando trato a un sujeto, desde el momento en el que arribo a algo muy oscuro, debo cegarme artificialmente
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para que un rayo de oscuridad ilumine ese punto en sombras’. De no menor importancia vale recordar de la mencionada carta, el reproche que Freud le dirige a su interlocutora refiriéndose a su búsqueda de armonía, cohesión, ‘a los efectos edificantes y a todo aquello que usted llama el elemento simbólico, pues me asusta el convencimiento de que tal meta, tales expectativas, lleven dentro de sí el riesgo de alterar la verdad, aunque puedan embellecerla’. Continúa recordando Faimberg que la preocupación mayor que manifestaba Bion era no la de lo que había ocurrido en una sesión, sino sobre la sesión que aún no había tenido lugar. En debate con Liberman, los Baranger, Mom, Bleger, entre otros, Bion acordó en que eran las palabras del paciente las que provocaban los recuerdos del analista referidos a una sesión precedente. Esos recuerdos debían ser considerados como asociaciones del analista y que como tales formaban parte de su labor analítica. Se rebelaba en contra del hábito de comenzar la sesión buscando recordar lo que había ocurrido en las sesiones precedentes, pues consideraba esta actitud como un modo de evitar afrontar una sesión nueva, con las angustias que ésta podía llegar a provocar. El ‘Bion’ que recuerda Faimberg, de una manera muy original y personal se preocupaba por problemas a los que analistas argentinos como los mencionados estaban ya muy familiarizados y sensibles. Por ejemplo Madeleine y Willy Baranger habían planteado en 1961 la noción de ‘baluarte’, referida a la figura de una repetición en el campo analítico, de una fantasía inconciente construida en una colusión inconciente entre paciente y analista, destinada a evitar su análisis, por las defensas puestas en juego por cada uno. Si el paciente no puede hacer otra cosa que repetir, y tender a la búsqueda de repetir una situación de satisfacción de una sesión anterior, destinada a impedir el análisis y la emergencia de aquello nuevo de la sesión actual, es el analista entonces el que debe crear las condiciones que le permitan escuchar aquello nuevo. Bion reflexionaba sobre las condiciones que hacían posible
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llegar a despertar ese conocimiento nuevo en un sujeto en particular en una sesión en particular. Estos énfasis proyectados a futuro se sostienen en los debates contemporáneos, a mi entender con avances y retrocesos, y replican de algún modo los antiguos dilemas o desencuentros que apesadumbraban a Freud y a algunos de sus discípulos. Creo que los costos de estos muchas veces falsos dilemas, se fundamentan precisamente en su carga pasional, en emociones inconscientes que impiden el encuentro con el argumento aparentemente opuesto, y coincidiendo con Bernardi, estas situaciones debieran resolverse por profundización de la argumentación de cada uno, por sostenimiento del debate con elementos suficientes como para evitar falacias argumentales, fuertemente sostenidas en otros factores ajenos a los que emergen en la pretendida discusión (Bernardi, 2002). No es patrimonio de nuestra ciencia la reiteración de estos desencuentros y la carga pasional de las diferentes posiciones. Pero tal vez se vea incrementado por el material con el que trabajamos que son las aproximaciones concretas a afectos angustiosos tanto en el paciente como en nosotros mismos, razones suficientes como para darles un marco controversial, racional, que nos permita volver a poner distancia con los mismos. Etchegoyen relata recientemente la anécdota de la discusión entre Ramón y Cajal y Koellicker, el más célebre histólogo de la época. Ofuscado el primero porque aquél no reconocía su teoría de la unidad neuronal, lo invita a ver la continuidad de la neurona y el axón por el microscopio. Koellicker lo hace y exclama: ‘Hay que empezar de nuevo’ (Etchegoyen, 2006). No siempre logramos los analistas tanta conformidad con un punto de vista ajeno, y muchas veces se superpone sin que lo sepamos una fuerte resistencia personal inconsciente que sostiene la fuerza de la argumentación, y si esto es así, en el terreno científico debiéramos poder crear las condiciones para que las argumentaciones sean más precisas y fundadas, así como especialmente continuar con un trabajo de análisis personal y formación permanente.
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Mantenernos en una postura analítica no defendida en supuestas posiciones ideológicas, requiere de gran labor en estas áreas, dado que la amplitud de teorías y puntos de vista, están a un alcance mucho más cercano y aparentemente menos costoso que la elaboración y el reconocimiento de las angustias que se nos despiertan. M. Baranger se refiere a la necesidad de formación permanente en el analista, por la dificultad no tanto en hacerse psicoanalista, como en seguir siéndolo.
Desencuentros ominosos Ferenczi fue el más audaz analista contemporáneo a Freud que toma su planteo del Congreso de Nuremberg de 1910 sobre la contratransferencia, dando cabida cada vez más profundamente al compromiso afectivo del analista, aún equivocándose en soluciones que él mismo va reconociendo como fallidas, o interrogándose sobre los procesos psíquicos del analista, y sus efectos en el trabajo con el paciente y en sí mismo. Freud, como todos sabemos, planteaba allí la necesidad de conocer y dominar la contratransferencia. La investigación del paciente pasa a ser intersubjetiva, a constituirse más en experiencia que en observación. Efectivamente, aunque nuestro saber convencional nos dice lo contrario, el reconocimiento de la contratransferencia, aún para dominarla, la convierte en una prematura fundación de la intersubjetividad. Pocos años después insiste en 1915 con el argumento de la peligrosidad de la contratransferencia para el trabajo analítico, y en estos mismos términos se refiere en sus cartas privadas a Jung, Ferenczi, Pfister o Binswanger sobre el particular. En 1918, sintiéndose autorizado por el mismo Freud, Ferenczi confronta con su perspectiva de la necesidad de ese dominio a través del autoanálisis, introduciendo la idea de la necesidad del análisis del analista, así como del fuerte papel de la contratrans-
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ferencia en la posibilidad de desarrollo del proceso analítico. Por ejemplo el papel que jugará en el mismo lo que llama la ‘resistencia de contratransferencia’, y sus efectos sobre la ‘objetividad’ del analista. De peligrosa, la contratransferencia pasa a convertirse en instrumento imprescindible para la marcha del proceso. Poco tiempo después Freud reformula la metapsicología con la introducción de la teoría de la pulsión de muerte y de la segunda tópica. La clínica y fundamentalmente las reacciones terapéuticas negativas lo comandan en esta profundización. En el Congreso de Berlín de 1922 instituye un premio al mejor trabajo que correlacione la teoría con la práctica del análisis. Ferenczi y Rank recogen el guante y publican en conjunto ‘Perspectivas en psicoanálisis’. Allí, particularmente el primero, cuestiona el objetivo principal del psicoanálisis como tarea de recuperar lo reprimido a través de la rememoración. Plantea que el núcleo central del análisis se debe centrar en trabajar la interacción transferencia-contratransferencia. Cada caso será nuevo y deberá ser encarado como tal en esa interacción. Unos años después a partir de 1928, Ferenczi sigue desarrollando trabajos que pivotean sobre el eje central de la contratransferencia, y su consecuencia prácticamente natural: la necesidad del análisis del analista. Auspicia la idea del análisis didáctico como análisis terapéutico, que debía ser profundo y prolongado. De modo que sólo así quedaría preservado en su integridad personal, sino que podría llevar hasta sus últimas consecuencias el análisis del paciente. En su ‘Diario clínico’ (1932) profundiza sus concepciones sobre la ‘contratransferencia real’del analista, como instrumento prácticamente indispensable para un análisis ‘real’. Con su característica fogosidad propone el análisis mutuo de paciente y analista. Refinando ese ímpetu que Ferenczi le imprimía a sus convicciones en sus escritos, la próxima generación de analistas, y hasta la actualidad, han venido sustrayendo, reformulando y regenerando la sustancia de la fragua ferencziana, en cuanto al énfasis en la
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participación emocional del analista en el proceso psicoanalítico, en la importancia de su contratransferencia y de su propio análisis para la preservación de sí mismo, y su instrumentación para extender los alcances posibles terapéuticos con el paciente. Hoy en día ‘llegamos’ al autoanálisis, si posible, solo a través de un arduo proceso psicoanalítico, y en lugar de realizar ‘análisis mutuo’, supervisamos según el modelo instaurado por Eitington en el Instituto de Berlín a partir de 1920. Ferenczi presenta su controvertido trabajo sobre ‘La confusión de lenguas entre el niño y el adulto’ en el Congreso de Weisbaden en 1932, en el que confronta nuevamente con Freud, esta vez revisandodo la teoría reconocida del trauma psíquico. En un contexto personal, lleno de tensiones, las confrontaciones adquirían una carga de violencia, muchas veces encubierta, muy peligrosa. Ferenczi fallece al año siguiente como sabemos, de anemia perniciosa. A los cuatro años, Freud escribe ‘Análisis terminable e interminable’, texto plagado de referencias al amigo desaparecido y a sus inquietudes, que no eran otras que las de él mismo, pero pensadas de otras maneras, en otros tiempos personales de elaboración, pero con simétrica pasión y preocupación. En ‘Análisis terminable e interminable’ aparece un Freud aceptando las limitaciones actuales del psicoanálisis, los gradientes del conflicto pulsional, así como aquello atinente a la realidad material, la temporalidad necesaria para una genuina elaboración de los procesos psíquicos. El autoanálisis en todo caso, de ser un comienzo de análisis, pasa a ser una estación en un camino interminable. El trauma original es ‘dramatizado’ en Ferenczi en términos que a su manera planteará Freud de modo no diferente: una trauma que no puede ser rememorado porque no fue experimentado, sino sólo a posteriori, en una trama vivida que lo objetiva como si recién allí hubiera ocurrido por primera vez. En ambos autores finalmente existe una referencia a un niño traumatizado por una vivencia no experimentada, y en ambos
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autores finalmente ese trauma originario es exorcizado a través de una suerte de introyección masiva del agresor en la personalidad aún informe del niño, como única ‘salida’ posible en esa situación traumática. El niño, en la visión de Ferenczi, introyecta al agresor y conserva así una situación de ternura, adecuándose a la pasión desbordante e inefable del adulto, único modo de mantener vigente y controlable la vivencia aún ‘inexperienciable’ de un yo incapaz aún de conciencia, pero que lo sofoca en una vivencia violenta. La identificación con el agresor se convierte en la única posibilidad de mantener un vínculo que adquiere características alucinatorias, porque aún no se ha desprendido una realidad apreciable desde un yo conciente. La realidad vigente será la de la realidad vivencial psíquica, con precisos recortes o escisiones yoicas en aquellas áreas arrasadas por la invasión pulsional de ese vínculo indiscriminado. Existe un vínculo ‘real’ agresor/ agredido, que queda desmentido por ambos por razones diferentes: de necesidad de dominio pulsional por el niño como imperativo de supervivencia psíquica, y de desmentida de su ‘violencia’ amorosa por el adulto, que a su vez también queda introyectada por el niño en un conjunto completo de la escena traumática, vivida ya como ‘realidad objetiva’. Este amplio espacio psíquico, puntualmente escindido es gráficamente denominado por Ferenczi como el estado del ‘bebe sabio’: el niño escindido, se escinde para adecuarse él a padres inadecuados. De algún modo se invierte la situación parental. Este ‘bebe sabio’ en el adulto requerirá de un analista que lo capte más allá del lenguaje convencional del adulto, porque el registro de esa escisión yoica, a la vez puntual y extensa en el aparato psíquico sólo será capaz de responder a actitudes del analista, a vivencias del mismo que el paciente capte o más bien se sienta captado por un adulto-analista-, esta vez adecuado. El paciente, que no es un psicótico necesariamente padece de fenómenos alucinatorios de las personas normales, como lo denomina Freud en su trabajo de 1936, o de autohipnosis, como
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ya hablaba en las primeras épocas, captación alucinatoria que se refiere a la emergencia de los traumas tempranos, de modo aún no ligado (como lo plantea Botella recientemente, entre otros). El trauma temprano que provocó la escisión, ya logra un esbozo de figuración de lo que será la última teoría traumática planteada en sus últimos trabajos por Freud. Previamente, un esbozo de estos resultados encuentra en ambos autores puntos fuertes de inflexión: en Freud en ‘Inhibición, síntoma y angustia’ aceptando el desamparo temprano, y la relación con la nueva teoría de la angustia. El desamparo, por insuficiencia del objeto real, no ha logrado estabilizarse como representación, debido a repetidas experiencias de satisfacción que han resultado insuficientes. En Ferenczi, la sucesión de artículos que publica a partir del ’28, van acentuando la eficacia que le concede al valor del objeto en la génesis de la situación traumática. Este ‘exceso’ de énfasis finaliza por colmar la prudencia freudiana en el tratamiento de la tensión pulsión-objeto, tan primordial para Freud, y desarticula también esa búsqueda convergente de los pasionales colegas. Este ‘exceso’ ferencziano es pensado por Freud como un retorno al proton pseudos prepsicoanalítico. El movimiento psicoanalítico a través de sus generaciones, sigue digiriendo e intentando digerir -a mi criterio-, el desborde de los planteos extremos. Reconociendo su valor y su eficacia por una parte, pero reconociendo por la otra los excesos de algunos de sus planteos. Esa misma elaboración entiendo, exigió de modo desmedido la mente freudiana, particularmente en la década del treinta, y alcanza lo que considero en los dos textos del ’37, como el máximo punto de diálogo póstumo entre ambos hombres.
Recuerdo, repetición y crecimiento mental Llamado de atención para continuar avanzando por un lado,
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no olvidar a nuestros maestros ‘reales’ e ‘históricos’, valga la expresión, y seguir aprendiendo de las lecciones explícitas positivas que nos dejaron, así como de los efectos ‘negativos’ dolorosos de los excesos. Y seguir interrogándonos para donde nos conduce este intento de aprensión -y aprehensión- de las vicisitudes de nuestra vida emocional, espiritual y sus raíces pulsionales, al que dedicamos tan gran parte de nuestra vida a través de nuestros análisis, formación y actividad psicoanalítica profesional. De hecho, paradójicamente, Ferenczi parece ser el primer ‘postfreudiano’, precursor de los principales desarrollos de las generaciones posteriores hasta la actual, con el énfasis puesto en la intersubjetividad. ¿Hasta dónde podemos, y debemos repetir en esta nueva experiencia, campo analítico ya en la sesión, en un proceso experiencial, vivencial para poder construir o reconstruir un argumento que ‘contenga’ el sentir presente con su doble faz de ropaje y novedad a la vez? ¿Hasta dónde eludimos este compromiso con una intelectualización que cancela la recuperación del fluir psíquico, desbordado o estancado? Este debate, sordo y escandaloso a la vez a lo largo de la década del veinte, no era ventilado, era ‘sabido no pensado’, e introducido con la cautela freudiana que su discípulo- amigo, por las razones que fueren no podía acompañar, así como no pudo tomar la presidencia del Congreso de Weisbaden que Freud le había ofrecido. No se podía soñar o ensoñar con el momento que se estaba viviendo, en una suerte de neurosis traumática se experimentaba todo sin mediación posible, en un puro y peligroso presente, sin posibilidad de ser soñada en ensoñación diurna ( Freud, 1908). Reverie en Bion, objetalización en Green, el analista con su persona debe apostar su subjetividad para crear una ‘neorealidad’, un tercero que genere o regenere lo nuevo, de modo que el análisis no desemboque en un ‘enactement’ irresoluble. Una neorealidad ‘no real’, que siga excluyendo las potencialidades ya interferidas
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o no desplegadas en el paciente (y en el analista). Dado que para que la realidad nueva creada sea eficaz herramienta para un proceso de transformación debe primero poder atravesar el proceso de ensoñación como tan bien nos lo explicara Bion. Simultáneamente debe contener el proceder del analista a través de su involucramiento con el paciente, un grano de verdad histórica, material en sus intervenciones, como nos lo explicara el mismo Freud (Freud, 1937b). Siempre prudente custodio del saber psicoanalítico, conciente de toda su potencialidad y riqueza, no estaba dispuesto a dejarla banalizar inocentemente. Tal vez a esto apuntaba Winnicott cuando decía que el psicoanálisis era el invento más sofisticado del siglo veinte. El proceso elaborativo para que sea verdadero requiere de un tiempo que a veces es más largo que lo están dispuestos a esperar nuestros deseos. Y esto es válido para la vida real como especialmente para el proceso analítico. Somos particulares participantes y a la vez testigos de lo que ocurre cuando no respetamos esos tiempos o no advertimos esas colusiones a veces demoníacas, con su marca transferencialcontratransferencial, en la que cotidianamente quedamos atrapados en nuestra labor. Uno de los puntos centrales, fundante del psicoanálisis, y eje de su controversia histórica es la relación entre la realidad psíquica, la fantasía, y la realidad material, objetiva. Esa dialéctica va a marcar tanto el desarrollo teórico, cuanto el desempeño clínico, y su soslayamiento o evitación trae costos notables para el proceso analítico. Casi en paralelo con los hallazgos de la pulsión de muerte, aparece en el discurrir freudiano la necesidad de plantear la teoría de la identificación, de la necesidad de la inevitable presencia de otro, sea como modelo, objeto, auxiliador u oponente, en los caminos de la búsqueda de satisfacción pulsional (Freud, 1921). El objeto revela la pulsión, nos dirá luego Green (Green,1995).
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Decanta otra dialéctica central para el psicoanálisis cual es la relación pulsión/objeto. Todos los mecanismos pre-represivos se activan y actualizan cuando la pulsión, por las razones que fueren es estimulada o al menos alcanza un poder, sin disponer aún de un yo con madurez suficiente como para poder procesarla. Esto Freud ya lo anticipa en 1915, en su artículo sobre ‘Pulsiones y destinos de la pulsión’. También nos plantea la inexorabilidad de la búsqueda de placer como ley primordial del psiquismo, pero unos años después la clínica impone la necesidad de aceptar una ley aún más primordial cual es la de evitar el dolor. La clínica pivotea entre ambas, así como en la preponderancia de los pares antes mencionados, fantasía/realidad, pulsión /objeto, que serán destinatarios y a su vez estarán al servicio del procesamiento de la presión pulsional, sobretodo cuando el yo no disponga de medios más maduros, más adecuados como para contener sus desbordes de un modo más económico para el psiquismo. La realidad y el objeto entrarán a jugar un papel mucho más preponderante en estos casos, en los que el psiquismo se ve desbordado. Esta discusión, histórica, es la que sostenía las confrontaciones de la década del veinte. Lo que debían ser acentuaciones que necesitaban madurar su fundamento para recién luego poder debatirlas de un modo asequible y transmisible en un debate, se transformó por el peso de los conflictos y de la falta de análisis de los analistas en conflictos de apariencia irresoluble, y en distanciamientos personales muy dolorosos, así como empobrecedores para el movimiento psicoanalítico, así como con un alto costo personal. Autores de las generaciones siguientes, comenzando por Bion, encontraron respuestas de plena vigencia para la comprensión y elaboración de estos conflictos tan sutiles acentuando la importancia del soñar diurno como modo de elaboración de los aspectos más primitivos, escindidos del yo del paciente.
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O como más recientemente plantea Ogden: ¿Cómo podemos ser el sueño no soñado del paciente, para que pueda empezar a soñar? O en otros términos, si como plantea Freud en 1937 el análisis es solo terminable cuando su etiología es traumática, ¿cómo ‘volverlo’ traumático, como hacerlo visible si la contratransferencia no lo admite en algún registro, por ejemplo, si no lo ‘oficializa’ como baluarte primero, para luego recién poder elaborarlo? (W. Baranger y M. Baranger,1961-62).
Construcciones fértiles La pareja Freud/Ferenczi es casi mitológica para nosotros, y emblemática de tantas parejas arquetípicas que sostuvieron debates apasionados que forman parte de la vida del psicoanálisis. El último seguramente es el que sostuvieron Green y Wallerstein en 2005. Wallerstein sosteniendo que existe una base común a las distintas teorizaciones psicoanalíticas, que hallan su punto de encuentro en la clínica. Green a su vez considera que esa base común es una ilusión. Según este autor solo mostrando material clínico consistente en la exposición de una serie de sesiones lo suficientemente expuestas es posible contrastar o encontrar afinidad entre dos teorías diferentes. Bernardi había insistido sobre la necesidad de exponer más claramente las premisas que sostienen un debate, de construir primero un campo argumentativo compartido, del cual recién pueda desprenderse una conclusión válida. Tal vez una profundización en el conocimiento de la herramienta que nos aproxima este autor, facilitará los encuentros y allanará la posibilidad de ‘controversias más verdaderas’, particularmente en el terreno de la formación, en el cual especialmente es relevante la necesidad de argumentos explícitos. En este aspecto lo que no conlleva discusión es que es en la
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sesión psicoanalítica donde cotidianamente se decide el futuro y la vigencia del psicoanálisis. Pero lo que ocurre en la sesión, tuvo a mi entender en la obra freudiana, un último giro en el segundo trabajo del ’37. ‘Construcciones en psicoanálisis’ le abre el camino a la escena entre dos. Nos dice Freud: ‘el trabajo analítico consta de dos piezas por entero diferentes, que se consuma sobre dos separados escenarios, se cumple en dos personas, cada una de las cuales tiene un cometido diverso’. El resto del texto lo dedica a tratar el problema de la historia temprana, de la recuperación de ese material aún vivo y vital para la integración armónica del yo. Con una construcción de un analista ‘desde los indicios que esto ha dejado tras sí’. No es posible recuperar la memoria de algo que nunca fue recordado (representado) y por lo tanto tampoco está reprimido. En todo caso hay que colegir según los medios posibles, y fundamentalmente a través de una activa atención por parte del analista de esos indicios que se plasmarán en el vínculo transferencia-contratransferencia, aquella parte del psiquismo que deberá recibir una investidura fuerte por parte de la construcción del analista, con un carácter de verosimilitud, que solo se logrará si esta contiene un ‘grano’ de verdad histórica. Lo importante de la construcción es que siquiera roce algo de la verdad material que generó la situación traumática que no alcanzó a poder ser registrada y elaborada. Fuerte investidura se requerirá del analista para poder trabajar con estos sectores de la mente, incapaces sino de todo acceso a la conciencia y potencial elaboración.
Contratransferencia: a la búsqueda de la simbolización El paciente deficitario en sus capacidades simbólicas produce un ‘desastre’ en la mente del analista. Me refiero a que oscila entre una exigencia enorme para su psiquismo, o directamente a
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su sideración simbólica. El analista es el que empieza a hacer síntomas, en el ‘mejor’ de los casos. En el peor puede llegar a enfermarse seriamente. Se puede sentir desvitalizado, aletargado (Cesio, 1997), atravesado por un vínculo que se construye (tanáticamente?) entre los dos. ¿Podrá, antes que nada, ‘sobrevivir’ (Winnicott, 1958) como analista? No me cabe duda de que el analista deberá tomar un rol sumamente activo para mantener la conducción del tratamiento. Entendiendo por actividad lo que intentaré describir a continuación. Es el paciente el que está originalmente desvitalizado y llegó (eróticamente?) a la consulta para ‘ver’ si encontraba ‘algo’ que lo sustrajera de esa extraña sensación de nada. No tiene mente, no tiene representaciones, no tiene inconsciente reprimido (al menos en una parte importante de su psiquismo), no tiene ‘grupo sexual psíquico’ ( Freud, Manuscrito G). A lo sumo padece de una neurosis actual, de neurastenia, a la cual tampoco puede registrar. ¿Qué puede o debe hacer el analista?: sintonizar con ese estado ‘inconsciente’. Por ejemplo diciéndole que está deprimido y que no se da cuenta. Debe hablarle de afectos, de estados afectivos, inéditos para la conciencia del paciente. A otros pacientes ni siquiera les puede hablar de eso. La sintonía solo pasa por hablarles de su estado de desvitalización, de agobio, de falta de energía. Lo central es ‘capturar’ la atención dispersa, asignificativa del paciente, convocarlo a un vínculo humano. Es un estado previo al de la empatía, la cual ya requiere de conciencia afectiva, cualificada en el paciente. Vale aclarar que me estoy refiriendo a sectores profundamente escindidos del yo del paciente, y no a una ‘fachada’ psiconeurótica (Liberman, 1962), pseudoafectiva por lo tanto. Por ejemplo pacientes con estados puramente somáticos que ni siquiera le despiertan angustia. Entonces sintetizando el analista debe crear nexos apelando a su psiquismo, sensibilidad, creatividad: en una palabra ser capaz de sintonizar con la realidad psíquica asignificativa del paciente. Debe poder atenerse a los hechos clínicos en la sesión, y no ‘tragarse’ la fachada pseudosimbólica del yo oficial psiconeurótico.
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En otras palabras no confundir lo fenoménico con lo estructural. Tiene que poder ‘instruir’ al paciente: por ejemplo a través de un minucioso interrogatorio sobre las condiciones en las que aparecen esos estados de agobio. La otra fuente de consulta fundamental es la contratransferencia: la consulta permanente a los propios estados anímicos y corporales. Todo esto conduce, si la ‘actitud’ analítica (Winnicott, 1958) es correcta y la pulsión de muerte va siendo arrinconada, a la creación de figurabilidad (Botella, 2001), de imágenes con las cuales poder crear otra etapa ya del trabajo psíquico. Para ello el analista debe haber sido capaz de entregarse a una regresión funcional de sus propios procesos inconscientes. Nada surge de nada, y es solo con este esfuerzo activo del analista que se puede crear vida psíquica en la sesión. Si queremos refugiarnos en los conceptos de atención flotante y asociación libre, paradójicamente -en estos casos-, estaríamos haciendo mala praxis, porque diagnosticamos mal. Y le dejamos el terreno expedito a tánatos para que nos aletargue y derrote. No podemos dejar ‘navegando’ sólo a estos pacientes. Cometeríamos seria iatrogenia técnica, y también peligrosa para nosotros como analistas ( Racker, 1959). Son pacientes que no trabajan desde la pulsión sexual, sino en contra de ella. Por lo tanto el proyecto clínico, si pretendemos sobrevivir como analistas y ayudar a estos pacientes, no puede ser el convencional, el de la cura tipo. (Desde ya que se desprende claramente la consecuencia de que en lugar de lo que considero estériles debates sobre la relación entre psicoanálisis y psicoterapia, más bien se trata de ejercer un correcto psicoanálisis o en su defecto de insuficiente formación analítica). En esta última confío en que el pujar sexual de la pulsión, me permitirá a través de la atención flotante y la asociación libre, vencer las resistencias. No es este el caso del trabajo adecuado para los pacientes que venimos describiendo. Hay que ir a la búsqueda del rincón en donde ‘traidoramente’ quedó alojado el ‘virus’ de la pulsión de muerte, astuto, eficaz, y
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siempre activo como para desbaratar cualquier intento del individuo de degradarlo. Ese es su trabajo, destruir el psiquismo y finalmente la vida misma. Nosotros tenemos que saber cuál es el nuestro si pretendemos ‘ganar la guerra’ y no meras engañosas batallas. Finalmente: ¿cómo llego concretamente, técnicamente, a producir simbolización en la tarea clínica? Primero debo poder transportar los estados orgánicos, o inertes, a estados afectivos, protoformas de la simbolización, primeros símbolos mnémicos ( Freud, 1926a ), pre-representacionales. Primeras formas de recordar, sencillamente porque son la primera forma de cualificar la cantidad, la pulsión, subjetivarla. Así el paciente puede comenzar a evocar, a recordar lo que hasta ese momento era un estado puramente económico, cuantitativo. En un segundo tiempo lo que aparece es un estado intermedio, ‘proustiano’, de sabores, olores, sensaciones táctiles, térmicas. Estados sensoriales, que cuando logramos unir al afecto, crean la base para la generación de imágenes, de figurabilidad. Por lo tanto es un mundo asimbólico el del paciente referido, hasta que no se logra la conexión con el mundo de los afectos. Los afectos entonces, primeros ‘representantes’ pulsionales ante el yo, comienzan a significar las percepciones, la sensorialidad. Cuando yo como psicoanalista comienzo a sintonizar con el estado de astenia del paciente, con el estado sensoriomotriz asignificativo, el paso que debo seguir es el de la interpretación (construcción?) del afecto. A un paciente ‘tipo’ no le interpreto el afecto porque ya está en la conciencia. Al paciente asténico, estresado, ‘operatorio’ (Fain, 1983), en pánico, o con neurosis traumática, le tengo que poder decir que me parece que está triste, o deprimido, o sino que me dijo que está sin energía, ‘pasado de vueltas’. Primero debo entonces poder hablar del estado asténico, concreto, de enterarme lo más puntualmente posible de saber porque está asténico, desde cuando, bajo que circunstancias cree que comenzó el cuadro clínico.
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El paciente está viviendo una realidad prácticamente inhumana, ‘actuando’ en el presente una historia virtual aún, de organicidad, incestos eventualmente consumados, violencias sin impronta psíquica. El paciente me lo está ‘contando’ sin palabras. Y este estado impone un enorme esfuerzo al analista. Por ello debo sintonizar con lo nuclear del paciente, su estado actual neurótico de astenia, tras la fachada eufórica, adictiva, adrenalínica, inoculatoria. Luego significarlo, transformarlo en angustia, tristeza, sentimiento de falta de amor. Hablar de eso a la vez que simultáneamente comparto con él su estado conciente, cotidiano, existencial de ‘falso self’ patológico (Winnicott, 1958 ). Mientras tanto mi registro contratransferencial me mantendrá atrapado en un estado interno de desvitalización, pesimismo e impotencia, del que debo poder sobreponerme con mi formación rigurosa y mi pulsión erótica.
Resúmen Buscando la simbolización Gustavo Jarast El autor intenta aproximarse a la tarea técnica terapéutica del psicoanalista, fundamentada en la metapsicología, como para abordar el tratamiento posible de los pacientes con déficits severos en su capacidad de simbolización. También pretende rescatar de debates actuales del psicoanálisis, a través de lo que han sido controversias –o pseudocontroversias-, más bien desencuentros o malos entendidos, que vienen de épocas ya fundacionales de nuestra ciencia. Particularmente el vínculo Freud- Ferenczi, que en sí mismo ya representaba, los momentos y urgencias de cada uno, que los llevaban en una indeclinable postura afirmativa de lo que consideraban la verdad. Pero ese mismo apasionamiento y urgencia, les impedía a su vez disponer de los tiempos elaborativos necesarios para encontrar
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los argumentos que sustentaran, a criterio del autor, la búsqueda común de ambos, en cuanto a la pasión por encontrar los mejores recursos técnicos que permitieran aliviar el padecer del paciente, particularmente de aquél con menores elementos simbólicos para poder enfrentarlo.
Abstract Looking for symbolization Gustavo Jarast The author tries to broach the psychoanalist´s technical therapeutic task, based on metapsychology, so as to broach the possible treatment of patients with severe disadvantages in their capability of symbolization. He also tries to avoid present discussions of psychoanalysis, through which they have been controversies- or pseudocontroversies-, rather disappoints or misunderstandings, which date from foundationals times of our science. Particularly the bond Freud- Ferenczi, that in itself already represented the moments and urgencies of each one, that took them in an irrevocable affirmative position of which they considered the truth. But that same enthusiasm and urgency, prevented them from having the necessary elaborative time to find the arguments that they sustained, to criterion of the author, the common search of both, as far as the passion to find the best technical resources than they allowed to relieve the patient´s suffering, particularly of that one with smaller symbolic elements to be able to face it. Finally, the author proposes a technical approach for the treatment of these severe patients.
Descriptores:
HISTORIA DEL PSICOANÁLISIS / CONTRATRANSFERENCIA /
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CONSTRUCCIÓN / TRAUMA TEMPRANO / Descriptores Propuestos:
FALLAS EN LA SIMBOLIZACIÓN
Autores-tema:
Freud, Sigmund / Ferenczi, Sandor
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Cuando en 1885 yo residía en París como discípulo de Charcot, lo que más me atrajo, junto a las lecciones del maestro, fueron las demostraciones y dichos de Brouardel, quien solía señalarnos en los cadáveres de la morgue cuántas cosas dignas de conocimiento para el médico había, de las cuales la ciencia no se dignaba anoticiarse. Cierta vez que discurría sobre los signos que permiten discernir el estamento, carácter y origen de un cadáver no identificado, le oí decir: ‘Les genoux sales sont le signe d’une fille honnête’.[ (‘Las rodillas sucias son el signo de una muchacha honesta’} ] ¡Utilizaba las rodillas sucias de una muchacha como testimonio de su virtud! Freud S. 1913b p. 359
Introducción El autor de este breve trabajo tiene actividad docente en temas psicoanalíticos en la Universidad. Al principiante en general le resulta difícil detectar los numerosos indicios de la influencia de lo inconsciente en el discurso de los pacientes en entrevistas y sesiones. Por otro lado en la obra de Freud aparecen diferentes referencias a dicha influencia que por su dispersión no se prestan a un estudio sistemático. Pareció útil ordenar algunas de estas observaciones recurriendo a un modelo lingüístico simplificado. Recurrir a la lingüística para desarrollar temas clínicos en 1. Miembro Titular de APU, Obligado 1169, (11300). E-mail: gratadoux@hotmail.com
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psicoanálisis tiene un triple fundamento. En primer lugar, el encuentro psicoanalítico es una conversación. Además, el encuadre condiciona el tipo de intercambios que se producen en este diálogo, el dispositivo atenúa o elimina todo aquello que en la conversación social acompaña o puede acompañar al discurso, mímica, gestualidad, acciones, etc., se promueve así que el intercambio sea eminentemente discursivo: “se puede decir todo, no se puede hacer nada”. En tercer lugar, como veremos más adelante, un modelo freudiano del inconsciente, el de la carta 52, el del capítulo 7 de la Interpretación de los sueños, es un modelo escritural, hecho de registros, inscripciones, trascripciones, retranscripciones, fallas de traducción, etc. 2
Lenguaje y simbolismo Aristóteles afirmó: “Las palabras son los símbolos de los estados del alma y las palabras escritas son los símbolos de las palabras habladas” 3 introduciendo así la noción de símbolo en las consideraciones sobre el lenguaje. Foucault describe la técnica del simbolo en la antigua Grecia por medio de la cual, alguien puede: “romper en dos partes un objeto cualquiera —de cerámica, por ejemplo— guardar una de ellas y confiar la otra a alguien que debe llevar el mensaje o dar prueba de su autenticidad. La coincidencia o ajuste de estas dos mitades permitirá reconocer la autenticidad del mensaje”. (Foucault M. p. 46) Heredera de esta técnica fue la “tessera hospitalis” romana, el testigo de hospitalidad: el anfitrión partía en dos una tablilla de cerámica dándole una al invitado, a partir de entonces, éstas dos personas, sus descendientes o sus enviados podían reconocerse mutuamente por el encaje perfecto de ambas mitades imposible de falsificar. El reencuentro de las dos mitades, testimoniado en el encastre de los trozos correspondientes, alude a un sentido: autenticidad de 2 ver más adelante el apartado “Algunas distorsiones del sentido según Freud” 3 énfasis agregado en todas las citas salvo mención expresa en contrario
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un mensaje, alianza, etc. Es la correspondencia entre dos trozos de un “todo” anterior lo que justifica la autenticidad del símbolo y con ello del sentido que éste vehiculiza. Dado este origen ilustre y milenario, la noción de símbolo se prestó siempre a ser aplicada a toda situación de representación indirecta, a toda situación que involucre un soporte material que evoque un sentido, a toda situación que implique una forma física (arbitraria) que sugiere, anuncia o denuncia algo que no es ella misma. En sus primeras elaboraciones en torno a la noción de síntoma Freud se refirió al mismo como “símbolo mnémico” (Freud S. 1894, p. 51) 4 Con la idea subyacente de representación indirecta, lo definió luego como una “formación sustitutiva”: “Hoy sabemos que los síntomas neuróticos son formaciones sustitutivas de ciertas operaciones de represión que hemos consumado en el curso de nuestro desarrollo desde el niño hasta el hombre de cultura; que todos producimos esas formaciones sustitutivas, ...” (Freud S. 1910b, p. 122)
El discurso como formación sustitutiva Las enumeraciones más o menos al uso de formaciones sustitutivas incluyen: “síntomas, actos fallidos, chistes” (Laplanche J. y Pontalis J. p. 168) o bien: “el sueño, el chiste o la agudeza, el lapsus, el olvido de nombre, el acto fallido, el síntoma...” (Chemama) pudiéndose agregar el recuerdo encubridor. Pero en general no se resalta debidamente que hacia 1905 1910 Freud, en algunos pasajes, incluye a las ocurrencias y aun a porciones importantes del propio discurso conciente entre las formaciones sustitutivas. “En los enfermos bajo tratamiento ejercían su acción eficaz dos fuerzas encontradas: por una parte, su afán conciente de traer a la conciencia lo olvidado presente en su inconsciente, 4 ver nota 13 donde Strachey establece que “Esta expresión, [fue] introducida aquí por primera vez” sin embargo aparece en Breuer M. y Freud S. 1892, p. 135,
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y, por la otra, la consabida resistencia que se revolvía contra ese devenir-conciente de lo reprimido o de sus retoños. [...] la ocurrencia del enfermo, que acudía en vez de lo buscado, había nacido ella misma como un síntoma; era una nueva, artificiosa y efímera formación sustitutiva de lo reprimido, [...] dada su naturaleza de síntoma, por fuerza mostraría cierta semejanza con lo buscado y, si la resistencia no era demasiado intensa, debía ser posible colegir, desde la ocurrencia, lo buscado escondido. La ocurrencia tenía que comportarse respecto del elemento reprimido como una alusión, como una figuración de él en discurso indirecto.” (Freud S. 1910a p. 26) También expresa: “Ahora bien, ¿a qué se debe esta llamativa predilección de Gradiva por los dichos de doble sentido? [...] No es más que el correspondiente del determinismo doble de los síntomas, pues los dichos mismos son síntomas y, como estos, provienen de compromisos entre conciente e inconsciente.” (Freud S. 1906a p. 71) En resumen, las ocurrencias y aun porciones importantes del discurso pueden ser concebidos como formaciones sustitutivas, el psicoanalista entonces “tiene que aprender a inferir con gran certeza, desde las ocurrencias y comunicaciones concientes del enfermo, lo reprimido en él, colegir lo inconsciente donde se trasluce tras las exteriorizaciones y acciones concientes del enfermo.” (Freud S. 1906a p.74) En esta afirmación interesa destacar varios puntos. Primero quedan delimitados dos aspectos de la experiencia clínica: las exteriorizaciones conscientes, ostensibles, registrables, manifiestas, notorias, públicas y/o comunicables por un lado y lo reprimido, supuesto, presunto y obscuro, que debe ser inferido. A partir de la relación que sepa encontrar entre ambos planos, el psicoanalista deberá transitar el camino entre uno y otro, esto es: interpretar. Por último, es una tarea que, al decir de Freud, se “aprende”
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Un modelo lingüístico simplificado En su ‘Curso de lingüística general’, F. de Saussure describió dos ejes en el lenguaje. Por un lado: “en el discurso, las palabras contraen entre sí, en virtud de su encadenamiento, relaciones fundadas en el carácter lineal de la lengua, que excluye la posibilidad de pronunciar dos elementos a la vez. Los elementos se alinean uno tras otro en la cadena del habla. Estas combinaciones que se apoyan en la extensión se pueden llamar sintagmas El sintagma se compone siempre, pues, de dos o más unidades consecutivas”. Por otro lado, “fuera del discurso, las palabras que ofrecen algo de común se asocian en la memoria, y así se forman grupos en el seno de los cuales reinan relaciones muy diversas. [...] por un lado o por otro, todas tienen algo de común. Ya se ve que estas coordinaciones son de muy distinta especie que las primeras. Ya no se basan en la extensión; su sede está en el cerebro, y forman parte de ese tesoro interior que constituye la lengua de cada individuo. Las llamaremos relaciones asociativas. La conexión sintagmática es in praesentia; se apoya en dos o más términos igualmente presentes en una serie efectiva. Por el contrario, la conexión asociativa une términos in absentia en una serie mnemónica virtual.” (de Saussure F. p. 147) Retomando estas observaciones R. Jakobson escribió: “Hablar implica la selección de ciertas entidades lingüísticas y su combinación en unidades lingüísticas más complejas. [...] el locutor elige las palabras y las combina en frases de acuerdo al sistema sintáctico de la lengua que utiliza [...] la selección debe hacerse a partir del tesauro lexical que el emisor y el receptor del mensaje poseen en común [...]” (Jakobson R. p. 45 – 49)5 Lo antedicho puede ser esquematizado mediante dos ejes
5 traducción del autor
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Eje asociativo (de Saussure) de selección (Jakobson) de las sustituciones (Jakobson) paradigmático (Hjelmslev) Eje sintagmático (de Saussure) de las combinaciones (Jakobson
Prosigue Jakobson: “Puede decirse que la competencia entre entidades simultáneas y la combinación de entidades sucesivas son las dos maneras de acuerdo a las cuales nosotros, seres hablantes combinamos los constituyentes lingüísticos.” (Jakobson R. p. 45 – 49) La combinación reposa en la contigüidad y la selección en la similaridad, que son los fundamentos de las nociones de metonimia y metáfora respectivamente. Sin hacer consideraciones respecto a los determinantes inconscientes (en sentido psicoanalítico) del lenguaje, R. Jakobson describió además dos tipos de relación en eje de las combinaciones. En el capítulo “Los polos metafórico y metonímico”, escribió: “El progreso de un discurso puede hacerse a lo largo de dos líneas semánticas diferentes: un tema (topic) lleva a otro sea por similaridad sea por contigüidad. Lo mejor sería sin duda de hablar de proceso metafórico en el primer caso y de proceso metonímico en el segundo ya que ellos encuentran su expresión más condensada, uno en la metáfora y el otro en la metonimia.” (Jakobson R. p. 61) Se trata de un eco (involuntario) de la aseveración de Freud respecto a que: “...similitud y contigüidad son los dos principios esenciales de los procesos asociativos” (Freud S. 1912b, p. 86) El lector tendrá en cuenta que las relaciones de similitud y de contigüidad pueden darse para Jakobson tanto en el eje de la selección o paradigmático como en el eje de la combinación o sintagmático. En el primer caso hablamos de sustitución por similitud o metáfora y sustitución por contigüidad o metonimia, en el segundo caso de combinación metafórica y combinación metonímica. Las consideraciones en cuanto a la contigüidad espacial,
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contigüidad temporal o simultaneidad y la similitud de los signos lingüísticos tiene resonancias psicoanalíticas. Estos aspectos están íntimamente ligado a la arquitectura del aparato psíquico. Para Freud las huellas mnémicas se ordenan según un determinado orden: “Nuestras percepciones se revelan también enlazadas entre sí en la memoria, sobre todo de acuerdo con el encuentro en la simultaneidad que en su momento tuvieron. Llamamos asociación a este hecho. [...] El primero de estos sistemas Mn contendrá en todo caso la fijación de la asociación por simultaneidad, y en los que están más alejados el mismo material mnémico se ordenará según otras clases de encuentro, de tal suerte que estos sistemas más lejanos han de figurar, por ejemplo, relaciones de semejanza u otras.” (Freud S. 1900, AE. 5:532)
Algunas distorsiones del sentido según Freud Precozmente Freud describió a los registros mnémicos en el aparato psíquico como un tipo de escritura: “[ ... ] Tú sabes que trabajo con el supuesto de que nuestro mecanismo psíquico se ha generado por estratificación sucesiva, pues de tiempo en tiempo el material preexistente de huellas mnémicas experimenta un reordenamiento según nuevos nexos, una retranscripción. Lo esencialmente nuevo en mi teoría es, entonces, la tesis de que la memoria no preexiste de manera simple, sino múltiple, está registrada en diversas variedades de signos [...] Quiero destacar que las trascripciones que se siguen unas a otras constituyen la operación psíquica de épocas sucesivas de la vida. En la frontera entre dos de estas épocas tiene que producirse la traducción del material psíquico. Y me explico las peculiaridades de las psiconeurosis por el hecho de no producirse la traducción para ciertos materiales, lo cual tiene algunas consecuencias. La denegación de la traducción es aquello que clínicamente se llama ‘represión’” (Freud S.1892 1899, p. 274) En un trabajo tardío, ‘Análisis terminable e interminable’, para ilustrar el funcionamiento de los mecanismos de defensa,
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retomó la analogía escritural: “[...] Piénsese, pues, en los posibles destinos de un libro en la época en que todavía no se hacían ediciones impresas, sino que se los copiaba6 uno por uno y que uno de estos libros contuviera referencias que en épocas posteriores se consideraron indeseadas [...] En aquella época se utilizaban métodos diversos para volver inocuo el libro. O bien los pasajes chocantes se tachaban con un trazo grueso, de suerte que se volvían ilegibles, y, si después no se los reescribía7 , el siguiente copista del libro brindaba un texto irreprochable, pero lagunoso en algunos pasajes y quizás ininteligible. O bien, no conformes con ello, querían evitar también el indicio de la mutilación del texto; procedíase entonces a desfigurar el texto. Se omitían algunas palabras o se las sustituía por otras, se interpolaban frases nuevas; lo mejor era suprimir todo el pasaje e insertar en su lugar otro, que quería decir exactamente lo contrario. El copista siguiente del libro podía producir entonces un texto insospechable, pero que estaba falsificado; [...] Si no se establece la comparación en términos demasiado estrictos, se puede decir que la represión es a los otros métodos de defensa como la omisión a la desfiguración del texto, y en las diversas formas de esta falsificación puede uno hallar analogías para las múltiples variedades de la alteración del yo”. ((Freud S. 1937 p 238) Tenemos así una síntesis postrera de cómo los textos (y por extensión los discursos) pueden ser distorsionados: · por omisión, · agregado, · sustitución por lo contrario pudiendo nosotros agregar · sustituciones por contigüidad y · sustituciones por semejanza Es decir, ampliando el esquema anterior:
6. léase transcribía o retranscribía 7. ídem. nota anterior
Sustituciones por semejanza
Interpolaciones
Sustituciones por contigüidad
Omisiones
Sustitución por lo contrario
Eje de las sustituciones
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Eje de las combinaciones
Influencia de lo inconsciente en el eje de las combinaciones Las citas que siguen no pretenden ser exhaustivas, sólo intentan ejemplificar un modelo básico para abordar el material en la sesión o en la entrevista psicoanalítica. Las omisiones en el discurso en sesión Vimos que quedan equiparadas analógicamente la represión a la omisión o eliminación, la influencia de lo inconsciente remite en estos casos no tanto a una “presencia” que concretaría una “figuración indirecta”, una alusión, un símbolo en sentido lato, sino más bien ausencias, carencias y supresiones, con la peculiaridad de “representar” la presencia de “algo” a lo que no se tiene acceso, es decir, si se quiere, ausencias que remiten a la “presencia” encubierta de la represión. “No se espere que las comunicaciones libres del enfermo, el material de los estratos que las más de las veces son los superficiales, facilite al analista discernir los lugares desde donde penetrar en lo profundo, los puntos a que se anudan los nexos de pensamiento buscados [esto es, los reprimidos]8 Al contrario; eso, justamente, se oculta con todo cuidado, la exposición del enfermo 8 Comentarios entre corchetes del autor
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suena como completa y en sí congruente. Frente a ella se está primero como frente a una pared que bloquea toda perspectiva y no deja vislumbrar si detrás se esconde algo, ni qué puede esconderse” (Breuer M. y Freud S. 1892, p. 297) ¿Dónde encontrar entonces esos “lugares desde donde penetrar en lo profundo”? Prosigue Freud: “Ahora bien, si se escruta con ojo crítico la exposición que se ha recibido del enfermo sin gran trabajo ni resistencia, se descubrirán en ella, infaliblemente, lagunas y fallas.” Omisiones y eliminaciones que también menciona en otros pasajes. En ‘El método psicoanalítico de Freud’ se establece: “Ya en el relato del historial clínico salen a relucir lagunas en el recuerdo del enfermo; se olvidan hechos reales, se confunden las relaciones de tiempo9 o se desarticulan los nexos causales de tal modo que resultan efectos incomprensibles. Sin amnesia de alguna clase no existe historial clínico neurótico. Si se insta al relator a llenar estas lagunas de su memoria mediante un esforzado trabajo de atención, se advierte que las ocurrencias que le vienen sobre este punto son refrenadas por él con todos los recursos de la crítica, hasta que por fin siente un franco malestar cuando se le instala realmente el recuerdo. De esta experiencia, Freud infirió que las amnesias son el resultado de un proceso que él llama represión y cuyo motivo individualiza en el sentimiento de displacer. En cuanto a las fuerzas psíquicas que han originado esta represión, cree registrarlas en la resistencia que se opone a la reproducción.” (Freud S. 1904, p.) En el caso Dora, Freud señala algunos efectos de la represión sobre el discurso conciente. Aparte de la ocultación (insinceridad conciente) al paciente no le acuden durante el relato ciertos recuerdos de los que dispone y que no se propone concientemente ocultar (insinceridad inconsciente) También existen amnesias 9 aspecto que ya había sido vislumbrado en 1897, en el manuscrito M leemos: “La formación de fantasías acontece por combinación y desfiguración, análogamente a la descomposición de un cuerpo químico que se combina con otro. Y en efecto, la primera variedad de la desfiguración es la falsificación del recuerdo por fragmentación, en lo cual son descuidadas precisamente las relaciones de tiempo.” Freud S. 1892 1899, p. 293
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reales o su correlato, la perdida de la secuencia temporal de los acontecimientos narrados, siendo el nexo temporal el más sensible a la represión. En otros casos, los recuerdos se encuentran en “el primer estadio de la represión” se presentan “aquejados por la duda” (Freud S. 1905, p. 17). Respecto de la cual en el caso de los sueños ya había expresado: “este efecto de la duda, perturbador del análisis, permite desenmascararla como un retoño y como un instrumento de la resistencia psíquica. El psicoanálisis es desconfiado, y con razón. Una de sus reglas reza: Todo lo que perturba la prosecución del trabajo [analítico] es una resistencia. (Freud S. 1900 p. 511) En suma, los olvidos, la pérdida de nexos causales o temporales, la duda, generan un discurso confuso. Por ello, aquellos tramos del discurso que aparezcan como imprecisos, poco claros, “lagunosos”, “ininteligibles”, desordenados, inconexos, impregnados de dudas estarían expresando la influencia de lo inconsciente. La falta de comprensión del analista de partes del discurso del analizado, debería ser un alerta y servir como indicio de la proximidad de la influencia de lo inconsciente. Es en éstos pasajes donde más “próximos” nos encontramos del material reprimido. Aparte de registrarlos como indicios de ésta influencia, dada esta proximidad con el material reprimido parecería prudente intentar profundizarlos. Las interpolaciones o agregados Muy tempranamente Freud describió este tipo de fenómenos, así aparece un breve catálogo de ellos en Estudios sobre la histeria (Breuer M. y Freud S. 1892 p. 287) Disgresiones “La “resistencia se esconde a menudo tras singulares subterfugios. ‘Hoy estoy disperso, me perturban el reloj o el piano que tocan en la habitación vecina’” Comentarios “Los esclarecimientos más importantes suelen venir anunciados como unos superfluos adornos, cual los príncipes disfrazados de mendigos en la ópera: ‘Ahora se me ha ocurrido algo, pero no vale para nada. Sólo se lo digo porque usted pide saberlo todo’. [...] siempre aguzo el oído cuando escucho a los
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enfermos hablar con tanto menosprecio de una ocurrencia. En efecto, es signo de una defensa lograda que las representaciones patógenas hayan de aparecer como de tan escasa sustancia en su reafloramiento; de ahí uno puede inferir en qué consistió el proceso de la defensa: en tornar débil la representación fuerte, arrancarle el afecto. Al recuerdo patógeno se lo discierne, pues, entre otros rasgos distintivos, por el hecho de que los enfermos lo tildan de inesencial y lo enuncian sólo con resistencia.” Cambios de tema: siguiendo la misma lógica, podríamos decir que en general los cambios de tema son sospechosos de la influencia de la resistencia. Silencios. “Mientras más prolongada resulta la pausa entre la presión de mi mano y la exteriorización del enfermo, tanto más desconfiado me vuelvo y más es de temer que el enfermo se aderece lo que se le ha ocurrido y lo mutile en la reproducción”. Debería entonces discriminarse, en los silencios posteriores a la intervención del analista, aquellos elaborativos y aquellos resistenciales. En 1906 Freud anotaba: “... cuando el enfermo ya no se atreve a infringir la regla que se le ha dado, notamos que de tiempo en tiempo se atasca, vacila, hace pausas en la reproducción de las ocurrencias. Cada vacilación de esta índole es para nosotros exteriorización de la resistencia y nos sirve como un signo de obediencia al «complejo». [...] Nos hemos habituado a interpretar la vacilación en ese sentido aunque el contenido de la ocurrencia retenida no parezca ofrecer motivo alguno de escándalo y aunque el enfermo asegure que no atina a entender por qué debía vacilar para comunicarla.” (Freud S. 1906 AE. p. 92) Un tipo especial de silencio es descrito por Freud como “denegación de las asociaciones libres”: “hay una experiencia que uno puede corroborar cuantas veces quiera: cuando las asociaciones libres de un paciente se deniegan 10 , en todos los
10 en nota al pie en el texto se aclara: “Me refiero al caso en que realmente faltan, y no, por ejemplo, cuando son silenciadas por él a consecuencia de un trivial sentimiento de displacer.”
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casos es posible eliminar esa parálisis aseverándole que ahora él está bajo el imperio de una ocurrencia relativa a la persona del médico o a algo perteneciente a él.( Freud S. 1912a p. 99) El silencio debido a la ausencia de ocurrencias, señala la proximidad, la cercanía, la contigüidad del material transferencial. En general entonces, los que hemos llamado “influencia de lo inconsciente en el eje de las combinaciones” depende de signos inespecíficos que no nos permiten inferir la naturaleza del sentido inconsciente de lo que encubren y no admiten interpretaciones más o menos precisas. Sólo sugieren hipótesis generales y vagas pero tienen la enorme ventaja de señalar los efectos de los mecanismos de defensa, en particular la represión. Metonímicamente señalan y denuncian la proximidad de lo inconsciente en el discurso en sesión. El analista debería considerar la conveniencia de detenerse en ellos y profundizarlos o consentirlos sin intervenir. El polo metonímico en el eje sintagmático Se dijo que las relaciones metonímica o de contigüidad y metafórica o de similitud, se hallan presentes en el modelo freudiano de la arquitectura del aparato psíquico. Esta presencia se reflejará también en su funcionamiento. Algunas observaciones dispersas de Freud apoyan la conveniencia de atender al polo metonímico, a la contigüidad en la sucesión de temas. “En un psicoanálisis se aprende a reinterpretar la proximidad temporal como una trama objetiva; dos pensamientos en apariencia inconexos, que se siguen inmediatamente uno al otro, pertenecen a una unidad que ha de descubrirse, así como una a y una b que yo escribo una junto a la otra deben pronunciarse como una sílaba, ab” (Freud S. 1900 p. 257) El mismo ejemplo de la sílaba ‘ab’ aludiendo a la contigüidad reaparece en Dora: “en la técnica del psicoanálisis vale como regla que una conexión interna, pero todavía oculta, se da a conocer por la contigüidad, por la vecindad temporal de las ocurrencias, exactamente como en la escritura una a y una b puestas una al lado de la otra significan que ha querido formarse con ellas la sílaba ab.” (Freud
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1905a p. 35) También escribe: “Cuando en la actitud analítica dos cosas son presentadas una inmediatamente después de la otra, de un solo aliento, debemos reinterpretar esta proximidad como una concatenación.” ((Freud S. 1917 p. 147) La sucesión o la proximidad de temas en el discurso debe entonces hacernos preguntar en cuanto a la existencia de “conexiones ocultas.” Las intervenciones basadas en el polo metonímico tienen la ventaja de referirse a aspectos efectivamente dichos por el paciente, se apoyan en una asociación explícita (in praesentia11 ) pasibles de ser señalada y raramente negada por él. El paciente probablemente no adhiera a lo que interpretemos de esa(s) contigüidad(es) pero difícilmente recuse el señalamiento que llame la atención sobre ellas.
Influencia de lo inconsciente en el eje de las sustituciones Para que un cierto sentido se conserve luego de una sustitución, deben perdurar ciertas relaciones entre lo sustituido y lo sustituyente, ello es lo que posibilita la interpretación de uno a partir del otro. Si la sustitución fuera al azar, no determinada, contingente y aleatoria, no podría existir un “arte interpretativo”12 Se acepta que dicha continuidad entre lo sustituyente y lo sustituido se da en los casos de similitud, contigüidad u oposición entre ambos. Laplanche sintetiza las ideas de Jakobson respecto a las primeras estableciendo que: La metáfora (la metonimia) es la afectación de un significante a un significado secundario asociado por similitud (contigüidad) al significado primario” (Laplanche J. 1980, p. 212) En algunos trabajos puede rastrearse los tipos de sustitución a los que Freud atendía. Así, a propósito del chiste escribió: “Si la 11. ver de Saussure mas arriba 12 [...] queremos poner al enfermo en condiciones de asir concientemente sus mociones inconscientes de deseo. Lo conseguimos en tanto, fundados en las indicaciones que él nos hace, y por medio de nuestro arte interpretativo, llevamos el complejo inconsciente ante su conciencia con nuestras palabras. (Freud S. 1909a p. 98)
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figuración por lo contrario se cuenta entre los recursos técnicos del chiste, nace en nosotros la expectativa de quede pueda utilizar también su opuesto, la figuración por lo semejante y emparentado13 (Freud S. 1905c p. 11) es decir las sustituciones por oposición, metafóricas y metonímicas. Dado que en toda sustitución pueden mezclarse los aspectos metonímicos y metafóricos entre lo sustituyente y los sustituido, probablemente muchos ejemplos que se aportan en cada subtítulo podrían enfatizarse en el sentido contrario al que se hace en éste trabajo. De hecho como se verá en muchos ejemplos resultará difícil discriminar ambos tipos de sustituciones. Aspectos metonímicos en las sustituciones Uno de los primeros modelos de Freud para describir el síntoma como formación sustitutiva, como “símbolo”, reposa precisamente en la simultaneidad (contigüidad en el tiempo). En el capítulo La compulsión histérica del Proyecto, describe la sustitución de una representación reprimida: “Antes del análisis, A es una representación hiperintensa que con frecuencia excesiva se esfuerza dentro de la conciencia y provoca llanto. El individuo no sabe por qué llora a raíz de A, lo encuentra absurdo, pero no puede impedirlo. Después del análisis, se ha hallado que existe una representación B que con derecho provoca llanto y con derecho se repetirá una y otra vez mientras el individuo no haya consumado contra ella cierta complicada operación psíquica. El efecto de B no es absurdo, es comprensible para el individuo, y aun puede ser combatido por él. B mantiene con A una relación determinada. Es esta: hubo una vivencia que consistió en B + A. A era una circunstancia colateral, B era apta para operar aquel efecto permanente. Pero la reproducción de aquel suceso en el recuerdo se ha plasmado como si A hubiera reemplazado a B. A ha devenido el sustituto, el símbolo de B. (Freud S. 1895 p. 396397) En el símbolo “+” y en la expresión “colateral” encontramos
13. López Ballesteros traduce aquí: “representación por lo análogo o próximo”
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la contigüidad, ‘A’ sólo fue elegida por su proximidad espacial y cronológica con ‘B’ y no sobre la base de una similitud entre ‘A’ y ‘B’. El mecanismo del deseo es descrito en términos de contigüidad: “El niño hambriento llorará o pataleará inerme. [...] Sólo puede sobrevenir un cambio cuando, por algún camino (en el caso del niño, por el cuidado ajeno), se hace la experiencia de la vivencia de satisfacción que cancela el estímulo interno, Un componente esencial de esta vivencia es la aparición de una cierta percepción (la nutrición, en nuestro ejemplo) cuya imagen mnémica queda, de ahí en adelante, asociada a la huella que dejó en la memoria la excitación producida por la necesidad. La próxima vez que esta última sobrevenga, merced al enlace así establecido se suscitará una moción psíquica que querrá investir de nuevo la imagen mnémica de aquella percepción y producir otra vez la percepción misma, vale decir, en verdad, restablecer la situación de la satisfacción primera. Una moción de esa índole es lo que llamamos deseo...” (Freud S. 1900 p. 557) Es la contigüidad cronológica o simultaneidad la que fundamenta y posibilita la asociación o enlace. Vale la pena destacar aquí la sustitución metonímica, por contigüidad, que lleva del objeto de la autoconservación, la leche (“la nutrición, en nuestro ejemplo”) al objeto de deseo, el pecho. La preponderancia de la contigüidad también se encuentra en la génesis de los recuerdos encubridores: “Entre los muchos casos posibles de sustitución de un contenido psíquico por otro, [...] en que los componentes inesenciales de una vivencia subrogan en la memoria a los esenciales, es evidentemente uno de los más simples. Consiste en un desplazamiento sobre la asociación por contigüidad o, si se tiene en vista el proceso íntegro, una represión con sustitución por algo avecindado (dentro del nexo de lugar y de tiempo)” (Freud S. 1899 p. 301). Aspectos de la oposición en las sustituciones Otra forma en la que el sentido se conserva luego de una sustitución es la oposición. Al respecto Freud expresa: “...puede
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sostenerse que los opuestos poseen entre sí un fuerte parentesco conceptual y se sitúan en una particular proximidad dentro de la asociación psicológica.” (Freud S. 1916-17 p. 30) Ya reconocida como estrategia de desfiguración onírica, fue recogida en diversos escritos. El sueño “se toma la libertad de figurar un elemento cualquiera mediante su opuesto en el orden del deseo, por lo cual de un elemento que admita contrario no se sabe a primera vista si en los pensamientos oníricos está incluido de manera positiva o negativa” (Freud S. 1900 p. 324). La noción de formación reactiva, presente en Freud desde los inicios, se acomoda a esta situación que describimos: “existen dentro de la vida anímica motivos que propenden a la sustitución por lo contrario en lo que llamamos ‘formación reactiva’” (Freud 1913a p. 314). En cuanto a otras formaciones sustitutivas, Dora a los catorce años fue besada en la boca por el señor K., ante ello sintió asco. Luego de describir la escena, Freud escribe: “Yo llamaría ‘histérica’, sin vacilar, a toda persona, sea o no capaz de producir síntomas somáticos, en quien una ocasión de excitación sexual [placentera por naturaleza] 14 provoca predominante o exclusivamente sentimientos de displacer.”( Freud s. 1905a p. 26). En Ratas expresa: “De acuerdo con las reglas técnicas de la interpretación de los sueños, el salir-del-intestino puede ser figurado por su opuesto, un introducirse-en-el-intestino (como en el castigo de las ratas), y a la inversa.” (Freud S. 1909b p. 172) Respecto a Schreber y sin agotar todas las sustituciones por lo opuesto que se mencionan en el texto, rescataremos la siguiente: “todas las formas principales, consabidas, de la paranoia pueden figurarse como unas contradicciones a una frase sola: ‘Yo [un varón] lo amo [a un varón]’, y aun agotan todas las formulaciones posibles de esta contradicción. A la frase ‘Yo lo amo [al varón] ‘ la contradice.
14. comentarios entre corchetes del autor.
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El delirio de persecución, proclamando en voz alta: ‘Yo no lo amo -pues yo lo odio’. ‘Yo no lo amo - pues yo lo odio - porque ÉL ME PERSIGUE’. La observación no deja ninguna duda sobre que el perseguidor no es otro que el otrora amado.” (Freud S. 1911 p. 59). Respecto al sueño de Lobos: [...] “Entonces, en lugar de inmovilidad (los lobos estaban ahí sentados sin moverse, lo miraban, pero no se meneaban) querría decir: violentísimo movimiento. El despierta, pues, de repente, y ve ante sí una escena de intensa movilidad, que mira con tensa atención. (Freud S. 1918 p. 34) El caso de la negación, podría haber sido mencionado más arriba, en el capítulo de los agregados en el eje sintagmático, pero también puede ser considerado como una sustitución en el preconciente de lo opuesto de un material inconsciente: “un contenido de representación o de pensamiento reprimido puede irrumpir en la conciencia a condición de que se deje negar. La negación es un modo de tomar noticia de lo reprimido; en verdad, es ya una cancelación de la represión, aunque no, claro está, una aceptación de lo reprimido [...] Armoniza muy bien con esta manera de concebir la negación el hecho de que en el análisis no se descubra ningún ‘no’ que provenga de lo inconsciente, y que el reconocimiento de lo inconsciente por parte del yo se exprese en una fórmula negativa. No hay mejor prueba de que se ha logrado descubrir lo inconsciente que esta frase del analizado, pronunciada como reacción: ‘No me parece’, o ‘No (nunca) se me ha pasado por la cabeza’”(Freud S. 1925 p. 253 y 257). La aparición en el discurso del ‘no’ o alguno de sus equivalentes, ‘ningún’, ‘nunca’, ‘nadie’, ‘nada’, etc. puede ser una señal de la proximidad del material inconsciente y también de su contenido representacional. Las innumerables citas en importantísimos trabajos clínicos de Freud: Sueños, Dora, Ratas, Schreber, Lobos, podría explicar en parte la popularidad o la facilidad con que se recurre a la sustitución por lo opuesto para apuntar a contenidos inconscientes.
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Es probable que el tipo de interpretación por lo opuesto sea particularmente frecuente en ciertas escuelas, la kleiniana por ejemplo. Dado que la sustitución por lo opuesto no es el único mecanismo posible de sustitución el intérprete debería reflexionar si está justificado recurrir a él en todos los casos. Debería preguntarse si es pertinente invertir el sentido de la mayoría de las ocurrencias del paciente, después de todo no todo rencor conciente es necesariamente amor disfrazado, ni toda preocupación por el otro deseo de daño, etc. Aspectos metafóricos en las sustituciones La semejanza o similitud puede ser hallada en diferentes contextos de la obra freudiana, a veces funciona como justificación para asimilar dos situaciones separadas en el tiempo: “Quien vea a un niño saciado adormecerse en el pecho materno, con sus mejillas sonrosadas y una sonrisa beatífica, no podrá menos que decirse que este cuadro sigue siendo decisivo también para la expresión de la satisfacción sexual en la vida posterior.” (Freud S. 1905b, p. 165) En realidad la comparación parece funcionar en sentido inverso al presentado, la semejanza entre las dos situaciones permite en último término justificar la sexualidad presente en el acto de mamar. Los posibles ejemplos de Freud respecto a la sustitución por similitud serían inacabables, sólo haremos mención a algunos de ellos que sirvan como prototipos. Retomamos parcialmente un texto ya citado donde a propósito de las ocurrencias de los pacientes luego de la presión de la mano en la frente: “Empero, dada su naturaleza de síntoma, por fuerza mostraría cierta semejanza con lo buscado [...] debía ser posible colegir, desde la ocurrencia, lo buscado escondido. La ocurrencia tenía que comportarse respecto del elemento reprimido como una alusión, como una figuración de él en discurso indirecto.” (Freud S. 1910a p. 26) La ocurrencia estaría vinculada en éste caso con el elemento reprimido por una relación de semejanza. Freud describe en su paciente Emma dos escenas “Emma está hoy bajo la compulsión de no poder ir sola a una tienda. Como
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fundamento, un recuerdo [ escena 1] de cuando tenía doce años (poco después de la pubertad) Fue a una tienda a comprar algo, vio a los dos empleados (de uno de los cuales guarda memoria) reírse entre ellos, y salió corriendo presa de algún afecto de terror. Sobre esto se despiertan unos pensamientos: que esos dos se reían de su vestido, y que uno le había gustado sexualmente [...] La exploración ulterior descubre un segundo recuerdo que Emma pone en entredicho haber tenido en el momento de la escena 1. [...] Siendo una niña de ocho años, fue por dos veces a la tienda de un pastelero para comprar golosinas, y este caballero le pellizcó los genitales a través del vestido. [...] Ahora comprendemos escena 1 (empleados) sí recurrimos a escena 2 (pastelero) Sólo nos hace falta una conexión asociativa entre ambas. Ella misma señala que es proporcionada por la risa. Dice que la risa de los empleados le hacía acordarse de la risotada con que el pastelero había acompañado su atentado”. La risa elemento inesencial de la primera escena, adquiere su valor por la contigüidad con el atentado sexual, es un mecanismo similar al descrito más arriba en el pasaje referido a la compulsión histérica (la vivencia B + A) Es también el que por similitud permite asociar las dos escenas. “Entonces el proceso se puede reconstruir como sigue: En la tienda los dos empleados ríen, esta risa evoca (inconscientemente) el recuerdo del pastelero. La situación presenta otra semejanza: de nuevo está sola en un negocio. Junto con el pastelero es recordado el pellizco a través del vestido, pero ella entretanto se ha vuelto púber. El recuerdo despierta (cosa que en aquel momento era incapaz de hacer) un desprendimiento sexual que se traspone en angustia 15 . Con esta angustia, tiene miedo de que los empleados pudieran repetir el atentado, y se escapa”. (Freud S. 1895, p. 400 y ss.). Como se ve entre ambas situaciones hay varias similitudes, el síntoma, ligado a la escena 1, es un derivado de la escena 2, ambas comparten en buena medida los mismos elementos (tienda, 15. Éste pasaje fundamenta una teoría freudiana del a posteriori que no es motivo de éste trabajo
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estar sola, risa, vestidos, evitación, etc.) “El complejo íntegro está subrogado [sustituido] en la conciencia por una única representación ‘vestidos’ Ha sobrevenido aquí una represión con formación de símbolo” [...] en nuestro ejemplo lo notable es justamente que no ingrese en la conciencia el eslabón que despierta interés (atentado), sino otro, como símbolo (vestidos)”16 elemento inesencial que adquiere su poder representativo por haber sido contiguo al elemento esencial, el atentado. Ciertos detalles del animal fobígeno de Hans expresan la sustitución por semejanza. Yo: ‘Dime, ¿a qué caballos tienes más miedo?’. Hans: ‘A todos’. Yo: ‘No es verdad’. Hans: ‘Tengo más miedo a los caballos que tienen algo así en la boca’. Yo: ‘¿A qué te refieres? ¿Al hierro que llevan en la boca? ‘. Hans: ‘No, tienen algo negro en la boca’ (se cubre la boca con la mano) Yo: ‘¿Qué? ¿Acaso un bigote?’. Hans (ríe): ‘¡Oh, no!’. Yo: ‘¿Todos lo tienen?’. Hans: ‘No, sólo algunos’.’ Yo: ‘¿Qué es, pues, eso que llevan en la boca?’. Hans: ‘Algo negro así’. Freud resume así esta situación: “el padre debía de ser el caballo a quien, con buen fundamento interior, le tenía miedo. Ciertos detalles, lo negro en la boca y lo que llevaban ante los ojos (bigote y gafas como privilegios del varón adulto), por los cuales Hans exteriorizaba angustia, me parecieron directamente trasladados del padre al caballo.” (Freud, S. 1909a p.100). La idea de la semejanza entre ciertos síntomas y ciertas escenas reprimidas perduró en el pensamiento de Freud, todavía en 1926 anotaba: “Si uno quiere explicar el ataque histérico, no tiene más que buscar la situación en que los movimientos correspondientes formaron parte de una acción justificada.” (Freud, S. 1926 p.127) Como su etimología lo indica, a identificación implica un juego de semejanzas, algunos síntomas dependen de la identi-
16. Como se ve en todo proceso más o menos complejo de creación de formaciones sustitutivas es difícil deslindar los aspectos metonímicos, dependientes de la contigüidad, de los metafóricos dependientes de la similitud, esta situación merecerá más adelante una breve consideración
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ficación. A veces con el rival edípico: “Supongamos ahora que una niña pequeña reciba el mismo síntoma de sufrimiento que su madre; por ejemplo, la misma tos martirizadora. Ello puede ocurrir por diversas vías. La identificación puede ser la misma que la del complejo de Edipo, que implica una voluntad hostil de sustituir a la madre, y el síntoma expresa el amor de objeto por el padre; realiza la sustitución de la madre bajo el influjo de la conciencia de culpa: ‘Has querido ser tu madre, ahora lo eres al menos en el sufrimiento’”. (Freud s. 1921 p.100) Otras veces la identificación es con el objeto amado: “Dora, por ejemplo, imitaba la tos de su padre” (ídem) O, prescindiendo de la relación de objeto: “Por ejemplo, si una muchacha recibió en el pensionado una carta de su amado secreto, la carta despertó sus celos y ella reaccionó con un ataque histérico, algunas de sus amigas, que saben del asunto, pescarán este ataque, como suele decirse, por la vía de la infección psíquica. El mecanismo es el de la identificación sobre la base de poder o querer ponerse en la misma situación. Las otras querrían tener también una relación secreta, y bajo el influjo del sentimiento de culpa aceptan también el sufrimiento aparejado. [...] Uno de los ‘yo’ ha percibido en el otro una importante analogía en un punto (en nuestro caso, el mismo apronte afectivo); luego crea una identificación en este punto, e influida por la situación patógena esta identificación se desplaza al síntoma que el primer ‘yo’ ha producido. La identificación por el síntoma pasa a ser así el indicio de un punto de coincidencia entre los dos ‘yo’, que debe mantenerse reprimido.” Ídem.)17 La ambigüedad Un tipo especial de formación sustitutiva que encierra aspectos de similitud son las expresiones de doble sentido: “[el] doble
17. Este último aspecto de la identificación histérica ya había sido teorizado en 1900: “la identificación no es simple imitación, sino apropiación sobre la base de la misma reivindicación etiológica; expresa un «igual que» y se refiere a algo común que permanece en lo inconsciente.” Freud 1900 p. 168
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sentido [que] es cosa habitual en los sueños así como en todas las otras formaciones psicopatológicas” (Freud S. 1900, p. 166). Fue profusamente descrito en el libro sobre el chiste: “Una de las primeras acciones de gobierno de Napoleón III fue, como es sabido, la expropiación de los bienes de los Orléans. Corrió en aquel tiempo un notable juego de palabras: «C’est le premier vol de l’aigle». «Vol» significa «vuelo», pero también «robo» {«Es el primer vuelo = robo del águila»}.( Freud S. 1905c p. 37) Ya hicimos mención a la opinión que le merecían a Freud ciertos dichos de Zoe en Gradiva18. Por la misma época escribe: Aun desviaciones leves respecto de los giros usuales en nuestros enfermos suelen ser consideradas por nosotros, en general, como signos de sentido oculto, y es verdad que con tales interpretaciones nos atraemos durante un tiempo sus burlas. Estamos al acecho de dichos matizados de doble sentido y en los que el sentido oculto se trasluzca a través de la expresión inocente. [‘...] Y en definitiva no es difícil comprender que un secreto celosamente guardado sólo se denuncie por indicios finos, especialmente de doble sentido. (Freud S. 1906b p.93) La transferencia: entre la contigüidad y la similitud “[...] todo ser humano, por efecto conjugado de sus disposiciones innatas y de los influjos que recibe en su infancia, adquiere una especificidad determinada para el ejercicio de su vida amorosa, o sea, para las condiciones de amor que establecerá y las pulsiones que satisfará, así como para las metas que habrá de fijarse. Esto da por resultado, digamos así, un clisé (o también varios) que se repite -es reimpreso- de manera regular en la trayectoria de la vida, en la medida en que lo consientan las circunstancias exteriores y la naturaleza de los objetos de amor asequibles, aunque no se mantiene del todo inmutable frente a impresiones recientes”. Prosigue Freud: Es entonces del todo
18. Los dichos mismos son síntomas y, como estos, provienen de compromisos entre conciente e inconsciente. (ver más arriba)
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normal e inteligible que la investidura libidinal aprontada en la expectativa de alguien que está parcialmente insatisfecho se vuelva hacia el médico. De acuerdo con nuestra premisa, esa investidura se atendrá a modelos, se anudará a uno de los clisés preexistentes en la persona en cuestión. [...] ( Freud S. 1912a p.98) La idea de clisé con su posibilidad de reproducción infinita de lo igual, alude a que lo “nuevo” será forzosamente reiteración de lo viejo, la idea de clisé excluye toda posibilidad de novedad. Próximo a esta idea se encierra en el uso de la palabra “modelo” para describir ésta situación, aquello que se crea de acuerdo a un modelo, carece por eso mismo de originalidad, es igual o similar al original. Pero la noción de trasferencia encierra aspectos metonímicos. Como se dijo más arriba el silencio por denegación de las asociaciones señala la proximidad de material transferencial. [...] si se persigue un complejo patógeno desde su subrogación en lo conciente (llamativa como síntoma, o bien totalmente inadvertida) hasta su raíz en lo inconsciente, enseguida se entrará en una región donde la resistencia se hace valer con tanta nitidez que la ocurrencia siguiente no puede menos que dar razón de ella y aparecer como un compromiso entre sus requerimientos y los del trabajo de investigación. En este punto, según lo atestigua la experiencia, sobreviene la trasferencia. Si algo del material del complejo (o sea, de su contenido) es apropiado para ser trasferido sobre la persona del médico, esta trasferencia se produce, da por resultado la ocurrencia inmediata y se anuncia mediante los indicios de una resistencia -p. ej., mediante una detención de las ocurrencias-. De esta experiencia inferimos que la idea trasferencial ha irrumpido hasta la conciencia a expensas de todas las otras posibilidades de ocurrencia porque presta acatamiento también a la resistencia. Un proceso así se repite innumerables veces en la trayectoria de un análisis. Siempre que uno se aproxima a un complejo patógeno, primero se adelanta hasta la conciencia la parte del complejo susceptible de ser trasferida, y es defendida con la máxima tenacidad” (Freud S. 1912a p.101) Lo cual justifica la idea de la trasferencia como resistencia.
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En resumen digamos que la trasferencia en su aspecto metafórico se genera apoyada en clisés y modelos expresando la similitud y a su vez señala metonímicamente la proximidad de material reprimido. Aparte de hallar las similitudes pertinentes entre las situación actual y la pasada, el analista haría bien en seguir retrospectivamente la cadena asociativa sabiendo que se halla en las cercanías de material reprimido.
Conclusiones Luego de fundamentar la idea del las ocurrencias y el discurso como formaciones sustitutivas, y apoyados en un modelo lingüístico simplificado hemos descrito algunos elementos clínicos a los que, a nuestro juicio, se debe atender en las entrevistas y las sesiones. Se describieron sintéticamente los siguientes puntos: 1. Influencia de lo inconsciente en el eje sintagmático 19 1.1. Las omisiones en el discurso en sesión 1.2. Las interpolaciones o agregados 1.2.1. Disgresiones 1.2.2. Comentarios 1.2.3. Cambios de tema 1.2.4. Silencios. 1.3. El polo metonímico en el eje sintagmático 2. Influencia de lo inconsciente en el eje paradigmático 20 2.1. Aspectos metonímicos en las sustituciones 2.2. Aspectos de la oposición en las sustituciones 2.3. Aspectos metafóricos en las sustituciones 3. La transferencia: entre la contigüidad y la similitud
19. Como se expresó más arriba éste eje puede ser denominado también eje de las combinaciones 20. Como se expresó más arriba éste eje puede ser denominado también: eje asociativo, eje de selección o eje de las sustitucione
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Contigüidades en el discurso
Metáforas Sustituciones por similitud
Cambios de tema
Doble sentido
Sustituciones por contigüidad Identificación
Transferencia
Metonimias
Interpolaciones: disgresiones comentarios silencios vacilaciones
Sustitución por lo contrario
Omisiones olvidos pérdida de nexos causales o temporales dudas
Oposiciones
Eje de las sustituciones
F. reactivas Negación
Esquemáticamente:
Eje de las combinaciones
Resumen Algunos elementos para una clínica psicoanalítica Enrique Gratadoux Recurriendo a un modelo lingüístico simplificado (de Saussure, Jakobson) se describen someramente dos ejes del discurso. En función de ellos, se ordenan diversas citas de Freud que describen la influencia de lo inconsciente en el discurso conciente según que se expresen influyendo en el eje sintagmático (omisiones, interpolaciones, disgresiones, comentarios, cambios de tema, silencios) o influyendo en el eje paradigmático (aspectos metonímicos, aspectos de la oposición y aspectos metafóricos en las sustituciones).
Summary Some elements for a psychoanalytic clinic Enrique Gratadoux
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By means of a simplified linguistic model (de Saussure, Jakobson) two discourse axes are briefly described. Several quotes of Freud, describing the influence of the unconscious on conscious discourse, are ordered, accordingly to their influence in the syntagmatic axe (omissions, interpolations, comments, changes of topic, silences) or accordingly to their influence in the paradigmatic axe (metonymic aspects, oppositional aspects and metaphoric aspects of substitutions)
Descriptores: LENGUAJE VERBAL / INCONSCIENTE FORMACIÓN SUSTITUTIVA / METONIMIA / METÁFORA /
Bibliografía ARISTÓTELES. Sobre la interpretación. BREUER, M. y FREUD, S. 1892. Estudios sobre la histeria, AE., 2. CHEMAMA, R. Diccionario de Psicoanálisis. Versión digital, entrada Formaciones del inconsciente. DE SAUSSURE, F. 1915. Curso de lingüística general, 24ª. Edición, Editorial Losada, Buenos Aires, 1945. FOUCAULT, M. La verdad y las formas jurídicas, Editorial Gedisa, Barcelona, 1980. FREUD, S. 1892-1899. Fragmentos de la correspondencia con Fliess. Amorrortu Editores (AE), Buenos Aires, 1986, vol. 1. 1894. Las neuropsicosis de defensa. AE. Buenos Aires, 1986, vol. 3. 1895. Proyecto de psicología. AE. Buenos Aires, 1986, vol. 1. 1899. Sobre los recuerdos encubridores. AE. Buenos Aires,
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1986, vol. 3. 1900. La interpretación de los sueños. AE. Buenos Aires, 1986, vol. 4, 5. 1904. El método psicoanalítico de Freud. AE. Buenos Aires, 1986, vol. 7. 1905a. Fragmento de análisis de un caso de histeria. AE. Buenos Aires, 1986, vol. 7. 1905b. Tres ensayos de teoría sexual. AE. Buenos Aires, 1986, vol. 7. 1905c. El chiste y su relación con lo inconsciente. AE. Buenos Aires, 1986, vol. 8. 1906a. El delirio y los sueños en ‘La Gradiva’ de W. Jensen. AE. Buenos Aires, 1986, vol. 6. 1906b. La indagatoria forense y el psicoanálisis .AE. Buenos Aires, 1986, vol. 6. 1909a. Análisis de la fobia de un niño de cinco años. AE. Buenos Aires, 1986, vol. 10. 1909b A propósito de un caso de neurosis obsesiva. AE. Buenos Aires, 1986, vol. 10 1910a. Cinco conferencias de psicoanálisis. AE. Buenos Aires, 1986, vol. 11. 1910b. Un recuerdo infantil de Leonardo da Vinci. AE. Buenos Aires, 1986, vol. 11. 1911. Puntualizaciones psicoanalíticas sobre un caso de paranoia (Dementia paranoides) descrito autobiográficamente. AE. Buenos Aires, 1986, vol. 12. 1912a. Sobre la dinámica de la trasferencia. AE. Buenos Aires, 1986, vol. 12. 1912b. Tótem y tabú. AE. Buenos Aires, 1986, vol. 13.
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1913a. El motivo de la elección del cofre. AE. Buenos Aires, 1986, vol. 12. 1913b. Prólogo a la traducción al alemán de J. G. Bourke, Scatologic Rites of All Nations AE. Buenos Aires, 1986, vol. 12. 1916-17. Conferencias de introducción al psicoanálisis. 2ª conferencia, Los actos fallidos. AE. Buenos Aires, 1986, vol. 15. 1917. Un recuerdo de infancia en Poesía y Verdad. AE. Buenos Aires, 1986, vol. 17, 137. 1918. De la historia de una neurosis infantil. AE. Buenos Aires, 1986, vol. 17. 1921. Psicología de las masas y análisis del yo. AE. Buenos Aires, 1986, vol. 18. 1925. La negación, AE. Buenos Aires, 1986, vol. 19. 1926. Inhibición síntoma y angustia. AE. Buenos Aires, 1986, vol. 20. 1937. Análisis terminable e interminable. AE. Buenos Aires, 1986, vol. 23. JAKOBSON, R. 1963. Essais de linguistique générale 1. Les fondations du langage. París, Éditions de Minuit. LAPLANCHE, J. 1980. Problématiques I, L’ angoisse, París, Presses Universitaires de France. LAPLANCHE, J. y PONTALIS, J. 1971. Diccionario de Psicoanálisis, Editorial Labor, Barcelona, España.
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Simbolización, una puesta en escena inconsciente1 Myrta Casas de Pereda2
“La Imagen significante no deja de ser un secreto enigmático, cuyo sentido no será comprendido hasta que sea demasiado tarde”. Giordana Charuty citada por Antonio Tabucchi en ‘Autobiografías ajenas’
Los términos símbolo, simbolismo y simbolización tiene una larga y profusa historia a través del tiempo. La filosofía, la lingüística, la pragmática, el arte en general, poesía, literatura, teatro o cine, han disfrutado de ellas haciéndolas trabajar de diversos modos siempre accesibles al saber y al conocimiento. El psicoanálisis se entrampa en dichos conceptos, pues convocan a la vez la división del sujeto, consciente e inconsciente, desdeñando límites en tanto nuestra cura acontece por la palabra. La simbolización, entonces, no se trata del saber ni del conocimiento. En aras de una (im)posible síntesis diría que Freud delimita nuestro campo al proponer lo simbólico (simbolización) perteneciendo al trabajo del inconsciente, que acontece entre representaciones-imágenes “entre la imagen visual del objeto y 1. El presente trabajo forma parte de un libro de próxima aparición sobre la cura y el agieren de la transferencia. 2. Miembro Titular de APU. Rivera 2516 - 11300 Montevideo. E-mail: mcasaspereda@adinet.com.uy
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la imagen sonora de la palabra”… “ y no entre el objeto y la representación objeto” (Freud 1915-a). Es uno de los escasos momentos en los que Freud utiliza el término simbólico en medio de sus trabajos de metapsicología (M Casas de Pereda). También Freud (1895) en su ‘Proyecto…’ trabajando su pasaje del cuerpo a lo psíquico, desde su filiación neurológica, propone desarrollos que atestiguan un giro epistemológico que define lo psicoanalítico. Allí enuncia desde “la acción específica” y “la experiencia de satisfacción” la primera descripción de la metáfora, fundante de la división psíquica, esfuerzo de desalojo o represión, que real-iza la inscripción psíquica, dando cuenta de este modo de la experiencia de una pérdida, el lado cosa (das Ding) del objeto. Simbolización implica tanto la pérdida como la sustitución. Diría que las defensas binarias como la vuelta sobre si mismo, transformación en lo contrario y desmentida actúan en torno a la pérdida ‘suspendiéndola’, trasladándola, mientras la represión y sublimación como defensas triádicas habilitan una tarea consistente de sustitución. Con la idea de simbolización no llegamos a capturar lo que no es capturable, sino que proponemos un nombre para ese acontecimiento que media en la división de instancias responsable de sentidos, síntomas, sueños y lapsus. Muchos año después Lacan (1959 En memoria de E. Jones, Sobre la teoría del simbolismo p.318)· reafirma el descubrimiento freudiano y plantea directamente “el simbolismo es solidario de la represión, sustitución de un significante por otro, con lo cual al que suplanta cae al rango de significado y que como significante latente perpetúa el intervalo en que otra cadena significante puede insertarse”, y mas adelante “…es el significante el que es reprimido, no hay otro sentido que dar al vocablo Vorstellugsnreprasentantz…”.(idem p.324) Metáfora, entonces, que como represión habilita ese acontecimiento donde, desde el sujeto y desde el objeto (otroOtro), acontece la simbolización como pérdida y sustitución. Toda creación (poiesis) implica precisamente la dinámica de la
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simbolización: sustitución, transformación, producción ( M. Casas de Pereda, 1999). En cuanto a los afectos, que no son reprimidos, (Freud 1915) “son como apéndices de lo reprimido, señales equivalentes a accesos histéricos, son solamente desplazados…” Y necesariamente el afecto, en su raíz de desplazamiento, complejiza los efectos en el discurso y el síntoma. La vida misma depende entonces de una muerte, una pérdida radical para que el ser humano nazca a la vida psíquica. Vida y muerte se codeterminan y determinan al hombre a desear… lo que se pierde, siempre que el otro que nos asiste y su deseo inconsciente avalen dicho acontecer. Pulsión de vida, pulsión de muerte, constituyen tal vez dos caras de una misma moneda, no serían sino una que habilita la vida en tanto se habilita la pérdida, que como muerte y castración, dan cuenta de la peripecia subjetiva. En estas contiendas de la simbolización hay un lado realizativo de la pulsión en articulaciones borromeas, ya que la muerte, por inimaginable, lo perdido para siempre, se nombra desde Freud como ombligo del sueño, inconsciente sistemático, o desde Lacan como lo real. Izar lo real, real-izar, es un modo de poder imaginarizar este acontecimiento que se nos escabulle de lo racional y que instaura el representante representativo, siempre predicaciones de una pérdida. Freud (1900) en la ‘Interpretación de los sueños’ señala, con una vigencia incontrovertible, que el sueño no es sino una realización (vicariante) de deseo. Desde la literatura, Tabucchi (2006) nos da una mano en este sentido cuando describe la evocación de un sueño propio. Señala que “evocar es llamar a la memoria, ‘ex-vocare’: llamar fuera,” que también” se emparenta con convocar al mundo de los difuntos.” Y este llamado pasa a través de nuestra actividad sensorial: “Si la evocación tiene el poder de emplazar a los muertos… es porque además de evocación es también convocación”.
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“La realidad que percibimos con los sentidos, mucho antes de que sea descifrada y elaborada por nuestras capacidades intelectuales, puede volver a presentarse al cabo de los años gracias a los sentidos que en su momento la percibieron, la vista, el oído, el olfato y el gusto” y agrega “no se presenta en tanto principio de realidad, sino a través de nuestras vivencias, por utilizar la terminología del psicoanálisis” (Ibid). Harto se ha señalado que la palabra es un símbolo y que en nuestra escucha analítica se duplica en tanto gesto y palabra producen efectos. Tabucchi (Ibid) lo dice mejor, “constituye un gesto”… y agrega “La entonación es la viva imagen del alma reflejada en las inflexiones de la voz” (Diderot 1767, citado por Tabucchi). Y citando a lingüistas deudores del círculo de Praga como Iván Fónagy, añade “gracias a la entonación la frase presenta un modelo vital, lo que confiere a la frase sonora un significado simbólico…” (Tabucchi 2006). Todo lo propioceptivo es ya un resultado de la escritura que la pulsión determina desde todas las zonas erógenas. Tenemos cuerpo erógeno en tanto efectuándose la división conscienteinconsciente desde cada uno de los movimientos de la represión. Los poetas y demás creadores son capaces de tocar los efectos de lo inconsciente con más agudeza y sensibilidad que los analistas… Nos recuerda Tabucchi (Ibid p. 24 ) la naturaleza enigmática de la memoria sensorial, cuya intensidad vivencial está plasmada en forma “clamorosa” en Proust, pues “ Toda la Recherche está fundada sobre la memoria del gusto de una madeleine”. La simbolización, entonces, en psicoanálisis es mucho mas compleja que señalar el valor de un símbolo, ya que lo que está implicada en dicha simbolización psicoanalítica, es, la represión, primera, segunda… toda represión que como metáfora testimonia de un ‘no’ prohibidor de la muerte, ‘no reintegrarás tu producto’, del incesto. Verdadera piedra basal del trabajo simbólico de la castración que encierra la acotación mayor al narcisismo en tanto salida de la creencia en el poder fálico (el pene materno que nunca existió). Es la posibilidad de abandonar las completudes que asaltan
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desde siempre como yo ideal que no alcanza a ser desalojado por el ideal del yo. Por ello, el tiempo del inconsciente es el tiempo del a posteriori y el espacio analítico convoca la escucha en todo momento de la vida. Así el niño discursea desde los objetos y la simbolización objetiva la connotación de tránsito que implica el gerundio, así como la de puesta en escena. Simbolización, trabajo sobre lo real, sobre lo que va a quedar por siempre fuera de la representación y que dibuja un acontecer real-izativo. Es que la simbolización está implicada en todos y cada una de las Formaciones del Inconsciente: lapsus, acto fallido, sueño, síntoma, transferencia. Los aportes planteados desde la semiótica (Peirce 1988 en M. Casas de Pereda, 1999) nos permiten repensar el significante psicoanalítico, donde lo simbólico anuda imagen y palabra con un real que habilita la constitución dinámica del anudamiento borromeo. Señalé entonces (Ibid p.327), que esta perspectiva permite una lectura diacrónica y sincrónica del acontecimiento psíquico, donde el a-posteriori tiene cabida (construcción de sentidos). Amplía, además la dimensión del discurso en psicoanálisis, donde el gesto o el movimiento (juego ) resultan significantes y diagraman gramaticalidades (valor icónico e indicial del significante), pues reúne el sentir, la experiencia y un significado donde circula el deseo.
Resumen Simbolización, una puesta en escena inconsciente Myrta Casas de Pereda Se ofrece una breve síntesis de las dificultades que ofrece el concepto de simbolización pues, en la perspectiva psicoanalítica, requiere una acotación : no se trata del saber ni del conocimiento. Freud, en una (im)posible síntesis, lo delimita cuando lo propone perteneciendo al trabajo del inconciente.
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Se puntúan brevemente las bases conceptuales utilizadas que se anudan en torno a pérdida y sustitución, donde muerte y castración son los articuladores imprescindibles. Todo lo propioceptivo es ya un resultado de la escritura que la pulsión determina desde todas las zonas erógenas. Lo real-izativo de la pulsión que nos constituye, en tanto instaura escrituras inconcientes, nos conduce a repensar el significante psicoanalítico por donde circula el deseo. Aportes de la literatura y la semiótica, apenas indicados, constituyen caminos abiertos a la reflexión sobre el tema.
Summary Simbolization, an unconscious staging. Myrta Casas de Pereda It contains a brief summary of the concept of simbolization, taken into account that from a psychoanalitical perspective, it requires to mark certain contour lines: it is not about knowing or knowledge. Freud, in an im-possible synthesis, limits such concept when he proposes that it belongs to the unconscious work. The conceptual basis used that concern loss and sustitution, where death and castration are the indispensable articulators, are stated. The whole of self perception is already an effect of the writing the drive determines from all erogenous zones. The real-ization of the drive constitute us because it establishes unconscious writing and leads us to re-think the psychoanalytic signifier through which wish circulates. Contributions from literature and semiotics barely mentioned here, are open paths to reflection about this topic.
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Descriptores: SIMBOLIZACION / SIGNIFICANTE / AFECTO /
Bibliografía CASAS de PEREDA, M. (1999) . En el camino de la Simbolización, Producción del sujeto psíquico. Editorial Paidós, Buenos Aires. FREUD, S. (1895) Proyecto de psicología en Obras Completas, Amorrotu Edit, T. I, 1976. (1915) Apéndice C. Palabra y cosa, en Obras Completas, Amorrortu Edit. T. XIV, 1976. (1915) “Lo inconciente”, en Obras Completas, Amorrortu Edit. T. XIV, 1976. LACAN, J. (1959) En memoria de E. Jones, Sobre la teoría del simbolismo en Escritos II, 1975, Siglo XXI Editores, México. TABUCCHI, A. (2006) Autobiografías ajenas, poéticas a posteriori. Anagrama, Barcelona.
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A los efectos de encarar el tema polemizando tomaré como disparador lo que se plantea en uno de los artículos de la última revista de Psicoanálisis Internacional de la API (diciembre de 2003), un artículo de Owen Renik titulado, quizás no muy de acuerdo con el texto, “No más curación por la palabra”. Renik dice: “con el transcurso de los años el Psicoanálisis perdió contacto con su finalidad original con su función empírica hacia el alivio del síntoma y debido a ello se volvió intrascendente” Critica una oposición entre objetivos analíticos y terapéuticos lo que habría convertido al Psicoanálisis en una “práctica esotérica”, al haber perdido su efectividad sobre el síntoma a través de la palabra. Podemos situar en este texto de Renik un emergente de problemas que podrían ser pensados de diferentes formas. Nosotros no tenemos certeza de haber perdido eficacia. De hecho parece algo muy difícil ponernos de acuerdo en cómo medir pero, además, ¿cómo compararla con la eficacia de la clínica freudiana? Podemos decir que el Psicoanálisis ha abarcado muchos más cuadros clínicos y problemáticas humanas, procedencias sociales de los pacientes, franjas etarias, etc., que en sus comienzos. Ha sido y es un desafío más que entusiasmante y ha promovido el 1. Conferencia Magistral realizada en el Simposium de las Américas: “Después de Freud”, Guadalajara, Febrero de 2004. 2. Miembro Titular de APU. J. Mª. Pérez 2885 Apto. 202. MontevideoUruguay. E-mail:gp@adinet.com.uy
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desarrollo de muchas teorías y consideraciones técnicas. Estas diferentes teorías y funcionamientos de los analistas en sesión y, aunque no tengamos mediciones y quizá tampoco formas de realizarlas, no parecen tener eficacias muy diferentes por ello. ¿Por dónde pasa la eficacia del Psicoanálisis? Coincido con Freud y con Renik: por la eficacia de las palabras. ¿En qué consiste la eficacia? En producir cambios reales. Me refiero a una idea levistraussiana de eficacia simbólica de las palabras. Palabras que en un contexto específico tengan efectos reales. Lo simbólico operando cambios reales o en lo real. Aunque nosotros no nos ubiquemos en el mismo campo epistémico que las ciencias positivas, sí compartimos con ellas la eficacia de lo simbólico sobre lo real. Todas las ciencias se fundan en ello. Estos efectos nada tienen que ver con tener ideas muy convincentes entre analistas o con los pacientes. Freud inauguró el Psicoanálisis con su eficacia con la histeria, allí donde la medicina y las religiones podían ser muy convincentes pero poco eficaces. La teoría de la seducción también era muy convincente, plena de sentidos ideológicos –niño inocente y adulto que pervierte-, pero poco eficaz. Podríamos ubicar, a modo de ejemplo parcial, tres momentos freudianos en la adquisición de eficacia. El primero lo podemos ubicar en la verbalización del paciente de relatos que hasta ese momento no disponía de forma conciente. Podrían estar allí los relatos de seducción sexual por adultos “recordados” por las histéricas. Un segundo momento podríamos situarlo cuando Freud se desengaña, descree de estos relatos o más bien descree del sujeto de deseo de esos episodios relatados. Del deseo sexual perverso del adulto pasa a concebir la pulsión parcial sexual endógena y las fantasías. No es nada menor desde el punto de vista de la eficacia el hacerse sujeto del deseo de un relato o historia. Un tercer momento podríamos tenerlo en la conceptualización y trabajo de la transferencia. La diferencia entre la actitud de huída de Breuer
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con Ana O. y la que Freud puede empezar a trabajar con sus pacientes, sosteniendo la transferencia, para que el paciente pueda empezar a hacerse cargo de sus deseos, es una diferencia capaz de producir cambios eficaces. Hoy podemos decir que el Psicoanálisis no es sólo esto pero, también, que el Psicoanálisis no es sin esto. Cuando las primeras generaciones estaban comprensiblemente muy preocupadas por mantener la fidelidad a las ideas de Freud, organizar y traducir su obra, sistematizar sus conceptos, estructurar la formación de analistas, etc., dos grandes creadores sacuden, décadas antes o después, desde ambas márgenes del canal de la Mancha, la teoría y la práctica analíticas. Reduzco los ejemplos y los aportes por razones obvias de exposición. Melanie Klein nos sorprende con su capacidad de entrar en contacto y teorizar las fantasías inconscientes, con palabras muy cercanas al cuerpo, sectores de cuerpo, sustancias corporales y con la innovación del recurso al juego en el análisis de niños, y la apertura a relatos lúdicos con palabras, movimientos, gestos y objetos (formas y sustancias). Quizás nunca más que con estas experiencias analíticas dispusimos de palabras y materiales analíticos donde lo discursivo (verbal, gestual, juego) se encontraba tan cerca del cuerpo erógeno y sus pulsiones parciales. El dispositivo y la técnica ayudaban a que así fuera. Con este despliegue exuberante aprendimos las diferentes formas del odio-amor de transferencia, así como recursos necesarios para el trabajo de la transferencia negativa, quizás hasta la exageración. Jacques Lacan nos impacta también de muchas formas. Toma la palabra, podría decirse, cuando estábamos inmersos en fantasías exuberantes en imágenes. Toma la palabra en su materialidad significante y no en sus conceptos. La palabra en su afectación, en su fuerza significante, en su eficacia. Si con Klein las palabras estaban ahí en el juego, en los dibujos, en los relatos y diálogos, armando recorridos entre cuerpo, sustancias y objetos, y creando escenas de intensa actividad imaginaria de sentidos,... con Lacan, quizás la perspectiva histórica nos permita leerlo mejor en el futuro, una teoría del signo, que en él queda conducida a su materialidad:
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el significante, nos auxilia como antes una brújula o hoy un GPS a un navegante en la oscuridad. Ojalá fuera tan claro, me disculpo por la reducción del ejemplo. Pero quiero decir, que nos auxilia a poder orientarnos a leer las líneas de fuerza del deseo inconsciente en el medio de la producción de sentidos preconcientes del relato, el juego y la transferencia. Desde Lacan y de diferentes formas en varios autores, hemos asistido al pasaje de una teoría de la representación, en Freud, a teorías del signo (del significante, en Lacan) que nos ayudan a recorrer desconstructivamente las vivencias subjetivas. Se podría decir que todo lo recién mencionado estaba o se insinuaba en la obra de Freud, pero tuvo con estos autores y otros, un desarrollo explosivo. Si en las referencias freudianas que realicé hay un momento de producción y relato de fantasías de seducción en el análisis y otro de desengaño, mutuo, que quiebra el sentido, reconduce a otro lugar en cuanto al sujeto de deseo en juego –deseo edípico-, en la secuencia que hice en estos pincelazos de Klein y Lacan podríamos leer un movimiento comparable. En mi opinión, estas dos tendencias que trazo en estas caricaturas de Klein y Lacan, son consustanciales a nuestro métier. Necesitamos un despliegue extenso e intenso de fantasías en transferencia, un cierto atrapamiento de convicciones subjetivas, para que se produzca un quiebre de esos sentidos. Momento de desolación, de estupor a veces, pero ¿qué sería de nuestro Psicoanálisis si estos momentos aportados por estos autores no existieran? ¿No podemos ver allí una fuerte siembra de nuestra eficacia? El problema del sentido en Psicoanálisis ya había sido tratado en un trabajo clásico de Serge Viderman, “La construcción del espacio analítico”, el problema de: “El sentido y la fuerza: la transferencia”3 . Allí sostiene que el Psicoanálisis parece haber necesitado alejarse cada vez más y olvidar sus orígenes en las 3. Serge Viderman, “La construction de l´espace analytique », Ed. Denoël.
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oscuridades del hipnotismo, donde todo dependía de la fuerza, el poder en bruto que ejercía el hipnotizador sobre el hipnotizado, para pasar a privilegiar el sentido. El Psicoanálisis, dice Viderman, “Cierra los ojos con pudor cuando choca con algo que le recuerda la violencia hipno-sugestiva, su tendencia lo lleva a valorizar el sentido. Queda por saber si puede continuar haciéndose el Ángel.”. Se pregunta, de alguna forma, por la pérdida de eficacia en el abandono de la fuerza en privilegio del sentido. No hay en ese trabajo ni en mi espíritu ningún deseo de volver al hipnotismo, claro está. No quiero caer en el grupo de “esotéricos”, si es posible, aunque siempre esto es una asignación. Pero el sentido tiene sus trampas, es sin dudas mucho más racional, mucho más cercano a lo académico, a lo socialmente aceptado por las ideologías implícitas o explícitas, a lo que puede resultar convincente, enseñable y aplicable en otros campos. Nosotros sabemos en qué medida nos sentimos apremiados a ofrecer sentidos que sean aceptados. Esto ocurre de diferentes formas, de acuerdo a las épocas y culturas, pues hoy las demandas de sentidos fuertes pueden pasar por la demanda de resultados estadísticos que se tomen como “verdad”. En el Psicoanálisis actual la multiplicación casi ilimitada de los sentidos interpretativos de un material sí nos enfrenta a la pregunta por la pérdida de la eficacia en la capacidad de producir cambios psíquicos efectivos. Hay una demanda de sentido desde el paciente pero no menos desde el analista y en los grupos analíticos. No es esta una cruzada contra el sentido sino un cuestionamiento de cómo se producen los sentidos efectivos o qué es lo efectivo de la palabra en Psicoanálisis. Viderman alía el sentido a la fuerza en la transferencia, donde las palabras pueden adquirir fuerza de actos en tanto ligadas o representantes de la pulsión. Son palabras que no vienen como aplicación del sentido de las teorías que dispone el analista (ni el paciente) sino que se cuecen en el barullo de la transferencia, destornillándose y atornillándose a imágenes diversas, dibujando formas o signos que nos remiten a otras cadenas significantes,
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pero siempre con palabras contextuadas en las pulsiones parciales y organización libidinal en juego. Otro movimiento importante “después de Freud”, que también tiene su gran inflexión entre Klein y Lacan, es en relación al acento endógeno y al dispositivo óptico que caracteriza al modelo freudiano de aparato psíquico, con las consecuentes dificultades en las nociones de “adentro-afuera”. ¡Qué distinto hubiera sido el modelo si Freud hubiera conservado la teoría de la seducción traumática! La excentricidad de la sexualidad traumática del otro pasó a constituir una endogeneidad radical de la pulsión y la proyección de esta superficie corporal erógena, el basamento del yo. En Klein el mundo interno adquiere tanta fuerza que nos impactan sus interpretaciones en el análisis de Richard mientras caen cerca las bombas sobre Londres. Lacan zafa de esta tópica de compartimentos y ofrece una estructura de lugares que relativiza la idea “adentro-afuera”. Coincidamos que no es fácil de escapar de esta idea pues es una imagen fuerte de nuestra subjetividad. No hay nada más ilusorio que el adentro, razón quizás por la cual Freud habló de proyección de superficie. Ese adentro no tiene nada de real, sin embargo tiene la consistencia imaginaria más fuerte. ¡Es lo mío, es lo que siento, es mi interioridad! Es la fuerza de la representación. Ella está ligada a la percepción. Nuestro estar en el mundo, nuestro cuerpo en el mundo, tiene un atrapamiento de doble faz: el cuerpo es objeto de percepción-representación y a su vez, el mundo es percibido en nuestro cuerpo.4 Esta doble faz que genera la idea fuerte de pertenencia de mi interior pero también el conocimiento de mi mundo, también es una doble faz erógena entre mi erogeneidad y la del otro. Freud trató de resolverlo suponiendo un estímulo pulsional y otro estímulo exterior, entre los cuales interponía una instancia Prcc4. El cuerpo, dice Corinne Enaudeau, tiene “El poder de estar allí como la cosa sentida y aquí como la cosa sintiente” (“Paradoja de la representación”, Ed. Paidós). Es recomendable la excursión que hace Enaudeau en su libro, que aquí cito casi como excusa.
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Cc, donde estrictamente uno se representa y el otro se percibe. Pero la idea de una percepción pura, sin representación, no parece prosperar. Siempre son representaciones. La dificultad “adentro-afuera” se repite en innumerables nudos de nuestra práctica analítica. ¿Cuántos momentos clínicos, discusiones de materiales y teóricas, nos remiten al problema de qué es del analista y qué del paciente, al interminable dilema de la transferencia-contratransferencia? ¿Cuántos atrapamientos pensando en las situaciones reales que el paciente vivió o sus fantasías inconscientes suponiendo tales acontecimientos? Podemos vernos nuevamente reciclando el momento freudiano del desengaño respecto a los relatos de las histéricas. Esto se acrecienta más aun en el trabajo con niños o con pacientes con situaciones traumáticas. Pero no es menor el problema cuando se trata de considerar la incidencia del entorno social-cultural-epocal en la estructura psíquica. ¿Es afuera o es adentro? Para ejemplificarlo aun más, la estructura edípica ¿es afuera o es adentro?, la diferencia de sexos ¿es afuera o es adentro? ¿Podemos pensar hoy que la estructura edípica y el destino de las identificaciones y elecciones de objeto sexuales tiene un determinismo psíquico, ligado a las protofantasías, independientemente de los cambios socio-culturales? Freud no obvió los efectos de los otros ni de la cultura sobre el sujeto, pero los situó más tardíamente en las identificaciones secundarias y se jugó por un esquema heredado filogenéticamente y un destino anatómico de las identificaciones sexuales. Esto operó de referente a la hora de definir normalidad o patología y hoy no podemos tener demasiado claro cuánto hay allí de ideológico de su época. A diferencia de tomar al cuerpo biológico -enfatizado por Freud y en general en Psicoanálisis- como soporte material del psiquismo, pienso que hoy, con la incorporación de teorías del signo, estamos en condiciones de considerar una materialidad corporal escrita erógenamente. Materialidad que comparte su real con el cuerpo que la biolo-
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gía investiga y teoriza modelándolo inevitablemente con las ideologías imperantes.5 El cuerpo erógeno al que me refiero no es el cuerpo anatómico sino una materialidad superficial que porta una escritura erógena6 . Materialidad inseparable de la escritura, al punto que podríamos decir que no hay otro cuerpo material que lo que se dispone en esas escrituras erógenas mismas. Los significantes -de distintas materialidades- están excavados en lo real. Ello, en mi opinión, hace interesante el planteo derrideano de que todo lenguaje requiere de una escritura previa, una escritura básica arcaica: “archiescritura”7 . Fue y es motivo de una polémica interesante que ojalá siga abierta Todo el Psicoanálisis ha trabajado cómo se arma psiquismo desde los primeros momentos de vida. Allí no hay relato oral posible si no se establece una “danza” de intercambios reales de signos entre los otros y el bebé. He llamado metafóricamente a esto una coreografía erógena8 . Me he enterado de que no hay forma de armar una coreografía si no es en la escena misma. No se puede transmitir por relato oral ni escrito. Es la escritura misma la que requiere realizarse en escenas corporales. No es una escritura que tenga sujeto y objeto, sino algo que se arma. Si pensamos que toda la erogeneidad se escribe desde el otro (“printing”, inscripción) ¿no seguiríamos con el modelo de la seducción traumática? Podríamos decir que se arma o produce “entre”, como esa idea tan genial de Winnicott del espacio y objeto transicionales.
5. Es esclarecedor el recorrido de investigación histórica que hace Thomas Laqueur en “Construcción del sexo” (Ediciones Cátedra, Valencia). a los efectos de entender esos inevitables efectos ideológicos en toda concepción anatómica de los cuerpos y los sexos, como también en la concepción psicoanalítica. 6. J. García, “Escrituras y lecturas del cuerpo”, en: “El cuerpo en Psicoanálisis”, Ed. APU, 2002. 7. J. Derrida, “Freud y la escena de la escritura” En: “La escritura y la diferencia”, Barcelona, Anthropos, 1969. 8. J. García, “Coreo-grafías, inscripciones arcaicas”, en: “Lo arcaico, temporalidad e historización”, Ed. APU, 1995.
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Inevitablemente estoy siendo muy esquemático con conceptos que en otros lados he desarrollado, al menos un poco más, no sé si de forma más esclarecedora. Pero quiero llegar a que, desde el comienzo, hay una materialidad marcada erógenamente, donde participan el potencial sujeto y otros, al mismo tiempo, y que, ese mapeo de significantes diversos que se produce (fónicos, táctiles, gestuales, etc.), se escribe con cierta organización, de cuyas claves –parece haber muchas en juego- nosotros somos, si no totalmente por lo menos bastante ignorantes. A mediados del siglo pasado Marie Langer se preguntaba con inquietud sobre cómo sería el futuro de las identificaciones y la diferencia de sexos de los bebés y niños que en ese momento sentían en sus pieles la misma sensación áspera en el contacto con el jean de sus madres y sus padres9 . Nosotros no tenemos experiencia y quizá tampoco tengamos posibilidad de análisis comparativos de este tipo. Podríamos decir, ligeramente, que es el mismo tipo de inquietud que sintieron nuestras abuelas con la llegada del refrigerador y la cocina eléctrica, nuestros padres con el televisor y nosotros con las computadoras, los juegos electrónicos e internet, y que, finalmente: “no pasa nada”. Pero es muy dudoso que no pase nada. Marie Langer estaba en el medio de un siglo donde los cambios en el lugar y función de la mujer y el hombre fueron muy importantes. ¿Cómo ha variado la idea de masculino y femenino entre Freud y nosotros? Seguramente el cambio no empezó en esa sensación táctil unisex del jean, pero ella allí nos traía un ejemplo de lo que se estaba armando distinto. Hizo una lectura que, siendo ideológica, parecía tener muy presentes sus referencias en huellas erógenas. Hoy se arman distintas las familias. Hay variaciones importantes en las relaciones de parentesco. Se arman distintas las parentalidades y auguran o amenazan todavía cambios antes impensables. Y, en el medio de lo que parecía una caída de la
9. M. Langer, “Maternidad y sexo”, Ed. Paidós, 1951
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formación de familias, hoy las parejas homosexuales aparecen con fuerza sosteniendo el derecho de formarlas, por la pareja y por la parentalidad.10 Ustedes saben que se nos inquieren preguntas tales como: ¿Es la homosexualidad normal o patológica? ¿Tiene contraindicaciones la adopción de un niño por una pareja homosexual? ¿Qué va a suceder con los niños de probeta y las clonaciones? Se nos inquiere, es cierto, pero también estamos tentados a dar opiniones. ¿Está el Psicoanálisis en condiciones de dar respuestas? ¿Con qué referentes damos lecturas a estos nuevos signos? Sé que hice un rodeo muy abarcativo, licencia que me permito por ser una exposición oral. En mis preferencias está que la teoría se agite con las preguntas que saltan en nuestras prácticas y en la vida. En este recorrido primero señalé la relación de la eficacia de las palabras con su anclaje pulsional erógeno en transferencia y ahora traté de poner sobre la mesa que esa erogeneidad consiste en una escritura corporal que se produce siempre con otros y en organizaciones de deseo que dependen del contexto de las relaciones de parentesco, sexuales y parentales, de las ideas de masculino y femenino, de los lugares y funciones que ocupan hombres y mujeres, etc., en un armado cuyas claves a veces vislumbramos pero muchas otras no. No hay mayor ceguera que la que tenemos con las líneas de fuerza que organizan nuestra propia época y cultura. Cosa que no tiene sólo ni principalmente explicaciones psicoanalíticas. Leer signos puede entenderse como una actividad ineficaz en relación con las investigaciones biológicas por ejemplo. Sin embargo, la propia evolución del mono al hombre nos muestra que esta “habilidad” (homo habilis) fue bastante eficaz. Entre los monos que disponían de andar en dos pies, que podían elevar sus cabezas sobre los pastizales para defender sus crías y buscar alimento, no fueron precisamente los mejor dotados en fuerza los que nos precedieron en la escala animal. No tenían la enorme 10. E. Roudinesco trabaja este tema en su texto bastante reciente: “La familia en desorden”, Ed. Fondo de Cultura Económica.
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memoria de animales que podían volver a localizar un lago que habían conocido décadas atrás, ni eran capaces de orientarse como los gorriones y las golondrinas en migraciones de largas distancias a poco tiempo de nacidos. Por el contrario, con muchas debilidades parecían tener una astucia, una habilidad: reconocer huellas nuevas y relacionarlas con otras, es decir, leerlas. Si algo no se puede decir de esta habilidad es que fue ineficaz. Las ciencias son un ejemplo de ello. La ineficacia puede estar en el tipo de trabajo con los signos, en la especificidad psicoanalítica de este trabajo. La eficacia de las palabras requiere reconocer, con la fuerza que nos da la transferencia (sigo a Viderman, sigo a Octave Manonni) la fuerza de estos significantes o escrituras erógenas, ocultadas por ideologías y atrapadas en síntomas u otras estructuras defensivas que, a veces, hacen sentir vacío en la vida subjetiva. Reconocerlas para que se desplieguen y se atrapen de nuevo para ser otra vez reconocidas en su escena transferencial. Ahí se arma un camino de significación-simbolización, sobre el cual no podemos ni debemos tener ningún dominio si no queremos caer en la ineficacia del puro sentido, del convencimiento ideológico adaptativo. Sin embargo, es muy dudoso que el analista sea, en cuanto a la fuerza que utiliza, un “ángel”. Él no es un lector, por lo menos solamente. Dispone de la fuerza que esas escrituras erógenas le prestan en transferencia y de su propia fuerza erógena vibrando en transferencia. El concepto de “neutralidad” queda al menos cuestionado. Es claro en cuanto a no expresar nuestros deseos, ideas e ideales, pero no en que seamos verdaderamente “neutrales”. Podríamos entender esto como la diferencia que Piera Aulagnier establece entre “violencia primaria” y “violencia secundaria”11 . Ustedes saben, ésta última impone violentamente un sentido excesivo, la primera anticipa un ordenamiento que no dispone el sujeto. También el concepto de transitivismo simbólico, de J. Bergès y G. Balbo12 podríamos entenderlo en esta línea. El analista dice desde dónde está afectado, desde huellas o indicios que 11. Piera Aulagnier, “La violencia de la interpretación”, Ed. Amorrortu. 12. Jean Bergès y Gabriel Balbo, “Sobre el transitivismo. El juego de los lugares de la madre y el niño”, Ed. Nueva Visión.
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reconoce desconstructivamente en su afectación por la demanda del paciente y establece cierta hipótesis, cierta construcción que no tiene más veracidad que la de hacer algo organizado con esas excitaciones erógenas y aportarlo para que ejerza su efecto. Efecto que no es el de un sentido que con-venza sino que porta un cierto orden del cual el paciente se pueda apropiar13 . Este podría ser el efecto de las construcciones planteadas por Freud y pienso que tienen una eficacia fundamental en lo que a veces se llaman fallas arcaicas, donde tiene mucha participación el masoquismo y derivan en trastornos diversos de la simbolización. En realidad son dificultades que, de distintas formas, encontramos en toda estructura psíquica. Finalmente, comparto la preocupación por nuestra eficacia. El énfasis en una acción eficaz sobre el síntoma fue lo que movió a Freud a no circunscribirse al síntoma, como ocurría en la época pre-analítica. Considerar las fantasías inconscientes, la erogeneidad pulsional con los signos culturales que la organizan, apunta en el sentido de la eficacia. Las aplicaciones de teoría, actuales o de Freud, las cosmovisiones psicoanalíticas, las excursiones filosóficas, lingüísticas, neurocientistas, etc., en busca de “El Dorado”, son parte de nuestras ilusiones, las que vemos desmoronarse a cada tiempo. Es inevitable. Necesitamos también de esas derivas y estar dispuestos a muchos momentos como el que Freud nos trasmite en su carta del 21 de setiembre de 1897, tanto en nuestras teorías o creencias como en los análisis. Recordemos: “...Ahora tengo que acostumbrarme de nuevo a callar y a ser humilde, a preocuparme y a ahorrar y al decir esto me acuerdo de uno de esos cuentecitos que tengo en mi colección: ¡Quítate ese vestido Rebeca, que la boda terminó!”. Y fue, un verdadero comienzo. Pero, ¿no quedamos también interpelados por nuestra posición en una cultura del “éxito”, interrogados acerca de la diferencia entre el “éxito” y la “eficacia” en Psicoanálisis?
13. Identificación transitivista simbólica.
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Resumen La eficacia en el Psicoanálisis. Javier García El autor, tomando como punto de partida y excusa un artículo de Owen Renik llamado “No más curación por la palabra”, aparecido en la revista Psicoanálisis Internacional de la API en diciembre de 2003, establece un recorrido de trabajo sobre la eficacia de las palabras en Psicoanálisis. La idea se centra en la eficacia de la función simbólica de las palabras cuando estas amarran un enclave erógeno pulsional singular con las estructuras simbólicas sociales y culturales de cada época. El Psicoanálisis permitiría trabajar estos signos actualizados en transferencia a través de fantasías e ideologías que implican y afectan al analista. Se rastrean momentos cruciales de adquisición de eficacia en el descubrimiento freudiano y en aportes de M. Klein y J. Lacan. Trabaja el problema del “sentido” en psicoanálisis y cuando éste se hace eficaz. Introduce la inclusión de la estructura social regulatoria de los intercambios sexuales a través de la discusión de las nociones de “adentro” y “afuera” en el psiquismo. Y, a partir de allí, hace propuestas de cómo el inconsciente podría estar constituído por una escritura corporal erógena construída “entre” el sujeto y los otros. La actualización en transferencia de este entramado que se repite permitiría actuar eficazmente sobre él, lo que hablaría de una simbolización eficaz. Finalmente y volviendo a la discusión del artículo de Renik, sostiene que el énfasis en una acción eficaz sobre el síntoma fue lo que movió a Freud a no circunscribirse al síntoma, como ocurría en la época pre-analítica y a la necesidad de considerar las fantasías inconscientes y la erogeneidad pulsional entramadas con los signos culturales que la organizan, lo cual apunta en el sentido de la eficacia. Summary Efficacy in Psychoanalysis Javier García The author, taking as starting point and as an excuse an article
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by Owen Renik called «No more healing through the word», which appeared in the journal «International Psychoanalysis» from the IPA in December 2003, sets a course of work about the efficacy of words in Psychoanalysis. The idea focuses in the efficacy of the symbolic function of words when these tie a singular erogenous drive enclave with the social and cultural symbolic structures of each time. Psychoanalysis would enable working these signs actualized in transference through phantasies and ideologies which imply and affect the analyst. Crucial moments of efficacy acquisition are tracked in the freudian discovery and in M. Klein´s and J. Lacan´s approches. The author deals with the problem of the «senses» in Psychoanalysis and when they becomes efficacious. He introduces the inclusion of the regulatory social structure of the sexual interchanging by means of the discussion of the notions of «inside» and «outside» in the psychism. And from there on, he makes proposals about how the unconscious could be formed by an erogenous body writing constructed «between» the subject and the others. The actualization in transference of this plot which is repeated might enable to act efficaciously on it, which would mean an efficacious symbolization. Finally and going back to the discussion on Renik´s article, he thinks that the emphasis on an efficacious action over the symptom was what moved Freud not to circumscribe to the symptom, as it happened in the pre-analytical time and to the need of considering unconscious phantasies and erogenous drive linked to the cultural signs which organised it, which aims to the sense of efficacy.
Descriptores: SIMBOLIZACION / TRANSFERENCIA / SIGNIFICANTE / FANTASIA /
Revista Uruguaya de Psicoanálisis 2007 ; 104 : 201 - 219
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Simbolización en la adolescencia: la dificultad de devenir adulto Silvia Flechner*
Devenir adulto es una forma de demarcar un tiempo de transformación más dentro de la continuidad del existir de un sujeto. Tiempo de numerosas reorganizaciones en lo que concierne al sujeto, así como también a la identidad, en función de las relaciones de identificación con los objetos investidos. Este devenir no está vinculado exclusivamente a la conclusión del tránsito adolescente al alcanzar determinada edad. Si bien el paso cronológico del tiempo podría considerarse un indicador, no será ni exclusivo ni central en este trabajo. Nos referimos más bien a la capacidad de vivenciar las diversas aventuras entre las que se encuentran por ejemplo, la adquisición de responsabilidades, la libertad para acceder a la parentalidad, a la transmisión de generación en generación de ideales acordes a la evolución de cada individuo dentro de su cultura, las elecciones de pareja, vocacionales, laborales, así como la creatividad, que irán alejándose de muchas de las fantasías todopoderosas idealizadas de la adolescencia. A su vez los procesos de simbolización acompañan este devenir, desempeñando un papel central en la capacidad de elaborar la separación y la pérdida de objeto a lo largo de la vida. Desde el punto de vista psico-social, el devenir adulto se ha modificado en nuestra época desde varios puntos de vista, uno de * Miembro Titular de APU. Vázquez Ledesma 2993-901. Tel. 711 1303. E-mail: sflech@chasque.net
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ellos implica que la adolescencia en sí es más larga y compleja. Desde una perspectiva psicoanalítica, representa un tiempo fundamental de reorganización – desorganización - reorganización a través de sus dos vertientes, la narcicista y la objetal. Atravesando el continuo proceso durante el cual el sujeto es simultáneamente constituido y descentrado de sí mismo mediante la preservación del interjuego dialéctico conciente - inconsciente.
Encrucijadas de la subjetivación En los inicios, el pasaje de la identidad de percepción a la identidad de pensamiento, así como el movimiento dialéctico del par presencia-ausencia, irán inaugurando procesos de estructuración psíquica del infans, donde la respuesta materna se tornará estructurante. Un sí o un no, una ausencia o una presencia pasarán a ser creadores de categorías de tiempo, espacio, relaciones causales y también de anticipación. Fanny Schkolnik (2006) plantea la problemática de las fallas de la simbolización vinculadas a fallas en la instalación de la represión primaria y a la activación de distintos aspectos del narcisismo arcaico en el cual predominan mecanismos de escisión y fenómenos fusionales con el otro. Las fallas en la simbolización pueden tener su expresión en modos de funcionamiento mental donde priman los fantasmas omnipotentes de realización de deseos, condensando la fuerza pulsional interna con la amenaza exterior. El niño podría ser capaz de transitar su crecimiento con dichas fallas, llegando a situaciones tales como el desconocimiento de sí mismo, con tal de quedar prendido a la dependencia fusional, simbiótica con el objeto. Cuando así sucede, a partir de la pubertad podrían observarse la presión de las excitaciones corporales, los deseos activos y pasivos actuando como una amenaza interna sin encontrar otra solución que no sea la descarga actuada o la proyección de fantasmas sadomasoquistas persecutorios, fantasmas pregenitales que no han logrado ser integrados al primado de lo genital. Sexualidad y
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violencia destructiva se condensarán entonces, siendo vividas como totalmente desligadas de un amor objetal. En tales casos, la madurez sexual, puede ser vivida como extraña al yo, arriesgando con provocar un desmoronamiento narcisista durante este período de tránsito entre la pubertad y la adultez. Sin embargo la incertidumbre de este tránsito será soportable en la medida que haya una cierta confianza en el poder del sujeto. De crearse por sí mismo por apropiación activa, las fuentes de placer que lo han ido confirmando a través de las experiencias infantiles, manteniendo la capacidad suficiente de ilusión (Winnicott 1977). De no ser así, el futuro corre riesgo de ser investido como simple retorno del pasado, tornándose terrorífico, puesto que rememora la impotencia infantil en relación a la excitación interna en sí misma. Los objetos parentales podrán volverse a posteriori, objetos de odio en función de una subjetivación tardía, obligando al adolescente a reconocer la dependencia alienante anterior. La violencia destructiva así como la culpabilidad, exigirán de un largo trabajo que implicará un profundo sufrimiento psíquico, así como un prolongado proceso de elaboración que no siempre concluye en forma exitosa. Es esta – entre otras - una de las razones por las cuales la depresión representa uno de los motivos de consulta habitual en la adolescencia. Esta depresión puede acompañarse en forma general de sentimientos de incapacidad del yo para efectuar el intento difícil y doloroso de procesar el duelo por los objetos infantiles perdidos y la realización de deseos a los que están ligados. Pero también aparecen depresiones encubiertas, que se expresan por ejemplo en prácticas toxicomaníacas o alcohólicas, las cuales muchas veces constituyen una suerte de compromiso entre el deseo de evitar pensar acerca de una realidad tan dolorosa como frustrante y la imposibilidad de recurrir a soluciones delirantes. Opuestamente, el delirio, constituye la ultima tentativa de dar sentido al sujeto, al mundo y a sus relaciones, enfrentado a la confusión de referencias identificatorias, del interior y del exterior, a las contradicciones de los mensajes y dichos de los
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padres, pero también al secreto, la violencia hacia las negaciones familiares. La construcción delirante le dará un sentido al no sentido de la historia del sujeto. La influencia narcisística del objeto, alienante de las capacidades de represión y simbolización, existe en distintos grados entre aquellos que sin devenir psicóticos, tienen una potencialidad, según el término de P. Aulagnier (1975), que nos comunican la lucha desesperada a la que se enfrentan para “desidentificarse” de esta invasión por la violencia, el odio o la depresión en los cuales ellos son el continente (Cahn 1986). A lo largo de un proceso esperable, el joven adulto conquistará en parte su autonomía, a través de la apropiación identificatoria de las funciones parentales. La post- adolescencia implica la necesidad del joven de aceptarse tal cual es. Intentando a su vez producir una interiorización definitiva del Superyo como guardián de los investimentos narcisistas y objetales, evitando que éste quede como instancia primitiva dirigida hacia la desintrincación pulsional. Las dificultades que comienzan a gestarse en el joven adulto entre la familia y la nueva generación serán también un punto a tener en cuenta, porque este conflicto deviene intrapsíquico, entre una representación de sí garante de la autoestima y la imagen de sí reenviada por los otros.
Algunas consideraciones sobre la identidad y las identificaciones: Cómo devenir sujeto J. Cosnier (1990) sostiene que se puede considerar la identidad como punto central de trabajo sobre el devenir adulto, ya que ésta se sitúa en un entrecruzamiento de aspectos sociológicos, biológicos y psicológicos como noción de adulto en sí misma. La palabra en latín adultus es el participio pasado del verbo adolecere: crecer, engrandecerse. El adulto será aquel que llegará al término de su crecimiento, mientras que la adolescencia cubre el período de crecimiento comprendido entre la pubertad y esta finalización. Sin embargo podríamos preguntarnos, ¿existe acaso un final
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para el crecimiento cuando el vivenciar nos demuestra que estamos permanentemente jaqueados por la continuidad de la dialéctica presencia- ausencia, por la elaboración constante de nuestras pérdidas y nuestros duelos así como de los conflictos que una y otra vez remiten aprés –coup a nuestras marcas, huellas, que evidencian un permanente e inagotable proceso de simbolización? El sentimiento de continuidad psíquica de existencia de sí a través de los procesos de cambio para devenir adulto, es el que permitirá al joven desprenderse de aquellas marcas traumáticas. Integrando así la diferenciación entre sujeto-objeto, yo placer-yo realidad, así como la diferencia de sexos y de generaciones. Freud (1915) plantea las polaridades sujeto (yo) – objeto (mundo exterior), placer-displacer, activo-pasivo para llegar a la diferenciación yo- no yo, interior-exterior. Estas primeras bases de la identidad se continúan luego bajo la forma: amor – odio, dependiendo también de las oscilaciones entre investidura – desinvestidura. Freud no se ocupó en demasía por el término identidad, sino que le dio más atención al término identificación que es un trabajo psíquico principalmente objetal. La idea de identidad hará referencia a un registro narcisista de gran importancia también en el devenir sujeto, pero sin dejar de tener en cuenta que el objeto es quien funda al sujeto, así como también es quien lo aliena. (Racamier 1985) En el transcurso de la latencia, la estabilidad relativa de la identidad y también de las identificaciones, dependerán de las relaciones tempranas ya que durante el trabajo de la latencia se reorganizarán los aspectos narcisistas y edípicos, integrando las identificaciones sexuadas de ambos progenitores. Sabemos que la latencia implica entre otros, el trabajo de sublimación, conformándose poco a poco una identidad personal de una representación de sí sujeta a los deseos, interiorizando las identificaciones parentales, pero ya abierta a la multiplicidad de identificaciones con los adultos y sus congéneres. El arribo de la pubertad será el inicio de un evento altamente perturbador, a su vez desorganizador del sentimiento de identidad. Es por ello que ciertos púberes, describen una angustia intolerable
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en sus relaciones sociales, mientras que su sexualidad se reduce a un autoerotismo irrefrenable, desligado de sus lazos a los objetos, sin tener más que un efecto económico de descarga. Parecería que nunca han investido la temporalidad, el pensamiento mismo de la diferencia entre una vivencia presente y un proyecto futuro. Su identidad parece haber quedado fijada en una imagen ideal especialmente vinculada al cuerpo, el cual cambia en forma continua sin que el púber logre acceder al control de estos cambios. La conmoción que trae consigo el período puberal, el empuje de los dinamismos pulsionales sumado a la desorganización de las excitaciones intentando la reorganización de defensas adecuadas, hacen de la adolescencia un período de gran perturbación que convoca no solo al adolescente sino que también provoca a todos aquellos que se encuentran involucrados en su entorno, reactivando así viejos demonios que hasta entonces habían quedado silenciados. El papel que juega el ambiente, teniendo en cuenta sobre todo las etapas infantiles precedentes, es fundamental. Las actitudes parentales pueden oscilar entre las angustias excesivas hasta las dramáticas negaciones, éstas nos alertan acerca de la reactivación de viejos conflictos transgeneracionales inscriptos muchas veces en el registro de la violencia. (Flechner, 2005) Para investir un proyecto y entrar así en la temporalidad del devenir sujeto, es necesario haber desidealizado al mismo tiempo al Yo infantil: “su majestad el bebé” y los primeros objetos investidos en beneficio de una representación de sí diferenciada. Dicha representación entrará dentro de las categorías de pensamiento y simbolización, compartidas por otras subjetividades que colaborarán a fortalecer el principio de realidad. Esto implica tolerar la separación en un espacio y un tiempo que marcarán entre otras cosas el proceso propio de desidealización. Entre aquello que uno es y lo que uno desearía ser o haber sido. Con el arribo a la adolescencia o la joven adultez, pueden observarse muchas veces los efectos de clivajes que se vuelven invalidantes para las relaciones del joven con el grupo social, por no haber logrado vivir a sus congéneres como semejantes. La
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relación dominador – dominado sobre el modelo niño – adulto queda como el único modelo relacional. Es el trabajo psíquico de simbolización no efectuado o sus fallas las que han impedido una buena evolución de las interacciones precoces. Winnicott (1971) formula a su manera la búsqueda identitaria, búsqueda de sí, contradictoria con la obligación de una identidad conforme a un “patrón”. Pero esta búsqueda comporta una cierta incertidumbre, fuente de angustia, como la libertad - a cada instante, tener que elegir entre todos los posibles - incertidumbre que no es soportable más que en la relación con el otro garante de la continuidad del existir, reflejada en espejo por el reconocimiento de este otro “en el cual podemos confiar”, de que no nos usará a su antojo, sino que asegurará el sostén de la creación de sí. La sumisión al mundo externo, en cambio, dará un sentimiento de futilidad. Insiste en la inmadurez del adolescente quien necesita un tiempo de crecimiento y de creatividad al abrigo de la no – responsabilidad, tiempo necesario de experiencia de vida para aceptar todo lo que llega al mundo de la imaginación personal concerniente a la sexualidad y la rivalidad, ya que el sentimiento latente de culpa es tanto o más destructivo que la violencia exterior impidiendo la delimitación imaginario-real. Hay pues, una actividad intensa ininterrumpida, de simbolización para dar sentido a la existencia, para poder tener un sentimiento de ser y existir, y ello depende de que este otro parental y social, escuche, mire, reconozca el extraño mundo del adolescente y no se confundan con él (adolecentización parental) (Casas 2006).
La simbolización, los símbolos H. Segal (1966, 1978) ha mostrado cómo sirve el símbolo para superar una pérdida aceptada, mientras que la ecuación simbólica es utilizada para desmentir la separación entre el sujeto y el objeto. Según Segal, el proceso de simbolización requiere una relación de tres términos – el yo, el objeto y el símbolo- y la
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formación del símbolo se desarrolla progresivamente en el curso del paso de la posición esquizo-paranoide a la posición depresiva. En el curso del desarrollo normal, en la posición esquizoparanoide que funciona al comienzo de la vida, el concepto de ausencia existe apenas, los símbolos precoces se han formado por identificación proyectiva y de ello resulta la formación de ecuaciones simbólicas. Segal ha introducido la expresión “ecuación simbólica” para designar los símbolos precoces que son de naturaleza muy diferente de los símbolos que se forman ulteriormente. En la posición depresiva, existe un grado mayor de diferenciación y de separación entre el yo y el objeto, y según las experiencias repetidas de pérdida, de reencuentro y de recreación, un objeto bueno se instala de manera segura en el yo. El símbolo es utilizado entonces para superar una pérdida que ha sido aceptada porque el yo se ha vuelto capaz de renunciar al objeto, de hacer duelo por este y se lo percibe como una creación del yo (Segal 1978). Ese estadio no es sin embargo irreversible, porque en los momentos de regresión, el simbolismo puede recaer en una forma concreta aún en individuos no psicóticos. H. Segal destaca igualmente que la posibilidad de formar símbolos rige la capacidad de comunicar, tanto en la comunicación con el exterior como en la comunicación interna, puesto que toda comunicación se produce por medio de símbolos. La capacidad de simbolizar adquirida en la posición depresiva se utiliza para tratar los conflictos precoces no resueltos simbolizándolos, de modo que las angustias que habían permanecido clivadas en el interior del yo – ligadas a relaciones de objeto precoces – puedan ser progresivamente tratadas por el yo mediante la simbolización. Tanto Bion (1962) como Meltzer (1967) han hecho aportes significativos, permitiéndonos reflexionar sobre las primeras fases del desarrollo donde a través de los mecanismos de proyección e introyección, se organizarán los procesos identificatorios tanto proyectivos como introyectivos. Tal como ha expresado Bion (1962), será la capacidad de rêverie de la madre lo que permitirá que el mundo circundante cobre de a poco sentido para el infans, dando paso a una dialéctica sensorial e intuitiva entre el “adentro” y el “afuera”.
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Basándose en el descubrimiento de Freud (1900) de los “pensamientos oníricos” que constituye la primera expresión simbólica de la experiencia emocional, Bion convierte la “capacidad de revêrie de la madre” en el prototipo de comunicación a través del pensamiento intuitivo. Para él, la verdadera capacidad de pensar a la que llama función alfa, surge siempre y solamente a través de una experiencia emocional. Examinando la naturaleza del proceso utilizado a estos efectos, Bion constatará que se trata en realidad de una situación particular del proceso descrito por M. Klein en 1946 en su artículo “Notas sobre algunos mecanismos esquizoides” bajo el término de identificación proyectiva. Mientras Klein se interesaba en la patología del funcionamiento psíquico, Bion remarcaba a través de esta forma de función materna que denominó la capacidad de revêrie, las bases mismas de la simbolización. Este modo de funcionamiento por identificación proyectiva no tiene para él nada de patológico, razón por la cual la llamó, identificación proyectiva normal. A través de la reintroyección de algunos elementos de la capacidad de revêrie de la madre aplicados a los elementos proyectados por él, el infans conseguirá establecer poco a poco en su interior su propia capacidad de identificación proyectiva normal, siendo el inicio de su función alfa la que constituirá el continente de sus experiencias emocionales por venir, la membrana de contacto (Bion 1962) entre su propia vida psíquica y la vida psíquica de otro. Se trata entonces del instrumento mismo de la capacidad de simbolización y de comunicación interhumana. Dicha actividad podrá tener sus fallas, cortes o discontinuidades a lo largo de la vida, gran parte de ello dependerá de cómo se haya dado la experiencia emocional en los primeros tiempos. Tal como lo ha dicho Kestemberg (1962): “Todo se prepara en la infancia y se pone en juego en la adolescencia”, lo ejemplificaré a través de una viñeta clínica.
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María, la dificultad de crecer: una viñeta clínica Cursando el último año de liceo sin saber qué haría después llegó María al tratamiento. Me impresionaba la blancura de su piel, su pelo largo pero cortado sobre su frente con un cerquillo infantil. También me llamaba la atención su delgadez y su vestimenta aniñada, poco adecuada para su edad, donde se me destacaban sus zapatos prendidos con una hebilla evocándome mis tiempos infantiles pasados. Su voz suave y pausada, su mirada huidiza me llevaba a pensar que me encontraba frente a una adolescente extremadamente tímida. Sin duda lo era, no me miraba a los ojos, sino más bien hacia abajo y era difícil escucharle decir dos frases seguidas, con un tono que por momentos se me hacía imperceptible. Sin embargo aceptó seguir viniendo. P. Estoy en sexto de arquitectura, no sé qué quiero hacer después, no tengo problemas en el rendimiento, siempre me fue bien, pero me va mal en todo lo demás. Me aíslo, no tengo amigos varones, salgo siempre con mis amigas del colegio… cuando salgo que es muy poco. Cuando me cambié a este liceo estaba aterrada pensando con quién iba a estar en los recreos. Decidí que mejor me quedaba sola y siempre me llevo un libro para leer. A. ¿Por qué te va mal en todo lo demás es que pasás mucho dentro de casa? P. ¿Vos decís por lo blanca que soy? no me gusta tomar sol, me gusta que me vean diferente a las demás. Pero sí, paso mucho dentro de casa, pensé que al sacar la libreta de conducir iba a salir más. Solo lo hice la primera semana y después me aburrí. Paso la vida aburrida, tirada en la cama, soñando con mi otra casa, cuando era una nena y no tenía todos los problemas que tengo ahora. A. Soñás con tu otra casa, ¿qué recordás de tus sueños? P. No me acuerdo de nada, no tengo memoria para eso, solo me acuerdo de lo que veo en un sueño que soñé muchas veces. A. ¿Qué ves en ese sueño?
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P. Me veo a mí sentada en una sillita que usaba cuando era una nena, esto es todo lo que veo. A. ¿Te recuerda algo? ¿recordás esa sillita? ¿El lugar donde estaba o tal vez con quién jugabas? P. No, no me acuerdo de nada, no tengo recuerdos, cuando te digo que sueño solo se me viene una imagen y se me queda ahí y nada más. Escuchar el breve relato de María, su mínima descripción, me generaba a mí una serie de imágenes y asociaciones que no le mencioné. Era demasiado apresurado intervenir y hablarle a una joven tan asustada, que parecía haber quedado congelada en el tiempo, tan blanca como blancanieves, y a su vez como una muñeca de trapo o de cera, sentada en una sillita inmóvil, esperando que alguien la mueva, la sacuda, la toque con la varita mágica para darle vida, volverla persona y también mujer. Poco a poco, a través de las sesiones, fui notando que María le tenía miedo a todo. Salir, entrar, separarse, alejarse, reunirse, ir al liceo o volver. Tomar sol, hablar con chicos o chicas desconocidos, mostrar su cuerpo, ir a bailar. Sin embargo, habíamos comenzado aproximadamente en setiembre con las entrevistas y uno de sus primeros anuncios fue que se iría de viaje con una amiga en ómnibus a pequeños pueblos recorriendo varios países de América Latina. El viaje se iniciaría ni bien completaran los exámenes de 6º año para poder dejar asegurada la entrada a facultad pero no tenía fecha de regreso: P. Hasta que dé la plata, hasta que tengamos ganas o hasta que pase algo que nos haga volver. María se encargó de fijar la fecha de regreso haciendo que pasara algo que la hiciera volver. A pesar de ser una excelente alumna perdió su ultimo examen de bachillerato, justo con la materia que más segura se sentía. Fue la primera vez que la vi llorar de manera desconsolada. La segunda fue cuando decidió que iba a estudiar escenografía y sus padres no la autorizaron. Sus
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llantos eran los de una niña desesperada que no lograba encontrar soluciones por sí sola a sus problemas. Parecían insolubles y yo me preguntaba cómo era posible que esta “niña” hiciera semejante viaje por territorios desconocidos sola con una amiga. Al entrevistarme con sus padres, éstos parecían muy seguros de que María podría realizar dicho viaje sin inconvenientes. Les pedí que me hablaran de ella, no encontré elementos que pudieran conducirme a clarificar mis ideas, salvo el hecho de que sus padres consideraron siempre que la trastornada era su hermana adolescente, dos años menor. No la veía preparada para este viaje, sin embargo era ya un hecho consumado, a lo cual me remití a decirles que si notaban algún problema que trataran de hacerla volver y si me necesitaban me podían llamar. Lo hizo la propia María, llorando desconsoladamente por teléfono pero luego de transcurrido el viaje y de haber salvado la materia que le faltaba para entrar en facultad. Con poca diferencia de tiempo recibí la llamada de María, de su madre y de su padre para que por favor la viera ese mismo día. P. No puedo parar de llorar, di el examen y se me vino el mundo abajo, yo trataba de explicarles a mamá y papá que estoy muy mal, ellos estaban de vacaciones y yo acá en Montevideo, finalmente le dije a mamá que me estaba por suicidar, llegaron en una hora, fue la única forma de hacerlos volver rápido y que se dieran cuenta lo mal que me sentía. Pero cuando llegaron me di cuenta que no me podían ayudar en nada, no sé qué estoy buscando, no sé qué hacer, no quiero vivir más así y tengo un nudo acá en la garganta que no se me va con nada. A. Parece ser un momento muy difícil, crecer, separase, alejarse, tomar decisiones, genera mucha angustia, muchos sentimientos encontrados que están empezando a salir. O sea que estás dejando de ser la niñita del sueño que se te repite, sentada en la silla quieta, ahora pareces muy inquieta y muchos sentimientos juntos están saliendo de adentro tuyo. P. (llorando) Tengo miedo no puedo seguir creciendo, no puedo entrar en facultad, ni siquiera sé lo que quiero estudiar.
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No puedo irme ni quedarme, cuando me acuerdo del viaje pienso que estuve loca, solo así me fui, ahora que estoy acá no tengo otro lugar que la cama que es donde me siento segura, pero no me puedo dormir. A. La cama parece que tampoco es más un refugio, ¿no será que ya no podés seguir quedándote inmóvil? Pero a la vez ir, volver, salir, crecer, parece en este momento ser una tarea muy difícil. Una nueva entrevista con sus padres me permitió saber que la hermana de María, está en tratamiento desde hace ya varios años por crisis violentas y episodios depresivos. Al seguir investigando la madre relata que ella también fue una persona muy tímida, siempre metida dentro de la casa con sus padres. A pesar de ser muy bonita y haber tenido éxito con los chicos, nunca se animó a salir con nadie y terminó casándose con el hombre que le dio seguridad, el papá de María que era el mejor amigo de su hermano y frecuentaba la casa de ella en forma permanente. Reconoce que probablemente haya estado deprimida en su adolescencia, pero el hecho de haberse casado e irse de su casa la “ayudó a salir de su problema”. Sin embargo, la situación se repite en forma clara dentro de su propia casa, ahora con sus dos hijas. Salen poco, tienen pocos amigos, una rutina extensa de trabajo y una vida que ellos definen como apacible hasta el inicio de la crisis de la hija menor y ahora de María. El análisis para María fue muy doloroso, especialmente en los primeros años de tratamiento. Parecía estar en un laberinto del cual no podía salir. Sin embargo de a poco iba logrando darle palabras a sus imágenes en los sueños, mostrando también atisbos de cierta independencia. Al año de tratamiento se repitió el sueño de la sillita con otras características: P. Soñé de vuelta que estábamos en el apartamento de antes de mudarnos, era más chico y más feo que el que estamos ahora, yo estaba sentada en la sillita que teníamos con mi hermana para jugar, mamá me decía: “María aprontate que nos vamos, nos tenemos que ir al otro apartamento”. Lo repetía muchas veces,
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pero yo no me movía de la silla, ellos entonces se despedían de mí, se iban todos y me dejaban en casa sola. Yo me quedaba contenta de que no me tenía que ir de mi casa. A. Nuevamente la sillita…. Pero ahora no estás sola. Mamá te habla en el sueño, trata de sacarte del lugar donde estabas sola e inmóvil. P. Sí, mamá trata no solo en sueños, también en la vida real, yo también trato y vos también tratás. ¿No podés atarme una cuerda y dar un tirón fuerte? De a ratos siento que me hundo en un pantano, de repente si das un tirón… A. La cuerda la fuimos armando entre nosotras dos, yo a veces tiro de la cuerda y tú me avisás que tengo que ir más despacio entonces tirás tú para el otro lado y de a ratos tiramos las dos para el mismo lado y vas saliendo. De todas formas ahora sabes y podes ponerle palabras a la situación en la que estabas, por ahora podemos decir que estabas empantanada y que ves que alguien tira de la cuerda para sacarte, a pesar de que por momentos quieras que me empantane yo también. El sufrimiento de María es un ejemplo que subraya la importancia del eje transferencia-contratransferencia, poniendo de manifiesto así, las posibilidades de simbolización en el análisis de adolescentes. Interpretar la conflictiva adolescente que muestra de manera desgarradora los conflictos de amor y de odio puede resultar a veces difícil, al ligarse nuestras propias resistencias contra-transferenciales para aceptar las proyecciones hostiles del analizando y su destructividad hacia nosotros, analistas, representantes responsables de despertar el dolor psíquico. Será el analista con cada paciente quien encontrará la forma - a través de la contra-transferencia - de establecer un nuevo nexo que le permita al paciente, transitar con menos sufrimiento el camino del análisis que decidió emprender, aún cuando ello implique por momentos y para ambos “empantanarse”. Es así que su forma de mostrar su cuerpo, su expresión a través de la palabra a lo largo del tiempo de análisis, van esbozando una forma propia de delimitarse que es aquella que María puede
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expresar: en un inicio tratando de inmovilizar su psiquismo al ver en su sueño una imagen y hacérsele imposible ligarla o asociarla, mientras que posteriormente, en otro momento, un sueño similar empieza a expresar cierta movilidad. Logrando a su vez crear representaciones nuevas, como la del pantano, que a pesar de su dramatismo implican en sí, una posibilidad de movimiento, quizás un atisbo de salida. La relación analítica, apoyada en el eje transferencia-contratransferencia, permitirá al analista captar en su paciente las angustias ligadas a las experiencias emocionales a veces, muy tempranas y relanzarlas en aras de una transformación. Dicha transformación incluye a su vez la capacidad de simbolización que irá dando forma a las representaciones por venir. B. de León (2006) dirá que en los procesos interpretativos, la simbolización incluye dos movimientos como las dos caras de una moneda: ausencia y presencia, ruptura y creación. La palabra en la interpretación busca transformar vivencias y sentidos propios del mundo subjetivo del paciente, sustituyéndolos, al modo de la actividad metafórica y reubicándolas en un nuevo contexto. Esto abre el espacio de producción creativa de nuevas vivencias y significados en el paciente los cuales implican nuevas experiencias y simbolizaciones de la ausencia- presencia del otro y de los objetos.
Para finalizar La vida no puede ser pensada de otra forma que no sea como una continuidad, en la cual encontramos una sucesión de conflictos y el trabajo de cada sujeto con dichos conflictos. El tiempo, la continuidad, nos muestran que no hay una separación radical entre la adolescencia y el devenir adulto, sino más bien una imagen en espiral (Alleon – Morvan 1990) que es en sí misma una forma de continuidad del existir. Así parece darse también en el análisis, donde a pesar de la repetición y la regresión, nada es como ha sido y nada podrá hacerse tal como ya fue realizado. En ningún
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momento el sujeto se encuentra en la misma posición en relación a sí mismo y a los otros, aún a pesar de la permanencia y de la continuidad. Somos creados por nuestros objetos primarios y somos creadores y transformadores de los objetos de nuestro mundo interno y externo, quienes a su vez nos transforman (Caiafa, 2006). Una de las grandes adquisiciones de la adolescencia que perduran en la edad adulta –entre otras– está centrada en la capacidad de re-trabajar el Edipo, así como también la muerte en relación a la castración. De la misma forma, los procesos de simbolización acompañan este devenir, desempeñando un papel central en la capacidad de elaborar la separación y la pérdida de objeto a lo largo de la vida. Ser adulto implicará que fuimos adolescentes, poniéndose en juego la capacidad de disfrute, de placer, de estar a solas y también con otros. La posibilidad de realización de la satisfacción sexual con una pareja estable, la maternidad y paternidad. La inserción laboral, las responsabilidades, la interacción en la sociedad. Queda así abierto el camino hacia la libre elección, creatividad y realización personal acompañada de un conocimiento - desconocimiento permanente que nos recuerda que el camino es sin retorno, lo cual nos deja en claro el carácter irreversible de la vida. Al acaecer la muerte de los padres el adulto envejece, llevándolo a vivir de otra manera la desconocida idea de la muerte. Devenir adulto es entonces el comienzo del envejecimiento, ya que cuanto más avanzamos en la vida, más nos confrontamos a la muerte. (Alléon – Morvan 1990). Esta es una prueba más de que las angustias de muerte suscitadas a veces por lo incongnoscible, o lo impensable, también pueden hacerse presentes de otra manera, diferente a las de la adolescencia. Momentos en los que nos percatamos que somos adultos, participando de la historia de la especie humana, confirmando la alteridad y la continuidad.
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Resumen Simbolización en la adolescencia: la dificultad de devenir adulto Silvia Flechner Este trabajo realiza un recorrido que parte desde la estructuración psíquica, marcando puntos relevantes tales como la latencia, la pubertad, la adolescencia y el devenir adulto. El acento está puesto en la subjetivación, la identidad, así como también el proceso de simbolización. Devenir adulto es una forma de demarcar un tiempo de transformación más dentro de la continuidad del existir de un sujeto. Se adjunta viñeta clínica.
Summary Symbolization in adolescence: the difficulty found in becoming an adult. Silvia Flechner This paper makes a round from the psychic structuration, highlighting relevant ítems like puberty, adolescence and become adult. The accent is placed in subjetivation, identity and also symbolization. To become adult is a way in which a time of transformation is defined inside the continuity of existence of a human being. Clinical material is included.
Descriptores:
ADOLESCENCIA / PUBERTAD / SIMBOLIZACIÓN / IDENTIDAD / MATERIAL CLÍNICO /
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¿Qué aprendemos de los niños que no aprenden?1 José Antonio Barreiro2 «Lo mejor cuando se está triste - contestó Merlín, empezando a soplar y resoplar- es aprender. Puedes hacerte viejo y temblón, puedes pasarte toda la noche desvelado escuchando el desorden de tu cuerpo, puedes perder tu único amor, ver el mundo devastado por malvados lunáticos, o saber que tu honor está enfangado en las sentinas3 de las mentes ruines. Sólo hay una salida en ese caso: aprender. Aprender por qué se mueve el mundo y qué lo mueve. Eso es lo único que el pensamiento no puede agotar ni enajenar, lo que nunca le torturará , lo que nunca temerá, lo que nunca le causará desconfianza, lo que ni en sueños podrá lamentar. Eso es lo más conveniente para ti: aprender. Considera todas las cosas que puedes aprender: ciencia pura, la única pureza que existe. Puedes aprender astronomía en una vida, historia natural en tres, literatura en seis. Y puedes luego, tras haber agotado un millón de vidas en la biología y en la medicina y la teosofía y la geografía y la historia y la economía, puedes, en fin, empezar a hacer una rueda de carreta con la madera adecuada, o pasar cincuenta años iniciando el aprendizaje de la técnica de derrotar en esgrima al
1. Parte del contenido de este trabajo pertenece al artículo: “Trouver la dyscalculie ou découvrir le sujet” José Antonio Barreiro, publicado en La Nouvelle Revue de l’AIS– Adaptation et intégration scolaires. Nº 30. 2005, París. 2. Miembro Asociado de APU. René 1774 C.P.11400, Tel: 601-3408. Montevideo. E-mail: jjjabbb@adinet.com.uy. 3. Lugar lleno de inmundicias y mal olor. Lugar donde abundan o de donde se propagan los vicios.
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adversario. Después puedes empezar de nuevo con las matemáticas, hasta que llegue el día, el momento, en que aprendas a arar”. T. H. White4 “The once and future king”
A modo de resumen En este trabajo desarrollaré básicamente tres ideas: 1º) La necesidad de dar lugar a la subjetividad a la hora del diagnóstico y tratamiento de las dificultades del aprendizaje. No es posible curar a un sujeto de un trastorno del que el sujeto está ausente 2º) Las relaciones entre dos tipos de estructuras de pensamiento: una estructura cognitiva que da lugar al pensamiento objetivo y una estructura DRAMÁTICA que organiza la actividad simbólica, ligada a la construcción del lenguaje, y que da lugar a la subjetividad. Ejemplo: Ernesto dice: “Justito dijo Cañete: catorce y tres diecisiete”5 ¿Es verdad o se equivoca? Otro ejemplo: el niñito que se fue a la cama a regañadientes, al rato se le siente decir “¡¡AUA!!”. Desde la estructura cognitiva hace referencia al líquido elemento, desde la estructura dramática o escenario dramático, sus padres pensaran: “¡qué bandido!”, dándose cuenta de la fuerza de la artimaña de su hijo, de su deseo de compañía, etc. 3º) ¿De qué modo las dificultades de aprendizaje son simbolizadas por el niño? Veremos a qué paradojas nos enfrenta esta pregunta. “El ‘no sé porque vengo’ ayudaremos a convertirlo en ‘vengo porque no sé’” (Sara Paín, 1983, p.67). 4. Terence Hanbury White (1906 -1964). Escritor británico nacido en Bombay, India. “The Once and Future King”, su obra cumbre, es conocida en español como “Camelot”. Se trata de una serie de novelas que reescribían la obra de Thomas Malory (sg. XV) sobre el Rey Arturo. Encontrado el manuscrito entre sus documentos fue publicado póstumamente en el año 1977. Un alegato pacifista, contra los nacionalismos que sólo saben librar batallas y contra el capitalismo que según el autor es antinatural. 5. El refrán dice con humor: “Justito dijo Cañete, catorce y dos, diecisiete”.
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¿Cuál es el territorio de las dificultades de aprendizaje? O dicho de otro modo ¿cuando hablamos de dificultades de aprendizaje a qué diversidad de situaciones nos estamos refiriendo? Quisiera distinguir cuatro vertientes (López de Caiafa, C. 2006) que no son excluyentes ni exhaustivas: 1º) Cuando se trata de una inhibición o déficit en el desarrollo cognitivo. Aquí incluiría lo que llamamos Organizaciones Deficitarias en su amplio espectro. 2º) Cuando, en el marco de un desarrollo normal, aparece como expresión sintomática vinculada a una conflictiva emocional. Aquí sí valdrían las preguntas: ¿Qué deseo mueve el no aprender? ¿De qué ansiedades se defiende el niño que no aprende? 3º) Cuando se trata de una dis-función o trastorno específico: DIS-lexia, DIS-fasia, DIS-praxia, DIS-atención, DIS-calculia, DISgrafia, DIS-ortografía, etc. 4º) Cuando se enmarca en un trastorno severo de la personalidad, lo que Bion ha denominado “ataque al pensamiento”. En general nos resulta un niño “raro”, sea por lo que dice o hace, con el que inicialmente nos cuesta sintonizar. Estudios actuales evidencian relaciones significativas entre problemas de aprendizaje y trastornos de la personalidad en los niños.6
¿Cómo pensamos las dificultades de aprendizaje hoy? Debemos reconocer que se trata de saberes que provienen de 6. R. Misès (2003) refiere a estudios epidemiológicos en niños con dificultades de aprendizaje. De ellos 2/3 presentan psicopatologías sea de tipo neurótico o patologías límites. Por su parte Gibello (1984), refiriéndose a las disfasias, señala la alta frecuencia con que se encuentran en estos niños trastornos psicóticos. Preéneron, Meljac, Netchine, (1994) hablando de dificultades en la lectura, describen la frecuencia de organizaciones y procedimientos marcados por la rigidez y la ausencia de flexibilidad en los procesos de pensamiento, tanto en el dominio de las estrategias cognitivas como en el del funcionamiento de la personalidad. Los niños, mayoritariamente varones, se situaban preponderantemente en un registro obsesivo.
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diversas disciplinas: pedagogía, psicología, biología, fonoaudiología, etc. “Los saberes disciplinarios no son ‘piezas de un mismo puzzle’ que haya simplemente que colocar en su lugar para construir una ‘unidad’. Si se intenta forzar ese ajuste entre piezas es probable que se acabe teniendo que ‘limar’ - para que encajen - algunas de las aristas más agudas, creativas y originales de lo que cada saber aporta y de las preguntas que pueden construir entre sí, o las que cada disciplina puede reformular al interior de sus fronteras”. (J.Gonçalves da Cruz)7 Debemos tener en cuenta que acá no estamos ante hechos sino ante saberes. Goethe lo decía bellamente: “La más alta sabiduría sería comprender que cada hecho es ya teoría”. Entonces sentados los técnicos alrededor de una mesa para pensar en un niño, lo primero es descartar un saber hegemónico, para dar lugar a saberes parciales, contextuales que puedan convivir, sin someterse unos a los otros, sin “limarse”. Ese es el riesgo: limar la complejidad, no tolerar la incertidumbre fruto de la opacidad tras la que se oculta y emerge el sujeto, omitir al sujeto detrás de un rótulo. Como psicoanalista, reconozco el riesgo – afortunado – que se corre cuando se transita por las fronteras del psicoanálisis en compañía de autores diversos. También tengo conciencia que mis reflexiones sobre problemas de aprendizaje, están sesgadas por una experiencia clínica con niños cuyas dificultades se inscriben en un contexto más amplio de trastornos de la personalidad. Estamos frente a nuestras dificultades de aprendizaje sobre los problemas del aprendizaje. “¿Qué nos enseñan los niños que no aprenden?” es el título de un valioso libro escrito por Jean Bergès y otros (2003), que en francés suena mejor: “Que nous apprennent les enfants qui n’apprennent pas?”
7. Jorge Gonçalves da Cruz junto con la Psp. Alicia Fernández dictaron el curso “Cuestionado diagnóstico de ADD/ADHD (TDA/THDA). “¿Desatentos y/ o desatendidos? Los contextos socio-culturales y la atencionalidad”. (Septiembre, 2006)
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¿Cómo interviene el otro a la hora del diagnóstico? Ernesto, es lento porque es “acelerado”. Los padres dicen que cómo tiene un Síndrome Disatencional con Hiperactividad, no aprende. El médico, que es el que detenta el lugar del saber, presionado socialmente por dar un nombre a lo que le pasa al niño, supo diagnosticarlo y medicarlo con Ritalina. También tiene una dislexia, que le dificulta comprender las tareas que se le proponen en clase. Dicen que tiene problemas de conducta porque este Síndrome le hace acelerado para todo, incluso para meter la pata. Mientras le tramitan “tolerancias”, los profesores le tienen cierta condescendencia porque “tiene mucha cosa afectada”. Pero ¿qué le pasa a Ernesto? O mejor: ¿qué tiene que ver el otro en lo que le pasa a Ernesto? Un diagnóstico debe ser evolutivo, abierto, con reevaluaciones sucesivas para aprehender las posibilidades que el niño y su entorno vayan desplegando en el proceso, para ponderar lo acertado o no de los tratamientos propuestos. Hacer más énfasis en el proceso singular de Ernesto que en el rótulo que se le asigne. El déficit del que el niño se supone portador, en general es medido objetivamente, por una batería de tests. Los psicólogos medimos el C.I., funciones visomotoras, a veces proponemos pruebas de Piaget, etc. Creo que sabemos poco de las dis-funciones: DIS-lexia, DIS-fasia, DIS-praxia, DIS-atención, DIS-calculia, DISgrafia, DIS-ortografía, etc. Desde nuestra ignorancia, preferimos evitar considerar las dificultades cognitivas del niño más allá de los factores afectivos. Por eso, con frecuencia estampamos esa frase que, por cliché, no dice casi nada: “Rendimiento descendido por factores emocionales”. Con el abordaje terminológico inaugurado veinte años atrás por el DSM-IV (Manual Diagnóstico y Estadístico de los trastornos mentales, compilado por la American Psychiatric Association) la patología declina en “TRASTORNO” y no más en “SINDROME”. Las patologías se identifican por una lista de manifestaciones y es según el número de ellas presentes en el paciente, que se establece el diagnóstico. Esto a los franceses no les gusta nada. Oponen al
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DSM-IV la CFTMEA (Clasificación Francesa de los Trastornos Mentales de la Infancia y Adolescencia). Pero los reagrupamientos clásicos de síntomas en grandes síndromes, que han intentado una comprensión de los hechos observados en base a una estructura subyacente que dé la impresión de coherencia y permita una lectura posible de la complejidad de la clínica, parecen hoy datar del siglo pasado. La Clasificación Francesa, que es heredera de esta postura, entra en conflicto con el pragmatismo anglo-sajón del DSM-IV que impone la necesidad de un código-catálogo que establezca con cierta claridad de qué se está hablando al nombrar cada patología. Lo curioso es que este nuevo recorte de la clínica, pacificado por el ateoricismo y el pragmatismo, tuvo por efecto hacer renacer la vieja querella sobre la etiología de los trastornos. “Se puede renunciar a todo menos a comprender” decía Virgilio. Por eso el riesgo de las nosografías en la infancia, es que prefieran la cristalización a la plasticidad, la coherencia comprensiva de ciertas constelaciones psíquicas a la complejidad y heterogeneidad de nuevos conocimientos. Roger Misès (1975, p.169) nos previene de que: “...la clínica tiene que captar la originalidad de cada una de estas personas, más que aislar a algunas de ellas por el hecho de ser ‘originales’ ...”. Tal vez un indicio de la calidad de la enseñanza impartida en un centro educativo, sea la diversidad de cursos de vida de sus ex-alumnos. La excesiva psiquiatrizaciónpsicopatologización de la vida cotidiana, un énfasis desmedido en la normalidad, puede ir en desmedro de la tarea de educar, “hacer emerger” lo original en cada alumno. En el giro que da la Clasificación Francesa de los Trastornos Mentales de la Infancia y Adolescencia (CFTMEA) de 1993 al año 2000, de la denominación de “Trastornos Instrumentales” a “Trastornos Específicos del Aprendizaje” se insinúa cierta apertura a no aislar a estas alteraciones en una zona “periférica” de la personalidad. Una circular reveladora de la posición compartida por los Ministerios de Salud y de Educación de Francia del año 2001 llama “primarias” a las alteraciones DIS (DIS-lexia, DISfasia, DIS-praxia, DIS-atención, DIS-calculia, DIS-grafia, DIS-
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ortografía, etc.) en el sentido de disfunción primaria: mecanismo básico de procesamiento cognitivo, efecto del desarrollo sin incidencia del ambiente. Lo que le falla al niño habita dentro de él sin consideración por lo intersubjetivo. Se ha trasladado de la periferia “instrumental” al centro “primario”, pero sigue siendo algo “mudo”, ¿ajeno? Son los otros los que lo miden, lo medican, lo “toleran”. Estamos ante la paradoja de curar a un sujeto de un trastorno del que el sujeto está ausente. Diversos autores coinciden en que incluso en el campo de la medición (donde las pruebas fijan para el diagnóstico 2 años de diferencia con sus congéneres), no es posible aislar el factor “DIS” del factor relacional, etc. Evidencias provistas por neuroimágenes, ratifican el arraigo orgánico de varias DISFUNCIONES habiéndose identificado patrones específicos de expresión fisiológica. Así que no se trata de negar la existencia de un aspecto posiblemente fijo y hasta irreversible, sino que sólo se podrá dar cuenta de él intentando describir sus interrelaciones con las demás vertientes de la personalidad. Esa tendencia a aislar al factor DIS “puro”, ese teorizar merece ser pensado como el efecto del encuentro, siempre proyectivo, con lo desconocido en el otro.8 La perspectiva que sólo considera lo que el niño carece, da lugar al paradigma del rompecabezas: pensar que a estos niños les falta algo figurado como un agujero en la cabeza, que tiene una forma similar a la pieza que les falta en el rompecabezas y que por eso no pueden terminar de armar. Las teorías acerca del aprendizaje, sea que pongan el acento en la actividad del niño (Piaget), en el lenguaje, o en la información y sus códigos, etc., son insuficientes a la hora de la “mediación” que le toca jugar al psicopedagogo, al fonoaudiólogo, al psicólogo, etc. Se ha descuidado el conocer los funcionamientos preservados, 8. En los trastornos de DIS-función Atencional con Hiperactividad (ADHD) S.Bleichmar (2006, p.88) propone que “… retorna la hipocresía sexual de nuestra cultura que desconoce las relaciones entre la hiperactividad y la sobreexcitación precoz a la cual son sometidos [los niños] a través de los medios como de las diversas situaciones de la sexualidad adulta que se ven obligados a compartir en un estado de impreparación tanto simbólica como biológica”
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lo que EL NIÑO SÍ PUEDE, que permita tomar una estrategia de compensación y vicariancias9 . Pero el camino de las vicariancias difícilmente será elucidado por una teoría que sólo reflexione sobre la estructura cognitiva. Habrá que dar lugar a los afectos, a la dimensión subjetiva que viene del otro. Desde la década del 70 con Maud Mannoni, se ha ido incorporando la subjetividad a la reflexión teórica sobre las dificultades cognitivas. Para Mannoni el niño deficiente mental era un síntoma del deseo materno sin consideración hacia los factores orgánicos (genéticos, neurofisiológicos, etc.). Esta postura extrema plantea dificultades: - en la clínica, porque culpabiliza a la madre de las dificultades del hijo, y - en la teoría, porque reduce el funcionamiento psíquico de los niños con dificultades de aprendizaje a los mecanismos ya descriptos para la psicosis, sin describir mecanismos específicos.
¿Cómo interviene el otro a la hora del tratamiento? Las propuestas de entrenamiento por parte de las técnicas cognitivo-comportamentales, por ejemplo los programas de Entrenamiento de Funciones Ejecutivas (EFE), empleadas para niños como Ernesto con Déficit Atencional, me impresionan. No por su contenido que puede ser adecuado (protocolos de cuadernillos con secuencias de ejercicios a seguir, etc), sino porque parecen robotizar al niño ya que la subjetividad no está puesta en consideración. Piaget en sus conversaciones con niños acerca de las conservaciones de sustancia, peso y volumen, prefería decirles: “un niño me dijo que...” y no “un Sr. me dijo que...”, porque el
9. Compensación sería lo que hace el hombre de campo, que no sabe enumerar, cuando pone tantas piedras como ovejas en una bolsita y verifica que se conserve la correspondencia cuando llega con su majada (cálculo, del latín: calculus=piedra). O el niño que, no sabiendo contar miles, separa 1432 en 14 y 32 para recordar una dirección
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prestigio del adulto le agrega excesiva fuerza a la contrasugestión. Vemos a Piaget atento a lo que podríamos llamar la interferencia transferencial del adulto sobre el pensamiento del niño. Claire Meljac (2000), es piagetiana pero se nutre de otras concepciones fuera del estructuralismo. Ella a diferencia de Piaget, relata cómo en su trabajo con Tomás, un niño con problemas de cálculo, aplica por el contrario una medida de fuerza, podríamos decir casi bestial. Frente al algoritmo 23 – 19. “Si tengo 3 y quito 9...” dice Tomás que sólo puede resultar 6. Se establece una confrontación en el terreno, ya no del razonamiento, sino del argumento de autoridad: “Es así porque eso me lo dijo la maestra” protesta el niño. Y Meljac ganada por la desesperación, decide en ese mismo plano redoblar la apuesta: “Tomás, hay algo que siento que tú no entiendes. Llamaremos a una gran matemática.” Y ahí comienzan lo que ella llama “el gran juego” que concluirá con la venida de una Sra. que saldará la cuestión con su autoridad. Y dice: “En este diálogo imposible, es necesario que intervenga un poder exterior “.10 ¿De qué poder se trata? Estamos en el terreno de la fuerza, lo que escandalizaría a más de un pedagogo. Es que la relación del sujeto con la verdad está doblemente determinada. Por una parte, como lo señala el matemático René Guitart (2000), está la verdad de lo claro y distinto, como Descartes designa a la evidencia, verdad de la razón objetiva. (Yo ahí pondría al argumento de conservación del niño que dice, en los diálogos con Piaget, “porque no agregaste ni quitaste nada”). Verdad del hablar bien que es referencia AL objeto (agua, en el ejemplo inicial). Por otra parte la verdad del decir que está a un costado de lo que se cree comunicar. Modo singular de habitar el habla y que es referencia PARA el sujeto.11
10. Meljac,C: “Él tenía su propio pensamiento (esta palabra no existe en francés), por ejemplo le interesaba la Historia, por eso funcionó bien traer a la Prof. cuyo pensamiento era valorado.” (comunicación personal) 11. La competencia (Chomsky) es el otro internalizado como un “saber hablar” (saber cómo se dice y qué se puede decir en cada caso) y la ejecución la aplicación de este saber a la construcción de un “decir” que, más allá de su contenido, supone un
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Verdad extraña, excéntrica para el sujeto que emerge así escindido. Se trata de lo no sabido, reprimido, para Freud. Verdad movida por un poder que en el afecto muestra su intensidad e insistencia. En Tomás la verdad parece insistir en el empecinamiento, es decir, con más fuerza que argumento. Y la fuerza de la desesperación de Meljac, sensible a dicho empecinamiento, es la piedra de toque que da lugar al cambio. Para que haya un APRENDIENTE se requiere no sólo de una razón objetiva, sino de la oscura fuerza de convicción del ENSEÑANTE. Lo transparente del conocimiento objetivo y lo opaco de la dramática intersubjetiva, se requieren para delimitarse en una particular dialéctica. Sin embargo donde menos se pensaba se reencuentran. Quien dice “es evidente” no emite tanto un juicio como que constata que un afecto acaba de tocar su entendimiento. ¿De qué estará formado el afecto que le permita a Tomás sentir la evidencia que precisa para seguir aprendiendo con Meljac el algoritmo de la sustracción? “El sentido tranquiliza al sujeto que tiene una certeza. Tener una certeza sin razón es inquietante, aunque sepamos que la certeza no puede sino carecer de razón, porque de lo contrario procedería claramente de una causa transparente.” (R.Guitart, 2000, p.229) Piaget intentó pobremente delimitar estos territorios. Para él las estructuras cognitivas se ocupan de la organización de la conducta, mientras que las afectivas de la energía que las mueve, de su motivación. Lo cierto es que Piaget comparte con el cognitivismo la indiferencia en relación al afecto, el contexto y la cultura. (Richelle) Sara Paín -piagetiana y lacaniana, es decir, doblemente estructuralista- es referente de una importante corriente psicopedagógica argentina, a la que se afilia Alicia Fernández. Sara Paín (1985b, p7) a diferencia de Meljac, considera a estos dos conocimientos – el cognitivo y el dramático - excluyéndose de un modo radical: “Este sujeto - se refiere al niño que comete errores deseo de decir, de ser por la palabra. Quien “habla mal”, no sólo no puede nombrar, no puede decir algo propio.
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cognitivos - ... propone su verdad en el equívoco, de manera que no es cuestión de contraponer una dimensión del conocimiento y otra definida por su disfunción o ausencia, sino de establecer la vigencia simultánea de dos conocimientos que se ignoran mutuamente, en tanto su conservación como tales depende justamente de la profunda escisión que los hace extraños.” Y en otro lugar dice: “La ignorancia es posible gracias a la irreductibilidad absoluta de la estructura cognitiva y la estructura significante del pensamiento...” y “...aunque ellas se influyen continua y mutuamente las leyes que rigen ambos sistemas son completamente diferentes”. (id., p.131). Sin embargo ¿por qué todo error cognitivo ha de considerarse como síntoma, con una verdad inconciente que lo sustente? Y ¿si fuera tan radical la escisión de ambos conocimientos, el cognitivo y el dramático, de qué le valdría a Tomás la fuerza que toma de aquella Sra.? ¿Hay saber inconsciente sin haber antes un saber consensuado establecido, que permita reconocer el carácter metafórico del funcionamiento del inconsciente? “Una frase formulada antes y después de los 6 años, puede adquirir una dimensión completamente distinta, pues para que haya metáfora tiene que haber una falta de pertinencia real de los términos empleados que provoque el no-sentido necesario a cierta emergencia de sentido” dice Sara Paín (id., p.132) y pone el ejemplo de una niña de menos de 4 años, que define el pasto como “el pelito del mundo”, no poniendo ninguna distancia entre la prosa y la poesía, puesto que para ella el mundo es un gran ser viviente, y para un ser viviente tener pelos es algo común. El pasto “es” el pelito del mundo12 , no es “como” el pelito del mundo. “Cielo, tú me miras” dice un poema escrito por una alumna del maestro Jesualdo Sosa. “La luz me ve para mí” dice un niño disfásico de 6 años, ante una lámpara que lo encandila. En un caso el hablar bien permite un decir poético–creativo, que nos complace. El niño disfásico,
12. P.Fonagy le llamará “modalidad del equivalente psíquico”
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en cambio, erra al hablar. Dice: “La luz me ve para mí” en vez de “La luz me ve a mí”. El uso de la preposición PARA en vez de la preposición A, produce un efecto fuerte de sentido. Efecto de redundancia inquietante, que nos interpela sobre la posición del sujeto, para quien este decir es referencia.13 Una parte importante del trabajo con este niño ha sido la EXPANSIÓN o AMPLIFICACIÓN, de las escenas dramáticas que él bosqueja pobremente debido a sus dificultades. Por ejemplo, siendo que no logra un DFH, hace unas rayas en el pizarrón y dice que es lluvia, entonces yo tomo una colchoneta y la ubico para cubrirnos de la lluvia y le digo: “¡¡Uy!! nos vamos a mojar todos”, propiciando una situación de juego que lo entusiasma, AMPLIFICANDO la escena dramática. Emilia Ferreiro y Juan Carlos Volnovich (1981) desde una perspectiva piagetiana - plantean la imposibilidad cognitiva de una niña de 5 años para comprender las interpretaciones que le formula Arminda Aberastury en una entrevista de juego. Vygotsky, con su noción de Zona de Desarrollo Próximo y en nuestro medio Jesualdo Sosa – siguiendo la ley de penetrabilidad que indicara Vaz Ferreira y que lo llevaba a Sosa a leerles La Ilíada a los escolares – tal vez defenderían a Arminda Aberastury . ¿Cómo influye la “fuerza” del saber del adulto – fuerza que proviene del escenario dramático, o en términos psicoanalíticos, de la transferencia? Meljac como Aberastury fuerzan las estructuras cognitivas desde las estructuras dramáticas. Es entonces necesario pensar el trastorno de aprendizaje en sus relaciones con las operaciones metafóricas a las que da lugar la actividad simbólica. ¿Cómo se relaciona la dificultad de aprendizaje del niño con sus dificultades para pensarse o significarse? En el caso del niño disfásico, es claro que el hablar mal afecta su posibilidad de decir-se. Y recíprocamente: la 13 ¿Cuál es la verdad de este decir? Alguien hace algo PARA mí (canta, baila, dibuja), ese algo no soy yo, pero me mira (toca, habla, etc) A mí.. Si mira PARA mí, tal vez lo inquietante sea que ese mirar le es tan ajeno que no logra constituirlo como sujeto. ¿Cuánto de su hablar mal nos lleva a poner entre paréntesis la verdad de su decir? El decir refiere, rellena, oculta al sujeto que habla bien. A quien habla mal lo evidencia en su descarnada vacuidad.
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actividad simbólica que se despliega en el escenario lúdico del vínculo terapéutico ¿cómo contribuye a mejorar las dificultades de un niño frente al aprendizaje? ¿Puede hacer lugar a compensaciones y vicariancias paliando las dificultades cognitivas? Las dificultades de aprendizaje de un niño disléxico, no pueden ser consideradas sólo como una disfunción primaria, pero tampoco sólo como síntoma producido por una activa ignorancia en el marco de una conflictiva neurótica. Hay quienes sostienen que los trastornos de lenguaje se deben a que en la familia hay un secreto, algo que no puede circular en la palabra, el niño que no tiene derecho de saber, etc. Yo discreparía inicialmente con esa posición, no porque no pueda llegar a ser cierta, sino porque presupone todo un proceso de simbolización donde el sujeto ha logrado parcialmente apropiarse subjetivamente de su trastorno de lenguaje. Cuando digo simbolización me refiero a la SIMBOLIZACIÓN PRIMARIA, a la inscripción inconciente que dé lugar a la comunicación intersubjetiva, al juego y al sueño. (Roussillon, 2001) Discreparía con la postura de S. Pain y de diversos autores franceses que presuponen la dificultad cognitiva ya subjetivada, ya apropiada y representada en una escena dramática intersubjetiva, una escena jugable que hace referencia para el sujeto. Supone también cierto narcisismo teórico el pensar al trastorno como síntoma reversible, asignándole un excesivo poder terapéutico al propio instrumento teórico psicoanalítico. Y sabemos que muchas dificultades perduran. Desde Freud, M.Klein, Lacan, la simbolización se lleva a cabo a partir de un corte, de una separación. Se representa al objeto perdido y así el deseo se constituye como movimiento de reencuentro. Se simboliza la falta, la carencia, la ausencia. Pero es a partir de Winnicott que algunos autores han señalado (Green, Golse, Roussillon) la necesaria calidad de la presencia del otro, de sus cuidados, de su buena compañía, como condición para los procesos de simbolización. Para aprender a leer, para llegar a aceptar que hay un orden arbitrario de las letras, orden del lenguaje, se requiere previamente
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de la posibilidad de que el otro, el adulto que trasmite ese saber, se ofrezca también como inter-mediario - RE-MEDIADOR dirá Meljac - entre el sujeto y la arbitrariedad radical del lenguaje.14 Un otro suficientemente maleable como para presentarle el lenguaje de modo que “prenda” en el niño – al decir de A.Green (1974, p.72) - como “heredero de los primeros objetos transicionales” en el sentido de Winnicott. Se trata de tomar en cuenta las necesidades narcisistas del Yo. Es decir, que el otro-adulto amortigüe la radical alteridad del lenguaje, presente dicha alteridad con “embriague”, para seguir con la metáfora automovilística, gradualmente, de manera de resguardar los procesos de omnipotencia del niño. No deschavar su dependencia del otro (Golse, B. 2003), no resolver la paradoja de que el objeto-lenguaje es simultáneamente creado y hallado.15 Esto no impide que el saber, para hacerse propio ha de dejar de ser privado, excediendo el territorio del vínculo dual en cuya dependencia se apuntalaba. En esto radica una gran dificultad en niños con transferencias psicóticas o no neuróticas: poder reconocer un saber operatorio (Piaget) que se conserva por su reversibilidad, más allá de la fantasía omnipotente de destrucción que amenaza permanentemente a cualquier forma de conservación en el psiquismo. Hasta llegar a poder decir con Lugones “Sé que 5+5=10 pero ¡¡me da una rabia!!” Los griegos llamaban telos a la intencionalidad, la finalidad y ananké a la necesidad, lo desorganizado, la roca, la inercia de la materia. En ese sentido quien habla mal pone en juego la ananké – la inercia – que dificulta su decir, su telos, su intencionalidad. Platón decía que la ananké, esa inercia de la materia, se oponía al demiurgo, el creador, a la poiesis- la producción poética. Ese
14. No se aprende de la simple experiencia sobre las cosas si no hay un intermediario o un testigo confiable. 15. No se enseña a hablar, se aprende con el otro. El niño disfásico, para quien la evocación de la palabra o la construcción gramatical son un esfuerzo permanente, está constantemente expuesto a ser humillado-deschavado en su dependencia del otro que le “enseña” a hablar.
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decir original – referencia para el sujeto - que nos identifica como personas. Estoy haciendo referencia a las necesidades de omnipotencia narcisista que se apuntalan en el otro y que son condición para la simbolización. René Roussillon (1991) propone que lo que caracteriza a la neurosis es el conflicto: ese enfrentamiento entre dos movimientos psíquicos opuestos. En tanto, lo que caracteriza al narcisismo es la paradoja. Quino nos propone un ejemplo de paradoja del narcisismo cuando Felipe -de Mafalda- se distrae pensando: “Debo atender a la maestra, debo atender a la maestra…” El Yo empecinado en no transcurrir, atracado en su ensimismamiento narcisista. Con estos niños la tarea inicial consiste en crear un espacio virtual – según Winnicott – donde ambos podamos habitar, sin decidir sobre las paradojas; donde necesariamente algo de ese lugar doloroso en que el niño se siente, estará presente pero suspendido. “Ya sé porque venimos aquí” dice un niño en un grupo de dificultades de aprendizaje, “porque somos te a ere a de o”, alcanzando a nombrarse con una admirable presencia de ánimo. Demostrando no ser tarado por ser capaz de deletrearlo, pero dando lugar a una paradoja: en la proposición “Yo soy tarado”, el sujeto del enunciado, el “yo” dice una verdad sobre sí mismo que no podrá ser validada porque quien la dice –el sujeto de la enunciación– carece de credibilidad por el hecho de ser tarado. Esta paradoja, desde el punto de vista lógico, es la misma que la del mentiroso, el que dice “Yo miento”. Se la conoce como la paradoja de Epiménides.16 Ya Cervantes la empleó para desconcierto de Sancho Panza y regocijo del lector de El Quijote. De ella derivan los aportes de Bertrand Russell. Esto que no deja de ser ingenioso, propone desde el punto de vista del narcisismo, una cuestión central. Un niño con problemas de aprendizaje, estará en graves 16. Poeta filósofo del siglo VI A.C. a quien se le atribuye haber dormido durante cincuenta y siete años. Epiménides había afirmado: Todos los cretenses son unos mentirosos. Sabiendo que él mismo era cretense ¿decía la verdad? He ahí su paradoja.
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problemas hasta que no tenga cosas para enseñarnos como persona interesante, cuando ponga en juego, justamente, sus problemas de aprendizaje. Porque el niño que “está en la luna” o “en babia” o al que “no le entra nada”, fácilmente creeremos que nada piensa, o que nada tiene para enseñarnos. Es posible que el primer esbozo de narración comience por hacernos sentir “tarados” a nosotros (mecanismo psíquico primitivo de hacer sentir al otro lo que se ha sufrido pasivamente). Si todo anda bien el niño irá disponiendo de su saber para organizar el espacio compartido, sin tener que reclamar propiedad sobre él. Podrá mostrar LO QUE SÍ PUEDE, sus habilidades, alcanzando a narrar sus padeceres desde una postura activa. Hará experiencia de los lugares de enseñanteaprendiente, desplegando sus fantasías de poder al desplegar su saber. Hay una suerte de convicción necesaria para ir al encuentro de estos niños: ¿con qué nos sorprenderán? Esa es nuestra primer actitud terapéutica ¿Para quién? ¿Sólo para el psicoterapeuta? Creo que también para el psicopedagogo, el fonoaudiólogo, el docente, etc.. Los problemas de aprendizaje enfrentan al niño prematuramente con el no saber, donde algo de la castración se realiza en incompetencia, mientras que los demás niños conservan sus pretensiones edípicas, ostentando el poder seductor del saber, el “Yo sabo” con que el niño chico reclama autonomía frente al adulto. Vale diferenciar que en algunos de estos niños está más en juego su posición de sujeto (con fallas en los procesos de simbolización), mientras que en otros el sujeto “dice” a través de la dificultad de aprendizaje como síntoma. Inicialmente es necesario que la madre al bebe lo “imagine pensando” (Ciccone, 1997). Esto es asignarle sus pensamientos. Pero la opacidad, con la que el lenguaje –verbal o no– cubre al pensamiento, tendrá que ir ganando terreno. El “aua” que demandaba aquel niño a la hora de dormir para convocar la presencia de alguno de sus padres, dejará de ser lo claro y distinto del líquido transparente (en la estructura cognitiva), para dar lugar a un juego de ausencia-presencia (en la estructura dramática). Los
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padres, sabiendo que “son mañas”, si son condescendientes le llevarán el vaso de agua, sin deschavar la arti-maña, de lo contrario le dirán “qué agua ni agua”. (S. Paín, 1983) Mauricio se destaca por su marcada torpeza motriz. En el grupo al que concurre en el Hospital se inhibe de jugar ya que los demás niños se ríen de él. Después de mucho tiempo accede a jugar a la pelota haciéndose manifiestas sus dificultades. Pero finalmente logra disimular su torpeza mediante el uso del amague: cuando le erra a la pelota, vuelve a errar haciéndonos creer que la primera vez también fue a propósito. Disfrutamos de ese juego donde el amague transforma la torpeza, que antes era “muda”, en posibilidad simbólica que la representa y a la vez la disimula. Aunque él y los demás sabemos que la torpeza sigue estando, nadie la “deschava”. Con su habilidad para el amague, y cierta plasticidad de quienes le acompañan, Mauricio “logra someterse - a sus limitaciones motrices - sin humillarse” (S.Pain 1985(b) p.21) Es así que la dificultad se simboliza. “Yo soy así, de no concentrarme y eso...” es lo primero que nos dijo Ernesto, del que ya he hablado. Le gusta dibujar pero sólo copia los objetos que encuentra en la caja de juego. Su pobreza imaginativa da idea de vacío, de un psiquismo achatado, ¿de cabeza hueca? Pasado un tiempo, aprende a jugar al Truco, juego de baraja cuyas reglas son complejas y nada intuitivas. Juego de envite, de apuesta, donde la gracia está en el engaño. Pero para eso hay que saber de manera clara y distinta contar los puntos de las cartas que se tienen (articulación necesaria entre pensamiento lógico y dramático). Ernesto a sus 11 años, no sabe contar a partir de los signos numéricos escritos en la baraja. Para sumar el valor de dos cartas enumera en voz alta con el dedo puesto sobre cada elemento. A pesar de sus dificultades aritméticas, lo entusiasman los refranes y dicharacheos de este juego. Alardea que me va a ganar, “Sos papita p’al Lolo”,(no dice “Papita p’al Loro”) Lolo su es hermanito menor.17 Finalmente incorporamos la última regla, la 17 Aunque no se trata de un lapsus, por ser una perturbación producida cuando todavía no ha adquirido el uso adecuado del dicho, el error no carece de significación.
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más severa: el que se equivoca al contar los puntos, los tantos que haya ganado van para el adversario. Un buen día, en que parece que se ha equivocado al contar, consigue que yo redoble mi apuesta haciéndome creer que sus tantos irían para mí. Logra engañarme premeditadamente. Disfruta del triunfo conquistado con legítima picardía. Yo quedo sorprendido, descolocado. Él ocupa un lugar de poder entre nosotros, a partir de su saber, de su propio pensamiento, afectándome de una manera inédita. ¿Algo de sus dificultades aritméticas, parecen compensarse en el escenario lúdico? Reencuentra el placer de pensar, de pensar lo que yo pensaría, lo que le permite ejercer finalmente esa suerte de seducción, ese arte del engaño. Estos niños que muchas veces nos enfrentan a un silencio, un vacío, una falta de solicitación libidinal, nos desafían en la tarea fundamental de construir con ellos un espacio de hospitalidad psíquica, jugando, hablando, contando cuentos, etc.. Crear un vínculo habitable, “hacer casa” en lugar agreste, aunque no inhabitado y por eso mismo inquietante. Si es posible sobrellevar esa época inicial, la tarea terapéutica asistirá al surgimientoocultamiento del sujeto tras de esos velos simbólicos (la maña, el amague, el engaño, etc), modos del fingir, que lo recrean como persona interesante.
Resumen ¿Qué aprendemos de los niños que no aprenden? José Antonio Barreiro Reflexión sobre tres aspectos de las dificultades de aprendizaje en niños: 1º) El lugar del otro en el diagnóstico y tratamiento de las dificultades de aprendizaje. 2º) Las relaciones entre dos tipos de estructuras de pensamiento: una estructura cognitiva que da lugar al pensamiento objetivo y una estructura DRAMÁTICA que organiza la actividad simbólica, que posibilita la construcción
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del lenguaje y que da lugar a la subjetividad. 3º) Caminos hacia la simbolización de las dificultades de aprendizaje por parte del niño.
Summary What do we learn about children that don’t learn? José Antonio Barreiro Reflection on three aspects of learning difficulties in children: 1º) The other’s role in learning difficulties’ diagnosis and treatment. 2º) The relationships between two kinds of thinking structures: a cognitive structure that gives rise to the objective thought and a DRAMATIC structure that organizes the symbolic activity, that makes possible the language conformation and gives rise to subjectivity. 3º) Ways taken by children in order to symbolise their own learning difficulties.
Descriptores: TRASTORNOS DEL APRENDIZAJE / SUBJETIVIDAD / MATERIAL CLÍNICO
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PSICOANÁLISIS E INVESTIGACIÓN
Un “momento presente” en un proceso psicoterapéutico: el “juego de las manitos”. Aportes de la investigación microanalítica de infantes a las teorías de la intersubjetividad. Marina Altmann de Litvan1
El proceso analítico se caracteriza por momentos, palabras, gestos que se llenan de significación y nos permiten el acceso al conocimiento de las mente-cuerpos de nuestros pacientes. Estos procesos -conscientes o inconscientes- tienen múltiples formas de inscripción. Mi propósito en este trabajo es compartir algunos momentos de un proceso psicoterapéutico breve entre una niña de 13 meses, su madre y la analista. Allí se me hace evidente lo que la investigación micro analítica empírica puede aportar a la investigación clínica en psicoanálisis. Este tipo de análisis me permitió también tomar contacto con aspectos no conscientes que se suscitan en la sesión y que tienen mucho que ver con esas formas condensadas de los “modos de estar con” de esta niña con su madre y con otros. Estos momentos 1 Miembro Titular de APU. J. Ma. Montero 3096, Montevideo, CP. 11300 Tel. 7100236 E-mail: altmanli@chasque.net
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se despliegan fundamentalmente en lenguaje corporal, a través de la postura, el modo de caminar, la mirada, el modo de desplegar los brazos, de subirse y bajarse de la sillita, por sus encuentros y alejamientos de la madre; a través del encuentro unísono de las palmas de la mano de la niña con las de la analista. Se trata de un proceso psicoterapéutico al que me he acercado de varias maneras: primero como terapeuta, en las sesiones; luego aplicando al material distintos instrumentos, ya que formó parte de la muestra de varias investigaciones realizadas con diferentes grupos2 . Es un material que se ha estudiado: en su parte narrativa a través del Cycles Model (Bucci-Mergenthaler, 1997); en su parte no verbal de interacción y apego entre madre y bebé (MassieCampbell, 1983), y se ha observado el juego que se da en la sesión y los distintos afectos involucrados en él (Cornell Play Therapy Instrument, Kernberg, 1997)3 . Se ha realizado un análisis de las intervenciones en la sesión (Kernberg, Chazan) 4 , todo ello en pequeñas unidades de tiempo, así como también un cuidadoso estudio del proceso psicoterapéutico. Este análisis microanalítico de las sesiones videofilmadas nos permite descubrir los diferentes “modos de estar con”; nos aporta al campo analítico aspectos que enriquecen y complementan el campo transferencial-contratransferencial. Implica desarrollar la capacidad de receptividad emocional que impregna las relaciones.
2 “Relaciones entre el intercambio verbal entre madre y analista y el intercambio no verbal entre la madre y su bebé” (Altmann-Gril, 1998); “Estudio microanalítico del cambio en el proceso psicoterapéutico utilizando indicadores verbales y no verbales“ (Altmann, Gril 2000) y Modelos de interacción madre-bebé (verbal y no-verbal) en el proceso psicoterapétutico. “Estudio microanalítico con la aplicación del modelo matemático de Box y Jenkins.” (Altmann-Luzardo, 2003), financiados todos por la IPA. 3 Instrumento aplicado por el Grupo de Investigación en Vínculo. Integrantes: Psics. Angulo, B., Bauer, M., Nogueira, G., González, E. Sasson, E. Weigensberg de Perkal, A. Press, M. 4 Instrumento aplicado con las Psic. Szteren, L y Procopio, R.
Un “momento presente” en un proceso psicoterapéutico: el “juego ...
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El “juego de las manitos” o “tú eres como yo”. El juego de las manitos, que es el episodio que voy a analizar, representa una descripción micro analítica que surgió en la sesión de análisis, pero que al mismo tiempo es también una metáfora rica (Tuckett, 1998), que une afecto, significado y esperanza de construir otros “modos de estar con” de esta niña.5 Daniel Stern (2000, p.82) nos menciona en su controversia con André Green el tema de la conceptualización del tiempo en psicoanálisis. Existen, dice Stern, dos dominios del tiempo en psicoanálisis: uno es el tiempo de la psiquis (chronos), que es lineal, en el cual se puede definir un antes y un después. En este tiempo se da el instante presente, que es una unidad ínfima de tiempo, en la que no cabe ningún hecho completo, es un punto móvil en esa linealidad que va avanzando en el futuro y dejando el pasado atrás. El otro dominio temporal se refiere a la atemporalidad de los procesos inconscientes. Esta concepción del tiempo resulta inadecuada para describir las vivencias de nuestra experiencia, por lo que Stern nos propone a través de una metáfora melódica, rescatar “el tiempo vivido de la experiencia presente” (Husserl, 1964). Este momento tiene una duración, y está compuesto por tres partes: el presente (momento en el que ocurre la impresión primordial), el pasado inmediato de este presente, que se mantiene activo en una memoria primaria llamada “retención”, y el futuro inmediato del presente, que es la prefiguración o anticipación basada en la retención (Stern, 2000, p.83). El momento presente está entonces limitado por un horizonte de pasado y futuro. El movimiento de un horizonte a otro es comprendido como un solo hecho, con duración temporal. Cuando surge un momento presente sería - para Daniel Stern- el anuncio de una propiedad potencial emergente en un sistema dinámico complejo. Daniel Stern describe estos momentos como no familiares, 5. Las metáforas, cuando se presentan en el contexto de definiciones claras, aumentan nuestro conocimiento. (Tuckett, 1998)
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inesperados en su exacta forma y tiempo, no acostumbrados y extraños. Están acompañados de expectativa y ansiedad porque la necesidad de elección presiona, aunque no hay disponible un plan inmediato de acción o explicación. El analista intuitivamente reconoce que está presente una ventana de oportunidad para algún tipo de reorganización terapéutica . Durante el episodio que voy a relatar, diría que hubo algunos momentos -que fueron reconocidos durante la investigación micro analítica- que adquirieron para mí una significación importante para entender aspectos que se ponían en juego en la interacción, entre las necesidades de estructuración del self de esta niña con otro, a través de la relación con la analista.
Tatiana. Tatiana es una niña de 13 meses que acude a un tratamiento psicoterapéutico breve con su mamá, debido a trastornos respiratorios. Referiré algunos segundos (54) de la interacción que se da entre la niña, la madre y la terapeuta en una sesión, episodio al que llamaré “el juego de las manitos”. La atención cuidadosa a los detalles nos arroja luz acerca de: · la estructura global de la relación · los procesos de establecimiento de los patrones de interacción en la díada · los procesos interaccionales pre-representacionales. “El juego de las manitos” se da casi al final de la tercera entrevista, en la que la niña juega durante la mayor parte del tiempo. Lo que quiero destacar aquí es que este momento de interacción no fue significativo en si mismo en la sesión, ni para el recuerdo de la analista de dicha sesión, sino que su valor lo adquirió en el análisis micro analítico de los momentos de juego que se realizó al material no verbal de la sesión, con el método de Paulina Kernberg. La madre trae a Tatiana a la sesión vestida de manera muy
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primorosa y prolija, su pelo arreglado con dos colitas, parece una muñequita. A través de estos cuidados nos muestra el investimento que tiene sobre la niña y el orgullo que representa para ella. Esto se contrapone con un rostro severo y hostil y con una mirada poco expresiva de afectos, por parte de la madre. Los intercambios de miradas entre Tatiana y su madre son fugaces; la madre sigue a su hija con la mirada mientras ésta juega en la sala, pero no logra sostener ningún intercambio placentero ni participar de manera relajada y compartida en ninguno de sus juegos. Su actitud es contradictoria, de a ratos alcanza un juguete a su hija, pero en otros momentos muestra hostilidad. La analista intenta ser muy afectuosa, sostenedora y explicativa con la madre, pero la madre permanece con una actitud reticente. Entre la niña y la analista, sin embargo, el tono general de la interacción es cálido y positivo durante toda la sesión. La madre está sentada, con una expresión tensa y el cuerpo rígido, mirando a Tatiana que se ha separado de ella y ha corrido hacia la analista. La niña expresa con gestos su deseo de ser ayudada para subir a una sillita al lado de la analista, de manera tal de que sus ojos queden al mismo nivel. Sube con la ayuda de la analista y se da un momento de encuentro de miradas, mientras la analista la sostiene, hasta que la niña decide bajarse. Luego la analista le muestra sus manos, moviéndolas, invitándola de esta manera a comenzar un juego, a “hacer algo con”. La niña tiene una buena posibilidad de sentirse bien frente a si misma, contrastando esto con lo que aparece en otras sesiones anteriores en que tiene una actitud muy negativa. Cuando se mueve en el espacio del cuarto, la niña se muestra más segura de controlar su propio cuerpo, pero en ningún momento la madre muestra afectos positivos frente a los logros de Tatiana, como por ejemplo en esta ocasión, cuando la niña ejercita su destreza motriz, logrando -con ayuda- subirse a la sillita. No comparte con su hija el sentimiento con respecto a su propio cuerpo, incluyendo su esfuerzo, su sentimiento de logro. La niña necesitaba transitar con alguien que le permitiera jugar, desplegar sus fantasías, desplegar su mundo interno. No
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encuentra en su madre a alguien que la habilite y lo busca en la analista. Primero esa ayuda aparece en actos: como en un espejo la analista le da la mano y ella da su mano. Aparece un juego de imitación. En la medida en que imita, Tatiana se va apropiando. En el encuentro con su madre la niña no encuentra esa posibilidad de ser habilitada, pero tiene la iniciativa interna de “buscar a otros” En la construcción del “self” corporal, característica de la etapa del desarrollo que Tatiana esta atravesando, aparecen carencias de parte de la madre que generan en la niña la iniciativa de búsqueda de otros objetos -en este caso la analista- que le puedan otorgar los investimentos necesarios para esta construcción. La niña mira después a su madre, buscando así su habilitación. Sigue con sus manos tomadas a las de la analista, mira a la analista y extiende uno de sus brazos en dirección a la madre, buscándola, para incluirla en esta interacción, en este juego. La madre permanece sentada con el cuerpo rígido, quizás con un leve movimiento hacia adelante. Indudablemente no siente que puede participar y disfrutar de lo que su hija le va mostrando a otros, ni tampoco de lo que Tatiana le puede ir enseñando. No puede reflejar los estados internos de su hija. La niña comienza un juego de palmas con la analista, busca sus manos, la analista se las ofrece y juntas palmean una y otra vez. Luego la niña avanza con su cuerpo hacia su madre, extendiendo los bracitos para que la madre juegue también. La madre extiende su brazo y toca a su hija, pero inmediatamente retira el brazo. Tatiana entonces se da vuelta y vuelve hacia la terapeuta, buscando nuevamente repetir el juego, palmear a la analista y luego palmear a la madre. Repite este juego varias veces intentando encontrar una respuesta de la madre, pero no la encuentra. Acercarse, encontrarse con otro, mirarse a los ojos y a su vez tocar con la superficie de sus palmas la superficie de las palmas de la analista, en el contexto de la sala de juego y su despliegue motriz, era lo mas difícil de lograr en el vinculo con su madre. Nada de ese recorrido, -la simultaneidad, el goce, la sincronía, el ritmo- era posible de transitar con su madre. No estaba presente.
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El «Juego de las manitos» representó un momento de encuentro auténtico de “persona a persona”, de conexión entre la analista y la niña que modificó la relación y por lo tanto la manera de sentirse Tatiana con ella misma. El cambio no estuvo dado solo por la formulación de la interpretación adecuada o inadecuada, ni siquiera por el recuerdo consciente en la mente de la analista, sino por los efectos que más adelante se observaron en la interacción en la díada. Seria lo que Stern plantearía como “moments of meeting”. Este tipo de interacción que observamos nos da una idea de cómo se siente uno al estar en relación con otro. A partir de estas observaciones podemos pensar como hipótesis que probablemente esta niña no pueda contar con su madre para apoyarla en algunos aspectos de su desarrollo, pero la niña por su parte buscará otras figuras de identificación, ya que tiene esa posibilidad y mantendrá cierta distancia con su madre. La observación nos permite visualizar los significados no verbales de las experiencias en la vida psíquica, las estructuras de prerreflexión. Es el conocimiento procedimental, que no necesariamente genera acontecimientos psíquicos pero que influencia a éstos de forma fundamental. Esto influencia a la niña y su vivencia de sí misma. Los ritmos, tonalidades y movimientos organizados van armando una coreografía de esta relación y vemos cómo estos patrones son registrados a niveles no hablados, cómo se siente uno en relación con el otro. Nos estamos acercando a entender las características concretas de la relación en las que se juega la transferencia de la niña con el analista, que observamos en sus múltiples procesos explícitos e implícitos. Con respecto a las expectativas, deseos y miedos de la madre se puede establecer a partir de su discurso que estos son que Tatiana sea sana, darle un padre, que la niña pueda tener una familia sustituta si ella falta. El tema del abandono está muy presente en la historia de la madre y marca dificultades para la separación entre ambas, ya que la niña, por ejemplo, no dejó que la madre fuera a trabajar; y su cuerpo estuvo muy afectado por el desprendi-
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miento y la separación con la madre. Todo lo que tiene que ver con desprenderse de la madre esta muy vinculado al tema del abandono. Lo que uno llega a captar en la observación de infantes, es que estos organizadores básicos que se observan en la relación, influencian toda la vida psíquica, en especial en relación a los personajes significativos. A partir de este ejemplo clínico y también de los estudios realizados en la investigación empírica vamos viendo algunas de las particulares configuraciones no verbales de afecto y de influencia entre esta madre y su hija. Esto incluye las múltiples emociones, el ritmo de la interacción -que es sumamente espaciado y distante-, el rol de los esfuerzos corporales, que es muy grande de parte de la niña y muy rígido y poco flexible de parte de la madre, y la continua búsqueda de contacto corporal por parte de Tatiana. También se advierte en la niña el impacto de la vivencia de la movilidad de su propio cuerpo, y cómo incide esto en su madre, donde lo que observamos es que la mirada de la madre ante todo este despliegue es a veces de indiferencia, otras de lejanía del contacto. Son muy pocas las veces en que la reacción de la madre es de acercamiento. Si observamos en la niña todo el despliegue de los sentimientos de sí, (“soy una nena”), vemos que la madre está bastante lejos en toda la sesión y deja que la niña se vincule especialmente con la analista, sin prestarle demasiada atención. En esta madre uno observa que puede sentirse madre orgullosa y amar a su hija siempre que la tenga próxima y apretada a su cuerpo; mientras que lo que se observa cuando la niña se desprende es que a la madre le cuesta vincularse y amar a su hija, que lo que le muestra es un modo de relación de rechazo o de indiferencia. ¿Cuál es el camino que le queda a esta niña para identificarse con su madre?
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Origen de la intersubjetividad pre-simbólica. Nos interesa ahora ver de qué manera ciertas teorías de la intersubjetividad provenientes de la investigación en infantes, pueden dar cuenta del fenómeno clínico que hemos descrito. Andrew Meltzoff, Colwyn Trevarthen y Daniel Stern son tres investigadores y teóricos de las interacciones madre-bebé que comparten numerosos principios fundamentales como sostienen Beebe, B; Sorter, D.; Rustin, J. & Knobluch, S. (2003). Los tres autores mencionados en primer término intentan conceptualizar los orígenes de una teoría de la mente en la infancia. Para cada uno de ellos, la mente comienza como una mente compartida, y la cuestión más importante es ¿cómo puede el infante percibir el estado del otro? Los tres afirman que la percepción de la correspondencia por parte del infante constituye el mecanismo principal para la creación de intersubjetividad. Para estos investigadores de la intersubjetividad, tanto del infante como del adulto, no existe un único significado en relación a este concepto complejo pero crucial. Todos ellos han utilizado el concepto de correspondencias transmodales como un aspecto central de la respuesta a esta cuestión de cómo los infantes pueden percibir el estado del otro. La importancia de la imitación para el desarrollo del self ha sido documentada hace muchos años, por diversos teóricos. Por ejemplo, Piaget (1954) llamó “imitación diferida” a la capacidad del infante para imitar tanto las conductas que le son familiares como las que le resultan novedosas. Piaget ubica esta capacidad a los 16 meses de edad y la utilizó como índice de la capacidad representacional del infante. Meltzoff & Moore, sin embargo, ubican esta capacidad de imitar a los 9 meses e incluso a las 6 semanas. También nosotros hemos observado que esta capacidad de imitación está presente al menos desde los 3 meses. “El mecanismo por el cual el infante puede percibir el estado del otro se llama coincidencia transmodal: el infante asocia lo que ve con lo que él siente propioceptivamente en su rostro. Detectando coincidencias, el infante puede, desde el comienzo de
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su vida, traducir los estímulos ambientales en estados internos” (Beebe, B; Sorter, D; Rustin, J; Knoblauch, S; 2003, p. 777-804). Meltzoff cree que esta capacidad produce en el infante el primer sentimiento de que “tú eres como yo”. En palabras de Meltzoff (1985, 1990), este es el origen de la intersubjetividad presimbólica: el estado de ser mientras que se intenta coincidir de forma intencional. Según la opinión de Meltzoff, la percepción de que el otro es similar a uno mismo constituye el origen de una teoría de la mente: otras personas tienen estados similares al propio. Trevarthen, basado en la imitación neonatal, llega a la misma conclusión que Meltzoff: de que la “intersubjetividad” innata existe. La diferencia es que para Trevarthen, esta teoría es más diádica que para Meltzoff, y tiene que ver con la comunicación entre participantes. C. Trevarthen (1998) sostiene que los infantes muestran antes de la adquisición del lenguaje, una conciencia de los sentimientos y propósitos del otro, que se da de forma intuitiva, es innata y puede o no tener elaboraciones cognitivas o simbólicas (Trevarthen, 1998 p.17). Este potencial que es el núcleo de la conciencia humana para tener una relación comunicativa con la mente del otro es inmediato, irracional, no verbalizado, no conceptual y no teórico (Trevarthen, 1993, p. 122). Las dimensiones básicas mediante las cuales tiene lugar la coordinación intersubjetiva son el tiempo, la forma y la intensidad, que los neonatos pueden percibir. La conducta expresiva materna se adapta a la disposición multimodal perceptual del infante y transmite animación, vitalidad y energía. Los parámetros correspondientes (en sincronización, intensidad y forma) en los dos sujetos, “los capacita para ‘resonar’ o ‘reflejarse’ entre sí”. Estos patrones pueden llegar a “encadenarse”, ser registrados, imitados. “Estos son aspectos que hacen posible… la comunicación empática entre infantes y madres” (Trevarthen, 1993, p. 126). En los procesos psicoterapéuticos hemos podido observar que las madres logran animar, calmar, prohibir, rechazar a sus infantes
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antes que éstos adquieran el lenguaje. La investigación “Relaciones entre el intercambio verbal entre madre y terapeuta y el intercambio no verbal entre la madre y su bebé” (Altmann-Gril, 1998) nos mostró además, que la comunicación verbal y el intercambio no verbal no correlacionan y funcionan como dos sistemas paralelos.6 A diferencia de Meltzoff, Stern se interesa en las correspondencias trasmodales como un proceso diádico recíproco a través del tiempo: cada uno cambia con el otro. Este énfasis en el proceso de influencia bidireccional es similar al de Trevarthen y define un punto crítico de diferencia respecto de Meltzoff. Mientras que éste privilegia la información sobre la “forma” frente a la información sobre la sincronía, tanto Stern como Trevarthen consideran el ritmo, al igual que la forma, como un aspecto crítico. En nuestro ejemplo, fuimos observando que los cambios dinámicos, micro-momentáneos de intensidad a lo largo de los 54 segundos fueron generando cambios en el interior tanto de la analista como en el de la niña y la madre, y estos cambios se fueron realizando de forma automática, sin ser concientes de ello. La analista iba “cambiando con” lo que la niña iba desplegando, de manera que iba sintiendo lo que era percibido por la niña. Stern se refiere a una intersubjetividad más desarrollada, que surge entre los 9 y 12 meses cuando el infante puede señalar, utilizar gestos para referirse a los objetos, comenzar a usar palabras, y tener la intención de comunicar. Es presimbólica en el sentido que se da antes de adquirido el lenguaje. “De las tres formas de intersubjetividad, descritas por Stern (la atención conjunta, la intención conjunta y el afecto conjunto), este último es el primer y más importante modo de compartir experiencias subjetivas, que tienen un carácter automático, con una relativa falta de conciencia. Los ubica claramente dentro del procesamiento procedimental implícito” (Beebe, B; Sorter, D; Rustin, J; Knoblauch, S; 2003, p. 777-804). En el ejemplo al que nos referimos, observamos claramente que hay una intención de comunicar, ya que la niña, una vez que 6. Investigaciones que se corroboran con los trabajos de Wilma Bucci
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percibe el rechazo de la madre, vuelve a la analista, hay una atención conjunta entre la niña y la analista, una intención de la niña de llevar el juego de las manitos hacia la madre y el afecto asociado. Stern hace una distinción entre las funciones de comunicación y de comunión que se dan en la sincronía (“attunement”). En la comunicación entrarían el imitar, afinar o no con el bebé, reestructurar la interacción, reforzar y enseñar. La comunión implica participar, compartir sin alterar, mantener la conexión. La sintonía afectiva es una forma de comunión, que a diferencia de la empatía se da de forma automática e inconsciente y no requiere de la mediación de procesos cognitivos. Pero el “attunement” o sintonía afectiva no es imitación; en esta sintonía el foco es el sentimiento que hay detrás de la conducta (Stern 1985 pág 171). Esta traducción de dimensiones conductuales concretas de sintonía, forma e intensidad de la relación madre-infante en formas de sentimiento, constituye un paso significativo en el desarrollo de la capacidad simbólica del infante. La sintonía afectiva es un paso crítico para la capacidad simbólica que se organiza al final del primer año. ¿Por qué es tan importante la intersubjetividad y concretamente el entonamiento afectivo? Stern sugiere que contribuye al apego y a un sentimiento de seguridad, lo que es un preludio de la capacidad para la intimidad psíquica. El foco cambia de la regulación mutua de la conducta al intercambio mutuo de la experiencia. En este sentido también cabe destacar los aportes de otro investigador de infantes, Gyuri Gergely. “El yo del niño emerge de la matriz madre-bebé. La diferenciación y establecimiento del yo perceptivo (etapa I) es un proceso autónomo llevado adelante por la habilidad innata de valorar lo que Gergely llama contingencias perfectas. …El infante emerge de esta matriz simbólica de emoción-regulación como un agente consciente de sí mismo, capaz de introspección y regulación de sus afectos. De acuerdo con la teoría de los afectos reflejados de los padres (Gergely y Watson 1996, 1999), este reflejo de los afectos juega un rol fundamental al (a) informar al infante sobre sus propios estados internos
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y (b) fomentar las representaciones secundarias de los estados emocionales reflexivos, primarios e implícitos del niño. El adecuado reflejo le da al infante la información adecuada (altamente contingente) acerca de sus emociones expresadas reflexivamente (Gergely y Watson, 1996). Estos autores enfatizan el lugar que tienen los afectos, la regulación de las emociones y como la modulación de los afectos fluctuantes del niño depende de la armonización correcta de los padres (Gergely & Watson, 1999). “El infante emerge de esta matriz simbólica de emoción- regulación como un agente consciente de sí mismo, capaz de introspección y regulación de sus afectos”. Finalmente, señalaría que este proceso de sensibilización y construcción de los procesos de representación se mantiene activo en las interacciones del adulto así como también forma parte de las bases del efecto terapéutico del reflejo de las interpretaciones en las psicoterapias psicoanalíticas. En el campo psicoterapéutico los 54 segundos de sesión que recortamos, dan cuenta de algunos aspectos del estado mental de la niña, de la madre, de la analista, y de las fuerzas que mueven sus respectivos psiquismos. Es lícito que nos preguntemos cuáles de estas fuerzas son las que activan o se movilizan en la relación terapéutica, y las resistencias con las cuales se pueden enfrentar. Todas estas conceptualizaciones teóricas se basan en diseños experimentales; por otro lado, el proceso psicoterapéutico que hemos descrito y las posteriores observaciones que se realizaron a partir de él tienen su origen en un diseño naturalístico. Los descubrimientos de estos teóricos se validan con los descubrimientos experimentales posteriores de las neuronas espejo.7
7. “Estas neuronas, a las que se han denominado «neuronas espejo» (mirror neurons), forman parte de un sistema percepción/ejecución de modo que la simple observación de movimientos de la mano, de la boca o del pie activa las mismas regiones específicas de la corteza motora como si se estuvieran realizando esos movimientos (Blakemore y Decety, 2001), aun cuando esta activación motora no se transforme en movimiento actuado visible. (sigue)
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Consideraciones finales Habitualmente, estos modos de procesamiento procedimental que describimos en el primer punto, no son destacados en la psicoterapia y el psicoanálisis. Entonces: ¿cuál es el valor de esta experiencia? Constituye una forma diferente de organizar la experiencia que nos proporciona asimismo un camino para la comprensión de la acción terapéutica. Es a lo largo del desarrollo en estos niveles implícitos procedimentales donde se organizan fuertes esquemas emocionales de miradas, vocalizaciones, posturas corporales, “momento a momento” que se dan en fracciones de segundo y en donde vemos el modo cómo se influye en el otro y se es influenciado por el otro. Para algunos autores como Beebe, (1998) el valor de detenerse en estos puntos radica en que en el trabajo terapéutico es el momento de encuentro el que trae la acción terapéutica, la fuerza para cambiar la organización mental de cada persona en un nivel procedimental. El Grupo de Estudio de Boston considera que puede haber La evolución parece haber asegurado así las bases biológicas para favorecer los procesos de identificación esenciales para garantizar que el infante y el cuidador/a se encuentren, para que los caracteres del segundo puedan pasar a ser parte del primero; pero, también, para que los movimientos del lactante puedan resonar en el cuidador/a, quien pasará a sentirlos como propios. Las consecuencias van más allá de que el movimiento del otro, al ser observado, genere un movimiento igual en el observador. Cuando un sujeto realiza acciones -simples o complejas- estas acciones van acompañadas de la captación de las propias intenciones que impulsan a hacerlas. Se forma así una articulación en el psiquismo de modo que la propia acción queda asociada a la intención que la puso en marcha. Cada intención queda asociada a acciones específicas que le dan expresión, y cada acción evoca las intenciones asociadas. Una vez formado ese complejo asociativo «acción/intención» en un sujeto, cuando el otro realiza una acción que en base a las neuronas espejo provoca en el cerebro del sujeto observador la acción equivalente, ésta acción evoca en éste la intención que con ella está asociada. Por eso el sujeto va a atribuir al otro la intención que tendría la acción si la realizase él mismo. (Bleichmar H, 2001 “La identificación y algunas bases biológicas que la posibilitan “. Aperturas psicoanalíticas Nº. 9)
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cambios en el conocimiento procedimental inconsciente, como los que ocurren en un momento de significación, es decir que puede haber cambios en las representaciones internas inconscientes del analizado, que no necesariamente están relacionadas con un insight consciente y que llevan a un progreso. Que el analista pueda captar esos momentos de encuentro en el análisis de pacientes adultos podría permitirnos entender por qué son escuchadas ciertas interpretaciones que de otro modo no lo serían (Thomson-Salo, F., p. 8, 31/03/02). No se puede dejar de considerar que este abordaje que hemos realizado para analizar el material clínico se entrelaza a su vez con otras fuerzas que provienen de los deseos inconscientes, que van dejando marcas que también conllevan a la constitución del sujeto y a sus diferentes identificaciones.
Resumen Un “momento presente” en un proceso psicoterapéutico: el “juego de las manitos”. Aportes de la investigación microanalítica de infantes a las teorías de la intersubjetividad. Marina Altmann de Litvan En el campo psicoterapéutico privilegiamos un “momento presente”, el juego de las manitos (54 segundos) para dar cuenta de algunos aspectos del estado mental de la niña, de la madre, de la analista, y de las fuerzas que mueven sus respectivos psiquismos. Es lícito que nos preguntemos cuáles de estas fuerzas son las que activan o se movilizan en la relación terapéutica, y las resistencias con las cuales se pueden enfrentar. Nos interesa también ver de qué manera ciertas teorías de la intersubjetividad provenientes de la investigación en infantes, pueden dar cuenta del fenómeno clínico que hemos descrito. Es a lo largo del desarrollo en estos niveles implícitos procedimentales donde se organizan fuertes esquemas emocionales de miradas, vocalizaciones, posturas corporales, “momento a
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momento” que se dan en fracciones de segundo y en donde vemos el modo cómo se influye en el otro y se es influenciado por el otro.
Summary A «now moment» in a psichotherapeutic process: «The game of the hands». Contributions from the microanalytic research in infants to the theories of intersubjectivity. Marina Altmann de Litvan In a psychotherapeutic framework of a session we privilege a “present moment” of 54 seconds. The aim is to deep into the mental states of the patient (a 13 months old girl) her mother and the analyst through a short “hands play” in between the analyst and the girl. We get in contact with the forces that are moving their psychisms. We wonder which of these forces are being activated and moved in the psychotherapeutic relationship and the resistances with which they come across. Different intersubjectivity theories (Meltzoff, Trevarthen, Stern, Gergely) based on infant research are considered in their entailment with this clinical moment. It is in this implicit procedimental level that strong emotional patterns of gazing, vocalizations, corporal posture are held. These patterns of interactions let us see how each one is influenced by the other.
Descriptores: RELACIÓN MADRE-BEBE / INTERSUBJETIVIDAD / INVESTIGACIÓN CIENTÍFICA / MATERIAL CLÍNICO /
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DEL CUADERNO DE NOTAS
Notas al margen. De la simbolización en psicoanálisis Beatriz Pereira*
“Te adjunto algunos despojos que la última marea depositó en la playa. Estoy haciendo anotaciones sólo para ti, y espero que me las guardes. No agrego nada como disculpa o explicación: sé que sólo son unas vislumbres, pero de todas estas cosas algo ha salido…” S. Freud, 1897, Carta 64
Investigando la etimología de “palabra”, encuentro que proviene del latín “parabola”: “comparación”, “símil”, que a su vez vino del griego “parabolè”: “comparación”, “alegoría”, éste a su vez derivado de “paraballo”: “yo comparo”, “pongo al lado”, que incluye “bàllo”: “yo echo”. Luego, recorriendo las raíces de “símbolo” (más nuevo), viene del latín “symbolum”, tomado del griego “symbolon”, derivado de “symbállo”: “yo junto, hago coincidir”, y éste de “bàllo”: “yo lanzo”. En ambos términos encontramos dos aspectos: - “pongo al lado”, “yo junto, hago coincidir” - “yo echo”, “yo lanzo” * Instituto de Psicoanálisis de A.P.U. José Ellauri 490 / 401. Tel. 7100505 E-mail: bepereira@adinet.com.uy
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El símbolo, entre los griegos, era la tésera que en Atenas recibían los jueces entrando al tribunal (una especie de medalla de presencia). Entre los romanos el símbolo también era una tésera (pieza o planchuela con inscripciones, de madera u otro material fragmentable), que se partía a la mitad y cuyas partes eran conservadas por las familias como prueba de hospitalidad dada o recibida, o era usada como contraseña o prenda de un pacto. También era el anillo con el cual se sellaban las cartas, testamentos, etc. Según J. Lacan (1953, pág, 241), “la palabra, incluso en el extremo de su desgaste, conserva su valor de tésera”, o sea, de símbolo. ¿Cómo comprender esta afirmación? ¿Qué se vehiculiza a través de la palabra en análisis? ¿Qué presencias y ausencias? ¿Qué pactos? Esta raíz etimológica común entre “palabra” y “símbolo” nos evoca el entramado en el humano entre la palabra y la simbolización y cómo pensar esto en el trabajo analítico. ¿A qué aludo cuando hablo de la palabra? Rescato de un “Al margen” que me sirvió de inspiración (Koolhas, 1979), la “palabra” con toda la riqueza de la condensación de la “parole” (el “parler”, el habla) y el “mot” (lo escritoinscrito), y a su vez concebida como significante, con su cualidad de gerundio (“signifiant”), con su carácter verbal, de acción. No se trata de “l’etre” (el ser) sino de la “lettre”, la instancia de la letra, quizás como la supone J. García (2002, pág. 396) evocando a Leclaire, como “marca erógena”, palabra encarnada. Esta “palabra”, que no es sinónimo de “verbal” o de “lenguaje”, sino que se anuda al movimiento de represión fundante, de metaforización, como sostiene Myrta Casas (2006), que habilita a imaginar, a representar, pero, a su vez, con otra cara vuelta hacia lo real, lo inconsciente, lo perdido para siempre. La palabra existe porque existe la no-palabra, la ausencia, el agujero. Dice Lacan (1953, pág. 265): “palabra que es ya una presencia hecha de ausencia…”. Podríamos hablar de un aspecto mítico de la simbolización y nombrarlo como el “mito del encuentro”. Imaginemos una
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situación analítica, por ej. donde la fantasía subyacente (¿del paciente o del “campo”, como lo concibieron los Baranger?) sea la del “reencuentro” o la re-unión de algo partido en otro tiempo. Podría ser pensado como el encuentro de sentidos reveladores o el esperado encuentro con el otro. Comparto la pregunta que (se) formulaba Javier García en una actividad científica de la APU (del 27/10/06; sobre Simbolización en Psicoanálisis): el encuentro, ¿no tiene un estatuto imaginario que, por tanto, remite a lo dual? Lo que “pongo al lado”, “junto”, “hago coincidir”, respondería a un deseo de recuperar algo de la unión (o unidad) de los orígenes, por lo tanto, mítico. Este lado del símbolo como reunión, entonces, remite al plano imaginario. Me pregunto si esto es sinónimo de que quede fuera del psicoanálisis, o habría que pensarlo como un aspecto presente inevitablemente, porque forma parte de la naturaleza humana, y, por lo tanto también tiene un lugar dentro del análisis, sin perder de vista a dónde apuntamos en nuestra práctica analítica. La simbolización en psicoanálisis tendría que ver, fundamentalmente, con el otro lado, tanto del símbolo como de la palabra, de “yo echo”, “yo lanzo”, lo que se divide irremediablemente y sin reencuentro posible. De ahí quizás la importancia del silencio y de dejar que brote la interpretación más al modo de una ocurrencia que sorprenda al paciente y no como un producto más pensado, con muchas palabras, que seguramente será concordante con las resistencias (de ambos) siempre en juego. Podríamos pensar que en análisis, con la escucha y la interpretación en transferencia, el analista se ofrece para poner en escena un supuesto “encuentro”, acompañando la búsqueda del paciente de juntar, hacer coincidir, de integrar, que puede tomar muy diversas formas: en el propio relato, en el armado de nuevas teorías acerca de lo que le sucede, etc. Pero nosotros sabemos que un “encuentro”, una respuesta, un hallazgo siempre re-lanza a otra búsqueda. En el propio Freud se encuentra todo esto. Lo que se “hace coincidir”, las piezas desencontradas que luego encajan, como en
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su metáfora del trabajo arqueológico o en ciertos momentos de las interpretaciones de sueños. Pero también está el ombligo del sueño, su advertencia acerca del carácter provisional de sus construcciones teóricas, su constante trabajo de “conjeturar” (“zu erraten”), o lo que dice ya en 1897, en el Manuscrito M: “un nexo originario se vuelve inhallable”. ¿Cómo opera la simbolización? Parafraseando a Lacan, ¿podríamos hablar de “cadena simbolizante”, donde un símbolo cobra sentido en el contexto de otros símbolos? Quizás lo que importe no sean tanto los “símbolos”, como unidades discretas, sino la existencia de una función simbolizante que habilita, cuando se estructura adecuadamente, al trabajo de simbolización, que implicaría siempre los tres registros descritos por Lacan: - Simbólico: cadena significante, “pacto”, introducción del tercero. - Imaginario: significado, encuentro de sentidos, representación. - Real: lo perdido, incognoscible. El habla de una “función simbolizante” (1953, pág. 285) dirigida a “introducir un efecto de significante” y “tendiente a disipar definitivamente el malentendido del lenguaje-signo”. Creo que esto es válido como intento, pero como ya vimos en las discusiones científicas de los viernes, tanto el “malentendido”, el “equívoco”, como la “falla”, el “resto”, son inherentes a la simbolización. Dice J.Lacan (1953, pág. 270) que “el análisis debería ser llevado hasta el término de la sabiduría” y que somos, como analistas, “practicantes de la función simbólica” (pág. 273). Me gustó este planteo radical, como norte de nuestro trabajo. Pero luego me pregunté de qué modo es posible “el término de la sabiduría”, y si no es una utopía que a veces vislumbramos pero que siempre se nos vuelve a escabullir y que hay que mantenerla como tal. Porque la omnipotencia y el encerramiento en lo dual
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puede anidar en cualquier lado, también en una pretensión ideal de llegar a no estar “contaminados” por eso llamado “imaginario”. Lo que él propone sólo lo puedo comprender y compartir, por ahora, desde el antedicho anudamiento entre real-simbólicoimaginario, donde no es posible concebir una función simbólica separada de los otros registros. Quizás esto nos permita re-pensar nuestro posicionamiento analítico a la luz de los objetivos que nos planteamos y de las posibilidades tanto nuestras como del paciente y de lo que podemos hacer juntos.
Bibliografía CASAS DE PEREDA, M. (2006) Notas sobre simbolización. Presentado en Reunión Científica de APU., (27/10/06), inédito. FREUD, S. (1897) Manuscrito M. A.E., Vol. 1, Bs. Aires, 1986. GARCIA, J. (2002) La palabra en cuestión. En: Rev. de Psicoanálisis, LIX. 2, 2002, págs. 391-397. KOOLHAS, G. (1979) El significante. En: Rev. Uruguaya de Psicoanálisis, 1979. 59:45-46. LACAN, J.(1953) Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis. En: Escritos 1. Paidós, Méjico, 1983.
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PRESENTACION Y RESEÑA DE LIBROS
Reseña del libro: “Depresión. ¿Crisis o Enfermedad?” del Dr. Benzión Winograd. Editorial Paidós, 2005, 312 pp. Buenos Aires, Argentina. Susana Balparda1
El Dr. B.Winograd, psicoanalista argentino, da cuenta en esta obra de una extensa experiencia clínica sistematizada en conceptos que van transformándose en herramientas de trabajo. Selecciona autores de referencia y nos propone un recorrido, relacionando aspectos clínicos y metapsicológicos. Plantea desde el comienzo la complejidad del tema, vinculada entre otras cosas a la polisemia del término. Anticipa que no existe la depresión en singular sino “problemáticas depresivas”.
Define distintos campos de estudio. Por un lado las depresiones como estados anímicos muy generales y frecuentes en nuestra cultura contemporánea. Por otro, estructuras más limitadas conceptualmente, cuyo estudio es abarcado por la psicopatología en general y por su vertiente psicoanalítica en particular. Con respecto a la causalidad biológica o psíquica de las problemáticas depresivas, el autor es cauteloso. Prefiere pensarlas como campos que necesitan articularse
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entre sí de forma permanente y en cada caso en particular, graficando un gradiente de circunstancias a predominio psíquico o biológico. Toma como guía para sus desarrollos teóricos procesos terapéuticos de seis pacientes de los cuales nos transmite las singularidades de cada caso. Destaca, además del contenido dialógico, tonos y actitudes corporales o gestuales. Comparte así la postura que introdujo David Liberman en el psi-coanálisis rioplatense. Haciendo una evaluación de estos tratamientos señala tanto lo que considera “zona de cambios productivos” como también las “zonas no modificadas”, contribuyendo esto a una lectura empática. Como importante reflexión, concluye que en todos los procesos clínicos presentados se pueden agrupar -en función de cierta convergencia operativa- un elemento en común: la baja autoestima. “En todas las personas en cuestión el balance entre el ideal del yo y el yo actual (o yo-representación) del sujeto era reiteradamente deficitario, disposición que en el plano clínico experiencial se muestra como baja autoestima”(p.95) “...ciertos factores explicativos de la caída de la autoestima. Son los sistemas relacionales que se van
construyendo en los nexos de los sujetos con sus personajes y experiencias significativos y que comprenden los vínculos, discursos y conductas (...) Estos distintos espacios vinculares contribuyen a construir los códigos valorativos inconscientes del sujeto, cuya expresión clínica son las oscilaciones de su autoestima” (p. 97-98) Releyendo a Freud desde una inevitable y saludable perspectiva personal, plantea que aunque es difícil establecer un consenso absoluto en torno a sus escritos, existen lineamientos que no están sujetos a la lectura individual. Diferencia cuatro grupos de núcleos conceptuales freudianos en permanente entrecruzamiento e intercambio, siendo ellos: 1- Procesamiento psíquico o emocional de las pérdidas. 2- Teoría del narcisismo. 3- Ampliación y complejización del inconsciente en las explicaciones freudianas de las temáticas depresivas. 4- Procesos identificatorios. Concibe al diagnóstico psicoanalítico como un modelo abierto, destinado a captar funcionamientos y combinatorias de estructuras que harán posible cierta delimitación de abordajes y perspectivas pronósticas.
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La investigación del riesgo suicida está presente como preocupación común de los clínicos que trabajan con pacientes deprimidos, exigiendo la ponderación de distintos elementos. Propone incluir como elementos diagnósticos complementarios la realización de estudios y tests proyectivos así como la utilización de psicofármacos, entre otros. El tema de la administración de psicofármacos nos lleva a otra área de discusión: la conformación de un equipo de profesionales que aborden distintos aspectos de la atención del paciente. En el capítulo “Las problemáticas depresivas y el campo clínico del psicoanálisis” toma la noción de ‘campo’ surgida de los trabajos de Madeleine y Willy Baranger y Enrique Pichon Rivière. Define luego con amplitud algunos parámetros del método y el proceso analítico. Diferencia aquellas nociones que tienen cierto valor genérico de otras que -con las singularidades de cada paciente- pueden considerarse características de pacientes con problemáticas depresivas. “...en el caso de las problemáticas depresivas el abordaje interpretativo y formulativo cuenta con recursos que mantienen su generalidad y otros que es necesario redefinir y reestructurar en cada proceso. Por
ellos es fundamental que exista la posibilidad, para el terapeuta, de volver a diagnosticar abordajes cuando sea necesario. En relación con el contenido es importante concientizar las circunstancias que en cada sujeto han contribuido a lesionar la autoestima, tanto las históricas como las relacionales, mostrándole cómo ciertos funcionamientos de la lógica depresiva (selección de partes por el todo, desestimación de ciertas circunstancias acentuando otras) se repiten sutilmente en muchos episodios existenciales. Además del trabajo sobre los contenidos, los aspectos formales son absolutamente relevantes. Hemos ejemplificado distintas variantes: la cordialidad y el humor espontáneos del terapeuta; (...) el cuidado de que nuestras formulaciones, en su forma o en su contenido, no sean decodificadas como críticas; (...) la revisión de las situaciones que generan bloqueos comunicativos, etcétera.” (pp. 142143) En los últimos capítulos del libro sintetiza con rigurosidad aportes psicoanalíticos postfreudianos a las problemáticas depresivas. Desde Abraham, Klein, Winnicott y muchos otros, pasando por autores anglosajones y franceses, tomando las contribuciones de picoanalistas rio-
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platenses llega hasta aquéllos que han trabajado el tema más recientemente: Pierre Fedida, Sydney Blatt, Hugo Bleichmar y Paul Gilbert . También Winograd toma aportes de autores no psicoanalíticos que, trabajando sobre dimensiones cognitivo-conductuales, desde la
psiquiatría basada en la evidencia o la psicofarmacología, abren perspectivas para seguir investigando. El texto propone, promueve y logra un diálogo fecundo de los autores entre sí y de éstos con el lector. Constituye una referencia para quienes pretendan acercarse al tema del sufrimiento depresivo.
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Reseña del libro: “Las Depresiones Afectos y Humores del Vivir” de Luis Hornstein. Editorial Paidós, 2006, 263 pp. Buenos Aires, Argentina. Susana García Vázquez1 El tema abordado en el libro es de suma importancia para todos aquellos que trabajamos con el padecimiento psíquico, pero además para todos aquellos que por uno u otro motivo se interesen por la depresión. Como lo plantea el autor, escribe para ser leído, es decir no se dirige sólo a psicoanalistas, de ahí su esfuerzo para ser comprendido. Se presentan los problemas vinculados a las depresiones con
buena información y planteando interrogantes y propuestas que son centrales. En primer lugar es la forma en que el autor aporta su reflexión con lo que puede considerarse un flagelo de la época actual. En segundo lugar pone en evidencia las fallas de los abordajes mono causalistas, tanto desde la perspectiva psicoanalítica como psicofarmacológica. El reduccio-
1. Miembro Titular de APU.- Av. Brasil 2377 Ap.504 - Tel. 709 0588 - Montevideo. E-mail: psgarcia@chasque.net
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nismo biologista (enfermedad genética, heredada), desconoce las teorías de la complejidad, paradigma desde el que deben ser abordados estos padecimientos. Entiende: “el desequilibrio neuroquímico presente en las depresiones: como consecuencia de la acción conjunta, y difícilmente deslindable, de la herencia, la situación personal, la historia, los conflictos neuróticos y humanos, la enfermedad corporal, las condiciones histórico-sociales, las vivencias, los hábitos y el funcionamiento del organismo”. Plantea la autoestima, la posibilidad de logros yoicos y la sublimación como claves para no quedar sometido a ideales tiránicos de un superyó sádico. Destaca la importancia de la narcisización materna y el lugar del padre, para la estructuración psíquica. Fusión y separación son claves: Nos dice: “el narcisismo es trófico cuando se cuidan la identidad y la autoestima, pero queda interés para otras metas y actividades”. Insiste en el decisivo papel del otro en la estructuración, tanto en su presencia como en su ausencia.
Para pensar el narcisismo en sus distintas vertientes, busca apoyaturas en Freud, Winnicott, Aulagnier, Lacan, Bion, Green y Kohut. Considera que los registros identificatorios y relacionales y la vida actual son indisociables, esta intrincación influye también en la teoría y la práctica psicoanalítica, así es como la realidad de los traumas, los duelos, van tomando otro lugar en ella. Su desarrollo sobre la propuesta freudiana respecto al sadismo del superyó y su trabajo con los ideales tiránicos, dan esclarecimiento al tratamiento de las depresiones, distingue aquellas en las que domina los sentimientos de indefensión y los temores crónicos al abandono, de las caracterizadas por la inferioridad, el fracaso y la culpa. Plantea que para él, el meollo de las depresiones está en la relación entre el yo y los valores y metas interiorizadas. El incremento del interés en el estudio del yo y sus funciones y representaciones está vinculado a la clínica de la depresión. Ante la polémica entre la ego psychology y el lacanismo,
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postula que ambos tienen y no tienen razón, reivindica una teoría del yo que respete la duplicidad-complejidad, es decir un yo no sólo sujetado sino también protagonista, pero nunca autónomo. El estudio de las depresiones dice, exige la elaboración de una teoría que conciba al yo no sólo como identificado sino como identificante, no sólo como enunciado sino también como enunciante, no sólo pensado sino pensante, y a esa teorización ha estado abocado. Desarrolla modelos vinculados al yo y sus patologías, con distintos énfasis en los fracasos yoicos, pero todas enmarcadas en las organizaciones borderline o fronterizos. La segunda parte del libro no es menos interesante, desarrolla allí, con profesionalidad las distintas perspectivas clínicas en torno a la depresión y la necesidad de aunar esfuerzos para su combate. Se inicia con un apasionante texto de Jamison investigadora norteamericana, autoridad mundial en los procesos maníaco-depresivos y ella misma padeciendo un trastorno bipolar. La trasmisión del sufri-
miento psíquico que eso conlleva es un aspecto doloroso del trabajo con nuestros pacientes y que obliga al compromiso, a la modestia teórica y a la escucha comprensiva. Aborda posteriormente la perspectiva psiquiátrica con solvencia y claridad. Su conocimiento de los manuales diagnósticos, conocimiento que todo psicoanalista que se ocupe de las depresiones debe tener, dado que son los que se manejan en el ámbito hospitalario y médico en general, ponen en evidencia que la simplicidad de los diagnósticos impiden ver la perturbadora complejidad de lo real, pero además es importante que el clínico sepa que el DSM IV no tiene en cuenta individuos sino síndromes. Es una clasificación ateórica, porque no asume posición ante las distintas teorías etiológicas y es descriptiva, porque sólo hace un inventario de síntomas. Con frecuencia el clínico olvida que el DSM es un instrumento construido por los “investigadores”. Usado en la práctica clínica se restringe al mero reconocimiento de los síndromes. Pasa revista también al capí-
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tulo de depresiones enmascaradas y sus efectos somáticos. Así como depresión y suicidio. La tercera parte del libro plantea los diversos tratamientos para las depresiones, desarrollando con solvencia el tratamiento psicoanalítico, el tratamiento cognitivo, la terapia interpersonal y trae un anexo escrito por la Dra. Silvia Wikinski, investigadora del Instituto de Investigación Farmacológica - CONICET (Argentina), en donde aborda los tratamientos farmacológicos
para la depresión mayor, para la depresión bipolar, para la distimia y la ciclotimia, así como sus alcances. Espero con esta reseña haber podido dar cuenta de que estamos ante un libro necesario, que maneja con solvencia los problemas vinculados a la depresión y que plantea con seriedad y energía su rechazo a todo reduccionismo, ya sea biologicista o pretendidamente psicoanalítico, dando cuenta así de la complejidad de los cuadros y de la necesidad de un abordaje multifactorial.
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