Compartir el parto
RELATOS DE PARTOS EN CASA
Compilaci贸n por Victoria de Aboitiz mujeresdelvalle@gmail.com
Ilustradora Dana Leggett. danagrrl79@hotmail.com
“Si parir es un sueño, deseo ese sueño toda mi vida.
Abrirme, abrirme, dar y dar ¡El Misterio manifestándose!¡La Luz en la Materia! Mi corazón se agranda mil veces con tu vida, y sonrío Por que soy parte del Milagro”
Prólogo Durante la gestación de mi hija, escuché y leí muchos relatos de partos en casa. Me gustaba tanto y me hacía tan bien escuchar estas historias. Podía pasarme la tarde leyendo relatos; y la mañana también. Cuando me llegó la hora de parir; mágicamente los relatos se hicieron en mí. Me guiaron y me ayudaron a parir. En la intensidad del momento, recordé las vivencias de estas mujeres- qué habían hecho cuando se encontraban sin fuerzas, cómo habían atravesado sus trabas- y seguí sus pasos. Los tesoros que ellas encontraron durante sus partos, me fueron compartidos. Ellas me ayudaron a parir.
En esta segunda edición de “Compartir el Parto”, vuelvo a agradecer desde lo profundo a las mamás que comparten su intimidad y a Dana por sus poderosas ilustraciones. ¡A disfrutar de la ceremonia única que es parir! Victoria de Aboitiz Traslasierra, 2013
Relatos
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Simón MOMENTOS DE TODO Y NADA Quedé embarazada por primera vez a los 19 años. El bebé que esperábamos con Humberto era una niñita a la que nombramos Amapola. Tuvimos un embarazo tranquilo, con mucho sol en Valparaíso, Chile. Los dos cursábamos la universidad, sanos y felices, a pesar de esta temprana gestación. A los cinco meses de embarazo detectaron que nuestra Amapola presentaba un crecimiento anormal en su cuerpo. Tuvimos más de 7 ecografías, pero estas no podían señalar con exactitud que ocurría con la nena. El doctor nos aconsejó realizar una AMNIOCENTESIS. Tomarían muestras del líquido amniótico con una jeringa directa a mi panza. Horrible, nos expusimos inútilmente, ya que al tener los resultados del examen, todo mostraba que la bebé estaba bien, lo que no significaba nada. Realmente, 8
ese resultado indicaba que el síndrome que tenía nuestra hija no era diagnosticable con ese tipo de examen. Éramos dos jóvenes enamorados de un embarazo y un diagnóstico de un bebé que presentaba un síndrome incompatible con la vida. Amapola nació a los ocho meses de gestación. Tuve un parto normal en el hospital, con una matrona al lado que me regañaba por no haber asistido a los ejercicios previos que te enseñan “a parir”. La mirada empática de una enfermera, desde lejos, y el anestesista que después de su participación me ayudó a entender menos la idea de parir, dejando mi cuerpo adormecido. Como llegué muy dilatada al hospital no alcancé a orinar ni defecar antes de entrar a sala de partos. Para el equipo médico fue una escena desagradable supongo, para mi fue una misteriosa forma de venganza natural de mi cuerpo. Yo respiraba bien, sin embargo ellos insistían en que Humberto me diera oxígeno con una mascarilla. Él estaba estupefacto por la fría e impresionante 9
aumentaba mi angustia, el miedo a que algo salga mal, a que me suba la presión. Dos horas interminables más tarde llegó Victor. ¡Al fin! Que alivio, que alegría. La suya había sido una carera de obstáculos. No había encontrado ningún negocio abierto en todo el pueblo, y le costó encontrar un amigo que le prestara un celular. Finalmente cuando lo había logrado, ya no había taxis para regresar y tuvo que volver caminando cuesta arriba hasta la casa. Estaba agotado pero le urgí que llamara a la partera. Ya eran casi las dos de la mañana. Cuando le conté a Leoni que estaba con contracciones muy seguidas me recomendó que me acostara y calmara. Ella iba a juntar lo necesario y salía a nuestro encuentro. Lo intenté, pero estar acostada no me ayudaba en lo más mínimo. Acuclillarme o caminar era lo que me ayudaba a superar la contracción. El dolor se hacia más intenso. Sentía ganas de defecar y me fui al baño, pero nada. 10
Sin embargo la postura del inodoro permitió que se abriera mi cadera y cuando me limpié vimos con Victor el tapón mucoso. Ya a esta altura aullaba de dolor. Me saqué el pantalón, que hasta entonces mantenía puesto por el frio. Nos trasladamos al cuarto y Victor volvió a llamar a Leoni, para decirle que había caído el tapón. Ya estaba en camino, pero vivía a una hora de distancia, y todavía tardaría en llegar. Sentía ganas de pujar, como si fuera a evacuar. Me limpié y vi el papel con sangre. Me asusté. Leoni nos había explicado que justo antes de que naciera podría salir sangre por la rotura de la bolsa. Pero yo imaginaba que faltaban horas para eso, y la sangre me inquietó. Sin embargo no fue por mucho. Victor, que siempre se mantuvo a mi lado, llorando con mis gritos de dolor, desesperado por no saber qué hacer, miró mi vagina ayudándome a limpiarme y gritó: “Le veo el pelito, es su pelo, está saliendo”. Llamó de nuevo a Leoni, ella le dijo que no trate de sacar al 11
bebé, que lo dejara salir sólo. Que esperara a que salga primero la cabeza y que solo la sostuviese hasta que expulsara su cuerpo. Corrió a buscar la tina y segundos después desde mi vientre, desde lo mas profundo de mi ser nació un grito. Ya no era de dolor sino más bien de fuerza, de poder divino, de vida, de lucha. Y sin más, el dolor desapareció y por entre mis piernas, en cuclillas, vi la cabeza de Silvestre que se asomaba suavemente. Sus ojitos cerrados, su boquita saboreando el líquido amniótico. Sentí un alivio enorme. Mi cuerpo se relajo, ya no sentía el desgarro de las contracciones, sino la dulzura de parir. De abrir un portal mágico y maravilloso de vida. Un milagro entre mis piernas. Mi vagina aún abierta dejando salir al hijo de nuestro amor: un milagro único. Unos segundos, y se deslizó su cuerpo con calma, como nadando en aguas tranquilas. Las manos abiertas de Victor recibieron su pequeño cuerpo, su cuerpito perfecto. En el frío de la noche, nos mirábamos 12
atónitos. Desenredamos su cuerpito del cordón umbilical. La placenta aún dentro mío hacía que Pedro y yo siguiéramos siendo uno. Entre Victor y yo lo sosteníamos al bebé con total delicadeza. Hubo unos momentos entre nosotros tan maravillosos que ahora me parece un sueño. Pedro Silvestre dormía en mis brazos, Víctor nos abrazaba a los dos.. Entre nosotros no había más que absoluto amor y paz. Unos instantes de quietud y armonía, donde se vivía la perfección del ciclo vital. El poder divino del espíritu que nos trae a esta tierra preciosa. El timbre del celular nos volvió a la realidad, nos hizo saber que no era un sueño. Era Leoni queriendo saber en qué estábamos. Victor emocionado, le contó que nuestro hijo ya estaba en nuestros brazos. Un pequeñísimo llanto nos hizo saber que estaban perfectos sus pulmones, y después se durmió apacible en nuestros brazos. A los 10 minutos de su llamado llegó Leoni a la casa con todo su armamento, y su 13
Lautaro Para Lautaro Enero en La Plata. Un verano de calor intenso y agobiante, con días húmedos, mosquitos y chicharras cantoras. Ese jueves, amaneció especialmente diáfano y radiante. Por la tarde vino Alejandra a ayudarme en casa y me dispuse a terminar de arreglar tu cuna. Si, todavía faltaba un poco para dejarla lista. Papá Gustavo, de vacaciones, trabajó en su taller en el fondo de casa y también en el jardín. Yo me sentía muy bien, serena y tranquila. Intuía que faltaba muy poco, tal vez porque en esos últimos días empezaba a sentir el cansancio de tantos meses, estaba redonda como la luna y se me hinchaban los pies, pero nada del otro mundo. A las seis de la tarde terminé. Tu cuna estaba preciosa, con su madera clara, sus telas de algodón color té con leche y algunas ovejitas blancas y lanudas 14
saltando por la manta de algodón. Papá había inventado una forma de hacerla mas chiquita para que te sintieras cómodo: mitad cuna y mitad cambiador. Sentí una gran satisfacción, preparé unos mates y acompañé a Alejandra a la puerta porque se iba, ella también había terminado. De repente algo pasó. Te acomodaste y la sensación fue muy clara, sentí que bajabas en mis caderas. Dudé un instante pero el corazón empezó a latirme fuerte dentro del pecho, presintiendo que era el comienzo de nuestro parto. Sentí un líquido tibio comenzando a salir de mi cuerpo y una enorme emoción me embargó frente a la certeza de tu llegada. Una certeza extraña, con esa pizca de sorpresa e incredulidad que es la misma que sigo sintiendo cuando te veo crecer tan hermoso. Fui al patio caminando despacio a contarle a papá, lo llamé desde la puerta y cuando me miró tranquilo con ganas de esos mates de la tarde, se me escaparon una sonrisa grande y un 15
montón de palabras enredadas. Los signos y señales que aprendimos en los meses de preparación a tu llegada nos indicaban que todo marchaba bien. Esperamos un rato y finalmente llamamos a Erica, nuestra partera, que más tarde vino a casa. Ya había empezado a tener contracciones regulares y espaciadas, que de a poco fueron haciéndose mas frecuentes e intensas. Con papá y Erica charlábamos, yo caminaba por la cocina, por el living, iba recorriendo la casa mientras aprendía en cada contracción nuevas formas de transitar el viaje. Almohadones, colchonetas, a veces de rodillas, sentada o en cuatro patas y Erica cada vez más cerca, con su mano tibia masajeando la zona lumbar o colocándome una bolsa de agua caliente. Papá daba vueltas, siempre ayudando, suave, silencioso, acompañando y aprendiendo a confiar. No siempre es fácil confiar hijo. A confiar, se aprende. Unos meses antes, cuando supimos que no estaría 16
disponible la sala para partos acuáticos por una remodelación que estaban haciendo en la clínica, hablamos con Alicia de la posibilidad de un parto en casa. Ella, a diferencia de la mayoría de los obstetras, no lo consideraba una locura ni un acto de irresponsabilidad. Por el contrario, en otra época de su vida viviendo en la costa atlántica y a falta de un hospital cercano, había atendido en su mayoría nacimientos en casa. Conversamos un poco y llegamos a un acuerdo, comenzaríamos el trabajo de parto en casa en compañía de Erica y después decidiríamos si quedarnos o ir a la clínica. Que nacieras en casa era mi deseo. Yo sentía y sabía que era la mejor manera de recibirte, pero igual fue difícil jugarme, asumir los miedos enormes poniendo el cuerpo entero, el corazón y la mente para que ese deseo se hiciera realidad. Y para papá también fue difícil, por muchos motivos. Es difícil conciliar los 17
deseos de dos personas, respetando y aceptando sus experiencias, negociando con el miedo que siempre acecha, agazapado, esperando una nueva oportunidad de saltar y volverse protagonista. El miedo, siempre el miedo. Mi temor más grande no era sufrir ni sentir dolor. Mi miedo hijo, ese miedo que decidí enfrentar, era el miedo de equivocarme. Un miedo oscuro, saboteador, un miedo capaz de lograr que todo saliera mal, para vos, para mí, para todos. Mientras el trabajo de parto avanzaba, me inspiraba una frase a propósito de la respiración que había leído en un libro maravilloso. Era el primer concepto, la primera idea que expresaba la autora antes de desarrollar extensamente diferentes opciones y técnicas de respiración para las distintas etapas del parto. Decía: “Sabrás respirar en el momento del parto, igual que sabes respirar ahora”. 18
Para mí resultó una especie de revelación. Me pareció una manera simple e inesperada de decirle a una mujer: vas a hacer algo que nunca hiciste pero que ya sabés hacer. Podes prepararte, preguntar, practicar, pero no tengas miedo de olvidarte qué hacer o cómo hacerlo, porque eso que querés aprender está dentro tuyo y no hay forma de que no sepas, de que olvides. Esa revelación no sólo fue inspiradora, fue el motor de la confianza que necesitaba encontrar. De manera prodigiosa mi cuerpo respondía entregado por completo al proceso de abrirse mientras vos empujabas para nacer. Erica me acompañó de una manera inolvidable, segura, tranquila, ayudándome a pasar los momentos más fuertes de la contracción usando su saber, su experiencia y sobre todo dejando que encontrara mi propia forma. Nunca me dijo qué hacer. Me acompañó amorosa, sabiendo como ayudar paso a paso. Fue extraordinario para mí vivir el proceso de tu nacimiento. Sentir la dualidad. Cada 19
Amapola …Entonces una semilla de amapola germinó. Mi cuerpo fue su casa y nuestro amor su riego. Día y noche crecía imparable; mi humanidad se había detonado, cada parte de mi cuerpo sabía qué tenía que hacer, a pesar de la inestabilidad, los miedos y nuestra juventud. Entre ríos del delta y panes caseros nos fuimos acostumbrando a la idea de ser padres. Personas maravillosas nos acompañaron de mil maneras. ¡Esperar el nacimiento de un niño se vuelve un acontecimiento mágico! La decisión de dar a luz en casa nos tomó a nosotros, casi sin sorprendernos. Sentimos que es buenísimo que existan los hospitales pero solo para cuando son realmente necesarios. En la primavera empezamos el taller con Patri y Sole. Íbamos los viernes por la tarde, cada uno compartía lo que le surgía, escuchábamos los latidos de los 20
corazoncitos, comíamos cosas ricas y mientras tanto nos íbamos fortaleciendo. Cada encuentro fue un ladrillo del pilar que nos sostuvo en el parto. Así transitamos la primavera hasta llegar al verano, mi cuerpo se fue volviendo una pelota de energía, me sentía el ser más luminoso de la existencia. La creación de un ser humano en mi interior ya era un hecho. Las últimas semanas pasaron, rápidas, lentas, ¡de todas formas! La fecha que nos habían pronosticado, se había pasado una semana. Como familia decidimos nuclear la energía en la isla y seguir esperando lo más armoniosamente posible. El que estaba impaciente era el celular, no tenía respiro, ¡a gritos nos pedía vacaciones! La familia estaba ansiosa y preocupada, era lógico pero no podíamos dejar de respetar lo que sentíamos en ese momento tan único. El sábado 30 Javi, el futuro 21
papá, mi compañero de aventuras cumplía los años, por este motivo aceptamos festejar en lo de mis suegros el viernes 29 por la noche después del taller con las chicas. Fue así, llegamos al encuentro con Patri un rato antes, nos sacamos todas las dudas, desmitificamos todo lo que se nos había ocurrido a nosotros y a nuestro entorno. Las respuestas nos trasmitieron una paz increíble. Tanta paz que camino al cumpleaños notamos que una energía encantadora nos iba envolviendo, como un manto de luz, no sentíamos miedo, estábamos entregados. Cuando llegamos a la casa de los futuros abuelos todos nos recibieron con mucha alegría. Todo seguía siendo normal hasta que de pronto mientras hablaba con mi cuñada Pilar siento ¡Prack! ... Pensé, ¡esto significa algo! Muy disimuladamente corrí al baño con Javi, y sí, el principio del Gran proceso se había detonado. El agua empezó a correr muy de a poco, hicimos lo posible para contenerla. 22
¡Ahí estábamos los dos muertos de risa pensando si nacía el mismo día que su papá! Decidimos guardarnos el momento y seguir festejando sin alarmar a nadie. Llamamos a Patri medio escondidos, le contamos y nos sugirió que sigamos tranquilos, que tanteemos la situación. ¡Me sentía radiante! Las contracciones empezaron muy de a poco, como era una sensación tan nueva de alguna manera las disfrutaba, con solo pensar que eran parte de la llegada de mi bebé me daba alegría y las transitaba con mucha fortaleza. Comimos como si nada, hicimos votaciones para determinar si era nena o nene, brindamos, reímos, fue hermoso. Lentamente se me fueron las ganas de hablar, al dar las 12 de la noche, saludamos a Javi por su cumple y trasmitimos la situación. Le pedimos al futuro abuelo Jorge (actualmente el Lolo) que nos lleve a lo de Sole, la partera. Apenas entré al living me trasladé a una espacio donde sólo podía percibir a 23
mi cuerpo, mi bebé y la energía creadora. No podía hablar; Javi me preguntaba una y otra vez si quería ir a la isla para estar más cómoda, pero mi respuesta a duras penas era "no puedo pensar" y seguía en la búsqueda de posiciones confortables. Fue entonces que sentí ganas de quedarme ahí, no quería salir de ese mundo donde estaba y trasladarme hasta el Delta, respeté mi necesidad del momento sin aferrarme a la decisión que habíamos tomado a lo largo de los meses. Fue muy importante para mí fluir con la situación. Las chicas nos crearon un íntimo espacio en el living para sentirnos como en casa y se fueron a descansar ya que notaron que no tenía intención de conectar con el afuera; ante esta situación de introversión de mi parte Javi decidió descansar también. Mi cuerpo fue activando su sabiduría, sentí que no era la primera vez que vivía este acontecimiento divino. Cada contracción una respiración, imágenes, 24
canciones de cumpleaños y una tormenta eléctrica formaban parte del escenario parturiento. Cambiaba de posición una y otra vez. La incomodidad era continua, sin descanso, sentía que me agotaba minuto a minuto. Internamente me decía que no tenía que perder energía en sufrir o creerme que no podía hacerlo. Toda esa energía debía estar disponible para el nacimiento, era muy consciente de eso. De repente el olor de la tormenta o la fuerza que emanaba (no sé qué exactamente) marcó una conexión entre ella y yo plenamente, nos comunicamos, supimos que era tiempo de dar todo. La intensidad de la situación era fuertísima, todo se aceleró, las contracciones, las canciones en mi cabeza, la tormenta. Del living pasé al baño, me senté en el inodoro y sentí muchas ganas de pujar, pujé y pujé, tal como mi cuerpo dictaba. Llamé a Javi porque sentía que ya venía el momento 25
y quería que él estuviera ahí. En espíritu los dos estábamos obrando por eso me sentía tan fuerte. Cuando llegó seguí pujando hasta que sentí la cabecita en mi mano (no directamente, sino en un pasaje previo a salir); ese primer contacto no me lo olvido mas, hilos de energía fluían a una velocidad increíble. Javi llamó a las chicas y vino Patri, yo ya estaba en el piso en cuclillas, ella me fue guiando y salió la cabeza, tenia dos vueltas de cordón que las sacó instantáneamente. Una vez que salió completamente la cabeza el cuerpo se deslizo muy rápido. Cuando fue el momento, Javi le cortó el cordón umbilical, nuestro bebé ya estaba preparado para vivir la vida fuera de mí. Su llanto es inolvidable, me hacía vibrar cada parte de mi cuerpo, Javi la posó en mi pecho para hacernos una en piel por primera vez. . ¡Qué maravilloso! En mis brazos tenía a un ser tibio y húmedo producto del Amor, íntegramente materializado por el Amor. ¡Entre lágrimas, besos y 26
“Compartir el Parto” es la canción que cantan las mujeres pariendo. Sus sonidos guían a las mujeres que van llegando…