Paula tiene 6 años, le encanta correr alrededor de su cuadra y jugar con los perros, especialmente aquellos de patas largas y abundante pelo. Es un poco tímida y traviesa; a veces, cuando nadie la mira, baila a solas en su cuarto al ritmo de una canción que solo existe en su cabeza. Como a otros chicos de su edad, no le gustaba ni un poco la oscuridad. Cada vez que llegaba la noche, la pequeña se escondía bajo sus cobijas, esperando que el sol regrese trayendo consigo la luz, los animales grandes y el olor del pan. Un día la pequeña fue a visitar a Marieta, su abuela. Ella vivía en el campo, cerca de los cerros, árboles y mariposas de colores.
Cuando el sol se ocultó, la pequeña corrió al regazo de su abuela para que la protegiera de la noche y su sombra. Marieta, que era una anciana sabia, le acarició la cabeza y la invitó a salir al campo junto a ella. Paula, sin poder disimular su miedo, caminaba pegadita a su abuela, con los ojos cerrados y los dientes bien apretados. Abre los ojos, dijo Marieta, con un tono de voz dulce, similar al sonido del viento en las noches de luna llena. Cuando Paula abrió los ojos, descubrió un pequeño tesoro. Un grupo de luluces tenues y delicadas. La niña no entendía lo que pasaba. ¿Qué es eso? Preguntó, su voz tembló como el rocío sobre el contorno de una hoja. Son luciérnagas, respondió Marieta. Una magia tan antigua como la vida. De hecho, muchos piensan que las luciérnagas son hermanas de las estrellas. cos, y a veces, solo cuando te has hecho su amiga, se atreven a escribir tu nombre sobre el lienzo profundo de la noche. Paula, emocionada por este secreto, levantó la mirada y pudo reconocer a un león, y junto a él un oso grande y otro más pequeño, ellos la saludaron desde el cielo invitándola a descubrir más de un secreto. Desde entonces, Paula mira las estrellas, buscando entre las luces su nombre. El cual dicen, está escrito junto a la estrella más brillante del cielo.