Los museos suelen tener parques y jardines. El Museo del Puerto tiene patio. Un patio armado a partir de mรกs de sesenta patios de Ingeniero White, del Bulevar Juan B. Justo y del Saladero. Armado con bidones, cubiertas, lavarropas, cajones de pescado...
Porque una historia de la producción de Ingeniero White, o sea: de cómo se produce Ingeniero White, o sea: de cómo se produjeron sus muelles, sus elevadores, su ría con canales de 45 pies, pero sobre todo sus mismísimos habitantes; porque una historia que de cuenta de toda esa inmensa producción cotidiana, también tiene que incluir el malvón que se acaba de plantar dentro de una batería General Motors en un patio del Bulevar.
Los patios de Aquilino Fernández, o de Daniela Curcio, o de Pedro Caballero, son mundos complejos. Son sistemas caóticos para quien los recorre con una mirada extrañada, pero cada uno de ellos, que lo ha trabajado por años, posee los criterios de su organización. Zonas de sombra, zonas de quinta, zonas de acumulación, zonas de avistaje, etc. Cada objeto presente en esos espacios se hunde en una arqueología de potencia incesante.
Los patios son escenarios de un repertorio inmenso de saberes que estรกn fuera de los catรกlogos conocidos: saber hacer una maceta, saber hablarle a una planta, saber cuidarla de la helada, saber inventarle un nombre, saber airear la tierra, saber considerar los diferentes conos de sombra que proyecta aquel eucalipto, saber distinguir en la tarde la proximidad de una tormenta, etc. Caminar entre canteros es advertir que para muchos vecinos saber es igual a hacer. En los patios fuera del saber prรกctico no hay saber.
Sobre tierras salitrosas, inundables, plenas en ratas atraĂdas por el exceso de cereal, barridas por el viento que barre las chimeneas del Polo PetroquĂmico y traslada hacia las islas el sonido de la sirena comunitaria...
¿Acaso
un malvón o una hortensia forman parte del mundo de la naturaleza? ¿Quién se atreve a afirmar dónde termina la naturaleza y empieza la historia? ¿No es cualquier planta de cualquier patio de Ing. White un objeto histórico más, a partir del cual se puede indagar la vida personal, las relaciones barriales, inclusive la macroeconomía?
El arte de la jardinería o de la parquización tiende a la sublimación, al ocultamiento. Los patios por el contrario no esconden nada del proceso de construcción: se ve que ahí se clavó un fierro para sostener una rama, se ve que allá se soldó una chapa. Eso que efectivamente sostiene un malvón alguna vez fue un asiento de primera del Ferrocarril: se ve. Estos patios no son el refugio de una naturaleza amenazada: son la exposición de los restos de la producción millonaria de un puerto del sur de la Argentina.
La compañía inglesa Ferrocarril Sud escribía en cada estación el nombre de la ciudad a la que se arribaba mediante la poda de la santolina, planta que había sido traída, al igual que el carbón, los ladrillos, las puertas, ventanas y bisagras de las colonias, los lápices, las libretas, los boletos, los vagones, los repuestos, la locomotora misma, de Europa. Por supuesto: también la naturaleza se importa.
El PASEO DE LOS BIDONES se fue armando con
la carcaza de un secarropas Koh-i-norr (“nuevo diseño mayor capacidad”), cinco llantas, partes de ventiladores, un cisne con el cuello retorcido, varias cacerolas (roja, blanca con flores, etc.), bidones de agua, un calefón, cajones de soda, la tapa de un rulemán SKF de una locomotora Balbi, cajas de masitas, cuatro cubrellantas Peugeot, una pava roja con flores amarillas, varios potes de helado, macetas plásticas, portamacetas aéreos, latas de durazno, envases de lavandina y detergente, uno de limpiador aromatizante “Poett” fragancia primavera, varios macetones de cemento construidos a molde por Egisto Bernardini en los '30 y por Iván Milin en los '40, la sopera de una vecina de Silvia Romero, botellas plásticas de agua, cajones de pescado, latas de pintura, un medio mundo, tachos de basura, baldes, cabezas de muñecas, un enano, cubiertas de automóviles, de camiones y de tractor, lavarropas, envases de Actimel, sifones cortados...
Patios trabajados por quienes trabajaron en el ferrocarril, en la casa, en la pesca, en la estiba, en la Junta, en la cooperativa de pelado de camarones. Esas historias laborales se pueden distinguir en los materiales presentes en los patios: por ejemplo, cajones que albergaron langostinos alguna vez, o redes gastadas (ahora cercos). Pero se pueden distinguir aún más en los modos del trabajo, que remiten a los oficios: se vislumbra claramente el patio de quien actuó como carpintero en la Junta, o como pintor en la Base Naval.
Pero sería necio no distinguir al mismo tiempo que no hay continuidad exacta entre un espacio de trabajo y otro. Porque cuando ese saber (ejercitado y pago en el ferrocarril, en la pesca, en la estiba o en la Junta) se aplica en los patios, se transforma. Del mismo modo que una cubierta deviene maceta, el trabajo muta en su objetivo. Cuando se produce un patio se produce la historia de cada uno con otra nitidez. El trabajo trabaja a cada uno en un sentido más pleno. Ya no se producen excedentes. Se produce lo que hace falta.
Cien caracoles recolectados de alguna playa puestos en hilera uno junto a otro contra la pared: hacen falta.
En el puerto, Iván Vinko Milin, arribado de Croacia en 1926, fue uno de los tantos obreros que trabajó en la construcción del muelle nacional durante la década del '30. Participaba de la fabricación y el clibaje de los pilotes de hierro y hormigón. Ya en su casa, volvía al hierro y al cemento para construir también con moldes (aunque en escala reducida) glorietas y columnas para sostener la parra, bancos donde sentarse con sus compañeros al atardecer, mesas giratorias y macetas de todo tipo que, indefectiblemente, incluían una estrella roja.
Quien quiera contemplar la Naturaleza con mayúsculas y en estado más puro, vaya a ver la laguna de juncos, patos y ¡garzas! que está exactamente... junto al Cracker I de Dow Chemical. En estos patios, por el contrario, se han de ver una y otra vez entre hortensias y malvones lo que esas industrias producen: bidones, cubiertas, sifones, baldes, bolsas, etc.
Cada patio es una cámara de sonidos. Al recorrer el Paseo de los Bidones, se podrá oír a Guillermo Martínez diciéndole a su mulato “¿Qué pasa, loco?”, se podrá oír a ese mulato respondiéndole en su lengua al mismo Guillermo, se podrán oír los camiones cargados de soja pasando por la ruta junto al Saladero y el Bulevar, el viento de 80 kilómetros por hora, los teros de Lucía Llamazares, la sirena comunitaria que suena cada jueves a las once de la mañana, el arrullo de las palomas en los eucaliptos centenarios del museo, los ladridos de Pirolaite y Laika, las interpretaciones de los casi treinta canarios flauta de Armando Russo. También se podrá oír a Serviliano Díaz recitando su poema “si tu sonríes se abrirá el cielo / y dejará en el aire un perfume / de olor a menta”. Y por supuesto los camiones volviendo con sus cajas vacías...
“Parque
industrial”, “plantas petroquímicas”: en estas frases lo sustantivo es lo adjetivo. O sea, lo que hay que leer es cómo la actual producción capitalista no se puede escindir de la apropiación histórica y cada vez más radical de la naturaleza. Pero hay otro sentido: decirle planta a los caños que transportan etano es volver a las industrias naturaleza, como si hubieran emergido de la tierra gracias al efecto del sol y la lluvia, como si estuvieran antes de la historia, antes del barrio 26 de Septiembre, antes de la interrogación.
En las ramas de los tamariscos están inscriptas las varias décadas de dominio económico inglés en la zona. El avance en el tendido de los rieles solía ir a la par de la plantación de ramas de esta especie que luego devenían en una frondosa barrera. Los tamariscos también arraigaban en la lengua: “¡Andá a los tamariscos de Garro!” era una forma whitense de decir “¡Andá a cantarle a Gardel!”.
Sara Milillo trajo al patio del museo un gajo de la planta de frutilla de su patio. Esa planta tiene una historia que se remonta a doce años atrás, cuando viajó con su marido a Mendoza y su consuegra le regaló un gajito de la planta de frutillas de su patio. Hay cientos de casos semejantes; los patios en este sentido son creaciones colectivas. Su conformación está tramada por extensas relaciones sociales, próximas y lejanas, física y temporalmente. Semillas que Armando Russo trajo de Portugal. El mango con el que Katy Aponte volvió de su visita a la casa natal en Formosa para tener cerca a los suyos. Un patio está conectado así con muchos otros patios. Cualquier planta se hunde en lo social y señala relaciones que son, que fueron, que serán.
El PASEO DE LOS BIDONES se armó junto a
Milagros y Guillermo Martínez, Pedro Caballero, Nilda Ercolano, Lidia Beato, Aníbal Aramendi, Esther Alarcón, Antonieta Blasco, Dora Greco, María y Alberto Bartos, Armando Senos Russo, María Teresa Mary Bevans, Silvia Romero, Hernán Herbalejo, Rafaela Milillo, Modesta Carrete, Egisto Bernardini, Rubén Arcucci, María Castro, Manuela López, Daniela Curcio, Norberto “Tío Piraña” Iglesias, Raúl Marino, Marta Cañú, Serviliano Díaz, Mercedes “Piba” Micene de Regueira, Gladys y Aldo Basich, Vicenta Papalardo de Puglisi, Isabel Etchegaray, Alejandra Jaime, Alicia Grecco, Isabel Titi Trujillo, Katy Aponte, Mabel Candel, Aquilino Fernández, Jorge Iturbide, Norma Mauri, Carmen Capurso, Gloria Suárez, Adelina Pineda, Mercedes Navarro, Iván “Vinko” Milin y Omar Milin, Nélida Fernández, Miriam Rosemberg, Hilda Esther “Chacha” Marino, Pedro Alí, Elcira Pecoraio, Stella Maris Genitti, Mabel “Cuca” Vallejo, Alberto Etchegaray, “Pirucha” Margoni, Lucía Llamazares, María Ginder, Nora De Lucía, Florentino Rodríguez, Atilio Miglianelli, Susana Quinter, Dante Belén, Lucía Marzocca, Daniel Ponce... A quienes trabajan en Delegación Ingeniero White, Delegación Villa Rosas y Delegación Norte: gracias por los camiones cargados de tierra. A Alejandro Serafín del Centro de Formación Profesional: gracias por los cartelitos
Aníbal
Aramendi preparó macetas a partir de seis neumáticos de automóvil, tras darlos vuelta, cortar el caucho con forma de pétalos gigantes y agregarles en la base un chapón agujereado. El patio como espacio de invención y destrezas es un descubrimiento reciente para él. Coincide exactamente con el 21 de septiembre de 1999, Día de la Primavera: ese día fue despedido de Transportes Alonso. No sabía qué hacer con su tiempo; así empezó. Luego el patio se fue llenando de macetas, entre ellas varias carretas con ruedas de karting que remiten a los años de juventud en que trabajó en los campos de Río Negro.
Su mujer Esther Alarcón se dedica a las plantas. No les habla; las reta: “Si no prendés lindo te tiro al fuego”.
Ah!...las gallinas que quedan por el Bulevar y el Saladero quieren agradecer por su alimento cotidiano a Bunge Limited, Cargill, Glencore International...
Titi Trujillo armó un cantero con culos de botellitas de Coca-Cola. Son las que usaba con su hermano Rubén para envasar la salsa de tomate que preparaban año a año. Cuando su hermano murió, decidió que usar las botellas en el patio era una manera de recordarlo.
Cada
patio suele funcionar como un memorial. En tal cantero hay referencias a amistades, hijos, hermanos, amores. No se ven. No hay placa. No hay nombre. El vínculo persiste en una relación tácita, sólo conocida por quien la ejecuta. Cuidar unas hortensias, unos lirios o una mota suele ser con frecuencia cuidar otra cosa. También el cariño implica dedicación y esfuerzo. Durante varias décadas Atilio Miglianelli anduvo en bicicleta por la costa de la ría. El vio el avance minucioso e impetuoso de las empresas sobre el espacio en el que configuró su vida. Nunca entendió por qué los habitantes de este lugar no tenían ningún tipo de decisión sobre las modificaciones constantes a las que el pueblo era sometido. En realidad entendía, pero no le gustaba lo que entendía. En nuestro patio, sin nombre, sin placa, va a estar Atilio. Algunos verán un malvón; otros, en el mismo malvón, una advertencia de la necesidad de su conciencia, de su fuerza, de su voluntad.
Reforestation Project “Plantando juntos” (Planting together): ¿quién con quién? ¿Plantamos juntos y compartimos juntos las ganancias? La potencia de los programas de forestación como campaña publicitaria depende de una oposición inexistente entre naturaleza e industria. Si ese fuera el problema, es lógica la respuesta: planto. Pero cada una de esas especies plantada es en verdad un recordatorio de la ley de Inversiones y Radicaciones de Capitales Extranjeros de 1958, de las leyes de transferencia de tecnología promulgadas por Martínez de Hoz, de la racionalización cada vez más avanzada de los procesos productivos. Acá me planto. Cada uno de esos árboles pretende hacer arraigar esa historia.
Las mujeres del barrio 26 de Septiembre que fueron llamadas hacia 1994 “locas de las margaritas” no pedían exactamente que sus margaritas florecieran.
Estos patios no existirían sin la operación del escamoteo. Escamoteo de ladrillos que aún exhiben la sigla F.C.S., del asfalto de la empresa que ganó la licitación para la pavimentación, de una pala (con agujero incluido) que alguna vez sirvió para palear el cereal en dependencias de la Junta Nacional de Granos, pero también de la plantita que creció en un cantero, ¡qué se le va a hacer!, muy cerca de la vereda por la que camina el escamoteador. Hay uno que prepara en un frasco las aceitunas negras recolectadas de olivos dispersos por la ciudad; a veces pidió permiso; a veces no. Pequeños elementos propios de un contrabando constante.
Un radiador de heladera: maceta. El respaldar de una cama: cerco. Las rueditas de autos de juguete permiten que el regador se traslade fácilmente; una llanta, enroscar la manguera. Estos patios demuestran que ningún objeto en el mundo --menos que menos los rotos, los acabados--, puede ser caracterizado como inútil. Las cosas se transforman. Cambian de función. Se les da otro valor de uso, y ya está. Estos fenómenos no suceden en un jardín.
Los jardines pueden admitir la belleza, los patios no. Los patios son lindos. Un lazo de amor en un sifón cortado y dado vuelta, es lindo. Un cantero hecho de envases de Actimel es lindo. Son aterradoras y lindas las cabezas de muñecas que coronan los fierros encontrados por ahí e hincados en la tierra para sostener uno y otro tallo. Hasta lo lindo en los patios es útil: como la sombra en los días de verano, las cabezas cortadas evitan clavarse esos fierros en la cara al inclinarse para sacar los yuyos. Ver florecido el malvón sirve para estar más contento cuando se toma el mate por la tarde.
En el PASEO DE LOS BIDONES se podrán encontrar
crisantemos, moneditas, san Pedro, achiras, dalias, lazo de amor, bandera española, cucaracha, lavanda, potus, malvones, hojas de salón, clibia, hisopos, caléndulas, pasionaria, clavel del aire, campanillas, hiedra, una plantita traída del Hotel de Inmigrantes de Sierra de la Ventana, orquídeas, no sé , ah no sé, lirios amarillos, bananero, planta de frutillas mendocinas, menta, violeta, ciruelo, cactus, rosario, margaritas silvestres, helecho plumoso, hiedra rosita, hortensias, mosca, plantas de maíz que crecieron a un costado del museo tras la caída de un camión que iba rumbo a la descarga, una palmera, helecho serrucho, geranios, plantas acuáticas, una cortina forestal, árbol plateado, rosal, dólar, romero, siempre verde, una de florcitas rosas, una especie de helecho, conejitos, rayito de sol, ruda, perejil, cornetitas, azar de Nuvia, flor de fuego, iris, gomero, bálsamo, una que alguien se trajo de Profertil...
En las hablas de los vecinos el catálogo de las plantas es inagotable, porque hay diez nombres para cada una de ellas, porque se inventan nuevos nombres sin cesar, porque nombrar es parte de las tareas de los patios. La nomenclatura científica se remonta así a una dimensión lejana, casi inexistente. Entre Plectranthus australis y la monedita o el dólar, se despliega una distancia inconmensurable entre el orbe del conocimiento científico y el mundo de las vidas cotidianas en estos patios de White, del Bulevar, del Saladero. Patios donde la monedita es una planta.
El proyecto PLANTAS / PATIOS se inició formalmente en abril de 2007. Hasta el momento, ha incluido la realización de más de cuarenta entrevistas, el registro fotográfico y minucioso de más de treinta patios y un trabajo compartido en mayor o menor grado con más de sesenta vecinos. La inauguración del PASEO DE LOS BIDONES, además del cantero botellero de Pedro, del cantero de las margaritas locas y de los canteros de bienvenida de Osvaldo, constituye la primera etapa del proyecto.
La práctica de plantar un gajo traído por algún vecino de la comunidad estuvo desde el primer día tramada en una apuesta teórica, propia de un museo que trabaja desde una perspectiva de totalidad con la historia y el presente del puerto.
¿No es hora de concebir las plantas como un objeto histórico más? ¿Interrogar las plantas no es interrogar relaciones sociales, formas de la producción y de la propiedad, maneras ilegítimas del saber, prácticas de trabajo? En aquellos días había surgido una consigna: “¡Abajo la tiranía de los museos de ciencias naturales!”. Supuestamente la pronunciaba con entusiasmo un malvón que emergía de un bidón de lavandina.
En ese grito se concentraba una cuestión clave: la conciencia de trabajar contra la división doblemente secular de las áreas de conocimiento. Pero también la conciencia de que hace falta desplazar una y otra vez las perspectivas de la indagación, mover los objetos de enfoque, afinar los instrumentos que permitan esa crítica capaz de tramar distintos niveles en un espacio económico fundamental como es este puerto de Ing. White.
Equipo de trabajo PLANTAS / PATIOS
Leandro Beier, Lucía Bianco, Germán Jorge, Aldo Montecinos, Matías Gil Robert, Osvaldo Fraga, Rosa Ale, Pedro Rodríguez, Hernán Herbalejo
Recorridos por patios y entrevistas: Leandro Beier - Fotografías: Marilyn Vargas, Germán Jorge, Matías Gil Robert - Diseño Paseo de los Bidones: Lucía Bianco Montaje: Lucía Bianco, Leandro Beier, Aldo Montecinos, Osvaldo Fraga, Rosa Ale, Hernán Herbalejo, Pedro Rodríguez - Sonidos del patio: Matías Gil Robert - Colaboraciones: Milagros Bilbao, Luciano Campetella Textos catálogo: Sergio Raimondi - Diseño Catálogo: Germán Jorge