REVISTA VEOVEO 57

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En el barrio de Pablo no era un problema jugar, cuando los niños y niñas se reunían en el patio de la señora Rosita atraídos por el viento de la tarde se sentaban juntos a pensar en cuál sería el juego que inventarían para divertirse, porque eso sí, a la hora de jugar no había excusas y para imaginar e inventar juegos eran los campeones, cualquier objeto era bueno para la diversión. Pablo era el campeón de la Rayuela, a Lila no había quién le gane en saltar a la cuerda, Simón era el mejor en cincuenta el palo porque aparecía desaparecía como fantasma, y en el bate y la pelota Juanito era el campeón mundial pues ya nos habíamos acostumbrado a que él siempre hacía ganar a su equipo, en las carreras Cecilia era como un rayo y en las canicas Toni ya llevaba como mil acumuladas. No había nada imposible para ellos cuando estaban juntos, eran vecinos y sobre todo amigos. Los mayores los habían bautizado como “los pájaros” porque cada día cuando se sentaban juntos a organizar qué jugar armaban una banda musical; cada uno silbaba y hacía ruidos con su boca además de tocar las botellas de vidrio con pedazos de metal y las latas viejas con un palo, se armaba

tal alboroto que el ruido inicial que a veces resultaba molestoso, se iba convirtiendo en música, pero nunca faltaba alguien que gritaba desde una casa vecina “Ya callen a los pájaros” y todos se morían de la risa, fue así como se quedaron con ese nombre. Así empezaban las tardes de juego de los pájaros que casi siempre inventaban algo nuevo para divertirse o le ponían su toque especial a los juegos ya conocidos, todo era cuestión de un poco de imaginación y eso a ellos les sobraba. El patio de la señora Rosita se convertía cada día en un lugar diferente. Un día era un estadio olímpico donde dibujaban los andariveles para las carreras o realizaban partidos de fútbol, otras se convertía en una gran selva donde hacían de exploradores con fundas como mochilas en las que llevaban todos los implementos necesarios para la aventura, también se convertía en el espacio, donde eran los astronautas que pisaban por primera vez la luna, a veces era un circo, otras un zoológico, un parque de diversiones o un silencioso teatro donde ellos eran los actores. Nada los detenía, los palos eran hermosos caballos, las ollas viejas se convertían en fuertes cascos protectores, las hojas de los árboles servían para hacer trajes y las llantas viejas columpios para volar. Ni la lluvia, ni el sol, ni el viento eran obstáculos para sus juegos y hoy muchos pájaros siguen soñando y volando por todo el mundo.











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