La siguiente es una transcripción del capítulo (p. 184-218) del libro ¡Todo por la patria! El conflicto colombo-peruano y Clara E. Narváez, el cabo Pedro, escrito por Lydia Inés Muñoz Cordero. Todos los derechos reservados para la autora Lydia Inés Muñoz Cordero y el editor Fondo de Mixto de Cultura de Nariño. Nota: se han omitido apartes en texto y fotografías, dejando la información más relevante y concerniente a este capítulo de la historia militar colombiana. De igual manera se ha continuado la secuencia de la citación toda vez que en el documento original se salta de la cita 272 (p.210) a la 277 (p.212). Al final de la transcripción se han añadido tres (3) fotografías de Clara Narváez de Fernández pertenecientes al Archivo del Museo Militar de Colombia y que no figuran en el documento original escrito por la autora.
Ficha Bibliográfica Muñoz Cordero, Lydia Inés. ¡Todo por la patria! El conflicto colombo-peruano y Clara E. Narváez, el cabo Pedro. San Juan de Pasto: Fondo Mixto de Cultura de Nariño. 2006. p. 184-218. ISBN 958-97877-0-3
5. EL “CABO PEDRO” UNA MUJER EN EL FRENTE DE BATALLA
“Yo fui guerrera, yo entré en la batalla y arriesgué mi cuerpo en sus vórtices de humo y de hierro”. William Ospina
5.1 INTROITO Cuando se habla de la guerra, aparece ésta como un escenario únicamente masculino, “sólo para machos” y la mujer queda en el plano biológico de ser madre de esos varones y “guerreros”: “Las madres de los machos que defienden la heredad sagrada, han comprendido que la suerte virtuosa deparará tal vez a sus hijos la fortuna de morir con la arrogante elegancia de los mártires, y con la alegría de los héroes de la Patria…” (221) Pero la mujer nunca se conformó con el reducto que el poder le señalaba y durante las guerras de independencia en el sur, logró intervenir en los combates, camufladas como milicianas* o en calidad de "voluntarias" y "gualumbas"' de los patriotas. Otro contingente de mujeres a veces cargando a sus hijos acompañaban en la retaguardia" a los ejércitos y cumplían oficios domésticos. Por su parte las "godas”, mujeres realistas intervenían en el papel de correos, postas y espías. También asumieron el carácter de proveedoras de municiones y de armas elementales, cuando los combates se desarrollaban en la periferia o en las propias calles de Pasto. En el momento en que llegaron a faltar los hombres, salieron a empuñar las armas, niños pastusos de 8 y 9 años de edad, en el acto entraban las mujeres a reemplazarlos. Fueron mujeres quienes en Pasto hacia 1812, adelantaron una acción suicida al "disfrazarse de hombres" y penetrar en la cárcel para propiciar la fuga de los oficiales patriotas allí detenidos, Dr. Joaquín Caicedo y Cuero y Alejandro Macaulay, entre otros. En el fracasado intento fueron fusiladas en forma inmisericorde. 1
En la guerra de los mil días se recupera el nombre de "La Chilca Negra", mujer de pueblo que con su figura de follado y pañolón llevaba milladas las municiones, alentando a los compartidarios conservadores.
(221)
*
C.D.R.B.R. Pasto. Archivo periódico El Derecho, Interdiario, año V, No. 549. Pasto, 16 de febrero de 1933. Columna Al margen de la vida. P3. Vestidas de hombres
En el proceso del conflicto colombo-peruano en 1932, una mujer pastusa Clara Elisa Narváez Arteaga, con nombre masculino, el de cabo Pedro, inscribe una señal en camino en pleno siglo veinte, en medio del horror de la guerra y la soledad de la selva: "yo buscaba el amor a la Patria, Porque la patria es una madre" (222) decía doña Clara al recordar aquellos sucesos.
5.2 APROXIMACIÓN A SU VIDA Clara Elisa Narváez Arteaga, nace en la ciudad de San Juan de Pasto, el 17 de agosto de 1910*. Sus padres fueron don José Narváez y doña Tránsito Arteaga. El padre era pastuso y policía de profesión. Recuerda doña Gloria Arias, que don José en Pasto, “había sido de los primeros policías que había en los bancos, que andaba cuide y cuide. Una vez se había quedado el banco abierto, que banco sería en ese tiempo. Cuando él es que pasaba y vio la puerta abierta y entró, vio todo quieto, ahí mismo llamó a la policía. Al llegar al banco, miraron todo en orden, quietecito, entonces el comandante le había dicho: ‘Gracias Número, se te recomendará’” (223). Desde aquel incidente, al padre de Clara Elisa, le llamarían con el remoquete de “Número”, pero la gente lo respetaba, resaltando su honradez y responsabilidad. Doña Tránsito Arteaga, la madre, era de origen ecuatoriano pero pastusa de nacimiento. Tenía como oficio el de amasar pan: “En ese tiempo, hacían buen pan, ahora ya no se ve, hacían pambazos y allullas, pero qué pambazos, eran pesados, ahora parecen de ‘vuelo’, antes usaban manteca y concho de puerco”(224). La familia Narváez Arteaga, vivió durante un tiempo en Pandiaco. Clara Elisa cursó hasta el tercero de primaria en la escuela local e hizo la primera comunión en la iglesia de las religiosas Visitandinas, ubicada en el barrio Maridíaz. Años después la familia se trasladaría a una vivienda frente al Batallón Boyacá, en el sector de El Ejido. Por la vecindad, se atendía el lavado de los uniformes del ejército, pero la madre continuaba con la panadería Clara Elisa contó con siete hermanos, dos mujeres y cinco varones. Ella fue la segunda de los hijos. Los nombres de sus hermanos, la mayoría fallecidos, fueron: Luis, Antonio, Juan, Gabriel, quien vive en Cali y Merceditas (Miche) que reside en Pasto. 2
De cómo era Clara cuando jovencita, su sobrina Gloria la recuerda: “... .la tía Clara, veía a un niño sucio, lo cogía y le sacaba la ropa para lavársela. Contaba mi mamá Mercedes (222)
* (223) (224)
Entrevista a doña Clara Elisa narvaez. Por Lydia Muñoz C. Asistente: Dra. Aura Marina Díaz B. Popayán, julio de 1997. Cassette. Existen varias versiones sobre el año y fecha de nacimiento. Aquí se incluye la versión familiar. Entrevista con la señora Gloria Arias Narváez, sobrina de Clara Elisa Narváez. Pasto, 1997. Casette, lado A. Ibidem.
que cuando era pequeñita y mi tía Clara era señorita, a las cinco o seis de la mañana, les decía a sus hermanos: ¡levántense!, ¡levántense! y a quitarles las cobijas y ponerse a jabonar. Se iba al río con los montones de ropa porque a ella no le gustaba ver nada sucio. Ella se ponía a lavar, a veces sin mayor necesidad. Desde muchacha le gustaba hacer el bien a todos, era bien voluntaria, decidida (225).3 El carácter de Clara Elisa, se formaría en su hogar donde las reglas de disciplina y el rigor materno intervinieron en ello. Desde la adolescencia se inclinó por el servicio solidario, contó con la oportunidad de prepararse en primeros auxilios y rudimentos de enfermería, práctica serviría más tarde para el tiempo de la guerra. Cuando tenía 22 años se marchó a la guerra en 1932, con un contingente del Batallón Boyacá, en la campaña amazónica, hacia Puerto Asís, en cuya actividad estuvo doce meses. Luego de su regreso a Pasto, su ciudad natal, retornó en alguna ocasión al Putumayo y allí conoció a don Luis Fernández Peña, oriundo de Popayán, conductor, empleado oficial del Departamento, con el cual contrajo matrimonio en la iglesia de San Agustín, en la ciudad de Pasto, en el año de 1936. La Familia Fernández-Narváez se fue a residir a Popayán y allí nacieron sus hijos: Bárbara Elisa, José Bolívar, Carmen Elvira, Luis Eduardo, Alberto Enrique, María Cristina, Esperanza, Olga Lucia. Alcanzó a conocer a 11 nietos y 3 bisnietos. A lo largo de su vida, doña Clara Elisa Narváez, recibió diversos homenajes por parte del Estado, pero ningún gobierno reconoció sus servicios con pensión alguna como excombatiente ni brindo recursos para vivienda propia. De su vida, recuerda doña Bárbara Fernández Narváez: “Como hija me siento orgullosa de haber tenido una madre ejemplar, porque a pesar de haber estado en una guerra, ella fue una mujer, una madre, una amiga muy especial, fue un ser excepcional, ejemplo de valor. El presentarse como mujer a una guerra en un momento tan difícil y en una edad como la que ella tenía en ese entonces fue algo hermoso. En su juventud, presentarse en una guerra que no era interna sino con otro país, demuestra mucho valor. Yo me siento orgullosa, con ello nos enseñó a amarla que es lo importante” (226).
(225) 3
(226) (227)
Ibidem. Entrevista a doña Bárbara Elisa Fernández Narváez. Por Lydia Muñoz C. Asistente: Dra. Aura Marina Díaz B. Popayán, 8 de enero de 1998. Cassette Maxvall.” Entrevista a don Luis Eduardo Fernández Narváez. Por Lydia Muñoz C., asistente Dra. Aura Marina Díaz B. Popayán, 8 de enero de 1998. Cassette.Ibidem.
En los últimos años de vida y después de la muerte de su marido, doña Clara Elisa se dedicaba a las devociones religiosas. Sus amigas más cercanas fueron doña Felicitas y Primitiva Lasso en Pasto y Cecilia Martínez. Su hijo Luis Eduardo, la recuerda como una persona "muy humana y servicial. Su cualidad, el razonamiento social, se destacó mucho por eso. Ella solía decir, los hombres cuando piensan, nunca se echan para atrás” (227).4 En los días anteriores a su muerte, doña Clara Elisa, presentía su deceso, entregó el rosario de oro a su nieto Carlos Alberto, porque ella ya no iba a rezar más, además iba “a hacer un largo viaje”. A los vecinos los pasó a saludar, avisándoles que era la última vez que los veía y que ya sentía “un frío en la espalda (228). El día 16 de octubre de 1997, murió en Popayán, Clara Elisa Narváez de Fernández, conocida en la historia social de Colombia como el “cabo Pedro”, contaba en aquel entonces con 87 años de edad.
(227) 4
(228)
Entrevista a don Luis Eduardo Fernández Narváez. Por Lydia Muñoz C., asistente Dra. Aura Marina Díaz B. Popayán, 8 de enero de 1998. Cassette. Ibidem.
5.3 EL “CABO PEDRO” “Yo me llamo Clara Elisa Narváez Arteaga, Arteaga por mi madre, yo estuve en el frente...” * Corre el año de 1932, con la invasión de puerto Leticia en la frontera con el Perú, el país entero está conmocionado. La actividad diplomática sigue su curso. El llamado a presentarse como voluntario en los cuarteles se hace urgente. En la prensa local, las crónicas dan cuenta de los hechos: “Pasto, está viviendo la locura dignificante y bella de los instantes que marcan la ruta de los pueblos; en esta hora sobre el lomo de su resignada tranquilidad está cabalgando precipitadamente y con arrogante ademán el empuje de su sangre guerrera que ha blasonado siempre su historia...” (229).5
(229) 5
C.D.R.B.R, Pasto. Archivo periódico El Derecho, Interdiario, año V, No. 549. Pasto, p. 3. Columna “Al Margen de la vida". Pasto, 16 de febrero de 1933.
Clara Elisa Narváez Arteaga, tenía 22 años de edad y sus ideas eran conservadoras, con las cuales ya había acometido a los políticos y al alcalde de la ciudad. Recuerda ese momento de su vida: “Jugaba todavía con las muñecas, me robaron una canasta de pan, mi mamá amasaba. Y se escuchaba: ¡Gente! ¡Gente para la guerra!” (230). Al parecer por el robo del canasto o por otra “travesura”, la madre castigó a Clara, y ella quedó muy “sentida” *6. Al saber que se “necesitaban voluntarios para ir a defender la patria en la guerra contra el Perú” (231) , aprovechó la oportunidad y se presentó: “Estaba en la calle y a eso de las cinco de la tarde salió un coronel y a los que estábamos presentes nos dijo: “Un paso adelante los hombres que quieran ir a la guerra”. Entonces nadie quiso, por miedo a las balas. Yo dije: “me voy”, él me preguntó “pero usted es mujer, ¿no pensado en sus padres? Después de decirles que ellos no estaban, me aceptaron…” (232). Cuando los padres se enteraron nunca se preocuparon de enviarle ropa o ayuda alguna. A Clara Elisa nunca le importó, tampoco el que su novio* se quedara en Pasto, sin querer “ir a pelear” con ella en la guerra. El coronel Rodríguez del Batallón Boyacá, encargado del reclutamiento de tropas con destino al Putumayo, intentó persuadirla hasta el último momento sobre las inconveniencias del viaje. A lo que Clara Elisa replicó: “Cuando de defender la patria se trata, los militares *
6
(230) (231)
* (232)
*
Entrevista con doña Clara Elisa Narvaez de Fernández. Por Lydia Muñoz, asistente Aura Marina Díaz B. Popayán, julio de 1998. Entrevista a doña Clara Elisa Narváez de Fernández. Por Lydia Inés Muñoz C. Asistente Dra. Aura Marina Díaz B. Popayán, julio de 1997. Cassette. MONZÓN SOLÓRZANO, Juan Carlos. La insólita historia de Clara “El cabo Pedro”, En Revista del Jueves, El Espectador. Bogotá (s.m.d.). Archivo familia Fernández Narváez. Popayán. Modismo nariñense que quiere decir “ofendida injustamente”. Ibidem. Otra versión que sostiene doña Mariana Guerrero, según lo que le contaba, su padre Alberto Hernando Guerrero Bena vides, excombatiente, dice que Clara era novia de uno de los soldados del Batallón Boyacá, por la vecindad y porque las Narváez, lavaban la ropa del ejército y ella se fue a la guerra por acompañarlo. Entrevista con la señora Mariana Guerrero. Por Lydia Muñoz C. Asistente Cristina.
dejan de mandar y es el pueblo el que se pone al frente” (233) . Esa misma noche se quedó en el cuartel para evitar que la dejaran. Le entregaron la dotación militar, pantalones, camisa y botas “quimbas”. Su cuerpo pequeño de mujer, quedó debajo del uniforme de guerrero. 7
Tenía la idea que la “guerra” quedaba a pocos kilómetros de Pasto: “Partimos a las cuatro de la mañana y mi mamá se vino a enterar a las ocho, de mi salida. Fueron varios días de caminar por la selva. Recorrimos varias veredas y en Chamague me cortaron el cabello. Quedé casi calva. A los cinco días de camino escuché que llegábamos a Puerto Asís” (234). ¿Cómo nació el cabo Pedro, para la historia? Otoniel Díaz, cuenta lo que a él le contaron: “Murió un cabo llamado Pedro, quien tenía por todo haber una cinta, y su voluntad última fue de que esa cinta la poseyera el soldado que mejor se distinguiera, y he aquí, que el teniente Lozano y Lozano se la cedió a Clara Narváez, a la mujer-soldado nariñense, quien fue conocida desde ese día con el nombre de cabo Pedro” (235). Al respecto, recordaba doña Clara: “Todos me respetaron, gracias a Dios. Todos se sintieron hermanos míos, todos se sintieron hijos. Todos se sintieron familia mía, me trataban con mucha dignidad. Me decían: ‘cabo Clara, venga’. Yo les decía, pues si me dicen Clara, no me digan cabo, sino Clara, no más. Ellos replicaban: ‘No, usted es cabo para nosotros, porque es el respeto para nosotros’. A mí me respetó la tropa íntegramente” (236). Puerto Asís, Chavaco, Güepí, Caucayá, La Rebeca, Calderón, Puerto Ariza, Argelia, Gil y la Campuya, sitios de frontera en el Putumayo y Caquetá, se convirtieron en estaciones del ejército colombiano. “A la Campuya un día llegó el cabo Pedro y el teniente Blanco, éste sacó su espada y en un añoso árbol escribió: Puerto Santa Clara” (237). Al comienzo en la partida de la tropa de Pasto, desconocían que iba con ellos una mujer: “Ya cerca de El Encano, tal vez, se enfermó un soldado y allí se dieron cuenta que iba una mujer vestida de soldado, hizo de enfermera, haciéndole unas aguas, se le cayó la montera y le miraron el cabello y la reconocieron, ella era la que iba a dejar y traer la ropa (al Batallón Boyacá). La reconocieron y se pusieron a discutir con el capitán Vela, qué como la iban a llevar si era mujer. Pero ella fue enérgica al rechazar su regreso” (238). Fueron muchos los tropiezos y pruebas que tuvo que soportar Clara Elisa, para demostrar que su presencia obedecía a su sentimiento y voluntad patriótica, que nada tenía (233) 7
(234) (235) (236) (237)
(238)
CASTILLO PATINO, Alexander. Valores humanos. Clara Elisa Narváez una heroína que se enfrentó a los peruanos. En: el periódico El Liberal, Popayán, sábado 24 de julio de 1982. p. 2. Archivo familia Fernández Narváez. Popayán. MONZÓN SOLÓRZANO, Juan Carlos. La insólita historia... Ibidem. MARTÍNEZ, Jesús Absalón. Nariño y la guerra. Ibidem. p. 200. Referencias sobre “El cabo Pedro” por Otoniel Díaz, Corregidor de Chavaco. La cinta era tricolor. Entrevista a doña Clara Elisa Narváez de Fernández. Por Lydia Inés Muñoz C. Asistente Dra. Aura Marina Díaz B. Popayán, julio de 1997. MARTÍNEZ, Jesús Absalón. Op. cit. p. 198. Cita a Otoniel Díaz, en su testimonio sobre el “cabo Pedro” y recuerda el episodio de Leónidas en las Termópilas, cuando se leía la inscripción: Hasta aquí llegó el hijo de Esparta. Entrevista a doña Mariana Guerrero. Por Lydia Muñoz C. Asistente Cristina Guerrero Z. Pasto, 16 de diciembre de 1997.
que ver si era hombre o mujer. Cuando llegó a Puerto Asís y se aprestaba a embarcarse: “Un oficial -dice ella-no me iba a dejar abordar el barco, pero luego de cruzar varias palabras y explicarle que yo también tenía derecho de ir a defender la patria, no tuvo más remedio que dejarme subir” (239). El oficial la había increpado diciéndole: “Deténgase que esto es para hombres y usted es una mujer”. A lo cual Clara Elisa le contestaría: “Soy un hombre-mujer y voy a ir”. Desde el trayecto El Encano - Puerto Asís, Clara Elisa, nunca había dejado de rezar. Y cuando se le preguntaba de su estado de ánimo, ella contestaba, “No estoy cansada, no tengo hambre”, fuera de los rezos, cantaba y relataba historias y leyendas. 8
Dada la ocasión, cuando el regimiento del Batallón Boyacá, al mando del mayor Ananías Téllez, llegó a Puerto Asís, deseoso de “librarse” de ella, le asignó integrarse al equipo de cocina y rancho. Clara, con su carácter de buen temple le respondió: “yo no he venido a cocinarle a nadie, para eso me hubiera quedado en mi casa, he venido a defender a mi patria” (240). Las órdenes militares no tardaron en llegar, así le determinaron quedarse al otro lado del río y regresar a casa, lo que ella rechazó enfática y manifestó: “yo no me quedo”, acomodándose en una de las canoas de la compañía, se dispuso a vadear el río Putumayo. “De los nariñenses sólo sé decir –según Uribe Arango– que todos son valientes. Los vi esperando nerviosos de emoción y de furia la orden fulminante de un ataque. Los vi trabajando y sufriendo. Los vi alegres. Los oí reír cuando todo era preparación para la muerte. Pero nunca los encontré tristes. El nariñense, ha sido siempre cuerpo de principio. La frontera son esos soldados insomnes que, como hitos armados y avanzantes, están listos donde se abrirá el ala musical de la victoria, o un ancho cementerio para los héroes sin nombre que han empezado a caer” (241) .
(239)
MONZÓN SOLÓRZANO, Juan Carlos. La insólita historia... Ibidem CASTILLO PATIÑO, Alexander. Valores... Ibidem. p. 2. (241) CHAVES, Guillermo Edmundo. El contingente del departamento de Nariño en la guerra con el Perú. Pasto, julio 20 de 1933. En: Revista Ilustración Nariñense..No. 50, Serie V. Pasto, agosto de 1933. p. 3. (240)
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En entrevista para El Derecho, el doctor Arango Uribe, manifestaba: “Ahora te digo que los soldados de Nariño están bien. En el brazo tienen la fuerza de la patria, que sorbieron como raíces místicas sus dedos libertadores” (242). Y al referirse al cabo Pedro, agregaba: “Sólo he hablado de hombres, y es Nariño quien envía al frente a una mujer-clemencia. La loca Clara, corre abajo de Caucayá, quien con su genio cerrero y su compasión, ha acompañado a la tropa en las jornadas monocordes del río Putumayo y con los caminos que se descuelgan como rastros de alpinista entre Puerto Asís y Pasto. No se fatiga, no gusta de la gula del descanso que es enfermedad del trópico. Va como a una fiesta de vereda, cantando y aliviando. Tiene una mano rapaz para conseguirles a los soldados los alimentos de dieta, las frazadas contra el frío morado de las campañas; las medicinas. Es, para los que acompaña, el vehículo de las obras de misericordia. Su corazón percibe el paso tiritante de la fiebre palúdica, y las ávidas manos de la loca Clara son tácitas y blandas como si el dolor de los soldados hubiese amenazado la cólera de sus dedos violentos, la loca Clara tiene aún el genio brioso y la angustia encantadora de su vida. No ha dejado de ser ella. Ríe, canta, araña, insulta, brama de bravía o de mirarse lo malo que tenga dentro. Y ay! del silencio de la loca Clara! Sería una manía roja de la guerra. Piensa siempre en un soldado que cerró los ojos sin (242)
MARTÍNEZ, Jesús Absalón. Op, cit. P. 162, Charla del Dr. Arango Uribe con José Elías del Hierro, director de El Derecho. Pasto, mayo de 1933.
lágrimas, como mirando sobre el tronco rasgado, deshecho, chorreante de sangre y piltrafas; otros ojos goteaban el fuego del dolor profundo” (243). Los días monótonos en medio de la selva, la atención de los enfermos, el aprovisionarse de alimentos frescos, el lavado de la ropa de los guerreros de la patria, se convirtieron en actividades cotidianas del cabo Pedro. Recordaba que en las noches de misterios y de ruidos, lloraba la soledad, la ausencia del padre y de la madre. Extrañaba no poder ir a misa y pedía que fuera un sacerdote* por lo menos una vez al mes a celebrarla. Escribió la carta y con ese propósito se dispuso a salir de la base. De nuevo el oficial de tumo le impidió el paso: “Usted no puede salir”. Ella le contestó “salgo” e intervino el coronel Amadeo Rodríguez, quien ordenó suavemente: “Deje pasar a la niña (244). Doña Clara Elisa, dice que al comienzo con el impulso de su juventud y amor a la patria, cuando se encontraba en el vértigo de la guerra, estaba “dichosa y feliz”, pero al confirmar que ella y la tropa convivirían por un largo tiempo: “sintió un desvalijamiento y les dije, muchachos no hacer escándalo, porque sólo con la tropa y quien nos maneje, no podemos hacer nada. Seamos compañeros. Juntos vivamos aquí en gracia de Dios, que algún día si salimos bien y si salimos mal, tampoco hacemos mal. Encima de Dios no hay nadie, atrás tampoco, ni a la derecha, ni a la izquierda es todo ello y existe Dios” (245).10 La fe religiosa, la voluntad férrea, sustentaron cada acción y su vida en condiciones infrahumanas y difíciles. Los soldados le decían: “Usted es muy conforme. Usted con su rezo viene, nos consuela al uno y al otro. Y esa es la consolación de Dios para con nosotros” (246). Unos y otros validaban el juramento de defender a la patria. En sus palabras: “A la patria había que defenderla cueste lo que costare, ame lo que amare, quiere lo que quiera. Más encima de Dios, estaba Dios que estaba con la patria” (247). Doña Clara cuenta que en la rutina de la estancia en la selva, a los soldados que eran de familias cristianas: “No se les escuchaba una mala palabra. Todos vivíamos o conversábamos como en silencio. Yo me iba unos raticos al río a enjuagarles unos calzoncitos, cositas así más necesarias. Y me decían ‘Quítese, porque viene la creciente y se la lleva. No se arrime Clara’. Al principio era Clara, y después yo era cabo segundo, todo mundo me decía cabo segundo (248) *. En tiempos de guerra no se podía arriesgar. Se tenía prohibido el “hacer llama”, prender candela, porque era como delatarse ante el enemigo. Tampoco se debía subir a los árboles. Clara Elisa dice: “sabiendo que a ningún árbol nos podíamos montar, obedecíamos. Me (243)
Ibidem. El apelativo de la “Loca Clara” se hace con afecto y cariño. Arango Uribe o Uribe Arango fue corresponsal de “El País” en él frente de guerra. * En la primera oportunidad que tuvo de contar con un sacerdote en la base, le pidió que absolviera a todos de sus pecados, porque no había tiempo de confesarse. (244) Entrevista a doña Clara Elisa Narváez. Por Lydia Inés Muñoz C. Asistente Dra. Aura Marina Díaz B. Popayán, julio de 1997. Cassette. (245) Ibidem. (246) Ibidem. (247) Ibidem. (248) Ibidem. s.n. * De los apelativos de la mujer-soldado: “cabo Pedro”, “cabo Clara" y “cabo segundo”, prevaleció naturalmente el primero.
gustaba porque era exigente. Morirme sin hacer algo, eso sí es ser pendejo. Yo si no me subía a los árboles, yo si no...” (249). Del bando peruano, se interesó Garrido Lecca en conocer a la mujer-soldado y cumplidos los requisitos se propició la entrevista. Cuando se encontraron, Garrido Lecca, en gesto militar se puso firmes, a lo cual el “cabo Pedro”, correspondió. Enseguida el oficial peruano le ofreció la mano, Clara Elisa, “tomó la cinta tricolor, la envolvió en su mano y se la pasó” (250). Garrido, doblegó la cabeza con gran respeto y se pusieron a conversar sobre la situación. Luego le haría un ofrecimiento, que el cabo Pedro, rechazaría con apremio: “De manos de los peruanos, nada, absolutamente nada (251).
Las enfermedades que más se presentaban en la selva, eran el paludismo, la fiebre negra, las infecciones severas en los pies. Clara Elisa, acudía a las plantas, las maceraba y las friccionaba o preparaba bebidas calmantes. Le correspondió atender casos graves de diarrea con sangre, como 14 soldados “votando sangre y agua" y el cabo Pedro, les aplicaba dioxogen, en cada vaso contaba 5 gotas, para aliviarles. La escasez de medicinas y la ausencia de dotación para un hospital, la presencia de sólo un médico en el área, convirtió a Clara Elisa Narváez, en la enfermera ideal, la persona que curaba con yerbas medicinales y servía de asistente al doctor Adolfo Guerrero. 11
(249) (250) (251)
Ibidem. MARTÍNEZ, Jesús Absalón. Op. cit. p. 200. Ibídem.
Don Ángel Pizarro, excombatiente ya anciano, así se refería sobre la mujer-soldado: “No hablé físicamente con ella. Yo sabía que ella, soldado que estaba enfermo, lo llevaba al hospital, en un barco mercante en el agua. Yo oía hablar de ella” (252). Las dosis de cucharada de agua oxigenada y hoja de mate, eran frecuentes para controlar los males de la selva. Ella escuchaba que los superiores le decían: “esta mujer es loca, les va a joder las tripas. Pero no, los pacientes se me curaban” (253), concluye emocionada. Por su parte, don Ricardo Espinoza, también excombatiente, quien estuvo en el frente a lo largo de año y medio, sobre Clara Elisa Narváez expresa: “...y ella les estaba dando remedio y que no se estén burlando con ningún soldado, era seria. A ella la respetaban mucho, como que llegó a usar un fusil. Uy, calle, era muy valiente, no le daba miedo nada, esa mujer si era valiente, muy guapa. Yo la oía nombrar al cabo Pedro, que levantaba a los enfermos y a los muertos, bien valiente para meterse por allá” (254). En alguna oportunidad, el cabo Pedro se robó unos pollos para preparar un caldo a los soldados enfermos y cuando fue sorprendida, se le castigó al meterla en una canoa, durante tres días, “al sol y al agua”.12 Cuando en otro momento logró hurtarse un café para llevarle a un soldado hambriento y necesitado, el teniente Gustavo Berrio: “me azotó con el sable cruelmente (dice el cabo Pedro en reportaje concedido para “Mundo al Día” del 16 de octubre) y me hizo blanco de los ultrajes más soeces, y sacando una pistola me amenazaba con la muerte si no me iba del lugar” (255).13 La solidaridad de sus compañeros, cuando ella estaba en la isla de castigo, al compartirle sus raciones, la salvaron de morir de hambre. Por regla general en el campamento los mejores alimentos y envíos, iban a parar a los camerinos de los oficiales, la tropa se veía abocada a la comida de monte, mono asado, casabe y yuca. Clara Elisa, saqueaba las toldas de los oficiales para conseguir algunas raciones para los soldados. Con esa misma intención, abordó un avión con víveres, ropas y cigarrillos. Al abandonar el aparato, se le acercó un uniformado distinguido y al llamarla por su nombre le preguntó si estaría interesada en viajar con él a Bogotá, a lo cual le contestó “que estaba muy equivocado, que ella no era de esas arrebatadas” (256) . Se enteró luego que el personaje con el que había estado hablando era nada 14
(252) (253) (254) (252) (253) (254) (255) (256) 14
Entrevista de la autora con don Ángel Pizarro, excombatiente de 88 años de edad. Pasto, 12 de abril de 2000. Cassette lado A BEDOYA LIMA, Jineth. Una heroína olvidada por la historia. Pedro, la mujer combatiente. En: El Espectador. Página judicial 7A. Bogotá, lunes 13 de septiembre de 1999. Entrevista de la autora con don Ricardo Espinoza, excombatiente. Pasto, 12 de abril de 2000. Cassette. Entrevista de la autora con don Ángel Pizarro, excombatiente de 88 años de edad. Pasto, 12 de abril de 2000. Cassette lado A BEDOYA LIMA, Jineth. Una heroína olvidada por la historia. Pedro, la mujer combatiente. En: El Espectador. Página judicial 7A. Bogotá, lunes 13 de septiembre de 1999. Entrevista de la autora con don Ricardo Espinoza, excombatiente. Pasto, 12 de abril de 2000. Cassette. MARTÍNEZ, Jesús Absalón. Op. cit. p. 199. CASTILLO PATIÑO, Alexander. Valores Humanos... Ibídem. P. 2.
menos que el Ministro de Guerra. El mismo la ascendió de graduación, a cabo primero: “Yo mandaba a todo el mundo, hasta a los mismos oficiales y nunca estaba en un mismo lugar” (257) , recordaba doña Clara Elisa. Alejandro Pabón, excombatiente, relataba que: “el cabo Pedro (Clara Narváez) quien a hurtadillas se sustraía un poco de arroz y de modo caritativo iba a ofrecemos con sus expresiones que aún repercuten en mis oídos: “¿Ya comieron? ¿Tienen hambre?” (258). De regalo de navidad en diciembre de 1932, llegaron enormes bultos con la leyenda “para el soldado nariñense”, y sólo le entregaron a cada soldado, un alfajor, una cajetilla de cigarrillos “Águila”, la mitad de un cuaderno y un lápiz. Después de la cancelación de algunas mesadas atrasadas, el cabo Pedro, compró todo el surtido de cigarrillos que encontró y lo repartió entre sus compañeros. Su generosidad no tenía límites, la voluntad de servicio estaba a la orden del día. En alguna ocasión cuando nuevamente Clara Elisa, acometió el hurto de un tarro de confites, los oficiales la sancionaron al disponerla amarrada entre dos canoas. Al llegar el coronel Amadeo Rodríguez, ordenó liberarla, no sin antes recriminarla con palabras suaves: “¿Por qué no pidió?” El cabo Pedro le contestó con una frase que parece un aforismo: “El que cierra la puerta con comida, no quiere que otro coma...” (259). En las horas de la guerra plena, durante el combate en Güepí, “le atravesaron las piernas al soldado Guachá y el cabo Pedro rompió su camisa y ligó más arriba de las heridas al enfermo, para contenerle la hemorragia y luego cargó al herido, lo puso a salvo y regresó a su puesto”. (260) En el mismo día unas voces de auxilio, reclamaron su atención. El cabo Pedro, encontró en una ciénaga al soldado Estrella, en un estado lamentable, estaba “engarrotado sin acción” y a pesar de que Estrella era alto y acuerpado, Clara se dio la forma para sacarlo sano y salvo (261) . El excombatiente don José María Ortega, hace memoria sobre Clara Narváez: “...era una mujer de un valor potente. Esa mujer si fue patriota como nadie. Tenía un corazón más que de hombre. Cuando mataron a Juan Solarte Obando, se sacó la falda y limpiaba la sangre de donde estaba encharcado...” (262). Su valor de mujer excepcional, no admitía casos de cobardía que también tuvo que presenciar, Clara Elisa relata: “...Un pastuso cobarde, por miedo a estar en el frente de batalla, (257) (258) (259) (260) (261) (262)
Ibídem. MARTÍNEZ, Jesús Absalón. Op. Cit. P. 234. Firman la carta del relato Alejandro Pabón, cabo segundo; Marco A. De los Ríos, cabo segundo; Eliécer Hidalgo, cabo segundo. Entrevista a dofta Clara Elisa Narváez de Fernández. Por Lydia Muñoz C. Asistente Dra. Aura Marina Díaz B. Popayán, julio de 1997. MARTINEZ, Jesús Absalón. Op. cit. p. 198. Refiere Otoniel Díaz. Ibidem. p. 198. Entrevista de la autora a don José María Ortega, Ipiales, julio de 1998.
se pegó un tiro en un pie. Yo me di cuenta y no lo quise curar, y así medio herido, tuvo que pelear” (263). 15
Como estaba en la guerra y era soldado de la patria, aprendió a manejar armas con destreza y habilidad, llegando a intervenir en los combates de Tarapacá y Güepí. “Aguarde me acuerdo, Manuel Merchancano* me enseñó a manejar armas, me enseñó a coger y a disparar que no tenga computaciones corazonales, que no vaya a dar nervios y no haga nada y hasta me mate. El me cogía, me decía: “Camine Clara, venga Clara (él era el sargento superior, el que mandaba). Tómese esto”. No sé qué me daba, para que no me vaya a dar una fatiga horrible de nervios, ya que es nervioso coger un arma. Aprendí, aprendí, sí. Trabajoso si es. Enseñarse a verla, pedirle a Dios, valor. Él es Santo, por donde la lleva, la saca” (264). El cabo Pedro se batía igual que un soldado: “Y andaba terciada su carabinita con briches, bravita si era. Una vez me acuerdo –dice don José María Ortega– Yo llegaba de una comisión, cansado, muerto de hambre. Entonces, me dijo: ¿No me da el parte? Yo soy sargento (le contesté), de dar yo parte a un hombre macho como yo, no a una mujer... ” (265). Dice que Clara Elisa robaba alimentos para los soldados, “cuidadora, si era, buena mujer. Muy bravita, pero con razón” (266). En los días de amenaza de combates, se escuchaban ruidos en los aires y alborotos en la selva, el cabo Pedro, la mujer-soldado, iba por ciénagas y pantanos, con movimientos ágiles y en silencio, sin dejar de animar a sus compañeros: “Vámonos por las orillas. Si nos coge la muerte, allí está”. Y el otro dice “que cómo, si caen bombas en el camino”. “¡Deje de ser cobarde y vamos!”. Ella remata: “¡No nos pasó nada y aquí estamos!” (267). El valor y el movimiento, en directa oposición a la quietud y cobardía. Dado el temperamento de Clara Elisa, la actividad y el trabajo constituyeron la línea de toda su vida: “Hacer por una cosa y otra y otra, para no tener ese ambiente de la cobardía en los brazos” (268) . El excombatiente don José Hermeregildo Mora Sánchez, habla de Clara Narváez: “Ella fue la única mujer que fue allá. Estaba pendiente de nosotros, se pasaba entre un pelotón y otro. Había retenes de la 1a compañía y la 2a. Hacían bulla y le hacían coger miedo al que no le gustaba la guerra. Ella andaba con una carabina, que le enseñó a manejar el sargento
(263)
* (264) (265) (266) (267) (268)
MONZÓN SOLÓRZANO, Juan Carlos. Ibidem. Ese hecho le ganó un enemigo que fue el padre del muchacho, que mucho tiempo después en Pasto, la buscaba para matarla, porque no había atendido a su hijo herido. Sólo después que el señor se enteró de la verdad de los hechos, se calmó la situación. Excombatiente ya fallecido, era descendiente en línea directa del jefe realista pastuso Estanislao Merchancano. Entrevista a doña Clara Elisa Narváez de Fernández. Por Lydia Muñoz C. Asistente Dra. Aura Marina Díaz B. Popayán, julio de 1998. Entrevista a don José María Ortega. Por Lydia Muñoz C. Ipiales, julio % de 1998. Transcripción Giancarlo Jaramillo Muñoz. Cassette. Ibidem. Entrevista a doña Clara Elisa Narváez de Fernández. Por Lydia Muñoz C. Asistente Dra. Aura Marina Díaz B. Popayán, julio de 1998. Ibidem.
Merchancano. Se subía a un cañonero y apuntaba hacia la casa más grande del pueblo. Ayudaba a los enfermos. Todos la querían, pero a ninguno le daba importancia” (269). Dadas las circunstancias se vio expuesta a los abusos de todo tipo, que pudo sortear a tiempo con dignidad y coraje. Un oficial peruano, le ofreció llevársela a vivir con él, a lo cual ella repuso: “Yo no he venido para eso. Yo soy colombiana, mi tierra es grande...” (270). Recuerda que terminaron el encuentro, intercambiando prendas militares. 16
Dado el largo tiempo de la permanencia en el frente de guerra, favoreció los nexos de amistad y los actos solidarios. El excombatiente don Felipe Muñoz, refiere sobre la actitud de Clara Elisa Narváez: “Era la compañera, ahí en el frente. ¡Qué patriota!, presenció todos los ataques, ayudó a curar a los heridos, como una hermana. Ayudaba fuertemente. Bajó con la tropa y estuvo cerca a Mocoa, allí nos dieron un papelito, que era como un auxilio, pero en Pasto, no nos dieron nada. Ella fue muy valiente, no tenía miedo de desafiar, siempre dispuesta a todo. Algunos soldados tenían unas amigas y hasta se fueron por allá abajo y las echaron. Y a ella no, como el amor de ella no era por los hombres, sino por el amor a la patria...” (271) Don Felipe Muñoz, dice que “las mujeres se querían ir detrás de los soldados, pero las regresaban a Pasto*, las sacaban. A ella (Clara Elisa Narváez) si la dejaron, por su valentía. Le decían el cabo Pedro o la loca Clara. ...Ella si luchaba, apenas estuviera un soldado enfermo, ahí estaba lista” (272). Los abusos contra las mujeres también se presentaron, como en el caso de una indígena de nombre Luz que agonizante la encontraron en los límites de la selva: “La cabalgaron consecutiva y violentamente 38 soldados... ‘Me cogieron los soldados, 38, yo los conté’, expresaba la pobre mujer. Ante lo cual, el oficial la increpaba: ‘¿y te quieres quejar’? A lo que ella le respondió: ‘No, yo no me quejo de los 38, sino de unos que lo hicieron dos veces. Se me doblaron comandante’. Su vida terminó en un gemido” (273). 17
El propio Antolín Díaz, en sus recuerdos de la guerra, habla de algunas mujeres de la vida alegre como: “Blanca (la Bogotana), Bertha (Pata de guana), Pastora (Malhora), Santos (la Lavandera), Sara (la Huitota), María (la Píldora), Juana (la Pastusita) ...” (274), que residían por los lados de Caucayá.
(269) (270) (271) (272)
* (273) (274) (275)
Entrevista de la autora con don José Hermeregildo Mora Sánchez, Ipiales, julio de 1998. Transcripción Giancarlo Jaramillo M. Cassette. Entrevista a doña Clara Elisa Narváez de Fernández. Ibidem. Entrevista con don Felipe Muñoz. Por Lydia Muñoz C. Vereda Lagunitas. Tablón de Gómez, julio de 1998. Ibidem. s.n. Entrevista con don Felipe Muñoz. Por Lydia Muñoz C. Ibidem. El excombatiente manifiesta en la entrevista, que cerca de 80 mujeres (sic) acompañaron el primer contingente, pero que las regresaron. Nota: Al parecer el número es exagerado e incoherente Ibidem, p. 75. DÍAZ, Antolín. Lo que nadie sabe de la guerra. La guerra con el Perú-Bogotá: Editorial Manrique, 1933. p.p. 99, 100, 1001. Entrevista a doña Clara Elisa Narváez de Fernández. Por Lydia Muñoz C. Asistente Dra. Aura Marina Díaz B. Popayán, julio de 1997. s.n.
Se cuenta que estando en Güepí, un teniente que llevó a su mujer al campamento, intentó que Clara Elisa Narváez, el cabo Pedro, fuera a servir en los oficios domésticos y ella “lo mandó al diablo”, actitud que le costó que la enviaran de nuevo a la isla en señal de castigo. Al enterarse de los hechos, un mayor del ejército, ordenó su liberación y al oficial lo trasladó a otro campamento. Sus compañeros de jornadas, siempre tendrán presente la imagen de Clara Narváez, al frente de los pelotones, cuando apenas avanzaban hacia Puerto Asís, y la mujer no advertía temor en la marcha, y aún no tenía ningún grado militar. La voz de Clara Elisa Narváez se vuelve dura pero sigue encendida, cuando reitera: “Yo si le tenía amor al arma, al suelo. A ver que tiren, para ver cómo se mata. Pero de resto, yo si no iba por los árboles, yo no buscaba ningún tipo de oscuridad ni corregimiento, nada, yo buscaba el amor a la Patria, porque la patria es una madre” (275).18 Cuando no se ambiciona el poder, ni la gloria, sino que se recorre el camino en correspondencia a la misión que señalan los nuevos vientos y al impulso de lo que dicta el Patriotismo, se observa reciprocidad entre el pensamiento los sentimientos y la acción. EL RETORNO “Aprendí que uno llega a la guerra y es una de dos: o se queda o vuelve. Por eso el combate debe ser Dios, patria y madre.” Clara Elisa Narváez Arteaga Grabación del Museo Militar (1997a). Después de firmar el Protocolo el 25 de mayo de 1933, en Ginebra (Suiza) se ordenó el retiro de las fuerzas colombianas acantonadas en la frontera amazónica. El regreso a casa, se hizo también a pie y por trochas de paso difícil. Ante la presencia del ejército de compatriotas que habían vencido en Tarapacá y Güepí, los campesinos les brindaban el aplauso y la hospitalidad requeridos. El propio alcalde de la ciudad de Pasto, Dr. Braulio de la Rosa, salió a recibir al victorioso Batallón Boyacá y ante la joven Clara Elisa Narváez, le manifestó: “A sus pies me arrodillo gran heroína” (276).
(276)
CASTILLO PATIÑO, Alexander. Valores Humanos… Ibidem. P. 3. El alcalde liberal había tenido anteriores enfrentamientos personales con Clara Elisa, conservadora, por asuntos de política.
La mujer –se refiere al cabo Pedro– no perdía ocasión, cuenta Felipe Muñoz para gritar: “¡Vivan los soldados del alto Putumayo, menos estos maricones (sic) de aquí de Pasto, que no son capaces de echar ni un viva!” (277). La guerrera regresaba, después de haber cumplido fielmente la promesa que un día hiciera: “hasta que se vaya el último soldado, yo me quedo con ellos” (278). Atrás quedaba el hambre, el cansancio, la zozobra ante el aliento próximo del tigre y las aguas intranquilas del río. El humo, el olor de la pólvora, el ruido infernal de los combates, eran un recuerdo entre la neblina del páramo al regresar a Pasto. Al finalizar la guerra, fue en Pasto que recibió ropa de mujer de nuevo y fue ovacionada a su paso. Al parecer el Congreso de la República intentó o procedió a propiciar “el ascenso a sargento segundo y el ser trasladada en comisión de servicios al hospital Militar” (279). Clara Elisa Narváez Arteaga, tenía 23 años de edad. Su madre le recriminó: “Ojalá que esto te haya servido para cambiar y para que no te vuelvas a ir de aventura”. Y escuchó como respuesta; “Cuántas veces me solicite la patria, ahí estaré ¿Acaso mi papá no participó en la Guerra de los Mil días? Desde ese momento no me volvió a decir nada al respecto” (280). 19
El escritor Guillermo E. Chávez escribió en 1933:
“¿Y quién es el cabo Pedro? Todos la conocemos, pues, este título de predilección corresponde a la heroica muchacha que acaba de llegar del frente llena de galardones y de perecimientos. Clara Narváez, la loca Clara, como cariñosamente le decíamos, es una flor caprichosa de nuestra tierra, en la que alternan, los sentimientos agresivos de un espíritu viril con las suavidades de seda de un corazón iluminado de bondades. Por las calles de Pasto, la habíamos visto muchas veces dando pávulo a sus sentimientos políticos. Era el espíritu popular torturado, en cuyos bravos instintos, el fervor patriótico virtualiza relieves de las más nobles significaciones. Vino la guerra; y un día, tras los gloriosos contingentes que marchaban a la frontera y que parecían llevarse el alma de la ciudad, Clara Narváez, sin decirlo, se marchó sola, en una delirante aspiración de sacrificio. Allí en el frente, y en las distintas guarniciones, se dedicó a prestar servicios invaluables con un desinterés que asombra. Se convirtió en la madre de los enfermos y de los heridos, y hasta llevó su valor a prestar sus servicios en las zonas de mayor peligro. Allí se transformó, (277) (278) (279) (280)
Entrevista con don Felipe Muñoz, excombatiente, por Lydia Muñoz C. Vereda Lagunitas. Tablón de Gómez, julio de 1998. Cassette. Entrevista a doña Clara Elisa Narváez de Fernández, por Lydia Mufloz C, Asistente Dra. Aura Marina Díaz B. Popayán, julio de 1997. BEDOYA LIMA, Jineth. Op. cit. MONZÓN SOLÓRZANO, Juan Carlos. La insólita historia... Ibídem.
allí su alma se convirtió como en el símbolo de nuestras mujeres heroicas, allí revaluó su vida atormentada, labrando un recuerdo para su nombre, que la ennoblecerá siempre. Pronto se le reconoció un puesto en el ejército, y allí su título de cabo primero: el cabo Pedro; su indumentaria varonil, y su paso de unas guarniciones a otras. Puerto Asís, Puerto Ospina, Güepí, Caucayá y Calderón, en todas partes dejó algún recuerdo de su paso, el alivio de algún dolor, o Ja recia impresión de su bravura. 20
Otro día, en distinta guarnición, gastó otros modestos ahorros, en procurarse algunos alimentos más frescos para atender varios enfermos, y cuando notaba decaimiento en algún soldado al hacerse el lavado de ropa, ella solícitamente lo reemplazaba sin interés alguno” (281) . Después, Clara Elisa, viajaría a Popayán, Cali y Bogotá, el gobierno y el pueblo, tributarían los gracejos del honor, la admiración y el reconocimiento. En alguna oportunidad que pudo hablar con Laureano Gómez, le manifestó su opinión sincera: “En estos casos, la guerra, todos los guerreros, son misiones para encima o para debajo. Una guerra se ve así como un complot. Ese complot debe ser algo del gobierno, porque no hay efecto. No se ve un efecto. Cuando hay un efecto, se siente satisfecha plenamente. No vimos efecto. Vimos caer, uno que otro caía, El peruano es cobarde, el colombiano tiene alma...” (282). Todas las guerras tienen dos caras, una visible, la otra oculta. Una mujer en medio de la tormenta, intuyó siempre la cara oculta. El poder a la salvaguarda de unos intereses creados, empuja hacia el juego suicida a los que se arriesguen en la defensa de sus más caros patrimonios. La honestidad y el valor del símbolo tricolor, envolviendo la mano que se brinda pero no se entrega, reconstruye desde el polvo o el humo, la historia sencilla de una mujer en el frente de batalla, Clara Elisa Narváez Arteaga, el cabo Pedro, para quien aún a las seis décadas de la guerra con el Perú, la recordaba como “algo lindo, un relámpago doloroso”.
(281) (282)
CHAVES, Guillermo Edmundo. Op. cit. Entrevista a doña Clara Elisa, Ibidem.
Fotografías de Clara Elisa Narváez de Fernández, el ‘cabo Pedro’ (Archivo Museo Militar)
Clara Elisa Narváez de Fernández Archivo Museo Militar de Colombia
Clara Narváez, El ‘cabo Pedro’ Archivo Museo Militar de Colombia
Clara NarvĂĄez a los medios de comunicaciĂłn, tras homenaje realizado por el EjĂŠrcito Nacional, 1997. Archivo Museo Militar de Colombia