Hoja de la sala 6 del Museo Marès del Encaje

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Guia de visita

Entre el arte, la artesanía y el negocio enon Castells i Guri picando los patrones. 1928. Fotografía de Joaquim Z Castells i Simon

PRIMERA PLANTA

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El oficio de rander o fabricante de encaje, con toda su complejidad, es una mezcla de arte, artesanía y negocio. Así queda patente en el voluminoso Fondo Castells que se conserva, por mediación de sus descendientes, en el Museo Marès del Encaje de Arenys de Mar y en el Archivo Municipal Fidel Fita. En este legado de valor documental e histórico incalculable, se pueden encontrar todo tipo de dibujos, proyectos, matrices y patrones para blondas y encajes, e infinidad de documentación escrita sobre la empresa, como es la correspondencia, facturas o inventarios. Todo nos ayuda a entender y conocer mejor un oficio hoy en día desaparecido, casi olvidado, pero que durante muchos años dinamizó la economía de muchos lugares de la geografía catalana. Muchos de los objetos conservados en el Fons Castells, de naturaleza bien diversa, permiten descubrir algunos de los entresijos del oficio de rander y de la industria del encaje, que a menudo son desconocidos para el gran público, pero que se han de tener en cuenta al estudiarlo. Desde que se proyecta un encaje hasta que se luce en un vestido o en un juego de cama son muchos los pasos que se han de realizar.

SALA 6 . Entre el arte, la artesanía y el negocio Del diseño al patrón Para iniciar el proceso de confección del encaje era preciso, en primer lugar, copiar el proyecto en unas plantillas de papel vegetal, a partir de las cuales mediante el picado el dibujo pasaba a las matrices. Firmadas, fechadas y numeradas, las matrices posteriormente pasaban a los patrones sobre los cuales trabajaban las encajeras Como es habitual en proyectos de tanta envergadura, todo el dibujo se dividía en segmentos como si se tratará de un rompecabezas. En esta fase del proyecto, una

La magia de las costureras

vez más, el rander debía demostrar su maestría en el oficio ya que una vez confeccionadas, todas las piezas debían coincidir punto por punto. La profesionalidad del rander quedaba demostrada también en el picado, trabajo de gran minuciosidad y precisión y del cual dependía el correcto trabajo de las encajeras. Los encargados de picar el proyecto de encaje para el mantel de altar de la Capilla de Sant Jordi de la Generalitat fueron Marià Castells, autor del diseño, su hermano Joaquim y el hijo de éste, Zenón Castells i Guri.

La hora de las encajeras Una vez que los patrones se habían picado, empezaba el trabajo de las encajeras. Como es de suponer, para un encargo de esta categoría la Casa Castells seleccionó las mejores artesanas con las que contaba. Se sabe que en la elaboración del mantel de altar participaron nueve, mayoritariamente de Arenys de Munt, que trabajaron durante diez meses. En la distribución de los patrones, los hermanos Castells evitaron que hubiera coincidencia entre vecinas para evitar las copias del dibujo, hecho usual en aquellos tiempos. Proyecto para estor o cortina. 1903. Marià Castells i Simon

La calidad y la finura del hilo utilizado, de procedencia alemana, hizo que el trabajo fuera muy lento y cuidadoso para evitar que se rompiera. El tul de fondo del encaje, extremadamente delicado, exigía por parte de las encajeras una atención especial. Las cifras dan a entender la monumentalidad de la empresa: únicamente para el alba que también se tuvo que realizar se utilizaron 5.280 bolillos, divididos entre los diferentes cojines utilizados, a razón de más de 19.000 agujas. Pero lo más sorprendente de todo era el peso resultante: el mantel de altar con 4 metros de largo y 27 centímetros de alto pesaba únicamente 90 gramos, mientras que el alba con un vuelo de más de 3 metros y una altura de más de 80 centímetros pesó 135 gramos.

Dolors Castells y una trabajadora cosiendo los encajes del mantel de altar de la Capilla de Sant Jordi. 1928. Fotografía de Joaquim Castells i Simon

La confección de las tres piezas no acabó con la realización del encaje por parte de las encajeras. El siguiente paso fue la unión de todas las partes elaboradas separadamente. Aquí tenían un papel decisivo las costureras, que con su pericia con la aguja y el hilo, debían conseguir que la unión entre los encajes apenas se notara. Esta era una parte del proceso muy delicada y crucial, ya que era preciso unir todos los encajes punto por punto milimétricamente. Una vez acabada esta tarea, el encaje ya podía ser añadido a la tela necesaria en cada pieza. La encargada de supervisar el trabajo de las costureras en los tres encargos de la Diputación Provincial de Barcelona fue Dolors Castells i Guri, hija de Joaquim Castells.


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