María vive en el barrio del cerro Mapasingue y estudia en la misma escuela que yo. María es mi amiga, es la amiga más linda y buena que he tenido. Yo la quiero porque me presta su abrigo cuando tengo frío. Porque me amarra los cordones de los zapatos para que no me caiga, y me enseña cómo debo hacerlo. Porque María me regala un poco de su comida cuando olvido mi refrigerio. Porque ella me consuela cuando estoy muy triste y me canta mientras espero a mamá. También juega conmigo a las escondidas o a la cuerda. Pero María no solo es buena conmigo, también es muy buena con los otros niños de la clase. Un día en que Matías se cayó de un árbol en el patio de la escuela y se raspó la rodilla, ella fue corriendo a avisar a la profesora para que lo curaran y le prestó una de sus medias, porque la de él se había dañado y así los dos se fueron a casa con una sola media muertos de la risa. En otra ocasión a Pablo se le cayeron sus cuadernos a un charco de agua y María lo ayudó a escribir nuevamente las tareas en otro cuaderno.
Cuando a Sofía se le olvidaban los lápices de colores, que eran la mayoría de las veces, María se sentaba a su lado y compartía los suyos con ella y hacían lindos dibujos. Es que María es mi amiga y es muy buena, por eso yo la quiero mucho. Una mañana, María no llegó a la escuela. Todos la extrañamos y creímos que estaba enferma, pero no fue así, porque la profesora nos dijo que en la noche que hubo una lluvia muy fuerte, la casa de María y su familia que estaba en el cerro se había dañado y todas sus cosas se habían echado a perder. Entonces la profesora nos organizó a todos los niños para que recojamos ropa para María y su familia. Todos estuvimos de acuerdo pero, ¡se me ocurrió una idea! Cada uno llevaría un pedazo de tela de distintos colores para coserlos y así armaríamos una manta para que María no tenga frío, porque en cada pedazo de tela estaría el cariño de sus amigos y eso la protegería y le daría calor. Así lo hicimos y el día en que se la llevamos ella se puso muy feliz, y cuando todo pasó nos dijo que la manta de los colores era la manta más calientita que jamás había tenido.