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Joaquín Vázquez Ruiz de Castroviejo: La contemplación pasiva de las imágenes, sobre todo las elegidas por otros, sustituye el vivir y se encuentra en el origen de la alienación. ¿Explica esto que gran parte de tu trabajo en el Archivo F.X haya sido el de localizar y desentrañar el funcionamiento de creación de imágenes? ¿En qué medida responde el Archivo F.X. a tu interés por indagar sobre el funcionamiento más que sobre la función del arte? ¿En tu interés por descifrar cuál es su economía, es decir cuáles son las relaciones que se establecen entre los actores involucrados en la creación, recepción e intercambio de imágenes y obras de arte? Pedro G. Romero: Claro, pero ¿quién contempla las imágenes de esa forma, de esa forma pasiva? Spinoza decía que una imagen solo es una imagen si remite a otra y esta a otra y así en un sin fin, es decir, si está relacionada, puesta en movimiento, haciendo política. Si no se producía esa relación, la imagen creaba su hipertrofia y de una manera u otra pedía ser destruida, anulada. Hay que tener en cuenta que a mí me interesaba la iconoclastia en las formas que alcanzó entre los siglos XIX y XX en la península ibérica, en países católicos que atacaban las imágenes siguiendo al pie de la letra sus liturgias, no como una oposición de los textos, de las sagradas escrituras a las imágenes, sino tratando de imágenes contra imágenes, como una administración misma de las imágenes. No era una iconoclastia jacobina, judía o musulmana, no se regía por el principio de la Ilustración. Como digo muchas veces, en Sevilla los mismos que sacaban los pasos de Semana Santa fueron los que los quemaron en sus iglesias. Llegó un momento en que esas imágenes perdieron la relación que tenían, su multiplicidad, volvían a ser únicas, a perder sus vínculos y, entonces, sí, había que quemarlas. Manuel Delgado lo ha estudiado perfectamente en los tres o
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