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riores a la tipografía, desplegaron su belleza en floridas lacerías y geometrías, que, desde las formas más puras a las más anamórficas, embellecieron las páginas de los preciosos códices del saber y del creer.

ALFABETO. Palabra formada por las dos primeras letras AlfaBeto que los griegos, como los árabes o los hebreos, tomaron de los sumerios a través de los fenicios. A los romanos les parecieron pocas para nombrar tan importante invención y le añadieron las dos siguientes letras: ABeCeDario. Pero, ¿quién decidió este orden y por qué? Para los sumerios y babilónicos, sus inventores, fueron los dioses quienes lo crearon; quizás Nabû, el escriba celestial, fue quien, unos 1400 años antes de Cristo, les entregó dos secuencias de ordenación de estos símbolos en unas tablillas cuneiformes, el Alfabeto que usamos y el Ge’ez, cuyo orden de las letras se inicia por HM LQ; este es el alfabeto con el que el Negus Negusti leyó el Kebra Nagast para saber en qué consistía su realeza, explicada por 318 padres ortodoxos del concilio de Nicea.

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Toda ordenación arbitraria, que no se explica por sí misma y que no es más útil que cualquier otra, no deja de ser un intento fallido de racionalizar el caos. Los humanos necesitamos tener una explicación para todo, deseamos dar una justificación racional a cada una de nuestras decisiones, y el alfabeto no se ha escapado de esta bús-

queda que estructura y ordena para comprender; pero esta obsesión, que tenemos de querer saber el porqué —premisa de la ciencia—, no siempre se satisface; y así, con la escusa de adaptarlo a la tecnología, en 1868 la fábrica de máquinas de escribir Remington le compró a Christopher Sholes la ordenación QWERTY asegurando que facilitaba la digitación y evitaba que las teclas se colapsaran. Pero, en 1936, August Dvorak, presentó otra ordenación con su propio nombre, afirmando su mayor racionalidad y ergonomía. Sin embargo no se ha podido demostrar que ninguno fuera superior al otro, como entre el alfabeto y el ge’ez: la supuesta utilidad de cualquier sistema de ordenación arbitraria sólo es subjetiva y su éxito depende del número de usuarios. Con esta exposición de José Morea iniciamos un camino a través de las letras más sorprendentes, las personales e imaginadas que, al igual que aquellas medievales ante-

La forma apasionada y llena de implicaciones personales, con que Morea afronta sus composiciones, nos permite reconocerlo en cualquiera de sus obras. Vivencias y creaciones se asocian de tal modo que podríamos leer su vida en sus cuadros, como si de una tirada mántica de baraja se tratara. Sus pinturas, parafraseando a Roland Barthes, rebosan tanto de referente que las convierte en puras emanaciones del artista. El interés de Morea por letras y alfabetos como símbolos dentro de símbolos no es reciente: desde hace mucho, en un sinnúmero de sus creaciones aparecen las letras, sueltas o en frases, pertenecientes a vocabularios fantásticos o reales. Unas veces, dada su importancia, el cuadro se convierte en una letra capital; en otras, caligrafías inventadas pseudo-arabizantes, o geométricas, con clara influencia de los grafittis que tanto ha investigado en BraLa serie ABeCeDarioDario de José Morea compone las 27 letras del alfabeto español, y se realizó mayoritariamente en 1990. Algunas de estas obras forman parte de las colecciones particulares de Pedro Francisco Andrés, Joan Dolz, Carmen León, Luzifer Lamp, José Morea, Rafael Pelegrí, Ramón Pérez Sanchis, y Octavio Tarín. Técnica mixta sobre tablex, 60x60 cm.

sil, acompañan a las figuras, como si el artista intentara explicarnos algo que debemos descubrir. Morea, retoma el gusto de la filacteria medieval, reinterpretándola, e incorpora frases y leyendas a sus creaciones, algunas de fácil comprensión, mientras otras, encriptadas en sus abecedarios, parecen incitarnos a su descifrado: ¿tendrán algún mensaje escondido? quizás nunca lo sepamos. El arte es, en su mayor parte, símbolo; y las letras —el medio fundamental de la trasmisión del saber— se nos presentan aquí como simples creaciones artísticas, sumando a su valor semántico intrínseco la belleza de su nuevo vestido; pero el símbolo es también un juego complejo de sombras y luces que ilumina la mirada o que la ciega, si su emisión de luz significante es demasiado fuerte. No olvidemos que los abecedarios, los alfabetos, las letras, han sido el vehículo del saber, de la ilustración que indica el nombre de nuestro museo. Así, lo que aparentemente vemos, oculta otros caminos menores o más difíciles, como el de la sabiduría. Amador Griñó

AbeCeDarioDario. José Morea MuVIM

marzo-abril


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