Murmullo de Paloma 07 | Otoño 2018

M UR M U L L O D E PALO M A

Directorio Publicación Trimestral | Año 2, Número 7 | Otoño 2018 Comité directivo: Susana Bárcena Gaona, Verónica Corona López, Juan Manuel Esquivel García, Hugo Labourdette Durán, Mario Ramírez Cañada.

Comité editorial: Claudia Domínguez Miranda, Juan Manuel Esquivel García, Hugo Labourdette Durán.

Coordinador de Artes visuales: Mario Ramírez Cañada.

Arte y Diseño: Ex-Libris.

Publicación trimestral, editada y publicada por Mario Ramírez.

Editorial Murmullo CDMX | murmullodepaloma@gmail.com www.murmullodepaloma.com Editor Responsable: Mario Ramírez Cañada.

Reserva de derechos al título exclusivo en trámite.

Impresión: Fecha de término de impresión Diciembre 2018, con un tiraje de 100 ejemplares.

Distribución: propia.

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Índice

8 Si me encuentro… ¿Cómo llegué a mi cuerpo?

Karina González 10 Atención a la realidad Paola Chao

26 La promesa de los amantes Juan Manuel Esquivel

12 Disposición del rostro Álan Raposo

29 La ciencia antigua Carlos Vázquez Calzada y Hugo Labourdette Durán

14 Al caer Claudia Vázquez 17 Sobre la (in)capacidad de mirar(nos) Alberto Isaac López Díaz González 20 La Hieródula Genoveva López 23 Todo el día la noche Daniel Solano

30 New Order, Joy Division y el cómo sobrevivir a la catástrofe Xavier Ariza 32 Era mi chava y yo la quería un restorán Daniel Jackson

Horacio J Hernรกndez - Fotรณgrafo

Si me encuentro… ¿Cómo llegué a mi cuerpo?

Karina González

Regreso a mi niñez era una época apacible y fantasiosa en la que no existían densos umbrales para indagar en el existir de mi cuerpo, me generaban inquietud sus sensaciones y reacciones que no disfrazaban la realidad de lo que yo era en aquel momento.

Se presentan mis recuerdos, me invitan a vislumbrar sus reminiscencias sobre el día que decidí llegar a mi cuerpo. Me observo acostada en la cama, ensimismada y rodeada del fardo de ropa que mi mamá se daba a la tarea de planchar. Ella de pie, siempre con su temple pensativo y un tanto agobiado. Aunque no lo dijera reconozco la atadura de su mirada que detiene la realidad para vivir de forma aparente, aquella apariencia que no le permite percibir las diferencias entre la benevolencia o la displicencia.

Cada quien absorta hacia sí, realicé un movimiento extraño: crucé las piernas e involuntariamente las apreté para darme la vuelta. Por unos segundos me causó risa y sonreí, fue una sonrisa extrovertida por explorar lo que reconocía como mío, mi cuerpo. Después, esa manía curiosa en mí me impulsó a volverlo a internar, una vez más crucé las piernas y las apreté.

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Nuevamente experimenté una sensación de cosquilleo y cómo en medio de mis piernas algo que aún no conocía comenzaba a ruborizarse. Se convertía en un secreto cálido que deseaba llegar a ser febril al penetrar lo vedado de lo pueril. Por primera vez me adentré al Kábala de mi cuerpo donde la epidermis cesa y la vitalidad de las pulsiones yacen, se satisfacen y gratifican sin pudores, preceptos e ideales.

Tal arrebato me exhortó a indagar aún más: levanté mi pantalón e intenté deslizar mi mano por debajo de él como el agua que fluye en el manantial y mi curiosidad se convertía en el estrepitoso choque del agua contra las piedras que resonaban en mi interior, aquel ruido me impedía parar o dejar de indagar. De pronto, como una caída terrenal, me esfumé de las brumas apacibles de mi ilusión: mi mamá y el alarido que emanó me hicieron estremecer, quedé pasmada como si el estupor se hubiera adueñado de mí.

Cerré los ojos y comprendí falsamente que lo que se hallaba entre mis piernas era el hastío de la intimidad, la culpa o lo pernicioso que se formaba en mí. Fortuitamente mi infancia se plasma en el presente como un secreto implícito, un fantasma que desea revelarme uno de los actos por los cuales comencé a temer de conocer mi cuerpo, mi verdad se oscureció a través del estrepitoso ruido de la “realidad”.

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Atención a la realidad Paola Chao

He visto ojos sanos que no ven y ciegos con visión, He contemplado pacíficas conversaciones entre personas que quitan la vida y personas que la salvan, Adoptados y huérfanos que encuentran sus raíces e hijos que niegan a sus padres, Soy testigo de almas que durante años se deslindaron de todo sistema y de años sistematizados que deslindaron toda alma.

He hablado con niños acerca de todo y con adultos acerca de nada, escuchado mentiras que me alegran y verdades que me duelen, ¡aullado silencios y callado gritos!

Comido mierda y cagado comida.

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Los mares rojos y el fuego azul existen, osos que destruyen máquinas, mi propio sudor me causa frío.

Plantas que curan y farmacéuticos que enferman, he aprendido a desaprender, he curado el mismo cuerpo que enfermé.

He sido una niña promiscua y una adulta virgen, he dormido sola y acompañada, me he enamorado de hombres y de mujeres, te he hecho el amor sin tu presencia.

He amado al odio y odiado al amor.

He tenido miedo de bailar y bailado con mis miedos, me he adentrado en aguas abiertas con profunda paz, he caído desde las cumbres más altas y volado desde los valles más hondos.

He traído conciencia al inconsciente y el inconsciente a la conciencia, sueños más lúcidos que la realidad misma, cosas creadas solo para mis ojos.

He perdido el aliento viendo la respiración del bosque, hongos que surgen de las cenizas, alucinar alucinaciones, al bosque oscuro alumbrar mi camino, mientras más me pierdo más me encuentro.

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Disposición del rostro Álan Raposo

Una derrota insistente que purga en tus palabras, al desánimo en las máscaras diarias, en los ojos abrasivos, en el susurro de la voz.

Indigno de toda salvación, indigno de todo amor, indigno de una muerte, ¿qué muere cuando nunca se vivió?

Aquí donde las palabras no son la certeza, no hay, aquí nadie supo de nadie porque nadie pasa, ya nadie pasa, aquí está el doble silencio.

Está el frío estéril que recorre tu historia y que nada quiere decir.

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Soportar los pasos desatinados de un baile nunca bailado.

El cuerpo es torpe, carece de sentido, las palabras se ensimisman en la nada -la condena- dispersa en su obscuridad.

No hay fondo, tu mirada no tiene fondo, es el enigma que no devuelve.

Y la muerte que viene y va, cada noche dialoga usando tu nombre, impone tus melodĂ­as, tus versos mĂĄs dichos y desdichos sumergidos en un par de gotas de alcohol, impone tu desnudez con esas letras que me faltan, impone el sonido de tu lĂĄpiz desgranĂĄndose en una libreta cansada de tantos viajes, impone con malicia las mutiladas palabras que no dedicaste.

La muerte, tu decir, las voces huecas y una renuncia voluntaria.

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Al caer

(Basado en el cuento El Balcón de Felisberto Hernández) Claudia Vázquez

Observar a la gente puede ser una de las experiencias más entretenidas en este mundo, o la más aburrida, si eres un simple balcón, como yo. El único momento en el que mi existencia vale la pena, es cuando ella viene a verme.

No sé exactamente en qué momento me enamoré. ¿Acaso fue cuando vino por primera vez? A través de mis ojos se maravilló con los romances que cada tarde ocurrían ante nosotros. El amor breve y conciso de las parejas tomadas de la mano, caminando a paso firme, me hacen pensar en lo solo que había estado tantos años, hasta que ella apareció en mi vida. Y es que, siendo un balcón, soy apenas perceptible. La gente mira de frente, observa las paredes, el gran portón al costado de la casa, pocos alzan la vista. Sólo algunos notan mi presencia.

Somos ella y yo, con las luces de colores que se reflejan en su cabello, tan apacibles nuestras tardes escuchando su respiración, sabiendo que existo porque ella vive en mí. Pero todo cambió aquel día, cuando el intruso la miró por la ventana y la atrajo hacia él, lejos de mi vista, pero en ese momento no le di importancia, ¿qué podría darle él, que no tuviera a mi lado? Ella misma ha dicho que soy su único amigo.

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El resplandor que entra por mis ojos, le ilumina el rostro, ella me mira pidiendo un poco más de sol y yo la complazco, aunque muy a mi pesar, el reflejo de los destellos desgasta mi pintura y mi fortaleza. Antes me sentía firme como un roble, pero ahora me resquebrajo y me esfuerzo para que no lo note.

La escucho a lo lejos, las palabras salen de su boca como notas ligeras. ¡Ay, amo sus poesías! Tan llenas de ingenuas ideas que me hacen entender que nadie ha roto nunca su corazón, y yo, lucharé hasta el cansancio porque así permanezca. El intruso la escucha, pero no la entiende, nadie lo hace, ni siquiera su padre, solo yo.

Creamos historias con personajes ficticios. Una mujer llamada Úrsula, es casi siempre la protagonista. A mí me gusta verla crear atmósferas tan irreverentes, que en ciertos momentos, pequeños pedazos de mi corazón se rompen en mil pedazos.

Esta noche, todo ha ocurrido muy rápido. Había notado con desconfianza que el intruso ocupaba cada vez más minutos de su día.

La ventana, que tiene ojos por todos lados, le ha visto entrar a su habitación.

Un grito me despierta de mi somnolencia, es ella. ¿Qué le ha hecho? ¿La ha lastimado?

Es posible que haya fallado en mi única misión en la vida. No logré protegerla y me desmorono al caer… hacia el vacío… hacia la nada.

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Horacio J Hernรกndez - Fotรณgrafo

Sobre la (in)capacidad de mirar(nos) Alberto Isaac López Díaz González

Este oficio, Dios mío, tan precario de ir conjuntando la mirada y el verbo…

Francisca Aguirre

La Ciudad que habito es por demás extraña. Cuentan, quienes acaso saben lo que cuentan, que en Ella cada puesta de sol es tan distinta como diversos sean los ojos que le miran. Sin embargo, lo que omiten contarnos es que la capacidad de mirar concierne, más que al sentido de la vista, a la amplitud sentiente de nuestros sentidos (sean éstos, necesariamente, más de cinco).

La vista es un proceso biológicamente unidireccional; enfrenta, por así decirlo, cara a cara y en línea recta. La vista, dirá María Zambrano (2013) siguiendo el pensamiento platónico, percibe la belleza que brilla, más no puede percibir la sabiduría (p. 36). La mirada, en cambio, rodea y, sin prisa alguna, permite el encuentro con la presencia. Presencia cuyo sentido, enunciará Ramón Xirau (2010), es este estar en el mundo (p. 31).

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Poca cosa nos ofrece entonces la mirada, si en ella habita la oportunidad de la pertenencia, de la vinculación frente al desarraigo. La mirada es posibilidad latente de relacionarse con aquello que nos rodea y de reconocerse en ello. En este sentido, podemos permitirnos dudar de la existencia de las simples casualidades: ni por fortuna ni por castigo, el cielo que miramos corresponde al intercambio de aquello que habita en nuestras entrañas con lo que reside fuera de ellas. Entiéndase así a la mirada como un diálogo abierto. Sin embargo, tan absurda debe ser la pretensión de mirar todo cuanto existe como la de poseer lo que se tiene enfrente con el hecho de mirarle. Sor Juana Inés de la Cruz, en su Primero Sueño (p. 36), ya nos lo advertía: Y por mirarlo todo, nada vía, Ni discernir podía (…)

Apelar a la mirada en una época demandantemente visual, bien podría parecer una redundancia verbal.

No obstante, marcada la distinción, el priorizar el sutil ejercicio de la mirada en lugar del ojo siempre alerta de la visión, significa establecer una distancia elemental para el discernimiento, más aún cuando nos encontramos inmersos en la saturación. Esta propiedad de la mirada, que a bien podemos enunciar como amplitud, es capaz de armonizar las contradicciones que a simple vista nos parecen absurdas e irreconciliables, es decir, nos permite develar la belleza del mundo por difícil que parezca. En efecto, no se trata de cualquier belleza, escribirá Nietzsche (2017), sino aquella que se insinúa lentamente, la que uno lleva dentro de sí en el pensamiento, y que un día, soñando se vuelve a ver delante, y que por fin, después de haberse circunscrito con modestia en nuestro corazón, toma posesión completa de nosotros (p. 486).

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La propuesta es simple, pero en nada sencilla. Lo que es visible, será siempre susceptible a mirarse, pero antes (y durante) uno debe aprender a mirar, recordando que el aprendizaje es inevitablemente selectivo y limitado. La mirada nos recuerda, además, nuestra mesura humana en un mundo no del todo humano. Ser la mirada que mira (p. 80), como escribiera Esther Seligson (2000), es ser ese mirar en todo el cuerpo (p. 80) y con ello conjugar mirada y verbo en un poema, vivir el recuerdo y el olvido en un mismo aroma, emprender un vuelo sin movernos del sillón, andar el horizonte frente al mar sin siquiera saber nadar.

La sentencia en nuestro tiempo parece ser irrefutable, no así irreversible: en tanto nos empeñemos en permanecer ciegos, continuaremos extraviados. Mirar, mirándose, es reconocer la diferencia que nos envuelve y, sin embargo, procurar el punto de encuentro en lugar del exilio de sí. Qué maravilla ocurre cuando dos miradas convergen, seguirá pronunciando Paz, el poeta:

el mundo cambia si dos se miran y se reconocen (…)

Referencias · De la Cruz, Sor Juana Inés (2016). Primero sueño. Secretaría de Cultura. México. · Nietzsche, Friedrich (2017). Obras maestras. Friedrich Nietzsche. Editores Mexicanos Unidos S. A. México. · Seligson, Esther (2000). Escritura y el enigma de la otredad. Ediciones Casa Juan Pablos & Ediciones Sin Nombre. México. · Xirau, Ramón (2010). De la presencia.

Discurso de ingreso a la Academia Mexicana de la Lengua, 25 de octubre de 1994.

Universidad Nacional Autónoma de México.

México. · Zambrano, María (2013). Filosofía y poesía. Fondo de Cultura Económica. México. · http://fuentes.csh.udg.mx/CUCSH/argos/ antologi/paz.htm · http://poeticas.es/?p=954 19

La Hieródula Genoveva López

No recuerdo cuanto tiempo hace que llegué aquí, tampoco sé si yo vine o me trajeron, sólo sé que me veneran y que cada día llegan hombres de distintas regiones a visitarme para llevar a cabo el rito de la cópula que bendice sus campos para tener buena cosecha. Ellos traen regalos como agradecimiento. Saben que mis compañeras y yo somos sacerdotisas y podemos hablar con los dioses y lo hacemos.

Entregamos el cuerpo en un éxtasis frenético que rememora la entrega de la Diosa, de la Gran Madre dadora de vida, la tierra entregándose al cielo. La hierogamia originaria que es representada cada año para bendecir la tierra, la familia, la renovación, la vida y el alimento.

Dicen que soy una Hieródula y lo dicen con mucho respeto.

Tenía 11 años la última vez que me mataron. Vivía en Arabia y mi muerte ocurrió el día de mi boda. Me casaron con un hombre 30 años mayor que yo. Un hombre que era amigo de mi padre y que había enviudado por segunda vez después de que su esposa muriera de parto. Ella tenía 14 años. Él ofreció ganado y dinero a mi papá y nos casaron. Recuerdo su mirada cayendo sobre mí antes que su pesado y pestilente cuerpo… después todo fue dolor. Observé mi cuerpo inerte mientras me elevaba. Tenía 11 años la última vez que me mataron.

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Dicen que en el principio era el verbo, pero en el principio era la tierra madre, la que se reproducía por partenogénesis y alimentaba a sus pobladores sin la intervención de los humanos. La madre tierra daba sus frutos y nosotras dábamos hijos. El ciclo de vida y muerte se veneraba en nuestros cuerpos con adoración y respeto. El vientre femenino es el hogar del hombre. El pubis su entrada al cielo. ¡Sal de aquí puta! Me gritó mientras me aventaba a la calle. Cuando caí me arrojó unos cuantos billetes a la cara y entró de nuevo al edificio. Un hotel de paso sobre Tlalpan al que yo suelo llevar a mis clientes. Esos clientes que me hablan con palabras bonitas y me tratan de seducir con sus sonrisas y chistes tontos mientras llegamos a un acuerdo - ¿Cuánto bonita? Los halagos se acaban al pactar el precio.

He vivido muchas vidas, he reencarnado desde el principio de los tiempos, en Nueva Guinea me llamaban Hainuwele y con mi muerte surgieron los frutos de la tierra. Para los griegos mi nombre era Hetaira y mi educación era tan refinada que los antiguos filósofos disertaban las cosas del mundo entre mis brazos.

Algunos dicen que mi oficio es el más antiguo. Jamás fue un “oficio”, ellos lo banalizaron por miedo, nos sacaron de los templos, nos arrojaron a las calles, nos metieron en prostíbulos, nos pagaron por poder tener acceso a nuestros cuerpos.

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Ayer me mataron en un campo de algodón, llegaron los sicarios y nos “levantaron” a mí y a mis cuatro amigas. Trabajamos toda la semana en la maquiladora y salimos al baile. Entre los que nos sacaban a bailar había dos hombres que nos preguntaron con quién veníamos y qué de dónde éramos, nos invitaron otra copa a la salida y en lugar de llevarnos por la copa nos llevaron con su jefe. Ya de ahí todo fue dolor y espanto. Nos violaron entre muchos, nos golpearon mientras nos insultaban uno tras otro y cuando nuestros cuerpos quedaron hechos un despojo, nos rociaron con gasolina y nos prendieron fuego. Ayer me mataron en un campo de algodón.

Recuerdo tiempos mejores. Hace unos 9000 años a. C. en Siria, cuando por medio del cultivo se asoció la fertilidad de la tierra con la fecundidad de los vientres femeninos ¡Ah! Tiempos imposibles de olvidar, aquellos en los que las mujeres éramos el equivalente de la tierra y la siembra representaba la cópula mediante la cual la tierra y la mujer daban sus frutos. El gran misterio que rige el origen de la vida. Recuerdo con amor esos tiempos.

Me arrojaron de los altares al infierno, me separaron de mis hermanas, me inculcaron la desconfianza y los celos de las demás mujeres y tengo miedo. En cada guerra entre los hombres, he sido parte del botín, han asesinado a mis hijos y me han preñado con su estirpe, me esclavizaron para dar placer, para trabajar en casas y cuidar enfermos, ancianos, animales, para criar a la humanidad sin paga y sin queja por todo ello.

Me quemaron por bruja, por tener conocimientos. Me han robado los sueños, la risa.

Soy parte de esa mitad de la humanidad a la que le ha sido conculcado todo derecho.

La misma mitad que siendo mayoría numérica, siempre ha sido minoría en su acceso al poder, a la propiedad y al conocimiento.

Me han llamado de todo, pero Hieródula, sigue retumbando en mi pecho.

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Todo el día la noche Daniel Solano

Tengo pausada la noche. Aquí, dentro, la negación hace su cátedra: pupilas que al despertar rastrean formas; líquida ilusión que me confunde con otro: un mueble, un sonido. Simplemente he sido quien no despierta.

Es cierto que he intentado y que he dado tiempo al tiempo para que sea y me diga. Sin embargo, me pregunto ¿qué hay de mí en estas riendas flojas del tiempo? (nombro tiempo a la cápsula frenada de este andar sin insomnio o porvenir). ¿En dónde me ato a los sucesos que me ocurren? La espera es lo único que habita aquí, intentando escapar, y ajustarse a la medida de mis sueños; pero no...No. Sin margen o llegada la espera es un juguete rabioso: cava y hunde; entierra el auxilio y muerde la palabra. ¿Qué deja? Una y otra vez, días circulares y parálisis (se impregnan partículas de miedo).

También me pregunto: ¿por qué mi tiempo no se marcha? ¿Por qué sigo mirando por debajo de mi esperanza aquella falta de luz que me tiene atado, que me tiene con los brazos arando un cielo que no acaricio, que no me espera, que no sabe que existo?

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Y hay días, días en que despertar no es lo primero que hago. Cuando encarno mis pies en la tierra suelo ser una ausencia plantada al borde de la cama. Hay días enteros en que me encuentro desapercibido anunciada la mañana.

El tropiezo está medido. El único salto se concentra en lograr identificar la fisura en la garganta. Prolongar el grito. Yo opté por el fallo, por la interrupción…

Salgo entonces a buscar la muerte con la aventura en la carne. Nace en los pies la tierra, camino de adiós que va surgiendo.

Brumosa nostalgia, que celebra la mañana confundida, me saluda.

Los senderos me atienden, me miran echado en mi suerte de hombros delgados, con mi cuerpo duro.

Oración fantasma, que surge del cielo apagado de mis labios, acude a mí: ¡Despierta a los dioses colgados en el panteón de mis ojos! Diles de nada, del pesar del mundo y de hacer el mundo mi memoria...

Y si viene el silencio, entonces déjame tú, silencio, creer en algo más alto, cuando eleves mi tristeza por la levadura de los huesos, donde la oscuridad teje la paz y le da nombre a mis muertos…

Vuelvo al marco de la puerta y no respiro, me arrojo dentro. ¡Qué se encoja la sonrisa capturada en este trozo de día, que baile el odio y tenga qué llorar!

Miro todo el día la noche. No soy siquiera un cadáver en exceso: polvo que viaja rancio, que traza un final.

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Horacio J Hernรกndez - Fotรณgrafo

La promesa de los amantes Juan Manuel Esquivel

I No hay nada más hermoso que una cita de amor […] a escondidas del sol.

Gabriel Ruiz, bolero

Fue hace más de un año. Yo debía esperar a la noche. Nanacamilpa estaba triste pero sobre su suelo recién llovido el frío y la soledad caminaban felices. Esas calles, largas y rectas, de adoquines rojizos y fachadas cafés me recordaron —no sé por qué— a algunos barrios de Iztapalapa; excepto que a éstas las rodeaba el bosque, la neblina, el silencio. Y los tres estaban sostenidos por cerros prolongados sin fin hacia el horizonte, más allá de milpas y la quietud de alguna laguna.

Después, mire una charca: algunas gotas, mi reflejo, empezaron a distorsionar.

II […] y después Eros el más hermoso entre los dioses inmortales, que rompe las fuerzas Hesíodo, Teogonía

Tras descender del transporte caminé sobre lodo rojizo hasta muy dentro del bosque. Todo era verde, profundamente verde: los pinos, sus ramas, la retama; el aire, un bálsamo relente y puro. ¡Cuánto gocé respirarlo! En las montañas de Tlaxcala julio es frío y muy húmedo. Sus lluvias ahuyentan; pero también convocan: aquí el tiempo nublado es encuentro, un llamado de Amor.

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III Porque la belleza, Sócrates, no es como te imaginas el objetivo del amor.

—¿Cuál es entonces? —La generación y la producción en la belleza. —Sea, respondí.

Platón, El banquete

Conversando con lugareños, la noche. El cielo cerrado pasó de brillante plata a oscuro gris acerado. Entonces, Felipe, un viejo ejidatario, advirtió con sigilo: “allá adentro ni hablamos ni preguntamos nada, que no sepan que allí estamos”. Apenas calló, yo seguía sus pasos. Lo hice a tientas bajo la lluvia que otra vez volvía, pero lenta, como si los minutos se detuvieran. Y de súbito, paramos: —Ahí viven —susurró Felipe señalando la maleza.

—Están saliendo, miren — dijo quedo uno de sus nietos.

Y unas diminutas luces astillaron el oscuro cristal de la noche: los machos sobrevuelan la hierba: las hembras los llaman debajo de ella: en un instante lo han conquistado todo: estoy en una ceremonia de Amor.

IV Soy hombre: duro poco y es enorme la noche Octavio Paz, Hermandad

Bien sabido es que con cielo nublado las estrellas no se ven, pero si volara, aquella noche, sobre el suelo del Santuario de las Luciérnagas, como retribución, habría avistado constelaciones (en realidad, las habría leído y ellas a mí: también soy escritura1).

Hombre de la ciudad, había llegado a estas montañas tan olvidado de la naturaleza; pero la sangre es agua y tierra. Bastó entrar al bosque para recordármelo. Y ahora, mientras escribo, no lo dudo: ahí el tiempo se detuvo. Como un hechizo, el bosque se transformó: los árboles se volvieron altas vigas renegridas; sus copas, algodones oscuros de bordes apenas distinguibles bajo el cielo; el cielo, una plomiza seda extendida. En aquella humedad carente de color y calor, las luciérnagas eran chispas de la fragua: intensas, candentes.

Señoras del bosque, por doquier volaban silentes. Me sentía hechizado: un árbol recibiendo una sosegada lluvia cuyas gotas escuché caer una a una. Me sabía tan intruso, la vida que miraba no era humana; pero al mismo tiempo fui tan pleno, sin miedo a la muerte. Porque sin entender comprendo que antes de mí, todo ha estado y después de mí, todo continuará: soy parte de un cosmos.

1

Evoco el mismo poema del epígrafe.

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V Los mitos nunca han querido ser una ex-plicación sino una im-plicación del mundo.

Francisco Segovia,

Antes de partir uno de los ejidatarios, colaborador de los científicos que estudian la zona, me explicó que las luciérnagas gustan de la humedad para reproducirse y por ello descienden a la hojarasca. Ahí, macho y hembra forman una sola luz que se extingue hasta terminar su unión. ¿Pero cómo implicarse2 en los misterios de la naturaleza, de lo no humano? ¿Cómo sosegar el vértigo frente a ello? Al mirar a las luciérnagas, sólo pude imaginar esta historia: Años atrás —miles quizás— dos amantes condenados a muerte juraron reencontrarse. Y ella prometió a él: “cada año, cuando la tierra se moje con el agua del cielo, nos amaremos al anochecer”. Y él esto juró a ella: “la luz de mi cuerpo será nuestra señal en la oscuridad”.

Han cumplido. Y así, cada verano. Aunque otros los amantes sean —es breve la vida de las luciérnagas— siempre será la misma promesa.

Julio 2017 Octubre 2018

Esta idea está magistralmente expuesta en el ensayo Invitación al mito de Francisco Segovia en: Invitación al mito, México, Ediciones Sin Nombre, 2001.

2

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La ciencia antigua

Carlos Vázquez Calzada y Hugo Labourdette Durán

Y Dios dijo: sea la luz y fue la luz Génesis 1: 3 La cosmología nos enfrenta a misterios profundos, preguntas antes tratadas sólo por la religión y el mito.

Carl Sagan

Rafael Argullol, en su ensayo El Laberinto Invisible, resalta el paralelismo que existe entre la ciencia moderna y la mitología: ambas bosquejan respuestas a una serie de temas que inquietan hasta la fecha y entre los cuales tenemos dos de capital importancia: el origen de la Tierra — que implica el del universo — y el de la vida.

El Libro del Génesis ofreció una respuesta por demás poética: Dios organizó el caos reinante; creó los cielos, la tierra y la luz, que separó de la tiniebla en día y noche; procreó la vida e hizo al hombre con características especiales, entre ellas su curiosidad que alimenta su intelecto. La inquietud de conocimiento de las comunidades del medio oriente se calmó con el mito del origen que ellas mismas concibieron o que les fue revelada por el Libro que viene del desierto.

En todas las culturas occidentales existen relatos similares al Génesis —como la Teogonía, en la que Argullol encuentra coincidencias con la Teoría del Big-Bang — en los cuales un ser superior dirige la energía creadora de la existencia y el cosmos. Leer tales historias dentro de un ámbito estrictamente religioso, impide apreciar en ellas el esfuerzo mental y la desesperación de los antiguos por obtener respuestas con los elementos que tenían a su disposición. Bajo esa idea, los mitos son el resultado de una ciencia en ciernes, cuyo postulado máximo son los dioses.

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New Order, Joy Division y el cómo sobrevivir a la catástrofe Xavier Ariza

En 2014 el músico Bernard Sumner publicó su autobiografía New Order, Joy Division y yo la cual, dos años más tarde, editó Sexto Piso con traducción al español de María Tabuyo y Agustín López Tobajas.

He de confesar que no me entusiasman este tipo de lecturas, muchas veces de farándula, pero considerando la vida de este británico, cambié de opinión. Y quizás ha sido más la curiosidad por saber cómo logró la sorprendente mutación musical de sus bandas: desde el Unknown pleasures de Joy Division en 1979, pasando por Movement —ya como New Order— hasta el bien logrado álbum Techinique de 1989. Del sonido post-punk a la apertura de nuevas tecnologías y sin convertir su música en un sonido meramente electrónico, sino siempre acompañado por la profundidad de ese bajo tan peculiar; de todo ello da cuenta este libro.

Hijo único, capricornio y nacido en 1956 en Manchester, Bernard Sumner recuerda una infancia difícil en Salford, lugar que los diarios hacían notar como “el barrio más marginal de Inglaterra”. Alrededor de los 20 años, con un trabajo burocrático a cuestas y sin contar con estudios previos, salvo revistas tipo “aprenda a tocar guitarra”, decidió componer música, la cual fue un reflejo del difícil entorno de aquella Inglaterra; reflejo también de su deseo por derrocar dinosaurios musicales.

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Y es justo cuando el punk empezaba a tomar auge en el Reino Unido que funda con Ian Curtis, Peter Hook y Stephen Morris la legendaria Joy Division. Pero con sólo dos álbumes de estudio y un futuro prometedor, la muerte de Curtis —vocalista y letrista— malogra la carrera de la banda. Sin darse por vencidos, él y los demás integrantes se abrirían nuevo camino como New Order. La transición fue complicada: cambio de estilo (la teclista Gillian Gilbert será clave) y sobreponerse tanto al suicidio de su vocalista como a la sombra de los logros previamente obtenidos. ¡Y vaya que lo hicieron! Su éxito, más que comercial, creó una tradición en el pop, rock y electrónico que perdura hasta la actualidad.

New Order, Joy Division y yo documenta conciertos históricos en Manchester, como la primera presentación de los Sex Pistols con sólo cuarenta asistentes o la única vez que Lou Reed tocó en la ciudad: “Lou estaba completamente chiflado, siguió rompiendo micrófonos uno tras otro. Supongo que, en cierto modo, aquél fue mi primer concierto punk”, detalla Bernard Sumner. Pero también relata cómo él fue relacionándose con gente que le influiría decisivamente: Tony Wilson, Rob Gretton, Peter Saville y Martin Hannett. Todos ellos, ya sea produciendo discos, diseñando portadas o dirigiendo el rumbo de Joy Division o New Order, ayudarían a construir el culto por ambas bandas.

Pero este libro va más allá de anécdotas y procesos creativos: los fracasos económicos también están incluidos (será que de ellos se aprende tanto), como la producción y distribución de su sencillo más vendido —la impresionante Blue Monday—, donde por cada single vendido perdían dinero. Asimismo, las pérdidas de seres queridos también se cuentan. No únicamente la de Curtis, también otras.

Y no es sólo un barco que se sumerge. New Order, Joy Division y yo contiene momentos mágicos como el encuentro de Bernard con un caballo blanco previo al fallecimiento de Ian. Por algo, bien cierra Sumner su libro diciendo: “Sí, éramos hedonistas; sí, nos emborrachábamos […] ¡Y qué! […] Este libro trata de lo que significa verdaderamente estar vivo. Trata de cómo sobrevivir a la catástrofe.”

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Era mi chava y yo la quería un restorán Daniel Jackson

Nunca pensamos que este día llegara, pero parece que ha llegado. Voy a volver a leerles la más reciente información que hemos recibido: “Washington. Después de la formal declaración de guerra, las dos potencias indicaron que usarían armas convencionales, pero que, de acuerdo a las necesidades de la presente situación, también podrían recurrir al armamento nuclear y bioquímico. Según fuentes autorizadas…

KKKGGGGHASASRGGGHHHHHH………” ÚLTIMAS PALABRAS DE JAVIER ALATORRE DESDE UN NOTICIARIO BRUSCAMENTE INTERRUMPIDO.

Era mi chava y yo la quería un restorán.

Y eso que ya no quedan muchas cosas ni muchas gentes que querer, palabra de valedor. Ruinas de casas y esqueletos de animales y fierros retorcidos y vidrios rotos por todos lados. Un méndigo cielo tan contaminado que, cuando no está gris, está negro o está rojo, pero ya ni de chiste se pone azul. Vagar como menso, dormir donde la noche lo agarre a uno, tragar lo poco que uno se encuentre, apretarse el estómago y ya. Si bien que lo digo en una de mis canciones: “¿Te comiste cuatro ranas? ¿Medio gato te aventastes? ¡Pa´banquete el que te distes, yo no tuve ni un ratón!” Y llevar un cuchillo o una piedra o un palo y andar muy trucha con las fieras y los rateros y los que tienen más hambre que uno. Pero ultimadamente qué me importa si vivía como vivía y cantaba como cantaba y mal que bien ahí andaba por los caminos con mi guitarra y con mi chava que, así maltratadas como ya estaban, eran mis únicos y mis últimos amores…

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es mi chava y yo la quiero está puerca está amolada como torta traqueteada pero es mía y no la suelto Era mi chava y yo la quería un restorán.

Así como era ella, mechuda y tuerta y bien coja, pulguienta y piojosa y con el bonche de cicatrices en el cuerpo y en la cara, sin la mitad de los dientes en su buchaca y con la otra mitad bien retacada de suciedades y de caries (con eso de que ya no hay dentistas y los que todavía hay, las bandas se los pelean, y así me lo contó un cuate que sepa la bola dónde quedó que le decían el Alaska). Pero yo la quería porque siempre jalaba a donde yo jalara, y me ayudaba y me hacía fuerte a la hora de los trancazos, y nunca se me escondía y nunca se me rajaba, y fajábamos padre y nos agasajábamos padre y su cuerpo hasta parecía fabricado a la medida de mi cuerpo. Y todos los que me la veían me la súper envidiaban, porque si antes de los bombazos el problema era que casi no había chavas jaladoras, ora el problema es que ya casi no hay chavas. Nunca se quejaba y siempre me apapachaba y sus besos me atarantaban y me alocaban y me sabían a pura frutita, a fruta verdadera, a fruta carnosota y jugosota, a esa mera fruta refrescante de cuando la tierra todavía era buena y todavía daba fruta buena…

Las canciones: cómo nos fregaron con las bombas, cómo nos fregamos con los días Era mi chava y yo la quería un restorán.

Pero me la bajaron allá en lo que antes se llamaba Ciudad Neza.

(Ah, qué Neza tan chistosa, siempre llena de tolvaneras, nomás que antes las tolvaneras eran cafeses y ora son anaranjadas y así como efervescentes o fosforescentes o como se diga eso.) Me la bajaron los “Patricios”, la banda más fregona de todas las bandas de ahí donde antes se llamaba el Distrito. (Cayeron de sorpresa como granizada radiactiva, con sus machetes y sus cadenas y sus rifles y cada uno trepado en su motocicleta. Cayeron y dijeron que tochos morochos en el Distrito ya habían oído hablar de ella y que cumplían órdenes de su mero mero y cargaron con ella y así como se aparecieron se desaparecieron.)

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Pero era mi chava, mía y de ningún otro mono, ni siquiera el jefe de los “Patricios”, y que me lanzo a rescatarla con mi guitarra y mis dos cuartuchos de allá abajo y ya. Ya tenía el chorro de años que me había pelado de la capirucha, o más bien de la ex capirucha, porque me cae que allá la situación está pinches mil veces más canija, pero bien que me acordaba todavía de cada curva y cada bache del camino de retache, y luego como que me orientaba igual de fácil que los animales de antes, pa´terminar pronto mi nariz y mi instinto y hasta mis tripas me guiaban detrás de mi chava. Y vi muchos desmadres y vi muchas mierdas, pero ni en cuenta. Y olí muchas desgraciadeces y respiré muchas cochinadas, pero ni en cuenta. Y pasé por cascajos y por cráteres y por llanos que antes eran cerros y por cerros y más cerros de purititos desperdicios y purititos muertos, y por un pantano dizque venenoso que se me hace que antes era Bosques de Aragón o cercas, pero yo ni en cuenta, porque mi chava me jalaba y yo iba a donde ella me jalara. Y cuando me topaba con un ratero o con coyotes o con bandas, les cantaba unas rolas y se emocionaban y me daban las gracias y hasta tantita comida me regalaban (con eso de que ya no hay música o músicos ni nada de nada, de veras hasta se emocionan si oyen a alguien cantando) y me dejaban seguirle adelante y yo les seguía adelante y más adelante… allá abajo está lo gruexo allá abajo es la chifosca las vigas que cain y explotan los gases que siempre truenan las diarreas de la tierra el esmog recalentado abajito a cinco metros está la mera tiznada Era mi chava y yo la quería un restorán.

Y por mi chava yo me tragué mi saliva y le llegue a esa especie de panteón con techo que antes se llamaba la Merced. (Ah, qué Merced tan chistosa, que antes apestaba tantito por las sobras de verduras y frutas, pero que ora apesta miles de veces pior por los miles de cadáveres de perros y de gentes.) Ya no había ni taquillas ni torniquetes, pero ahí entre los montones de basura y de difuntos y de pedazos de difunto, todavía estaba el postecito con el letrero que decía “Merced” y también estaban las escaleras, y me fajé los pantalones y bajé y bajé sin retacharme ni un segundacho, que nada más iba a lo que iba y ya.

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Y le entré hasta abajo, al ex andén del metro, y apenitas me fijé en el calor que estaba haciendo, más fuerte que el calor de allá arriba, casi tan fuerte como el calor que estuvo haciendo en aquellos meses de la Bronca Final, y empecé a ver pa´qué lado cogía. (Clarín, si yo puedo ver en lo oscuro como los gatos, si es que todavía existen gatos.

Alguna mutación de provecho tenía que sacar de entre toda la bola de mutaciones inútiles que me han ido saliendo, ¿no? Si hasta descubrí un cacho de anuncio que decía que debíamos tener confianza en el futuro, y se me vino a la cabeza una película en que el bato se escapa de unos simios bien picudos y al final se esconde en un metro y se da cuenta que ese mero es su metro y que el mentado futuro los otros hombres lo mandaron por un tubo.)

Pero yo ya sé que no hay futuro ni hay presente ni hay nada, y seguí mirando y que entonces veo a dos fulanos que estaban ahí como vigilando, con sus garrotes y sus machetes y unas antorchas para alumbrarse. Y que se me acercan y que me dice uno: “Vente, el Líder y todos los de la banda te estamos esperando”. Y que me dice el otro: “Ya nos sabemos las rutas más o menos seguras. No le saques a los derrumbes ni a las explosiones”.

Y agarramos y nos metimos por un túnel y caminamos y pasamos por un vagón bien oxidado y bien agujerado y seguimos caminando y salimos del túnel y le llegamos a otro andén, que ya ni andén parecía de tantas piedras y tantos huesos y tantísimo estropicio, hasta que nos topamos con esa como piedra azteca que había en el corredor pa´transbordar, esa piedra así como con figura de plataforma que antes estaba al aire libre y donde había pastito y hasta podía distinguirse un poquito de cielo. Nomás que ya no había cielo y menos aire libre (si ya casi ni aire había) y el pasto tenía tiempo que se había chamuscado como la gente, y los derrumbes lo habían dejado todo tapado y sin salida y con temperatura de horno de rosticería. (Con eso de que el terremoto del ochenta y cinco no fue nada comparado con los que le siguieron.) Viéndolo bien, lo único que se mantenía en pie era la dichosa piedra azteca, maciza ella, redonda ella, grandota ella igual que antes, que ora se prendía y se apagaba y se volvía a prender con unas claridades medio rojas y medio moradas, así como reflector de congal de paso. (Con eso de que las piedras también le están mutando como los animales y las plantas.) Y a los lados de la Piedra… “¡Chale, chale, chale!” “¡Ese Jéndrix, ese cantante!” “¡Hasta que nos hallaste, Rockero!”, se pusieron a gritarme mientras me les iba acercando.

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A los lados de la Piedra, ahí estaban los “Patricios”, setenta, ochenta, puede que hasta cien culeros revueltos con las antorchas. Unos tragando sus cachos de animales, otros sus buenas porciones de humanos, y los huesos y la sangre se les escurrían de los hocicos con todo y baba, o si no ahí andaban vomitando lo que acababan de tragarse, y unos hasta estaban dándose un toque con esas yerbas que ora salen como hongos de las ruinas y que palabra que lo ponen a uno más pacheco que la mota de antes. Y encima de la Piedra estaba el Líder de aquellitos, parado, con las manos o las garras o lo que fuera en la cintura, con sus colmillos de dóberman de fuera porque se estaba carcajiando, y el tumor del trasero se le subía y se le bajaba como una culebra pintada de colorado, y las dos alas que le colgaban de los hombros, se le arriscaban como laminitas envueltas en celofán, y los dos cuernos o como cuernos que tenía mero arriba de los ojos que se le apagaban y encendían como si fueran foquitos puntiagudos o pedacitos de la Piedra. Y a la derecha del Líder estaba ni más ni menos que mi chava, más mechuda que una perra, más atascada que una cerda, llore y llore como si en un temblor o un bombardeo se le hubiera enterrado una varilla. Pero era mi chava y yo iba por mi chava y se las reclamé a grito pelado y con puras groserías. Y él que se sigue carcajiando y los “Patricios” que vuelven a soltarse igual que guacamayas pachecotas. ¡Chale, chale, chale, cómo le haces al cuento! ¡Chale, chale, chale, mejor échate una rola! ¡No manches, no manches, si hasta te crees muy muy! ¡Ése, mi Rockero, si no te hemos dado matarili es pa´que nos des un cantarili!

Y el Líder alzó sus brazos que parecían patas y los de su banda se callaron y me dijo con un vozarrón tan de matón que hasta me acordé de lo que era el miedo: “Nada se da de gratis, Rockero. Vas a cantar porque para oírte cantar estamos aquí y porque yo te lo mando. Y si le cantas con sentimiento y nos pasa lo que te cantes, me cae que puedes irte con tu vieja y ni un pelito les vamos a tumbar. ¿Sale y valedor?”

Y yo nomás sentí que crecía y me envalentonaba, así como si fuera yo y al mismo tiempo ya no fuera yo, como si fuera la Piedra y las antorchas y toditita la cueva del dominio, y que les replico sin fruncirme pa´nada: ¡ya van, jijos de la chingada!

Y tosí y escupí y le afiné a mi lira lo poco que todavía tenía de afinable…

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¡Y canté! Con una voz amolada y gacha como mi chava, pero canté.

Campechaneando las rolas que ya me sabía con otras medio improvisadas, pero canté. Echándoles hartas ganas pa´tronar más recio de lo que tronaba el aire, haciendo de cuenta que todavía existían los enchufes eléctricos y que mi guitarriux y mi gargantiux estaban cargadas con los puros kilos de voltaje de alta tensión, así como cuando la rolaba con mi conjunto en las colonias y en las fiestas, así como le hubieran hecho los del TRI si no se hubieran petatiado, así de plano como si las jetas y los bultos de los “Patricios” y su Líder y hasta mi chava no hubieran sido más que los colores y las formas y los alucines que veía cuando andaba bien pacheco y bien pedo y bien chemo en los reventones, canté.

Canté muchas ondas, canté muchos rollos, canté el guato de verdades gachas para darles en la mera torre y en su mera mother. Canté sobre el mundo que los de arriba nos habían quitado con su agua potable y sus árboles verdes y su comida pobrecita pero calientita y sus casas pobrecitas pero completitas y sus días de descanso pa´remar en Chapultepec y pa´jugar al futbol en los llanos y pa´noviar con las chavas y llevarlas al cine. Canté sobre el mundo que ésos de arriba nos habían dejado, sobre la contaminación y las guerras chicas y la Guerra Grande y la ecología que chupó faros, sobre la “laif dizque laif” que tenemos ora que llevar los que tuvimos la idiotez de no petatearnos. Canté con harto cansancio, canté con harto coraje, canté como si en la cantada vomitara la puerca vida, canté sobre el sabor que tiene una cabeza de rata cuando uno tiene la suerte de hallar y chuparse una cabeza de rata, canté sobre los cientos de morritos que nacen mochitos o malhechos y luego se mueren escupiendo la sangre y las tripas y hasta los huesos, canté sobre los fulanos sin banda que caían en poder de alguna otra banda que poquito a poquito les van quitando la piel a tiritas y todavía ni se han muerto y les dan su baño de arena y luego hasta los raspan y raspan bien raspados con un vidrio, canté lo que dicen de las nuevas enfermedades como el cáncer contagioso y la sífilis de un día y el nuevo sida que es más grueso que el cáncer y la sífilis y el viejo sida y que les da a todas todas las gentes y que prende más rápido que un catarro y que dura años y más años y que empieza con una bolita roja en la frente y que sigue con ronchas y tumores y hoyos en la carne y en los huesos y una peste pior que cincuenta cadáveres revueltos y que acaba con el esqueleto hacho mierdita y el cerebro hecho gelatina y los intestinos convertidos en una mezcolanza de puritito pus y puritita caca, a lo pelón les canté la mera neta y la mera neta es que todo nuestro maldito planeta está pior de fregado que si tuviera nuevo sida porque se está convirtiendo en puritita mierda y ya hasta debe de haber contagiado a los otros planetas y el cielos y las estrellas y más le vale y más nos vale morirnos pa´siempre.

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Era mi chava y de boleto me la llevé arriba, al hambre y la sed, a las tolvaneras, a los peligros, pero conmigo. Era mi chava y la de sentimientos más tiernos y calzones más bragados que nunca conocí. Y sólo ella podía pararme y ella me paró en nuestro camino, y me chilló y me pataleó y me confesó que el Líder se la había montado bien montada y me señaló la bolota roja que le había prendido en la frente y me dijo que el Líder le había contagiado la marranada ésa y escupiendo y babeando como zafada me gritó que no estaba dispuesta a irse pudriendo y deshaciendo como el desgraciado ése y me soltó un trancazo en la jeta y otro mero abajo de la panza y me sacó del cinturón el cuchillo y se lo metió y se lo volvió a meter bien hasta adentro una y otra vez y ya ni sé cuántas veces y se salpicó con todo lo pastoso y todo lo aguado que se le iba saliendo hasta que se cayó con el hocico por delante.

¡¡¡¡Cáááááááááámara, para qué carajos inventarían la vida si la vida es más méndiga que la méndiga muerte!!!!

Me callé y luego los demás siguieron callados.

Y luego se soltaron chiflando y berreando y aplaudiéndome como si hubieran sido paleros y yo un político de esos meros que en toda la Tierra nos hundieron en el agujero.

Pero a esas alturas yo ya estaba tan apabullado que ya ni los pelaba, y además pelarlos me importaba una chingada porque nomás me importaba mi chava. Y con mi chava se bajó el Líder de la Piedra, y caminaba medio atontado y le brillaban los oclayos como si hubiera llorado, y se me plantó enfrente y me dijo: “Tienes razón, carnalito, a tochos nos tocó parejo y a todos nos está llevando la misma fregada. Ya chole de encima seguirnos amolando unos a otros, caray.

Ten a tu morra: A pulso te la ganastes. Y ten también esto que vale mucho pero que yo te regalo pa´que nadie quiera hacértela de tos”.

Y ahí quedó con el fierro bien enterrado y las patas bien retorcidas y los ojos y la lengua de fuera, toda ella remojándose en un charco de sus propias tripas y su propia moronga, así como hemos de quedarnos todos cuando todos acabemos de petatearnos.

En una mano me puso una de las manoplas de mi chava, en la otra me puso uno de los cuchillos que llevaba, cuchillo choncho, cuchillo filoso, de los que ya no se consiguen, fierro de Líder, pues.

Pero todavía me quedaba mi guitarra y era mi compañera, y nada más por eso recogí mi lira y recogí mi filing y me fui lejos, muy lejos, lejísimos del Distrito, canturreando por ahí lo que siempre canturreo por las caminos a ver si el polvo y la arena y las radiaciones me chillan igual que me chillaron los “Patricios”: Que era mi chava y que la quería un restorán, que me la bajaron en la Neza, que me fui a reclamarla a la merisísísíma capital..

Y los “Patricios” se echaron una porra por su Líder y de pilón otra porra por el Rockero…

Era mi chava y yo la quería un restorán.

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Horacio J Hernรกndez - Fotรณgrafo

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