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La Revolución Tranquila de una Semilla Colombiana

Por Daniel Zawodny

En las montañas del famoso eje cafetero de Colombia, a la altura perfecta para cultivar el café, Pedro Semilla se ha comprometido firmemente a no plantar más árboles de café.

Está debajo de la estructura de bambú y metal que algún día será la cocina de su familia. El cielo muestra la lluvia que pronto nutrirá el maíz, los frijoles, los plátanos y más que Semilla ha empacado eficientemente en su acre de tierra con vista de Armenia, la ciudad donde creció, en la distancia. Pero no tiene prisa por terminar de trabajar antes de que llegue la lluvia; le gusta trabajar bajo la lluvia. Pero no puede continuar hasta que alimente el pequeño fuego que arde todo el día en el piso de tierra de su futuro hogar. Prender el fuego es lo primero que hace cada mañana. Dice que representa a su abuelo, el universo, el vínculo ancestral del ser humano con la tierra.

Semilla no es como sus vecinos. En su mayoría crecieron trabajando la tierra; él se mudó al campo cuando era adulto. Sus fincas están repletas de árboles de café cuyas cerezas rojas brillantes albergan granos que eventualmente se enviarán a todo el mundo. Son los hombres y mujeres que llenan las tazas del mundo, que hacen de Colombia el segundo mayor exportador de café del mundo, y disfrutan de una vida humilde pero cómoda por ello. Semilla ha tratado de convencerlos de que planten otras cosas en su lugar.

“El café nos desenfoca de lo que realmente importa en la vida”, dice Semilla, avivando el fuego.

Semilla no ofrece detalles de su vida antes de venir a Kakataima Farm fácilmente. Tenía treinta y tantos años con tres hijos y trataba de sacarles adelante con una variedad de trabajos en Armenia. Él y su esposa abrieron una pizzería en Salento, un pueblo cercano, pero no sobrevivió al comienzo de la pandemia. Sin saber qué hacer, siguió un llamado que escuchó y sintió en su cuerpo: ir y conectarse con la naturaleza. Decidió ser voluntario en Kakataima durante un par de meses, aprendiendo a cultivar.

Un regreso a la naturaleza, a la tierra. “Es una oportunidad para crecer en muchos aspectos… cuando es momento de sembrar semillas, de estar conectado con la tierra, mis emociones, mi pensar, mi sentir, se alinean. El mundo está en tanto desorden, necesita amor, armonía”, reflexiona Semilla.

Después de un tiempo le preguntaría al dueño de Kakataima si podía comprar un acre y mudar temporalmente a su familia a una casa vieja y desocupada en la propiedad. Los albergará hasta que termine de construir su hogar definitivo con sus propias manos.

“Sin campo, no hay ciudad”

Al igual que Semilla, también había venido a Kakataima como voluntario. Yo también buscaba una conexión más profunda con la tierra, quería aprender a cultivar mis propios alimentos, a meter las manos en la tierra y sentir la brisa secando mi sudor, confiando que semillas plantadas brotarán vida.

Aunque no tenía intención de comprar un terreno y quedarme, terminaría mis tareas del día y luego seguiría a Semilla, echándole una mano donde pudiera. Plantamos limoncillos que usaría para crear aceites esenciales en seis a ocho meses. Extrajimos a machete a los “hijos” de los árboles de banana que brotaban junto a árboles más viejos y les dimos su propio hogar en la tierra.

Más allá de cumplir el deseo de conectarse con la tierra que lo rodea, Semilla pronto se dio cuenta de que en la agricultura encontró la soberanía personal y la autodeterminación. La vida en la ciudad era más vivir bajo otras reglas. Pero en el campo, rodeado por un bosque de guadua —bambú gigante que tala como material de construcción para su nueva casa— y tierras fértiles que cultivan alimentos para su familia, solo se responde a sí mismo.

“Ahora reconozco cuál es mi rol, como persona, como padre, como miembro de una comunidad rural campesina, es recuperar memorias ancestrales y recuperar semillas”, dijo.

Por eso Semilla cambió su nombre. “Semilla” en realidad no es su apellido. Lo eligió porque representa cómo se ve a sí mismo: como una semilla.

¿Y por qué quiere que sus vecinos dejen de plantar café? Porque no es alimento. Claro, muchos de nosotros bebemos café. El café es lo que está alimentando esta nota en este momento. Pero al contrario de lo que digo todas las mañanas cuando me despierto, no necesito café. No sostiene la vida como el agua que se usa para hacerlo o el maíz, los frijoles y los plátanos que Semilla plantó en su lugar.

Cuando le contesto a Semilla que, hasta cierto punto, la economía de Colombia y el sustento de sus vecinos dependen del café, los siguientes 20 minutos son una diatriba serpenteante sobre la pandemia, el cambio climático y lo que Semilla ve como el curso acelerado al infierno que el capitalismo global se está llevando el mundo. Bastante fatalista, lo sé. De todos modos, el apasionado discurso de Semilla me recuerda unas palabras que escuché y vi exhibida en múltiples ocasiones en Sudamérica mientras viajaba: “solo cuando el último árbol sea talado, el último pez comido y el último arroyo envenenado, se darán cuenta de que el dinero no se come.”

Si la autodeterminación es la revolución de Semilla, entonces ocupar y vivir de la tierra es su declaración de independencia. En Colombia, esto tiene un significado propio. Mientras observa su pequeña tierra, se enorgullece del hecho de que le pertenece a él y no a una empresa minera. Que su tierra está cultivando maíz en lugar de café o coca. En un país donde históricamente la tierra se ha consolidado en manos de unos pocos, ocupar un espacio que de otro modo explotaría el mercado global es un acto político.

Semilla no quiere que sea una novedad. Quiere que sea una norma. Y, por supuesto, no todos tienen el privilegio y la libertad de simplemente comprar un acre de tierra, trasladar a su familia y esperar lo mejor. Pero creo que muchos, especialmente aquellos que se han sentido obligados a dejar atrás lo que tienen para crear un futuro mejor para ellos y sus familias, también desean poder hacerlo más en sus propios términos.

En cuanto a la riqueza material, Semilla no tiene mucho. Pero en ese escenario hipotético del fin del mundo: cuando golpee la próxima pandemia, cuando el cambio climático fuerce aún más la migración masiva o cuando la economía mundial caiga, ¿quién está más preparado para sobrevivir? ¿Yo, tomando mis últimas tazas de café y caminando de supermercado en supermercado en busca de sobras?

¿O será Semilla con sus semillas?

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The quiet revolution of a Colombian Semilla

By Daniel Zawodny

In the mountains of Colombia’s famous eje cafetero, at the perfect altitude for growing coffee, Pedro Semilla has firmly committed to not plant more coffee trees.

He is underneath the bamboo and sheet metal structure that will one day be his family’s kitchen. The sky above is showing rain that will soon nourish the corn, beans, bananas and more that Semilla has efficiently packed into his acre of land that overlooks Armenia, the city where he grew up, in the distance. But he’s in no hurry to finish the day’s work before the rain comes—he likes working in the rain. But he cannot continue until he feeds the small fire that burns all day on the dirt floor of his one-day home. The fire is the first thing he starts each morning. He says that it represents his grandfather, the universe, humans’ ancestral link to the earth.

Semilla isn’t like his neighbors. They mostly grew up working the land—he moved out to the countryside as an adult. Their farms are tightly packed with coffee trees whose bright red cherries house beans that will eventually be shipped all over the world. They are the men and women that fill the world’s mugs, that make Colombia the world’s second largest coffee exporter, and enjoy a humble yet comfortable living for it. Semilla has tried to convince them to plant other things instead.

“Coffee is distracting us from what really matters in life,” says Semilla, stoking the fire.

Semilla isn’t quick to offer details of his life before coming out to Kakataima Farm. He was in his thirties with three kids, making ends meet with a variety of jobs around Armenia. He and his wife opened a pizzeria in nearby Salento, but it didn’t survive the start of the pandemic. Not knowing what to do, he followed a call that he heard and felt in his body—to go and connect with nature. He decided to volunteer at Kakataima for a couple of months, learning how to farm.

A return to nature, to the earth. “It’s an opportunity to grow in many ways…when it’s time to sow seeds, to be connected to the earth, my emotions, my thoughts, my feelings, they align. The world is in so much disorder, it needs love, harmony,” reflects Semilla.

He would later ask Kakataima’s owner if he could buy an acre from her and temporarily move his family into an old, unoccupied house on the property. It will house them until he finishes constructing their forever home with his own two hands.

“Without the countryside, there is no city”

Like Semilla, I had also come to Kakataima as a volunteer. I too sought a deeper connection with the earth—I wanted to learn how to grow my own food, to stick my hands in dirt and feel the breeze dry my sweat, confident that seeds planted would sprout life.

Though I had no intention of buying land and stay- ing, I would finish my tasks for the day and then go follow Semilla around, lending a hand to him where I could. We planted lemongrass that he would use to create essential oils in six to eight months. We extracted the “children” of banana trees that sprouted alongside older, fruit-bearing trees with a machete and gave them their own home in the ground.

Beyond just fulfilling the desire to connect with the earth around him, Semilla soon realized that in farming he found personal sovereignty and self-determination. Life in the city meant life on someone else’s terms. But in the countryside, surrounded by a forest of guadua—giant bamboo that he cuts down for building materials for his new house—and fertile land growing food for his family, he answered only to himself.

“Now I recognize what my role is, as a person, a parent, a member of a rural farming community, it’s to bring back ancestral memories and rediscover roots and seeds,” he said.

Which is why Semilla changed his name. “Semilla” isn’t actually his surname. He chose it because it represents how he sees himself—as a seed.

And why does he want his neighbors to stop planting coffee trees? Because they don’t grow food. Sure, a lot of us drink coffee. Coffee is what is fueling this story right now. But contrary to what I say every morning when I wake up, I don’t need coffee. It does not sustain life like the water used to make it or the corn, beans and bananas that Semilla has planted instead.

When I counter to Semilla that, to a certain extent, Colombia’s economy and the livelihood of his neighbors depend on coffee, the next 20 minutes are a meandering tirade about the pandemic, climate change, and what Semilla views as global capitalism’s crash course towards the earth’s inevitable doom. Quite fatalistic, I know. All the same, Semilla’s impassioned speech reminds me of a quote I’ve heard and seen displayed on multiple occasions across South America while traveling: “only when the last tree is cut down, the last fish eaten, and the last stream poisoned will you realize that you cannot eat money.”

If self determination is Semilla’s revolution, then occupying and living off the land is his declaration of independence. In Colombia, this takes on its own significance. As he looks out over his small plot, he takes pride in the fact that it belongs to him and not a mining company. That his land is growing corn instead of coffee or coca. In a country where land has historically been consolidated into the hands of the few, taking up space that the global market would otherwise exploit is a political act.

Semilla doesn’t want it to be a novelty. He wants it to be a norm. And of course, not everyone has the privilege and freedom to just up and buy an acre of land, move their family onto it and hope for the best. But I think that many, especially those who have felt forced to leave behind what they have in order to create a better future for themselves and their families, also wish that they could do so more on their own terms.

In regards to material wealth, Semilla doesn’t have much. But in that hypothetical doomsday scenario—when the next pandemic strikes, when climate change further forces mass migration or when the global economy falls, who is more ready to survive? Me, drinking my last cups of coffee and walking supermarket to supermarket looking for scraps?

Or will it be Semilla and his seeds?

¡¡Marca en tu calendario!! 12va FERIA LATINA LPN 2023

Este es un evento gratis organizado por Latino Providers Network (LPN) para ofrecer a nuestra comunidad los diversos Recursos Comunitarios disponibles en Baltimore, presentación de Comidas Típicas, Caritas Pintadas para niños y niñas, Bailes y Rifas para los participantes.

Fecha: Sábado 3 de Junio 2023, 11 am a 3 pm

Lugar: Estacionamiento de la Iglesia Sagrado Corazón de Jesús, Baltimore MD 21224.

Gobernador Moore:

El gobernador Wes Moore anunció la expansión del plan de Maryland para reemplazar el robo de los fondos de asistencia alimentaria y en efectivo de las tarjetas EBT (Electronic Benefits Transfer).

La ley SB2/HB50, aprobada por la Asamblea General de Maryland y convertida en ley el pasado 24 de abril, permite a los titulares de tarjetas EBT reclamar los beneficios robados desde el 1 de enero de 2021.

Según la nueva ley, Maryland extenderá el período de elegibilidad de reembolso por 21 meses. Anteriormente, el departamento solo podía reembolsar los beneficios de EBT robados por fraude desde el 1 de octubre de 2022.

Los habitantes de Maryland que ya presentaron un reclamo por beneficios robados no necesitan volver a presentarlo, incluso si su reclamo anterior fue denegado.

El Departamento de Servicios Humanos revisará todos los reclamos que se presentaron y denegaron por robos ocurridos antes del 1 de octubre de 2022.

Todas las transacciones elegibles se pagarán a partir del 1 de julio.

El departamento hará que el reemplazo de los beneficios sea lo más simple posible, a pesar de que un reclamo anterior fue denegado.

Para obtener más información sobre el Programa de reembolso por fraude de EBT de Maryland, incluido el proceso para presentar un nuevo reclamo para recuperar los beneficios robados, visite www.dhs.maryland.gov/ebt-reimbursement/.

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