Paz en clave femenina

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24 / 25 24 abril 2016

Paz en clave femenina El Museo Casa de la Memoria de Medellín impulsa un proyecto protagonizado por mujeres Rosa María Jané Chueca La última oleada de violencia que sacude a Colombia ya dura 60 años, pero junto al conflicto, surgen iniciativas de paz. Es el caso del Museo Casa de la Memoria de Medellín, que promueve, junto con la Agencia Colombiana para la Reintegración (ACR) y la financiación de la Organización Internacional para las Migraciones, el proyecto Mujeres gestoras de paz. Gracias al Instituto Catalán Internacional por la Paz y la Casa América Cataluña, organizadoras del ciclo Paz en Colombia, nos acercamos a este proyecto y conocemos a dos de las mujeres implicadas en él: Gloria Patricia Castañeda, ex miembro de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), y Leidy Marisa Montoya, ex combatiente de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC-EP). «Nosotras hemos vivido la violencia en carne propia y sabemos qué hay que hacer para construir paz», subraya Leidy. Por ello, ambas se han acogido al programa que impulsa la ACR para integrar en la sociedad a miembros de distintos grupos armados que quieren dejar atrás su historia de violencia. Este programa es muy completo, comprende diferentes ámbitos como salud, educación, familia... sin embargo, hay un aspecto que no se acaba de trabajar: la humanización de la persona. Y es aquí donde entra el proyecto Mujeres gestoras de paz. La directora del Museo Casa de la Memoria de Medellín, Adriana Valderrama, nos explica que «cuando escuchas el relato de estas mujeres, te das cuenta de que ellas han logrado perdonarse a sí mismas, comprenden por qué entraron en esos grupos armados y han sido capaces de humanizarse. También trabajamos la recuperación de la dimensión femenina de la mujer, que queda anulada cuando entran en esos grupos violentos. En los talleres que organizamos, ellas pueden relatar lo que han vivido durante y después con el reencuentro con sus comunidades». El trabajo que realizan estas mujeres en grupo tiene una dimensión individual, comparten sus experiencias y en la medida en que comparten construyen amistades. Adriana Valderrama es testigo de ello: «Hablamos de mujeres que han estado en grupos enfrentados y que han creado amistad, camaradería, complicidad... hay un encuentro real, aunque eso no quiere decir que sea perfecto.» «Nos reunimos mujeres que estuvimos en la guerra, de distintos grupos», aclara Gloria, «sobre todo buscamos trabajar la parte humana, qué hay más allá de lo que me llevó a ser parte de una guerra. El proyecto incluye memoria, reconciliación y construcción de paz, qué percepción tiene la mujer del conflicto armado frente a estos tres aspectos. Es aquí donde empezamos a hacer un ejercicio de memoria recordando nuestro pasado. Es un proyecto muy bonito que sana heridas, nos reconcilia con nosotras mismas, nos ayuda a aceptar nuestra propia realidad. Al mismo tiempo es muy duro. Es una catarsis,

Gloria (izquierda) y Leidy unen fuerzas por la paz.

GLORIA PATRICIA «Este proyecto nos prepara para sanar nuestro pasado, aceptar nuestra realidad y trabajar por una sociedad que cambie» lloramos, nos abrazamos como nunca hemos abrazado a un ser humano, porque hay situaciones muy duras». Son historias de vida muy distintas,

algunas horrorosas y muy dolorosas. Cuando los desmovilizados realizan la ruta de reintegración, este aspecto no se trabaja. Por eso, Mujeres gestoras de paz «lo que hace es sanar a las mujeres, recuperar su autoestima como mujeres, reconocer sus valores, que no son un objeto del hombre.... son mujeres que tienen mucho por ofrecer. Este proyecto nos prepara para sanar nuestro pasado, aceptar nuestra realidad y trabajar por una sociedad que cambie lo que yo he vivido», asegura Gloria.

Construir paz Construir la paz es todo un reto. Lo saben bien Gloria y Leidy. Para Gloria, «lo que se necesita es la voluntad de

Dos experiencias distintas Gloria y Leidy proceden de dos grupos muy distintos y, en consecuencia sus experiencias también son diferentes. Gloria Patricia era terciaria capuchina, a punto de emitir los votos perpetuos. Las duras condiciones económicas de su familia la obligaron a dejar el convento. No encontró trabajo y entró en las AUC. Allí realizó trabajos de tipo social. El grupo decidió disolverse y Gloria se desmovilizó en 2006. «Estaba perdiendo mi vida en un grupo que no tenía sentido, que no era mi lógica», reconoce. «Cuando salí de allí, mi familia me acogió bien y me di cuenta de lo que había sufrido. Al salir no tenía horizontes y sí muchos interrogantes. Volví a tomar con responsabilidad las decisiones, a vencer las dificultades para conseguir lo bueno para mí y la sociedad. Volví a aprenderlo todo.» Leidy Marisa entró en las FARC con solo 13 años. Abandonó el hogar por violencia intrafamiliar y creyó que entrar en ese grupo armado era una salida. Allí permaneció 10 años, en los que comandó un grupo. En 2008 consiguió escapar de las FARC. «Entras y ya no hay salida, no tienes contacto con tu familia ni con nadie. Mi familia me aceptó muy bien, fue muy emotivo pero muy duro porque perdí muchos años de mi vida y ya había familiares que no estaban. Fui consciente de lo que perdí por una mala decisión. Dejar las FARC supuso volver a nacer porque seguía un régimen militar muy duro. Recobré mi libertad, mi propia vida. Volví a ser yo, a ser mujer.»

cada uno para aportar un estilo de vida diferente, para apostar por unos cambios que van a hacer bien a toda la sociedad. Se requiere compromiso. En la construcción de paz hay que llegar a ciertos acuerdos y para ello hay que aprender a escuchar libre de corrientes, no tener intereses, sino pensar en el beneficio social. Si pensamos la paz desde el punto de vista económico o de beneficios políticos e ideológicos, tenderá a menguar». Leidy asiente a la explicación de Gloria y añade: «Lo primero que necesitamos es perdonarnos a nosotros mismos algunos hechos, incluso violentos, en los que hayamos participado. Si no nos perdonamos interiormente, cómo vamos a poder brindar la paz que los demás necesitan.» Y apunta otro aspecto importante: la educación. «Es imprescindible para construir la paz. Si inculcamos la paz a nuestros hijos, a nuestras familias, a todos los que nos rodean... será más fácil construir la paz porque tendremos mejores personas.» Gloria también considera que la educación es esencial porque «cuando empiezas a estudiar, la educación te abre horizontes y te ayuda a pensar éticamente, empiezas a humanizarte y a pensar en cómo ser útil a la sociedad». Adriana Valderrama considera que Colombia vive un conflicto de larga duración que ha ido mutando a través del tiempo, donde hay distintos actores que entran y salen. Para ella, «la paz no se construye de arriba a abajo, ni solo con políticas públicas o con inversión económica, sino que se construye en la medida en que se trabaja con las comunidades y en la medida en que somos capaces de crear espacios de reconciliación». Y cuando habla de reconciliación, «no estoy pensando en un simple perdón, sino en espacios donde a


Sociedad través de una metodología, de un proceso, de un proyecto, yo logro humanizar, que estos distintos grupos que han participado en la violencia se puedan reconocer, se respeten sus diferencias y que las tramiten no por la vía violenta, sino negociada y democrática. Esto no se logra si estos grupos polarizados no reconocen una dimensión humana en ese otro que es considerado enemigo». Según Valderrama, «Colombia produce mucha violencia, pero también produce muchas iniciativas de paz. Para construir paz se necesita compromiso de la ciudadanía, un deseo individual de ciertos actores de querer participar colectivamente en ciertos procesos y una disposición política porque se necesitan unos planes de desarrollo. Estas mujeres, ahora, hacen procesos parecidos en sus comunidades a partir de la experiencia vivida. Son capaces de reproducir la metodología».

Desmovilización Para Gloria y Leidy, el proceso de desmovilización, de dejar sus grupos armados y reintegrarse en la sociedad no ha sido sencillo. Gloria defiende que «las personas desmovilizadas no somos un peligro, somos unas criaturas ansiosas de estar en la sociedad con las mismas oportunidades que los demás. Somos seres humanos que tenemos las mismas emociones que los demás y que necesitamos interactuar. Hacer entender esto a la sociedad es la tarea más difícil». Leidy afirma que «hay mucha gente que no conoce nuestra historia, nuestros relatos de vida, que no sabe que nos estamos formando para construir paz y nos rechazan por miedo. La gente no sabe que estamos capacitadas para trabajar dentro de una comunidad y que estamos contribuyendo a la paz. En muchos lugares a los desmovilizados nos consideran unos monstruos, por eso compartimos nuestras historias de vida, para que sepan realmente quiénes somos, brindadores de paz». También es cierto que hay ex combatientes que no se han acogido al programa de desmovilización del gobierno y se dedican a delinquir. Lo que no ayuda a mejorar la imagen de los desmovilizados, a lo que hay que sumar estigmas y prejuicios, y pocas oportunidades en el campo laboral. Hasta el momento, comenta Gloria, «la ruta de reintegración ha sido tan exitosa que son casi 60.000 personas las que se han desmovilizado en el país. Unas 30.000 de AUC y el resto es guerrilla». Tanto ella como su compañera sostienen que «nos hemos dado cuenta de que es una vía que hay que aprovechar para que nunca más volvamos a empuñar un arma, para no participar en un grupo armado donde estoy perdiendo el encuentro con la familia, con el otro, mi libertad...». La directora del Museo Casa de la Memoria afirma que «hay miedo por parte de quien se desmoviliza a cómo le va a recibir la comunidad, y también miedo por parte de la comunidad receptora. Es un miedo válido, que se puede entender, pero me parece que es más fácil la integración en las áreas rurales porque como son las que mayoritariamente han sufrido el conflicto, en casi todas las familias hay integrantes que pertenecieron a algún grupo armado y cuando alguien regresa, es recuperar a quien se

LEIDY MARISA «Nosotras hemos vivido la violencia en carne propia y sabemos qué hay que hacer para construir paz» ADRIANA VALDERRAMA «Colombia produce mucha violencia, pero también produce muchas iniciativas de paz»

perdió. En la ciudad es distinto, hay más prevención y temor». En este sentido, defiende que «al mismo tiempo que se hace un trabajo de reintegración y de justicia restaurativa, hay que trabajar con las comunidades receptoras. Lo ideal sería trabajar en grupos conjuntos: comunidad y desmovilizados».

Hora de cambiar La sociedad colombiana está cansada de tanta violencia y, al mismo tiempo, se ha acostumbrado a ella, «existe una naturalización del conflicto», apunta Valderrama, «tenemos muy asumido las extorsiones, las bombas, los secuestros... una tendencia a justificar por quéla víctima es víctima». Gloria recuerda que «no solo se destruye la vida como tal, también se van agotando la naturaleza, las relaciones, la armonía...». Por eso, es tan necesario hacer un ejercicio de memoria o sería más oportuno hablar de «memorias». «Está la memoria de un pasado que ha ocurrido y que ha traído consecuencias», reflexiona Gloria, «está la memoria de la experiencia viva para contar de cada una de nosotras. Es el mejor instrumento para construir la paz: hacer memoria de los hechos que se viven dentro de un grupo y fuera de ese grupo. La memoria siempre está en constante evolución porque toca la vida de las personas. Esto ayuda a cambiar conductas». Como directora de un museo que se llama «Casa de la Memoria», Adriana Valderrama constata que «se puede hacer una memoria histórica buscando unos espacios de justicia donde lo que se pretende es esclarecer. También existe otra memoria, basada en la experiencia personal, para no repetir los errores, para resignificar el pasado desde el presente, para lograr un relato que permite romper el ciclo de repetición de la violencia. También hay que hacer memoria para no olvidar. Existe una memoria interna, subjetiva, y otra que

es la histórica». Y en esta construcción de la memoria, el papel de la mujer es fundamental. Leidy Marisa Montoya y Gloria Patricia Castañeda ponen voz y rostro a

tantas mujeres desmovilizadas y comprometidas en la paz, luchando por ser aceptadas por la sociedad y para contribuir, desde su propia experiencia, a una Colombia libre de conflictos.


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