Yo nací al pie del estero, en una casa de caña, arrullada por el viento y mecida por sus aguas. Cada mañana mi madre me alimentó en la ventana, mientras recibía la brisa y me cantaba mil nanas. Las noches parecían mágicas y toda el agua brillaba porque la luna de plata poco a poco se acercaba. Fui creciendo presurosa porque el tiempo no esperaba, quería conocer mi ciudad, su río, sus calles, sus plazas y todo lo que mamá de mi tierra me contaba. Ahora, cada mañana cuando abro mi ventana, veo a las garzas volar cual si fueran aves mágicas, blancas como el algodón, con grandes alas de nácar. En las tardes mi mamá siempre me hace una llamada: corre, corre Margarita que tus amigos te llaman, ya es hora de ir a jugar en el parque de la entrada; juega,
juega niña mía y luego duerme y descansa, sueña con seres de encanto, ellos te enseñarán a cuidar, esta tierra que tanto amas. Mi ciudad es especial, huele a manglar, cangrejo y sal, pues aunque el mar está lejos, yo sé un secreto que guarda: el estero es una rama de ese mar azul de cielo, que se mete entre la tierra como si fueran mil ramas, que brillan desde lo lejos, como si fueran de plata. Soy feliz en mi ciudad, en mi barrio de tierra y agua y en mi casa que está a la orilla, donde hay muchas otras casas, que ahora ha cambiado un poco: es de piedra de colores, con ventanas de hojalata.
Aquí tengo a mi familia, mis amigos, mis recuerdos; aquí juego, aquí vivo, aquí crezco; estoy orgullosa de ello. Así es mi tierra querida, así son mi barrio y mi casa, sus olores me despiertan, sus sonidos me levantan; huele a brisa y a sal, también a leche quemada, de sus sonidos ni hablar, son miles de aves que cantan, esa es su música alegre y siempre quiero escucharla.