Apuntes para la historia de las comunas de Recoleta e Independencia

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Apuntes para la historia de Las Comunas de Recoleta e Independencia

Periodos del 1540 - 1915

Eduardo Moreno Cisternas


Apuntes para la historia de Las Comunas de Recoleta e Independencia

Periodos del 1540 - 1817 Eduardo Moreno Cisternas


“Te miro gente, te respiro gente y acerco mis manos y te siento gente� Florcita Motuda


INTRODUCCIÓN

Editora e Imprenta Ltda. Primera Edición 2009. I.S.B.N. 10394-35460-46-655-6 Registro de Propiedad Intelectual Nº 150.424 Gente Gráfica Fono: (56-2) 357 44 34 claudiografico@gmail.com

Editora Ltda. Gamero # 5862 Santiago. Impreso en Santiago de Chile

Desde antes que sus callejones fueron tales, desde antes que sus calles fueran calles, hechos interesantes ya tenían lugar en la Chimba (palabra quechua). A medida que la civilización y el progreso aumentaban en el país, aumentaba su gente y nuevas historias nacían cada mañana, en cada persona que ha caballo, a pie, en carruaje o en carreta la cruzaba, fuere en son de paz o en son de guerra. En cada persona que la trasformaba en su hogar, en cada persona que en ella levantaba un templo, una escuela, un claustro, un puente, una biblioteca, un hospital, un camposanto, una industria, un almacén, un parque. En cada persona que también ahí vivió miserias y fracasos. ¿Quién se acuerda?, ¿Quién sabe cómo se vivieron allí los momentos más cruciales, los momentos más felices que nos ha tocado vivir como pueblo? En esta obra un puñado de historias cortas, aparentemente independientes las unas de las otras, pretende ir revelando el perfil de un barrio, su relación con el país; barrio que no por ser de los más antiguos es menos joven. En ellas, hasta en el más insignificante de los hechos, se descubren cosas de interés. En algunas se muestra su contemporaneidad con acontecimientos ocurridos en otros lugares del planeta o en Chile mismo: mientras allá sucedía aquello, aquí pasaba esto otro. Desde un rincón de la Chimba también se puede observar el mundo. Con el andar del tiempo las generaciones se suceden unas a otras, ignorando, en la mayoría de los casos, los hechos que las unen. Por eso, para las personas que vendrán mañana, estos breves y quizá desordenados apuntes, recopilados sobre las personas que ayer pasaron por la Chimba. Que, parafraseando a Freud, primero se necesita recordar lo que se ha olvidado, para olvidar. El doctor Feuerstein, uno de los discípulos de Jung, señala, asimismo, que “se planea mejor el futuro al tener en cuenta las experiencias del ayer; mientras más lejos se remonta una persona en el tiempo más amplio va a ser su futuro”. A lo mejor, con estas sencillas notas sobre la Chimba, con la rica iconografía que las apoya y con el bello diseño, en algo cooperaremos a enriquecer a los vecinos del sector, ahora Recoleta e Independencia, para quienes se hicieron estos apuntes.


ÍNDICE GENERAL

Introducción

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La Ermita de Montserrat Con yanaconas, peruanos y chilenos principia a formarse el vecindario de La Chimba Clérigos y militares vecinos de La Chimba La donación de Fray Rodrigo de Quiroga Nace el camino del Salto

Primera Parte (1540-1600) En La Chimba en 1540 A los pies del San Cristóbal El Parlamento de La Chimba Santiago pudo nacer en La Chimba Don Pedro de Valdivia primer vecino de La Chimba Alguno de los otros primeros vecinos La Ermita de Montserrat Don Pedro de Valdivia dona su Chacra de La Chimba a doña Inés de Suárez Doña Inés y Rodrigo donan la Chacra de la Chimba a Los Padres Domínicos Se reafirma el derecho de los Padres Domínicos sobre las tierras de Valdivia en La Chimba Fray Gil González de San Nicolás y los primeros años de

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Tercera Parte (1700-1800)

Cuarta Parte (1800-1817)

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Una trifulca espectacular La crecida del 30 de abril de 1748 La Recoleta Domínica La Biblioteca de la Recoleta Domínica El Puente de Palos de 1762 Don Luis Manuel de Zañartu vecino de La Cañadilla Jesuitas ocultos en La Chimba El Monasterio de Las Carmelitas Descalzas de San Rafael El Puente Cal y Canto Los impresos del Padre Sebastián Díaz El oficio de artesano no envilece ni inhabilita La inundación de 1783 División Administrativa La promesa de Monseñor Marán

La donación de Don José María Urmeneta El maestro Santiago Lincogur El confesor del Gobernador García Carrasco El confesor de Don Mateo Algunos coletazos del motín de Figueroa en La Chimba Fray Ramos Arce intenta reconciliación entre Jefes Patriotas ¡A Mendoza! ¡A Mendoza! Osorio en La Cañadilla El Baquiano Justo Estay apresura los acontecimientos desde el Calicanto La Guerra de Piedras La Novena del Niño Dios de La Chimba

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Segunda Parte (1600-1700)

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Un obispo en El Salto Doña Beatriz de Ahumada, “La Cautiva de Conchalí” Don Nicolás García y la Recoleta Franciscana ¿Un OVNI en 1647? Un Santo olvidado: Andrés de Guinea El primer puente sobre el río Mapocho Fray Pedro Bardeci

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Primera Parte


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En La Chimba en 1540 Pedro de Valdivia, el conquistador.

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or “el fin de 1540”, tal como escribió a Carlos V cinco años después (1), llegó Pedro de Valdivia a La Chimba, es decir, al valle de la orilla norte del río Mapocho, luego de once meses de cruzar soñando - de que otra manera lo pudo haber hecho - un mundo desconocido, fascínate, donde todo era novedad: sus gentes, sus ríos, sus árboles. Otros caminos diferentes por donde cabalgar se abrían a sus ojos. Tras cada paso que daba sobre las piedras curiosas, se despertaba una ambición y nuevos temores nacían en las mentes de todos, tanto entre los nativos ocultos, expectantes, que a hurtadillas veían avanzar la columna de intrusos, como entre los invasores. Ni las montañas permanecieron indiferentes al paso de Valdivia y de su gente. En mas de una ocasión falto el agua, algunas veces el calor y otras el frío perfilaron sombras de desaliento en las miradas de los españoles. Los nativos mas irritados por esta segunda irrupción en sus dominios presentaron fuerte resistencia y hubo emboscadas y combates, esporádicos, pero cruentos. No solo los araucanos eran fieros guerreros por estas tierras.

Dice Ercilla: “Tuvo a la entrada con aquellas gentes batallas y reencuentros peligrosos, en tiempos y lugares diferentes.” (2) Cuzco en enero de ese mismo año “después de haber oído misa en la catedral y recibido la bendición del obispo Fray Vicente Valverde” (3), rebosaba temeridad. Además, ya estaba en los cuarenta años de edad y esta era “su” gran aventura. A su lado, caminando su camino, una mujer excepcional: señora y barragana, tierna enfermera y guerrera brutal, amiga prudente y atinada, tan fuerte como delicada: doña Inés de Suárez, natural de Placencia, según Mariño de Lobera y cuyo apellido, como bien observa Medina, también solía escribirse Juárez; casada en Málaga, viuda a la sazón. Doña Inés, la más destacada de sus mujeres. Quienes le seguían, escasos para la empresa, carecían de destino en el Perú, y esta verdadera aventura era lo único que les ofrecía el Nuevo Mundo. Lo ha observado el historiador Sergio Villalobos “solamente los desplazados de la fortuna buscaron porvenir en Chile” (4).

Reproducción de la Espada de Pedro de Valdivia.

En realidad una columna de Quijotes fue lo que irrumpió en la Chimba, sin sus molinos de viento, pero con la fe de España a cuestas, cuando Valdivia inventó a Chile, allá, por el 1540. Entró el Conquistador al valle del Mapocho, zona poblada y de mucho ajetreo, al aproximarse el verano. Lo hizo por el mismo camino por el cual antes entró al valle el valeroso pero infortunado Diego de Almagro, a quien hasta el clima le fue adverso en su viaje a Chile (5), y, como se lee en “La Araucana”: “dar en breve la vuelta le convino” (6). Algunos años antes las huestes del Inca Huaina Capac al invadir el territorio usaron también la misma ruta: el Camino de Chile o Real, ayer la Cañadilla hoy la tumultuosa Av. Independencia. En el año 1613 unos añosos indios declararon ante el escribano público en pleitos trabados entre los frailes domínicos y algunos de los más pendencieros de sus vecinos que, efectivamente, por tal camino pasó el ejército del Inca. Incluso, uno de los testigos de nombre Tomás, nacido por 1515 y venido muy niño al valle del Mapocho, afirmó haber visto al propio Inca acampar en ese lugar (7), quizás hasta en el mismo sitio donde hoy no pocos santiaguinos esperan locomoción.

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Melchor Sixa, nacido a fines del siglo XV, posiblemente yanacona traído del norte y que llevaba viviendo más de sesenta años en las márgenes del Mapocho, aseguró, por su parte, haber entrado a este reino por “el camino del Inca que llaman de Chile” (8), en compañía del gobernador Pedro de Villagra. La declaración la certificó el escribano público Hernando García Parras. Este camino, sostuvo Abel Rosales por 1887: “Pasó exactamente, sin errar una pulgada de terreno, por medio de la vía pública conocida hoy por la calle de la Cañadilla” (9). La actual Independencia. Valdivia se detuvo entre un cerro grande entonces llamado Tupahue (San Cristóbal) y un cerro pequeño llamado Huechuraba (luego denominado, entre otros nombres, cerro Redondo y hoy cerro Blanco). Los terrenos pertenecían al pueblo indígena de Huechuraba, ubicado algunas pocas cuadras al norte de la actual calle La Unión. Delimitaba con las tierras pertenecientes al poblado indígena de Goya, lugar al que dieron el nombre de “El Salto”, debido al salto “que da el río Mapocho al caer”, según el cronista Miguel de Olivares. Alrededor de tres siglos más tarde la escritora María


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Graham comparó el lugar con las “Cascatelle de Tívoli”, el agua, escribió: “salta de roca en roca, desde la cumbre, ocultándose a veces detrás de tupidos matorrales, brillando otras el sol del mediodía” (10). En la actualidad una calle del sector lleva el nombre de esta visitante inglesa. Al partir Valdivia del valle de Copiapó, donde tomó posesión de Chile el 27 de agosto de 1540, para el valle del “Guasco” después de vencer a los rudos hombres de los caciques del lugar, mandó decir con pedantería al cacique de Gualenica que “supiese como él con toda su gente iba a poblar un pueblo como el Cuzco a las riberas del río nombrado Mapocho” (11); río a cuyas orillas se encontraba, imaginando al pueblo de que iba a fundar. Unos tres siglos antes, por el siglo XIII, cuando los araucanos invadieron el país cortándolo en dos, la capacidad militar de éstos, al igual que la de los invasores hispanos cuando la Conquista, fue muy superior a la de los antiguos dueños de la tierra, llamados desde entonces Picunches y Huilliches (12); del Itata al norte los primeros y del Toltén al sur los segundos. Valdivia, el nuevo invasor, acampaba ahora junto a los descendientes de aquellos primeros Picunches en el corazón de La Chimba. Una nueva historia se comienza a escribir desde allí, en aquel mismo instante, en el que la globalización comienza a gatear.

Santiago según el Padre Alonso de Ovalle El sacerdote jesuita escribe, “la Histórica Relación del Reino de Chile”, que vio la luz en 1646 en las imprentas de Roma. Allí aparecía este plano, mitad cierto, mitad idealizado, que muestra a Santiago como una ciudad europea, adoptando la imagen que sería más reconocible para los europeos o quizás mostrando la cuidad “prometida”.

Bibliografía: (1) Pedro de Valdivia, “Cartas de Relación de la Conquista de Chile”. Editorial Universitaria. Santiago, 1986, página 27. (2) Alonso de Ercilla, “La Araucana”. Imprenta Barcelona. Santiago, 1910, página 4. (3) Carlos María Sayago M., “Historia de Copiapó”. Editorial Fco. De Aguirre S. A., Buenos Aires, 1973, página 44. (4) Sergio Villalobos R., “Una Meditación de la Conquista”. Editorial Universitaria. Santiago, 1991, página 74. (5) Benjamín Vicuña Mackenna, “El Clima de Chile”. Editorial Francisco de Aguirre. Buenos Aires, 1970, página 19-20. (6) Alonso de Ercilla, O. C., página 4. (7) Justo Abel Rosales, “La Chimba Antigua”. Editorial Difusión S. A. Santiago, 1948, página 26-33. (8) Justo Abel Rosales, O. C., página 21. (9) Justo Abel Rosales, O. C., página 21. (10) María Graham, “Diario de mi Residencia en Chile”. Editorial Fco. de Aguirre S. A. Buenos Aires, 1972, página 125. (11) Gerónimo de Bibar, “Crónica de los Reinos de Chile”. Edición Facsimilar. Fondo Histórico J. T. Medina, 1966, página 28. (12) Mariano José Campos, “Nahuelbuta”. Editorial Fco. de Aguirre S. A. Buenos Aires, 1972, página 6, 7 y 8.

Además, se consultó: José Toribio Medina, “Diccionario Biográfico Colonial de Chile”. Imprenta Elzeviriana. Santiago, MDCMVI. Carl Grimberg, “Historia Universal”. Editorial Ercilla. Santiago, 1986, tomo XIII, página 141.

“Valdivia, el nuevo invasor, acampaba ahora junto a los descendientes de aquellos primeros Picunches en el corazón de La Chimba.” Eduardo Moreno Cisternas 10

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Santiago pudo nacer en La Chimba Pedro de Valdivia y su ejército hacia 1542 En Archivo Fotográfico y Digital Colección Biblioteca Nacional.

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ue Valdivia se alojó en la ribera norte del río Mapocho, en un punto denominado la Chimba y que pensó fundar allí la ciudad de Santiago, lo cuenta también el Jesuita Diego de Rosales por 1670, el cual señala que fue el cacique Loncomilla, señor del Valle del Maipo, quien al darle la paz, le recomendó que no poblase en ese lugar; que había otro sitio mejor en la otra banda del río, al lado sur, donde los incas habían establecido un poblado (1). Coincidente es la opinión de Justo Abel Rosales, el cual dice: “Sabido es por la tradición histórica que ha llegado hasta nosotros, por lo que nos han referido cronistas antiguos, que Valdivia acampó al norte del río antes de pasarlo a fundar a Santiago, y que aun estuvo indeciso sobre si trazar la ciudad al norte o sur del Mapocho, prevaleciendo al fin este último pensamiento” (2). León Echaiz revive bellamente el momento: “Los días -escribe- siguen trascurriendo y don Pedro de Valdivia con los suyos continua acampando en los faldeos del cerro San Cristóbal. El paraje es acogedor, protegido en sus costados por los dos cerros, con hermosas tierras aptas para el cultivo, con buenos canales de regadío. Una brisa fresca que viene del sur aminora el calor estival de aquellos días. Los hombres vacilan. ¿Y si se fundara allí la ciudad que tienen proyectada?” (3).

El hecho lo cita también el padre Gabriel Guarda (4). No cabe duda, Santiago estuvo en un tris de nacer en la Chimba. ¿Qué motivos tuvo Loncomilla para sugerir a los españoles que no fundasen su ciudad en la Chimba? No se sabe. En todo caso se cree que por sus estratégicas características los conquistadores prefirieron el sitio recomendado por el señor del Maipo, “que en esos años era una especie de isla” (5). EL 12 de febrero de 1541 decretó Valdivia la fundación de la ciudad en ese lugar. Así Santiago, la futura capital del naciente reino, la provincia de la Nueva Extremadura como lo llamaba el Conquistador, nombre que no logró arraigar y terminó imponiéndose el de Chile, extendió sus modestas calles entre los dos brazos que le iban quedando al río. Allí no les faltarían ni el agua ni la leña y, además, el cerro Huelén, que llamaron Santa Lucía, les serviría de atalaya. Los naturales de ese lugar fueron trasladados a otros sitios y como pueblo aparecen extinguidos a fines del siglo. Con el correr de los años y debido al incesante crecimiento de la ciudad -fenómeno que no se detiene- la capital de los primeros días y la

Chimba terminaron por fundirse. A mediados del siglo XVIII a la Chimba se la denominaba “barrio de la ciudad de Santiago” (6). Asimismo, desde un comienzo, la Chimba se fue separando en dos sectores que con el tiempo fueron adquiriendo fisonomía propia: Independencia y Recoleta. En 1991, tras 451 años del arribo de Valdivia y de su gente al valle del Mapocho, el Gobierno, siendo Presidente de la República don Patricio Aylwin Azocar, elevó cada sector de la antigua Chimba al rango de Municipio. Aylwin es uno de los numerosos descendientes de Diego Ortiz Nieto de Gaete, hermano de doña Marina Ortiz de Gaete (7), la esposa de Pedro de Valdivia, el primero de los propietarios de la Chimba. Jamás imaginó Valdivia, al parecer, el monstruoso crecimiento de Santiago, que pudo nacer en la Chimba. Ciudad a la que por 1872 se le llamó la “Perla de los Andes”. Bibliografía: (1) Diego de Rosales, O. C., página 340. (2) Justo Abel Rosales, O. C., página 30. (3) René León Echaiz, O. C., página 13. (4) Gabriel Guarda O.S.B., “Historia Urbana del Reino de Chile”. Edit. Andrés Bello. Stgo., 1978, página 28. (5) Francisco A. Encina, O. C., vol. I, página 137. (6) José Toribio Medina, “Cosas de la Colonia”. Fondo Histórico y Bibliográfico José Toribio Medina. Imprenta Universitaria. Stgo., 1952, página 5. (7) Julio Retamal Favereau, Carlos Celis Atria, Juan Guillermo Muñoz Correa,“Familias Fundadoras de Chile”. Editora ZigZag. Stgo., 1992, página 762-765.

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Piedra labrada con un párrafo extractado del texto de la carta que envió Don Pedro de Valdivia al Emperador Carlos V, el 4 de Septiembre de 1545, Cerro Santa Lucía, Santiago


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Don Pedro de Valdivia primer vecino de La Chimba Posiblemente así debe haber sido en aquellos días los primeros encuentros entre Valdivia y los Indígenas de Santiago. Grabado de Théordore de Bry (1528-1598)

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Óleo sobre tela, 120 x 80 cms. “Cerro Santa Lucía Santiago” Autor: Nelson Olate.

a ubicación privilegiada de la Chimba, vecina del “pueblo de más masa de este reino” (1), no pasó desapercibida a los conquistadores. En aquellos días, característica de todo el valle por lo demás, la Chimba era campiña verde y florecida, poblada de tórtolas, zorzales, jilgueros, tencas, picaflores y otras aves, alegres alborotadoras en medio de una vigorosa vegetación que se transformaba en cautivadores bosquecillos en las riberas del río, en medio de los cuales se erguían orgullosos algunos ejemplares de robles, palmas, pataguas, molles, quillayes, avellanos, espinos y hasta uno que otro cabalístico canelo. Lugar paradisíaco con olor a peumos, fragante a albahaca y perfumes de yerbas curativas. Panorama difícil de imaginar cuando uno se detiene en algún punto de las ahora encementadas Recoleta e Independencia y lo pasan rosando, atronadores, los vehículos. EL paisaje chileno no conocía todavía al asiático sauce llorón ni a su coterráneo el álamo, ni a los australianos aromos y eucaliptos. Valdivia, en virtud de la facultad otorgada por el rey a los pacificadores de América, en los primeros meses de 1542, cuando “repartió el territorio chileno, desde Copiapó hasta el Maule, entre sesenta vecinos de Santiago” (2), se asignó casi toda la Chimba.

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“En este reparto -dice Abel Rosales- cupo a él mismo, no había por qué dudarlo, el más hermoso y vecino llano, cual fue todo el comprendido entre el río hasta el Salto, al norte, y desde el camino de Chile hasta el cerro de San Cristóbal, al oriente” (3). Esta fue la única merced de tierras que tuvo en la zona. En 1546 cuando se procedió a la revalidación de las mercedes de tierra hechas por el Cabildo, se hizo mensurar las chacras vecinas a Santiago. Así, el viernes 19 de marzo de ese año se midió la chacra de Valdivia en la Chimba. El documento en cuestión, en su parte pertinente -copiado por Rosales- dice a la letra: “Declararon en este Cabildo los señores Rodrigo de Araya alcalde y Juan Gómez alguacil mayor que para medirttieras fueron diputados en este Cabildo pasado que las ttierras que tiene el señor gobernador pedro de baldivia cerca desta ciudad que son mapocho desotrapartte del rrío por su chacára semidio y tubodo sienttas y ttreinta varas descabesada y que correndesle el rrio hastta alindar con las tierras de Rodrigodearaya becino desta ciudad dondesedisse el saltto y linde con el camino de chili y descabesan en guachuraba por la otrabanda con la sierra arriba desta ciudad.-Juan Fernández Alderete.Rodrigo de Araya.- Juan Gómez” (4).


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Precisa Rosales que la vara usada entonces era de veinticinco pies y no de tres. Piensa León Echaiz que por sus deslindes y por su extensión la chacra de Valdivia “tenía frente al Mapocho por lo menos 12 cuadras lineales (doce cuadras y media calcula Rosales); y que su fondo llegaba más al norte del cerro Blanco” (5). Es decir, abarcaba, nada menos, que toda la antigua Recoleta. En su chacra Valdivia sembró “trigo, maíz, y lo demás para el servicio de esta mi casa” (6), y construyó al final de lo que hoy es la calle Juárez larga, (tal vez por donde se encuentra la calle Juárez corta), entrando por Recoleta a la altura del 400, frente al Liceo Valentín Letelier, una sencilla vivienda de paja y barro -mejores no se edificaban en el Santiago de esos días- en la cual vivía con doña Inés de Suárez. Allí le debe haber enseñado a leer a doña Inés su amigo el entonces cura Rodrigo González Marmolero (7). Valdivia y doña Inés alcanzaron a disfrutar alrededor de cinco años de la chacra de la Chimba: Cuántos proyectos, cuántas luchas, cuántas traiciones y desencantos, cuántos problemas debieron haber enfrentado ahí. Más, los únicos descansos que tuvieron los debieron disfrutar también en ese lugar: Discreto cómplice de sus amores. En 1548, cuando declaró Valdivia ante el Licenciado Pedro de la Gasca en el juicio que se le inició en el Perú debido a las numerosas denuncias de sus enemigos, subrayó, tras destacar la condición de “mujer honrada” de doña Inés, que ella, “en mi solar tenía aposento aparte” (8). En sus diversos quehaceres en su chacra de la Chimba don Pedro y doña Inés siempre contaron con el apoyo de sus fieles yanaconas peruanos.

Aquellos “que sirvieran en esta dicha mi casa y están y siembran en parte de aquellas tierras” (9); por cuya seguridad futura abogó y que, en definitiva, se transformaron en los más estables vecinos de la Chimba, como Gaspar, indio natural del Cuzco, que por merced del propio Valdivia recibió allí un terreno antes de 1554 (10); antepasado, probablemente, de millares de chilenos.

Bibliografía: (1) José Toribio Medina, “Colección de Documentos Inéditos para la Historia de Chile”. Secunda Serie. Tomo I, página 359. Stgo., 1956. (2) Francisco A. Encina, O. C., tomo I, página 167. (3) Justo Abel Rosales, O. C., página 36. (4) Justo Abel Rosales, O. C., página 37. (5) René León Echaiz, O. C., vol. I, página 56. (6.) Justo Abel Rosales, O. C., página 40. (7) Fidel Araneda Bravo, “Historia de la Iglesia en Chile”. Ediciones Paulinas. Stgo., 1986, página 17. (8) Jaime Eyzaguirre, “Ventura de Pedro de Valdivia”. Editorial Universitaria. Stgo., 1986, página 145. (9) Justo Abel Rosales, O. C., página 40. (10) Tomás Thayer Ojeda, “Santiago Durante el Siglo XVI”. Imprenta Cervantes. Stgo., 1905 página 104.

Oleo sobre tela, “La Chimba” Autor: Nelson Olate.

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Don Pedro de Valdivia dona su chacra de La Chimba a doña Inés de Suárez Doña Inés Suárez en defensa de la Ciudad de Santiago, Autor: José Mercedes Ortega 1897, Óleo sobre tela, 138 cms. x 206 cms.

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Oleo sobre tela. “La Viñita” Autor: Nelson Olate

as cosas no andaban bien para la Corona española en el Perú. En 1546, Gonzalo, el menor de los Pizarro se había levantado en armas. No se trata de un Bolívar ni de un Tupac Amaru Don Gonzalo sólo deseaba ser rey de las tierras conquistadas. En ese entonces aunque las noticias tardan muchos días en conocerse, Valdivia se entera a tiempo de lo sucedido. Majo Framis imagina a doña Inés impulsando a Valdivia -¿por qué no desde La Chimba?- para que parta al Perú: “Ve –dice-; ve, manda”. Hembra superior “antes que la posesión del hombre, desea la gloria del hombre” (1). Valdivia consciente de la oportunidad que se le presenta parte al Perú. Allí se pone a las ordenes del representante del Rey, el obispo Pedro de la Gasca, éste, en conocimiento de su experiencia militar, le entrega el mando de las fuerzas leales. Era lo que él esperaba; bajo su hábil dirección es vencido el insurgente en Jaquijaguana. Gonzalo Pizarro, “el alzado”, es finalmente ejecutado. Tras el triunfo La Gasca saluda a Valdivia como “Gobernador de chile”. Es su momento de gloria, su gran logro; pero, luego, viene el proceso en su contra. Bien lo intuían los griegos: los dioses envidian la prosperidad de los hombres.

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Tensiones, angustia, rabia; el severo pero sagaz prelado interroga, investiga, estudia, al fin falla. ¿Hubo connivencia de su parte? Lo concreto es que salió absuelto. Pero, ¡ah los dioses! Perdió a doña Inés. La Gasca sentenció: “…a Pedro de Valdivia, Gobernador y Capitán General por S. M. de las provincias de Chile, que no converse inhonestamente con Inés Suárez, ni viva con ella en una casa, ni entre ni esté con ella en lugar sospechoso; sino que en esto, de aquí en adelante, de tal manera se haga, que cese toda siniestra sospecha de que entre ellos haya carnal participación; y que dentro de seis meses primeros siguientes después que llegase a la ciudad de Santiago de las provincias de Chile, la case o la envíe a esta provincias del Perú, para que en ellas viva, o se vaya a España o a otras partes, donde ella más quisiere” (2). El dolor es grande. Muchas lágrimas debió haber derramado doña Inés de en La Chimba. Quizás algunas, furtivas, derramó también don Pedro, a hurtadillas, en el Perú. Pero la vida siempre gana: hay que recobrarse día a día. Ellos lo hicieron. Valdivia vuelve a Santiago en abril de 1549 a preparar su viaje al sur. No vuelve solo. Le acompaña la joven y hermosa Juana Jiménez.


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Doña Inés y Don Rodrigo donan la chacra de La Chimba a Los Padres Domínicos

Se cree que perteneció a Doña Inés de Suárez. Colección del Museo del Carmen de Maipú.

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Doña Inés, por su parte, ya estaba casada con Rodrigo de Quiroga, fiel amigo de Valdivia, algunos años menor que ella. Arauco es la meta de Valdivia, debe continuar la conquista desde allí, de donde se había tenido que retirar cuatro años antes. Más, al momento de partir, el 2 de enero de 1550, dona su chacra de La Chimba a doña Inés, a quien las encomiendas que le habían concedido debió quitárselas por orden del mismo de La Gasca, repartimientos que traspasó a Rodrigo de Quiroga. (¿Habremos heredado los chilenos algo de todos ellos?). De esta forma doña Inés entra en posesión de la mayor parte de La Chimba con su amada casa de adoración de “Nuestra Señora de Monserrate”, incluida; para cuya sustentación cuenta con las siembras y frutos de las generosas tierras que le donara don Pedro. Bibliografía: (1) R. Majo Framis, “Vidas de los Navegantes, Conquistadores y Colonizadores Españoles de los siglos XVI, XVII y XVIII”. Tomo II, página 1334. Editorial Aguilar. Madrid, 1963. (2) Alejandro Vicuña, “Inés de Suárez”, documento citado en Editorial Nascimento. Santiago, 1941, página 169.

Se transformó en la única mujer blanca que integraba la expedición que terminó con la conquista de nuestro territorio. Durante este tiempo, fue la amante de Valdivia.

stamos en agosto de 1558. Muchas cosas han sucedido en estos últimos ocho años: La derrota en Tucapel, la muerte de Valdivia; Carlos V ha desaparecido de la escena, en su lugar se encuentra su hijo, Felipe II; se han fundado nuevas ciudades; Santiago respira algo más tranquila desde la muerte de Lautaro en Peteroa, cuya cabeza se exhibió durante días en la Plaza de Armas; nuevas gentes han llegado desde España, y hasta la Chimba parece haber cambiado un poco. En esos días con el consentimiento de su esposo, el capitán don Rodrigo de Quiroga, doña Inés de Suárez decide instituir juntamente con él, una capellanía religiosa en favor del convento de Santo Domingo de Santiago, en la Ermita de Montserrat, capellanía que de hecho era una donación de la chacra de la Chimba a los padres domínicos, bajo algunas devotas condiciones de carácter perpetuo. En ese momento doña Inés estaba en los cincuenta y un años de edad y su esposo en los cuarenta y seis años (1), y habían logrado constituir, no obstante la causa de su matrimonio, una familia unida y respetable.

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Ambos esposos dedicaron la capellanía por la conversión de los naturales del país, por la salvación del alma de don Pedro de Valdivia, por la salvación de sus propias almas y la de sus antecesores y descendientes, y también por la salvación de las almas de los demás conquistadores de este reino. Para ello debían los frailes domínicos oficiar una misa rezada, “dicha de tres a tres viernes”; efectuar una procesión anual a la Virgen, más otros cultos en la fiesta de Purificación de la Virgen María y en la fiesta de Todos los Santos. Los límites de la donación comprendían las tierras y chacras cercanas a la Ermita, “que tienen por cabeza, de este el río desta ciudad, desde el camino real que va a Huechuraba hasta la chacra del Salto de Araya, que por la otra parte linda con la sierra que está en frente de la dicha Ermita de Nuestra Señora de Monserrate” (2). En la recepción de estos terrenos, precisa el domínico Ramón Ramírez, que actuó la legislación de la Orden: “Fue el Capítulo conventual, compuesto por todos los religiosos de la casa -dice- el que dio su parecer y aceptación de esta Capellanía. Aquí vemos la línea democrática de la Orden de Santo Domingo”, puntualiza (3).


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En el respectivo documento de aceptación se deja constancia que “estando juntos y congregados en su capítulo e ayuntamiento, según que lo han de uso y costumbre, a campana tañida, conviene a saber, el M.R.P. Fr. Gil González de San Nicolás, provincial de la dicha orden en este reino de Chile, e Fr. Luis de Chaves, Fr. Marcos Rengifo, Fr. Marcos Pérez, frailes profesos de la dicha orden, y en presencia de mí el dicho escribano (Pedro de Salcedo)”, después de hablar Fray Gil, quien en su condición de vicario conventual dijo “que le parecía e le pareció ser cosa útil e provechosa aceptar la dicha capellanía y como tal la aceptaba e la aceptó”. Habló primero fray Luis Chávez de Terrazas y después los otros frailes quienes dieron su parecer y aceptaron también la referida capellanía y la donación. Testigos del acto fueron don Rodrigo González Marmolejo, obispo electo de este reino; don Santiago de Azoca y Al. Álvarez (4). De esa manera los frailes domínicos entraron, legítimamente en posesión de las tierras que habían pertenecido a don Pedro de Valdivia en la Chimba. Don Rodrigo, el donante, falleció siendo gobernador de Chile por segunda vez, el 25 de febrero de 1580; su mujer, doña Inés, había fallecido poco antes, cercana a los setenta y tres años de edad. La conquistadora al morir, además, legó a la Viñita su armario de origen hispano, el cual años más tarde vendió la iglesia a Monseñor Mariano Casanova, mueble que con el tiempo pasó a la residencia de los arzobispos de Santiago (5). Con anterioridad a la donación de tierras referida, el 10 de enero de 1558, los domínicos habían tomado posesión de otra chacra, más pequeña, también en la Chimba, que les traspasó el alemán

Bartolomé Flores, bisabuelo de la Quintrala, que deslindaba con la chacra que les acababan de donar doña Inés y don Rodrigo, separándolas el llamado “Camino Real”, hoy Avenida Independencia. Tal propiedad había pertenecido anteriormente al hidalgo Pedro Gómez de las Montañas, a quien se la había dado Valdivia en los primeros años de la Conquista, merced revalidada por el Cabildo en 1546 (6).

Felipe Guamán Poma de Ayala. Ciudad la Villa de Cañete, hacia 1600

Bibliografía: (1) Juan Luis Espejo, “Nobiliario de la Capitanía General de Chile”. Editorial Andrés Bello. Stgo., 1967, página 676. (2) José Toribio Medina, O. C., volumen I, página 1-2. (3) Fray Ramón Ramírez O. P, “Los Dominicos en Chile y la Primera Universidad”. Talleres Gráficos de la Universidad Técnica del Estado. Stgo., 1979, página 24. (4) José Toribio Medina, O. C., vol. I, página 3 (5) Luis Roa Urzúa, “El arte en la época colonial de Chile” en Revista Chilena de Historia y Geografía, Nº 65 correspondiente a abril-junio de 1929, página 61. (6) Tomás Thayer Ojeda, “Reseña Histórico-Biográfica de los Eclesiásticos en el Descubrimiento y Conquista de Chile”. Imprenta Universitaria. Stgo., 1921, página 87.

Se reafirma el derecho de Los Padres Domínicos sobre las tierras de Valdivia en La Chimba “Comisarios Generales y perlados de las hórdenes deste rreyno, cierbos de Dios” Felipe Guamán Poma.

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esde un comienzo los domínicos tuvieron que hacer frente a pleitos por la posesión y límites de la propiedad que había pertenecido a don Pedro de Valdivia en la Chimba. A sólo cuatro días de donada dicha propiedad por doña Inés de Suárez y don Rodrigo de Quiroga, se reunió el Cabildo de Santiago, presidido por el Teniente General Hernando de Santillán, que se encontraba en esos días en Chile por orden del Virrey del Perú, y declaró nula la referida donación, fundamentalmente, por carecer los donantes de todo derecho a ella, pues, el Cabildo señaló que esas tierras eran de propiedad del Cacique dueño de ellas a la llegada de los españoles. La expulsión de los padres domínicos de la Chimba y de la Ermita de Montserrat se efectuó con violencia. Fray Gil González en carta al rey el 26 de abril de 1559, le informó que, inclusive, se mandó a los indios a que “apedreasen a los frailes” si entraban a la chacra. “Falso era el fundamento en que se basó el Cabildo -dice Thayer Ojeda- porque el título de Quiroga no era inferior a ninguno da los que hasta entonces existían en Chile: Todos ellos se referían a tierras de indígenas a quienes se les habían cercenado, cambiado o despojado de las suyas.” (1)

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Obviamente era así, además, si tal procedimiento se aceptaba, lo justo habría sido restituir entonces todas las tierras conquistadas a sus antiguos dueños y retornar a España. Para bien o para mal las circunstancias habían cambiado por completo y ya las reglas del juego, en estas latitudes, eran otras. En realidad se trataba de maquinaciones de algunos enemigos del Padre González, entre ellos el propio Santillán, a raíz de su firme actitud en contra de diversos abusos de que eran objeto los indígenas. Fray Gil partió al Perú a defender los derechos de su Orden ante la Real Audiencia de Lima, tribunal que por sentencia de 13 de marzo de 1559, revocó lo obrado por el Cabildo de Santiago y ordenó restituir la chacra de la Chimba a los domínicos. Este hecho revela, por otro lado, cuan objetivo era Fray Gil. El tenía las cosas muy claras: Que defendiera a los naturales del maltrato de que eran objeto, no le impedía vivir la realidad del momento. El nuevo acto de posesión en favor de la Orden dominicana se efectuó el 5 de febrero de 1561, en presencia del capitán Juan Martínez de Guevara, alguacil mayor y ante Pascual Ibaceta, escribano.


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La respectiva medida se efectuó años después, el sábado 6 de junio de 1573 por el Alcalde Santiago de Azocar. Tal vez ante estos hechos y previniendo futuros problemas, don Rodrigo de Quiroga, hombre sabio y prudente, siendo Gobernador y Capitán General del Reino, por escritura pública de 23 de noviembre de 1576, renueva la donación que hiciera de la capellanía de Montserrat al Convento de Santo Domingo de Santiago; en la nueva escritura en representación de la Orden figura Fray Juan Covenas, Prior del Convento. (2) Empero, ante nuevos problemas, el 4 de noviembre de 1603, tuvieron que hacer mensura de las tierras el capitán Ginés de Lillo, ,1uez Visitador General de Tierras y el Alguacil Mayor de Santiago, don Blas Pereira, con el Prior del Convento de Santo Domingo, Fray Francisco de Riberos. Por esos mismos días un mandato de la Real Audiencia de Santiago de principios del siglo XVII reafirma el derecho que tiene el Convento de Santo Domingo de Santiago a poseer las tierras de Montserrat, firmado por don Francisco Gómez y Alfonso Duero, miembros de la Real Audiencia. Sin embargo, casi siglo y medio después, tuvo que hacerse otro deslinde de estas tierras por el Licenciado don Martín de Recabarren, el 9 de mayo de 1740. No obstante, quince años después, el padre Procurador General de la Orden debió presentar un voluminoso escrito sobre los deslindes de las tierras de Montserrat a la Real Audiencia de Santiago, el 11 de octubre de 1755. Esta última presentación contiene un mapa del lugar. (3)

Finalmente los límites de la propiedad “después de varios años -dice el Padre Ramón Ramírez- quedaron totalmente aclarados por la Real Audiencia de Lima”. (4) Pero, con el tiempo los domínicos se fueron desprendiendo poco a poco de parte de estas tierras. Al respecto, comenta Abel Rosales: “La primitiva propiedad de Valdivia perdió en pocos años su forma y su nombre”. (5) Mas, gracias a ello comienza a perfilarse el futuro barrio de la Chimba, hogar de tantas gentes diferentes que entre los faldeos de los cerros Blanco y San Cristóbal, como junto al Camino de Chile (Avda. Independencia) formaron sus familias.

Grabado de José Guadalupe Posada

Bibliografía: (1) Tomás Thayer Ojeda, O. C., Paginas 88-89. (2) Padre Ramón Ramírez O. P., O. C., página 27. (3) Profesor Horacio Aránguiz D., “Índice de Documentos del Archivo del Convento de Santo Domingo de Santiago de Chile Censos y Capellanías, siglos XVI a XX”. En Revista “Historia” Años 1983-1984 del Instituto de Historia de la Pontificia Universidad Católica de Chile. (4) Padre Ramón Ramírez O. P., O. C., página 24 (5) Justo Abel Rosales, O. C., página 50.

Fray Gil González de San Nicolás y los primeros años de La Ermita de Montserrat Fray Gil González de San Nicolás .

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l donar la Ermita de Montserrat con su chacra de la Chimba don Rodrigo de Quiroga y doña Inés de Suárez, “nombraron e numeraron por capellán e capellanes della al muy R.P.F. Gil González de San Nicolás, vicario e provincial de la dicha orden de los Predicadores deste reino de Chile, e al convento e frailes de la dicha orden desta ciudad, a los cuales dijeron que encargaban e encargaron el administración e cargos de los dichos sacrificios de misas y beneficio y reparo de la dicha ermita e tierras susodichas” (1). Pero, lo vimos, los domínicos no dispusieron realmente de esta donación hasta después del 5 de febrero de 1561, es decir, la Ermita debió permanecer abandonada casi dos años y medio. Normalizada la situación, es probable que fray Gil designara a otro padre del convento como capellán de la Ermita a objeto de poder cumplir con las obligaciones establecidas por los donantes. Las responsabilidades de su cargo, sus viajes y las delicadas tareas evangelizadoras, propias de su ministerio, que valientemente asumió en protección de los indígenas y los graves problemas que estas le acarrearon, difícilmente le dejaban tiempo para desempeñar, además, el cargo de capellán de la Ermita.

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Pronto se vio, asimismo, la dificultad que significaba tener que ir a celebrar misa y otros oficios en la Ermita, ubicada en la misma cumbre del cerro Blanco. Inclusive hoy día no es tan fácil llegar a la cima de ese cerro. Condición inútil, igualmente, porque nadie acudía allí a oír misa, dice Thayer Ojeda. Por otro lado, entonces, cruzar el río en invierno era una audacia. Con motivo de tales circunstancias se reunieron los frailes en Capítulo conventual el 22 de agosto de, en esa ocasión participaron en el debate, además de fray Gil, los padres Marcos Rengifo, Antonio Pérez, Pedro Guzmán y Tomé Bernal, este último hermano converso, según el padre Ghigliazza, historiador de la Orden (2). Pero fue uno de los sucesores del padre González quien logró solucionar este problema, me refiero a fray Lope de la Fuente, quien obtuvo en 1571, diez años más tarde, que don Rodrigo de Quiroga modificara la Capellanía de Montserrat en orden a poder celebrar los cultos y fiestas establecidos en la Capellanía, en la iglesia de Santo Domingo y no en la Ermita del cerro Blanco (3).


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Fray Gil tuvo que regresar a Lima por el año 1564; su intensa campaña en defensa de los indígenas provoco situaciones muy difíciles, que movieron a las autoridades a obtener su alejamiento definitivo del país. Mas, de alguna manera su obra contribuyó a “Aliviar la pesada carga que soportaba el indígena” (4). En verdad, sin sus valientes intervenciones en defensa de ellos, el destino de los indios habría sido bastante más duro, de lo duro que fue. Su vida posterior -dice Thayer Ojeda- se hunde en el misterio. Es posible imaginar lo penoso que tuvo que ser para un hombre de su temple y para un religioso de su celo, el tener que alejarse para siempre de un escenario que sentía tan suyo y de una lucha con la cual se había identificado. Monseñor Crescente Errázuriz lo llamó el “más valiente defensor del indígena”. En todo caso, estimo su postura más cercana a Vitoria que a Las Casas. Al partir fray Gil dejó como Vicario Provincial a fray Luis Chávez de Terrazas, quien permaneció en el cargo hasta el arribo del nuevo Vicario designado en Lima, fray Jerónimo de Cervantes. El padre Cervantes figura recibiendo el vino y el aceite correspondientes al convento de Santo Domingo de Santiago en 1368 (5). Este nuevo Vicario fundó un convento en Concepción y nombró al referido padre Luis Chávez de Terrazas como Vicario de esa casa. En 1367 figura un fray Luis de Terraza en el sur -obviamente debe ser el mismo fray Luis Chávez de Terrazas- recibiendo un caballo que era de un tal J. de Villanueva de La Imperial y el 13 de noviembre de 1568, en que “iba por capellán a decir misa en el campo”, recibe paño, mantas, ropa, cinchas y espuelas; en 1569 y en 1574 también figura recibiendo otros objetos (6).

Creo de interés hacer un breve alcance sobre este padre Chávez quien, además, lo vimos, fue uno de los frailes que participó en el Capítulo que aceptó la donación de la Ermita de Montserrat a la Orden de Santo Domingo. En un mundo de aventureros, de hombres audaces y decididos, fray Luis no lo fue menos. Partidario de Gonzalo Pizarro, “el alzado”, a quien derrotó Pedro de Valdivia, fue condenado a galeras perpetuas y a la pérdida de todos sus bienes, pero logró fugarse cuando se le conducía al Callao para embarcarlo rumbo a España a cumplir su condena. Escapando a las persecuciones se vino a Chile en 1549 con el mismo Valdivia que había vencido a su jefe Pizarro. Luego regresó al Perú e ingresó a los domínicos y fue uno de los frailes profesos que acompañó a fray Gil a Chile (7). A él le corresponde el haber evangelizado a Concepción; murió de poco más de cincuenta años, por 1580 (8). En cuanto a la Ermita, según el cura de la Viñita Carlos Fernández mencionado anteriormente, habría sucedido a fray Gil como capellán el padre Juan Otero, llamado, dice, el “padre ermitaño”, quien habría sido reemplazado por fray Pedro Madrid, el cual, señala, “abrió el canal de Santo Domingo del (cerro) San Cristóbal, en servicio hasta hoy día (1941), aunque con otro nombre” (9). La Ermita que reconstruyó Inés de Suárez en la cumbre del cerro Blanco primero la habría hecho de madera y paja; pero, luego, la habría vuelto a reconstruir de material sólido dado los fuertes vientos de aquel lugar. Esta ermita habría estado en pie hasta el terremoto de 1647.

Entonces la reconstruyeron los padres domínicos a los pies del cerro, al lado occidental de éste, más o menos equidistante de los llamados Camino Real (Independencia) y Camino de carretas del Salto (Recoleta) , más exactamente por donde pasaba el callejón de Montserrat, al frente de su famosa Viña, la que ocupaba todo lo que ahora es el Cementerio General. Por esta causa empezó a ser llamada “iglesia de la Viñita”, nombre con el cual es conocida hasta este mismo instante. Permaneció en dicho lugar hasta 1834, es decir unos 187 años; ocasión en que fue nuevamente reconstruida por el que seria pronto el primer arzobispo de Santiago, don Manuel Vicuña Larrain. En noviembre de 1834 fray Ambrosio Olguín abrió sus cimientos (10) en un terreno donado por un vecino del sector: don Pedro Nolasco León y gracias a los numerosos aportes de todos sus feligreses fue levantada la nueva iglesia. En ese lugar lleva más de ciento setenta años. A la fecha, alrededor de 18 generaciones de chilenos han sido testigos de su presencia en La Chimba.

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Bibliografía: (1) José Torino Medina, O. C., tomo I, página 2. (2) Tomás Thayer Ojeda, O. C., página 90-91. (3) Padre Ramón Ramírez, O. P., O. C., página 25. (4) Tomás Thayer Ojeda, O. C., página 206. (5) Juan Guillermo Muñoz, “Pobladores de Chile 15651580”. Ediciones Universidad de la Frontera. Temuco, 1989, página 73. (6) Juan Guillermo Muñoz, O. C., página 306. (7) Tomás Thayer Ojeda, O. C., página 41. (8) Tomás Thayer Ojeda, O. C., página 189. (9) Carlos Fernández. Freite, O. C., página 32. (10) Virgilio Figueroa, O. C.


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Nace el camino del Salto Iglesia Recoleta Domínica en construcción, año 1860, Barrio “La Chimba”, actual Recoleta. Foto tomada desde el Cerro Blanco.

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ara dar salida en dirección al río a los productos de las chacras ubicadas en el sector del Salto, entre los cerros Blanco y San Cristóbal, fue naciendo una nueva senda, paralela al llamado Camino de chile (Av. Independencia), el antiguo caminos de los Incas, cuyo recorrido se evitaba con esta nueva vía más directa a los moradores de este otro lado de La Chimba, ruta a la que llamaron Camino del Salto. Con los años este sendero se prolongó hasta Conchalí. Y, como escribió el poeta: “Caminante no hay camino, se hace camino al andar”, así y no de otra manera, al paso del hombre, de sus carretas y de sus bestias, fue naciendo la Avenida Recoleta, el antiguo Camino del Salto. A su vera los primeros solares del sector fueron elevando, desordenadamente, sus modestas viviendas, rodeadas de naranjos, parras, otros frutales y variados arbustos floridos. Con el tiempo fueron apareciendo callejones que con el correr de los años se hicieron calles: El callejón de la Recoleta: Domínica; el callejón del Milagro: Manzano; el callejón de La Chimba: Dardignac; el callejón del Galán de la Burra, antes callejón del Cequión: Andrés Bello, y así muchos más.

Con el transcurso de nuevas primaveras llegarían a vivir en esa flamante y polvorienta avenida personajes tan importantes en su momento como el brigadier Francisco Antonio García Carrasco, presidente interino del reino de 1808 a 1810, quien habitó en Recoleta Nº 69 hasta fines de abril de 1811, año en que dejó el país. Se cuenta que una sirviente negra administraba su casa y su solitario corazón (1). Encina relata que al cruzar el río en dirección a la casa de gobierno, solía conversar con los niños que jugaban en las riberas del Mapocho a los que les preguntaba sus nombres e interrogaba sobre sus juegos y travesuras. Afectuoso, acariciaba sonrientes sus cabezas. Tan encumbrado “chimbero”, mientras estuvo en el país, prefirió la amistad de sus compañeros de armas y la de los descendientes, la mayoría arruinados, de los conquistadores, algunos también vecinos de La Chimba. Evitó a los miembros de la nueva aristocracia criolla, ya de ascendencia vasca. También vivió allí don Justo Donoso, distinguido prelado, fraile recoleto domínico primero y clérigo después. Donoso ocupó las sillas episcopales de Ancud y La Serena y fue ministro de Justicia, Culto e Instrucción Pública

en días del Presidente don José Joaquín Pérez. Habitó la casa ubicada en Recoleta Nº 28 (2). Al respecto, es bueno recordar que la costumbre de numerar las casa se había iniciado en Santiago hacía poco tiempo, en 1802, año en que se obligó también a los vecinos a poner una luz sobre la puerta de entrada para iluminar las calles por la noche (3). Pero, realmente fue la capilla de Aguayo edificada por el año 1600 por don Ramón Aguayo, al lado poniente del Camino del Salto, cercano a la ribera del río, la que con su posterior transformación determinaría el nombre y la importancia de todo ese sector de La Chimba, algunos de cuyos futuros vecinos hemos visto. Cúpula de la Iglesia Recoleta Franciscana ubicada justo donde partía el camino de El Salto que hoy conocemos por Av. Recoleta.

Bibliografía: (1) José Zapiola, “Recuerdos de Treinta Años”. Editorial Francisco de Aguirre S. A. Santiago, 1974, página 292. (2) José Zapiola, O. C., página 289. (3) José Toribio Medina, “Cosas de la Colonia”. Santiago, 1952, página 78.

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Un Obispo en El Salto

1600

Segunda Parte

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“Oidores de la Real Audiencia”, en “Nueva Crónica y Buen Gobierno”, de Felipe Guamán Poma de Ayala.

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comienzos del mes de septiembre de 1609 la cuidad de Santiago recibió con gran pompa, gastando lo que no tenía, a los miembros de la Real Audiencia. El rey había restablecido este tribunal en 1606, pero sólo tres años después fijó sus límites jurisdiccionales (1). Ahora debía funcionar en Santiago y no en Concepción como antes. Sus severos integrantes, los oidores, a quienes correspondía aplicar la justicia del rey, altaneros y presuntuosos, se distinguían por un peinado especial, el “copete”, que consistía en levantar un poco el cabello sobre la frente. De ahí viene que se llame “copetudos” a quienes se estiman o se creen importantes. Este peinado estaba regulado por leyes reales y era de uso exclusivo de los oidores (2). En general, no eran de ninguna manera sencillos estos arrogantes magistrados de enormes capas de color rojo, pequeñas esclavinas de adorno en torno al cuello y que usaban largas pelucas en forma de cascada. Por esa época en las fiestas religiosas se acostumbraba a rociar con agua bendita a los presentes con un hisopo de mango de plata. De acuerdo al ceremonial en uso los monaguillos rociaban en primer lugar a los canónigos. Era la ceremonia de los “Asperges”. 31

Pero, sucedió entonces que los magistrados no aceptaron ser rociados después que los canónigos, lo consideraban un desaire. Al no ser atendida su queja por el obispo, reclamaron al mismo rey, exigiendo que los monaguillos los rociaran primero a ellos. El fallo del monarca, que en ese momento estaba preocupado con su valido el duque de Lerma de expulsar a los moriscos de España, los confundió: “Resolvió que se siguiese la costumbre”, es decir, como se hacía desde antes. Con todo los soberbios oidores no se doblegaron ante el fallo adverso; y para no tener que soportar la terrible humillación de ver como los monaguillos rociaban primero a los canónigos con el hisopo de agua bendita, decidieron, tras “de un profundo acuerdo” (3), que todo lo estudiaban a fondo, entrar a la Catedral después de los Asperges. El obispo, que en ese instante era fray Juan Pérez de Espinosa, montó en cólera y como era “un fraile franciscano de armas tomar, no entendía de esas bromas” (4), excomulgó de inmediato a todos los oidores. La ceremonia se transformó en un griterío. La gente no sabía que hacer; no faltaron los llantos ni los desmayos.


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Las beatas más chismosas, felices, percibieron que tenían tema para largo tiempo. Los altaneros magistrados con sus copetes y sus elegantes capas, rojos de indignación, se retiraron furibundos del templo y reunidos en forma extraordinaria ordenaron el arresto del obispo. El alguacil mayor, de rodillas, tartamudeando, notificó al prelado la sentencia. Quedó detenido en su casa. Corría el año de 1612. El obispo, hombre de carácter fuerte, no se inmutó y a escondidas, aprovechando un descuido de los guardias, se arrancó: “Montó su mula favorita y tomó el camino del Salto, vía de la Cañadilla” (5). Pero, antes, declaró en “entredicho” a toda la ciudad, es decir, privó a los habitantes de Santiago de los sacramentos, del servicio divino y de la sepultura religiosa. ¡Ay! del que se muriera en esos días. El estallido de una bomba en medio de la plaza no habría producido un efecto mayor. La consternación “fue tan grande que la Audiencia tuvo que revocar su decreto, dar satisfacción al prelado y rogarle que volviera a la ciudad” (6). En triunfo volvió el señor Pérez de Espinosa desde la chacra del Salto; de todas partes salía gente a saludarlo durante su paso por la Cañadilla, aún agreste. Los mismos oidores, con todas sus galas, cruzaron el Mapocho para recibirlo, seguidos de una muchedumbre de curiosos y devotos santiaguinos, y lo escoltaron con reverencia hasta su casa, sin demostrar molestia siquiera con la inquieta cola de la mula del victorioso prelado (7), que se meneó como nunca. Jamás se volvió a ver en actitud tan humilde a los altivos oidores. Desde aquella vez el lugar donde estuvo en el Salto, se conoce como la “Quebrada del Obispo”.

Años más tarde, ya lejos de Chile, recluido a la sazón en el Convento de San Francisco el Grande de Madrid, donde permanecía por largo tiempo en su celda, fray Pérez de Espinosa tuvo el disgusto de su vida: Le hallaron sesenta barras de oro, una bolsita llena de oro en polvo y cuatro cadenas del mismo metal; tesoro que escondía con avidez de las miradas de sus hermanos. Extrañeza, estupor entre los consternados frailes, seguidores del seráfico San Francisco de Asís. Iniciada una investigación se descubrió que tenía, además, sobre cuatrocientos mil reales depositados en bancos genoveses y lusitanos (8), digamos la banca suiza de ese entonces. El astuto y temido obispo de la quebrada del Salto fue realmente un hombre de “armas tomar”. Que sorpresa se habría llevado en su celda el desinteresado y generoso recoleto fray Pedro Bardeci. Bibliografía: (1) Domingo Amunátegui Solar, O. C., página 135 (2) Benjamín Vicuña Mackenna, O. C., Volumen I, página 179-180. (3) Benjamín Vicuña Mackenna, O. C., Volumen I, página 202. (4) Justo Abel Rosales, O. C., página 63. (5) Justo Abel Rosales, O. C., página 64. (6) Francisco A. Encina, O. C., Volumen VI, página 36. (7) Justo Abel Rosales, O. C., página 65. (8) Fray Luis Olivares Molina, “La Provincia Franciscana de Chile de 1553 a 1700 y la Defensa que hizo de los Indios”. Editorial Universidad Católica. Santiago, 1961. Eduardo Moreno Cisternas

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Detalle del portón de la Iglesia de San Francisco, ubicada en plena Alameda con San Antonio 33


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¿Un OVNI en 1647?

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Tinta china y aguada sobre opalina, 36 x 24 cms. Iglesia Recoleta Franciscana. Autor: Nelson Olate.

obernaba don Martín de Mujica y Buitrón, “el primero que vino a este Reino (a gobernarlo) con grado de Maestre de Campo”, caballero del hábito de Santiago. Hombre severo y muy grave en público, que tenía la costumbre de leer y redactar el mismo cuanto documento emitía o pasaba por sus manos. Se recuerda que llegando promulgó dos bandos castigando con pena de muerte “al que cogiese caballo ajeno y al que sacase con otro la espada”. Ambos edictos “lo ejecutó con severidad extrema”, escribió Jerónimo de Quiroga, quien lo conoció personalmente. Este mismo cronista agrega que no obstante ser “viejo y débil, adolecía de mozo” (mal de muchos todavía) y que era “muy limosnero”, en especial con los conventos de monjas. (1) Para el terremoto del 13 de mayo de 1647 estaba el Gobernador en Concepción y desde allí envío una ayuda de ocho mil pesos de oro, de los cuales seis mil pertenecían a las cajas reales y dos mil a su propio peculio (2). Como decía Quiroga, era generoso don Martín. Al mes tres días de tan terrible catástrofe que redujo a escombros la ciudad de Santiago, el día 16 de junio de ese fatídico año, se enteró el gobernador de un fenómeno extraordinario que ocurrió en los cielos del valle del Mapocho, que

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aterró a la gente más que las crecidas del río, el reciente terremoto y el “chavalongo” o peste tifoidea que mató más personas que el mismo sismo. (3) El raro suceso fue descrito con lujo y detalles en una carta que los miembros de la Real Audiencia de Santiago enviaron a Felipe IV el 12 de junio de 1648, quienes, aun asustados, narraron a su soberano, con mano temblorosa, lo que sigue: “Como a las seis de la tarde, de una nube negra que cubría un girón del cielo, se despidió una luz con fuego, con la respuesta que pudiera dar un tiro de mosquete, y rompiéndose en el aire de la primera región centelleó pabezas como un cohete y se volvió a la nube, donde quedando formado en planeta como cometa de fuego, se desvaneció poco a poco sin dejar rastro” (4). Para Vicuña Mackenna se trato de un “simple aerolito” y le restó toda importancia al suceso, que en su momento casi mató de miedo a santiaguinos y chimberos, hacinados en ese instante en chozas y ranchos en medio de las aún frescas ruinas dejadas por el terremoto, entre las cuales se desplazaba de un extremo a otro el valeroso obispo Villarroel, socorriendo a los desesperados damnificados muchos de


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Un Santo olvidado: Andrés de Guinea “Danza de bailanegritos”, Códice Trujillo, ilustración de Baltasar Jaime Martínez Compañón, Obispo de Trujillo en el Virreinato del Perú.

los cuales “se azotaban públicamente” y “no pocos se arrancaban los cabellos” y vestían sacos abandonando sus ropas. (5) Muchos testigos en nuestros días de extraños fenómenos en los cielos, se refieren a ellos en términos parecidos a los que emplearon los impactados integrantes de la Real Audiencia de aquel lejano año de 1647: Luminosidades en forma de estelas difusas y ondeantes, gigantescas esferas luminosas como bolas de fuego, objetos desconocidos que emiten destellos brillantes, etc. Algunos, en realidad, como dice Vicuña Mackenna, han sido sólo aerolitos u objetos finalmente identificados; pero otros, los menos, y eso aún no lo podía saber don Benjamín, no tienen más respuestas que el ser calificados como OVNIS. Así, quizás un OVNI se hizo presente en el valle del Mapocho en los días del gobernador Mujica, poco después del terremoto y del ajusticiamiento en la Plaza de Armas del “hijo del rey de Guinea”, que así se proclamaba a gritos un curioso y solemne mozo africano que altaneramente reclamaba trato de príncipe para su persona, y “que con liviandades – según señaló la Real Audiencia – se divertía al hablar arrogancias de un natural furioso”. Se le ahorcó por alborotador. (6)

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Las cuentas mayas de los días se escriben combinando números con glifos. Este equivale al cero.

Bibliografía: (1) Jerónimo de Quiroga, O. C., página 378. (2) domingo Amunátegui Solar, O. C., página 245. (3) Benjamín Vicuña Mackenna, “El Clima de Chile”, Editorial Francisco de Aguirre Buenos Aires, 1970, página 32 (4) Benjamín Vicuña Mackenna, O. C., volumen I, página 272. (5) Fidel Araneda Bravo, O. C., página 81. (6) Benjamín Vicuña Mackenna, O. C., volumen I, página 270-271.

e cuenta que por el año 1300 Mohamed Gao, sultán de Guinea, habría organizado un largo viaje por mar, el cual lo habría traído hasta las costas de América, este sería uno de los legendarios orígenes de los míticos negros prehispánicos (1). Pero, la realidad, hasta el momento, es que a fines del siglo XV llegaron a Guinea navegantes portugueses que establecieron algunas factorías comerciales para el tráfico de esclavos. La región costera de Guinea, tierra de clima cálido y húmedo, con temperaturas elevadas y grandes lluvias, estaba poblada por las tribus agrícolas de los Baga, pueblo de origen sudanés y lengua semibantú; allí se les encuentra todavía. De estas costas del África occidental provendría la mayoría de los negros llegados a América con los españoles como mano de obra. Se prefería a los de creencias religiosas primitivas y se rechazaba a todos los que pudieran tener algún atisbo de fe islámica. En Chile durante los primeros años del siglo XVII el comercio de esclavos funcionaba; pero en menor escala que en los demás pueblos de América. Don Alonso del Campo Lantadilla, alguacil mayor de Santiago, quien alternó su cargo con los negocios, no despreció el comercio de esclavos.

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Para tal efecto se asoció con Gaspar de Quevedo, mercader especializado en dicho tráfico. Este Quevedo había hecho a su vez sociedad con un tal Rodrigo Dávila en Mendoza en 1595, a quien entregó tres negros de Guinea (2). En Chile los esclavos negros no sufrieron tanto como en otros lugares, aquí fueron objeto de un tratamiento mejor, debido a la importancia que adquirieron como elementos más confiables, dado el permanente estado de guerra en que se vivía con los indígenas. El precio promedio por esclavo, en 1615, era de 265 pesos de oro; y se podía comprar un esclavo, inclusive, con facilidades: Una parte al contado y el saldo en cuotas (3). En ese entonces era una de las cosas que daba estatus. Los esclavos tomaban el nombre de la localidad de extracción, es decir, del lugar donde eran secuestrados por los negreros para venderlos como mercadería. Según un cuadro confeccionado por el historiador Rolando Mellafe, en 1620 habían en Chile alrededor de 22.500 negros y mestizos de color, sin considerar a los negros, zambos y mulatos que se terminaron mezclando con los llamados indios de guerra al sur del Bío-Bío,


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que sin recibir ningún aporte de su propia sangre, terminaron por disolverse entre los indígenas (4). Según lo establecido en un acta levantada en una reunión celebrada el 14 de Junio de 1632 entre el gobernador Francisco Lazo de la Vega y el obispo Francisco de Salcedo “en las estancias y distritos de los pueblos de indios, la mayor parte de gente que hay son negros, mulatos y zambaigos, en más cantidad que los dichos indios” (5). En el barrio de La Chimba había también negros y mulatos. Andrés de Guinea era uno de los tantos esclavos negros que había en Chile a mediados del siglo XVII, miembro, probablemente, de alguna de las tribus de los Baga que habitaban en las costas de Guinea y de la cual habría sido arrancado por sus captores. Vendido a un caballero de este reino se le puso a trabajar en la cocina como panadero –en esa época las familias hacían su propio pan- lo que revela que tenía un oficio. Desde antes mucha gente de color desempeñaba la ocupación de panadero; entre ellas tenemos a Francisca Figueroa, negra de Santiago, que por 1555 figura vendiendo pan y galletas para la tripulación del navío de Pedro de Malta (6). Un buen día Andrés de Guinea, que era un devoto creyente, descuidó su trabajo por ir a la iglesia a escuchar misa y comulgar. Cuando su amo acudió a ver el horno se encontró que el pan estaba achicharrado. Furioso esperó a su esclavo y cuando éste llegó le ordenó que sacara el pan del horno, esperando que retirara el pan quemado como él lo había visto recién, para así hacerlo azotar. Andrés fue al horno, sacó el pan y “lo presentó tan hermoso como una flor” a su atónito amo, quien “pasmado y

reconociendo que no era digno de servirse de un negro tan santo y virtuoso, le dio la libertad para que soltase los diques de su fervor” (7). Dichoso con su libertad, manifestó de inmediato su propósito de ingresar al Convento de la Recoleta Franciscana, interpretando el gesto de su amo como la manifestación de la voluntad divina para quedar al servicio del Señor; allí tomó el hábito de Donado. La inscripción de su retrato en la Recoleta dice que nunca salió del convento y que cuando murió “tras una vida de fervores y penitencias”, escribe Carlos Silva Vildósola, “se oyó en la capilla donde se había depositado su cadáver una armoniosa y deliciosa música, como de jilgueros, ruiseñores y calandrias, que parecían a los que la oían y no lo dudaban, ser música del cielo con que los ángeles festejaban el glorioso tránsito del alma de Andrés a la gloria” (8). Su deceso ocurrió en 1665 (9), cuando gobernaba el reino el controvertido don Francisco Meneses, apodado “Barrabás”, protegido de Juan de Austria (segundo), hijo natural de Felipe IV, monarca que también falleció ese año. Entre las escasas figuras de color de este país, en que han desaparecido todos los vestigios de la sangre negra, sin considerar a los heroicos batallones de negros del Ejército de los Andes que nos dieron la libertad en Chacabuco, tenemos a Juan Valiente, valeroso conquistador, de los compañeros de Pedro de Valdivia, a quien éste “le encomendó los indios de Toquigua, entre los ríos Maule y Ñuble” y el Cabildo le otorgó una chacra al oriente de Santiago. Valiente murió junto a Valdivia en el desastre de Tucapel.

Alguna nombradía tuvo también en sus días el negro Domingo, esclavo de Juan Negrete, propietario, como vimos, de tierras en lo que hoy es Independencia. Domingo fue el primer pregonero público de Santiago; “negro muy ladino y con buena expresiva para el oficio”, según su amo (10). Y, el donado franciscano Andrés de Guinea, de reconocidas virtudes y santidad, según sus contemporáneos. El Papa Juan Pablo II, el sábado 1 de abril de 1995, ocasión en que recibió en el Vaticano a obispos brasileños, pidió perdón por los numerosos cristianos que participaron en el vergonzoso tráfico de esclavos. “Ya he tenido ocasión –dijo el Pontífice en ese oportunidad- de implorar el perdón de Dios por el vergonzoso tráfico de esclavos en el que participaron numerosos cristianos, y que, desde el continente africano, alimentó en mano de obra a las nuevas tierras descubiertas” (11). El recoleto Andrés de Guinea es uno de ellos. Bibliografía: (1) Rolando Mellafe, O. C., página 10. (2) Rolando Mellafe, O. C., página 253-254. (3) Rolando Mellafe, O. C., página 204-205. (4) Rolando Mellafe, O. C., página 224-225. (5) Francisco A. Encina, O. C., Volumen IV, página 173-174. (6) Francisco A. Encina, O. C., Volumen IV, página 173. (7) Carlos Silva Vildósola, “Fray Andresito en la Tradición Santiaguina”. Editorial Nascimento. Santiago, 1932, pág. 64. (8) Carlos Silva Vildósola, O. C., página 65. (9) Fray Luis Olivares Molina, O. C., página 137. (10) Carlos Carvajal Miranda, “Formación y Atribuciones de los Primeros Cabildos”. En Libro Oficial 4º Centenario de Santiago. Santiago, 1941. (11) “El Mercurio” de Santiago. Sección Internacional. Breves del Exterior. Domingo 2 de abril de 1995.

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Cristiano negro devoto, provenientes de África (“Guinea”), rezan el rosario delante de una imagen de la Virgen María. Felipe Guamán Poma de Ayala.


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Oleo sobre tela, “Iglesia Recoleta Franciscana�. Autor: Nelson Olate. Eduardo Moreno Cisternas 40

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Una trifulca espectacular

1700

Tercera Parte

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Interior de la Recoleta Franciscana, ubicada en pleno barrio La Chimba, sede de los Briseñistas.

E

n España Carlos II, el “Hechizado”, se debatía entre conjuros y exorcismos para vencer los terribles maleficios que, seriamente se creía, le habían hecho cuando mozo para que no pudiera engendrar hijos. Finalmente el rey murió sin herederos y con él se extinguió la dinastía austriaca en España. En tanto aquí, en este lejano reino, las cosas no andaban mejor que en Madrid. Los vecinos de Santiago seguían tirando la basura a la calle; y en días de cuaresma se seguía trasquilando, azotando y exponiendo en el rollo público a los negros e indios que no se confesaban, quienes, en su mayoría, bebían hasta la embriaguez los días domingos y festivos, causa de riñas y asesinatos. Y a falta de otros problemas las elecciones de las autoridades religiosas era uno de los temas de mayor interés para los abuelos de los abuelos de nuestros abuelos. A fines del siglo XVII el general de la orden franciscana Fray Antonio de Carmona designó al español Fray Tomás Moreno comisario general para Chile; pero, en esos mismos días, en un capítulo celebrado en Santiago en julio de 1699 (1), los franciscanos chilenos eligieron provincial al Fray Agustín Briceño.

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El padre Briceño no reconoció la autoridad de Moreno y aún más, le exigió obediencia. Divididos los monjes en dos bandos irreconciliables recurrieron a la Real Audiencia. El alto tribunal para calmar los ánimos de los enfurecidos frailes y para evitar más enfrentamientos entre ellos, los que terminaban a golpes, decretó que los partidarios de Fray Moreno se agruparan en San Francisco y los briseñistas en el convento de la Chimba. Con lo que se distorsionó el espíritu mismo del claustro recoleto. Cuenta Rosales que “los morenistas no se apaciguaron con esta medida, sino que resolvieron hostilizar a sus contrarios yendo a sitiar a la Recoleta” (2). Iracundos, provistos de palos, piedras, chuzos, azadones y hasta cuchillos atravesaron el río e impidieron que entraran víveres al concento; incluso se apropiaron de unos carneros que habían comprado los recoletos y se los comieron. Después de algún tiempo los sitiados, desesperados por el hambre, resolvieron enfrentar a sus atacantes. La plazuela contigua a la iglesia, a la entrada de Recoleta, se transformó en un campo de batalla: puñetazos, palos, pedradas y cuchilladas iban y venían;


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hubo muchos contusos, varios quedaron mal heridos, no faltó entre ellos el tuerto ni tampoco el cojo. A algunos vecinos de la Chimba que tomando partido se metieron en la pelea de los frailes no les fue mejor. Los morenistas entraron al claustro de la Chimba y arrasaron con sus exiguas despensas y sacaron verde las frutas de los árboles que plantara don Nicolás García, para que no las pudieran aprovechar los recoletos y en la iglesia sacaron la imagen de la Virgen y la escondieron en un rancho miserable. Ganaron los sitiadores y los briceñistas tuvieron que correr a encerrarse de nuevo en la Recoleta. El alboroto fue mayúsculo y no hubo quien no se abanderizara en todo el reino. En esos instantes fue cuando Fray Pedro Bardeci, según él inspirado por Dios, determinó apoyar a Fray Tomás Moreno. Así, decidió escapar a escondidas al Convento de la Alameda donde tenían su sede los morenistas; sorprendido en su fuga fue interceptado en la Plaza de Armas por un par de robustos recoletos quienes trataron de cogerlo para devolverlo por la fuerza a su convento, pero se cuenta que se puso tan pesado que fue imposible moverlo y tuvieron que dejarlo allí, en la Plaza, de donde partió después al convento de la Alameda. Varios meses continuó la reyerta y estaba en lo mejor cuando Fray Miguel de Mora, comisario general de la orden residente en Lima, decidió para aliviar las tensiones enviar a Santiago a Fray Pedro Guerrero como comisario provincial y poder devolver de este modo la paz a los belicosos monjes. Fue para peor; sólo los briceñistas parapetados en la Recoleta aceptaron la autoridad de Fray Pedro.

Interior de la Iglesia de San Francisco.

Los partidarios de Fray Tomás Moreno se negaron resueltamente y se atrincheraron en su convento de la Alameda. La Real Audiencia apoyó al padre Guerrero con todo su poder. De tal suerte, con el amparo del más alto tribunal, la anuencia del gobernador, su presidente; el apoyo de los frailes de la Recoleta y el concurso de las tropas existentes en Santiago, tanto de infantería como de caballería, se rodeó al convento de la Alameda. Tras un fuerte asedio los soldados penetraron violentamente en el claustro. A su paso, portando sus arcabuces, lanzas y picas, derribaron muros, puertas y tapias pasando sobre las trincheras levantadas por los religiosos. Así, a viva fuerza, tras dejar cualquier cantidad de frailes machucados y sangrando, tomaron preso al Padre Moreno y a tres de sus principales partidarios; engrillados los embarcaron al Perú en la fragata San Fermín, a donde los subieron fuertemente custodiados. En Lima, el virrey, conde de la Monclova, aprobó el procedimiento y envió a los reos a Madrid. Pero, como el padre Moreno había sido designado en el cargo por el general de la orden franciscana, ganó el pleito; litigio que ya había llegado a oídos del propio Papa (3).

El rey no solo le dio la razón a Moreno sino que condenó a los oidores en mil pesos de multa a cada uno y los obligó a reconstruir a su costa las murallas que habían hecho derribar en el convento de la Alameda (4). No escapó a las reprimendas y multas ni el mismo gobernador Martín de Poveda, quien no supo de ellas por haber fallecido en el intertanto; pero su viuda, la marquesa de Villafuerte, sometida a pleito, debió responder por él. Fray Tomás no logró disfrutar de su triunfo, al retornar a Chile con sus partidarios, murió en el viaje de regreso en Panamá (5), alrededor de 1706. Su contendor, el recoletazo Fray Agustín Briceño, también falleció; se dice que “murió lastimosamente” tres años antes (6).

Interior de la Iglesia de San Francisco, ubicada a un costado de la avenida Bernardo O`Higgins, sede de los Morenistas.

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Bibliografía: (1) Fray Hugo Araya Rivera, “Notas Bibliográficas de Religiosos Franciscanos en Chile”, página 91. (2) Justo Abel Rosales, O. C., página 84. (3) José Toribio Medina, “Cosas de la Colonia”. Fondo Histórico y Bibliográfico José Torino Medina. Santiago, 1952. (4) Francisco A. Encina, O. C., Volumen V, página 211. (5) Benjamín Vicuña Mackenna, O. C., Volumen I, página 389. (6) Fray Hugo Araya Rivera, O. C., página 91.


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La Recoleta Domínica En 1804 fue designado prior de la Recoleta el argentino Justo Santa María de Oro. Fray Justo tuvo la intención de transformar a la Recoleta en una congregación de conventos observantes, en la cual ella sería la cabeza.

A

cien años de instalados los franciscanos en su casa de recolección en la Chimba, los domínicos iniciaron gestiones para levantar en su extenso predio de Montserrat una recoleta, es decir, un convento “de la más estricta observancia” que alejado del ajetreo de la ciudad, fuera un refugio de paz y de oración para monjes capaces de soportar tan severo modo de vida. La idea no era nueva: Fray José Carvajal, provincial de la Orden en 1725, ya había propuesto la creación de un lugar de recogimiento, pero murió antes de poder iniciar su proyecto (1). Le correspondió a fray Manuel de Acuña la ardua tarea de llevar a cabo dicha empresa. Por esos días, mediados del siglo XVIII, el temido Tribunal de la Inquisición más que vigilar el llamado peligro (bastante relativo) de la introducción del judaísmo en nuestras tierras y mantener el fervor de la religión católica entre los pobladores, debía atender preferentemente casos relacionados con la corrupción de las costumbres clericales (2). En tales circunstancias, una nueva Recoleta tenía que ser muy bien recibida. En el año 1750 cuando se estaba iniciando la construcción de los tajamares del Mapocho y fundando en el Pacífico una colonia en las islas de

Juan Fernández, el Padre Acuña viajó a Europa para obtener las respectivas autorizaciones para levantar el nuevo claustro. Por esos días Pascual Ramírez, verdugo de Santiago (3), percibía una renta de treinta pesos al año por sus servicios. En Roma fray Manuel se contactó en el Convento de Santa María de la Minerva con fray Antonio Bremond, hombre de unos 58 años de edad, activo, estudioso, devoto, con años de experiencia entre los indígenas de la Martínica, a la sazón General de la Orden, quien apoyó la idea. Por aquel tiempo apareció en París un prospecto anunciando la próxima publicación de una enciclopedia, obra de Diderot y D’Alembert, con la colaboración de Voltaire y Rousseau. A su regreso, tras haber visitado también la España de Fernando VI, trae gran cantidad de libros, ornamentos y otros útiles de culto para la nueva Recoleta, además de las leyes municipales que la regirían. Inicia su construcción tan pronto llega a Santiago, ciudad recién estremecida por el violento terremoto del 25 de mayo de 1751, en la capital derrumbo la torre de la vieja catedral, lanzando al centro de la plaza su campana (4).

El auto de erección de la Recoleta Domínica lo dictó en Roma fray Antonio Bremond el 23 de mayo de 1753, refrendado, además, por fray Juan Tomás de Boxcadors, Maestro Provincial de Tierra Santa. Se erigió “observadas las cosas que deben observarse” y fue agregada a la Provincia dominicana de San Lorenzo Mártir de Chile. Se determinó que se llame de Nuestra Señora de Belén y de Santa Catalina Virgen y Mártir y quedó sujeta, directamente, al General de la Orden, exenta de la autoridad de los priores provinciales. Se nombró primer prior al Padre Manuel de Acuña y se dispuso, asimismo, que persona alguna, sea cual fuera su oficio o dignidad, pueda hospedarse o permanecer en el convento por pasatiempo, veraneo, descanso o cualquier otro motivo. Igualmente, se ordenó que a ningún fraile recoleto le fuera permitido visitar casa de secular alguno, a menos que vaya a confesar o a ejercitar algún acto de piedad, previa licencia del prior, quien podrá concederla o negarla (5). Así, y de modestos adobes nació en la Chimba el convento de la Recoleta Domínica. La Provincia de San Lorenzo facilitó el terreno, entregando para tal efecto dos cuadras desde el llamado callejón de la Recoleta (calle Domínica) hasta lo que es hoy la calle Santos Dumont, paralela al Camino del Salto (Recoleta); y cuatro cuadras de fondo hacia el oriente, desde el referido Camino hasta el cerro San Cristóbal. En su plácido interior árboles frondosos, cerezos teñidos de púrpura, camelias blancas, rosadas y rojas. Rosales diversos, naranjos, parrones y numerosos arbustos de flores aromáticas

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circundaban los senderos tapizados de hojas secas por los cuales trajinaban los monjes. Miles de familias de pájaros anidaban en el lugar, los vecinos más queridos de los frailes, a los que se mantenía en una vida común tan estricta que se les suministraba hasta el tabaco y la yerba mate y nunca podían andar solos por la calle. Un gran portón que permitía el paso de carretas y coches y que daba al polvoriento callejón que se comenzó a llamar de la Recoleta, franqueaba la entrada al convento, a pasos del Camino del Salto. En su iglesia, cuyo presbiterio estaba enlosado con mármoles de Peldehue (6), adquisición de fray José Carvajal, hacían generalmente gratis los entierros de los pobladores de La Chimba. Veintiocho fructíferos años gobernó el claustro el Padre Acuña, fue él, dice el Padre Ramón Ramírez, quien “organizó la vida de la comunidad”, concentrando sus actividades en la oración, el estudio, la virtud y las ciencias, uno de sus discípulos fue el Padre Ignacio León de Garabito, célebre por ser el primer profesor de matemáticas de Chile (7). Colaboraron con el Padre Acuña en diversos momentos los Padres Gregorio Santelices, José Herrera y Sebastián Díaz, quien le sucedió. En los inicios de su obra lo apoyó el Padre Antonio Aguiar el cual dejó manuscrita una historia de la orden dominicana que tituló “Razón de las Noticias de la Provincia de San Lorenzo Mártir en Chile”, crónica que se refiere a los sucesos de los domínicos desde su establecimiento en el país hasta 1742.


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El padre Aguiar murió de cincuenta y tres años de edad a principios de 1754 (8), apenas recién nacida la Recoleta. EL Padre Acuña falleció el 18 de junio de 1781 a los ochenta años de edad, le sucedió en el cargo, como se señaló, uno de sus colaboradores más destacados: fray Sebastián Díaz, un santiaguino cuarentón, doctorado en medicina y teología en la universidad de San Felipe. Inquieto y laborioso, fue también políglota, matemático y botánico. A él se deben los Baños de Colina, a cuyas bondades se refirió don Ignacio Domeyko. El Padre Díaz, calificado como “la cabeza más ágil de su tiempo”, es autor, entre otras obras, de “Noticia General de las cosas del mundo, por orden de su colocación. Para uso de la Casa de los señores marqueses de la Pica, y para instrucción común de la juventud del reino de Chile”, trabajo que se imprimió en Lima. Costeó la edición don José Santiago de Andía Irarrázaval, 4º marqués de la Pica. En el priorato permaneció de 1781 a 1784, pero con motivo del fallecimiento a fines de 1785 de su sucesor el Padre Antonio Molina, quien alcanzó a fundar los estudios en la Recoleta a cargo de los Padres Francisco Cano y José Antonio Urrutia, debió asumir de nuevo la dirección del convento, cargo en el que permaneció hasta 1790; el mismo año en que el marqués de La Fayette envió desde Francia a Jorge Washington, ya primer presidente de los Estados Unidos, la llave de la puerta principal de la Bastilla, signo de los nuevos tiempos que entonces se comenzaban a vivir. Por aquellos años el Padre Díaz fue acusado ante el rey por el Padre José Godoy, un monje del convento, de irregularidades. Incriminación que no prosperó.

En 1790 fue elegido prior de la Recoleta el Padre Marcos Vásquez de Bóveda, pariente y amigo de don Gregorio Argomedo, y confesor de don Mateo de Toro y Zambrano. Al Padre Vásquez, sucedió en 1794 el Padre José Cruz, mexicano, quien mantuvo en alto el renombre del convento. Más, también murió inesperadamente tras dos años de haber asumido el priorato. Por esta circunstancia volvió a tomar a su cargo el convento el Padre Vásquez; el nacimiento del siglo XIX le sorprendió allí. A la sazón, en Europa, terminada la Revolución, la figura de Napoleón emergía potente; en tanto en Chile gobernaba el mariscal Joaquín del Pino, recibido suntuosamente, pero de breve permanencia en el país. Sólo algunos oportunos pilones de agua potable que hizo poner en varias calles de Santiago, entre ellas la de Santo Domingo, recordaban su paso entre nosotros (9). En el año bisiesto de 1804, el año del eclipse total, que tanto atemorizó a los santiaguinos quienes creyendo que el mundo se iba acabar, asustados por los agoreros de siempre, corrieron a refugiarse en los campos de la Chimba; en cuyo sector de la Cañadilla, ese mismo año, nació el arzobispo Rafael Valentín Valdivieso, sobrino bisnieto del Corregidor Zañartu, ilustre vecino del sector. El año, también, en que fue designado prior de la Recoleta el argentino Justo Santa María de Oro. Fray Justo tuvo la intención de transformar a la Recoleta en una congregación de conventos observantes, en la cual ella sería la cabeza (10), idea que no medró.

El templo de la Recoleta Domínica fue inaugurado solemnemente el 25 de noviembre de 1882, siendo sus padrinos héroes de la Guerra del Pacifico, como Manuel Baquedano y el afamado intendente de la época, Benjamín Vicuña Mackenna.

Años más tarde será elegido diputado al Congreso de Tucumán y posteriormente nombrado obispo de San Juan de Cuyo. Patriota eminente, fue uno de los religiosos más influyentes de su tiempo. En las Actas del Congreso de Tucumán se lee que una parte de los diputados opinaba que, por el momento, lo mejor era organizar una monarquía, ante lo cual el fraile domínico expresó con firmeza su oposición. Dirigiéndose a la asamblea dijo: “Si vosotros me habéis llamado para sancionar actos contrarios al pensamiento de la libertad y la república, actos contrarios al derecho y a la democracia, mi presencia está demás”, e intentó retirarse del recinto, pero encendidos aplausos coronaron sus palabras y aquel día, 9 de julio de 1816, los congresistas declararon la independencia de las Provincias Unidas del Río de la Plata, que posteriormente los triunfos de San Martín en los campos de batalla asegurarían definitivamente, quedando así consolidada Argentina como una “República libre e independiente”. El pueblo argentino elevó una estatua para honrar la menoría de este fraile de la Recoleta. Una copia de la referida declaración de independencia con la firma de fray Justo entre otras, enviada por el general San Martín a Santiago, fue

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solemnemente quemada por mano del verdugo en medio de la Plaga de Armas, en presencia del pueblo y de las tropas realistas el día viernes 13 de diciembre de 1816, a las 6:30 de la tarde, por orden del furibundo gobernador Francisco Casimiro Marcó del Pont (11). En el gobierno de la Domínica, aún en pleno campo, pues sólo habían casas en las primeras cuadras de la calle en torno al convento de los recoletos franciscanos, sucedió al Padre Justo Santa María de Oro en 1809 el melipillano Matías Fuenzalida, a quien le tocó hacer frente a la difícil transición política que vivía el país, desafío que sorteó con sabiduría, prudencia y altura. Por ejemplo, tuvo que recibir en la Recoleta, donde se le recluyó por orden de las autoridades españolas después del Desastre de Rancagua, al presbítero Eugenio Valero, capellán en 1813 del regimiento patriota la Gran Guardia (12), y, después de la batalla de Chacabuco, debió recibir en el convento, esta vez por orden de O’Higgins, a los religiosos considerados realistas con orden de no permitirles celebrar misa, predicar ni confesar (13).


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El Padre Fuenzalida ejerció el priorato durante veintiocho años, seis meses y dieciocho días (14); debió sucederle en el cargo fray Vicente Silva, pero éste falleció en un accidente antes que llegara el rescripto pontificio de su nombramiento. De tal suerte, le sucedió en el priorato el mendocino fray Francisco Álvarez. No obstante todas las circunstancias vividas en el país el convento era en ese tiempo, con sus más de cincuenta años de existencia, un foco cultural de relevante importancia. En torno a su magnífica biblioteca, creación del Padre Acuña, por esos días a cargo de fray Domingo María Fariña; y sus sabios y piadosos monjes, ideas de progreso y de modernidad se entrelazaban con los valores evangélicos y el amor cristiano. En él, un núcleo de santidad que no perdió contacto con la realidad del mundo, floreció en la Chimba. Bibliografía: (1) H. R. Guiñazú, “Los Frailes en Chile al través de los siglos”. Imprenta Universitaria. Stgo., 1909, página 67. (2) José Toribio Medina, “Historia del Tribunal de la Inquisición en Lima”. Stgo., 1956, 2 vol. (3) José Toribio Medina, “Cosas de la Colonia”. Stgo., 1952, página 107. (4) Benjamín Vicuña Mackenna, “Historia de Santiago”. Dirección Gral. de Prisiones. Stgo., 1938, vol. II, página 41. (5) H.R. Guiñazú, O. C., página 58. (6) Benjamín Vicuña Mackenna, O. C., página 37. (7) P. Ramón Ramírez O. P., “Los Domínicos en Chile y la Primera Universidad”. Talleres Gráficos de la Universidad Técnica del Estado. Stgo., 1979, página 121. (8) Fray Pedro Armengol Valenzuela, “Los Regulares en la Iglesia y en Chile”. Imp. Tiberina de Federico Setth. Roma,

Interior Recoleta Domínica, ingreso principal. En la parte superior se aparecía el órgano.

1900, página 140-156. (9) Francisco A. Encina, O. C., vol. VIII, pagina 96-97. (10) C. Tocornal, “La Casa de Observancia de Predicadores de Nuestra Señora de Belén en Santiago de Chile. (Recolección Dominicana). Noticia Histórica.” Imprenta “Victoria”. Stgo., 1885, página 41. (11) Biblioteca Nacional, “Viva EL Rey” Nº 107 de 17 de diciembre de 1816. Gazeta del Gobierno de Chile. En Colección de antiguos periódicos chilenos. Stgo., 1954. (12) Luis Francisco Prieto del Río, “Diccionario Biográfico del Clero Secular de Chile (1535-1918)”. Imp. Chile. Stgo., 1922. (13) Fidel Araneda Bravo, “Historia de la Iglesia en Chile”. Ediciones Paulinas. Stgo., 1986, página 338. (14) C. Tocornal, O. C. Revista “Zig-Zag”, “La Recoleta Domínica”, crónica en edición de 15 de abril de 1906. Además, se consultó: José Toribio Medina, “Diccionario Biográfico Colonial de Chile”. Imprenta Elzeviriana. Stgo., MDCMVI.

Tinta china y aguada sobre opalina. Recoleta Domínica 36 x 24 cms. Pintor: Nelson Olate

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La Biblioteca de la Recoleta Domínica Maqueta de la Iglesia en El Centro Patrimonial Recoleta Domínica

Biblioteca Patrimonial de la Recoleta Domínica

L

a Biblioteca de los Recoletos Domínicos, de la que algo hemos dicho, se levantó a la par que su convento y su iglesia en 1753. Su fundador fue también el padre Manuel Acuña, quien, como se ha visto, ese mismo año había obtenido en Europa tanto la célula real como la patente generalicia para cumplir su importante cometido. Uno de los primeros en saciar su sed de conocimientos en ella fue el sucesor de fray Manuel, el padre Sebastián Díaz, considerado “el más esclarecido talento de su época”. Tiempo después, en 1809, fray Justo Santa María de Oro trajo desde Europa para la biblioteca trescientos libros escogidos. Catorce años más tarde la biblioteca cuenta con un total de dos mil trescientos ochenta y cinco volúmenes, lo que no es poco para ese momento en una ciudad sin librerías, cantidad que logra aumentar en 1824 en mas de un 50% fray Ramón Arce, con una valiosa partida de mil doscientos cuarenta y un textos seleccionados, en su mayoría de autores clásicos e italianos. La inversión es de 1177 pesos y seis reales, precisa C. Tocornal. Por aquellos días el encargado de la biblioteca ya era fray Domingo María Fariña, un rancagüino que había hecho su profesión solemne en 1788 a los Eduardo Moreno Cisternas 52

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dieciséis años de edad y que se había ordenado sacerdote en la Recoleta en 1795. Se recuerda que fue un orador brillante que a los habitantes de La Chimba les agradaba escuchar; pero la mayor parte de su vida la dedicó a la biblioteca: A él le pertenece el primer índice que se conoce de ella. Falleció en junio de 1836. A partir de esa fecha quedo a cargo de la biblioteca fray Domingo Aracena Baigorri, un joven monje de veintiséis años de edad. El padre Aracena nació en Santiago el 15 de febrero de 1810, era hijo de un patriota que estuvo confinado en la isla de Juan Fernández debido a su inquebrantable fidelidad a la causa de la emancipación americana: don José María Aracena. Como el padre Fariña, tomó el hábito siendo un muchacho, el 14 de agosto de 1825, cuando tenía escasamente quince años de edad. Profesó el 18 de marzo de 1831. A los pocos meses de tener a su cargo la biblioteca ocurrió un hecho dramático: fray Vicente Silva que había sido elegido para suceder en el priorato al padre Matías Fuenzalida decidió ir personalmente a retirar unos libros que se habían prestado al cura de Coltauco,


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presbítero José Olmedo, fallecido por esos días. Al cruzar el Cachapoal cayó al río y fue imposible rescatarlo. Su trágico deceso embargó de dolor a los recoletos y fray María debió continuar en el cargo como interino hasta que asumió el nuevo prior, fray Francisco Álvarez, el 18 de agosto de 1837. Toda la vida del Padre Aracena transcurrió en el interior de la Recoleta y en ella “su lugar favorito fue siempre la biblioteca”, Rara vez, según se recuerda, atravesó sus umbrales, sólo lo hizo cuando sus obligaciones sacerdotales se lo imponían. No obstante, fue miembro de la Facultad de Teología de la Universidad de Chile, de la Academia de la Inmaculada Concepción en roma y socio honorario del Instituto Episcopado de Río de Janeiro. El 8 de diciembre de 1854 Pío XO definió solemnemente como verdad de fe el dogma de la Inmaculada Concepción. Para ello había pedido un par de años antes a todos los obispos de la cristiandad un estudio sobre el particular. En Chile el arzobispo Valentín Valdivieso, aconsejado por su cuerpo de asesores, encargo al padre Arecena dicho estudio. El trabajo del recoleto, elaborado en su amada biblioteca, contó con la aprobación general y se remitió a Roma. Don Andrés Bello, su amigo, que lo leyó, lo calificó como “una pieza que hacía honor a la literatura del país” y el Consejo Universitario lo mandó colocar en el archivo de la Universidad de Chile. El referido estudio, enviado a roma por el arzobispo Valdivieso, ocupó el tercer lugar entre los presentados por los obispos de todo el mundo.

Al respecto comentan don Fidel Araneda:“El Soberano Pontífice aceptó complacido el dictamen del padre Domingo Aracena, y no sería raro que, entre los 500 informes favorables recibidos en la curia romana, el Papa se hubiese valido, entre otros, del nuestro para redactar la bula Ineffabilis Deus, en la cual el 8 de diciembre de 1854, declaró dogma de fe, la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María. No faltan razones –agrega- para pensar de este modo: la pieza del padre Aracena llenaba todas las condiciones científicas exigidas por los teólogos consultores de la Santa Sede”. Los originales de dicho estudio de dicho estudio están en el Archivo de la Recoleta Domínica, de puño y letra del padre Aracena, observa H. R. Guiñazú en 1909. Nadie como él, noveno prior de la Recoleta en el año 1854, se preocupó de incrementar a la biblioteca con obras de gran valor tanto en el campo de la filosofía, exégesis, historia, teología, ética, ciencias, arte, literatura, etc. Se estima que gracias a sus atinadas diligencias ingresaron 1777 volúmenes celosamente escogidos, confirmando a la biblioteca del convento de los recoletos como una de las mejores y más completas del país.

El padre Aracena, como escritor, dejó entre otras obras: un texto de “Oratoria Sagrada”, un “Tratado de los Ciclos Cronológicos”, un “Tratado de Versificación Latina”, una “Biografía de Sabios Chilenos”, un “Ensayo sobre los Lugares Teológicos” y varios más. Asimismo, la construcción del nuevo templo iniciada en 1853, fue otra de sus grandes preocupaciones; pero no alcanzó a verlo terminado. Falleció el 2 de mayo de 1874, cuando estaba trabajando en un catálogo ilustrativo de todas las obras que tenía la biblioteca. Su deceso fue sentido en todo el país. Uno de sus discípulos mas distinguido, fray Manuel Arellano, pasó a la biblioteca en la cual permaneció hasta 1879; tarea que volvió a desempeñar en 1887, por seis años. El padre Arellano, cuando prior de 1860 a 1866, propuso la aprobación de una partida de quinientos pesos para invertir en mejorar la biblioteca, suma que entonces fue muy bien aprovechada por el padre Aracena. Era tanto el renombre del padre Arellano que al fallecer el arzobispo Valdivieso en 1878, se pensó en él para sucederle en la sede metropolitana, momento en que el monje estaba inmerso en la biblioteca.

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Entre los dos períodos en que el padre Arellano tuvo a su cargo la biblioteca, asumió su dirección el padre procurador, fray Pedro Ceslao Vásquez, más tarde maestro de novicios. De 1894 a 1896 el bibliotecario fue el padre Domingo Sanhueza, sacristán mayor, a quien le sucedió fray Pedro Nolasco Ramírez, en cuyos días de prior enriquecieron a la biblioteca mil tres volúmenes, algunos de ellos obsequiados. En 1897 fray Raimundo Errázuriz, futuro arzobispo de Santiago, tuvo a su cargo la biblioteca, lugar que amaba casi tanto como el padre Aracena y donde escribiera más de alguna de sus obras. El padre Errázuriz, como domínico, alcanzó el más alto honor que la Orden otorgada a sus sacerdotes más notables: El doctorado en la sagrada teología. Le sucedió fray Vicente González quien estaba allí para el Centenario. El padre González, luego prior del convento, vicario general de la Recolección y fundador de la Academia de Humanidades, fue reemplazado en la biblioteca por el padre Millán, a quien vemos allí en 1916.


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Antes que ellos también se preocuparon de la biblioteca, cuando ejercieron el priorato, el padre Antonio Macho que la aumentó en mil veinticinco volúmenes y el padre Vicente Villalobos que la aumentó en cuatrocientos más. A fines del primer decenio del siglo XX el padre Alberto Aguirre otra de las grandes figuras de la Recoleta, propuso aumentar los gastos en libros a novecientos pesos anuales. En sus días ingresaron a la biblioteca mil doscientos veintiún obras nuevas. Junto a inestimables ediciones entre las que destacan las notables de San Clemente, Alejandrino, del Venerable Veda, Orígenes, San Hilario, Aristóteles, Belarmino, Platón, Plinio, Plutarco, Tito Livio, Newton, la Biblia de Vence en 25 volúmenes, la Biblia de Scío en papel marquilla en diez volúmenes, cursos completos de teología y sagradas escrituras que suman cincuenta y ocho volúmenes, se encuentran valiosa ediciones de Benjamín Vicuña Mackenna, Domingo Amunátegui Solar, Domingo Faustino Sarmiento, el Boletín de la Guerra del Pacífico, el Boletín Eclesiástico en doce volúmenes (1861-1895), biografías de héroes nacionales, libros de poesía, diccionarios enciclopédicos completos, el Anuario Estadístico de la República de Chile (1848-1879) en cuatro volúmenes. Además de las obras del Dante, Cervantes, Alejandro Dumas (padre e hijo), algunos diarios antiguos y obras curiosas como el “Catecismo teórico-musical” del maestro Zubicueta de 1876, escritos de Flammarion y Gerard de Nerval. Una carta de Santa Rosa de Lima del año 1612 y una carta autógrafa de Pío IX, el Papa que nunca olvidó a los recoletos domínicos.

Al lado de ellos la hermosa papelera enconchada que las señoras Aldunate legaron a los recoletos, uno de los muebles más valiosos provenientes de la Colonia existente en Chile. En julio de 1997 los padres de la Recoleta Domínica entregaron en comodato a la “Dibam” su biblioteca, con los terrenos, edificios y objetos que formaban parte de las dependencias de su convento, alrededor de diecisiete mil metros cuadrados, de los cuales “se construirán cerca de siete mil y se restauran otros once mil”. Por la congregación firmó el acuerdo el padre Félix Fernández y por la Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos su directora doña Marta Cruz Coke. Asistieron a la ceremonia, entre otras autoridades, doña Marta Larraechea, esposa del Presidente de la República don Eduardo Frei Ruiz-Tagle y el ministro de Obras Públicas, don Ricardo Lagos Escobar, posteriormente Presidente de la República. La biblioteca dará origen a dos: una teológica y una histórica, junto a ellas se abrirán un museo, un centro de conservación y restauración, uno de patrimonio fotográfico y uno de documentación regional, además de espacios para exposiciones y diversos eventos culturales. Para los frailes domínicos tiene que haber sido una dolorosa resolución. Sus ocho últimos religiosos debieron abandonar el convento tras casi doscientos cincuenta años de permanencia en el lugar; pero lo hicieron en beneficio de la comunidad.

Fundada en 1753, la Biblioteca Patrimonial Recoleta Dominica posee una de las colecciones de libros científico-religiosos más grandes de nuestro país, con 115.000 volúmenes aproximadamente.

Cuatro meses más tarde, el viernes 7 de noviembre como a las 15 horas estalló un incendio en las dependencias del convento que puso en serio riesgo a la biblioteca y hasta amenazó con propagarse al templo. Llegaron ocho compañías de bomberos; su comandante, don José Matute, calculó entre 300 y 500 metros cuadrados el área destruida, “más la parte del entretecho”. Una funcionaria del Dibam señaló aliviada a un periodista: “Afortunadamente no hubo daños en los libros”, y se alejó caminando hacia donde nunca antes había pisado mujer alguna. El padre Cristián Asmussen, vicerrector de la Academia de Humanidades, “Que observaba con dolor como se desprendían los palos humeantes, dijo que el lugar estaba desocupado”. Informó, asimismo, que la superficie más dañada fue la que ocupó por varios años la Escuela Tecnológica de la Universidad de Santiago. Al entrar a la biblioteca aún se puede ver el retrato al óleo del padre Domingo Aracena, en el mismo sitio que hace ya tantos años, vigilando amorosamente, su “lugar favorito”. El lunes 28 de noviembre del año 2005 se inauguró oficialmente el “Centro Patrimonial Recoleta Domínica”, en el que destaca la biblioteca.

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El acto contó con la presencia de la Primera Dama de la Nación, doña Luisa Durán. Bibliografía: C. Tocornal, “La Casa de Observancia de Predicadores de Nuestra Señora de Belén en Santiago de Chile (Recolección Dominicana)”. Noticia Histórica. Imprenta “Victoria”. Santiago, 1885. H.R. Guiñazú, “Los Frailes en Chile…” O. C. Sin nombre autor, “Catálogo General por orden alfabética de Autores de la Biblioteca de la Recoleta Dominicana de Santiago de Chile”. Imprenta Literatura y Encuadernación “La Ilustración”. Santiago, 1910. Revista “Zig-Zag”, “En la Biblioteca de la Recoleta Domínica” en edición Nº 590 de 10 de junio de 1916. C. R. C., “Sesenta mil volúmenes contiene la Biblioteca conventual donde debió sabiduría el arzobispo Errázuriz” en revista “ZigZag” Nº 1786 de 16 de junio de 1939. P. Ramón Ramírez O. P., “Los Domínicos en Chile” O. C. Diario “Las Ultimas Noticias”, “Cultura en la Recoleta Domínica” en edición del 05 de julio de 1997. Diario “La Tercera”, “Incendio en Recoleta Domínica”, en edición de 08 de noviembre de 1997. Diario “El Mercurio”, “¿Tengo que leer todo esto?” Fotografía de don Homero Monsalves en edición de 11 de agosto de 2002.


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El Puente Cal y Canto Ilustración en libro: “Viajes relativos a Chile”, Tomo I. José Toribio Medina.

C

uando adolescente, el pintor Rafael Correa, amigo de la familia, me hablaba del puente de Cal y Canto en su añoso caserón de calle Santa Rosa y lo hacía con pasión. Enojado, enseñándome algunas antiguas fotografías del puente, culpaba al presidente Balmaceda de su destrucción. Mi abuelo materno, vecino de Independencia, también recordaba con nostalgia al puente del fiero Corregidor, me contaba mi madre, cuando por las tardes, siendo niño, me leía “El Peneca” y conversábamos. Y no eran los únicos en rememorar el puente, la magia del perdido monumento aún sigue seduciendo, no obstante haber desaparecido hasta el último de los que lograron verlo, cuando pequeños, en sus postreros momentos. No en vano ya han transcurrido más de ciento quince años desde aquel 10 de agosto de 1888, en que con gran estruendo anunció a la ciudad su caída. Rosales dice que “El reloj de la Recoleta (Franciscana) señalaba en ese instante las cinco y cuarto de la tarde” (1). Un diario escribió al día siguiente que las aguas del río, respetuosas, le abrieron paso para recibirlo. De todas las obras del Corregidor Zañartu la más recordada es el puente de Cal y Canto. Incluso ha habido quienes han pensado en su reconstrucción, lamentablemente, la idea no ha prosperado.

Dos años después de haber sido designado Corregidor y Justicia Mayor, Zañartu inició los trabajos previos a la construcción del puente reuniendo materiales, en especial piedras provenientes del cerro Blanco, para cuyo efecto subscribió un contrato con los Padres Domínicos, tarea en la que aún estaba en octubre de 1767. Primero se ocupó de la reconstrucción de los tajamares socavados por el río durante la avenida ocurrida en 1763, la cual los destruyó en parte. Inició estas tareas desde el puente de Palos (Recoleta) hasta San Pablo. En los últimos meses de 1997 parte de estos tajamares y los que más tarde reconstruyera Toesca en días de don Ambrosio O’Higgins, fueron desenterrados con motivo de los trabajos de extensión de la Línea 5 del Metro (2). Zañartu concluyó la reconstrucción de los tajamares en julio de 1767, quedando sus trabajadores en condiciones de poder iniciar otra obra. Así a mediado de octubre de ese año inició, la construcción del puente. A esa fecha tenía ochenta reos trabajando en sacar piedras del cerro, según acta del Cabildo de 9 de octubre de 1767, las que acarreaba en carretas tiradas por bueyes, que transitaban por la Cañadilla.

En el trabajo de construcción del puente empleó el Corregidor a todos los que en ese momento se encontraban en prisión en la cárcel pública, más al ver que eran insuficientes, lo cuenta Rosales, “empezó por recoger a todos los vagos y mal entretenidos que se encontraban en la ciudad y sus arrabales, y previo al pago de algún jornal cuando no tenían ni delitos ni faltas que pulgar, los puso a trabajar”. También tuvo algunos esclavos negros facilitados por sus dueños. Para evitar pérdidas de tiempo, las faenas se iniciaban al “rayar el sol”, habilitó un presidio inmediato al Mapocho consistente en “galpones provisorios en el pedregal del río” (3), para tener a los reos junto a la construcción, a los cuales engrilló de a dos para evitar escapes, aunque tras algunas sublevaciones los hubo. Un piquete de soldados los vigilaba día y noche, además de sus guardianes. Zañartu repartió la gente en grupos específicos de trabajo cada uno a cargo de un maestro, el cual los instruía en su labor. No lo hizo mejor Salomón al construir el Templo. A cargo de la cantería puso a Tomas de la Roca (de la Rosa Larraín, precisa Pereira Salas) y a cargo de la herrería al negro Francisco Cortés (4). La supervisión de los trabajos quedó en manos del ingeniero José Antonio Birt quien efectuó el diseño del puente (5), plano elogiado por el Corregidor Zañartu ante el Cabildo. Mas, dado a que Birt por su cargo debía estar más en Valparaíso que en Santiago, éste preparó un instructivo para que el “Maestro maior o Aparejador de la obra del Puente (...) pueda dirijir el cargo de su comisión”. Birt; que falleció en 1773 (6), un año antes habría destruido el plano del puente por discrepancias que habría tenido con don Mateo de Toro y Zambrano, digamos el contrincante

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político de Zañartu, quien se desempeñó como corregidor de 1769 a 1772, año en que volvió Zañartu a asumir el cargo. “El momento mágico en la vida de uno es, decía Einstein, ese gran esfuerzo que alcanza justo para lograr un sueño”. En aquellos instantes el sueño del Corregidor era hacer del puente una obra duradera y bella, así todo esfuerzo le parecía bien y si exigía a los otros a él mismo se exigía más. Se hizo levantar, cercano a la obra, un mirador desde el cual con un catalejo vigilaba los trabajos y en sus temidas rondas nocturnas de todos los días, apresaba borrachos, jugadores y peligrosos salteadores a los que llevaba a trabajar al puente. Así controlaba también la delincuencia. Pero también trabajaron en la construcción del puente Joseph Vega, maestro mayor de albañilería; el maestro Teodoro “que había fabricado el puente de Aconcagua”; el ingeniero don Leandro Badarán; Diego de Urbina, maestro mayor de carpintería y el maestro Gregorio Solís. Los maestros que vimos en la construcción de la iglesia de las carmelitas del Carmen Bajo: Manuel Ramos, Joseph Peña y Carlos, el romano, aparecen en el puente al igual que los maestros portugueses en arquería, “únicos en la capital”, Pedro Amado y Mateo González (7). Encina comenta al respecto: “Aunque la tradición ha identificado el trabajo de los presidiarios con la fábrica del puente, los documentos revelan que, en parte considerable, concurrieron a su construcción albañiles y trabajadores libres” (8).


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Su costo ascendió a doscientos mil pesos más o menos y se construyó con piedras, ladrillos, cal y 500.000 huevos provenientes de pavas y gallinas de la región, según le contaron a Rosales sus compañeros de la Biblioteca Nacional Manuel Vallejo y José Manuel Frontoma quienes aseguraban haber visto un documento con tal información. Al descubrir las altas y anchas murallas de los tajamares cuando los referidos trabajos de la Línea 5 de Metro, lo que más llamó la atención fue la extrema dureza de su estructura debido al uso en ella de la mezcla de huevo y cal. “Para sacarla -escribió el periodista- los trabajadores tardan a veces uno o dos días, y con la ayuda de maquinaria pesada” (9). Dado a que se usó la misma mezcla en el puente, podemos hacernos una idea de su resistencia. Según el historiador franciscano fray José Javier de Guzmán y Lecaros (10) que transitó por él (tenía veinte años de edad cuando se inauguró) , sus dimensiones y características eran las siguientes: “Consta de once ojos; tiene seis a siete varas de profundidad; once varas de altura y doscientas cuarenta y dos varas de largo incluso las rampas”; y de acuerdo a una anotación de un hermano de fray José Javier, “don Joseph Guzmán y Lecaros”, el puente habría sido entregado provisoriamente al público el día 16 de octubre de 1778 (11). Ocho meses más tarde, el 20 de junio de 1779, año lluvioso y de la peste que apodaron el “malcito” que hizo estragos en todo el país (12), se inauguró solemnemente. Puente diferente al de Palos y a todos los anteriores “cuyas formas sólidas y armónicas le daban un aspecto imponente” (13). Hubo grandes fiestas y la Cañadilla, a la que el “Calicanto” cambió la vida, se despobló para asistir a la ceremonia.

La alegría era general y es posible que hasta el mismo circunspecto Corregidor hubiese reído ese día. Más adelante, haciendo honor al cambio que vivió el sector gracias al puente, don Ambrosio O’Higgins siendo gobernador, en 1791, otorgó al antiguo camino de la Cañadilla la condición de calle y disp uso una serie de trabajos para mejorar su estado, que era deplorable.

Bibliografía: (1) Justo Abel Rosales, “El Puente de Cal y Canto”. Editorial Andujar. Stgo., 1995, página 131. (2) Diario “La Tercera”, Edición de 17 de nov. de 1997. (3) Benjamín Vicuña Mackenna, O. C., vol. II, pág. 110. (4) Justo Abel Rosales, O. C., página 16. (5) Benjamín Vicuña Mackenna, O. C., vol. II. (6) Eugenio Pereira Salas, O. C., página 158-159. (7) Eugenio Pereira Salas, O. C., página 157 a 161. (8) Francisco A. Erícina, O. C., vol. VII, página 222. (9) Diario “Las Ultimas Noticias”, Edición de 16 de septiembre de 1997. (10) Guillermo Feliú Cruz, “Historiografía Colonial de Chile”. Tomo I (1796-1886). Stgo., 1958, página 47. (11) Eugenio Pereira Salas, O. C., página 162-163. (12) Francisco A. Encina, O. C., vol. VIII, página 27. (13) Rene Lean Echaiz, O. C., vol. I, página 94.

Maqueta ubicada en la Estación del metro Cal y Canto (costado del río Mapocho a la altura de Independencia), Realizada por Rodolfo Gutierrez en 1986.

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Los impresos del Padre Sebastián Díaz Fue un político, militar, historiador, estadista y periodista; gobernador de la Provincia de Buenos Aires y Presidente de la Nación Argentina entre 1862 y 1868. Bartolomé Mitre, Foto editada por el diario“La Nación” (Argentina)

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or esos tiempos, año 1783, mientras en Francia la reina María Antonieta vivía la etapa de la crianza de sus tres pequeños hijos, luego vendría el escándalo del collar; y Marat, el terrible Marat, que en ese momento se sentía incomprendido escribía: “Hasta las virtudes deslumbrantes hacen sombra, y si el Señor del Mundo mismo fue calumniado ¿por qué me voy a ruborizar de serlo?” (1), en este lejano rincón del planeta, entonces mucho más lejano que ahora, el Padre Sebastián Díaz, prior de la Recoleta Domínica, disfrutando de la paz de su convento manipulaba un novedoso aparato: Una imprenta. La primera, tal vez, en el reino tras más de trescientos años desde la impresión de la Biblia llamada “de las 42 líneas” o “mazarina” por Gutenberg, la primera obra tipográfica conocida. Al respecto H. R. Guiñazú dice: “...la obra importante de Díaz, fue traer de Lima una de las primeras imprentas á Chile, al convento de la Recoleta Domínica, cuyos tipos consérvanse aún (año 1909) entre las notables curiosidades de esa comunidad” (2). Idea compartida por Fray Vicente González, encargado de la Biblioteca del convento en días del Centenario, quien manifestaba que el Padre Díaz “era famoso por haber traído una de las primeras imprentas”. El Padre Ramón Ramírez más mesurado escribe:

“...hay un hecho de trascendencia, que se cree con fundamentos, que fue el P. Sebastián Díaz quien trajo por vez primera a Chile una imprenta y la instaló en su convento, mucho antes que las otras traídas por fr. Camilo Henríquez o José Miguel Carrera” (3). Empero, aun no se ha podido comprobar, suficientemente, si el Padre Díaz; trajo dicha imprenta para uso del convento recoletano desde Lima o si la obtuvo en Santiago. No obstante, lo concreto es que en 1783, el año de la gran avenida, él, espíritu inquieto y progresista, imprimió ¿quién otro? tuvo que ser él, que haciendo de cajista y de todo, como de una cascada fue deslizando una a una las hojas referentes a las reglas conventuales propias de su Recoleta: “Distribución: de las Oras del día”; “Modo de la Abftinencia de este Convento”; “Leyes instructivas de la Ropería”; “Leyes instructivas de la Portería” y “Leyes instructivas qel (sic) Depofito”. Todas las hojas tienen su firma (4). “El Padre Díaz puede decirse que fue el primer tipógrafo del país”, precisa Guiñazú. El general don Bartolomé Mitre, presidente de Argentina años antes, fue quien descubrió en 1882 las hojas impresas por Fray Sebastián Díaz entre un legajo de papeles que habían

pertenecido al obispo Fray Justo Santa María de Oro, sexto prior del convento de la Recoleta Dominica, hecho que por su importancia se apresuró en comunicar a Vicuña Mackenna, a quien remitió las referidas hojas. Señaló Mitre en esa ocasión: “Las hojas impresas son evidentemente anteriores a la aparición de “La Aurora de Chile”, como sus tipos lo indican, y pudiera ser que lo fuesen de las producciones tipográficas del mismo Gallardo, que en 1810 apenas podía imprimir media docena de reglones. La imprenta anónima que produce las Constituciones vése que no imprimía más de una cuartilla; las pruebas se conoce que son sacadas á mano, supliendo algunas veces la diferencia de los tipos por medio de la escritura” (5). Vicuña Mackenna al hacer entrega al país por conducto del Ministro de Instrucción Pública de las cinco piezas impresas por el Padre Díaz, que le remitiera desde Argentina el General Mitre, observó: “En sí mismos, estos preciosos testimonios del arte nacional no tienen importancia intrínseca de ninguna especie, porque constituyen simplemente la reglamentación interior de la Recoleta Domínicana, aún en sus más mínimos detalles; pero, tanto para el general Mitre, como para el que suscribe, no cabe la menor duda de que esas piezas fueron impresas en Santiago en el claustro de la Recoleta Domínicana en el año referido (1783) y con tipos traídos probablemente de Lima ó de Buenos Aires” (6). Luego, lo fundamental, como lo entendieran Mitre y Vicuña Mackenna, es que en el convento de la Recoleta Domínica el aciago año de 1783 el Padre Sebastián Díaz logró hacer funcionar una imprenta para algo más que simples invitaciones o esquelas. Al respecto, además, don Enrique Blanchard-Chessi en su estudio sobre los orígenes de la imprenta en Chile, dice:

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“Las investigaciones que se han hecho permiten creer, si no se debe afirmar ya sin lugar a dudas, que en ese mismo tiempo (1777), o poco después, hubo otra imprenta de aficionados, en el Convento de la Domínica” (7). Igualmente, Daniel Riquelme en un artículo sobre “La Aurora de Chile”, publicado en 1894 en “La Libertad Electoral”, citado también por Blanchard-Chessi, señala: “Don José Toribio Medina, partiendo de la creencia de que en Santiago no había más que una imprenta (por tal debe entenderse una caja, de tipos) se inclina a pensar que los “Reglamentos” de la Recoleta (Domínicana), aunque trabajados en el convento, lo fueron con materiales prestados; pero parece fuera de toda duda que en 1780 existían dos imprentas en Santiago y que una de ellas era de propiedad de la Recoleta Domínica”; la otra imprenta sería la de la Casa de Moneda, operada por el grabador don Rafael de Nazabal, con tipos traídos, probablemente desde el Perú por don Miguel José Lastarria Villanueva, abuelo de don José Victorino Lastarria. Así, los trabajos tipográficos del Padre Díaz efectuados en el convento de la Recoleta Domínica “por sí mismo”, como dice don Luis Montt, cada vez adquieren mayor valor y no sería extraño que pudieran aparecer otros impresos ejecutados por él.


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El oficio de artesano no envilece ni inhabilita “Negros serradores de tábuas”, de Jean Baptiste Debret. En “O Brasil de Debret”. Pintor francés y dibujante, activo en Brasil. (1768-1848).

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Así como en la era medieval los monasterios, centros literarios, realizaban la producción de libros, con la llegada a Chile de la imprenta también se hacen protagonistas del desarrollo de la escritura. “Scriptorium Monje en Trabajo”, Láminas, Guillermo: “Pentateuco de Impresión con un Capítulo sobre Jueces (1891)”

Bibliografía: (1) Gastón Martin, “Marat. El ojo y el amigo del Pueblo”. Ediciones Ercilla. Stgo., 1940, página 14. (2) H. R. Guiñazú, “Los Frailes en Chile al través de los Siglos”. Imp. Universitaria. Stgo., 1909, página 77. (3) P. Ramón Ramírez O. P., “Los Domínicos en Chile y la Primera Universidad”. Stgo., 1979, página 123. (4) J. T. Medina, “Bibliografía de la Imprenta en Santiago de Chile”. Stgo., 1960, página 11 (5) J. T. Medina, O. C., página 11. (6) J. T. Medina, O. C., página 11. (7) Enrique Blanchard-Chessi, “Breve Noticia Histórica de los Orijenes de la Imprenta en Chile”, en “Zig-Zag”; Nº 104 de 17 de febrero de 1907.

e podría decir que la generosidad de las personas que desempeñaban el oficio de artesanos, dado los acentuados prejuicios existentes durante la Colonia en que se miraba con desdén tales actividades, eran indios cuzcos, indígenas del país, negros, mulatos, mestizos y algunos pocos extranjeros; muchos de ellos vivían en la Chimba. “De la clase mezclada salen los artesanos”, observó el viajero norteamericano Samuel Burr Johnston (1), en los inicios del siglo XIX. Había gente que manifestaba “repugnancia” por la practica de la medicina, “profesión que estimaban degradante y altamente depresiva de sus pretensiones de caballería” (2). Entonces se soñaba con ser noble y poder contar así con los privilegios, prerrogativas y exenciones de las personas de alcurnia. Entre las figuras arquetípicas de esos tiempos podemos ubicar al santiaguino Francisco de AndíaIrarrazábal y Zarate, nacido en nuestra capital el año 1576. El es el chileno que alcanzó las más altas dignidades dentro de la monarquía española. Durante sus sesenta años de servicios y gracias a sus cuarenta y cinco heridas en las numerosas guerras en que participó, llegó a ser: Comendador de Aguilarejo en la Orden de Santiago, gobernador militar del reino de Murcia, gobernador y capitán

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general de las Islas Canarias, gobernador de Gibraltar, Orán y Mazalquivir. Virrey de Galicia, de Navarra y de Sicilia; Consejero de Estado y Guerra del rey. Primer visconde de Santa Clara de Avedillo y primer marqués de Valparaíso, etc. (3). Los hermanos Fermín Francisco y Carlos Adriano Carvajal-Vargas y Alarcon de Concepción, fueron también otro de los ideales de esos días. Don Fermín (1722-1797) llegó a ser el primer duque de San Carlos y Grande de España; su hermano Carlos (1726-1789), caballero del Hábito de Santiago y primer conde de Montes de Oro (4). El citado viajero Johnston se sorprendió con “las ideas de dignidad” imperantes en nuestro medio. Observó que “El comerciante trata al tendero, al abogado o al médico casi con el mismo desprecio en que él a su vez lo es por el noble” (5). Fenómeno que también observó en los sectores más modestos, donde vio similar actitud de parte de los propios menospreciados artesanos hacia los indígenas y sirvientes, en especial de los de posible ascendencia africana.


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Pero, el 18 de marzo de 1783 (6), por Real Cédula de Carlos III expedida en Alcalá de Henares, se declaró que: “No sólo el oficio de curtidor, sino también las demás Artes y Oficios de Herrero, Sastre, Carpintero y otros de ese modo, son honrados y que el uso de ellos no envilece la familia ni la persona del que lo ejerce ni la inhabilita para obtener los empleos Municipales de (la) República en que están avecindados” (7). Disposición que, aunque no fuera esa su intención, vino de alguna manera a suavizar, porque no los descartó, tan odiosos distingos dentro de nuestra sociedad. Como lo hemos señalado, Johnston, que estuvo en Chile entre 1811 y los primeros meses de 1814, los vio. Igualmente, en 1819, “ya consumada la independencia”, sobrevía el rechazo de las gentes contra dichos oficios considerados viles. El historiador Gonzalo Vial transcribe una queja en tal sentido, que dice: “¿Habrá razón, habrá derecho para que este triste hombre pretenda casar con una joven de calidad, de educación y de la primera distinción de su lugar?, ¿Se permitirá que un gañán se una a una casa noble, a una señora, en su propio pueblo, donde ambos son conocidos?, ¿Se desgradará por este ridículo medio a otras nueve hermanas, que a esa vista no podrán ya lograr un matrimonio decente?” (8). Y así, arraigadas en algunas personas, lamentablemente, siguen aún las malas prácticas de la discriminación. En todo caso, la referida disposición de 1783 debe haber sido muy bien recibida entre muchos de los vecinos de la Chimba. Casi por esos mismos días, el 14 de abril de 1783, se recibió otra orden de Carlos III sobre algo completamente diferentes que remitieran, a la mayor brevedad, a su botica:

Calaguala y Canchilagua como, asimismo, aceite de María y otros específicos que hubieren en el reino, con sus indicaciones (9). Lo que se hizo: Vía el puerto de la Corona, se le remitieron seis cajones con libras de palqui, trébol, culén, paico y otras hierbas, algunas de ellas provenientes de la Chimba. La botica de su Majestad en Santiago tenía a fines del siglo XVIII: Uña de la gran bestia, unicornio, mandíbulas de pez lucio, ojos de cangrejo, troncos de víbora, sangre de macho, estiércol de huillan y muchos otros productos semejantes a los que exhibiera la antigua botica de los jesuitas, donde no faltaban la enjundia de cóndor, ranas calcinadas, agua de capón y aceite de alacranes y lagartos, entre otros medicamentos (10). Con dichas “medicinas” aliviaban los síntomas de sus dolencias, combatían sus enfermedades, favorecían sus procesos digestivos y controlaban su sistema nervioso nuestras familias durante la Colonia, inclusive, hasta el propio y lejano rey. En estos días, gracias al biólogo cubano Misael Bordier se están investigando de manera científica “las propiedades analgésicas, antiinflamatorias, inmunorreguladoras y antitumorales” del alacrán original de Cuba (11).

Bibliografía: (1) José Toribio Medina, “Viajes Relativos a Chile”, tomo I. Editorial Universitaria. Stgo., 1962, página 282. (2) José Toribio Medina, “Cosas de la Colonia”. Stgo., 1952, página 17. (3) Juan Mujica, “Linajes Españoles. Nobleza Colonial de Chile”. Tomo I. Editorial Zamorano y Caperán. Stgo., MCMXXVIII, página 25-26. (4) Gustavo Opazo Maturana, “Familias del antiguo Obispado de Concepción 1551-1900”. Editorial Zamorano y Caperán. Stgo., 1957, página 79. (5) José Toribio Medina, O. C. “Viajes...”, página 282. (6) Leopoldo Castedo, O. C., tomo III, página 2074. (7) Gabriel Guarda O. S. B, “Historia urbana del Reino de Chile”. Editorial Andrés Bello. Stgo., 1978, página 196. (8) Gonzalo Vial Correa, “Los Prejuicios Sociales en Chile” en Boletín Nº 73 del Segundo Semestre de 1965 de la Academia Chilena de la Historia. (9) José Toribio Medina, O. C.: “Cosas de...”, página 136137. (10) José Toribio Medina, O. C.: “Cosas de...”, página 201202. (11) Felipe Castro, “Veneno de alacrán gana adeptos entre chilenos que quieren curar sus males” en diario “Las Ultimas Noticias” de 5 de octubre de 2007, página 12.

“Panadero”, The Book of Trades

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1800

Cuarta Parte

1817

Algunos coletazos del motín de Figueroa en La Chimba

Tomás de Figueroa Caravaca, un militar realista, 1747-1811.

E

l 27 de febrero de 1811 (1), a cinco meses y diez días de constituida la Primera Junta Nacional de Gobierno falleció su presidente el Conde de La Conquista, de seguro cansado de las últimas presiones y ajetreos vividos. Meramente “decorativo”, le debió afectar, es probable, el desdén con que le empezaron a tratar sus colegas al intentar opinar sobre asuntos relacionados con la conducción del estado (2). Pero, se le hizo un funeral con toda la pompa posible, como correspondía a su alto cargo. En cuanto al vicepresidente, don José Antonio Martínez de Aldunate, Obispo electo de Santiago, achacado y ya alineado cuando se le eligió para el cargo (3), obviamente nunca participó de las actividades de gobierno. Estaba “casi ciego y con intervalos de demencia”, precisa Silva Cotapos (4). Desde que volvió a Santiago en noviembre de 1810 al dejar su diócesis de Huamanga (Perú), vivió recluido en su hermosa quinta de la Cañadilla Nº 45 (5), imponente edificio de dos pisos “de estilo toscano” que contrastaba con la mayoría de las demás construcciones. Allí, bajo los atentos cuidados de su sobrino el presbítero José Santiago Errázuriz, falleció el 08 de abril (6). Siete días antes, el 01 de abril de 1811 (7), tuvo lugar el levantamiento de una compañía de los Dragones 69

de la Frontera de Penco, la que comandada por su jefe, el aristocrático y donjuanesco Teniente Coronel Tomás de Figueroa, tras vitorear al rey y gritar a todo pulmón que no querían Junta ni Congreso (ese día se elegiría), que querían Presidente; desde el local de su regimiento ubicado en calle San Pablo avanzó amenazante, “a tambor batiente”, por Teatinos hasta Compañía, donde al pasar frente al Nº 85, casa de don Francisco Ramón Vicuña (8), viendo Figueroa a la esposa de éste asomada a un balcón, con su espada la saludo con cortesía (9): Fue su última galantería. Benjamín Vicuña Subercaseaux, bisnieto de don Francisco Ramón, cuenta que luego su bisabuela de puro susto al escuchar los fuertes estampidos, al igual que la mujer de don Gaspar Marín, secretario de la Junta, dio a luz ese día. Al llegar Figueroa al edificio del Consulado donde esperaba dar con los miembros de la Junta, lo encontró vacío, prosiguió entonces hasta la Plaza de Armas donde “tendió su tropa formada en batalla”, ingresó a la Real Audiencia y exigió la restitución del antiguo gobierno, demanda que los oidores transmitieron de inmediato a la Junta, presidida a la sazón por


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Su cadáver tras el fusilamiento fue expuesto al público y enterrado en una fosa común.

Fernando Marqués de la Plata, la que ya había dispuesto que el Regimiento de Granaderos al mando del comandante Juan de Dios Vial saliese también a la Plaza, el que sólo quedó separado de los Dragones de Figueroa por una acequia que corría en medio de dicho lugar. Los jefes de ambos regimientos intercambiaron algunas palabras en voz alta: Figueroa intimó la rendición de los Granaderos; Vial mantuvo su posición y reiteró su lealtad a la Junta. No hubo acuerdo. Y, como dijera el Brigadier Juan Mackenna “la hora en que debe hablar la boca del cañón” había llegado: descargas de fusilería de uno y otro lado estremecieron la Plaza y una terrible confusión reinó en el lugar, los mirones de siempre, semiaturdidos, corrían despavoridos en todas direcciones. Quejidos y lamentos desgarraban el aire: el primero en caer fue un vago que siempre merodeaba en aquel sitio y, sorpresa, ambas fuerzas contrincantes en medio del humo del polvo levantado, huyeron a la vez. Las tropas de Figueroa hacia su cuartel de San Pablo y las de Vial hacia Huérfanos abajo y la Cañada, pero éstas interceptadas por hombre del temple de Fray Camilo Henríquez que con enorme palos en sus manos, Juan José Carrera con su espada, Rosales y el joven Manuel Dorrego

portando pistolas y Juan Martínez de Rozas a caballo, les impidieron la huida y debieron volver a la lucha. Una multitud de partidarios de la Junta, vociferante, les siguió. Rozas, el hombre fuerte de la Junta, después de increpar con dureza en las puertas de la Real Audiencia a los copetudos oidores, en ese instante pálidos y temblorosos, partió tras Figueroa, que era su compadre. Este, apresado en el convento de Santo Domingo, fue juzgado y ejecutado casi en el acto: a las cuatro de la mañana del 02 de abril se cumplió la sentencia. Su cadáver fue expuesto en la Plaza a “la vergüenza pública”. Los Dragones de la Frontera en su fuga hicieron temblar el puente Cal y Canto y los vecinos de la Cañadilla, a hurtadillas, los vieron pasar a todo correr frente a sus casas, camino a Valparaíso. Luego, los sobresaltaron los doscientos hombres que mandó Rozas en su persecución al mando de los oficiales Morla y Campino (10). Ese día nadie durmió en la Cañadilla. El ex gobernador, Brigadier Francisco Antonio García Carrasco en su casa de Recoleta Nº 69, a la entrada del antiguo Camino del Salto,

consciente que se había transformado en un peligro para la Junta, decidió refugiarse en casa de su amigo Julián Zilleruelo, ubicada “en el extremo remoto del arrabal de La Chimba”, pero hasta allí llegó el joven Manuel Dorrego con otros partidarios de la Junta y apresó al ex gobernador y a Zilleruelo, el dueño de casa, a quien engrilló (11). La guerra por la independencia de Chile había comenzado.

Bibliografía: (1) Fray Melchor Martínez, O. C., tomo I, página 199. (2) Francisco A. Encina, O. C., tomo II, página 29. (3) Francisco A. Encina, O. C., tomo II, página 29. (4) Carlos Silva Cotapos, “Don José Santiago Rodríguez Zorrilla Obispo de Santiago de Chile”. Santiago 1915, página 69. (5) José Zapiola, “Recuerdos de Treinta Años”. Editorial Fco. de Aguirre S.A. Buenos Aires 1974, página 280-281. (6) Fidel Araneda Bravo, O. C., pagina 306.

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(7) Benjamín Vicuña Subercaseaux, “El Motín de Figueroa” en “Recopilación de Artículos Sueltos”. Imp. y Lit. Universo. Santiago 1918, página 277-294. (8) José Zapiola, O. C., página 305. (9) Francisco A. Encina, O. C., tomo II, página 63. (10) Francisco A. Encina, O. C., tomo II, página 66. (11) Fray Melchor Martínez, O. C., tomo I, página 223224.


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La guerra de piedras “Los Pelusas” de hoy no son muy distintos de “Los Chimberos” del pasado, quizás por eso todavía se practica el ritual de lanzar piedras.

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uenta Vicuña Mackenna que dentro de las características de los llamados “chiquillos de la calle”, además de sus silbidos, de su hábito de poner sobrenombres y de abominar de todo, estaba su maña para lanzar piedras, “casi siempre certeras” (1). Al parecer dicha habilidad se comenzó a divulgar ampliamente a fines del siglo XVIII, transformándose luego en una verdadera afición que conquistó numerosos seguidores, hasta lograr convertirse en un juego que era motivo de diversión para los paseantes de los Tajamares, pues se desarrollaba principalmente en la caja del río, en la cual pandillas rivales desde una ribera a otra del Mapocho se lanzaban lluvias de piedras. Los de la ribera norte eran los llamados “Chimberos” y los de la ribera sur “Santiaguinos”. El público ubicado en los Tajamares no corría peligro dada la altura de estos y disfrutaba, además, de la hermosa vista que tenía sobre el río: los amplios y multicolores jardines de las quintas de la Cañadilla y Recoleta, las torres de las iglesias de la Chimba, el verdor de los cerros cercanos y la mágica belleza de las montañas lejanas. Dice Encina que los caballeros y las damas que presenciaban estas contiendas “aplaudían la destreza o el coraje de los bandos” (2).

Algunas veces la guerra de piedras se trasladaba a la ciudad y se desarrollaba en la calle San Antonio, entre Monjitas y Santo Domingo (3), para terror de los transeúntes. Tanto José Zapiola (4) como Vicente Pérez Rosales (5) participaban activamente en estos riesgosos combates. El primero de ellos conservó de recuerdo una cicatriz que le duró toda la vida y el segundo, siendo muchacho, vivía con el cuerpo lleno de moretones cuando apunta de pedradas luchaba con los Chimberos por el dominio del Puente de Palo, frente a Recoleta; eso sin contar con los coscorrones que recibía en su casa por participar en tales peloteras. Abel Rosales afirmaba que hasta el mismo arzobispo Rafael Valentín Valdivieso (6), Chimbero de nacimiento, cuando niño participaba en estos juegos y “que para dar una pedrada en el río era como mandado hacer”. Recuerda también que el “General” de los combatientes de la Cañadilla, en un momento, fue el niño Ramón Núñez Villalón, amigo suyo con el correr de los años. El mismo Rosales dice que los “niños de aquel tiempo eran belicosos como ellos solos”, pero que más

Las riñas a pedradas, comunes durante los primeros treinta años del sigo XIX, vivieron su apogeo en “La era de la Independencia”

tarde ellos fueron también los heroicos soldados que murieron luchando por la patria, cada vez que su destino estuvo en peligro. Entre nuestros aborígenes, cuya sangre llevaban la mayoría de los chiquillos que combatían en el río, juegos como la chueca, el pilmatun y el trumun, todos de gran violencia, alentaban también su disposición y fortaleza para la lucha. Indígenas que no estaban exentos de sociabilidad, al igual que los chicos de las guerras de piedras, grandes compinches entre ellos. Muchachos, eso si, que no lanzaban piedras a hurtadillas, criminalmente, a personas desprevenidas. Las riñas a pedradas, comunes durante los primeros treinta años del sigo XIX, vivieron su apogeo en “La era de la Independencia”. Durante el período de la Reconquista, además de las batallas del río, en la chingana de Lo Plaza en La Chimba se había hecho una costumbre la pelea entre los regimientos realistas de los Talaveras y el Batallón Valdivia, pendencia que generalmente ganaban estos últimos, en su mayoría chilenos, a punta de pedradas. Luego, a inicios de la Patria Nueva renovaron estas sangrientas reyertas deportivas dos regimientos de patriotas argentinos, en su totalidad integrados por gente de color, tanto

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africanos como criollos, estos provenientes de las provincias de Buenos Aires, San Juan y Mendoza: los Batallones Nº 7 y Nº 8, cuyas encarnizadas camorras a peñascazo limpio, tenían lugar en el Basural en aquellos días, más tarde la Plaza de Abastos de la ciudad (7). Estos batallones de negros trasandinos que vinieron a luchar por nuestra independencia, introdujeron entre los jóvenes el uso del aro en la oreja, moda que duró algunos años. Parece que hasta don Andrés Bellos cayó en la tentación de usar un arito. Durante los primeros tiempos de la república comenzó su decadencia la guerra de piedras, para terminar extinguiéndose, en parte importante gracias a las medidas de vigilancia implementadas.

Bibliografía: (1) Benjamín Vicuña M., O. C., tomo II, página 343. (2) Francisco A. Encina, O. C., tomo IX, página 196. (3) José Zapiola, O. C., página 112. (4) José Zapiola, O. C., página 113.


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La necesidad de registrar, a través de un libro, los inicios de Santiago, que parte, por La Cañadilla o el “Camino de Chile” de los conquistadores, hoy bautizado “barrio de Independencia”, lugar donde nace el barrio de La Chimba, el primer sector habitado por Pedro de Valdivia, quien fuese el primer vecino que tubo este barrio, tras su llegada, junto con los yanacones que trajo a Chile, donde, precisamente empieza este libro. Todo el desarrollo que ha tenido La Chimba a lo largo de la historia, pasa desapercibido para escritores, dejando muy poca información para las futuras generaciones, este libro viene a suplir esa escasez, a ver de una manera distinta los acontecimientos que marcaron el Santiago colonial.


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