Cherรกn: La tortuosa m
archa hacia la dignidad
; A Cherán se le agotaron las salidas. Arrinconados por
los criminales organizados y sus hermanos los talamontes, los habitantes de este pueblo p’urhépecha se encontraron ante la mayor disyuntiva jamás conocida: rebelarse o resignarse a la extinción como comunidad y emigrar. Así que armados de coraje, espantaron el miedo, tomaron sus machetes, sus garrotes, y expulsaron al alcalde junto con la corrupta policía. Hoy viven en un cerco auto impuesto, que a momentos asfixia, pero del que no van a retroceder. Quieren que el ejército vigile porque temen al fuego de los narcos. Sin poder salir, cansados quizá, se repiten que no había opción más que ésta: emprender la tortuosa marcha hacia la dignidad. Por Témoris Grecko / Enviado Ensayo fotográfico: Hans-Maximo Musielik
C
herán, Michoacán.- Sentada bajo el toldo, la lluvia salpica sus pies, y las manos, como único gesto de voluntad muscular, sostienen el bolso azul y blanco y el letrero que demanda justicia: el pesar de Zenaida Vázquez es impenetrable. Sólo dos semanas antes encontraron el cadáver de su esposo, Domingo Chávez Juárez, de 47 años, en las faldas del cerro El Tecolote, en el cercano municipio de Zacapu. Asesinado de un tiro. Sus compañeros creen que fue torturado. Y, además, lo quemaron. Al horror de la saña se suma el hecho de que Zenaida y sus cuatro hijos, desde un chico de 14 años hasta una de 22, pasaron por 13 días de angustia –indescriptible para quien no la haya experimentado— por la desaparición del marido y padre, de la desazón del dónde estás, del incontrolable deseo de que de pronto aparezca caminando por las calles de Cherán como siempre, de despertar en horas de la madrugada y verlo allí, tranquilo, porque nada malo tenía que haber pasado. Dicen los vecinos que la tragedia ha impactado especialmente en la “niña mayor”, que se llenó de granos y ha dejado de ver aunque sus ojos estén bien. Zenaida carga con el pesar propio y el de sus hijos y con la incertidumbre de un futuro sin el sostén que proveía el comunero Domingo, en un ambiente de violencia criminal e insurrección popular en el que todos están conscientes de que el precio de la dignidad es alto no sólo en vidas, sino en ruptura económica. “No podemos salir del pueblo sin temor”, comentan dos mujeres del tercer barrio (son cuatro en Cherán) en una cocina improvisada en la plaza. “Aquí estamos seguros, pero nuestras parcelas están ái nomás, descuidadas. ¿Cómo vamos a enviar a los hijos a mirarlas si nos los van a secuestrar, a matar? Al marido de Zenaida se lo llevaron así. No tenemos libertad”. Sin ingresos, los negocios tienen que cerrar, como hicieron las escuelas hace casi tres meses. Nada más les queda la ayuda exterior, la de otras partes de la República y de los paisanos en Estados Unidos (son ya 40 por ciento de los cheranenses). El sitio que se ha autoimpuesto la población del pueblo p’urhépecha de Cherán sólo ha puesto en evidencia el que ya sufrían, aplicado por las bandas de delincuentes que protegen la ilegal industria de tala que ha arrasado con los bosques de la comunidad. Todo, sin que las autoridades municipales (PRI), estatales (PRD) y federales (PAN) cumplieran con su deber ni respondieran a las reiteradas peticiones de ayuda. El 15 de abril pasado la gente se cansó de esperar. Aislada, arrinconada, puesta ante el dilema de rebelarse o resignarse a la extinción como comunidad y emigrar, dijo basta, detuvo a algunos talamontes, expulsó al alcalde y a sus policías, y se dispuso a protegerse por mano propia. La reacción criminal ha causado al menos tres muertos y un herido en estado de coma.
El total de víctimas de tres años de agresiones ha llegado a 18, de las que seis siguen desaparecidas (y la gente no renuncia a la esperanza de que aparezcan con bien: “Vivos los llevaron, vivos los queremos” reza el cartel que sostiene un niño enmascarado). El pueblo resiste: “Cherán vive, vive, la lucha sigue, sigue”, cantan mujeres y hombres en la plaza.
Cómo se dice dignidad en p’urhépecha A pesar de la cercanía de sus territorios con el Valle de México, el pueblo p’urhépecha rechazó las ofensivas aztecas. Hoy, “dignidad” es una palabra importante en Cherán, sin duda entre las más repetidas en estos días de alzamiento. Lo hacía recordar el domingo 26 de junio una mujer de blusa rosa mexicano y falda oscura, que a sus más o menos 50 años arengaba a la gente con voz de treintañera, alzándose sobre unos sacos de arena: “Nosotros, comuneros de Cherán, tenemos que defender lo poco que nos queda, lo que nos han dejado de bosque, que nuestros antepasados sabían que la naturaleza es sagrada, y ¡dignidad!, que tengan respeto, ¡dignidad!”. En el occidente de México, neblinoso y rodeado de cerros, Cherán se encuentra a 2 mil 400 metros de altura en Michoacán, a 120 kilómetros al oeste de Morelia. Casi 13 mil de los 16 mil habitantes del municipio viven en el pueblo, que en tiempos mejores dependía de la agricultura y de la explotación forestal. “Es cierto que algunos compañeros tiraban árboles ilegalmente —admite Emiliano, un joven de unos 23 años con el rostro cubierto por un paliacate, y el cabello, por una capucha (y que quiere ser identificado con ese nombre por protección y porque, dice, así debería haberse llamado él y así le pondrá a su primer hijo, como Zapata)— pero las autoridades municipales lo sabían y lo que parecía poca cosa, creció”. Los taladores de ocasión fueron desplazados por los de mayor escala, que pagan por protección a grupos del crimen organizado que, afirman en Cherán, pertenecen al cártel de La Familia Michoacana. “Los que siembran marihuana tienen dinero y armas. Más marihuana es más dinero y más armas”, cuenta Emiliano. La situación empeoró en 2008, al tiempo en que un conflicto interno entre aspirantes perredistas permitió que el priista Roberto Bautista Chapina —a quien se le acusa del asesinato de su antecesor, Leopoldo Juárez— ganara la alcaldía. “No es coincidencia, todo se vino desfigurando desde que llegó Bautista”, asegura un comunero que habló en representación del pueblo en un diálogo público con Felipe Calderón, el 23 de junio, pero que también pide omitir su nombre: “No lidiamos con el gobierno, lidiamos con el crimen organizado”. Este cheranense, un cincuentón a quien lla-
maremos Pablo, explica que desde aquel año se intentó “convencer a los despojadores de los recursos naturales a través de la palabra, pero ellos se equiparon al modo de las armas y contestaron amenazando, agrediendo, secuestrando y matando. Para ellos no existe la palabra, ni la razón, ni el respeto”. Durante años, los comuneros presentaron denuncias ante instancias estatales y federales, sin obtener atención: “Lo más que nos dijeron es que los agentes no podían venir a investigar porque no tenían seguridad”, recuerda Pablo. Antes de 2008, los “taladores eran clandestinos, de los que se esconden en la noche para hacer su robo. Desde entonces lo hacen a plena luz del sol y a mano armada, robando nuestros animales de ganado y de carga, nuestros forrajes para alimentarlos, nuestras herramientas de trabajo, la resina”. Por las condiciones en las que “han dejado nuestros bosques, decimos que han matado nuestro ecosistema”. Detrás de todo esto, afirman los cheranenses, se encuentra Cuitláhuac Hernández Silva, conocido como El Güero, quien opera en las cercanas comunidades de Rancho Morelos, Rancho Seco, Santa Cruz Tanaco (donde tiene un aserradero de tipo industrial), Paracho, Pomacuarán, Capácuaro y San Lorenzo. Explica Pablo: “Operan en el sentido de dominar estas plazas y hacen mención de que los protege el gobierno del estado”. Los criminales se paseaban por las calles de Cherán, intimidando y agrediendo a las personas. Los camiones y las camionetas que bajaban con la riqueza forestal robada a los cheranenses cruzaban el pueblo por decenas cada día, exhibiendo su impunidad. Se estima que han desaparecido los bosques en 80 por ciento de las 18 mil hectáreas del municipio. Un par de ocasiones la gente trató de reaccionar, pero “no teníamos armas y regresábamos todos golpeados”, recuerda Emiliano. Abandonados por la autoridad, decidieron defenderse solos y estuvieron haciendo planes durante medio año. El 15 de abril, a las cinco de la mañana, mujeres y hombres de Cherán, resguardados con machetes, palos y cohetones (fuegos artificiales), detuvieron un vehículo cargado de madera y a sus cinco ocupantes. La respuesta vino muy pronto: a las siente de la mañana, dos camionetas blancas con 14 hombres armados, más la escolta de una patrulla de la policía municipal, atacaron a los vecinos que se habían concentrado. Uno de ellos, Eugenio Sánchez Tiandón, recibió un disparo en la cabeza que lo hizo caer en coma. El resto de la gente logró escapar. El alzamiento ya estaba en marcha. La traición de las autoridades condujo a la expulsión del alcalde Bautista Chapina, la reorganización de la comunidad en una asamblea popular (con el rechazo a todos los partidos políticos y a la celebración de las elecciones estatales del 13 de noviembre), la formación de una “ronda comunita-
ria” de vigilancia y la instalación de alrededor de 200 “fogatas” (barricadas) en diversos puntos de la localidad, incluidas las entradas al pueblo, para controlar el acceso “e impedir que nos sigan matando como a perros”, justifica Emiliano. Bautista Chapina denunció el saqueo de 18 armas del arsenal de la policía. Los cheranenses no las muestran y prefieren no hablar de ellas, aunque fotógrafos nacionales e internacionales las han registrado ya. Tras un rato, no obstante, Emiliano admite que las tienen: no confirma cuántas son ni de qué tipo, pero “cuando sólo teníamos palos, siempre se aprovecharon de nosotros; ahora ya cambia la cosa”.
Cherán exige: que vigile el ejército De cualquier forma, su poder de fuego difícilmente podría competir con el de un cártel de narcotraficantes. Los cheranenses sufren ataques y secuestros cuando salen a patrullar los alrededores —como el del 27 de abril, que dejó dos muertos y dos heridos graves—, o a revisar sus tierras —como le ocurrió a Domingo Chávez—. Por eso, una de sus principales peticiones es que les otorguen protección militar. “Cherán exige: presencia del ejército mexicano o marina”, reza una manta sobre la fuente de la plaza, justo frente al palacio municipal. “Decimos que por ley el gobierno debe brindarle seguridad a la sociedad”, argumenta Pablo. Lo que se pide no es que entren en el pueblo, pues de la seguridad interior se encarga la gente. Los órganos policiacos fallaron antes ahí, como lo hacen ahora en los “filtros” o puntos de control instalados en las cercanías: “Actúan enfrente de ellos, los camiones cargados pasan por los sitios que tienen de vigilancia, no confiamos”. Lo que quieren, continúa el comunero, es “la protección militar al perímetro de nuestro territorio, y que ellos, fuera de nuestro territorio, hagan su trabajo de desarticular y desarmar al crimen organizado”. Esta demanda ha puesto a Cherán en el centro de un importante debate del Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad, la red de organizaciones y ciudadanos que acudieron al llamado del poeta Javier Sicilia para detener la violencia en el país, y a la que se han integrado los cheranenses. Un ala de la misma insiste en que la desmilitarización y el regreso de los soldados a los cuarteles debe ser un objetivo fundamental e innegociable. Sicilia pronto contestó y dijo que “si el ejército fue sacado de manera irresponsable a esta guerra” por el presidente Felipe Calderón, “no podemos regresarlo de la misma forma impulsiva para que la situación empeore”. Y mencionó el caso de Cherán como uno de tantos donde “la gente no quiere que el ejército se vaya”. El 26 de junio una caravana del movimiento llegó a Cherán para entregar ayuda en especie.
Unas 200 personas pararon en la primera barricada del pueblo, hecha con sacos de arena y neumáticos, y luego marcharon junto con los pobladores hasta la plaza, donde los esperaba una fiesta popular. Las mujeres de los cuatro barrios se habían organizado para agasajar a los forasteros con atole de charal, tacos de frijoles con nopales en salsa roja y pozole. Los cheranenses evitaron mencionar el tema del ejército en los discursos con los que abrieron el mitin. En contraste, algunos caravaneros se centraron en él. En un volante titulado “Cherán luchando, el camino está mostrando”, el Partido Obrero Socialista aplaudió el “ejemplo trascendental” que da Cherán con su organización y mecanismos de toma de decisiones. Sin embargo, cuestionó: la “lucha de Cherán es más profunda” que “la petición de los militares en la región”, ya que “la presencia del ejército no resuelve el problema”. En el micrófono, varios forasteros reiteraron su admiración y apoyo hacia los anfitriones, para en seguida explicarles por qué estaban equivocados. Un miembro de la Organización Comunista Revolucionaria les recordó que el ejército masacró estudiantes en 1968. También discrepó una representante del Comité de Lucha de la UAM-Xochimilco, quien cerró su saludo coreando la porra de esa universidad: “¡Hongo, peyote y marihuana, arriba, arriba, la Metropolitana!”. En primera fila, debajo de una gran carpa, se encontraba Zenaida Vázquez, con el letrero donde pide justicia para su marido asesinado, su hondo pesar y la mirada invariablemente dirigida al piso, sin voluntad para reaccionar ante lo que se decía. A su lado, una vecina de chal azul con líneas claras, se sorprendió ante la alegre informalidad de la estudiante de la UAM-X: “¿Y esta muchacha dónde cree que está?”.
Las familias de los muertos muestran cómo se puede vivir Para Emiliano, lo mejor es quitarle peso al diferendo: “A ellos, en la ciudad, la marihuana les llega en paquete. La compran y ya. No saben de la gente que matan aquí con ese dinero, que a los comuneros nos da miedo salir del pueblo, más allá de la última fogata, porque los narcos compran muchas armas grandes, y por eso necesitamos que nos defienda el ejército. No saben. Es muy bueno que vengan a ver. Siempre que quieran ¡son muy bienvenidos! Ojalá les sirva”. La brecha entre visitantes y lugareños se cerró pronto, gracias a las víctimas. Al final del encuentro, ellas hicieron recordar cuál era el sentido profundo de todo aquello, más allá de la agenda de cada cual: personas de Monterrey, de Ciudad Juárez, de Cuernavaca y de Cherán demostraron que a los mexicanos les duele de la misma forma en todas las regiones del país. El hombre de sombrero texano y gafas de sol se igualó con el humilde comunero p’urhépecha, la dama morelense con la de Cherán.
Los padres, esposos e hijos de los que han muerto mostraron cómo se reencuentran los motivos para vivir: entre sus lágrimas y la lluvia se abrieron paso las palabras de aliento para otros, la generosidad de alertar al que no sabe y de convocar al aletargado, así como la rabia enfocada en presentarle una exigencia común a los gobiernos en cada uno de los niveles, a los políticos de todos los partidos. Zenaida por fin se levantó de la silla plegable. Otras cuatro mujeres ascendieron con ella al es-
cenario. María Juárez, cuyo esposo, Rafa García, desapareció cuando salió a caballo a trabajar su parcela, llevaba una carpetita bordada con el rostro cubierto por un paliacate de una mujer con trenzas, y con las palabras “Cherán la lucha sigue”. Las cinco mujeres se plantaron ante la multitud. El reclamo silente en el letrero de Zenaida se apreciaba desde cada rincón de la plaza: “Exijo justicia por la muerte de mi esposo Domingo Chávez Juárez”. “Han estado rondando”, denuncia Pablo. Se
refiere a los talamontes y a los pistoleros que protegen a éstos. Ya es 4 de julio y todavía no se ve una respuesta gubernamental que sirva para algo. “Pasan enfrente de los policías, de sus filtros, y no les hacen nada”. De pie sobre las últimas barricadas, en los dos accesos carreteros a Cherán, los p’urhépechas enmascarados vigilan bajo la lluvia en los límites de la zona que pueden defender, acaso como antaño se defendieron de los aztecas. Más allá domina el crimen organizado. ¶
Días después de que la comunidad retuviera a cinco talamontes, dos cheranenses, Pedro Juárez Urdina y Armando Hernández Estrada, fueron atacados y asesinados cuando trabajaban en el monte. Por tradición, sus féretros se exhiben durante varios días en la plaza principal.