ÍNDICE AGRADECIMIENTOS INFORMANTES Y COLABORACIONES ÍNDICE GENERAL INTRODUCCIÓN ARQUEOLOGÍA ETNOARQUEOLOGÍA ETNOHISTORIA CAPITULO I EL ESPACIO FÍSICO Y ÉTNICO EN LA EDAD DEL HIERRO 1.1. EL ÁREA DEL CANTÁBRICO Y SU MARCO FÍSICO 1.2. RELIEVE, SUELOS Y CUENCAS FLUVIALES 1.2.1. Relieve e Hidrografía 1.2.2. La Cordillera Cantábrica 1.2.3. El Piedemonte de la Submeseta norte 1.2.4. El Pirineo occidental 1.2.5. La Depresión del Ebro 1.3.- REGIONES NATURALES 1.3.1. Las Comarcas Naturales y las Comarcas Históricas 1.3.2.- Las distintas Regiones y Comarcas Naturales y la red de vías de comunicación natural 1.2. LA PALEOGEOGRAFÍA DEL ÁREA DEL CANTÁBRICO EN LA EDAD DEL HIERRO A TRAVÉS DE LA ARQUEOLOGÍA 1.3.1. Tendencias climáticas generales 1.3.2 Paleoclima: el clima en la Protohistoria Final. 1.3.3. El cambio climático en el último milenio a. C. 1.3.4. Los ecosistemas y los efectos de las variaciones climáticas sobre las condiciones ambientales 1.3.- EL ÁREA DEL CANTÁBRICO A TRAVÉS DE LAS NOTICIAS DE LOS GEÓGRAFOS GRECOLATINOS. 1.3.1. Estrabón y el conocimiento de los pueblos del norte 1.3.2. Los Montañeses de Estrabón 1.3.3. Otros autores grecolatinos y los pueblos del norte 1.4. LA PALEOGEOGRAFÍA HUMANA: ETNIAS, LENGUAS Y TERRITORIOS - Los “Montañeses”. 1.4.1. Galaicos. 1.4.2. Ástures 1.4.3. Cántabros 1.4.4. Autrigones, Caristios, Várdulos y Turmogos - Los Autrigones - Los Caristios - Los Várdulos - Los Turmogos 1.4.5. Los Berones 1.4.6. Vascones 1.4.7. Los Aquitanos 1.4.8. Fuentes grecolatinas y arqueología: la delimitación de un espacio etnogeográfico 1.4.9. Geografía, etnias, toponimia y lingüística CAPITULO II ECONOMÍA 2.1. LA ECONOMÍA PROTOHISTÓRICA 2.2. APROVECHAMIENTO DE LOS RECURSOS VEGETALES SILVESTRES 2.2.1. Silvicultura y recolección
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2.2.2. La madera como materia prima 2.2.3. La madera como combustible 2.2.4 Frutos silvestres 2.2.4.1. Frutos de los árboles 2.2.4.2. Las frutas silvestres 2.2.4.3. Bayas 2.2.5. Las verduras y hortalizas silvestres 2.2.5.1 Setas y hongos 2.2.5.2. Plantas Medicinales 2.2.6. Fibras, sustancias, resinas 2.2.7. Recolección, silvicultura y equilibrio natural 2.3. AGRICULTURA 2.3.1. Agricultura de cultivos extensos 2.3.1.1. Los cereales - El trigo (Triticum) - La cebada (Hordeum vulgare) - El centeno (Secale cereale) - La avena (Avena sativa) - El mijo común (Panicum miliaceum) y el panizo (Setaria italica) 2.3.1.2. La Hierba 2.3.2. Agricultura intensiva y producción en huertos: leguminosas, hortalizas y otros cultivos 2.3.2.1. Legumbres - El haba (Vicia faba) - La lenteja (Lens culinari) - El guisante (Pisum sativum) - La arveja o veza (Vicia sativa) y el yero (Vicia ervilia) 2.3.2.2. Hortalizas 2.3.2.3. Árboles y arbustos frutales 2.3.3. Los linares y las mimbreras 2.3.4. Otros cultivos 2.3.5. Evolución de los modelos de explotación agrícola en el norte de la Península Ibérica en la Edad del Hierro 2.4. OBTENCIÓN DE RECURSOS ANIMALES SILVESTRES 2.4.1. Caza, pesca y marisqueo 2.4.1.1. La caza 2.4.1.2. Las especies cazadas 2.4.1.3. La caza de colmenas silvestres 2.4.1.4. La pesca y el marisqueo - Peces, crustáceos y moluscos en ámbito fluvial - Peces, crustáceos y moluscos en ámbito marítimo 2.5. LA GANADERÍA 2.5.1. Las especies ganaderas en el registro arqueológico y las especies autóctonas tradicionales 2.5.2. Bóvidos 2.5.4. Ovinos 2.5.5. Caprinos 2.5.6. Porcinos 2.5.7. Los perros y los gatos 2.5.8. Aves de corral 2.5.9. Apicultura 2.5.10. Modelos de explotación ganadera en el ámbito cantábrico de la península ibérica 2.5.10.1. La planificación y manipulación de las distintas cabañas 2.5.10.2. Modelos de pastoreo 2.5.10.3. El ciclo anual de los pastizales 2.5.10.4. Los espacios de pastizales 2.5.10.5. El pastoreo trasterminante (Trasterminancia vertical) 2.5.10.6. Brañas y seles 2.5.10.7. Robo de ganado 2.5.10.8. Derechos de acceso a los pastos 2.5.10.9. La cuestión trashumante y la trasterminancia a largas distancias 2.5.10. 10. Las implicaciones sociales de la ganadería trasterminante
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2.5.10.11.- La evolución de la economía ganadera en la Edad del Hierro 2.6. EL AGUA 2.6.1. El agua como remedio mágico y medicinal 2.7. MINERÍA 4.7.1. Cobre (Cu) 2.7.2. Estaño (Sn) 2.7.3. Zinc (Zn) 2.7.4. Hierro (Fe) 2.7.5. Plomo (Pb) 2.7.6. Plata (Ag) 2.7.7. Oro (Au) 2.7.8. Los modos de explotación de los recursos minerales 2.7.8.1 Minería de montaña y “alpina” 2.7.8.2. Obtención de metales en los cursos fluviales 2.7.9. Minería y obtención de la sal 2.8. LA CONSERVACIÓN Y EL ALMACENADO DE RECURSOS 2.8.1. La transformación, conservación y almacenado de los productos vegetales silvestres y agrícolas 2.8.1.1. Elementos tecnoeconómicos de la transformación de productos vegetales 2.8.2. Tratamiento y conservación de los productos animales - Carnes secas - Ahumados - Las “salazones” y las “salmueras” - El curado de las carnes - Conservas en grasa - Otros preparados 2.8.2.1. Secaderos, ahumaderos y talleres de salazones 2.8.2.2. Elementos tecnoeconómicos de la transformación de productos cárnicos 2.8.2.3. Tratamiento y procesado de lácteos - Fermentos lácticos - Queso - Mantequilla - Cuajada 4.8.2.4. Los elementos tecnoeconómicos y la proyección social de la trasformación de lácteos 2.8.2.4. Los elementos tecnoeconómicos y la proyección social de la trasformación de lácteos 2.8.3. Estructuras de almacenaje: almacenes, graneros, hórreos y silos 2.8.3.1. Almacenes y graneros - Hórreos - Silos - Depósitos semisubterráneos 2.9. LOS ALIMENTOS, LA COMIDA Y LOS COMPONENTES DE LA DIETA 2.10. ARTESANADO 2.10.1. Trabajo de la madera y otros materiales 2.10.1.2. Recipientes y objetos “torneados” 2.10.1.2. Maquinas, vehículos y estructuras 2.10.2. Trabajo del hueso, cuernas y colmillos 2.10.3. Trabajo del cuero, pieles y aprovechamiento de vísceras, tendones y nervios 2.10.4. Cestería, fibras y telas 2.10.4.1. Cordeles y cestería 2.10.4.2. Obtención de hilaturas y tejidos: el lino y la lana - Hilado - Telares - Tipos de telas - Prendas de vestir - Ropa interior - Túnicas - Calzones y braccae - Sago - Tocados, gorros y complementos 2.10.5. Cerámica 2.10.5.1. Cerámica modelada a mano
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2.10.5.2. Cerámica modelada a torno 2.10.6. Metalugia 2.10.6.1. La transformación de los minerales metálicos 2. 10.6.2. Metalurgia del cobre y metales “blandos” 2.10.6.3. El orfebre y el broncista 2.10.6.4. Metalurgia del hierro 2.10.6.5.- Reciclaje de materiales metálicos 2.10.6.6. Ornamento, identidad y prestigio 2.10.6.7. El trabajo del metal y su proyección social 2.10.7. El desarrollo de tecnología en la Edad del Hierro 2.10.7.1. Los útiles y herramientas de la Edad del Hierro y su pervivencia a través de la Historia 2.11. COMERCIO 2.11.1. Relaciones comerciales 2.11.1.1. Recursos por recursos y bienes por bienes. El concepto de valor en el intercambio comercial 2.11.1.2. Introducción de los patrones premonetales: metales preciosos 2.11.1.3. Introducción de la moneda 2.11.2. Circulación e intercambio de bienes en la Edad del Hierro 2.11.2.1. Comercio de ámbito local 2.11.2.2. Comercio exterior 2.11.2.3. Mercaderes 2.11.3. Las formas de transporte y las distancias 2.11.3.1. Las vías de comunicación terrestres 2.11.3.2. Transporte y vehículos terrestres 2.11.3.3. Las vías de comunicación fluviales 2.11.3.4. Las vías de comunicación marítimas 2.11.3.5. Transporte y embarcaciones fluviales y marítimas CAPITULO III SISTEMAS DE INTERCAMBIO Y MECANISMOS DE RECIPROCIDAD 3.1. EL INTERCAMBIO EN LA SOCIEDAD AUTÁRQUICA 3.1.1. Reciprocidad de servicios por servicios 3.1.2. Servicios por recursos y bienes 3.2. HOSPITALIDAD 3.3. LA HOSPITALIDAD COMO INSTITUCIÓN SOCIAL: LOS PACTOS DE HOSPITALIDAD CAPITULO IV HÁBITAT 4.1. LA CONCEPCIÓN DEL ESPACIO, TERRITORIO Y FRONTERA EN LA EDAD DEL HIERRO 4.1.1. Espacio 4.1.2. Territorio 4.1. 3. Frontera 4.2. LA OCUPACIÓN DEL TERRITORIO 4.2.1. - La ocupación del territorio por áreas 4.2.2. Construcción y negociación del territorio 4.2.3. El territorio económico 4.2.4. Castros, aldeas, granjas 4.2.5. Oppida, castros, aldeas y granjas 4.2.6. Oppidum y territorio en la Segunda Edad del Hierro 4.2.6.1. Control estratégico del territorio y vías de comunicación 4.3. URBANISMO Y CONSTRUCCIÓN 4.3.1. Fortificación de los asentamientos 4.3.1.1. Selección del emplazamiento 4.3.1.2. Acondicionamiento de las defensas naturales 4.3.1.2. Terraplenes y campos atrincherados 4.3.1.4. Murallas 4.3.1.5. Puertas, torreones y baluartes 4.3.2. Acondicionamiento de la estructura interior 4.4. LAS CONSTRUCCIONES 4.4.1. Construcciones circulares 4.4.2. Construcciones ortogonales
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4.4.3. Técnicas constructivas de las edificaciones 4.4.4. Estructuras internas y espacios interiores 4.4.4.1. Estructuras internas y espacios interiores - Viviendas de planta circular y elíptica - Viviendas de planta ortogonal 4.4.5. Cubiertas y techados 4.4.6. Decoración interior y exterior de las edificaciones 4.4.7. Otros tipos de construcciones 4.4.7.1. Talleres, almacenes, hórreos, silos 4.4.7.2. Edificaciones y construcciones comunales 4.4.7.3. Vías, calles, plazas 4.4.7.4. Pozos, aljibes y canalizaciones 4.4.8. Recintos y espacios rituales urbanos 4.4.8.1. “Edificios de Baños de Calor” o Saunas 4.4.8.2. Espacios rituales y santuarios “urbanos” 4.4.9. Las viviendas, los núcleos y la densidad de la población CAPITULO V SOCIEDAD 5.1. ESTRUCTURA SOCIAL POR SEXO Y EDAD 5.1.1. División sexual de los roles: hombres y mujeres 5.1.2. Grupos/Clases de Edad y roles sociales 5.2. TRAYECTORIA VITAL Y RITOS DE PASO 5.2.1. Infancia y educación en el seno familiar y el ámbito social 5.2.2. Avunculus y Fosterage 5.2.3. “Formación Superior” 5.2.4. Los niños y la guerra 5.2.5. Ritos de paso: diferenciación de los roles del hombre y la mujer 5.2.5.1. Niñez y Juventud - Niños - Jóvenes, Hombres - Niñas - Jóvenes, Mujeres 5.2.6. El matrimonio -El ritual matrimonial - La dote y “el precio de la novia” - La incorporación a la nueva familia 5.2.7. Los hombres, la estructura patriarcal y la función guerrera 5.2.8. Las mujeres, el mundo doméstico y reproductivo - Las mujeres, la herencia y la ginecocracia 5.2.8.1. Relaciones íntimas, embarazos y partos 5.2.9. La ancianidad 5.3. DIVISIÓN SEXUAL DE LAS LABORES DE SUBSISTENCIA 5.3.1. El hombre en las labores de subsistencia 5.3.2. La mujer en las labores de subsistencia 5.4. FAMILIA 5.4.1. El modelo de familia nuclear extensa, la parentela y la organización gentilicia 5.4.2. Los Clanes y las estructuras y relaciones suprafamiliares 5.4.3. ¿Tribus? 5.5. GENTES, PUEBLOS, ETNIAS 5.5.1. Organización vecinal y asambleas locales 5.5.2. Evolución del poder político: reyes y asambleas 5.5.3. Filiación al castro/oppidum/civitas/populus: órganos de poder político y “diferenciaciones de clase” 5.5.3.1. Los “pagi” 5.5.3.2. Órganos de poder y “diferenciación de clase” - Asambleas o senados - Principes, Nobiles y Clientes - Resto de la población
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CAPITULO VI LA CULTURA GUERRERA Y EL EJERCICIO DE LA GUERRA 6.1. GUERRA Y SOCIEDAD: FRATRIAS, SOCIEDADES DE HOMBRES E INICIACIÓN GUERRERA 6.1.1. Las iniciaciones de jóvenes guerreros y los lobos 6.1.2. Baños iniciáticos y rituales y las saunas 6.1.3. El curriculum del guerrero 6.1.4. El combate individual o de “campeones” 6.1.4.1. Desafío y duelo: El combate como “ordalía” 6.1.5. El jefe y la devotio; la “fidelidad” y la “devoción” 6.1.6. El amedrentamiento y la provocación al combate 6.1.7. Los trofeos de guerra: cabezas y manos 6.1.7.1. Cabezas cortadas 6.1.7.2. Amputaciones de manos 6.2. LA PANOPLIA DEL GUERRERO 6.2.1. La panoplia entre el Bronce Final y la Primera Edad del Hierro 6.2.2. La panoplia en la Primera Edad del Hierro 6.2.3. La panoplia de la Segunda Edad del Hierro 6.2.3.1. Elementos de defensa pasiva 6.2.3.2. Elementos de defensa activa 6.2.3.3. Armas ofensivas 6.2.3.4. Armas arrojadizas y astadas 6.2.3.5. El guerrero y sus armas 6.3. EL COMBATE COLECTIVO: ORGANIZACIÓN Y ESTRUCTURA DE LOS CONTINGENTES EN EL FINAL DE LA EDAD DEL HIERRO 6.3.1. La infantería ligera 6.3.2. La infantería “pesada” 6.3.3. La caballería 6.3.4. Los signa 6.3.5. La guerra y la economía: logística, intendencia y botín 6.3.6. Mercenarios 6.4. LA IDEOLOGÍA GUERRERA 6.5. EVOLUCIÓN DE LA ESTRUCTURA GUERRERA DE LOS PUEBLOS DEL NORTE EN LA EDAD DEL HIERRO FINAL 6.6. LA GUERRA DE CONQUISTA DEL EMPERADOR AUGUSTO CONTRA LOS MONTAÑESES CAPITULO VII RELIGIÓN 7.1. CONCEPCIÓN DEL ESPACIO Y DEL ESPACIO SAGRADO 7.2. ESPACIOS DE CULTO 7.2.1. Németon 7.2.2. Los distintos tipos de espacios de culto 7.2.3. Espacios de culto en las montañas 7.2.3.1. Crómlechs, concentraciones tumulares y círculos de piedras - Los crómlechs o“túmulos con cistas” - Círculos de Piedra - Los Túmulos 7.2.3.2. Cipos y Menhires 7.2.4. Espacios de culto en los bosques 7.2.4.1. Culto a los árboles (dendrolatría) 7.2.5. Culto en las fuentes, cursos de agua y depósitos en las aguas 7.2.5.1. Las Fontes Tamarici 7.2.5.2. Los Depósitos en las aguas y los Depósitos de Armas - Depositos en las Aguas o “Depósitos Acuaticos” - Depósitos de Armas y “Depositos en Espacios Secos” 7.2.5.3. Rituales y Depositos Rituales con calderos 7.2.5.4. Rituales en Islas 7.2.6. Rituales y Depósitos en Cuevas 7.2.6.1. Cuevas con usos sepulcrales 7.2.7. Depósitos de rituales en hoyos, en fosa y en silos
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7.2.8. Santuarios y Templos 7.2.8.1. Santuarios y Templos Urbanos 7.3. CULTO Y RITUAL 7.3.1. Los distintos tipos de rituales 7.3.1.1. Rituales ígnicos 7.3.1.2. Hecatombes, sacrificios animales y humanos - Sacrificio de animales y hecatombes - Sacrificios Humanos 7.3.1.3. Música, cánticos y bailes 7.3.1.4. Meditación individual 7.3.1.5. Empleo de plantas y sustancias alucinógenas 7.3.1.6. Culto en el ámbito doméstico 7.4. ESPECIALISTAS RELIGIOSOS: BARDOS, VATES Y DRUIDAS 7.4.1. Los druidas en la Península Ibérica y en el resto de la Europa céltica 7.4.2. Las mujeres como especialistas religiosas 7.4.3. Magia, medicina, prácticas mágicas y prácticas medicinales 7.5. COSMOLOGÍA: MUNDO MATERIAL, MUNDO ESPIRITUAL, LOS DIOSES Y LAS DIVINIDADES 7.6. EL PANTEÓN CÉLTICO EN LA PENÍNSULA IBÉRICA 7.6.1. La diversidad de las advocaciones y las devociones 7.6.2. Taranis, el “Dios Padre” 7.6.3. Teutates, el Padre de la Estirpe 7.6.4. Lug, “el luminoso”, el “Maestro en todas las Artes” 7.6.5. La “Diosa Madre” 7.6.6. Brigit, la protectora de las manufacturas 7.6.7. Epona, la diosa ecuestre y protectora del hogar 7.6.8. Las Matres, o la tríada de Diosas Madres 7.6.9. Deva, Nabia y Reva 7.6.10. Sucellus 7.6.11. Cerunnos 7.6.12. Otras deidades 7.6.13. Númenes y Feéricos 7.6.14. Los animales en la religión 7.7. LA MUERTE Y EL MUNDO FUNERARIO EN LA EDAD DEL HIERRO DEL NORTE PENINSULAR 7.7.1. Las Necrópolis del cantábrico 7.7.1.1. Las necrópolis del área oriental - Las necrópolis aquitanas - Las necrópolis navarras 7.7.1.2. Las necrópolis del área central 7.7.1.3. La zona occidental y la invisibilidad arqueológica de las necrópolis 7.7.1.4. Estelas discoideas y estelas funerarias sin necrópolis 7.7.2. Las prácticas y el ritual funerario en el final de la Edad del Bronce en Europa 7.7.3. El ritual funerario en la Edad del Hierro en el ámbito cultural céltico 7.7.4. El ritual funerario en el norte de la Península Ibérica 7.7.4.1. La cremación 7.7.4.2. Los ajuares 7.7.4.3. El depósito de la cremación 7.7.4.4. Otros aspectos del ritual 7.7.5. Las Inhumaciónes 7.7.6. La exposición de cadáveres 7.7.7. Los rituales y cultos post mortem 7.8. EL CALENDARIO CÉLTICO 7.8.1. Conocimiento Astronómico y Cómputo del Tiempo 7.8.1.1. Arqueoastronomía en la Edad del Hierro 7.8.1.2. Una distinta concepción del tiempo 7.8.2. El calendario anual soli-lunar 7.8.2.1. El mes lunar 7.8.3. El Calendario de Coligny 7.8.4. Calendario ritual 7.8.5. Las principales fiestas anuales o cardinales 7.8.5.1. Samhain
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7.8.5.2. El solsticio de invierno 7.8.5.3. Imbolc 7.8.5.4. El equinoccio de primavera 7.8.5.5. Beltaine 7.8.5.6. El solsticio de verano 7.8.5.8. El equinoccio de otoño 7.8.6 Los trece meses lunares - Semestre Oscuro - Semestre Luminoso 7.8.7. Calendario ecológico, Calendario ritual y Calendario económico 7.8.7.1. La explotación de los recursos vegetales silvestres 7.8.7.2. La explotación de los recursos vegetales cultivados 7.8.7.3. La obtención de recursos animales 7.8.7.4. Las actividades artesanales y constructivas 7.8.7.5. Viajes y desplazamientos 7.8.7.6. El tiempo de la guerra 7.8.8. El ciclo económico anual CONCLUSIONES - Aislamiento - Pobreza - Atraso - Montañeses BIBLIOGRAFÍA
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INTRODUCCIÓN
Estar al día era una preocupación muy parecida a la que sienten los jóvenes actuales porque no les cojan en renuncios. El renuncio, a veces, consiste en estar demasiado al día. J. Caro Baroja, Ritos y mitos equívocos (1974), Pág. 12.
Este trabajo trata sobre el norte de la Península Ibérica en la Edad del Hierro y se extiende principalmente sobre ese ámbito geográfico en el que Estrabón nos cuenta que habitaban los que el denomina “montañeses”. Es esta un área extensa que abarca prácticamente una cuarta parte de nuestro país; sin embargo, para la mayor parte del público todo lo referido a su Protohistoria resulta enormemente desconocido. Esa ignorancia crea una fuerte demanda social sobre el conocimiento de estos pueblos. Es este uno de los principales motivos que han impulsado el desarrollo de este trabajo. También la necesidad de llevar a cabo una actualización científica que sirva de síntesis para reunir todos los datos más relevantes que la investigación puede aportar actualmente. Por último, un motivo no menos importante es hacer frente al desarrollo y proliferación de falsas recreaciones históricas, de carácter más mítico que real, alejadas de lo que la investigación científica puede admitir como verdadero. Este trabajo no supone en modo alguno una explicación definitiva, todo lo contrario; se trata tan sólo de un punto de partida, un comienzo. Actualmente resulta posible contemplar las enormes posibilidades que se abren de cara al futuro para la investigación de esta área y para el conocimiento de estos pueblos de la Protohistoria. Por eso es difícil definir esta obra como el final de un proceso de investigación, pues se trata más bien de un comienzo. Para hacer frente a las necesidades propias de este tipo de trabajos de investigación hemos desarrollado una metodología que comprende tres áreas de interés: 1- La Arqueología, el ámbito de trabajo propio de un investigador de la Prehistoria final. 2- La Etnoarqueológia, el intento de obtener respuestas a preguntas formuladas desde la Arqueología a través del Trabajo de Campo y las publicaciones de tipo antropológico.
3- La Etnohistoria, o la obtención de información de las fuentes grecolatinas a partir de las preguntas que formulan la arqueología y la etnoarqueología. Sobre este tipo de trabajo que he desarrollado me extenderé brevemente a continuación. - La Arqueología: La Arqueología es la herramienta que tenemos para conocer las sociedades del pasado a partir de evidencias materiales localizadas, recogidas y analizadas bajo criterios científicos. Estos restos materiales suponen una pequeña parte de lo que en realidad eran los elementos que acompañaban la vida de los humanos del pasado, pero en grandes periodos de la historia de los humanos es todo lo que tenemos. Esto es lo que ocurre en la Prehistoria y también en la Protohistoria. Para este periodo tenemos también algunas informaciones trasmitidas por los autores grecolatinos, aunque resultan insuficientes. Poe esto un prehistoriador, y en particular un investigador de la Protohistoria, ha de desarrollar su actividad investigadora principalmente como arqueólogo y, como tal, ha de desarrollar una forma de trabajo profundamente materialista: próxima a las evidencias materiales. Esto es lo que convierte nuestra actividad en un método científico de recuperación, análisis e interpretación de los restos de la vida de los humanos del pasado. Así es posible comprender las distintas culturas y sociedades humanas de distintas épocas. Uno de los elementos que diferencia la simple generación de información arqueológica del conocimiento es el desarrollo de interpretaciones. La investigación de los yacimientos arqueológicos nos permite recoger información que ha de ser transformada en conocimiento. La capacidad para interpretar el registro arqueológico y desarrollar conocimiento histórico sobre las sociedades del pasado es uno de los puntos esenciales de este método
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Fig. 46.- Roble, Fresno y Nogal (Seymour 1995: 34, 35).
las cubiertas vegetales de las viviendas (Nava y Fernández 2001). Enorme importancia tienen las varas de avellano (Corylus avellana) en la construcción de toda clase de estructuras, principalmente a base de zarzo, tanto en la Protohistoria como en la cultura tradicional campesina, y especialmente en la construcción de viviendas. También son utilizadas las ramas de la sarga (Salix elaegnos), variedad de sauce, para la construcción de las techumbres de viviendas e incluso, en algunos casos, como parte de la
Fig. 47.- Castaño y avellano, hoja, flor y fruto (Suarez López 1997:13,8)
estructura de zarzo de los muros (Reynolds 1987: 47- 49; Uzquiano Olleros 1995: 408). En el castro de La Campa Torres (Gijón, Asturias) se documenta el empleo de resinas para lo que parece el aislamiento de los muros de una construcción, lo que nos señala el aprovechamiento de productos derivados de la madera como calafates y otras sustancias que se emplean como impermeabilizantes de recipientes de cuero, embarcaciones etc. (Maya y Cuesta 2001: 255-256).
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Fig. 74.- Cuadro explicativo del modelo de desarrollo agrícola de la Edad del Bronce Final hasta Época Romana” (Cuadro del autor).
elementos vertebradores del territorio y de su estructura económica. El desarrollo de formas de organización territorial más complejas hace necesario un tipo de producción agrícola que genere excedentes con los que construir la “reserva estratégica” de los distintos grupos. Esta reserva estaría depositada en los principales núcleos fortificados, fundamentalmente los oppida. Ese tipo de agricultura será la cerealística principalmente. Además conviene recordar que este proceso lleva pareja la intensificación del resto de las actividades económicas (Wells 1988: 129-135; Adouze y Büchsenschütz 1989: 196-197; Almagro-Gorbea 1994, 2002; Almagro-Gorbea y Torres Ortiz 1999: 101-108; García 2000: 193-195;Fichtl 2000: 91-134). Nuestro desconocimiento sobre cuestiones tan esenciales como son la distribución de las granjas y pequeñas aldeas, como el caso del yacimiento de Atxa (VitoriaGasteiz, Álava), no nos permite avanzar en la comprensión de este tipo de fenómenos enormemente complejos, que significan no solo una mayor explotación del medio, sino evidentemente una mayor eficacia (Filloy y Gil 1992; Llanos 2002c: 61-64; Malrain, Matterne y Méniel 2002: 137-158). Este creciente incremento en la producción agrícola requerirá también incrementar las prácticas de solidaridad vecinal y la planificación y coordinación de aquellos trabajos que tiene que ver con los recursos que son comunes. Estos requerirán progresivamente una dedicación más intensa y compleja, lo que reforzará las estructuras de poder suprafamiliares en detrimento de las estruturas gentilicias, tema sobre el que volveremos más adelante. Tecnológicamente hablando, la práctica de la agricultura en la segunda mitad de la Edad del Hierro se desarrolla ya con los mismos elementos esenciales constatables en los trabajos agrícolas en los siguientes dos mil
años. Los tipos de arados conocidos y las técnicas de trabajo de las parcelas nos indican que las distintas labores tradicionales ya están definidas, incluyendo laboreos más específicos como los de rotura de tierras nuevas o los trabajos con dobles tiros de bueyes (Reynolds 1988: 5661; 1996: 304-308; Parcero 2002: 47-49). Las herramientas y los distintos útiles son básicamente los mismos y con diseños muy similares en todas las áreas de la Península Ibérica (Plá Ballester1968, 1969; Sanahuja Yll 1971; Adouze y Büchsenschütz 1989: 198-205; Sievers et al. 1991: 436; Piggot 1997; Jimeno et al. 1999; GómezTabanera 2000; Rovira Hortalà 2000; Barril 1999a, 2000, 2001, 2002; Teira Brión 2003; Torres-Martínez 2003a; Tejero i García 2005). Lo mismo ocurre con las de otras áreas del occidente de Europa como el sur de la Galia o la actual Gran Bretaña (Rees 1981; Reynolds 1987; Cunliffe 1991: 372-379; Gracía 2000; Chardenon 2000; Malrain, Matterne y Méniel 2002: 37-102). Todo esto lo encontraremos aún vigente dentro del mundo agrícola tradicional de muchas áreas de la Península Ibérica a finales del siglo XX, con supervivencia de herramientas de origen muy antiguo como es el caso de las mesorias, hasta hace poco en uso en el Principado de Asturias (Mingote Calderón 1990, 1992; Monesma 1990; Márquez 1992; Martín de la Torre 1992; Pais de Brito, Oliveira Baptista, Pereira, 1996; Tayler 1998; Monesma 2003; Teira Brión 2003; Fernández García 2006; Zapata Peña 2006: 557). Los sistemas de explotación de los diversos cultivos estarían basados en la ocupación de distintos espacios o parcelas agrícolas en diferentes pisos bioclimáticos para conseguir la mayor complementariedad y productividad de las cosechas. Además se combinarían los cultivos de ciclo largo o de invierno, con los de ciclo corto o de primavera, como ocurre en otras partes de Europa en la Edad del Hierro. Probablemente se impuso un cultivo con sistemas de barbechos y descansos para las tierras más
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Fig. 218.- Lino y elaboración de madejas de lino (Malrain, Matterne y Méniel 2002: 64, Seymour 1995: 230, 2002: 178, 179).
de agua. En el agua templada de las cubetas se descomponía la corteza y la pulpa, quedando las fibras útiles. Este proceso es conocido como enriado y es el resultado de la fermentación butírica y la acción de los microorganismos que destruyen las fibras de celulosa de la planta. Una vez descortezado y sin pulpa el lino, el secado de los tallos desnudos se produce colgando estos boca abajo. Una vez secos se golpean con mazas de madera separando con este procedimiento las fibras más bastas (denominada estopa) de la fibra de la zona interior del tallo, más fina, de donde se obtiene el hilo. Estas fibras no sobrepasan el medio centímetro por lo que para conseguir hilaturas de esta fibra es necesario un intenso trabajo. Pero el hilo obtenido es muy fino, de tacto suave, muy dúctil y flexible con lo que se obtenían telas de muy diversos tupidos, apariencias e incluso extremadamente finas y resistentes, que podían resultar casi transparentes (Alfaro 1997). Este proceso de preparación del lino es descrito detalladamente por Plinio (XIX, 16-18).
y su conocimiento y pericia debían formar parte del patrimonio cultural básico de las mujeres de este momento histórico. Es una labor larga y monótona, que requiere pericia y movimientos automatizados e instintivos. Tradicionalmente las mujeres de distintas edades dedicaban largas horas a hilar en grupo mientras conversaban. La longitud de las fibras de Lino (Linum) no supera el medio centímetro como máximo, lo que puede dar una idea de la inversión de trabajo necesaria para conseguir transformarlo en una hilatura, que tiene un cuerpo fino, muy dúctil, flexible y de tacto suave. El hilado de las mechas de lana se realiza con el huso, una herramienta formada por un vástago de madera, caña o hueso de entre veinte y treinta centímetros de longitud. En uno de sus extremos se sitúa una pieza, habitualmente troncocónica, bitroncocónica o aplanada en forma de disco que se denomina fusayola. La fusayola debe resultar relativamente pesada pues debe ayudar al huso a girar y también sirve para que el hilo no se deshaga.
Íntimamente relacionadas con la obtención de la lana y con las hilaturas y la elaboración de telas y ropajes en general están las tijeras. Las tijeras surgen en paralelo al desarrollo de la metalurgia del hierro y al desarrollo de herramientas con diseños más específicos para distintas actividades. Con el mismo diseño y forma las tijeras que aparecen en los yacimientos arqueológicos poseen tamaños distintos y diferente funcionalidad: los tamaños pequeños (17 cm.) estarían destinadas al uso doméstico, las de tamaño mediano (25-30 cm.) se emplearían para el esquileo de animales, y las de mayor tamaño (hasta 75 cm.) se emplearían principalmente en los trabajos desarrollados en los telares (Alfaro 1978: 304).
Las técnicas más eficaces para conseguir hilos muy finos y resistentes como los que se emplean frecuentemente en la Edad del Hierro (entre 0,3 y 0,6 mm de grosor) se consiguen con fusayolas ligeras (10-25 grs.) y girando el huso dentro de un cuenco cerámico. Esta técnica permite conseguir hilos de calidad superior a los que se consiguen con fusayolas más pesadas como las de la Edad del Bronce (100 grs.) o épocas anteriores (Grömer 2005b; Torres-Martínez 2005: 126-128). Las fusayolas son uno de objetos más frecuentes en los yacimientos arqueológicos a partir del neolítico y resultan ubicuas en toda Europa. En la Protohistoria final las fusayolas se realizan muy frecuentemente de cerámica, y se decoran con distintos tipos de figuras. Una fusayola fue encontrada en superficie en el oppidum de Monte Bernorio y en ella eran apreciables las marcas de dedos y uñas de una mujer probablemente, lo que podría indicar que las mismas mujeres las elaborasen de acuerdo a sus necesidades (González Echegaray y Díaz 1988: 133-136; Peralta 2003: 107).
- Hilado A partir de lo que sabemos actualmente, el hilado en la Edad del Hierro es una actividad realizada principalmente en el ámbito doméstico y femenino de forma cotidiana,
ECONOMÍA
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Fig. 224.- Mujeres de la Edad del Hierro hilando (Ilustración de A. Álvarez Peña)
tipo de usos podemos detectarla en Atxa (Vitoria, Álava) (Gil Zubillaga 1995:197-198). En relación con las labores de telar están los objetos de madera preservados en la cueva del Aspio (Ruesga, Cantabria). Aquí aparecieron una serie de peines que pudieron ser empleados para escardar o para mantener firme la urdimbre en un telar y una espada para golpear y apretar el hilo en la elaboración de la trama (Serna Gancedo et al. 1994: 380-383). - Tipos de telas A partir de la Primera Edad del Hierro en general los hilos se hacen más finos, la trama más tupida y los tiñen en diversos colores. La uniformidad y la estandarización observada en los resultados obtenidos a partir de las telas conservadas, hacen pensar en una producción especializada de hilaturas teñidas y en talleres de confección. Tal vez el diseño más frecuente sea la sarga, pero se empleaban también otros, lo que combinado con los distintos colores de los hilos daba como resultado complejos diseños. En el centro y occidente de Europa el diseño más
frecuente en la Edad del Bronce en la elaboración de textiles es el atigrado (tabby) o “trama atigrada”, que se vería desbancado por la sarga (twill) en la Primera Edad del Hierro (Hallstatt) (53% de sarga y 24 % de atigrado). En la Segunda Edad del Hierro (La Tène) el atigrado se vuelve a imponer (58% de atigrado y 28 % de sarga). Pero también se emplean otros diseños como el de sarga en zigzag (zig-zag twill), “sarga en rombo” (lozenge twill), “sarga en espina de pez” (herringbone twill), el “diseño de trenzado en cestería” (basket weabe), etc. Existe una muestra relativamente grande de tejidos conservados en toda Europa, pero en la Península Ibérica (y especialmente en el norte), debido a las condiciones ambientales este tipo de hallazgos son muy escasos y la muestra de yacimientos excavados con una suficiente intensidad y extensión resulta todavía muy pequeña (Sievers et al. 1991: 438-439; Bender 1992, 1992a: 120-126, 2005; Lloyd Morgan 1995: 98-101; Wayland Barber 2001; Grömer 2005: 28-33). Los distintos tipos de hilaturas y tramas obtenidos en estos telares son muy numerosos, y dan como resultado
HABITAT
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Fig. 311.- Evolución de ocupación del territorio y del tipo de núcleos en la Edad del Hierro. G: Granjas. ET: Establecimientos temporales (1 y 2 en seles en brañas; 3 en minas de montaña), C: Castros (4 y 5 son castros con proyección territorial estratégica), OP oppidum; OS oppidum secundario o castro de gran tamaño (Esquema del autor).
principal se apoyaba en otros grandes núcleos como oppida secundarios y grandes castros para conseguir el control estratégico del territorio a través del dominio efectivo de las grandes vías de comunicación naturales y especialmente de las zonas de paso y acceso al territorio. Estos núcleos se apoyaban a su vez en otros castros de menor tamaño, granjas y aldeas fortificadas así como otros tipos de hábitat temporales e incluso fortines o torres desde los que ejercía un control territorial efectivo y la explotación de sus recursos. Este tipo de modelo territorial es el que se conoce para el área Aquitana (Gardes 2001a: 124-128). También es similar al que conocemos para algunas áreas ibéricas del Levante de la Península Ibérica (Bernabeu, Bonet y Mata 1987; Almagro-Gorbea1999e: 41-42; Pérez Verbena 2000). Los castros se sitúan en una enorme variedad de emplazamientos, aunque predomina habitualmente la ubicación en altura. Hemos de pensar que muchos núcleos situados en laderas y llanuras agrícolas han podido ser destruidos por ocupaciones posteriores. Su proyección es tanto de control y defensa del territorio como de la explotación de sus recursos. En la cadena de organización del territorio (política y económica) se sitúan a medio camino entre los oppida y las aldeas y granjas (Gransar, Matterne y Pommepuy 2000: 244-245). Pero allí donde no hay oppida cumplen las mismas funciones que estos (Torres-Martínez 2005: 324-330). En muchas áreas situadas al sur de la zona cantábrica la disposición de los oppida y castros indica una muy alta concentración de núcleos de gran y mediano tamaño distribuidos por los montes y cerros-testigo que controlan los sistemas fluviales y los accesos a los cordeles montañosos. El aprovechamiento
económico de estos territorios debía de ser intensivo y los establecimientos más pequeños, como granjas y aldeas, no serían necesarios sino en áreas alejadas de los núcleos más grandes o en zonas de explotación estacional. A. Llanos nos da el ejemplo del oppidum de [...] Carasta, con 27 Ha. y otros próximos que apenas llegan a 1 Ha. son casos bastante comunes, viéndose como tanto estos poblados centrales como los periféricos llegarían a formar una unidad territorial (Llanos 1990a: 176, 177; 1995: 302, 2002c: 42-45).
Las aldeas y granjas son un tipo de núcleos muy importantes en el modelo de ocupación del territorio de la Segunda Edad del Hierro. Más pequeñas que los castros, en la mayoría de los casos resultan prácticamente invisibles desde el punto de vista arqueológico. En realidad, establecimientos de este tipo se detectan desde épocas muy tempranas, pero con la estructura que los definen como tales aparecen a finales de la Edad del Bronce y Primera Edad del Hierro. Se trata de enclaves de pequeño tamaño, en la mayoría de las ocasiones en altura y fortificados y en otros casos en un área abierta. En la Segunda Edad del Hierro sin duda eran también muy abundantes, aunque sean difíciles de identificar. Muchos se hallan inéditos, otros fueron ocupados por asentamientos sucesivos más recientes que los ocultaron, la mayoría esperan ser investigados (Torres-Martínez 2005: 316, 326-328). Como hemos visto anteriormente en el todo el área del Cantábrico hay un gran número de asentamientos y castros de pequeño tamaño que pueden responder a este tipo de asentamientos, especialmente en aquellas zonas más montañosas y de poblamiento más disperso. Un
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Fig. 318.- Castro de Arkiz-Iruña, Villodas-Trespuentes, Álava (Fotografía de Google Earth).
Fig. 320.- Castro de Monte Bernorio, Villaren, Palencia (Fotografía de E. Peralta).
Fig. 319.- Castro de Cerro de la Maza, Merindad de Valdeporres, Burgos (Fotografía de Google Earth).
Fig. 321.- El Castro, Escalada, Burgos (Fotografía de Google Earth).
debe tener en su proximidad puntos de agua abundantes. Otras cuestiones como la exposición a los agentes climático-meteorológicos aparecen aparentemente como secundarias ante las necesidades defensivas, ya que en la mayoría de los casos los núcleos, por su situación predominante, se encuentran expuestos a todo tipo de rigores. Es probable que las obras defensivas y la organización urbanística paliaran en parte esta situación, pero resulta evidente que la exposición a los vientos, las tormentas y los temporales o el efecto que las nevadas debieron tener en estos espacios debieron de causar trastornos importantes. Pese a todos los elementos adversos que este tipo de emplazamientos reúnen, los núcleos fortificados en altura aparecen como los más destacados e importantes y los más numerosos.
mente) la falta de conocimiento arqueológico suficiente que permita establecer las relaciones entre este tipo de núcleos de menor tamaño y los castros y oppida, así como la evolución de todos los núcleos interactuando en el territorio a lo largo del tiempo (Fichtl 2005: 166-180).
Frente a la abundancia de poblados en altura, resultan escasos los yacimientos localizados y excavados situados en llano (una excepción en realidad) destacando los yacimientos de Alto de la Cruz (Cortes, Navarra), La Hoya (Laguardia, Álava), de Atxa (Vitoria, Álava). También en estos casos podemos hablar de que su emplazamiento se sitúa en una posición más elevada con respecto al entorno inmediato, ya sea una colina o un pequeño escarpe. Esta pauta cumple varias funciones, principalmente defensivas y de control territorial. Pero también en algunos casos era importante evitar emplazar los poblados en zonas susceptibles de sufrir inundaciones. También debemos poner de manifiesto (ya lo hemos mencionado anterior-
Acondicionamiento de las defensas naturales Durante la Primera Edad del Hierro el enclave en el que se sitúan los castros supone la gran parte de la inversión defensiva de estos. Las estructuras defensivas son, por lo general, sencillas y con pocas sofisticaciones. En muchos casos parece tratarse más de elementos delimitadores y de vallado y resguardo que de defensas propiamente dichas, aunque probablemente suficientes para defenderse de pequeñas incursiones. Esto cambiará durante la Segunda Edad del Hierro, periodo en el que el número de los elementos defensivos y su complejidad aumentarán considerablemente. Esto no quiere decir que en este momento la ubicación de los castros no busque espacios naturalmente bien defendidos: en la mayoría de los casos los castros y oppida buscarán enclaves escarpados con buenas defensas naturales. Y además realizarán una gran inversión de trabajo en su fortificación. Pocos ejemplos de defensas naturales favorables en un núcleo como en el caso de La Ulaña (Humada, Burgos). Ocupa una muela caliza de 5,5 Km de largo y 285 Ha. de
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ca una lectura de la organización en cuanto al tipo de familia o su funcionamiento económico.
Fig. 350.- Pared de zarzo recubierta de adobe, Concejo de Casu, Asturias (Fotografía del autor).
- Viviendas de planta circular y elíptica: En la vivienda de planta circular no hay separación de espacios con tabiques ni muros internos. De existir estas separaciones, tal vez se establecerían con cortinas. No parece que pudiera haber zonas privadas. Sobre el mismo espacio los lugares de trabajo y de descanso cambian a lo largo del día con el eje que establece la zona iluminada, por la puerta abierta y por el hogar durante el día, y por la noche próxima al calor del hogar. Debemos pensar que el área de despensa se situaría en una zona lateral en el lado más fresco y menos iluminado. La disponibilidad de un espacio de trabajo en su interior estaría en dependencia directa de la orientación de la puerta y de la cantidad de luz que penetra a lo largo del día. La ubicación de la viga que sujeta la cubierta, habitualmente de tipo central, condiciona la ubicación del hogar, que se situaría cerca del centro. El hogar puede tener formas diversas y en algunos casos se acompaña por una pequeña plataforma de barro apisonado y cocido (encimera o fogón), una zona de trabajo con alimentos que sirve también para mantener calientes los ya preparados. El banco corrido perimetral, cuando existe, serviría como repisa, zona de asiento y apoyo de recipientes. El espacio interno es abierto, accesible y sin una división clara o rígida, entre sexos o grupos de edad, al menos que pueda ser percibida arqueológicamente. La vivienda ovalada (y especialmente la de tendencia ortogonal de esquinas redondeadas) presenta un estadio intermedio entre uno y otro modelo, con ventajas e inconvenientes de unos y otros (Adouze y Búchsenschütz 1989: 137-143; Llanos 1995: 298; Centeno Cea et al. 2003; Camino 1997:69; Ramírez 1999; Ayán 2001: 90-106, 2003, 2005: 41-48; Cunliffe 2003: 90-91; James 2005: 57-59; Torres-Martínez 2005: 215-216).
Fig. 351.- Modulo de madera y piedra, Concejo de Casu, Asturias (Fotografía del autor).
Fig. 352.- Modulo de Zarzo con Tirante, Concejo de Casu, Asturias (Fotografía del autor).
- Viviendas de planta ortogonal: En las viviendas ortogonales, de planta rectangular, es más fácil establecer cómo las distintas zonas de la estructura se destinarían a diferentes funciones. X. M. Ayán Vila (2005) establece una serie de diferencias entre la vivienda de planta elíptica y ortogonal, que implica una forma distinta de aprovechamiento y distribución del espacio interior de la vivienda y también de la estructura urbana del núcleo (Ayán 2005: 49). En algunas ocasiones se detectan tabiques que separan espacios interiores en las viviendas, que normalmente presentan tres ámbitos diferenciados de uso: vestíbulo a la entrada, zona de hogar en el centro y zona de almacén, al fondo. Estas separaciones no siempre dejan evidencias, bien porque no existían como tales o porque se elaboraban con simples cortinajes o por la forma en que eran realizados. En Alto de la Cruz (Cortes de Navarra, Navarra) se empleaban tabiques construidos por piezas modulares de adobe para separar los distintos espacios, técnica también empleada en La Hoya (Laguardia, Álava) (Maluquer de Motes 1954a, 1954b, 1958; 1965b; Maluquer de Motes, García y Munilla 1990; García López 1994; Llanos
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Fig. 379.- Esquema explicativo del modelo de matrimonio de tipo patrilocal y de las relaciones familiares existentes en las sociedades del ámbito céltico del cantábrico en la Edad del Hierro (Esquema del autor).
recer juntos en público como sí lo pueden hacer los esposos. Tras los tratos entre los interesados y sus respectivos grupos el matrimonio se celebraba, según Estrabón (III, 3, 7) de modo similar a como lo hacían los griegos, lo que para algunos autores se referiría al ritual o el modo en el que se desarrollan este tipo de ceremoniales (Peralta 2003: 91-92). Existen en las fuentes grecolatinas ejemplos abundantes de matrimonios forzados por distintas circunstancias e imperativos. Conocemos numerosos ejemplos del uso del matrimonio, como un medio de que la propia familia estableciera lazos de parentesco con personajes y familias influyentes en otras comunidades o pueblos, lo que debe ser entendido dentro de los intentos por crear extensas redes de relación entre élites. Estos matrimonios arreglados es seguro que utilizaban a las mujeres como un medio de establecer vínculos sanguíneos con otros grupos, pero resulta evidente que esto involucraba también a un hombre. No debemos suponer que esto se llevaba a cabo con adultos, ya que es posible que en la mayoría de los casos afectara a niños y adolescentes aún no preparados para el matrimonio. Debemos pensar que ninguno de los dos (hombre y mujer) tenía por qué estar de acuerdo en este tipo de compromisos (Rowlands 1998a: 142-166; Mederos y Harrison 1996: 33-36; Kristiansen 2001: 234-239; Karl 2005: 259-260). Pero también hay ejemplos de que los matrimonios por amor existían, como señalan los casos de Viriato o del jefe celtíbero Alucio y su prometida y el comportamiento de Publio Cornelio Escipión con ambos. Tito Livio (XXVI, 50, 3) cuenta cómo tras la toma de Cartago Nova P. C. Escipión toma como botín a una joven muy hermosa cuyos padres le ofrecen un rescate para que pueda volver con su prometido, un jefe o princeps celtíbero llamado Alucio el cual la amaba apasionadamente. Escipión entregó a la joven sin rescate e incluso, conmovido, aportó parte de la dote para el matrimonio. Alucio, agradecido, se unió a sus tropas con su contingente de más de mil hombres (Sopeña 1995: 55-56; Gracia 2003: 48).
Este caso referido por Tito Livio pone de manifiesto que antes de la boda existía un estado previo al matrimonio, en el que los dos futuros desposados establecen un compromiso de matrimonio que tendría una forma jurídica y, probablemente, también ritual. En relación con la entrega de la mujer como prometida y como esposa resultaría destacado el papel del padre como cabeza de familia (Woolf 1997: 128-129; Sopeña 1995: 56, 58). Con los datos actualmente disponibles, realmente escasos, podemos establecer que el matrimonio en la Edad del Hierro, en el ámbito de la cultura céltica, era esencialmente monogámico, y la predominancia la ejercía el varón. Además conocemos distintos tipos de unión entre hombres y mujeres de tipo matrimonial (con consentimiento y participación de los padres o sin ellos) y extramatrimonial, incluidos distintos tipos de concubinatos que tiene correspondencia con similares tipos de uniones que se daban en la cultura brahmánica y que estarían generalizados entre los indoeuropeos (Peralta 2003: 92; Alberro 2004). El papel de la mujer se subordinaba al del marido, pero también sabemos que existía el recurso a la separación de la pareja por petición de uno u otro, un divorcio socialmente reconocido (Sopeña 1995: 52-56). En general el papel de la mujer en la unión matrimonial y en la familia era distinto que en la cultura grecolatina, lo que señalan las obras de autores clásicos que conocemos, con mayor presencia, protagonismo y poder de la mujer en lo que se refiere a la representación y proyección social de la familia (Woolf 1997: 69-73). -El ritual matrimonial La boda es un ritual de paso fundamental en los humanos de cualquier cultura ya que a partir de este ritual se produce una ruptura con la vida anterior y se crea una nueva familia (Woolf 1997: 128-131). El ejemplo de la boda de Viriato sirve para conocer los elementos básicos presentes en una boda en el territorio céltico de la Península Ibérica. Sus contenidos esenciales, en lo que tienen de mito y de arquetipo de los valores de la sociedad a la
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Fig. 395.- Relaciones de consanguineidad en las sociedades célticas de la Edad del Hierro (Esquema del autor).
que tiene cualquier sistema gentilicio es el que “le da su dimensión en el tiempo”: un lapso de tiempo mayor siempre que el de la duración de la vida humana más larga; de suerte que la conciencia de que antes que nosotros vivieron varias generaciones de antepasados, colocados en línea, se utiliza con distintos fines, pero sobre todo para establecer una solidaridad de agnados, dentro de la propia vida. Así los lazos que se establecen dentro de este tipo de estructuras y las obligaciones que de ellas se derivan estarán siempre en el ámbito sacro del respeto a los antepasados y de la continuidad de una relación que va más allá de lo meramente personal y del tiempo presente. El mismo autor profundiza en su explicación [...] Porque las leyes humanas se han establecido con plena conciencia de que la vida de los hombres que nacen en un momento y lugar dados, han de terminar y que los que viven deben dejar a sus sucesores muchas cosas y lo mejor hechas posible. Al menos este es pensamiento común en todo el Mundo Antiguo (Caro Baroja 1970: 32). Este tipo de organizaciones no es exclusiva de los pueblos célticos de la Península Ibérica: J. César BG. (VI, 22) refiriéndose a los germanos explica como [...] los magistrados y los jefes asignan tierras cada año a los clanes y a las familias [gentibus cognatibusque] y también a los que acuden en grupos. En esta descripción podemos encontrar tanto familias, como clanes, como lo que podemos denominar agrupaciones de tipo vecinal. Esta estructura gentilicia (en relación siempre con la vecinal) de organización social y de relación pervivirá hasta momentos muy tardíos, detectándose en la Edad Media en la estructura de las collaciones castellanas. Esta pervivencia, verdadero fenómeno de “larga duración histórica”, se explica, en parte, por el marcado carácter económico, de “unidad de producción”, que este modelo de familia extensa y parentela posee. Y lo es en cuanto se produce su proyección sobre el ecosistema a través de los territorios en los que habitan parentelas distribuidas en distintas aldeas. Desde estas aldeas distribuidas por dis-
tintos espacios del ecosistema, que suelen presentar complementariedad ecológica, se garantiza el acceso a todos los recursos necesarios a todas las partes de la estructura familiar a través de las redes de reciprocidad y de redistribución gentilicia (Almagro-Gorbea 1999d: 41-42, 1995: 437439, 443; Asenjo y Galán 2001: 335-340). ¿Tribus? Una vez que hemos reflexionado sobre la estructura de organización social familiar, suprafamiliar y local debemos abordar el estudio de lo que podemos denominar “formas de agrupación social de carácter supracomunitario y supralocal”. Es aún relativamente frecuente en los estudios referidos a los pueblos de la Edad del Hierro en el área cantábrica encontrar alusiones a determinadas tribus. Se emplea esta denominación para calificar una de esas formas “supracomunitarias” de agrupación social. Se refiere a la unión de gentes que viven en un área geográfica más o menos extensa y que comprendería a distintas localidades de diferente importancia. Se trata por tanto de una “institución social” que designa y define lo que en realidad debería denominarse como gentes (gens) o si se prefiere “pueblos” (populus) o, en algunas ocasiones, tal vez incluso “etnias” (ethnos). La incorrecta utilización del término afecta a dos vertientes del término: - De un lado la incorrecta utilización que algunos autores grecolatinos hacen del término tribu, en especial los romanos al referirse a una unidad administrativa puramente romana. Algunos investigadores aceptan este término con este contenido sin reparar en su verdadero significado y lo aplican a la realidad indígena prerromana de la Península Ibérica. - De otro el significado que en Antropología se da a este término y que alude a un tipo de organización social con un contenido histórico-cultural distinto del que
SOCIEDAD
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Fig. 400.- Esquema explicativo de la estructura política y de poder en las sociedades constituidas como civitas del ámbito céltico del cantábrico en la Segunda Edad del Hierro (Esquema del autor).
refiere a los Cántabros. En este caso no se mencionan pueblos y núcleos, sino tan sólo denominaciones de núcleos, pero que estos se corresponden con los nombres de los populus de los que son el núcleo principal, aunque es muy probable que su denominación real fuera otra (Caro Baroja 1973: 68; 1970: 30-31). A este respecto, este tipo de subdivisiones se detectan en el ámbito de la Celtiberia en el siglo II a. C., como recoge G. Sopeña (1995: 109-110) a propósito de las embajadas de celtíberos recibidas en Roma en año 152 a. C. El comportamiento de Roma para con las distintas delegaciones de los celtíberos pone de manifiesto la fragmentación interior de estas etnias en distintos populus que actúan con sus propios órganos de gobierno, defienden sus propios intereses y desarrollan conflictos internos hábilmente explotados por los romanos (Burillo 1988; Beltrán 2004: 113-124). Esta situación es la que encontraremos posteriormente con los cántabros y los ástures de lo que es buen ejemplo la defección de los Brigaecinos (se situa Brigaecium en Fuentes de Ropel, Zamora o Valderas en León) del bando cántabro-astur en favor de los romanos. Este suceso se sitúa durante las campañas del 25 a. C. y es recogido por Floro (XXXIII, 54-56) y por Orosio (VI, 21, 9-10). La ofensiva por sorpresa de los Ástures fracasó por la delación de los brigaecinos del inminente ataque que las tropas de los astures estaban a punto de realizar sobre los campamentos romanos (Martino 1995: 48-49, 143-156; Peralta 2003: 266). Las distintas etnias y populus tendrían una configuración variable a través del tiempo. Este sería el ejemplo de los cántabros, que en un momento que podríamos situar a comienzos del siglo I a. C. es muy probable que se extendieran hasta los Pirineos. El papel de los cántabros en los enfrentamientos internos romanos no parece ser pasivo y, en el caso de la guerra de conquista de los romanos contra los aquitanos, es de abierto intervencionismo contra Roma, como podemos ver en la Guerra de las Galias (III,
23, 3 y 5 y III, 26, 6). Debido a esta actuación, y a la presencia romana en la zona noroccidental del área media del Ebro, los cántabros podrían haber sufrido un fenómeno de disgregación o defección. Fruto de ese proceso sería la aparición de los Autrigones, Caristios y Várdulos como entidades separadas de los Cántabros (Sánchez Albornoz 1976: 84-86; Iglesias 1991: 44-45; Santos, Emborujo y Ortiz de Urbina 2001: 449, Caro Baroja 1973: 40; 1970: 54-58; 1984: 296). De los datos aportados por Plinio y, principalmente, por Ptolomeo se puede comprender cómo se establece la distribución territorial de las distintas subdivisiones étnicas, nationes o populus, aunque con las reservas que debemos tener con respecto a los cambios introducidos con la reestructuración territorial y social introducida con la romanización. Parece claro que la subdivisión de las grandes unidades étnicas se corresponde con los “pueblos” que, en la mayoría de los casos, aunque no en todos, tendrían como núcleo principal un oppidum. El territorio de esos pueblos y la denominación de esos pueblos vienen a ser equivalente. Territorio geográfico, político y populus reciben denominaciones relacionadas y equivalentes y lo más lógico es pensar que el populus denomina también al territorio que ese populus ocupa, la civitas. De otro lado, las denominaciones de los oppida y de los populus coinciden en muchos casos, con lo que en principio resulta posible establecer una estrecha relación entre el núcleo fortificado y los que habitan en él y en su entorno, en el territorio. Los oppida reciben habitualmente de parte de los autores grecolatinos, como ocurre con los territorios, la denominación correspondiente al populi que sitúa en estos su “capitalidad”. Al menos esto es lo que se puede inferir de autores como Plinio y Ptolomeo. De este modo, por ejemplo, Orgenomeskon será la “capital” de los Orgenomescos y Lancia será el núcleo principal de los Lancienses (Caro Baroja 1970: 47-48; 50; Beltrán Lloris 1988: 230232; Salinas de Frías 1998a: 165-167; García Quintela 2002: 74-75). En otros casos, sin embargo, estos núcleos
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Fig. 438.- Guerreros del final de la Segunda Edad del Hierro, de las campañas en Aquitania o Guerras Cántabro-Ástures (Ilustración de A. Álvarez Peña).
las guerras entre griegos y persas podemos comprender el destacado papel que la infantería ligera ha tenido a lo largo de los distintos conflictos de la Edad del Hierro, su evolución a largo del tiempo y lo importante que era contar con formaciones fiables de este tipo. Fruto de la experiencia acumulada en las campañas en los conflictos del Mediterráneo surge a partir del siglo IV a. C. el concepto de “peltastas pesados”. Estos eran contingentes de “infantería ligera” pero equipadas de un modo levemente más pesado, lo que equivaldría a una “infantería ligera-pesada” o thureophoroi. Estas formaciones mantendrían su carácter más ligero, ágil y versátil pero su armamento más potente poseía una mayor capacidad para desbaratar las compactas formaciones de infantería pesada hoplíticas. Su empleo era esencial tanto [...] en las emboscadas y las exploraciones, [...] por su capacidad de moverse rápidamente [...] vivos, llevan armamento ligero [...] como por el papel que podían jugar en la batalla [...] y son expertos en las maniobras. En los enfrentamientos de tipo escaramuza y en las batallas campales las formaciones de infantería ligera podían llegar a ser muy efectivas si se empleaban bien y formaciones experimentadas de infantería pesada de tipo hoplítico o manipular podían sufrir fuertes castigos, e incluso ser derrotados, por infantería “ligera” (Warry 1980: 57, 61, 67; Quesada 2003b: 84-85; Gracia 2003: 257-275, 306-307; Peralta
2003: 200-206). La especialización de este tipo de tropas y su efectividad hicieron que fueran intensamente empleadas por los romanos en sus conflictos civiles de finales de la Edad del Hierro desarrollados en gran parte en la Península Ibérica. Integradas en sus legiones como auxiliares, en muchos casos estos contingentes funcionaban como verdaderas “tropas especialistas” enormemente móviles y eficaces, con un equipo desarrollado y adaptado a ese tipo de lucha. En su Guerra Civil César (I, 48, 48) explica como [...] Los que habían salido para hacer forraje o aprovisionamiento de trigo eran perseguidos por los lusitanos armados a la ligera y por los soldados de la Hispania Citerior, armados de rodela, que conocían muy bien aquellas regiones y a quienes era muy fácil pasar el río por ser costumbre de todos ellos no salir de campaña sin odres. También entre los contingentes de hispanos reclutados por Aníbal se practicaba el empleo de odres y escudos para el vadeo rápido de los ríos (Peralta 2003: 203). La infantería “pesada” Como ya hemos comentado anteriormente, la proporción de guerreros armados pesadamente en el final de la Edad del Bronce y la Primera Edad del Hierro se considera que debía ser muy baja. Sabemos muy poco de este momento y la arqueología no puede aportar apenas información a este respecto (Kristiansen 2001: 170-176). Una
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Fig. 440.- Guerreros a caballo del norte de la Península Ibérica en el final de la Edad del Hierro (Ilustración de A. Álvarez Peña)
como mercenarios en los numerosos conflictos existentes. Como ya hemos mencionado anteriormente, en la primera mitad del siglo IV a. C. Ifícrates, un general de mercenarios, desarrolla un nuevo tipo de contingente de tropa mercenaria, más efectiva y flexible. Está formada por contingentes en los que el grueso de la tropa es de infantería ligera (peltastas) y la “infantería de línea” (hoplitas), en número más reducido, está formada por una infantería de armamento menos pesado que la infantería
hoplítica habitual. Este modelo tendrá una amplia aceptación en todo el Mediterráneo y se difundirá en las formaciones de época helenística (Warry 1980: 61, 67, 92; Gracia 2003: 73; Fornis 2004). Creemos que este tipo de infantería de línea que podríamos definir de tipo “mediopesado” es el que se impondrá en el ámbito céltico peninsular y será el equivalente a la “infantería pesada” propiamente dicha, aunque con un carácter ligero y ágil, más versátil en combate. Este tipo de infantería es similar a las
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Fig. 489.- Sacrificio ritual en el bosque en la Edad del Hierro (Ilustración de A. Álvarez Peña).
pieza está fechada en el siglo IV a.C. (Pérez Vilatela 1991: 172-175; González Ruibal 2007b: 566-567). En el área celtibérica se recogen representaciones de sacrificios de animales en algunas decoraciones de las cerámicas de Numancia (Garray, Soria), en las que se ha interpretado que aparecen oficiantes, druidas, en una composición que parece reproducir lo que sería el ritual de sacrificio de un ave y en el que también hay una estructura similar a un altar, sobre lo que volveremos más adelante. Del mismo modo en otra decoración cerámica aparece se representa la cabeza de un bóvido (Bos) que estaría decorada con pinturas o figuras esquiladas y que parece tener atada a su cornamenta una soga, que sería uno de los elementos que
se emplearían para sujetar al animal a un poste para su sacrifico (Sopeña 1987; Marco1987: 71; 1993: 500; Jimeno, de la Torre, y Chaín 2005: Catálogo Fig 182). Del mismo modo en el caldero de Gundestrup, en una de sus placas, aparecen escenas de sacrificios de toros (Bos) por guerreros. También aparece lo que podría ser la caza ritual de un uro (Bos primigenius) por un hombre acompañado de un perro (Canis familiaris) en otra de las placas (Green 1993: 456; Lorrio 2004a: 86, Fig. Nº 35). Una forma peculiar de “sacrificio”, una práctica que probablemente en muchas ocasiones se celebraba probablemente sin la muerte del animal, es la que se señalan
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Fig. 540.- Calendario anual céltico de la Edad del Hierro según los datos conservados en el calendario de Coligny (Esquema del autor y J. Mejuto).
Obviamente todas estas reconstrucciones pueden ser aceptadas como orientativas y resulta evidente que podrían contener elementos introducidos posteriormente, en época medieval. Pero lo que interesa principalmente es la constatación de la existencia de un sistema de cómputo lunar del tiempo que establece un calendario anual. Como ya habíamos avanzado, podemos comprobar cómo el calendario celta crea una estructura de tipo circular, que establece una cadencia cíclica y bipolar entre oscuridad y luz. Esto afecta a toda su estructura de un modo profundo y completamente coherente, tanto en sus ciclos anuales como en los meses lunares, como también en lo que se refiere a sus días. La oscuridad supone siempre, en realidad, la gestación de la luz y, al mismo tiempo, la muerte de la luz gesta el apogeo de la oscuridad. Es este un proceso continuo de muerte y renacimiento que resulta común a muchos pueblos del pasado y otros contemporáneos de tecnologías simples y en el que existe [...] la certidumbre de un nuevo comienzo”(Elíade 1994).
a la explotación de los recursos forestales, ganaderos y agrícolas (Green 2001: 56, 61-62). Como ya hemos adelantado el calendario ritual céltico tiene dos grandes festividades que sirven para articular los dos grandes periodos o semestres de año luminoso y sombrío. Estas son Beltaine (el actual primero de mayo) y Samhain (el actual primero de noviembre). J. G. Frazer (1984: 711712) reflexiona sobre cómo estas dos grandes fiestas cardinales no guardan una relación directa con las principales efemérides astronómicas. Pero señala como [...] el 1º de Mayo y el 1º de Noviembre señalan momentos críticos culminantes de cambio del año en Europa; el uno es precursor del amable calor y de la vegetación espléndida del verano (Beltaine) y el otro anuncia el frío y esterilidad del invierno (Samhain). También valora el hecho de su enorme perduración en la cultura popular y en el ciclo ritual cristiano, así como en la gran uniformidad existente en las celebraciones a todo lo largo de Europa: [...] las dos grandes fiestas célticas [...] concuerdan estrechamente una con otra en la manera de celebrarlas y en las supersticiones asociadas a ellas, así como por el carácter arcaico impreso en ambas, que nos conduce a un origen remoto y puramente pagano.
Las principales fiestas anuales o cardinales El calendario ritual celta, como veremos, es un calendario profundamente unido a los ciclos de la naturaleza y
En la tradición céltica cada celebración conllevaba una asamblea, lo que como ya hemos explicado viene a ser una reunión general de la población, de los oficiantes (espe-