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Editorial

Dos años en los que parece que se paró el mundo… Tiempo en el que hemos asimilado muchas palabras nuevas a nuestro vocabulario cotidiano… años en los que hemos dejado de vivir de la forma acostumbrada y en los que hemos aprendido a dar verdadero valor a las cosas importantes…

Este tiempo pasado quedará en la retina de los seres humanos como, cuanto menos, difícil. La pandemia vivida, y la que aún vivimos, se ha llevado por delante, muchas vidas, muchas economías familiares. Ha roto ilusiones, esperanzas y proyectos. Jamás se nos prometió una vida fácil, somos conscientes de ello, pero la pandemia ha sido, y es, una prueba para nuestro músculo solidario, para nuestra capacidad de evangelización y nuestra donación servicial. Probablemente, cuando todo esto pase y podamos hacer un balance sosegado de este periodo, observaremos cuestiones que podríamos haber abordado de otra forma. Sin embargo, una cosa es segura: el corazón de nuestra hermandad ha latido a la altura de las exigencias que nos imponía y nos impone la nueva situación.

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Sin duda está nueva etapa nos ha enseñado mucho, hemos aprendido y avanzado, pero no podemos quedarnos en la autocomplacencia. El nuevo mundo pospandemia exigirá de nosotros los cristianos, de nosotros los hermanos y hermanas de Jesús, una mayor implicación en la construcción de una sociedad más justa e igualitaria. Para ello debemos renovar nuestro esfuerzo y nuestro compromiso con la oración, la formación y la caridad. Si algo nos ha enseñado la pandemia, es que para ser una hermandad viva, para ser Iglesia viva, cuerpo de Cristo vivo, es imprescindible el factor humano, el compromiso individual y colectivo de cada uno de nosotros.

Ojalá hayamos sabido ser lo suficiente didácticos como para poder transmitir a los niños que esto sólo ha sido un paréntesis en nuestra vida cofrade. Que la hermandad son muchas cosas y que uno de sus principales fines es el de dar culto público a Jesús Nazareno y a su Bendita Madre de la Amargura, fin que se concreta principalmente en la Estación de Penitencia. Pero este año sí, este año sí que saldremos a dar testimonio público de fe, expresión visible del amor de Dios invisible.

Hace mucha falta tocar los corazones y agitar las conciencias de tantos que no saben o no se han preguntado por qué el Bendito Nazareno carga con la cruz de nuestras culpas y que esa noche sale a su encuentro. Por eso desde hace más de cuatro siglos salimos en Estación de Penitencia siempre que no haya causa que lo impida; y si la hay, como estos años, no por ello dejaremos de ser Nazarenos, porque la esencia permanece: somos Nazarenos porque creemos en Jesús Nazareno y lo seguimos, en la Madrugada y también cada día.

Hermano, tenemos que volver a vestir el hábito de nazareno, es nuestra obligación, y cuando nos estemos colocando el capillo morado, camino de la parroquia, recordaremos este tiempo vivido y rezaremos por los que ya no están. 1

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