El Cólera… una enfermedad bicentenaria Por Guadalupe Gutiérrez Gutiérrez y Pilar Oliveros Padilla.
C
omo si no fueran suficientes los graves problemas políticos, económicos y sociales que agobiaron a nuestro país entre 1800 y 1900, una de las grandes enfermedades del siglo XIX, y que persiste hasta nuestros días, el cólera asiático[2] o cólera morbus, produjo tres severas pandemias: la primera en 1833, la segunda en 1850 y una tercera en 1882. El cólera recorrió el mundo entero atacando por vez primera a varias poblaciones.[3] Se difundió desde Asia, siguiendo las rutas de las caravanas y de los barcos del Ganges hacia el Golfo Pérsico, Mesopotamia e Irán, el mar Caspio y el sur de Rusia. La epidemia llegó a los países de Europa gracias a las movilizaciones militares y al incremento del intercambio comercial de esos países con las otras regiones del mundo. En 1832, el cólera cruzó el Atlántico y atacó en Canadá, de ahí pasó a Estados Unidos y, en pocos meses, se encontraba en nuestro país. Llegó por el noreste, iniciando en el puerto de Tampico y de ahí se extendió a los estados de San Luis Potosí,
Veracruz, Aguascalientes, Zacatecas, Jalisco y la Ciudad de México. Otro foco de infección comenzó en el sudeste de la República, procedente de la Habana, Cuba; entró por las costas de Campeche y Yucatán, donde sus poblaciones fueron devastadas. Las pandemias de los años posteriores dejaron menos estragos sobre la población de nuestro país, pues para esos momentos se contaba ya con un mayor conocimiento de la enfermedad y de cómo prevenirla. Su contagio se difundió por Nuevo León, Coahuila, Durango, Zacatecas, Veracruz, Estado de México y llegó a los estados de Chiapas, Oaxaca, Campeche y Quintana Roo. Durante estas pandemias murieron cerca de 200 mil personas y enfermaron un gran número en la ciudad de México. El cólera en nuestro país motivó a que las autoridades de gobierno intentaran políticas de salud pública, tratando de implementar medidas preventivas entre la sociedad. Fue así que las miradas se pusieron en la falta de higiene, la insalubridad, el
mal estado de los servicios urbanos y la carencia de médicos para atender a la población de escasos recursos como causas directas de enfermedades infecciosas como ésta. Entre los intentos exitosos de prevención, en 1833, Carlos María de Bustamante, escritor y editor, fundador del Diario de México (1805), convenció a la Cámara de Diputados para ordenar la limpieza de los basureros de la Ciudad de México e insistió en reforzar las leyes que reglamentaban los entierros fuera de las iglesias. En esa época varios médicos integraban la clase política del país, uno de ellos fue nada menos que el presidente de la República, Valentín Gómez Farías. También estaban Francisco García, gobernador de Zacatecas, Pedro Tamés, gobernador de Jalisco, y Lorenzo de Zavala, gobernador del Estado de México. Cabe decir que algunos de estos personajes combinaron su quehacer político y profesional; sin menoscabo de sus obligaciones atendían pacientes, particularmente cuando el país se encontraba en guerra contra potencias extranjeras invasoras. A nivel mundial el progreso de la medicina como rama científica permitió el surgimiento de la microbiología y la bacteriología, que contribuyeron de forma decisiva al estudio y tratamiento de las
enfermedades transmisibles como el cólera. Las ideas antiguas de que las enfermedades provenían o estaban relacionadas con lo mágico, lo religioso, las catástrofes naturales o los factores astrológicos, quedaron atrás, y la sociedad decimonónica se transformó. Nuestro país se abrió a estos conocimientos a través de la circulación de artículos publicados en Europa, así se conocieron varios estudios médicos, por ejemplo, uno escrito por el francés François Broussais, que aseguraba que todo era patológico, derivado de la inflamación e irritación de tejidos, sobre todo aquellos del tubo digestivo. Los panfletos de este autor tuvieron mucha demanda entre la población. Contrariamente, se conocieron menos los trabajos de John Snow y William Budd;[4] con la difusión de sus estudios tal vez podrían haberse salvado más vidas y evitado cuantiosas pérdidas económicas causadas por estas pandemias. Preocupado por el impacto de la nueva enfermedad que afectaba al territorio nacional, Gómez Farías hizo un llamado a los médicos en nuestro país para que escribieran panfletos sobre
las características y el modo de prevención y curación del cólera, con un lenguaje sencillo para que pudiera ser entendido por el grueso de la población. En consecuencia, en la ciudad de Toluca se inició una campaña de prevención con la que circuló, entre los habitantes y sobre todo entre los alumnos del Instituto Científico y Literario del Estado de México, un panfleto titulado Método preventivo y curativo, sencillo, para los pueblos en tiempo de la peste que amenaza del cólera asiático,[5] hecho por el C. Joaquín Martínez de Castro, profesor de Medicina, nombrado médico de la capital del Estado. En el Archivo Histórico de la Universidad Autónoma del Estado d México se resguarda un original de este panfleto, publicado en 1850. Se trata de un cuadernillo de factura sencilla, pero que sin duda merece nuestro aprecio, pues, cumpliendo con su función informativa, pasó de mano en mano, a través del tiempo, conservando sus características originales y casi sin deterioros. Sus páginas almacenan el conocimiento médico acumulado hasta el siglo XIX, para la prevención
e
de enfermedades agresivas como el cólera. Entre sus páginas se hace hincapié a considerar el control de los aspectos físicos para la prevención del cólera, pues, se creía que los cambios de temperatura eran factores de contagio; a través de éste, se pedía a la gente “evitar los resfríos, mojadas repentinas, humedad en la ropa y en las casas”.[6] El desconocimiento para prevenir el contagio del cólera provocó pánico, desorden, incertidumbre, sensación de inseguridad entre la población; los más afortunados huyeron de las ciudades hacia el campo, pero el grueso de la población permaneció en ellas en condiciones insalubres. A través de panfletos como el de Martínez de Castro, se trató de instruir sobre mantener el “equilibrio en los estados de ánimo”, recomendando, siempre que esto fuera posible, combinar el sueño y algunas actividades con el consumo de cantidades adecuadas de alimentos sólidos y líquidos, por lo que quedaba prohibido “comer hongos, nopales, quelites, calabaza, rábanos y lechuga cruda; evitar el exceso de comida, sobre todo lo que indigeste al estómago; no comer fruta, no embriagarse y evitar las pasiones violentas: mohinas [sic], sustos, temor, comunicación sexual y abuso de la Venus [sic].”[7]
Dentro de los tratamientos de curación se puede leer en él hacer lavativas, aplicar ungüentos, cataplasmas y otras sustancias para friccionar el cuerpo; se observan recetas de pócimas, remedios y jarabes de acuerdo con cada enfermedad. Este panfleto también da cuenta de cómo los médicos recomendaban el uso de agua natural o combinada, ya fuese con yerbabuena o con carbonato de potasio, y del uso del “láudano con jarabe de corteza de sidra”,[8] acompañados de la conocida cuarentena o aislamiento. Puede parecernos anticuado el lenguaje de este panfleto, la realidad es que en nuestros días el estudio de las enfermedades contagiosas ha permitido a la medicina encontrar su cura y en el peor de los casos, controlarlas para evitar su transmisión entre la gente. Nuestra sociedad comprobó el riesgo que enfrenta la población de una localidad, incluso de un país o del mundo, hacia enfermedades agresivas y que pueden causar la muerte, como el caso de la influenza A provocada por el virus H1N1, que en poco tiempo alcanzó el rango de pandemia. Sin discutir sobre los alcances de las autoridades de gobierno para enfrentar aquel problema de salud, cabe decir que fuimos testigos de una campaña mediática exhaustiva con la finalidad de informar sobre el problema y su prevención. Sin querer y lo más interesante
del caso, es que encontramos coincidencias entre los alumnos de aquél Instituto del siglo XIX y nosotros, los universitarios; al igual que sucedió con ellos a nosotros también nos llegaron trípticos sobre el caso de la influenza A, pero sobre todo, aprendimos algo para prevenirla: lavarnos las manos constantemente, usar gel antibacterial, estornudar cubriéndonos la boca con el codo, entre otras acciones. [2] Enfermedad perspicaz con la que se infecta el intestino humano y que causa el grave deterioro en la salud de quien la padece. [3] Por ello es considerada una enfermedad pandémica. [4] Cfr., Snow, J. One the Mode of Communication of Cholera, Pamphlet, London, 1849; Budd, W. Malignant Cholera: Its Mode of Propagation and its Prevention, Pamphlet, London, 1849. [5] Archivo Histórico de la Universidad Autónoma del Estado de México, exp. 33-A, 1850. [6] Idem. [7] Ob. cit. [8] Ob. cit. Tomado de: 1. Márquez, L. La desigualdad ante la muerte en la ciudad de México. El tifo y el cólera (1813 y 1833), México: Siglo XXI, 1994. 2. Florescano, E. y Malvido, E. Ensayos sobre la historia de las epidemias en México, Tomo II, México, Colección Salud y Seguridad Social, Serie Historia, IMSS, 1982. 3. González, N. y Saltigeral, P. Cólera. Conceptos actuales. México, Interamericana, MacgrawHill, 1992. 4. Martínez, B. El cólera en México durante el siglo XIX, 1992. Recuperado el 29 de septiembre del 2010, de http://www.ejournal.unam.mx/cns/no25/CN502506.pdf