Discursos Elder Holland

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Jeffrey R. Holland Una Selecci贸n de Discursos


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l élder Jeffrey Roy Holland nacio en Saint George,

Utah, el 3 de diciembre de 1940. De profesión Educador, elder Holland se ha destacado en la vida profesional con logros tales como ser persona mas joven en llegar a decano de Educación Religiosa en la Universidad de Brigham Young, la principal institución de educación superior de la Iglesia de la cual finalmente llego a ser su presidente. En Junio de 1994, elder Holland fue llamado a ser Apóstol de la Iglesia de Jesucristo, tiempo desde el cual se dedica a tiempo completo a la obra del Señor transformándose en un referente para los miembros de la Iglesia en cuanto a erudición, sabiduría y amor. Diagramación y Agradecimientos a Raul Fuentes Diaz Publicado por www.cumorah.org

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EL ESPIRÍTU NAVIDEÑO NO SE COMPRA

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on tantas las lecciones que podemos aprender del sagrado relato del nacimiento de Cristo, que muchas veces tratamos de evitar darle énfasis a sólo una. Pero esto es precisamente lo que yo deseo hacer. Uno de los detalles en que más he pensado últimamente, es que el mencionado relato es una historia de extremada pobreza. Me pregunto si Lucas no tendría un propósito especial al decir que "no había lugar para ellos en el mesón", en vez de "no había lugar en el mesón" (Lucas. 2:7; cursiva agregada). Aunque no podemos probarlo, yo me atrevería a asegurar que el dinero tenia en aquellos días la misma influencia que tiene en la actualidad; y no puedo menos que pensar que si José y María hubieran sido personas adineradas, habrían encontrado alojamiento aun en aquella época del año en que había tanta gente en el lugar. También me he preguntado si la Versión Inspirada de la Biblia sugerirá que ellos no conocían a ninguna persona de influencia, cuando dice que "no había nadie que les diera un cuarto en las posadas" (Versión Inspirada, Lucas. 2:7). No podemos tener la seguridad de la intención que tenía el historiador al escribir tales cosas, pero sabemos que aquellas personas eran tremendamente pobres. Cuando fueron a hacer la ofrenda de la purificación, que los padres debían hacer después del nacimiento de su hijo, substituyeron el cordero del sacrificio por un par de tórtolas; esta substitución fue permitida por el Señor en la Ley de Moisés, a fin de aliviar la carga de los que eran muy pobres. ( Levíticos. 12:8.) Los tres reyes magos llegaron más tarde con sus regalos, dando un poco de esplendor y pompa a la ocasión. Es importante recalcar el hecho de que ellos viajaron una distancia considerable, 1

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probablemente desde Persia, en una jornada de por lo menos varios cientos de kilómetros; a menos que hubieran comenzado el viaje mucho antes de que la estrella apareciera, es muy improbable que hubieran llegado a destino la misma noche del nacimiento del Niño. Mateo registra que para ver a Jesús y adorarle, entraron "en la casa", lo que indicaría que la familia ya estaba viviendo en su casa. ( Mateo. 2:11). Todo esto nos indica un importante detalle que deberíamos recordar siempre en la época navideña. Quizás deberíamos separar, aunque fuera un poco, la compra de regalos, el árbol de navidad y los preparativos para la cena navideña, de aquellos momentos de silenciosa meditación en que debemos considerar el verdadero significado del nacimiento. El oro, el incienso y la mirra fueron obsequios dados con humildad, y con humildad apreciados y recibidos. Quizás nos entusiasmemos al dar y recibir regalos y, por ese motivo es necesario que imaginemos aquel escenario sencillo y pobre, aquella noche en la que no hubo guirnaldas, ni manjares, ni regalos, ni bienes de este mundo. Solamente si enfocamos nuestra atención en el sencillo y sagrado objeto de nuestra devoción -el Niño de Belén- podremos dar los regalos en la forma apropiada. Como padre, he comenzado a pensar más a menudo en José, aquel hombre fuerte, silencioso, casi desconocido, que tiene que haber sido más digno que cualquier otro mortal, a fin de ser el padre adoptivo del Hijo del Dios viviente. José fue el elegido de entre todos los hombres para enseñarle a Jesús a trabajar; él fue quien le enseño los preceptos de la Ley de Moisés; fue él quien, en la soledad de su humilde taller de carpintero, ayudó al Señor a comprender quién era, y cuál sería su misión. Mi esposa y yo éramos todavía estudiantes universitarios cuando nació nuestro primer hijo. Éramos entonces muy pobres, aunque ricos en comparación con José y María. Ambos trabajábamos y estudiábamos y además cuidábamos un edificio de apartamentos, lo cual nos ayudaba a pagar el alquiler. Pero cuando comprendí que el momento esperado se acercaba, hubiera 2

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El espíritu navideño no se compra

hecho cualquier cosa honesta con tal de asegurar que mi esposa y mi hijo recibieran la atención apropiada. Comparando mi situación con la de José, pienso que no podríamos imaginar siquiera los sentimientos de aquel hombre al recorrer las calles de una ciudad desconocida, sin un amigo cerca que le tendiera la mano, ni ninguna otra persona que deseara hacerlo. En aquellas últimas y más dolorosas horas que precedieron el alumbramiento, María tuvo que recorrer unos 160 kilómetros desde Nazaret, en Galilea, hasta Belén, en Judea. José tiene que haber derramado calladas lágrimas al contemplar su silencioso valor. Después, solos e inadvertidas, tuvieron que descender desde la compañía humana a la soledad de un establo, una cueva en la piedra llena de animales, para traer al mundo al Hijo de Dios. Me pregunto cuáles serían los pensamientos de José, al limpiar el estiércol y la basura del establo; me pregunto si sentiría el escozor de las lágrimas al tratar apresuradamente de encontrar un poco de paja limpia y de mantener los animales alejados de su esposa; me pregunto si pensaría:, ¿Podría un niño nacer en lugar más insalubre, más mezquino, en circunstancias más sórdidas que éstas? ¿Es acaso éste un lugar apropiado para un rey? ¿Debe la madre del Hijo de Dios entrar en el valle de la sombra de muerte en un sitio impuro y desconocido como éste? ¿Haré mal en desear que pudiera ella estar más cómoda? ¿Es éste el lugar donde Él tiene que nacer?" Pero estoy seguro de que José no murmuró, ni María se quejó. Estoy seguro de que conocían las respuestas a todas esas preguntas. Quizás hasta supieran entonces que, tanto en el principio como en el fin de Su vida mortal, ese hijo que les nacería tendría que padecer más allá de todo padecimiento y desengaño humano. También he pensado en María, la más favorecida de entre todas las mujeres en la historia de este mundo, quien siendo todavía jovencita, recibió la visita del ángel cuyas palabras cambiarían no sólo el curso de su vida, sino el de todo el género humano: 3

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“¡Salve, virgen muy favorecida del Señor! El Señor es contigo; bendita y elegida eres tú entre las mujeres.” (Versión Inspirada, Lucas. 1:28.) La calidad de su espíritu y la profundidad de su preparación se revelan en su respuesta, que al mismo tiempo demuestra inocencia y madurez: "He aquí la sierva del Señor; hágase conmigo conforme a tu palabra." (Lucas. 1:38.) Al pensar en ella vacilo, y trato de imaginar los sentimientos de una madre cuando sabe que ha concebido un alma viviente, cuando siente que la vida se agita y crece en su vientre, cuando da a luz a su hijo. En esos momentos, el padre se hace a un lado y observa; la madre siente, y jamás olvida. Fijémonos en las cuidadosas palabras con que Lucas registra aquella noche santa en Belén: " Y... se cumplieron los días de su alumbramiento. Y dio a luz a su hijo primogénito, y lo envolvió en pañales, y lo acostó en un pesebre. " (Lucas. 2: 6-7.) Secundando solamente al Niño en importancia, María es la figura principal, la reina, la madre entre las madres, atrayendo sobre ella nuestra atención en aquél, el más grandioso de todos los momentos de la historia. Sabemos que con excepción de la compañía de su amante esposo, María estaba sola. Me pregunto si siendo tan joven, un poco niña todavía, no habría deseado la presencia de su madre, o de una hermana, o de una amiga que le acompañara en el momento de dar vida a su primer hijo, ¡Para tan significativo nacimiento, tendrían que haber estado disponibles todas las parteras de Judea! Alguien debía haber estado con ella para enjugarle la frente, sostenerle la mano y, una vez que todo hubiera terminado, ayudarla a recostarse en una cama con sábanas frescas y limpias. Pero nada de esto ocurrió. Con la sola ayuda inexperta de José, María trajo al mundo a su primogénito, lo envolvió en los pañales que había llevado consigo, y lo acostó sobre el heno. En ese momento las huestes celestiales rompieron a cantar: ...”¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra, paz, buena voluntad para con los hombres!" (Lucas. 2:14.) 4

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Mas, con la excepción de los seres celestiales, José, María y el Niño que se había de llamar Jesús, estaban solos en el pesebre. En aquel momento esencial en la historia de la humanidad, un momento iluminado por una nueva estrella que apareció en los cielos con ese solo propósito, probablemente no hubiera ningún otro mortal presente; sólo estaban allí el humilde carpintero, la joven y hermosa madre virginal, y los silenciosos animales del establo que no tenían el poder de comunicar la santidad de la escena que contemplaban. Más tarde habrían de llegar pastores; después, los magos del Oriente. Pero en el principio sólo estaba la pequeña familia, sin adornos, ni árboles, ni juguetes, ni guirnaldas. Así fue la primera Navidad. Es en honor de aquel Niño que debemos cantar: ¡Salve, Príncipe de Paz! Redención traído has, Luz y vida con virtud, En tus alas la salud De su trono descendió Y la muerte conquistó, Para dar al ser mortal Nacimiento celestial. (Himnos, Nº 44) Quizás fuera al recordar las circunstancias de Su nacimiento y de Su propia niñez, al pensar que de cada alma en el reino celestial se exigirá pureza, fe y humildad sincera, que Jesús dijo muchas veces al contemplar a los niños que lo amaban (esos niños que sabían quién era Él): "De ciertos digo, que si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos." (Mateo. 18:3.) La Navidad es, por lo tanto, para los niños... para los niños de todas las edades. Quizás sea por eso que una de mis canciones de Navidad favoritas, es una canción escrita para los niños:

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Jesús en pesebre sin cuna nació; Su tierna cabeza en heno durmió. . . Te amo, oh Cristo, y mírame, sí, Aquí en mi cuna, pensando en ti. Te pido, Jesús, que me guardes a mí, Amándome siempre, cual amo a ti. A todos los niños da tu bendición, Y llévanos todos a tu gran mansión. (Himnos, NI 41. Canta conmigo, F~I.)

(Por Jeffrey R..Holland Comisionado de Educación de la Iglesia. De un discurso pronunciado en 1976, ante los profesores de religión de la Universidad de Brigham Young. Discurso publicado en la revista Liahona en diciembre de 1978 páginas 8-9.)

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EL CACTUS, LA CRUZ, Y LA PASCUA

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s probable que todos nosotros hayamos tenido experiencias en las cuales realmente hemos necesitado que alguien nos ayudara. Recuerdo que cuando era un niño pequeño, una vez en verdad necesité ayuda. Estaba jugando en la ladera de una montaña cerca de casa, y me caí sobre un gran cactus espinoso. ¡Cómo dolía! Las espinas atravesaron la lona de mis zapatos, mis medias, mis pantalones, mi camisa... Me pinchaban por todos lados y me sentía como un tablero humano de dardos. Al caer grité de una manera como para sacudir las montañas. No podía levantarme, no podía agacharme, no podía moverme en absoluto, porque con cada movimiento parecía que aquellas agujas se hundían más y más profundamente en mi piel, de modo que me quedé quieto llorando y gritando desesperadamente. En ese entonces yo tenía cinco años, y mi hermano mayor, quien inmediatamente se apresuró para ayudarme, tenía ocho años. Aunque quedó atónito al verme preso de una situación tan difícil, comenzó a arrancar algunas de las espinas; pero al sacarlas me causaba más dolor que cuando caí en el cactus, por lo que lloraba y gritaba con más fuerzas. Además, las lastimaduras del tamaño de un alfiler sangraban tanto cuando él arrancaba las espinas, que en pocos minutos perecía que yo estaba haciendo propaganda para que se donara sangre a la Cruz Roja. Finalmente, mi hermano se dio cuenta de que no estaba haciéndolo eficazmente y que su esfuerzo era inútil, pues todavía quedaban docenas de espinas por sacar y yo seguía gritando y llorando tan fuerte como podía. Entonces él hizo lo único que un hermano de ocho años podría haber hecho. Corrió montaña abajo y busco su carrito rojo de juguete y con grandes y esmerados 7

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esfuerzos logró subirlo hasta la colina donde, de acuerdo con mi criterio, yo estaba allí solo esperando la muerte. Finalmente, a pesar de mis gritos y lamentos, halándome, arrastrándome y levantándome, pudo sacarme del cactus y sentarme en su carrito. Entonces, en forma milagrosa, solamente conocida por los niños y la Divina Providencia, me bajo de aquella empinada montaña. Lo que sucedió después no está muy claro en mi mente, pero que mi madre me quitó la ropa y el resto de las espinas. Lo que si recuerdo claramente, y que jamás olvidaré, es a mi hermano arrastrando aquel cochecito de juguete y buscando con determinación la manera de llegar hasta donde yo estaba. Se encontraba tan preocupado, que lo hizo de una manera maravillosa. Creo que si viviera hasta tener cien años, no habría nada acerca de mi hermano que no pudiera recordar más vividamente que su esmerado e indescriptible esfuerzo de aquel día. Yo le necesitaba en forma desesperada y él estuvo allí para ayudarme. La pascua es siempre una fecha especial para nosotros (para mí, es el mejor día de todo el año), de manera que todos deberían tratar de recordar que una vez nos enfrentamos a un problema muy difícil y necesitamos a alguien que nos ayudara. Fue un problema de mayor magnitud que la perdida de un perrito, la rotura de un juguete, o la caída sobre un cactus. A través de toda la larga historia, comenzando con Adán y Eva hasta nuestro tiempo, fue un problema que si no se hubiera resuelto, nos habría dejando en presencia de Satanás y de sus abominables seguidores. De haber sucedido así, nunca hubiéramos podido estar unidos otra vez con nuestras familias, con nuestros amigos, y con nuestro Padre Celestial que nos amo tanto, sino que hubiéramos estado en una prisión para siempre. Pero Jesús, nuestro hermano mayor, no permitió que Satanás lo capturara, sino que permaneció a salvo fuera de los portones de la prisión. De una manera en que no podemos llegar a comprender totalmente, aun cuando lleguemos a nuestra plena madurez, Jesús nos liberó. Fue como si Él hubiera tenido la única llave de la puerta de la prisión, y como si Él hubiera sido el único con las fuerzas suficientes como para abrirla. Al hacerlo, Él salvó nuestra vida 8

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para que nuestra familia pudiera permanecer junta y para que algún día pudiéramos regresar a nuestro hogar celestial. Pero para hacer esto por nosotros, tuvo que pagar un precio terrible, un precio por el cual debemos honrarle y venerarle guardando sus mandamientos. Sufrió una muerte espantosa en la cruz, y en medio de la angustia del dolor físico y espiritual, Jesús también pensó por un momento que estaba solo y sin ayuda, y aun así, siguió adelante con su martirio para ayudamos a todos. Jesús murió por nosotros y solamente las montañas que se estremecieron y el sol que se obscureció parecieron ser los únicos en comprender el precioso e invalorable don que estaba dando a la humanidad. Luego sucedió algo maravilloso. Jesús, el que había muerto y sido enterrado, volvió a la vida de una manera muy especial llamada resurrección. En un pacífico y sereno jardín primaveral, Jesús se levantó de la tumba para volver a vivir con nuestro Padre Celestial, y de una manera maravillosa y milagrosa nos concedió el mismo poder y privilegio. No sé exactamente cómo sucederá esto, pero si sé que por medio de Jesús, se nos ha dado la oportunidad de vencer toda duda, desesperación y aun la muerte. Eso es lo que la Pascua significa para mí. Me gustaría que todos los años, en la época de la Pascua, recordáramos cuanto más hermosas son las flores primaverales que las espinas del cactus sobre el cual me caí una vez. Y especialmente me gustaría que todos recordáramos a nuestro hermano mayor, Jesucristo, a quien todo le debemos, porque Él vino a sanar nuestras heridas, a calmar nuestros temores y a llevamos sanos y salvos a nuestro hogar cuando más lo necesitábamos.

(Por Jeffrey R. Holland, Comisionado de Educación de la Iglesia. Discurso publicado en la revista Liahona en Marzo de 1981, páginas 21-23.)

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CUANDO ESTÉIS ANGUSTIADOS

hablar de un conflicto universal que puede surgir Quisiera en cualquier momento y sobrevenir en cualquier lugar. Lo considero una faceta de la maldad; al menos, sé que puede surtir efectos perjudiciales que obstaculizan nuestro progreso, nos desalientan, menoscaban nuestras esperanzas y nos dejan indefensos ante otros males de considerable magnitud. Me gustaría tratar este tema, pues no conozco ningún otro recurso que Satanás emplee tan astuta y hábilmente como éste para llevar a cabo su obra maligna; me refiero al desaliento que hace presa de nosotros, derrotándonos hasta el punto en que llegamos a creernos incapaces de salir adelante: en suma, al desánimo y a la desesperación. Al abordar este tema, no es mi intención descartar el hecho de que, en efecto, existe un buen número de otras cosas en el mundo que nos producen angustia. En la vida, individual y colectivamente, así como en el ámbito local, nacional e internacional, ciertamente pululan verdaderas amenazas a nuestra felicidad. Sin embargo, lo que me inquieta no son las complejidades y problemas que publican los periódicos y que transmite la radio, sino aquellas cosas que si bien no aparecen en grandes titulares, son importantísimas en nuestro cotidiano vivir, y, por tanto, en la historia de nuestra vida. A modo de introducción, me gustaría citar un pensamiento del escritor estadounidense F. Seott Fitzgerald (1896-1940), quien dijo que “los conflictos no tienen necesariamente que relacionarse con el desaliento, puesto que éste tiene su propia "bacteria" que lo causa, la cual es tan diferente del conflicto en sí, como la artritis es diferente de la rigidez de las articulaciones” (The Crack-Up, ed. por Edmund Wilson, New York: James Laughlin, 1945, pág. 77). 10

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Todos tenemos problemas y conflictos, pero la "bacteria" del desaliento, empleando el término expresado por Fitzgerald, no yace en el conflicto, sino en nosotros, o -para ser más precisocreo que yace en Satanás, el príncipe de las tinieblas, el padre de la mentira; y él quiere que incubemos esa bacteria en el alma. Las más de las veces es una bacteria aparentemente insignificante, pero el problema es que se multiplica, crece y se propaga. De hecho, puede llegar a convertirse prácticamente en un hábito, o sea, en un modo de vivir y de pensar, que es cuando produce el mayor daño, ya que entonces comienza a ocasionar una devastación cada vez mayor en nuestro espíritu, consumiendo los más grandes cometidos religiosos que podamos fijarnos; esto es, los que atañen a la fe, a la esperanza y a la caridad. Nos tornamos introvertidos y volvemos la mirada hacia abajo, deteriorando así -o cuando menos, mermando- esas grandiosas virtudes cristianas. Nos sentimos desdichados y no tardamos en hacer desdichadas a otras personas... y Lucifer se regocija. Tal como se trata cualquier suerte de bacteria, debiéramos recurrir a la medicina preventiva para contrarrestar los progresos de la bacteria del desaliento que se halla en aquellas cosas que nos deprimen. Recordemos el concepto expresado por Dante Alighieri en su obra La Divina Comedia, en la parte El Paraíso, canto 17, que dice: "Cuando la flecha se ve venir de antemano, el impacto que produce es menos fuerte" (Traducción libre). Por lo demás, las Escrituras dicen: “Y ángeles volarán por en medio del cielo, clamando en voz alta... Preparaos, preparaos (D. y C. 88:92). “Si estáis preparados, no temeréis" (D. y C. 8:30). El temor forma parte de lo que me propongo refutar en esta ocasión. Vemos que las Escrituras nos enseñan que la preparación o prevención es una de las armas más poderosas de las que podemos echar mano para defendernos del desaliento que puede llevarnos progresivamente a la derrota. Por ejemplo, es probable que nos sintamos abrumados por los problemas económicos; pero debemos tener valor y recordar que no somos los únicos que enfrentamos esta dificultad. Este tipo de problemas puede ser muy penoso, es cierto, pero tenemos la 11

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obligación -aunque sea para con nosotros mismos- de velar, de manera que no nos resulte destructivo. Tal vez vivamos sin algunas cosas que necesitamos, y nos consideremos en la pobreza; pero tengamos en cuenta lo siguiente: “Y si la hierba del campo que hoy es, y mañana se echa en el horno, Dios la viste así, ¿no hará mucho más a vosotros, hombres de poca fe?” (Mateo 6:30). Preparémonos, planeemos con anticipación, esforcémonos, sacrifiquémonos. Empleemos nuestro tiempo y el dinero de que dispongamos en cosas de valor. Aprovisionémonos ahora de la tranquilidad y la paz interior que se desprenden del saber a conciencia que se ha hecho lo mejor que se ha podido con lo que se ha tenido. Si trabajamos con ahínco y nos preparamos con perseverancia, será muy difícil que nos dejemos abatir. Si nos esforzamos con fe en Dios, en nosotros mismos y en nuestro futuro, edificaremos sobre una roca; y cuando vengan el viento y la lluvia - como de cierto vendrán- éstos no nos derribarán. Ahora bien, si nos esforzamos todo lo que podemos y vivimos rectamente, y aún así, las cosas todavía nos resultan gravosas y difíciles, tengamos valor. Recordemos que otras personas han pasado por las mismas experiencias. ¿Nos consideramos impopulares y diferentes? Leamos nuevamente la historia de Noé y veamos lo que era la popularidad en el año 2.500 a. de J. C. ¿Se nos presenta la vida como un camino lleno de interminables obstáculos? Leamos nuevamente sobre Moisés. Tratemos de figurarnos cuán pesada debe de haber sido la carga de tener que lidiar con el faraón, y luego, la de vagar cuarenta años por el desierto. Algunas tareas requieren tiempo. Aceptemos este hecho, y tengamos presente que la escritura dice que “todo se cumple”; sí, todo tiene su fin. Llegará el día en que superaremos los problemas que ahora nos acongojan, en que todo quedará atrás. La vida de otras personas nos da la prueba de ello. ¿Nos acosa el temor de que los demás no gusten de nosotros? El profeta José Smith podría hablarnos extensamente sobre eso. ¿ Tenemos problemas de salud? Ciertamente 12

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hallaremos consuelo en el hecho de que un verdadero Job ha guiado esta Iglesia a través de una de las décadas más emocionantes y reveladoras de esta dispensación. En los últimos treinta años, el presidente Kimball ha conocido pocos días libres de dolor, desconsuelo o enfermedad. ¿Es censurable preguntarse si él no habrá, en cierto sentido, llegado a ser lo que es no sólo a pesar de sus problemas de salud sino también en parte por motivo de ellos? ¿No ha de infundirnos valor el sacrificio de este coloso de hombre que ha arrostrado la enfermedad, desafiado a la muerte y a los poderes de las tinieblas, y que, dándole apenas las fuerzas para seguir adelante, ha clamado, como Caleb: "¡Oh Señor, todavía tengo fuerzas! ¡Dame, pues, ahora este monte!" (Véase "Dame, pues, ahora este monte", Liahona, enero de 1980 págs. 122-125.) ¿Nos sentimos alguna vez desprovistos de talentos, incapaces o inferiores? ¿Nos ayudaría en algo saber que todas las demás personas sienten lo mismo, inclusive los profetas de Dios? Al principio, Moisés intentó oponerse a su llamamiento, alegando que carecía de elocuencia para dirigir la palabra. Jeremías se consideraba niño y tenía miedo de enfrentarse a la gente. ¿Y de Enoc? Ruego a todos que recordemos a Enoc durante el resto de nuestros días. Él fue el joven que, al ser llamado a llevar a cabo una tarea al parecer imposible, dijo: "¿Cómo es que he hallado gracia en, tu vista, si no soy más que un jovenzuelo, y toda la gente me desprecia, por cuanto soy tardo en el habla? . . ."(Moisés 6:31.) Pero Enoc era un hombre creyente; hizo acopio de valor y, aunque tambaleante, siguió el camino que debía seguir. Sí, el sencillo, sin talentos e inferior Enoc. Y he aquí lo que los ángeles llegaron a escribir de él: "Y tan grande fue la fe de Enoc, que dirigió al pueblo de Dios; y sus enemigos salieron a la batalla contra ellos; y él habló la palabra del Señor, y tembló la tierra, y huyeron las montañas, de acuerdo con su mandato; y los ríos de agua se desviaron de sus cauces, y se oyó el rugido de los leones en el desierto; y todas las naciones temieron en gran manera, por ser tan poderosa la palabra de Enoc, y tan grande el poder de la palabra que “Dios le había dado.” (Moisés 7:13.) 13

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¡El sencillo e incapaz Enoc, cuyo nombre es ahora sinónimo de suprema rectitud! La próxima vez que nos sintamos tentados a considerarnos insignificantes e inútiles, recordemos que los mismos temores han acometido a los más espléndidos hombres y mujeres de este reino. Repito lo que Josué dijo a las tribus de Israel al enfrentarse a una de sus pruebas más difíciles: "Santificaos, porque Jehová hará mañana maravillas entre vosotros" (Josué 3:5). Por otro lado, existe, naturalmente, una fuente de desesperación de mayor gravedad que todas las demás, y que radica en una mala preparación de índole mucho más seria. Es lo contrario de la santificación; es la clase de desaliento más destructivo tanto en esta vida como en la eternidad. Me refiero a la transgresión contra Dios, a la depresión o el abatimiento derivados del pecado. El punto crítico en este plano, una vez que reconozcamos la seriedad de nuestros errores, será llegar a creer que podemos cambiar, que efectivamente podemos llegar a ser diferentes. El no creerlo es manifiestamente una artimaña satánica para desalentarnos y derrotamos. Arrodillémonos y demos gracias a nuestro Padre Celestial porque pertenecemos a su Iglesia y porque hemos aceptado el evangelio que promete el fruto del arrepentimiento a todos aquellos que estén dispuestos a pagar el precio. El arrepentimiento no es una palabra de mal presago; es, después de la fe, el termino más alentador del vocabulario cristiano; es sencillamente la invitación de las Escrituras al crecimiento, al mejoramiento, al progreso y a la renovación. ¡Desde luego que podemos cambiar! Si la rectitud es nuestra constante, podemos ciertamente llegar a ser lo que queramos. Si hay una lamentación que no puedo tolerar, es la débil, lastimera y mustia excusa: "¡Y qué puedo hacer si así es como soy!' Si hemos de hablar de desaliento, eso me desalienta a mí. Desarraiguemos de nuestros pensamientos eso de: "¡Es que yo soy así!". He oído esa expresión de labios de muchísimas personas que querían pecar y que hallaron un principio de psicología que lo justificara. Y quiero dejar en claro que empleo la palabra pecado para abarcar una amplísima gama de hábitos, algunos aparentemente inocentes, que, no obstante, traen consigo 14

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el desaliento, la derrota y la desesperación. Podemos cambiar cualquier cosa que queramos, y podemos hacerlo muy rápidamente. Otra superchería satánica es aquello de que el arrepentirse supone una tardanza de años y años. En arrepentirnos, tardaremos tanto como tardemos en decir: "Cambiaré", y en decirlo con la verdadera intención de hacerlo. Claro que habrá problemas que solucionar y restituciones que hacer. De hecho, bien podríamos pasarnos el resto de la vida -y sería preferible que así fuera - probando que nuestro arrepentimiento es verdadero mediante un cambio permanente. En realidad, el cambio, el progreso, la renovación, el arrepentimiento, en fin, pueden llegar a formar parte de nuestra vida de un modo tan súbito como lo fue para Alma y los hijos de Mosíah. Aun cuando tengamos que reparar serios daños, es muy poco probable que merezcamos el calificativo de "los más viles pecadores" (Mosíah 28:4), que es la forma en que Mormón describe a esos jóvenes. Con todo, Alma relata su propia experiencia en el capítulo 36 del libro que lleva su nombre, la cual revela que su arrepentimiento y cambio radical fueron tanto súbitos como asombrosos. Mas no erremos en el entendimiento de esto: El arrepentimiento no es algo fácil que no causa dolor; y no, tampoco, es algo cómodo... es la amarga copa del infierno. Pero únicamente Satanás que allí mora desea que pensemos que la necesaria incomodidad temporaria que nos causa el reconocimiento de nuestros pecados es más desagradable que tener que permanecer allí todo el tiempo. Sólo él podría decirnos: "No podrás cambiar. No cambiarás; pues para cambiar se tarda muchísimo y es muy difícil lograrlo. Renuncia a todo empeño por cambiar, ríndete. No te arrepientas. Tú eres como eres, y basta". Esto, amigos míos, es una mentira que proviene de la desesperación. No creáis en ella. Debemos sumergirnos en las Escrituras. Allí veremos descritas nuestras propias experiencias; en ellas hallaremos espiritualidad y fortaleza, soluciones y consejos referentes a nuestros problemas. Nefi dice: "Las palabras de Cristo os dirán todas las cosas que debéis hacer" (2 Nefi 32:3). Oremos fervientemente y ayunemos con propósito y devoción. 15

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Algunas dificultades, como algunos demonios, no salen "sino con oración y ayuno". (Véase Mateo 17:21.) Sirvamos a nuestro prójimo. Por paradójica que parezca la admonición, es real: que sólo al servir a los demás podamos salvarnos nosotros mismos. Tengamos fe. "¿Ha cesado el día de los milagros? O ¿han cesado los ángeles de aparecer a los hijos de los hombres? O ¿les ha retenido él la potestad del Espíritu Santo? O ¿lo hará, mientras dure el tiempo, o exista la tierra, o haya en el mundo un hombre a quien salvar? He aquí, os digo que no; porque... es por la fe que aparecen ángeles y ejercen su ministerio a favor de los hombres." (Moroni 7:3537.) Elíseo, con un poder que sólo los profetas conocen, había aconsejado al rey de Israel cómo, dónde y cuándo defenderse de los guerreros sirios. Por su parte, el rey de Siria, turbado por el conocimiento profético de Elíseo en cuanto a sus movimientos, deseó librarse del Profeta de Israel, para lo cual envió a sus soldados a prenderlo. A continuación cito el relato de las Escrituras sobre esta expedición: "Entonces envió el rey allá gente de a caballo, y carros, y un gran ejército, los cuales vinieron de noche, y sitiaron la ciudad. ... y he aquí el ejército que tenía sitiada la ciudad, con gente de a caballo y carros." Desde luego, aquello sí era como para desalentar el corazón de cualquiera, de hallarse en el lugar de Elíseo. Este, junto con el joven que era su criado, contempló aquel espectáculo: un profeta y un muchacho contra el mundo... y el joven quedó paralizado de miedo al ver al enemigo por todos lados; sí, dificultades y preocupación y desesperación por todos los flancos, y sin modo de escapar. Flaqueándole la fe, el muchacho exclamó: ¡ Ah, señor mío! ¿Qué haremos?" ¿Y qué le respondió Elíseo? "No tengas miedo, porque más son los que están con nosotros que los que están con ellos. Y oró Elíseo, y dijo: Te ruego, oh Jehová, que abras sus ojos para que vea. Entonces Jehová abrió los ojos del criado, y miró; y he aquí que el monte estaba lleno de 16

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gente de a caballo, y de carros de fuego alrededor de Elíseo. " (2 Reyes 6:14-17.) En el Evangelio de Jesucristo, contamos con ayuda de los dos lados del velo, y esto no debemos olvidarlo jamás. Cuando la decepción y el desaliento nos agobien -y alguna vez de cierto nos agobiarán -, debemos recordar y nunca olvidar que si nuestros ojos fueran abiertos, veríamos, hasta donde llegara el alcance de nuestra vista, gente de a caballo y carros de fuego que vienen con velocidad vertiginosa a brindarnos su protección. Sí, las huestes celestiales siempre están a nuestro alrededor, en defensa de la simiente de Abraham. Deseo terminar, citando la siguiente promesa de los cielos: "De cierto, de cierto os digo, sois niños pequeños, y todavía no habéis entendido cuán grandes bendiciones el Padre tiene en sus propias manos y ha preparado para vosotros”; Y no podéis llevar ahora todas las cosas; no obstante, tened buen ánimo, porque yo os guiaré." "Iré delante de vuestra faz. Estaré a vuestra diestra y a vuestra siniestra... y mis ángeles alrededor de vosotros, para sosteneros.” "De vosotros son el reino y sus bendiciones, y las riquezas de la eternidad son vuestras." (D. y C. 78:1718; 84:88; 78:18.) Oh sí, en el sitio "do Dios lo preparó, buscaremos lugar". Y por el camino, “cantemos, sí, en alta voz; dad glorias al Señor y Dios, y más que todas el refrán: ¡Oh, está todo bien!" (Himnos de Sión, 214.) En el nombre de Jesucristo. Amén.

(Por Jeffrey R. Holland, Presidente de la Universidad de Brigham Young. Adaptado de un discurso pronunciado en la Universidad de Brigham Young. Discurso publicado en la revista Liahona en enero de 1982, págs. 7-13.)

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AL ALCANCE DE VUESTRAS MANOS

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ermanos, es imposible describir la gran responsabilidad que siento. Al igual que la mula en un clásico hípico, sé que quizá no debiera estar aquí, pero me agrada este auditorio del cual forma parte mi hijo Matt, a quien quiero con todo el corazón. Ruego fervientemente que el Espíritu del Señor nos acompañe. Hermanos, un estudio reciente dirigido por la Iglesia confirmó estadísticamente lo que se nos ha dicho una y otra vez; esto es, que si el amor, la enseñanza inspirada y el ejemplo no se dan en el hogar, los esfuerzos encaminados al éxito de los programas de la Iglesia se debilitarán seriamente. Todo va demostrando de un modo cada vez más patente que debemos enseñar personalmente el evangelio a nuestros hijos y vivir esas enseñanzas en el hogar o correr el riesgo de descubrir demasiado tarde que el maestro de la Primaria o el asesor del sacerdocio o el instructor de seminario no pudieron hacer por nuestros hijos lo que nosotros no quisimos hacer por ellos. Quisiera infundimos un poco de aliento con respecto a tan grande responsabilidad. Lo que más estimo del lazo que me une a mi hijo Matt es que él es, junto con su madre, hermana y hermano, mi mejor y más querido amigo. Prefiero estar aquí, en esta reunión del sacerdocio, con mi hijo, antes que con cualquier otra persona de este mundo. Me encanta su compañía. Charlamos mucho. Los dos jugamos al básquetbol (baloncesto), tenis y ráquetbol, pero me niego jugar golf con él (esto es una broma entre él y yo). Hablamos de problemas. Yo soy presidente (rector) de una universidad pequeña y él es presidente de una clase grande de una escuela secundaria. Comparamos apuntes, nos damos sugerencias y compartimos nuestros desafíos. Oro por él, he llorado con él y estoy infinitamente orgulloso de él. Hemos conversado hasta altas horas 18

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Al alcance de vuestros brazos

de la noche en su cama de agua, aberración del siglo veinte, la cual sé que como parte del castigo de los últimos días, reventará y sin misericordia nos arrastrará a todos a las calles de Provo (ésa es otra broma familiar). Pienso que puedo preguntar a Matt si le gusta el seminario porque procuro hablarle de todas sus demás asignaturas. A menudo imaginamos juntos cómo será su misión porque él sabe cuánto significó mi misión para mí, y me pregunta del matrimonio en el templo porque sabe que estoy locamente enamorado de su madre. Anhela que su futura esposa sea como ella y que ambos tengan lo que nosotros tenemos. Al hablar de esto, pienso que probablemente hay padres e hijos en esta reunión que estimen ajeno todo lo que he descrito. Sé que hay padres que darían prácticamente la vida misma por acercarse otra vez a algún hijo en conflicto. Sé que hay hijos en esta reunión que desean que sus papás estuvieran a su lado esta noche o cualquier otra. Me he preguntado cómo hablaros de este tema que me han asignado sin parecer petulante, por un lado, y sin ofender corazones ya doloridos, por el otro. En respuesta, simplemente digo para todos nosotros, jóvenes y adultos: No nos demos nunca por vencidos; ¡adelante con nuestros esfuerzos, conversaciones y oraciones! Nunca jamás nos demos por vencidos. Sobre todo, no nos alejemos unos de otros. Quisiera contaros una experiencia breve pero dolorosa que tuve a causa de mis inadecuados esfuerzos como padre. Mis hijos eran pequeños cuando yo cursaba estudios de posgraduado en una universidad de Nueva Inglaterra. Mi esposa era la presidenta de la Sociedad de Socorro en el barrio y yo servía en la presidencia de la estaca. Yo estudiaba jornada completa y enseñaba media jornada. Teníamos dos hijos pequeños en ese entonces, poco dinero y muchas exigencias: una vida común a muchos. Una noche llegué a casa tras largas horas de clases, sintiendo el proverbial peso del mundo sobre mis hombros. Todo parecía ser demandante, desalentador y sombrío, y dudaba de si volvería a brillar el sol. Cuando entré en nuestro pequeño apartamento de estudiantes, reinaba allí un silencio nada habitual. 19

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¿Qué pasa?", pregunté. "Matthew quiere decirte algo", me dijo mi esposa. "Matt, ¿qué quieres decirme?" Él jugaba calladamente con sus juguetes en un rincón del cuarto, como si no oyera. "Matt", dije en voz más alta, "¿tienes algo que decirme?" Dejó de jugar, pero no levantó la vista de inmediato. Luego, volvió hacia mí sus enormes ojos castaños anegados de lágrimas y con el dolor que sólo un chico de cinco años conoce, me dijo: "No obedecí a mamá y le contesté mal". Dicho eso, rompió a llorar y todo su cuerpecito se estremeció de pesar. Un pequeño había confesado pesaroso una falta infantil, la experiencia le servía y una amorosa reconciliación pudo haberse puesto magníficamente en marcha. Todo hubiera salido perfecto de no haber sido por mí. Si pueden imaginar acto tan necio, me enfurecí, y no con el chico, sino por ciento una cosas más; pero él no sabía eso, y a mí me hacía falta la disciplina para admitirlo. Él recibió la descarga de todo. Le dije lo desilusionado que estaba y cuánto más esperaba de él. Y hablé y hablé como el padre pigmeo que era. Luego hice lo que nunca había hecho: le ordené que se fuera derecho a la cama y le dije que no le acompañaría a decir su oración ni le contaría ningún cuento. Ahogando los sollozos, se fue obedientemente junto a su cama, donde se arrodilló -solo- a orar. Luego empapó su almohadita con las lágrimas que su padre debió haberle enjugado. Si el silencio que encontré al llegar a casa era pesado, hay que imaginar lo que fue después. Mi esposa (Pat) no dijo palabra. No tuvo que decir nada. ¡Mi malestar era atroz! Después, al arrodillarnos junto a nuestra cama, mi súplica de bendiciones para mi familia resonó en mis oídos de un modo horrendo. Quise ponerme en pie al instante e ir a pedir perdón a Matt, pero el niño dormía ya plácidamente. Mi tranquilidad no volvió tan pronto, pero por fin me dormí y comencé a soñar, cosa rara en mí. Soñé que Matt y yo preparábamos dos vehículos para una mudanza. Ni su madre ni su hermanita estaban presentes. Cuando terminamos, me volví a él y le dije: "Y bien, Matt, tú conduces un coche y yo el otro". 20

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Al alcance de vuestras manos

El pequeño, muy obedientemente, trepó al asiento y trató de tomar el enorme volante. Yo me subí al otro coche y puse en marcha el motor. Al partir, eché una mirada a mi hijo para ver cómo le iba. Se esforzaba con todas sus fuerzas. Trataba de alcanzar los pedales, pero no podía. También movía perillas y pulsaba botones para poner el auto en marcha. Apenas se veía sobre el tablero de instrumentos, pero desde allí me miraba otra vez con sus bellos y enormes ojos castaños llenos de lágrimas. Mientras me alejaba, me gritó: "Papá, no me dejes. Yo no sé hacer esto; soy muy chiquito". Y yo me alejé. Poco después, al conducir por el camino, en mi sueño, comprendí en un momento fugaz y espantoso lo que había hecho. Detuve bruscamente el auto, salí de él de un salto y comencé a correr al límite de mis fuerzas. Dejé abandonados el coche, las llaves, todo y... corrí. El pavimento caliente me quemaba los pies y las lágrimas me nublaban la vista mientras procuraba divisar al niño en la distancia. Seguí corriendo, orando, suplicando perdón y hallar al niño sano y salvo. Al dar la vuelta a una curva, a punto de desplomarme al suelo agotado física y emocionalmente, vi que al auto que había dicho a Matt condujera a un costado del camino y que el niño estaba riendo y jugando cerca de allí con un hombre mayor. Matt, al verme, me dijo: “¡Hola, papá, nos estamos divirtiendo! Evidentemente ya me había perdonado y olvidado mi terrible trasgresión contra él. Pero sentí temor de la mirada intensa del hombre, que seguía todos mis movimientos. Intenté decirle "Gracias", pero sus ojos denotaban intenso pesar y desilusión. Mascullé una torpe excusa y él me dijo sencillamente: "No debió haberle dejado solo para hacer algo tan difícil. No se le hubiera exigido a usted." Con eso terminó el sueño y me senté en la cama como impulsado por un resorte. Mi almohada estaba ahora empapada, si con sudor o con lágrimas, no lo sé. Salté de la cama y corrí hasta (la camita) el catrecito de metal donde dormía mi hijo. Allí, de rodillas, llorando, le acuné en mis brazos y le hablé mientras seguía dormido. Le dije que todo papá comete errores, pero sin intención. Le dije que él no tenía la culpa de que su padre hubiera 21

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pasado un mal día. Le dije que cuando los hijos tienen cinco o quince años, a veces los papás lo olvidan y piensan que tienen cincuenta. Le dije que quería que él fuese niño pequeño por largo, largo tiempo, porque dentro de poco crecería y se haría hombre y no estaría jugando en el suelo con sus juguetes cuando yo llegara a casa. Le dije que lo amaba a él y a su madre y a su hermanita más que a nada en el mundo y que no importaba qué problema tuviéramos en la vida lo encararíamos juntos. Le dije que nunca más me abstendría de darle mi afecto y mi perdón, y rogué que él nunca dejara de dármelos a mí. Le dije que me honraba el ser su padre y que procuraría con toda el alma ser digno de tan grande responsabilidad. Y bien, no he demostrado ser el padre perfecto que prometí ser aquella noche, y mil noches antes y después. Pero aún anhelo serlo, y creo en el sabio consejo del presidente Joseph F. Smith, que cito a continuación: "Hermanos... si conserváis a vuestros [hijos] cerca de vuestro corazón, al alcance de vuestros brazos; si les hacéis sentir que los amáis... y los conserváis cerca de vosotros, no se apartarán muy lejos de vosotros, ni cometerán ningún pecado muy grave. Pero cuando los echáis a la calle, los echáis de vuestro cariño... [es cuando los alejáis] de vosotros... "Padres, si queréis que vuestros hijos sean instruidos en los principios del evangelio, si queréis que amen la verdad y la entiendan, si deseáis que os obedezcan y se unan a vosotros, ¡amadlos! ; mostradles que los amáis con toda palabra o acto [hacia] ellos." (Doctrina del evangelio, págs. 276, 310.) Hermanos, todos sabemos que ésta no es tarea fácil, pero se clasifica entre las más imperiosas que jamás se han dado. Debemos seguir esforzándonos y dar amor, orar y escuchar. Para eso son los amigos. De esto os testifico, en el nombre de Jesucristo. Amén. (Por Jeffrey R. Holland, Presidente de la Universidad Brigham Young. Discurso pronunciado en la Conferencia General Anual número 153 de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, el día 2 de abril del año 1983, en la Sesión del Sacerdocio, desde el Tabernáculo de la Manzana del Templo, en Salt Lake City, Utah. Discurso publicado en la revista Liahona de Julio de 1983, Págs. 56-59) 22

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no de nuestros himnos favoritos comienza con las palabras "Asombro me da". (Himnos Sión, 46.) Al pensar en la vida de Cristo nos quedamos realmente asombrados. Nos asombra su papel premortal como el gran Jehová, agente de su Padre, creador de la tierra, guardián de toda la familia humana. Nos asombra su venida a la tierra y las circunstancias que rodearon su advenimiento. Nos asombra el milagro de su concepción y la pobreza de su nacimiento. Nos asombra ver que cuando tenía sólo doce años de edad, ya estaba en los negocios de su padre. Nos asombra el comienzo formal de su ministerio, su bautismo y sus dones espirituales. Nos asombra que dondequiera que Él iba, las fuerzas del maligno le precedían y que lo conocían desde el principio. Nos asombra que Jesús echó fuera y venció estas fuerzas del mal al hacer que el cojo caminara, el ciego viera, el sordo oyera y el enfermo sanara. En verdad nos asombra todo movimiento y momento - tal como cada generación desde Adán hasta el fin del mundo ha de estarlo. Al meditar en el ministerio del Salvador, me pregunto: "¿Cómo lo hizo?" Pero lo que más me asombra es cuando Jesús, en su intensa agonía al estar en la cruz, dijo: "Padre, perdónalos, porque no saben, lo que hacen". (Lucas 23:34.) Si jamás ha habido un momento que verdaderamente me haya causado asombro, es éste. Cuando pienso en Él, soportando el peso de todos nuestros pecados y perdonando a aquellos que lo clavaron a la cruz, mi pregunta no es "¿Cómo lo hizo?", sino "¿Por qué lo hizo?" Al hacer un examen de mi vida en contraste con la

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misericordioso vida de Él, me doy cuenta que no hago todo lo que debería para seguir el ejemplo del Maestro. Para mí, esto es razón de asombro de primer orden. Me asombra lo suficiente su habilidad de sanar a los enfermos y de levantar a los muertos, pero yo mismo he tenido cierta experiencia en sanar en una forma limitada. Todos somos vasos menores, pero, hemos sido testigos de los repetidos milagros del Señor en nuestras propias vidas, en nuestros propios hogares y con nuestra propia porción del sacerdocio. Pero, ¿misericordia? ¿Perdón? ¿Expiación? ¿Reconciliación? Muy a menudo, eso es algo diferente. ¿Cómo pudo perdonar a los que le atormentaban en ese momento? Con todo ese dolor, con la sangre que le brotaba por cada poro, aún pensaba en los demás. Esta es aún otra evidencia asombrosa de que en verdad era perfecto y que espera que nosotros también lo seamos. En el Sermón del Monte, antes de declarar que la perfección debería ser nuestra meta, mencionó un último requisito. Dijo: "Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen". (Mateo 5:44.) De todas, esta es la cosa más difícil de hacer. Preferiría que se me pidiera resucitar a los muertos, o devolverle la vista a un ciego o aliviar una mano paralizada; preferiría hacer cualquier cosa que amar a mis enemigos y perdonar a aquellos que me lastiman a mí o a mis hijos o a los hijos de mis hijos, especialmente a aquellos que se ríen y gozan de la brutalidad de lastimar a otros. La única persona perfecta y la más pura que ha vivido en esta tierra fue Jesucristo. El es la única persona en todo el mundo, desde Adán hasta este momento, que merecía adoración, respeto, admiración y amor, y sin embargo fue perseguido, abandonado y muerto. Pese a todo eso, no condenó a los que lo persiguieron. Cuando nuestros primeros padres, Adán y Eva, habían sido expulsados del Jardín de Edén, el Señor "les mandó que adorasen al Señor su Dios y ofreciesen las primicias de sus rebaños como ofrendas al Señor". (Moisés 5:5.) El ángel le dijo a Adán: "Esto es una semejanza del sacrificio del Unigénito del Padre, el cual es lleno de gracia y de verdad". (Moisés 5:7.) 24

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Asombro me da

Este sacrificio servía como un recordatorio constante de la humillación y el sufrimiento que el Hijo soportaría para rescatamos. Era un recordatorio constante de que no abriría su boca, que sería llevado como cordero al degolladero. (Véase Mosíah 14:7.) Era un recordatorio constante de la mansedumbre, misericordia y bondad - sí, el perdón - que habría de marcar la vida de todo cristiano. Por todas estas razones y más, esos corderos primogénitos, limpios y sin mancha, perfectos en todo aspecto, eran ofrecidos sobre esos altares de piedra, año tras año y generación tras generación, señalándonos hacia el gran Cordero de Dios, su Hijo Unigénito, su Primogénito, perfecto y sin mancha. En nuestra dispensación, debemos participar de la Santa Cena una ofrenda simbólica que refleja nuestro corazón quebrantado y nuestro espíritu contrito. (Véase D. y C. 59:8.) Al participar, prometemos "recordarle siempre, y guardar sus mandamientos... para que siempre [podamos] tener su espíritu [con nosotros]". (D. y C. 20:77.) Los símbolos del sacrificio del Señor, ya sea en los días de Adán o en los nuestros, son para ayudamos a recordar que debemos vivir pacífica, obediente y misericordiosamente. Estas ordenanzas son para ayudamos a recordar que debemos demostrar el evangelio de Jesucristo en nuestra longanimidad y bondad humana los unos para con los otros, tal como Él nos lo demostró en esa cruz. Pero a través de los siglos, pocos de nosotros hemos usado estas ordenanzas en la manera apropiada. Caín fue el primero en ofrecer un sacrificio inaceptable. Tal como el profeta José Smith observó: "Dios . . . preparó un sacrificio en el don de su propio Hijo que sería enviado en el debido tiempo para preparar el camino o abrir la puerta por la cual el hombre podría entrar en la presencia del Señor, de la cual había sido echado por su desobediencia... Por la fe en esta expiación o plan de redención, Abel ofreció a Dios un sacrificio aceptable de las primicias del rebaño. Caín ofreció del fruto de la tierra, y no fue aceptado porque . . . no podía ejercer una fe que se opusiera al plan celestial. La expiación a favor del hombre debe ser el derramamiento de la sangre del Unigénito, porque así lo disponía el plan de redención; y sin el derramamiento 25

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de sangre no hay remisión; y en vista de que se instituyó el sacrificio como tipo o modelo mediante el cual el hombre habría de discernir el gran Sacrificio que Dios había preparado, era imposible ejercer la fe en un sacrificio contrario, porque la redención no se logró de esa manera, ni se instituyó el poder de la expiación según ese orden . . . Ciertamente, por verter la sangre de un animal nadie se beneficiaría, a menos que se hiciese para imitar, o como tipo o explicación de lo que se iba a ofrecer por medio del don de Dios mismo; y esto debería hacer mirando hacia lo porvenir, con fe en el poder de ese gran Sacrificio para la remisión de los pecados". (Enseñanzas del profeta José Smith, págs. 63 - 64. ) Asimismo, muchas personas en nuestros días, un poco al estilo de Caín, regresan a sus hogares después de participar de la Santa Cena para argüir con algún miembro de la familia, mentir, engañar o enojarse con un vecino. Samuel, un Profeta en Israel, comentó cuán inútil es ofrecer un sacrificio sin honrar el significado del mismo. Cuando Saúl, rey de Israel, desafió las instrucciones del Señor al traer consigo, después de la guerra contra los amalecitas, "lo mejor de las ovejas y de las vacas, para sacrificarlas a Jehová [su] Dios", Samuel, con gran angustia, exclamó: "¿Se complace Jehová tanto en los holocaustos y víctimas, como en que se obedezca a las palabras de Jehová? Ciertamente el obedecer es mejor que los sacrificios, y el prestar atención que la grosura de los cameros". (1 Samuel 15:15, 22.) Saúl ofreció sacrificio sin comprender el significado del mismo. Los Santos de los Últimos Días que fielmente asisten a la reunión sacramental, pero que no son más misericordiosos, pacientes o perdonadores como resultado de ello, vienen siendo iguales a Saúl. Actúan automáticamente, sin una comprensión de los propósitos por los cuales estas ordenanzas fueron establecidas. Estos propósitos tienen como fin ayudamos a ser obedientes y mansos en nuestra búsqueda por el perdón de nuestros pecados. Hace muchos años, el élder Melvin J. Ballard enseñó que "nuestro Dios es un Dios celoso -celoso, no sea que alguna vez hagamos caso omiso, del mejor regalo que Él nos ha dado, que lo olvidemos y que lo consideremos de poca importancia: la vida de 26

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su Hijo Primogénito." (Melvin J. Ballard, Crusader for Righteousness, Salt Lake City: Bookcraft, 1966, págs. 136- 137.) Entonces, ¿cómo podemos aseguramos que nunca "ignoraremos u olvidaremos" el más grandioso de todos sus dones? Podemos hacerlo mostrando nuestro deseo por una remisión de nuestros pecados y nuestra eterna gratitud por la súplica más ferviente jamás hecha: "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen". Lo hacemos al unimos a la obra de perdonar pecados. “Sobrellevad los unos las cargas de los otros, y cumplid así la ley de Cristo', [nos exhortó Pablo] (Gálatas 6:2)... La ley de Cristo, que es nuestro deber cumplir, es llevar la cruz. La carga de mi hermano, que yo debo sobrellevar, no es sólo su situación [y circunstancia] externa... sino literalmente, su pecado. Y la única manera de sobrellevar ese pecado es perdonándolo . . . El perdón es el sufrimiento semejante al de Cristo, el cual todo cristiano tiene el deber de sobrellevar." (Dietrich Bonhoeffer, The Cost of Discipleship, 2a. edición, Nueva York: Macmillan, 1959, pág. 100.) Seguramente la razón por la cual Cristo dijo: "Padre, perdónalos" fue porque, aun en esa terrible hora, Él sabía que este era el mensaje que a través de toda la eternidad tenía que dejar. Todo el plan de salvación se habría perdido si él hubiera olvidado que no fue a pesar de la injusticia, brutalidad, crueldad y desobediencia, sino precisamente por causa de ellas, Él había venido a extenderle perdón a la familia humana. Cualquiera puede ser afable y paciente y perdonar en un buen día, pero un cristiano debe ser afable y paciente y perdonar todos los días. ¿Hay alguien en vuestra vida que tal vez necesite perdón? ¿Hay alguien en vuestra casa, en vuestra familia, en vuestro vecindario que haya hecho algo injusto, cruel o indignó de un cristiano? Todos somos culpables de tales transgresiones, así que seguramente hay alguien que necesita vuestro perdón. Y por favor no preguntéis si es justo que las víctimas tengan que sobrellevar la carga del perdón por el ofensor. No preguntéis si la "justicia" no demanda que sea lo contrario. No, cualquier cosa que hagáis, no pidáis justicia. Vosotros y yo sabemos que lo que 27

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demandamos es misericordia, y eso es lo que debemos estar dispuestos a dar. ¿Vemos la trágica ironía de no darles a los demás lo que nosotros mismos tanto necesitamos? Tal vez el acto más sublime, sagrado y puro sería decir, ante la crueldad y la injusticia, que amáis aún más a vuestros enemigos, bendecís a los que os maldicen, hacéis bien a los que os aborrecen, y oráis por los que os ultrajan y os persiguen. ( Mateo 5:44.) Este es el exigente camino hacia la perfección. Un prominente ministro escocés escribió: "Ningún hombre que no está dispuesto a perdonar a su semejante puede esperar que Dios esté dispuesto a perdonarle a él . . . Si Dios dijera “Te perdono” a un hombre que odia a su hermano, y si (aunque sería imposible) esa voz de perdón llegara a ese hombre, ¿qué significaría para él? ¿Cómo lo interpretaría? ¿Significaría para él: “Puedes seguir odiando, a mí no me importa. Se te ha provocado y estás justificado en tu odio?” "Sin duda Dios toma en cuenta lo que se ha hecho mal y la provocación que ha habido; pero cuanto mayor la provocación, mayor la excusa que se puede justificar por el odio existente, mayor la razón... para que el que odia deba [perdonar y] ser librado del infierno de su [ira]." (George MacDonald, An Anthology, editado por C. S. Lewis, Nueva York: Macmillan, 1947, págs. 6 - 7.) Recuerdo que hace unos años vi una situación que tenía lugar en el aeropuerto de Salt Lake City. Ese día, bajé del avión y caminé hacia la terminal. Inmediatamente se hizo obvio que un misionero regresaba a su hogar por la apariencia de todos los amigos y parientes que llenaban el aeropuerto. Traté de identificar a los miembros de la familia inmediata. Había un padre que no se veía particularmente cómodo; llevaba un traje que no le sentaba muy bien y un tanto anticuado. Parecía ser un hombre que trabajaba la tierra, ya que tenía la piel bronceada y manos grandes y agrietadas por el trabajo. Su camisa blanca estaba algo desgastada, y probablemente nunca la usaba más que los domingos. Había una madre bastante delgada, que parecía haber trabajado muy arduamente durante su vida. Traía un pañuelo en 28

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la mano - uno que creo que alguna vez fue de lino, pero que ahora parecía un pañuelo desechable. Estaba deshilachado por la anticipación que sólo la madre de un misionero que vuelve a casa puede conocer. Dos o tres hermanos menores corrían por ahí, totalmente ajenos a la situación que se desenvolvía. Pasé por donde ellos estaban y me dirigí hacia el frente de la terminal, pero luego pensé: "Este es uno de los dramas humanos especiales en nuestra vida. Quédate y gózalo". Así que me detuve y me fui hacia atrás de la gente para observar. Los pasajeros empezaban a descender del avión. Empecé a preguntarme quién sería el primero en apartarse del grupo para darle la bienvenida al misionero, y una mirada al pañuelo de la madre me convenció que tal vez sería ella. Mientras permanecía sentado ahí, vi al misionero que empezaba a bajar las escaleras del avión. Sabía que era él por los chillidos de emoción del grupo. Se veía como el capitán Moroni, limpio y apuesto y erguido y alto. Indudablemente había llegado a apreciar el sacrificio que esa misión había significado para sus padres, y esto lo había convertido exactamente en el misionero que parecía ser. Traía el pelo recién cortado para su viaje a casa; su traje, aunque algo gastado, estaba limpio, y su ligeramente desgastada gabardina aún lo protegía del frío del que su madre tantas veces le había advertido que se cuidara. Llegó al final de la escalera y se encaminó hacia el edificio del aeropuerto y entonces, tal como lo imaginé, alguien no pudo esperar más. No fue su madre, ni ninguno de los niños, ni siquiera la novia que estaba parada ahí cerca. Fue su padre. Ese hombre grande, callado y bronceado se abrió paso entre la multitud y corrió y tomó a su hijo entre sus brazos. El misionero probablemente medía 1.9 m., pero ese padre robusto lo agarró, lo levantó en vilo, teniéndolo entre sus brazos por mucho, mucho tiempo. Sólo lo abrazaba, sin decir palabra. El joven soltó su portafolios, puso sus brazos alrededor de su padre, y permanecieron abrazados. Parecía como si toda la eternidad se hubiese detenido, y, por un precioso instante, el aeropuerto de Salt Lake City era el centro del universo. Era como si todo el mundo 29

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hubiese enmudecido como muestra de respeto por tan sagrado momento. Pensé entonces en Dios, el Eterno Padre, al ver a su hijo salir a servir, a sacrificarse cuando no tenía que hacerlo, costeándose sus propios gastos, por decirlo así, costándole todo lo que había ahorrado durante toda su vida. En ese precioso momento, no era difícil imaginar a ese Padre decir con cierta emoción a aquellos que podían escuchar: "Este es mi Hijo Amado, en quien tengo complacencia". También era posible imaginar a ese hijo que regresaba triunfante, decir: "Consumado es. Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu". Aun con mi limitada imaginación, puedo ver esa reunión en los cielos; y ruego por una semejante para vosotros y para mí. Ruego por reconciliación y perdón, por misericordia y por el progreso y carácter cristianos que debemos desarrollar si queremos gozar plenamente de tal momento. Me asombra que, aun para un hombre como yo, lleno de egoísmo, trasgresión, intolerancia e impaciencia, haya una posibilidad. Pero si he oído las "buenas nuevas" correctamente, en verdad hay una posibilidad -para mí y para vosotros, y para todos los que estén dispuestos a seguir con la esperanza y a seguir esforzándose y a brindarles a otros el mismo privilegio.

Sorpresa me da que quisiera Jesús bajar Del trono divino mi alma a rescatar... Contemplo que él en la cruz se dejó clavar. Pagó mi rescate, no puédolo olvidar; No, no, sino que a su trono yo oraré, Mi vida y cuánto yo tengo a él daré... Oh sí, asombro es, siempre para mí. (Himnos de Sión, Núm. 46.) En el sagrado nombre de Jesucristo. Amén. (Por Jeffrey R. Holland, Presidente de la Universidad de Brigham Young. De un discurso a los obreros del Templo de Salt el 24 de noviembre de 1985. Discurso publicado en abril de 1987 en la revista Liahona, págs. 28-33.)

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EL MESIAS: UN EJEMPLO DE SENCILLEZ Y AUTODOMINIO

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ay ciertas responsabilidades que tenemos que afrontar cuando elegimos seguir a Jesucristo. En la vida del Salvador, y también en la nuestra, Satanás lucha contra la disciplina incitándonos a buscar una vida fácil, ofreciéndonos un "cristianismo práctico y cómodo". Jesús resistió esa tentación, y nosotros también debemos hacerlo. La vida fue muy difícil para Él, y creo que muchas veces lo es también para nosotros cuando tomamos la decisión de seguirlo. Probablemente el tipo de maldad que más obviamente se reconoce es aquella que simple y abiertamente se rebela contra el cielo, de la misma manera que lo hizo Satanás antes de que se creara el mundo, o sea que se manifiesta una premeditada oposición contra Dios. Desde la época de Caín hasta las hostilidades nacionales e internacionales de nuestros días, Satanás ha tratado de tentar y llevar con engaños a los hijos de la promesa hacia la violencia y a un rechazo destructivo del evangelio y sus enseñanzas. Esos son serios pecados que el mundo conoce muy, pero muy bien. Existe, sin embargo, otra estrategia más sutil que utiliza Satanás, la cual no es tan violenta ni vengativa y que, a primera vista, no parece ser tan perversa. Pero en realidad, es ahí donde radica el problema, ya que tal estrategia es aún más siniestra, puesto que se nos presenta engalanada, con el agradable atractivo de lo que es fácil y cómodo. A los seudo cristianos les susurra al oído: "¡Disfruten del encanto de la comodidad y la vida holgada!" Recuerdan cuando "Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto...

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"Y después de haber ayunado cuarenta días y cuarenta noches, tuvo hambre. "Y vino a él el tentador, y le dijo: Si eres Hijo de Dios, dí que estas piedras se conviertan en pan. "El respondió y dijo: Escrito está: No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios. "Entonces el diablo le llevó a la santa ciudad, y le puso sobre el pináculo del templo, “y te dijo: Si eres Hijo de Dios, échate abajo; porque escrito está: A sus ángeles mandará acerca de ti, y, en sus manos te sostendrán, para que no tropieces con tu pie en piedra. "Jesús le dijo: Escrito está también: No tentarás al Señor tu Dios. "Otra vez le llevó el diablo a un monte muy alto, y le mostró todos los reinos del mundo y la gloria de ellos, "Y le dijo: Todo esto te daré, si postrado me adorares. "Entonces Jesús le dijo: Vete, Satanás, porque escrito está: Al Señor tu Dios adorarás, y a él solo servirás. "El diablo entonces te dejó. (Mateo 4: 1-11). Aun nosotros, los miembros de la Iglesia, día tras día, y hora tras hora, nos vemos acosados por las tentaciones que asaltan nuestros pensamientos. Y debido a que para nosotros, de la misma manera que pasó con Cristo, esas tentaciones son más sutiles y taimadas que las tentaciones fácilmente reconocibles, es que voy a hablar brevemente sobre ellas. "Si eres Hijo de Dios, dí que estas piedras se conviertan en pan”. Sea lo que sea lo que Satanás haga, no hay duda que trata de seducirnos por medio de nuestros apetitos. Para él es mucho mejor tratar de utilizar nuestras necesidades naturales en vez de esforzarse por crear otras artificiales. Jesús sufrió, real y comprensiblemente, hambre de alimentos, ya que era por medio de ellos que se mantenía en la vida mortal. Él había ayunado por cuarenta días y cuarenta noches. ¿Por qué no comer entonces? Todo parecía indicar que estaba a punto de terminar su ayuno, o

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El Mesías: un ejemplo de sencillez y autodominio

que lo haría muy pronto. ¿Por qué entonces no convertir las piedras en pan y comer? La tentación no radicaba en el hecho de comer. Él había comido antes, muy pronto lo volvería a hacer y seguiría haciéndolo por el resto de su vida terrenal. La tentación radicaba en la sugerencia de Satanás de hacerlo en esa forma, satisfaciendo su necesidad de comer en la forma más fácil, abusando del poder que poseía sin tener la fuerza de voluntad para esperar el momento apropiado y hacerlo en la forma correcta. Era la tentación de convertirse en un Mesías práctico. ¿Por qué complicarse la vida? ¿Por qué negarse a uno mismo la satisfacción de un placer cuando sólo con un pequeño desliz se puede obtener lo ansiado? Pero Jesucristo no optó egoístamente por procurarse un pan que no se había ganado. Si hubiera sido necesario, Él hubiese pospuesto su satisfacción indefinidamente, en vez de aplacar su apetito con algo que no fuera de él. La expresión sexual es también una sagrada y sublime satisfacción física, mediante la cual podemos obtener gozo. Es algo natural y apetecible; nos la ha dado Dios para que podamos ser como Él. Pero hemos de recordar que no se nos ha dado gratis, ni en forma instantánea, ni fácilmente, ni tampoco como una cómoda corrupción de los poderes eternos. Tenemos que ganarla, con tiempo y disciplina. Es como todo lo bueno: sólo Dios tiene el derecho de otorgarla, y no Satanás. Cuando un discípulo de Cristo se enfrenta con ese apetito inherente, debe decir sin vacilar: “Sí, pero no de esa forma", sino a su tiempo, con amor y dentro de los lazos del matrimonio. La relación física apropiada, correcta y santificada de un hombre y una mujer forma una parte tan importante del plan de Dios para nosotros, como el comer el pan de cada día, y quizás más aún. Pero no existe el Mesías práctico y cómodo. La salvación sólo se obtiene por medio de la disciplina y el sacrificio. Por lo tanto, ruego, tanto a los jóvenes como a los viejos, que no sucumban a las tentaciones de la carne. "Si eres Hijo de Dios, échate abajo.” Satanás sabía que el templo era el centro de la vida religiosa del pueblo israelita. Era allí a donde llegaría el Mesías prometido. Incluso en ese momento muchos estaban entrando y saliendo. 33

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Muchos de ellos, por causa de sus tradiciones e incredulidad, nunca aceptarían a Jesús como su Redentor. La tentación de Jesús podría parafrasearse de la siguiente manera: "¿Por qué no te tiras, de manera espectacular, para que así cuando los ángeles te sostengan, como dicen las Escrituras, millones te sigan y crean en ti? Ellos te necesitan y tú los necesitas a ellos para salvar su alma. Son el pueblo del convenio. ¿Qué mejor que dejarles ver que tú te tiras, sin miedo, de este templo sagrado y sales ileso? Entonces sabrán sin ninguna duda que ha llegado el Mesías". La tentación aquí es aún más sutil que la anterior. Es una tentación para el espíritu, la de satisfacer un hambre mucho más real que la del alimento. ¿Lo salvaría Dios? ¿Lo haría? ¿Tendría Jesús la asistencia divina en ese impresionante ministerio que comenzaba en ese momento? Quizás antes debía asegurarse de que tendría el apoyo divino. ¿Por qué no obtener una confirmación espiritual, conseguir una congregación leal y contestar a Satanás con una demostración del poder de Dios? Era el momento de hacerlo, de una forma fácil, desde el pináculo del templo. Pero Jesús rehusó sucumbir a la tentación del espíritu. Reprimirse y negarse fueron también parte de la preparación divina. Él podría haber ganado seguidores y recibido la certeza de que tendría ese apoyo. Pero no de esa forma. El todavía no había ganado ningún converso ni el bienestar que tan abundantemente se merecería. Su ministerio apenas había comenzado. La recompensa llegaría finalmente, pero aun el Hijo de Dios debía esperar. Por lo tanto, les ruego ser pacientes con respecto a las cosas del espíritu. Quizás sus vidas han sido diferentes de la mía, pero lo dudo. Yo he tenido que luchar y esforzarme por saber cuál es mi posición delante de Dios. Como adolescente se me dificultaba orar, y más aún ayunar. Mi misión no fue fácil. Tuve que esforzarme mucho para poder completar mis estudios, para luego descubrir que la lucha continuaba. De adulto he llorado y suplicado, pidiendo guía. En realidad parece que nunca he podido obtener fácilmente ningún logro valedero, pero he vivido lo suficiente como para estar agradecido por ello. Es importante que conozcamos nuestro valor como hijos de 34

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El Mesías: un ejemplo de sencillez y autodominio

Dios sin hacer algo tan dramático como tirarnos desde el pináculo de un templo. Con excepción de unos pocos de los que se ha profetizado, todos debemos hacer la obra de Dios de manera sencilla, evitando toda forma espectacular de hacerlo. A medida que ustedes se esfuercen por conocerlo, y descubrir que Él les conoce; al invertir su tiempo, a pesar de lo difícil que pueda resultar, en un modesto y callado servicio, encontrarán que Él verdaderamente a "sus ángeles mandará acerca de [ustedes], y, en sus manos [los] sostendrán . . . " (Mateo 4:6). Quizás no sea enseguida. Probablemente no vaya a ocurrir pronto, pero existe un propósito en el tiempo que lleva. Alegrémonos de nuestras cargas espirituales porque, si las llevamos bien, Dios nos hablará por su intermedio y nos utilizará para hacer su obra. Si muchas veces, cuando más tratamos, más difícil nos parece alcanzar algo, animémonos, ya que así ha sucedido con las mejores personas que han vivido sobre esta tierra. Finalmente, sintiéndose algo frustrado, Satanás irá derecho al grano. Si no puede tentarnos ni física ni espiritualmente, entonces simplemente nos hará una proposición llana y abierta, como la que le hizo al Salvador. Desde la cima de una alta montaña, desde donde se pueden ver los reinos del mundo y su gloria, Satanás dirá: "Todo esto te daré, si postrado me adorares" Aquí Satanás compensará la falta de sutileza por la grandiosidad de su oferta. No importa que los reinos no sean suyos y no tenga derecho a darlos. El simplemente le preguntó al gran Jehová, Dios de los cielos y la tierra: "¿Cuál es tu precio? Has resistido al humilde pan, has resistido el convertirte en un Mesías espectacular, pero ningún hombre puede resistir las riquezas del mundo. Dime cuál es tu precio". Satanás actúa guiado por su primer artículo de "falta de fe", la creencia de que en este mundo se puede comprar cualquier cosa con dinero. Llegará el día en que Jesús gobernará esta tierra. Él reinará sobre todos los principados y los poderes que hay en el mundo. Él será Rey de reyes y Señor de señores, pero no de esa forma. En realidad, para llegar a ese punto Él ha tenido que seguir un camino sumamente difícil. Alcanzará su trono de gracia por medio de las

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congojas, dolores y sacrificios sufridos. Cerca de setecientos años antes del nacimiento de Jesús, Isaías profetizó de Él: “Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto; y como que escondimos de él el rostro, fue menospreciado y no lo estimamos. “Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados... "Angustiado él, y afligido, no abrió su boca; como cordero fue llevado al matadero; y... no abrió su boca." (Isaías 53:3, 5, 7.) ¿Puede ser tan difícil ganarnos un lugar en el reino de Dios? Sin lugar a duda, tiene que haber una forma más fácil. ¿Podemos comprar nuestro lugar allí? Todo hombre y toda mujer tienen un precio, ¿no es así? Aunque algunas veces pensamos que sí, en realidad no todos tienen un precio y algunas cosas no pueden comprarse. El dinero, la fama y la gloria terrenal no son nuestras metas eternas. Pero si no tenemos cuidado, el dinero, la fama y la gloria terrenal pueden conducirnos al tormento eterno. Aun cuando la Iglesia y ustedes y yo como individuos necesitamos cosas materiales para poder comer y vestirnos, y también llevar adelante la obra del reino, no tenemos por qué vender nuestra alma para lograr todo ello. En el mundo de hoy hay muchas personas que tratan de involucrar a otros en compras dudosas o seducirlos a invertir en la "única oportunidad que se presenta en la vida". Ese tipo de oportunidades usualmente ofrece algo a cambio de nada, maneras fáciles de hacer gran cantidad de dinero rápidamente y sin mucho esfuerzo. Lamentablemente, muchas personas confiadas han sido engañadas por intrigantes y deshonestos agentes de negocios. Nosotros podemos progresar en esta tierra, en el aspecto material, pero no de esa forma. Ganar el dinero necesario, cursar los estudios debidos y hacer todo esfuerzo honesto por elevar nuestra situación económica son todos aspectos importantes. El trabajar y empeñarse diligentemente y el hacerse merecedor de las bendiciones temporales son actos que valen la pena y valen el esfuerzo y la espera invertidos. Y finalmente llegarán las bendiciones, más

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El Mesías: un ejemplo de sencillez y autodominio

pronto a veces de lo que pensamos, mas no todo será fácil, ni las obtendremos de la manera más conveniente para nosotros. No es fácil vivir sin tener satisfacciones físicas, seguridad espiritual o posesiones materiales, pero muchas veces debemos hacerlo, ya que en nuestro convenio cristiano no hay nada escrito que nos garantice facilidad y comodidad. Debemos trabajar diligentemente y hacer lo que es correcto, y de esa manera obtendremos lo que deseamos cuando sea el momento oportuno. Y cuando nos hayamos empeñado y hallamos esperados aquello que parecía que nunca podríamos obtener, vendrán los ángeles y nos servirán. (Véase Mateo 4.11.) Ruego al Padre que puedan recibir ese servicio angelical. En el nombre de Jesucristo. Amén. (Por Jeffrey R. Holland, Presidente de la Universidad de Brigham Young. Discurso publicado en marzo de 1989, en la revista Liahona, págs. 19-24.)

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AUN HASTA EL FINAL

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e uno al élder Hansen y a todos mis hermanos que han sido llamados recientemente a los quórumes de los Setenta y yo también expreso mi gratitud al Señor por el privilegio de este llamamiento y por esta oportunidad que se me da de servir. Es imposible explicar el sentido de responsabilidad o los sentimientos de incapacidad que uno tiene cuando se le llama a un ministerio como este. En todas estas semanas de introspección, repetidas veces me he sentido como Pablo lo explicó una vez: “... abrumados sobremanera mas allá de. . . nuestras fuerzas" (2 Corintios 1:8). También me gustaría expresar el agradecimiento que siento hacia mi familia, que me ha brindado su amor, que ha orado por mí, que me ha confortado y apoyado toda mi vida, como sólo una familia lo puede hacer. Sólo ellos saben cuanto los amo, y sólo yo se lo mucho que ellos significan para mí, y lo significarán siempre. Esta tarde me gustaría dar las gracias a los fieles miembros de la Iglesia por el voto de sostenimiento que me dieron en el mes de abril pasado. No es nada fácil "dar sostenimiento" a otra persona. Esa palabra quiere decir "apoyar" o, si se prefiere, "dar aliento". Cuando sostenemos la vida, la nutrimos, la prolongamos. Cuando apoyamos a un amigo o a un vecino o a un extraño en la calle, le brindamos nuestro sostén, le damos nuestra fortaleza y le prestamos ayuda; nos alentamos el uno al otro bajo el peso de las circunstancias presentes; llevamos las cargas de unos y otros bajo las abrumantes tensiones personales de la vida. Al igual que en todo lo demás, el Señor Jesucristo es nuestro ejemplo e ideal en lo que se refiere a brindar apoyo. Él es la "mano derecha" suprema; Él "todo lo sufre. . . todo lo espera" (véase 1 38

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Aun hasta el final

Corintios 13:7). En ningún momento demostró con mas claridad esa devoción inquebrantable que durante aquellos momentos finales de su etapa mortal, circunstancia en la que es muy posible que haya deseado tener el apoyo de los demás. Al prepararse la sagrada cena de aquella ultima semana de la Pascua, Jesús se encontraba bajo una gran tensión emocional. Sólo él sabia lo que le esperaba y, aun así, es posible que no haya comprendido el grado de dolor que debía padecer antes de que pudiera decir: "El Hijo del Hombre se ha sometido a todas ellas" (D. y C. 122:8). Durante la cena y en medio de esos pensamientos, Jesús lentamente se levantó, se ciñó el manto como lo habría hecho un esclavo o un siervo, se puso de rodillas y comenzó a lavar los pies de los Apóstoles. Ese pequeño grupo de creyentes en este nuevo reino iba muy pronto a enfrentarse con una de las pruebas más difíciles, de modo que Él puso a un lado su creciente angustia para servir y fortalecer, una vez mas, a sus discípulos. No importaba que ninguno de ellos le hubiera lavado los pies. Con la mayor humildad, Él continuó enseñando y lavándoles los pies. Hasta el último momento, y aun después, les brindó su apoyo y les sirvió. Juan, quien estuvo allí y lo presenció todo, escribió: " . . . como había amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin" (Juan 13:1). Así fue, y así tenia que ser, durante toda la noche, a través del dolor y para siempre. Él siempre habría de ser la fortaleza de ellos, y ni siquiera la angustia de su propia alma le impidió ser el apoyo de los demás. En un silencio bañado por la luna de aquella noche del lejano oriente, Él cargó sobre sus hombros todo intenso dolor, toda profunda pena, todo gran error y dolor humano que se hubiera tenido o cometido desde el comienzo de los tiempos. Pero en un momento como ese, cuando alguien pudo habérselo dicho Él en cambio nos dice: "No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo" (Juan 14:27). "... vosotros llorareis. . .", dijo, estaréis tristes, solos, atemorizados y hasta a veces sufriréis persecución: "pero. . .

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vuestra tristeza se convertirá en gozo. . . confiad, yo he vencido al mundo" (Juan 16:20, 33; cursiva agregada). ¿Cómo pudo Él hablar así, de gozo y confianza, en una noche como aquella en que sabía todo el dolor que le esperaba? Pero esas son las bendiciones que Él siempre dio y esa es la forma en que siempre habló, aun hasta el momento final. No sabemos hasta que grado sus discípulos llegaron a comprender los sucesos que estaban por acontecer, pero si sabemos que Cristo hizo frente a esos últimos momentos totalmente solo. Durante uno de esos comentarios sencillos y sinceros que Él hizo a sus hermanos, dijo: "Mi alma esta muy triste, hasta la muerte" (Mateo 26:38). Y entonces se alejó para hacer lo que sólo Él podía hacer. La Luz del Mundo se alejó de la compañía humana y fue al Getsemaní a luchar, solo, con el príncipe de las tinieblas. Y entró en él, se arrodilló, se postró sobre su rostro y, llorando con una angustia que ni vosotros ni yo jamás conoceremos, dijo: "Padre mío, pase de mí esta copa" (Mateo 26:39). Pero Él sabia que, para nuestro beneficio, no podía ser así y que por lo tanto debía beber la amarga copa hasta el final. Sus discípulos, comprensiblemente, estaban cansados y muy pronto se durmieron. ¿Pero Jesús? ¿No tenía Él sueño? ¿No estaba acaso también fatigado? ¿Cuándo recibiría el descanso y el sueño que podrían brindarle las fuerzas que necesitaba para enfrentar esa terrible prueba? Simplemente no le preocupaba, y parecería que nunca le preocupó. Él perdurará siempre hasta el fin; Él triunfará; El no titubeará ni decaerá. Aun en la cruz reinaría con la benevolencia y el aire de un Rey. De los que le desgarraron la carne y le derramaron la sangre dijo: "Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen" (Lucas 23:34). Y al ladrón arrepentido, que estaba a su lado, tiernamente le prometió el paraíso. Y a su amada madre, a quien no pudo hacer un gesto de amor con sus manos, simplemente la miró y le dijo: "Mujer, he ahí tu hijo". Entonces le encomendó a Juan que la cuidara, diciéndole: "He ahí tu madre" (Juan 19:26-27). Hasta el último momento se preocupó por los demás, y en especial por ella. Y por último, cuando debía pisar, Él solo, el lagar de redención, ¿podría Él perseverar hasta el momento más terrible de todos, el 40

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Aun hasta el fin

dolor mas profundo y angustiante el cual no fue causado por las espinas de la corona, ni los clavos de las manos y los pies, sino por el terror de sentirse total y absolutamente solo? "Eloi, Eloi, ¿lama sabactani?. ...Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?" (Marcos 15:34). ¿Puede Él cargar con todos nuestros pecados y con nuestro temor y soledad? Así lo hizo, así lo hace y así lo hará. No tenemos idea de cómo se puede tolerar un dolor de esa magnitud, pero no es de extrañarse que el sol haya escondido su faz avergonzado, ni que el velo del templo se haya rasgado, ni que la tierra misma se haya crispado ante el tormento de este hijo perfecto. Y por lo menos uno de los centuriones romanos, que lo presenció todo, sintió lo que todo aquello significaba, y no es de extrañarse que haya pronunciado la declaración eterna: "Verdaderamente este era el Hijo de Dios" (Mateo 27:54). En la vida todos tenemos temores y fracasos. A veces las cosas no suceden como lo deseamos y, tanto en forma privada como en publica, nos sentimos aparentemente abandonados, sin fuerzas para seguir adelante. A veces la gente nos falla, o la situación económica y otras circunstancias marchan mal y la vida, con sus pesares y problemas, puede hacernos sentir muy solos. Sin embargo, yo os testifico que cuando pasemos por esas dificultades, hay algo que nunca jamás nos fallara. Hay algo que pasara la prueba de todos los tiempos, de toda tribulación, de todo programa y de toda trasgresión; algo que nunca falla, y es el amor puro de Cristo. Moroni clamó al Salvador del mundo de esta manera: ". . .recuerdo que tu has dicho que has amado al mundo, aun al grado de dar tu vida por el mundo. . . Ahora se", escribió, "que este amor que has tenido por los hijos de los hombres es la caridad" (Eter 12:33-34). Después de haber visto desaparecer una dispensación y toda una civilización, Moroni, concluye, dirigiéndose a cualquiera que desee oírle en los últimos días: " . . . si no tenéis caridad, no sois nada" (Moroni 7:46). Sólo el amor puro de Cristo puede salvarnos. El amor de Cristo es sufrido y benigno; el amor de Cristo no se envanece ni se irrita fácilmente. Sólo Su amor le permite a Él, y a 41

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nosotros, sufrir todas las cosas, creer todas las cosas y soportar todas las cosas. (Véase Moroni 7:45.) "Oh amor refulgente, divino amor. Grande es mi deuda de gratitud, Que de su ofrenda parte soy Y cabida me da en su corazón. (“El Padre nos amo tanto”, Himno, Nº 112).) Yo testifico que Cristo nos ama hasta el fin a todos los que estamos en el mundo; su amor puro nunca deja de ser; ni ahora, ni nunca. De ese voto de apoyo divino para todos nosotros yo testifico en esta su Iglesia verdadera y viviente, en el nombre de Jesucristo. Amen.

(Por el Elder Jeffrey R. Holland del Primer Quórum de los Setenta. Discurso pronunciado en la conferencia General Semestral número 159 de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los últimos Días, en la Sesión del sábado por la tarde, el 30 de septiembre de 1989. desde el Tabernáculo de la Manzana del Templo, en Salt Lake City, Utah. Discurso publicado en la revista Liahona en enero de 1990, págs. 25-27.)

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"ASEGÚRATE DE ACUDIR A DIOS PARA QUE VIVAS"

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sta mañana, desearía hablar y saludar no solo a los miembros de la Iglesia, sino a todos aquellos que no pertenecen a nuestra fe y que nos estén escuchando a través de la radio o la televisión. Gracias por unirse a nosotros en esta hermosa mañana de otoño. En todas las épocas, la vida ha tenido sus problemas. Seguramente el nombre de Oscurantismo que se dio a la Edad Media fue apropiado para esa época, y a nadie de entre nosotros le entusiasma la idea de regresar ni siquiera a los años posteriores a ese tiempo, digamos a la época de la Guerra de los Cien Años o a la de la Plaga Negra (siglo 14 en Europa). No, estamos contentos de haber nacido en un siglo de inapreciables bendiciones materiales; sin embargo, en comunidad tras comunidad, en grandes y pequeños países, vemos que tanto personas como familias sufren cada vez mas de ansiedad y temor. Parecería que el desaliento, la depresión y la desesperación son nuestra "Plaga Negra" contemporánea. Vivimos, como dijo Jesús que sucedería, en una época de angustia y confusión (véase Lucas 21:25). Sabemos que algunos de los sufrimientos más grandes ocurren en silencio, en el dolor de una vida solitaria. Pero, una parte de ese sufrimiento se expresa en forma mas violenta. Hay millones de personas en el mundo, dice un comentarista, "enojados, armados y peligrosos". En muchas ciudades, el que se dispare a alguien desde un vehículo en marcha es algo que ya no llama la atención, y muchos jovencitos llevan un arma a la escuela igual que anteriormente llevaban la merienda. La gente esta cada vez mas convencida de que vivimos en una 43

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época de desorden y confusión; de que nadie parece tener la sabiduría ni el poder para enderezar las cosas. Hay gobiernos que presiden, pero que no tienen poder; la gente ya no se enorgullece de sus vecindarios ni conserva los valores de sus comunidades y, muy a menudo, el hogar es un fracaso alarmante. Mas aún, muchas de las soluciones sociales y políticas de la actualidad por lo general no son muy eficaces; de manera que, esos doctores "... permanecen al lado del paciente, esa humanidad afiebrada y delirante; desacreditados y pasmados... sin saber de qué forma encontrar la solución" (Charles Edward Jefferson, The Character of Jesús, Salt Lake City: Parliament Publishers, 1968, pág. 17.) Permítanme tener la osadía de sugerir cómo encontrar esa solución. En términos simples, debemos volvernos hacia Dios; debemos reafirmar nuestra fe y aferrarnos a la esperanza. Cuando sea necesario, debemos arrepentirnos y, por supuesto, necesitamos orar. La ausencia de la fidelidad espiritual es lo que nos lleva a los problemas morales de los últimos años del siglo veinte. Hemos sembrado en vientos del escepticismo religioso y estamos segando en los torbellinos de la desesperación de las filosofías existencialistas. Sin fe religiosa, sin reconocer la realidad y la necesidad de una vida espiritual, el mundo sin sentido es un lugar horrible. Solamente si el mundo tiene sentido, en el ámbito espiritual, les es posible a los seres humanos seguir adelante y continuar tratando. Al igual que Hamlet tan prudentemente imploró, así debe ser: "¡Ángeles y ministros de piedad, amparadnos!" (Acto primero, escena IV). Mi testimonio hoy día es acerca de los ángeles y ministros piadosos que siempre nos defenderán si, como el profeta Alma nos amonestó, cuidamos estas cosas sagradas, si acudimos a Dios para vivir (véase Alma 37:47). Mas oración y humildad, mas fe y perdón, mas arrepentimiento y revelación, y mas fortaleza del cielo es lo que necesitamos para encontrar el remedio y la liberación necesarias para curar a la "humanidad ferviente y delirante". Testifico esta mañana del amor ilimitado de Dios hacia Sus 44

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Asegúrate de acudir a Dios para que vivas

hijos, de Su deseo continuo de ayudarnos a sanar nuestras heridas, en forma individual y colectiva. Él es nuestro Padre, y Wordsworth (poeta inglés, 1770-1850) sabiamente escribió que venimos a la tierra "en nubes de gloria... de Dios, que es nuestro hogar". Pero, en demasiados casos, no encontramos creencias modernas acerca de un Padre Celestial y, cuando existe una creencia en Él, a menudo esta equivocada. Dios no esta muerto ni es un amo ausente. No es un Dios descuidado, caprichoso ni irritable y, por sobre todo, no es una especie de arbitro divino a la espera de que cometamos una falta para castigarnos. El primero y grande mandamiento sobre la tierra es que amemos a Dios con todo nuestro corazón, alma, mente y fuerza (véase D. y C. 59:5; Mateo 22:37), porque con toda seguridad la primera y gran promesa en los cielos es que El siempre nos amara de esa forma. Mucho de lo que tantos piensan sobre Dios (si verdaderamente piensan en Él) debe de hacerlo llorar. En realidad, sabemos que lo hace llorar. ¿Podría haber una escena más conmovedora que esta conversación registrada por Moisés? "Y aconteció que el Dios del cielo miró al resto del pueblo, y lloró; . . . "Y dijo Enoc al Señor: ¿Cómo es posible que tu llores, si eres santo, y de eternidad en eternidad? ¿Por que llora El? "El Señor dijo a Enoc: He allí a estos, tus hermanos; son la obra de mis propias manos, y les di su conocimiento... y... le di al hombre su albedrío; "Y a [ellos]... he dado mandamiento, que se amen el uno al otro, y que me prefieran a mí, su Padre, mas he aquí, no tienen afecto y aborrecen su propia sangre; "...todos los cielos lloraran sobre ellos... por tanto ¿no han de llorar los cielos, viendo que estos han de sufrir?" (Moisés 7:28-29, 32-33, 37). ¿Nos defienden ángeles y ministros de gracia? Están a nuestro alrededor, y su soberano sagrado, el Padre de todos nosotros esta deseoso de bendecirnos en este mismo instante. La misericordia es Su misión y el amor Su única obra. John Donne (poeta inglés, 1573 - 1631) dijo en una oportunidad que "... pedimos 45

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nuestro pan de cada día y Dios nunca dice “debiste haber venido ayer...'”[sino que nos dice] Si deseas escuchar mi voz hoy día, yo escucharé la tuya... si has estado en la oscuridad hasta ahora, en el invierno de la vida nublado y sin sol, dejado y olvidado, asfixiado y aletargado hasta ahora, aún Dios viene a ti, no como en el atardecer del día sino como el sol del mediodía, para desplazar toda sombra..." (Collected. Sermons). Alma enseñó esa verdad a su hijo, Helamán, suplicándole que confiara en Dios. Le dijo que Dios era "pronto para oír los clamores de su pueblo y contestar sus oraciones". Por experiencia personal, Alma testificó: "Y he sido sostenido en tribulaciones y dificultades de todas clases... Dios me ha librado... y pongo mi confianza en él, y todavía me librará" (Alma 9:26; 36:27). Mi testimonio en esta mañana es que El también librará al resto de nosotros, que Él librará a toda la familia humana sí “(cuidamos) estas cosas sagradas" y "[acudimos] a Dios para... [vivir]" La más grande afirmación de esa promesa que se ha dado al mundo, fue la dádiva del perfecto y amado Hijo Primogénito de Dios, un don que no se dio para condenación del mundo sino para apaciguar, salvar y dar seguridad al mundo: "Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna" (Juan 3:16; cursiva agregada). Katie Lewis es mi vecina; su padre, Randy, es mi obispo; la madre de ella, Melanie, es una santa; y el hermano mayor de Katie, Jimmie, lucha contra la leucemia. Recientemente la hermana Lewis me comento sobre el temor y el dolor inexplicables que experimentaron cuando se diagnosticó la enfermedad de Jimmie. Habló de las lágrimas y el dolor que toda madre hubiera sentido ante un problema como el que tenía Jimmie. Pero, como fieles Santos de los Últimos Días que son, los Lewis se volvieron inmediatamente hacia Dios, con fe y esperanza. Ayunaron y oraron, oraron y ayunaron, y fueron una y otra vez al templo. Un día, la hermana Lewis llegó a su hogar de una sesión

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Asegúrate de acudir a Dios para que vivas

del templo cansada y preocupada, sintiendo el impacto de tantos días de temor tan sólo controlados por una fe monumental. Al entrar en su casa, su niña, Katie, de cuatro años, corrió hacia ella con amor en el semblante y un manojo de papeles arrugados en la mano, que dio a su madre diciéndole: "Mami, ¿sabes que son estos?" La hermana Lewis dice con franqueza que su primer impulso fue decirle a Katie que no tenía ganas de jugar en ese momento. Pero pensó en sus hijos, en todos sus hijos, y en que tal vez tuviera que arrepentirse después por no haber aprovechado la oportunidad de disfrutar de esas pequeñas vidas que pasan tan rápidamente. Así es que sonrió a través de su pena y dijo: -No, Katie, no se que son; dime. -Son las Escrituras,-dijo Katie-y ¿sabes que dicen? La hermana Lewis dejó de sonreír, miró seriamente a su pequeña, se arrodilló para estar a su altura, y dijo: -Dime, Katie, ¿qué dicen las Escrituras? -Dicen 'Confía en Jesús.-Y se fue. La hermana Lewis dice que al levantarse, con esos escritos de su hija de cuatro años en las manos, sintió en forma tangible un abrazo de paz que rodeaba su intranquila alma y un sentimiento divino que calmaba su corazón atormentado. Katie Lewis, "ángel y ministro de gracia", pienso como tu. En un mundo de desaliento, dolor y plagado de pecado, en una época en que prevalecen el temor y la desesperación, en que la humanidad esta afiebrada y delirante sin médicos que la alivien, yo también digo: 'Confía en Jesús. Permítanle calmar la tempestad y que nos eleve por sobre la tormenta. Confíen en que Él puede levantar al género humano de su lecho de aflicción, en esta vida y en la eternidad. "Su gran amor debemos hoy saber corresponder, y en Su redención confiar y obedientes ser" (Himnos, 1992, No. 119). En el nombre de Jesucristo. Amén.

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(Por el Elder Jeffrey R. Holland del Primer Quórum de los Setenta. Discurso pronunciado en la conferencia General Semestral número 163 de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los últimos Días, en la Sesión del sábado por la mañana, el 02 de octubre de 1993. desde el Tabernáculo de la Manzana del Templo, en Salt Lake City, Utah. Discurso publicado en la revista Liahona en enero de 1994, págs. 14-16.)

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LOS MILAGROS DE LA RESTAURACIÓN

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is amados hermanos, esta es la primera vez que me pongo de pie ante ustedes desde lo ocurrido el 23 de junio, que alteró para siempre el curso de mi vida y de mi servicio. Pasó hace cien días precisamente, y cada uno de esos días he orado para ser digno y capaz de cumplir esta sagrada responsabilidad. Quizás comprendan lo inadecuado que me siento y la profunda, y a veces dolorosa, introspección del alma por la que he pasado. Por cierto, mi mayor gozo y mi mayor alegría es que tengo la oportunidad, como dijo Nefi, de "[hablar] de Cristo... [regocijarme] en Cristo,... [predicar] de Cristo, [y profetizar] de Cristo" (2 Nefi 25:26) dondequiera y con quienquiera que este, hasta el ultimo aliento de mi vida. Ciertamente, no hay propósito mas noble ni privilegio mas grande que el de ser "[testigo especial] del nombre de Cristo en todo el mundo" (D. y C. 107:23). Pero de esa misma responsabilidad se deriva mi mayor preocupación. Una potente declaración de las Escrituras dice que "los que anuncian el evangelio, que vivan... [el] evangelio" (1 Corintios 9:14). Además de mis palabras, enseñanzas y expresiones de testimonio, mi vida misma debe formar parte de ese testimonio de Jesucristo; mi propia persona debe reflejar la divinidad de esta obra. No podría soportarlo si por cualquier cosa que yo dijera o hiciera disminuyera la fe que ustedes tienen en Cristo, su amor por esta Iglesia, y su estima por el Santo Apostolado. Pero les prometo, como se lo he prometido al Señor y a estos, mis hermanos, que trataré de ser digno de esa confianza y de servir al máximo de mi capacidad. Sé que no puedo tener éxito sin la dirección del Maestro, de quien es esta obra. A veces, la belleza de Su vida y la magnitud de 49

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Su don penetran mi corazón de tal forma que me sobrecoge la emoción. La pureza de Su vida, Su misericordia y compasión hacia todos nosotros me han hecho pensar una y otra vez en "la grandeza de Su poder y Su infinito amor" y proclamar desde el alma "Señor y Dios: (¡Grande eres Tu!" (Véase Himnos, N° 41). Doy gracias a mi querida esposa Pat y a los hijos que Dios nos mandó, por sus oraciones y su amor, no sólo en estas ultimas semanas, sino siempre. Mi esposa posee la fe más pura y la espiritualidad mas profunda que he visto. Nunca en su vida ha esperado recibir recompensa ni la ha movido un deseo egoísta. Así como el Adán de Mark Twain dijo acerca de su Eva, lo mismo digo yo de ella: Dondequiera que ella ha estado, era el paraíso. Y a nuestros hijos les digo: "Gracias por ser la clase de personas que, cuando nacieron, pedí en mis oraciones que llegaran a ser". Es en verdad un gran privilegio cuando los mejores amigos y ejemplos más nobles del padre son sus propios hijos. A mi esposa, mis hijos, mis santos padres y a tantos otros que he conocido, que enseñan, sirven y se sacrifican para que seamos lo que somos, les expreso mi mas profundo agradecimiento. Me gustaría testificar en cuanto a dos clases de milagros que he visto en el proceso de llegar a este nuevo llamamiento. Una de las manifestaciones divinas que he visto es el llamamiento profético del presidente Howard W. Hunter, a quien tuvimos el privilegio de sostener esta mañana en la asamblea solemne. Debido a que recibí mi propio inesperado llamamiento en las primeras semanas de su ministerio como Profeta, tuve la oportunidad de observar el milagro de su renovación, la profunda evidencia de la mano de Dios sobre este líder escogido. En una rápida sucesión de acontecimientos aquel jueves por la mañana, el presidente Hunter me entrevistó largo tiempo, me extendió el llamamiento, me presentó oficialmente a la Primera Presidencia y a los Doce que estaban reunidos en el templo, me dio mi mandato apostólico y un bosquejo de mis deberes, me ordenó Apóstol y me apartó como miembro del Quórum de los Doce, agregando una maravillosa y hermosa bendición personal, considerablemente larga; luego, prosiguió a dirigir los asuntos

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sagrados de la primera de mis reuniones en el templo, la cual duró unas dos o tres horas más. Y todo eso lo hizo personalmente. Durante todo ese tiempo se mostró firme, determinado y eficaz; de hecho, me pareció que a medida que el día progresaba, el se iba haciendo cada vez mas fuerte. Considero que ha sido uno de los grandes privilegios de mi vida el haber observado al Ungido del Señor trabajando de tal manera; y en ese tributo incluyo a los presidentes Gordon B. Hinckley y Thomas S. Monson, que sirven tan fielmente al lado del presidente Hunter, en la Primera Presidencia, y al presidente Boyd K. Packer, que encabeza el Quórum de los Doce Apóstoles. Sí, testifico que Dios ha manifestado Su voluntad en Howard William Hunter. El ha tocado sus labios y ha puesto el manto apostólico de liderazgo sobre sus hombros. El presidente Hunter es un milagro que ha sido forjado, moldeado, refinado y sostenido para el servicio que ahora presta; es una extraordinaria mezcla de acero y terciopelo. Así como todos los profetas que le precedieron, incluso José Smith hijo, y todos los profetas que le sucederán, el presidente Hunter fue llamado y preordenado en los consejos de los cielos antes de que el mundo fuese. Doy testimonio solemne de ese hecho y del principio que nos enseña sobre el gobierno de la Iglesia. ¿Y la edad? La edad no tiene nada que ver con eso. Ya se trate de un incomparable jovencito de catorce años en 1820 o de un invencible hombre de ochenta y seis años en 1994, es obvio que la edad de la persona no es importante, que "sólo para los hombres esta medido el tiempo" (Alma 40:8). Presidente Hunter, nos regocijamos ante todas las velitas que se encienden en su pastel de cumpleaños, y esperamos poner otra dentro de seis semanas. He presenciado también otro milagro. Ese milagro son ustedes, los miembros fieles y humildes de la Iglesia que toman parte en la constante epopeya de la Restauración. En un sentido muy literal, la maravilla y la belleza de este día histórico no serían completas sin ustedes. Por cierto, he derivado una gran fortaleza de ustedes hoy; ustedes, que provienen de cientos de naciones diferentes y de infinidad de estilos de vida; ustedes, que se han alejado de lo 51

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superficial y mundano, y de las "vanas ilusiones" (1 Nefi 12:18) del mundo para buscar una vida mas pura en el esplendor de la ciudad de Dios; ustedes, que aman a su familia y a su prójimo y, si, "a los que os maldicen... a los que os aborrecen... Ios que os ultrajan y os persiguen" (Mateo 5:44); ustedes, que con certeza pagan su diezmo aun cuando enfrenten incertidumbre en todos los aspectos de su futuro económico; ustedes, que mandan a sus hijos a la misión, vistiéndolos con mejores prendas de ropa que las que jamás puedan comprar para si, durante los dieciocho o veinticuatro meses de sacrificio que tienen por delante; ustedes, que suplican bendiciones para los demás, especialmente para los que sufren física y espiritualmente, dispuestos a darles su propia salud y felicidad si Dios lo permitiera. Ustedes, los que viven solos, o en circunstancias difíciles, o sin alcanzar ningún éxito en la vida. Ustedes, los que siguen adelante con valor, viviendo fielmente. Rindo tributo a cada uno de ustedes y me siento profundamente honrado de estar en su presencia. Especialmente les doy las gracias por sostener a sus lideres, no obstante las limitaciones personales que estos puedan tener. Esta mañana, de común acuerdo, y voluntariamente, dieron su apoyo, mas aun, su promesa de sostener a los oficiales presidentes del Reino, aquellos que poseen las llaves y la responsabilidad de la obra, ninguno de los cuales buscó ese cargo ni se siente totalmente capaz de desempeñarlo. Y aun cuando el nombre de Jeffrey Holland se propuso como el ultimo y el menor de los recién ordenados, ustedes levantaron la mano derecha en señal de sostenimiento. Y le dicen al hermano Holland en sus lágrimas y noches en vigilia: "Puede apoyarse en nosotros; apóyese en nosotros, los que estamos en Omaha, en Ontario, en Osaka, en los que nunca lo hemos visto y apenas sabemos quien es. Pero usted es una de las Autoridades Generales, de manera que ya no es extranjero ni advenedizo entre nosotros, sino conciudadano y miembro de la familia de Dios [véase Efesios 2:19]. En nuestra familia oraremos por usted y lo tendremos en nuestro corazón. Nuestra fortaleza será su fortaleza; nuestra fe edificara su fe; su obra será nuestra obra". Esta Iglesia, esta gran organización dirigida por Cristo, es una 52

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obra maravillosa y un prodigio, no solo por lo que hace por los fieles, sino por lo que los fieles hacen por ella; su vida es el corazón mismo de esa obra maravillosa; ustedes son evidencia de esa maravilla. Veinticuatro horas después de recibir el llamamiento de Apóstol, en junio pasado, salí para una asignación de la Iglesia en el sur de California, en donde al poco tiempo me encontré al lado de los lechos de Debbie, Tanya y Liza Ávila. Estas encantadoras hermanas, de treinta y tres, treinta y dos y veintitrés años de edad respectivamente, enfermaron de distrofia muscular cuando tenían siete años; desde esa tierna edad, cada una de ellas ha tenido que sufrir con pulmonía, traqueotomías, neuropatía y aparatos ortopédicos; mas tarde, se vieron forzadas a andar en sillas de ruedas, a estar en un pulmón de acero, y, por ultimo, a la inmovilidad total. Tanya ha soportado el período más largo de inmovilidad de las tres, habiendo estado acostada durante diecisiete años, sin poder moverse jamás de la cama en todo ese tiempo. En esos diecisiete años nunca ha visto un amanecer ni un atardecer, ni ha sentido la lluvia sobre la cara; en esos diecisiete años nunca ha cortado una flor, ni ha visto un arco iris ni ha contemplado el vuelo de un pájaro. Debbie y Liza también han vivido con las mismas restricciones físicas, aunque no tantos años. Sin embargo, a través de todo eso, esas hermanas no sólo han perseverado sino que han triunfado, obteniendo los premios de logro personal de las Mujeres Jóvenes, graduándose de la escuela secundaria, incluso de seminario, haciendo cursos universitarios completos por correspondencia y leyendo los libros canónicos una y otra vez. Pero había otro anhelo que estas extraordinarias hermanas estaban resueltas a ver cumplido. Acertadamente, se consideraban hijas del convenio, simiente de Abraham y Sara, de Isaac y Rebeca, de Jacob y Raquel, y tomaron la determinación de que de algún modo, por algún medio, algún día irían a la Casa del Señor a reclamar esas promesas eternas. Y ahora, han alcanzado incluso esa meta. "Fue el día más emocionante y maravilloso de mi vida", dijo

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Debbie. "Verdaderamente me sentí como si fuera mi propio hogar. Todos fueron tan amables y serviciales, a pesar de los innumerables y aparentemente imposibles arreglos que tuvieron que hacerse. Jamás había sentido tanto amor y aceptación". En cuanto a esa experiencia, Tanya comentó: "El templo es el único lugar en donde verdaderamente me he sentido sana. Siempre supe que soy una hija de Dios, pero únicamente en el templo pude comprender lo que eso significa. El hecho de que haya tenido esa experiencia en una posición horizontal, conectada a un respirador, no disminuyó en absoluto la belleza de esa ocasión sagrada". El élder Douglas Callister, quien junto con la presidencia y los obreros del Templo de Los Ángeles ayudaron a estas hermanas a convertir su sueño en realidad, me dijo: "Ahí estaban, vestidas de blanco, con el largo cabello oscuro que casi tocaba el suelo por estar ellas acostadas, con los ojos llenos de lágrimas, sin poder mover las manos ni ninguna otra parte del cuerpo, excepto la cabeza, gozando, absorbiendo y atesorando cada palabra, cada momento, cada aspecto de la investidura del templo". Mas tarde, Debbie dijo: "Ahora sé cómo será cuando resucitemos, rodeados de ángeles celestiales y en la presencia de Dios". Un año después de recibir su propia investidura, Debbie Ávila fue otra vez al templo, y nuevamente fueron necesarios infinidad de arreglos y ayuda especiales, para hacer la obra por su querida abuela, que literalmente dio su vida al cuidado de esas tres nietas. Durante veintidós años consecutivos, sin alivio, descanso ni excepción, la hermana Esperanza Lamelas cuidó a las tres día y noche; casi todas las noches, durante veintidós años, despertó cada hora para darles vuelta en la cama a fin de que pudieran dormir cómodas y evitar el problema de que les salieran llagas. En 1989, a los setenta y cuatro años de edad, habiéndosele deteriorado la salud, murió, dando nuevo significado a la exhortación del profeta José de que "consumamos y agotemos nuestras vidas... [haciendo] cuanta cosa este a nuestro alcance... 54

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[para beneficio de] la generación que va creciendo, y... todos los puros de corazón" (D. y C. 123:13,17,1 1). El "milagro" constante de la Restauración; los convenios; los templos; vidas de silencioso servicio cristiano que no reciben elogios; la obra del Reino hecha por manos cansadas, manos desgastadas, manos que en algunos casos no se pueden levantar en alto, pero que ciertamente sostienen en todo el sentido sagrado de la palabra. Ahora para concluir. A mediados del siglo 17 fue una época terrible en Inglaterra. Los revolucionarios puritanos habían dado muerte al rey, y la política, incluso el parlamento, se encontraba en un caos total. Una epidemia de fiebre tifoidea tornó a toda la isla en un hospital; la terrible plaga, a la que siguió un gran incendio, la convirtió en un depósito de cadáveres. En Leicestershire, cerca de donde mi esposa y yo vivimos y trabajamos durante tres magníficos años, hay una pequeña iglesia que tiene una placa en la pared que dice: "En el año 1653, en que todas las cosas sagradas fueron... destruidas o profanadas, Sir Robert Shirley edificó esta iglesia; a el se le rinde alabanza por haber hecho las cosas mejores en los peores tiempos, y por haberlas sonado en las épocas de mayor calamidad". "Haber hecho las cosas mejores en los peores tiempos, y haberlas sonado en las épocas de mayor calamidad". Esas son las palabras que yo emplearía para elogiar a los profetas y a los fieles miembros de la Iglesia de Jesucristo a través de los años, a las legiones de héroes silenciosos en las décadas de esta dispensación, guiados por el ungido del Señor, cuyos brazos también pueden fatigarse y cuyas piernas son a veces débiles. En el espíritu de ese legado recibido de aquellos que tanto han dado profetas y apóstoles, y gente como ustedes, me comprometo a "seguir adelante con firmeza en Cristo, teniendo un fulgor perfecto de esperanza y amor por Dios y por todos los hombres" (2 Nefi 31:20). Prometo "asir aquello para lo cual fui también asido por Cristo Jesús" (Filipenses 3:12). Testifico de Él, el Redentor del mundo y el Maestro de todos nosotros. Él es el Hijo Unigénito del Dios viviente, que ha exaltado el nombre de Su Hijo por sobre todos los otros, y le ha dado 55

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principado, autoridad, poder y Señorío a Su diestra en los ámbitos celestiales. Este Mesías es "santo, inocente, sin mancha" (Hebreos 7:26), el portador de un sacerdocio inmutable (véase Hebreos 7:24, 26). Él es el ancla de nuestras almas y nuestro sumo sacerdote de la promesa. Él es nuestro Dios de todo lo bueno que recibiremos. En esta vida y en la eternidad -y, por cierto, al esforzarme por cumplir esta nueva responsabilidad que he recibido- siempre estaré agradecido por Su promesa: "No te desampararé, ni te dejaré" (Hebreos 13:5). Le agradezco el habernos dado a todos esa bendición, en Su nombre, el Señor Jesucristo. Amen.

(Por el Elder Jeffrey R. Holland del Quórum de los Doce Apóstoles. Discurso pronunciado en la conferencia General Semestral número 164 de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los últimos Días, en la Sesión del sábado por la tarde, el 01 de octubre de 1994. desde el Tabernáculo de la Manzana del Templo, en Salt Lake City, Utah. Discurso publicado en la revista Liahona en enero de 1995, págs. 35-38.)

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s para mi un privilegio y una experiencia conmovedora encontrarme ante una congregación tan extraordinaria esta noche, en esta reunión del sacerdocio. No tengo palabras para expresar la gratitud que siento por el sacerdocio que poseemos, especialmente en momentos históricos de la Iglesia como lo es esta conferencia general. En días como el de hoy, vemos desarrollarse ante nuestros ojos un episodio de la historia y, con el brazo levantado en escuadra durante la asamblea solemne, somos participantes activos de esa historia. Como dijo Oliver Cowdery en una ocasión refiriéndose al privilegio de participar en la Restauración: "...Estos fueron días inolvidables" (José Smith-Historia 1:71, nota al pie de la página). En esta conferencia, echamos de menos al presidente Howard W. Hunter, pero sentimos gozo al saber que ahora se encuentra entre las almas grandes y nobles de la eternidad. Yo, junto con otros en esta conferencia, doy testimonio personal del divino llamamiento del presidente Gordon B. Hinckley a este santo oficio y cargo sagrado para el cual se le ha preparado tan bien y durante tanto tiempo; y al hablar de preparación, no consideramos solo las muchas experiencias que ha tenido en la Iglesia desde la niñez, sino también la doctrina de la que hablo Alma al referirse a hombres como el, diciendo que "fueron... llamados y preparados desde la fundación del mundo de acuerdo con la presciencia de Dios"; es un llamamiento que se basa en parte en la "fe y buenas obras" que demostró(S el presidente Hinckley antes de nacer (véase Alma 13: 1-3). Testifico también de los llamamientos que han recibido en estos días los presidentes Thomas S. Monson, James E. Faust y Boyd K. Packer; y quiero expresar el amor y el aprecio que siento por ellos. Doy la bienvenida al élder Henry B. 57

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Eyring al Quórum de los Doce Apóstoles, y estaré sentado a su lado y seré su compañero en años venideros. En este espíritu de un momento memorable de la historia de la Iglesia, quiero hablar directamente a los jóvenes que me escuchan esta noche, a los poseedores del Sacerdocio Aarónico. Quisiera dejar grabado en ellos un sentido de la historia, una comprensión de lo que ha significado en el pasado y de lo que puede llegar a significar ser miembro de la verdadera Iglesia de Dios y tener los oficios importantes de este sacerdocio que poseen ahora y que mas adelante poseerán. Gran parte de lo que hacemos en la Iglesia esta dirigido a ustedes, los que el Libro de Mormón llama "la nueva generación" (Mosíah 26:1; Alma 5:49). Nosotros, los que hemos recorrido ya los senderos en los cuales ustedes se encuentran, tratamos de explicarles algo de lo que hemos aprendido; les damos voces de aliento y procuramos advertirles de las trampas y los peligros que nosotros hayamos enfrentado en ese camino. Siempre que es posible, nos esforzamos por caminar a su lado y por mantenerlos cerca de nosotros Lo crean o no, nosotros también fuimos jóvenes, aunque eso les resulte muy difícil de imaginar. Igualmente increíble les resultara pensar que sus padres fueron jóvenes como ustedes, y también el obispo y el asesor del quórum. Pero, con el paso del tiempo, hemos aprendido muchas lecciones, aparte de corregir algunos conceptos equivocados de nuestra juventud como, por ejemplo, que la esposa de Noé no se llamaba Juana del Arca* y que el apellido de Poncio era Pilato, no Piloto, y no manejaba aviones. ¿Por qué creen que hacemos tanto esfuerzo por ayudarles, nos preocupamos tanto y queremos lo mejor para ustedes? Es que nosotros ya hemos pasado por su edad, pero ustedes no han pasado por la nuestra, y en el proceso hemos aprendido cosas que ustedes todavía no saben. Cuando se es joven, no se han enfrentado todas las dificultades y las dudas que la vida presenta, pero se les presentaran, y, lamentablemente, las generaciones las enfrentaran a una edad cada vez mas temprana. El Evangelio de Jesucristo ofrece el único camino seguro. Por eso, los viejos, los hombres de experiencia 58

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que les dejan un legado histórico, continúan alzando su voz de advertencia para la juventud. Esa voz de una generación a otra es una de las razones por las que tenemos reuniones del sacerdocio en la que los padres se sientan junto a sus hijos y los lideres junto a los jóvenes cuyos padres no estén con ellos. En una reunión del sacerdocio de estaca muy similar a esta, un jovencito de doce años llamado Gordon B. Hinckley, que había sido ordenado diácono, se quedó de pie en la parte de atrás del salón del viejo Barrio Diez de Salt Lake, sintiéndose un poco solo y un tanto fuera de lugar en su primera reunid)n del sacerdocio. Sin embargo, después de oír a los hombres de esa estaca cantar el magnifico tributo de W.W. Phelps, "Loor al Profeta" (Himnos, # 15), ese jovencito, que llegaría un día el mismo a ser Profeta, recibió en su alma el testimonio de que José Smith era verdaderamente un Profeta, que había sido "ordenado por Cristo Jesús" y "conocido por miles'' de personas. Es cierto, parte de la preparación de la asamblea solemne que tuvo lugar esta mañana comenzó cuando un diácono de doce años escuchó a un grupo de hombres mayores, fieles y experimentados cantar los himnos de Sión en una reunión del sacerdocio. Pocos serán los jovencitos de doce años que lleguen a ser el Presidente de la Iglesia, y no es necesario que lo sean para probar su fidelidad; pero no olvidemos que en todo lugar donde hay hoy un hombre, hubo una vez un muchacho, y todos ustedes, los jóvenes, tienen la oportunidad y la responsabilidad de ser tan fieles para obtener un testimonio y defender la verdad como lo han sido los hombres a los que hemos sostenido como Profetas, Videntes y Reveladores a través de las dispensaciones. Por cierto, esa es una de las cosas que la historia nos prueba: que aunque el futuro sea difícil, los jóvenes serán capaces de enfrentarlo. El nombre de Rudger Clawson lamentablemente no les resultara conocido a muchos. Durante cuarenta y cinco años, el hermano Clawson fue miembro del Quórum de los Doce Apóstoles, y veintidós de esos años fue Presidente de ese Quórum. Pero mucho antes de asumir esas responsabilidades, tuvo la oportunidad de probar su fidelidad y de demostrar en su juventud 59

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que estaba dispuesto a defender sus creencias aun a riesgo de perder la vida. Cuando era un muchacho, lo habían llamado a cumplir una misión en los estados del Sur de los Estados Unidos. En esa época de la historia de los Estados Unidos, hace mas de cien años, todavía había populachos enardecidos y malhechores que amenazaban la vida de los miembros de la Iglesia. Un día. el élder Clawson y su compañero, el élder Joseph Standing, iban caminando hacia una conferencia misional cuando, ya casi al llegar, se les enfrentaron doce hombres a caballo que iban armados. Los malhechores apuntaron con los rifles y los revólveres a los dos elderes y los golpearon repetidas veces, algunas haciéndolos caer, mientras los empujaban hacia un bosque cercano. El élder Joseph Standing, sabiendo lo que les esperaba, se jugó el todo por el todo y se apodero de una pistola que estaba a su alcance; inmediatamente, uno de los asaltantes le apunto con el arma y le disparó un tiro; otro, señalando al élder Clawson, le dijo: "Dispárale a ese también''. Al instante, todas las armas estaban apuntándole. El joven misionero se preparó para correr la misma suerte de su compañero caído. El lo relato de esta manera: "Inmediatamente comprendí que no tenía escapatoria. Me había llegado la hora... me enfrentaba al momento de seguir a Joseph Standing". Serenamente, cruzo los brazos, miró a los ojos a sus asaltantes y pronunció solamente una palabra: "Disparen". No sabemos si fue porque quedaron asombrados ante el valor del joven élder o por temor al darse cuenta de lo que le habían hecho a su compañero, lo cierto es que alguien grito en ese momento: "¡No disparen!" y, uno por uno. todos bajaron las armas. Aterrado todavía, pero movido por la lealtad hacia el compañero de misión, el élder Clawson continuó desafiando a los malhechores. Sin saber si lo matarían o no y muchas veces dando la espalda a sus asaltantes, el joven misionero llevo el cuerpo de su compañero asesinado a un lugar mas seguro donde realizo el acto final de bondad por el amigo caído, lavándole la sangre y preparando el cuerpo para el largo viaje en tren hacia el hogar de su última morada (The Making of a Mormon Apostle: The Story of 60

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Rudger Clawson, David S. Hoopes y Roy Hoopes, Nueva York: Madison Books, 1990, págs. 23-31). Cuento esta historia con la esperanza de que no presten indebida atención a la muerte del joven misionero ni piensen que vivir el evangelio sólo traía pruebas y tragedias en aquellos primeros días, sino para que esta generación joven y mas nueva de la Iglesia, que quizás no sepa del legado que nos dejaron los hombres y las mujeres de aquella época, algunos también muy jóvenes, se den cuenta del patrimonio que una de las películas nuevas de la Iglesia titula con esa única palabra: "Legado". Felizmente, en estos días, la mayoría de nosotros no tenemos que enfrentar esas amenazas físicas; no, en general, nuestro valor es mas sencillo, pasa mas inadvertido, pero es en todos los sentidos tan funda mental y necesario como entonces. Contaré un ejemplo de la historia de nuestra época, una anécdota que indica una fe y lealtad más semejantes a las que nosotros tendremos que demostrar. Al hacerlo, rindo honores a los fieles padres que son ejemplos de firmeza para sus hijos de menos experiencia y años. Hace unos años, mucho después de haber regresado de la misión, Richard Yates, que es Obispo del Barrio Durham Tres, de la Estaca Durham, Carolina del Norte, se hallaba en la granja de la familia en Idaho, ayudando al padre a ordenar las vacas y hacer algunas otras tareas. El hermano Tom Yates, su padre, no había podido cumplir una misión en su juventud a causa de la situación económica de la familia. Pero esa desilusión había hecho más fuerte la determinación del hermano Yates de que sus hijos lograran lo que a el le había sido imposible-cumplir una misión-, fuera cual fuera el sacrificio que tuvieran que hacen. En ese tiempo, era costumbre en las zonas rurales de Idaho regalar a los varones una ternera tan pronto como tuvieran edad para cuidarla; se hacia esto con la intención de que el chico criara al animal, sacara crías y se quedara con algunas, y vendiera otras para ganarse algo de dinero. Con perspicacia, los padres se daban cuenta de que esa era una manera de enseñar a sus hijos responsabilidad, al mismo tiempo que iban reuniendo los fondos para la misión. El joven Richard había sacado provecho de ese regalo, su 61

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primera ternera, y, con el tiempo, llegó a tener un pequeño rebaño de ocho animales; además, había invertido algo del dinero que había ganado con la venta de la leche para comprar unos cerdos, y tenía cerca de sesenta cuando le llegó el llamamiento. El plan de la familia era vender los lechones que nacerían y juntar esa entrada a la de la venta de leche para ayudar a pagar los costos de la misión. Esa noche que estaban trabajando en el granero, mucho después de los veinticuatro meses maravillosos de labores misionales, el padre le contó algo de lo cual el joven no se había enterado durante todo el tiempo de la misión: El primer mes después de su partida, el veterinario, un amigo íntimo de la familia y un hombre muy trabajador que vivía en ese pequeño pueblo agrícola, había ido a vacunar a los cerdos contra una epidemia de cólera porcina, pero, cometiendo un lamentable error profesional, les había dado la vacuna del bacilo vivo sin darles al mismo tiempo el inmunosuero para que no enfermaran. El resultado fue que todos los cerdos enfermaron de cólera y, en el termino de pocas semanas, a los que no habían muerto hubo que matarlos. Después de perder los cerdos, era obvio que la venta de la leche no alcanzaría para pagar la misión de su hijo, por lo que el padre decidió ir vendiendo los animales de la lechería familiar, uno por uno, para cubrir los gastos. Pero, el segundo mes de la misión, y a partir de entonces durante casi todos los veintitrés meses restantes, al prepararse para enviar dinero a su hijo, se les moría una vaca de su rebaño o una de las de Richard, disminuyendo así el ganado de una manera alarmante. Aquello les pareció un increíble golpe de infortunio. Justamente al mismo tiempo se venció un préstamo que tenían en el banco local y, con todo lo que les había pasado y los problemas económicos que enfrentaban, el hermano Yates simplemente no contaba con el dinero para pagarlo. Daba la impresión de que perderían la granja. Después de mucho orar y meditar, pero todavía sin decirle palabra al joven misionero, el hermano Yates fue a hablar con el presidente del banco, un hombre que no era mormón y al que la comunidad veía como un tanto antipático y seco. 62

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Después que escuchó toda la historia de las muchas desgracias, el banquero se quedó mirando a aquel hombre que, en forma pacifica y humilde, se enfrentaba a las dificultades, la oposición y el temor con la misma fe con que lo habían hecho Rudger Clawson y Joseph Standing. Supongo que en una situación así, no podía decirle al banquero mucho más que "Dispare". Con calma, el presidente del banco se inclinó hacia adelante y le hizo una sola pregunta: "Tom, paga usted el diezmo?" Sin saber exactamente cómo recibiría su respuesta, el le contesto sin vacilar: "Si, señor, lo pago". El banquero entonces le dijo: "Continúe pagando el diezmo y manteniendo a su hijo en la misión. Yo me encargaré del préstamo. Se bien que me pagara apenas pueda". No hubo documentos ni firmas; no se profirieron amenazas ni advertencias. Dos hombres buenos y honorables se levantaron y se estrecharon la mano. Habían llegado a un acuerdo y fueron fieles a el. El obispo Yates dice que recuerda haber escuchado el relato esa noche con intensa emoción y haberle preguntado a su padreque hacia ya mucho había saldado la deuda con el banco-si toda esa preocupación, todo ese temor y ese sacrificio por vivir el evangelio habían valido la pena. "Si, hijo", le contesto, "y mucho mas que eso si el Señor me lo pidiera". Y continuo trabajando. Físicamente, Tom Yates era un hombre mas bien pequeño, de baja estatura y delgado; tenía el cuerpo un tanto deformado por haber contraído polio cuando era niño, habiendo estado a punto de morir de dicha enfermedad. Pero su hijo dice que él jamás considero la estatura física de su padre; para el, era un gigante espiritual que se elevaba siempre por encima de las circunstancias, dejando a sus hijos un legado de devoción y valor tan extenso como la eternidad. A esos padres de nuestras familias, a esos padres de nuestra fe, a todos aquellos que llevan una vida de integridad, sea cual sea el costo, a las generaciones de esta y de todas las dispensaciones que han enfrentado resueltamente el temor, las pruebas y la ruina, e incluso la muerte, les expreso mi gratitud, desde lo mas profundo de mi corazón. 63

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Los felicito, jóvenes del Sacerdocio Aarónico, por su determinación de vivir el Evangelio de Jesucristo. Acepto, junto con ustedes, la responsabilidad que recae sobre cada uno de nosotros, los poseedores del sacerdocio. Ruego que todos nos mantengamos fieles y recordemos que al hacer la obra del Señor, a menudo se nos requiere poner la otra mejilla; y yo me comprometo con determinación a ser verídico y fiel al Señor Jesucristo, cuya Iglesia esta es, y a honrar el legado de lealtad que nos dejaron los que ya se han ido. En el sagrado nombre de Jesucristo. Amen.

(Por el Elder Jeffrey R. Holland del Quórum de los Doce Apóstoles. Discurso pronunciado en la conferencia General Semestral número 165 de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los últimos Días, en la Sesión del sacerdocio, el 01 de abril de 1995. desde el Tabernáculo de la Manzana del Templo, en Salt Lake City, Utah. Discurso publicado en la revista Liahona en julio de 1995, págs. 43-46.)

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arte del propósito de narrar el relato de la Navidad es para recordarnos que ésta no se compra en la tienda. Es más, no obstante cuán grande sea el deleite que nos brinde, aun de niños, cada año va cobrando mayor significado; y no importa cuántas veces leamos el relato bíblico de esa noche en Belén, al hacerlo, siempre acuden a nuestra mente uno o dos pensamientos en los cuales no habíamos reparado antes. Hay tantas lecciones que se pueden aprender del sagrado relato del nacimiento de Cristo, que siempre vacilamos al hacer hincapié en una en particular, sin considerar todas las demás. Perdónenme si hago exactamente eso. Una impresión que siempre he tenido es que éste es un relato de intensa pobreza. Me pregunto si Lucas no quiso darle un significado especial cuando, en vez de escribir "no había lugar en el mesón", escribió, en forma más específica "no había lugar para ellos en el mesón" (Lucas 2:7; cursiva agregada). No podemos estar seguros, pero pienso que en esa época, al igual que en la nuestra, con dinero se podían conseguir los favores que se quisieran. Creo que si José y María hubieran sido personas influyentes o de dinero, habrían encontrado aloja, miento, aun en esa época tan ocupada del año. Me pregunto si la Traducción de José Smith de Lucas 2:7 [este versículo no fue traducido al español] no sugiere también que ellos no conocían a ninguna persona influyente, al decir que no había nadie que les diera un cuarto en el mesón. No estamos muy seguros de la intención del historiador, pero lo que sí sabemos es que estos dos seres eran sumamente pobres. Para la ofrenda de purificación que los padres hacían después del nacimiento de un niño, un par de tórtolas substituyeron al cordero, 65

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algo que el Señor había permitido en la ley de Moisés para aliviar la carga de los que eran muy pobres (véase Levítico 12:8). Los Reyes Magos llegaron más tarde llevando consigo obsequios que le añadieron algo de esplendor y riqueza a la ocasión. Pero es importante destacar que ellos provenían de un lugar distante, probablemente de Persia, un viaje de varios cientos de kilómetros por lo menos. Y a no ser que lo hubieran comenzado mucho antes de que apareciera la estrella, no les hubiese sido posible llegar la misma noche del nacimiento del niño. En verdad, Mateo registró que cuando ellos llegaron, Jesús era un "niño" y la familia vivía en una "casa" (Mateo 2:1 l). Quizás este hecho proporcione una importante distinción que debemos recordar durante la época de festividades navideñas. Tal vez todo lo de comprar regalos y el confeccionarlos, envolverlos y decorarlos debería separarse, aunque fuera un poco, de los momentos tranquilos y personales en los cuales se reflexiona acerca del significado del Niño (y de Su nacimiento), quien nos inspira a dar esos obsequios. El oro, el incienso y la mirra se ofrecieron humildemente y se recibieron con agradecimiento. Y de esa misma manera debemos hacerlo nosotros, todos los años y siempre. Mi esposa y mis hijos podrán decirles que nadie es más pueril cuando se trata de dar y recibir presentes que yo; pero precisamente por esa razón, al igual que ustedes, necesito recordar la escena sencilla y de extrema pobreza de una noche sin oropeles ni presentes, desprovista de las cosas materiales de este mundo. Solamente cuando comprendamos a ese único, sagrado y sencillo objeto de nuestra devoción, el Niño de Belén, sabremos por qué es tan apropiado el dar regalos. Como padre, he pensado muchas veces en José, ese hombre fuerte y silencioso' casi desconocido, que debió de haber sido el más digno de todos los mortales para ser el padre adoptivo del Hijo viviente de Dios. Fue José el elegido entre todos los hombres para enseñar a trabajar a Jesús; fue José quien le enseñó los libros de la Ley; fue José quien, en la soledad del taller, le ayudó a comenzar a comprender quién era Él y lo que llegaría a ser. Cuando nació nuestro primer hijo, yo apenas había terminado mi 66

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La navidad no se compra en la tienda

primer año universitario en la Universidad Brigham Young. Éramos muy pobres, aunque no tanto como José y María. Mi esposa también asistía a la universidad y ambos trabajábamos, además de ser los encargados de un edificio de apartamientos cerca de la universidad, con el fin de solventar los gastos del alquiler. Teníamos un pequeño Volkswagen cuya batería estaba casi agotada, pero no teníamos dinero para comprar una nueva (ni un nuevo coche ni una nueva batería). No obstante, cuando me di cuenta de que nuestra noche especial estaba por llegar, creo que hubiera hecho cualquier cosa honorable en este mundo y hubiera hipotecado cualquier futuro para asegurarme que mi esposa tuviera sábanas limpias, instrumentos esterilizados, enfermeras hábiles y doctores competentes que trajeran al mundo a nuestro primer hijo. Si tanto ella como mi hijo hubieran necesitado atención especial en la clínica privada más cara, creo que hubiese vendido hasta mi propia vida con tal de conseguirla. Comparo esa forma de sentir (que he experimentado con el nacimiento de cada uno de nuestros hijos) con lo que José debió de haber sentido al caminar por las calles de una ciudad desconocida, sin amigos ni familiares cerca, sin nadie que estuviera dispuesto a tenderle una mano. En esas últimas y más dolorosas horas de su "confinamiento", María cabalgó o caminó {aproximadamente ciento sesenta kilómetros, desde Nazaret en Galilea hasta Belén en Judea. Con toda seguridad, José debió de haber llorado ante la valentía silenciosa de ella. Y solos, sin que nadie se percatara de su situación, rechazados por los seres humanos, tuvieron que ir a un establo, al lado de los animales, para dar a luz al Hijo de Dios. Me pregunto cómo se ha de haber sentido José al limpiar el estiércol y la basura del lugar; me pregunto si se le llenaron los ojos de lágrimas al tratar apresuradamente de encontrar la paja más limpia y retirar a los animales hacia un lado. Me pregunto si él pensaría: "¿'Habrá circunstancias más insalubres, más propensas a las enfermedades y más despreciables en las que pueda nacer un niño? ¿'Es éste un lugar digno de una reina? ('Se debe esperar

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que la madre del Hijo de Dios entre en el "valle de sombra de muerte" (Salmos 23:4) en un lugar tan pestilente y extraño como ése? Está mal desear que ella tenga un poco de comodidad? ¿'Es correcto que Él nazca aquí?" Pero estoy seguro de que José no murmuró ni María se quejó. Ellos tenían un gran conocimiento e hicieron lo mejor que pudieron bajo las circunstancias. Esos padres tal vez supieran aun entonces que tanto en el principio de Su vida terrenal, al igual que hasta el final de la misma, ese pequeño niño que les había nacido tendría que descender hasta lo más profundo del sufrimiento y la desilusión humanas. Él lo haría con el fin de ayudar a aquellos que sintieran que también habían nacido sin ninguna oportunidad en la vida. He pensado también en María, la mujer más favorecida de todas en la historia del mundo, a quien, siendo todavía una jovencita, se le apareció un ángel que pronunció las palabras que cambiarían no solamente su propia vida sino la de toda la humanidad: "¡Salve, muy favorecida El Señor es contigo; bendita tú entre las mujeres" (Lucas 1:28). La naturaleza de su espíritu y la profundidad de su preparación se pusieron de manifiesto en su respuesta, la cual demuestra madurez e inocencia a la vez: "He aquí la sierva del Señor; hágase conmigo conforme a tu palabra" (Lucas 1:38). Es aquí donde vacilo, donde trato de comprender lo que siente la madre que sabe que ha concebido un alma viviente, que siente que la vida comienza a crecer dentro de su vientre, mientras espera el momento del alumbramiento. En esos momentos, los padres se hacen a un lado y observan, pero las madres nunca se olvidan de lo que les ha pasado. Nuevamente, pienso en las palabras que con tanto cuidado escribió Lucas acerca de la sagrada noche en Belén: "Y aconteció que... se cumplieron los días de su alumbramiento. "Y dio a luz a su hijo primogénito, y [ella] lo envolvió en pañales, y [ella] lo acostó en un pesebre" (Lucas 2:6-7; cursiva agregada). Esos sencillos pronombres resuenan en nuestros oídos, para hacernos saber que, solamente después del niño mismo, María es la figura principal, la majestuosa reina, la madre de madres, que ocupa el lugar más importante en éste, el más grandioso momento de toda la historia del mundo. Y esos mismos pronombres hacen 68

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La navidad no se compra en la tienda

resonar en nuestros oídos que, salvo por su amado esposo, ella se encontraba muy sola. Me he preguntado si esta joven, en cierta forma una niña ella misma, al traer al mundo a su primer bebé, no hubiera deseado que su madre, una tía o una hermana hubieran estado a su lado durante el parto. No hay lugar a dudas de que el nacimiento de un hijo como éste merecía la atención y el auxilio de todas las parteras de judea. Nuestro deseo habría sido que alguien le hubiera sostenido la mano, le hubiera refrescado la frente y, cuando ese momento tan difícil hubiera pasado, que la hubieran hecho descansar entre sábanas limpias y frescas. Pero no había de ser así. Sólo con la ayuda inexperta de José, ella sola trajo al mundo a su primer hijo, lo envolvió en pañales que prudentemente había llevado consigo en el viaje y quizás lo acostó en una almohada de heno. Entonces, de ambos lados del velo, una multitud de huestes celestiales irrumpió: "¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres!" (Lucas 2:14). Pero, con excepción de esos testigos celestiales, los tres se encontraban solos: José, María y el pequeño niño llamado Jesús. En este punto crítico de la historia de la raza humana, un punto iluminado por una nueva estrella que había aparecido en los cielos especialmente para ese propósito, es muy probable que ningún otro mortal haya presenciado este suceso; nadie, sólo un pobre y joven carpintero, una hermosa madre virgen y unos silenciosos animales de campo que carecían del poder para expresar el carácter sagrado de lo que habían presenciado. Pronto llegarían los pastores y, más adelante, los reyes magos desde el Oriente. Pero al principio y para siempre sólo hubo esa pequeña familia, sin juguetes, árboles u oropeles. Con un niño pequeño... así es como comenzó la Navidad. Es por ese niño que debemos exclamar al unísono: "Escuchad el son triunfal de la hueste celestial... nació Cristo en Belén... De tu trono has bajado y la muerte conquistado para dar al ser mortal nacimiento celestial" (Himnos, No. 130). Quizás al recordar las circunstancias de ese don, de Su propio nacimiento y de Su niñez, tal vez al recordar la pureza, la fe y la 69

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sincera humildad que se requerirán de toda alma celestial, Jesús habrá dicho muchas veces al mirar a los ojos de los niños que le amaban (ojos que siempre pudieron ver qué y quién era Él en realidad). "...si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos" (Mateo 18:3). La Navidad es, por lo tanto, para los niños "de todos las edades". Supongo que ésa es la razón por la que ni¡, villancico navideño favorito es una canción para los niños que canto con más emoción que ninguna otra:

Jesús en pesebre, sin cuna, nació; Su tierna cabeza en heno durmió... Te amamos, oh Cristo, y mírame, sí, aquí en mi cuna, pensando en ti... Te pido, Jesús, que me guardes a mí, Amándome siempre, como te amo a ti. A todos los niños da tu bendición, y haznos más dignos de tu gran mansión. (Himnos, No. 125.)

(Por el Elder Jeffrey R. Holland del Quórum de los Doce Apóstoles. Discurso publicado en la revista Liahona en diciembre de 1995 pags. 13-17.)

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"HACED ESTO EN MEMORIA DE MI"

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as horas que estaban por transcurrir cambiarían el significado de la historia de la humanidad; serían el momento mas grandioso de la eternidad, el milagro mas extraordinario de todos; serían la contribución suprema a un plan concebido desde antes de la fundación del mundo para la felicidad de todo hombre, mujer y niño que viviera en el. La hora del sacrificio expiatorio había llegado. El propio Hijo de Dios, Su Unigénito en la carne, pronto se convertiría en el Salvador del mundo. El lugar era Jerusalén durante la época de la Pascua, una celebración llena de simbolismo por lo que habría de suceder. Mucho tiempo atrás, se había "pas[ado] por encima" de las casas de los afligidos y esclavizados israelitas, se les había perdonado la vida y finalmente liberado por medio de la sangre de un cordero, untada sobre el dintel y los postes de las casas egipcias (véase Éxodo 12:21-24). Eso, a su vez, había sido sólo una reiteración simbólica de lo que se les había enseñado a Adán y a todos los profetas que le sucedieron desde el comienzo del mundo: que los corderos puros y sin mancha de las primicias de los rebaños israelitas eran una semejanza, señal y representación del grandioso y supremo sacrificio del Cristo que habría de venir (véase Moisés 5:5-8) En aquel día, después de todos esos años y de todas esas profecías y ofrendas simbólicas, el símbolo estaba por convertirse en realidad. La noche en la que el ministerio de Jesús estaba por llegar a su fin, la declaración que había hecho Juan el Bautista al comienzo de ese ministerio cobro mayor significado que nunca: "...He aquí el Cordero de Dios" (Juan 1:29). Al estar por terminarse aquella ultima cena preparada en forma 71

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especial, Jesús tomo el pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio a Sus Apóstoles, diciendo: "Tomad, comed" (Mateo 26:26). "Esto es mi cuerpo, que por vosotros es dado; haced esto en memoria de mi" (Lucas 22:19). De igual manera, tomo la copa de vino, que tradicionalmente se diluía con agua, y, habiendo dado gracias, la paso para que bebieran de ella los que se encontraban presentes, diciendo: "Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre", "que... es derramada para remisión de los pecados". "Haced esto en memoria de mí". "Así, pues, todas las veces que comiereis este pan, y beberéis esta copa, la muerte del Señor anunciáis hasta que el venga" (Lucas 22:20; Mateo 26:28; Lucas 22: 19; 1 Corintios 11:26). Desde aquel acontecimiento que tuvo lugar en el aposento alto, en la víspera de Getsemaní y del Gólgota, los hijos de la promesa han estado bajo convenio de recordar el sacrificio de Cristo en esta forma nueva, más perfecta, mas santa y personal. Con el trozo de pan, siempre partido, bendecido y ofrecido primero, recordamos Su cuerpo herido y Su corazón quebrantado, Su sufrimiento físico sobre la cruz cuando clamo: "Tengo sed" y finalmente: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?" (Juan 19:28; Mateo 27:46). El sufrimiento físico del Salvador garantiza que, por medio de Su misericordia y gracia (véase 2 Nefi 2:8), todo miembro de la familia humana quedara libre de los lazos de la muerte y será resucitado triunfalmente de la tumba. Claro esta que el momento de la resurrección y el grado de exaltación que obtengamos se basan en nuestra fidelidad. Con un vasito de agua recordamos el derramamiento de la sangre de Cristo y la profundidad de Su sufrimiento espiritual, la angustia que comenzó en el huerto de Getsemaní, en donde dijo: "Mi alma esta muy triste, hasta la muerte" (Mateo 26:38). "Y estando en agonía, oraba mas intensamente; y era su sudor como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra" (Lucas 22:44). El sufrimiento espiritual del Salvador y el derramamiento de Su sangre inocente, que El ofreció en forma tan amorosa y voluntaria, pagues la deuda de lo que las Escrituras llaman la "trasgresión 72

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Haced esto en memoria de mí

original" de Adán (Moisés 6:54). Además, Cristo sufrió por los pecados, los sufrimientos y los dolores de todo el resto de la humanidad, proporcionando también la remisión de todos nuestros pecados, a condición de que obedezcamos los principios y las ordenanzas del evangelio que El enseñó (véase 2 Nefi 9:21-23). Como el apóstol Pablo escribió, fuimos "comprados por precio" (1 Corintios 6:20). ¡Que precio tan caro y cuan misericordiosa compra! Es por esa razón que toda ordenanza del evangelio se concentra, de una forma u otra, en la expiación del Señor Jesucristo; y no hay duda de que esa es la razón por la que recibimos esa ordenanza particular, con todos sus simbolismos, mas regularmente y con mas frecuencia que ninguna otra en la vida. Se presenta en lo que se conoce como "la más sagrada, la mas santa de todas las reuniones de la Iglesia" (Joseph Fielding Smith, Doctrina de Salvación, comp. por Bruce R. McConkie, 3 tomos, Salt Lake City: Bookcraft, 1954-1956, 2:320). Quizás no siempre le demos esa clase de significado a la reunión sacramental de todas las semanas. ¿Cuan "sagrada" y "santa" es? ¿La consideramos como nuestra Pascua, la forma de recordar nuestra protección, salvación y redención? Por ser tan trascendental, esta ordenanza, que conmemora nuestra liberación del ángel de las tinieblas, debe tomarse con mas seriedad de la que por lo general se le da. Debe ser un momento importante, reverente, de reflexión; que promueva sentimientos e impresiones espirituales. Por tanto, no debe realizarse deprisa; no es algo que se tenga que hacer "a la carrera" para de ese modo empezar con el verdadero propósito de la reunión sacramental, sino que esta ordenanza es el verdadero propósito de la reunión; y todo lo que se diga, se cante y se ore en esos servicios debe estar en armonía con la grandiosidad de tan sagrada ordenanza. La administración y el reparto de la Santa Cena van precedidos de un himno, que todos debemos cantar, sea cual sea el talento que tengamos para hacerlo. De todos modos, los himnos sacramentales son como oraciones, ¡y todos podemos expresarnos en una oración!

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Jamás podremos comprender las penas que sufrió, mas para darnos salvación El en la cruz murió. (Himnos, No. 119). Un elemento importante de nuestra adoración es el unirnos en esas líricas y conmovedoras expresiones de gratitud. En esa perspectiva sagrada, les pedimos a ustedes, jóvenes del Sacerdocio Aarónico, que preparen, bendigan y repartan los emblemas del sacrificio del Salvador de una manera digna y reverente. ¡Que privilegio extraordinario y confianza tan sagrada se les ha otorgado a tan temprana edad! No puedo pensar en mayor elogio que el cielo les pudiera conceder. En verdad les amamos; traten de vivir lo mejor posible y de vestirse con lo mejor que tengan cuando participen en el sacramento de la Santa Cena del Señor. Permítanme sugerir que, siempre que sea posible, tanto los diáconos, como los maestros y presbíteros que administran la Santa Cena lleven camisa blanca. Para las sagradas ordenanzas de la Iglesia, con frecuencia utilizamos ropa ceremonial; por tanto, una camisa blanca se podría considerar un tierno recordatorio de la ropa blanca que utilizaron en la pila bautismal y un precedente de la camisa blanca que pronto se pondrán en el templo y en la misión. No deseamos que esta simple sugerencia tenga un tono farisaico ni formalista; no queremos diáconos ni presbíteros uniformados que se preocupen excesivamente por ninguna otra cosa excepto su propia pureza. Sin embargo, la forma en que la gente joven se vista puede enseñarnos un principio santo a todos y ciertamente dar a los demás una impresión de santidad. Como el presidente David O. McKay dijo una vez: "Una camisa blanca contribuye al carácter sagrado de la Santa Cena" (véase "Conference Report", octubre de 1956, pág. 89). En el lenguaje sencillo y hermoso de las oraciones sacramentales que esos jóvenes presbíteros ofrecen, la palabra principal que escuchamos parecería ser: recordarle. En la primera 74

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Haced esto en memoria de mí

y un poco mas larga oración que se ofrece para bendecir el pan, se menciona nuestra disposición de tomar sobre nosotros el nombre del Hijo de Dios y de guardar los mandamientos que El nos ha dado. Ninguna de esas frases se menciona en la bendición del agua, aun cuando se da por sentado y se espera que las cumplamos. Lo que se recalca en ambas oraciones es que todo se hace en memoria de Cristo. Cuando tomamos la Santa Cena, testificamos que siempre le recordaremos para que siempre podamos tener Su Espíritu con nosotros (véase D. y C. 20:77, 79). Si recordar es lo mas importante que debemos hacer, len que debemos pensar cuando se nos ofrecen esos sencillos y preciosos emblemas? Podríamos recordar la vida preterrenal del Salvador y todo lo que sabemos que hizo como el gran Jehová, el Creador de los cielos y de la tierra y de todas las cosas que hay en ella; podríamos recordar que aun en el gran concilio de los cielos El nos amaba y fue maravillosamente fuerte, que aun allí triunfamos mediante el poder de Cristo y nuestra fe en la sangre del Cordero (véase Apocalipsis 12:10-11) . Podríamos recordar la sencilla grandeza de su nacimiento terrenal a una joven mujer, que posiblemente tuviera la edad de las jovencitas de nuestra organización de las Mujeres Jóvenes, que habló por cada una de las mujeres fieles de todas las dispensaciones de los tiempos, cuando dijo: "He aquí la sierva del Señor; hágase conmigo conforme a tu palabra" (Lucas 1:38). Podríamos recordar Su magnifico pero virtualmente desconocido padre "adoptivo", un humilde carpintero que nos enseñó, entre otras cosas, que han sido personas tranquilas, sencillas y sin pretensiones, las que han sacado adelante esta magnifica obra desde el comienzo y continúan haciéndolo en la actualidad. Si prestan servicio en forma casi anónima, recuerden que de esa forma también lo hizo uno de los mejores hombres que ha vivido sobre la faz de la tierra. Podríamos recordar los milagros y las enseñanzas de Cristo, la forma en que Él sanó y prestó ayuda a Sus semejantes; podríamos 75

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recordar que devolvió la vista al ciego, el oído al sordo y el movimiento al lisiado, al mutilado y al atrofiado. Entonces, en esos días en que sintamos que nuestro progreso se ha detenido o nuestra alegría y la visión del futuro se ha empañado, podremos seguir adelante con firmeza en Cristo, con una fe inquebrantable en El y un fulgor perfecto de esperanza (véase 2 Nefi 31:19-20). Podríamos recordar que aun a pesar de la misión solemne que se le había encomendado, el Salvador encontraba deleite en la vida, disfrutaba de la gente y les dijo a Sus discípulos que tuvieran animo. El dijo que debíamos sentirnos tan llenos de regocijo con el evangelio como alguien que haya encontrado una verdadera perla de gran precio a las puertas de su casa. Podríamos recordar que Jesus encontró gozo y felicidad especiales en los niños, y recalcó que todos deberíamos ser como ellos: inocentes y puros, prestos para reír, amar y perdonar, y lentos para recordar cualquier ofensa. Podríamos recordar que Cristo llamo amigos a Sus discípulos y que los amigos son los que nos dan su apoyo en los momentos de soledad o a las puertas de la desesperación; podríamos recordar a un amigo con el cual necesitemos ponernos en contacto o, mejor aun, a alguien a quien debamos ofrecer nuestra amistad. Al hacerlo, podríamos recordar que Dios muchas veces nos proporciona Sus bendiciones por medio del servicio oportuno y caritativo de otra persona. Para alguien que se encuentre cerca de nosotros, es posible que seamos el medio por el cual el cielo da contestación a una apremiante oración. Podríamos, y deberíamos, recordar las cosas maravillosas que hemos recibido en nuestra vida y que "todas las cosas que son buenas vienen de Cristo" (Moroni 7:24). Los que recibimos abundantes bendiciones podríamos recordar el valor de aquellos que nos rodean y que enfrentan mas dificultades que nosotros pero que permanecen animados, que hacen todo lo que esta a su alcance y confían en que la Estrella Resplandeciente de la Mañana aparecerá nuevamente para ellos, como por cierto lo hará (véase Apocalipsis 22:16). Habrá ocasiones en que tendremos razón para recordar el trato cruel que se le dio, el rechazo que sufrió y la injusticia-la terrible injusticia - que padeció. Cuando nosotros enfrentemos algo 76

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semejante en la vida, podremos recordar que Cristo también estuvo atribulado por doquier, mas no angustiado; confuso, mas no desesperado; perseguido, mas no desamparado; derribado, pero no destruido (véase 2 Corintios 4:8-9). Cuando nos lleguen esas épocas difíciles, podemos recordar que Jesús tuvo que descender debajo de todo antes de ascender a lo alto, y que sufrió dolores, aflicciones y tentaciones de todas clases para estar lleno de misericordia y saber cómo socorrer a Su pueblo en sus enfermedades (véase D. y C. 88:6; Alma 7:1 1-12) . El esta allí para sostener y fortalecer a los que vacilen o tropiecen. Al final, esta allí para salvarnos, y por todo ello Él dio su vida. Por mas obscuros que parezcan nuestros días, para el Salvador del mundo han sido aun mucho mas tenebrosos. De hecho, en Su cuerpo resucitado y en toda otra forma perfecta, el Señor de esta mesa sacramental ha optado por mantener las heridas en las manos, los pies y el costado para beneficio de Sus discípulos, como señales, por así decirlo, de que aun los que son perfectos y puros pasan por trances dolorosos; señales que el dolor en este mundo no es una evidencia de que Dios no nos ama. Es el Cristo herido el que es el capitán de nuestra alma, el que todavía lleva consigo las cicatrices de Su sacrificio, las lesiones del amor, la humildad y el perdón. Son esas heridas las que El invita a ver y palpar, a viejos y jóvenes, antes y ahora (véase 3 Nefi 11:15; 18:25). Entonces recordamos con Isaías que fue por cada uno de nosotros que nuestro Maestro fue "despreciado y desechado... varón de dolores, experimentado en quebranto" (Isaías 53:3). En todo eso podríamos pensar cuando un joven presbítero arrodillado nos invita a recordar a Cristo siempre. Esta ordenanza no se realiza mas con una cena, pero continua siendo un banquete. Por medio de ella podemos adquirir la fortaleza que precisaremos para hacer frente a lo que se nos presente en la vida, y al hacerlo, demostraremos mas compasión hacia los demás a lo largo del camino. En esa noche de profunda angustia y sufrimiento, Cristo les pidió a Sus discípulos una sola cosa: que le apoyaran y se mantuvieran junto a Él en esa hora de pesar y dolor. "¿Así que no 77

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habéis podido velar conmigo una hora?", preguntó entristecido (Mateo 26:40). Yo creo que esa misma pregunta nos la hace a todos nosotros cada domingo en que se parten, bendicen y reparten los emblemas de Su vida. Jesús, en la corte celestial, mostró Su gran amor al ofrecerse a venir y ser el Salvador. (Himnos, No. 116). "Cuan asombroso es lo que dio por mí" (Himnos, No. 118). Testifico de Él, quien es el Autor de todo, y lo hago en el nombre de Jesucristo. Amen.

(Por el Elder Jeffrey R. Holland del Quórum de los Doce Apóstoles. Discurso pronunciado en la conferencia General Semestral número 165 de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los últimos Días, en la Sesión del domingo por la mañana, el 01 de octubre de 1995. desde el Tabernáculo de la Manzana del Templo, en Salt Lake City, Utah. Discurso publicado en la revista Liahona en enero de 1996, págs. 76-79.)

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¿FALSO O VERDADERO?

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ucho es lo que se ha dicho en cuanto al origen divino del Libro de Mormón, aunque siempre ha sido así desde que salió por primera vez de la vieja imprenta de E. B. Grandin, que se hallaba en el centro de Palmyra, estado de Nueva York, el 26 de marzo de 1830. Quisiera hacer referencia a un potente comentario del presidente Ezra Taft Benson: “El Libro de Mormón es la clave de [nuestro] testimonio. Al igual que el arco se derrumba si se le quita la piedra angular, así también toda la Iglesia se sostiene, o cae, sobre la base de la veracidad del Libro de Mormón. Los enemigos de la Iglesia entienden esto claramente, y ésa es la razón por la que luchan tan arduamente por tratar de desacreditar el Libro de Mormón, porque si pueden lograrlo, también desacreditarían al profeta José Smith. Lo mismo sucedería con nuestra afirmación de que poseemos las llaves del sacerdocio, y la revelación y la restauración de la Iglesia. Pero de igual manera, si el Libro de Mormón es verdadero -y millones ya han testificado que han recibido la confirmación del Espíritu de que es en realidad verdadero- no queda más que aceptar las afirmaciones de la Restauración y todo lo que se relaciona con ésta. “Sí, el Libro de Mormón es la clave de nuestra religión: la clave de nuestro testimonio, la clave de nuestra doctrina, y la clave en el testimonio de nuestro Señor y Salvador" ("El Libro de Mormón: la clave de nuestra religión", Liahona, enero de 1987, pág. 4). El escuchar a una persona tan extraordinaria decir algo tan tremendamente audaz, tan abrumador en sus ¡aplicaciones, afirmando que todo en la Iglesia -todo-, por deducción, también el relato del profeta José Smith de cómo salió el libro a luz, depende 79

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de la veracidad del Libro de Mormón, puede resultar asombroso. Me parece una situación de la que sólo se puede sacar una conclusión: o el Libro de Mormón es lo que el profeta José dijo que es, o esta Iglesia y su fundador son falsos y fraudulentos, un engaño desde el principio. No todo en la vida es tan obviamente claro, pero parece que la autenticidad del Libro de Mormón y el papel primordial que juega en nuestra creencia es exactamente eso: 0 José Smith era el Profeta que afirmaba ser, que después de ver al Padre y al Hijo vio más tarde al ángel Moroni, que oyó en repetidas ocasiones los consejos que provenían de sus labios, y que recibió después de sus manos un juego de antiguas planchas de oro que más tarde tradujo de acuerdo con el don y el poder de Dios; o no lo era. Y si no lo fue, según el comentario del presidente Benson, no tiene derecho a adjudicarse siquiera la reputación de héroe popular de Nueva Inglaterra (Estados Unidos), ni de bien intencionado jovencito ni-de autor de una novela extraordinaria. No, y no tiene derecho a que se le considere un gran maestro ni un profeta americano ni el creador de sobresaliente literatura. Si mintió en cuanto a la aparición del Libro de Mormón, por cierto no es tampoco ninguna de esas cosas. Lo que pienso en cuanto a ese asunto es lo mismo que lo que C. S. Lewis dijo en una ocasión acerca de la divinidad de Cristo: "Lo que aquí trato de hacer es evitar que alguien exprese la necedad que las personas dicen muchas veces en cuanto a Él: ...'Estoy dispuesto a aceptar a Jesús como un gran maestro de principios morales, pero no acepto Su aseveración de que es Dios'. Eso es algo que no debemos decir. El hombre común y corriente que dijera la clase de cosas que Jesús dijo no sería un gran maestro de principios morales: o sería un lunático -igual que el que se cree pájaro y piensa que puede volar- o un demonio del infierno. Es necesario decidir: o aquel hombre era, y es, el Hijo de Dios, o es un loco o algo peor. Se puede hacer callar por considerarlo un necio, se puede escupirle y matarle como a un demonio; o postrarse a Sus pies y llamarle Señor y Dios. Pero no salgamos con la tontería de que es tan sólo un gran maestro humanitario. Él no nos ha dado esa opción; ésa no fue Su 80

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¿Falso o verdadero?

intención" (Mere Christianity, Nueva York: The Macmillan Company, 1960, págs. 40-41). Lo que quiero decir es que hagamos exactamente esa misma clase de aseveración intrépida en cuanto a la restauración del Evangelio de Jesucristo y al origen divino del Libro de Mormón. Es preciso que lo hagamos; la razón y la justicia lo requieren. Aceptemos a José Smith como un Profeta y al libro como la palabra milagrosamente revelada y venerada del Señor que en realidad es, o entreguemos al infierno tanto al hombre como al libro por el devastador engaño. No obstante, no nos quedemos en un absurdo término medio en lo que respecta a las maravillosas cualidades de la imaginación de un jovencito o a su extraordinaria destreza para crear una frase literaria. Esa posición no es digna de aceptación desde el punto de vista moral, literario, histórico ni teológico. Tal como siempre ha sido la palabra de Dios -y de nuevo testifico que pura, sencilla y precisamente, eso es lo que el Libro de Mormón es- este registro es "vivo y poderoso, más cortante que una espada de dos filos, que penetra hasta partir las coyunturas y los tuétanos (D. y C. 6:2). El Libro de Morrnón es así de vivo potente para nosotros; y ciertamente es así de cortante. En toda nuestra historia y en nuestro mensaje nada se debe entender con más rapidez que nuestra firme declaración de que el Libro de Mormón es la palabra de Dios: En cuanto a este asunto, nos mantenemos inflexibles. Quisiera exponer en forma bastante clara mi posición en cuanto a José, Smith, basada en lo que concierne Libro de Mormón. Testifico con toda la certeza de mi alma que José Smith conversó con un ángel y recibió de su mano un juego de planchas antiguas de oro. Testifico de ello con tanta seguridad como si yo mismo, junto con los tres testigos, hubiera visto al ángel Moroni, y junto con los tres y los ocho testigos hubiera visto y palpa las planchas. El Libro de Mormón cambió mi vida, me reveló el Evangelio de Jesucristo ha sido restaurado y ha mantenido mi alma y mi corazón en la Iglesia. Para mí, ocupa un lugar sagrado entre toda la literatura del mundo; permanece preeminente en mi vida intelectual y espiritual, un clásico entre los clásicos, una 81

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reafirmación de la Santa Biblia, una voz del polvo, un testigo de Jesucristo, la palabra del Señor para salvación.

(Por el Élder Jeffrey R. Holland del Quórum de los Doce Apóstoles. Discurso publicado en la revista Liahona en junio de 1996 pags. 47-48.)

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UN PUÑADO DE HARINA Y UN POCO DE ACEITE

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estos hermanos que acabamos de sostener por primera vez, y a sus respectivas esposas, les damos la bienvenida al circulo de amistad de las Autoridades Generales. Debido a la gran iniquidad del rey Acab, el Señor sello los cielos por medio del profeta Elías, para que no cayera lluvia ni rocío en toda la tierra de Israel. La sequía consiguiente, y el hambre que esta sequía provoco, afectaron también al mismo Elías y a muchas otras personas fieles. Los cuervos llevaban pan y carne a Elías para que se alimentara, pero, a menos que los cuervos puedan acarrear mucho mas de lo que yo me imagino, lo que le proveían no seria precisamente un festín. Y a los pocos días se seco el arroyo de Querit, en los alrededores del cual se escondía Elías y cuyas aguas usaba para beber. Esa situación se prolongó tres años. Mientras el Profeta se preparaba para su confrontación final con Acab, Dios le mandó dirigirse al poblado de Sarepta donde, le dijo, había indicado a una mujer viuda que le diera sustento. En el estado lamentable en que se encontraba, Elías entró a la ciudad y encontró a su benefactora, quien indudablemente estaba tan débil y enflaquecida como el. Quizás casi con un tono de disculpa, el viajero sediento le pidió: "Te ruego que me traigas un poco de agua en un vaso, para que beba". Mientras la mujer iba a llevarle lo pedido, Elías agrego una solicitud aun más difícil: "Te ruego que me traigas también un bocado de pan en tu mano". La penosa situación de Elías era obvia; mas aun, la viuda había sido preparada par el Señor para aquella petición. Pero con la debilidad y el desaliento que ella misma sufría, el último ruego del Profeta fue mas de lo que la fiel mujer podía soportar. En medio de 83

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su hambre, su cansancio y su angustia maternal, respondió al extraño: "Vive Jehová tu Dios, que no tengo pan cocido; solamente un puñado de harina tengo en la tinaja, y un poco de aceite en una vasija; y ahora recogía dos leños [y esto nos da una idea de lo pequeño que seria su fogón] para entrar y prepararlo pata mi y para mi hijo, para que lo comamos, y nos dejemos morir". Pero Elías estaba cumpliendo el rnandato del Señor. El futuro de Israel -incluso el futuro de la misma viuda y su hijo-estaba en juego. Su deber profético lo hizo aun más arrojado de lo que normalmente hubiera querido ser. "Elías le dijo: No tengas temor; ve, haz como has dicho; pero hazme a mi primero de ello una pequeña torta cocida debajo de la ceniza, y tráemela; y después harás para ti y para tu hijo. "Porque Jehová Dios de Israel ha dicho así: La harina de la tinaja no escaseara, ni el aceite de la vasija disminuirá, hasta el día en que Jehová haga llover sobre la faz de la tierra". A continuación viene esta modesta expresión de fe; una fe tan grande, dada la situación, como cualquier otra que mencionen las Escrituras. El registro dice simplemente: "Entonces ella fue e hizo como le dijo Elías". Quizás insegura acerca de lo que habría de costarle su fe, no sólo a ella misma sino también a su hijo, llevo primero su pequeño pan a Elías confiando, obviamente, que si no quedaba suficiente pan, por lo menos ella y su hijo morirían en un acto de caridad pura. La historia continúa, por supuesto, hasta llegar a un final feliz para la viuda y para su hijo'. Esta mujer es similar a otra viuda a la que Cristo tanto admiró, aquella que echó sus dos blancas, o sea un cuadrante, y con eso dio mas, según dijo Jesús, que todos los que habían dado en aquel día. Lamentablemente, los nombres de ninguna de las dos mujeres se han registrado en las Escrituras, pero si llego a tener el privilegio de encontrarlas en las eternidades, me gustaría postrarme a sus pies y decirles "Gracias"', gracias por la belleza de su vida, por sus ejemplos maravillosos, por el espíritu de Dios que en su interior les inspiraba tal "amor nacido de [un] corazón limpio". 84

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Un puñado de harina y un poco de aceite

De hecho, quisiera hacer algo mas inmediato en honor de ellas esta tarde. Deseo hablar en nombre de la viuda, del huérfano, del desposeído y oprimido, del hambriento, del desamparado y del que tiene frío; deseo hablar por aquellos a quienes el Señor siempre amo, y a quienes menciono en una forma particularmente apremiante4: me gustaría hablar acerca de los pobres. Hay una ocasión especialmente vergonzosa en el Libro de Mormón, cuando un grupo de zoramitas envanecidos y poco cristianos, luego de subir al Rameúmptom y declarar su situación privilegiada ante Dios, de inmediato expulsaron a los pobres de sus sinagogas, que aquellos mismos pobres habían construido con sus propias manos; los expulsaron, dice la revelación, simplemente a causa de su pobreza. En una penetrante cita de las Escrituras que describe vívidamente las reales tribulaciones y el verdadero dolor de los despojados, dice el Libro de Mormón ". eran pobres en cuanto a las cosas del mundo, y también eran pobres de corazón". De hecho "eran pobres de corazón a causa de su pobreza en cuanto a las cosas del mundo" En directa oposición a la arrogancia y al exclusivismo que los zoramitas habían demostrado a esa gente, Amulek pronuncia un sermón conmovedor acerca de la expiación de Jesucristo. Al mismo tiempo que enseñó que el don de Cristo será "infinito y eterno", una ofrenda para cada hombre, mujer y niño a quienes toque vivir en este mundo, dio también testimonio de la misericordia que entraña ese don; describió todas las maneras y todos los sitios en que la gente debería orar a Dios pidiendo esa misericordia expiatoria, "por vuestro bienestar, así como por el bienestar de los que os rodean". Pero el discurso magistral acerca de la Expiación no ha terminado. De manera concluyente, Amulek dice lo siguiente de estas fervientes plegarias: "...no penséis que esto es todo; porque si después de haber hecho estas cosas, volvéis la espalda al indigente y al desnudo, y no visitáis al enfermo y afligido, y si no dais de vuestros bienes, si los tenéis, a los necesitados, os digo que si no hacéis ninguna de

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estas cosas, he aquí, vuestra oración es en vano y no os vale nada, y sois como los hipócritas que niegan la fe". Y si ese era el mensaje para los que tenían tan poco, ¿qué debe representar para nosotros? Amulek empleo aquí, por supuesto, la misma lógica divina que había utilizado el Rey Benjamín cincuenta años antes. Luego de enseñar al pueblo de Zarahemla acerca de la caída de Adán y de la Expiación por medio de Jesucristo, Benjamín vio que los de su congregación habían caído a tierra, al contemplarse en un estado de gran necesidad, "Y se habían visto a si mismos... aun menos que el polvo de la tierra". (No es difícil ver la diferencia de esta actitud con la de los zoramitas que subían al Rameúmptom.) "Y todos a una voz clamaron, diciendo: ¡Oh, ten misericordia, y aplica la sangre expiatoria de Cristo para que recibamos el perdón de nuestros pecados, y sean purificados nuestros corazones!". Al ver a su pueblo humilde y dispuesto a aprender, y con la misericordia más bella de las palabras en los labios de cualquier persona rey Benjamín les habla acerca de la Expiación y la remisión de los pecados "...si Dios, que os ha creado, de quien dependéis por vuestras vidas y por todo lo que tenéis y sois, os concede cuanta cosa justa le pedís con fe... ¡oh, como debéis entonces impartiros el uno al otro de vuestros bienes! ...socorreréis a los que necesiten vuestro socorro; impartiréis de vuestros bienes al necesitado; ...¿no somos todos mendigos? ¿No dependemos todos del mismo ser. si, de Dios, por todos los bienes que tenemos?" "...a fin de retener la remisión de vuestros pecados," finaliza el rey Benjamín, "... quisiera que de vuestros bienes dieseis al pobre, cada cual según lo que tuviere, tal como alimentar al hambriento, vestir al desnudo, visitar al enfermo, y ministrar para su alivio, tanto espiritual como temporalmente, según sus necesidades"9. Puede que todavía no seamos la Sión que nuestros profetas anunciaron, y hacia la cual nos encaminan todos los poetas y sacerdotes de Israel, pero anhelamos serlo y continuamos esforzándonos por lograrlo. No se si se podrá llegar a establecer plenamente una sociedad de este tipo antes de que venga el Salvador, pero si se que cuando El vino a Ios nefitas, Sus 86

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enseñanzas majestuosas y Su Espíritu ennoblecedor llevaron a una época de inmensa felicidad, una época en la cual "no había contenciones ni disputas entre ellos, y obraban rectamente unos con otros. Y tenían en común todas las cosas; por tanto, no había ricos ni pobres, esclavos ni libres, sino que todos fueron hechos libres, y participantes del don celestial''. Esta situación bendita fue alcanzada, supongo, únicamente en otra ocasión, cuando en la ciudad de Enoc "eran uno en corazón y voluntad, y vivían en rectitud; y no había pobres entre ellos" El profeta José Smith tenía una perspectiva grandiosa de nuestras posibilidades, perspectiva que recibió por medio de las revelaciones de Dios. El sabia que el verdadero objetivo era poder parecernos mas a Cristo. cuidar en la forma en que el Salvador lo hizo, amar de la manera en que El amo, "buscando cada cual el bienestar de su prójimo", dicen las Escrituras, "y haciendo todas las cosas con la mira puesta únicamente en la gloria de Dios". Esto fue lo que enseñó Jacob en el Libro de Mormón: "...después de haber obtenido una esperanza en (Cristo obtendréis riquezas, si las buscáis; y las buscaréis con el fin de hacer bien; para vestir al desnudo, alimentar al hambriento, libertar al cautivo y suministrar auxilio al enfermo y al afligido". Rindo tributo a todos ustedes, los que hacen tanto, los que se preocupan y se esfuerzan "con el fin de hacer bien". Hay muchos que son sumamente generosos y están luchando por lograr lo que necesita su familia, y aun se las arreglan para tener algo que compartir. Tal como advirtió el rey Benjamín a su pueblo, no debemos correr mas aprisa de lo que nuestras fuerzas nos permitan, y todas las cosas deben hacerse en orden. Yo les amo, y su Padre Celestial les ama por todas las cosas que están tratando de hacer. Además, se que un discurso de una conferencia general no va a cambiar los siglos de injusticia social que han asolado a la humanidad, pero se también que el Evangelio de Jesucristo tiene las respuestas a cada uno de los problemas sociales, políticos y económicos que existen en este mundo; se que cada uno de nosotros puede hacer algo, por pequeño que ese algo nos parezca; podemos pagar un diezmo honesto y dar nuestra ofrenda 87

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de ayuno y otras contribuciones de acuerdo con nuestras circunstancias; podemos buscar otras maneras de prestar ayuda. Si no tenemos dinero, podemos dar de nuestro tiempo a las causas justas y a la gente necesitada; y cuando se nos termine el tiempo, podemos ofrecer amor. Podemos compartir el pan que tenemos y confiar en que Dios hará que el aceite de la vasija no disminuya. "Y así, en sus prosperas circunstancias no les atendían a ninguno que estuviese desnudo, o que estuviese hambriento, o sediento, o enfermo, o que no hubiese sido nutrido; y no ponían el corazón en las riquezas; por consiguiente, eran generosos con todos, ora ancianos, ora jóvenes, esclavos o libres, varones o mujeres, pertenecieran o no a la Iglesia, sin hacer distinción de personas, si estaban necesitadas"15. (Cuanto se asemeja este pasaje del primer capítulo de Alma a ese milagro que fue Nauvoo! Dijo el profeta José Smith en aquella época bendita; "En cuanto a la cantidad que debe dar una persona... no tenemos instrucciones especiales... Debe alimentar al hambriento, vestir al desnudo, proveer para la viuda, enjugar la lágrima del huérfano, reconfortar al afligido, sea en esta iglesia, o en cualquier otra, o con gente que no sea de ninguna iglesia, dondequiera que los encuentre"'6. Recordemos lo que nos enseña el Libro de Mormón. Es difícil de por sí ser pobre en bienes materiales, pero el dolor más grande proviene del corazón apesadumbrado, de la esperanza marchita, de los sueños destrozados, de la angustia de los padres y de la desilusión de los hijos, cosas estas que casi siempre acompañan a la privación. Comencé mi discurso con una historia sobre harina que escaseaba; permítanme concluir con otra similar. En medio de las terribles hostilidades de Missouri, que arrojaron al Profeta a la cárcel de Liberty y echaron de sus hogares a muchos miles de Santos de los Últimos Días, la hermana Drusilla Hendricks y su esposo James, inválido y herido por los enemigos de la Iglesia en la batalla de Crooked River, llegaron con sus hijos a un pequeño 88

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cobertizo que había en Quincy, estado de Illinois, para tratar de sobrevivir la primavera de aquel fatídico año. Al cabo de dos semanas, la familia Hendricks estaba al borde de la inanición, y lo único que les quedaba era una cucharada de azúcar y una cazuela con harina de maíz. Con esto, la hermana Hendricks, siguiendo la costumbre de otras mujeres de la Iglesia, preparó unas gachas para el esposo y para los niños, haciendo así el mejor uso que pudo de los ingredientes. Cuando sus famélicos seres queridos consumieron la pequeña ofrenda, ella lavó los utensilios, limpio lo mejor posible el pequeño cobertizo y se sentó a esperar la muerte. No mucho después, el sonido de un carro la hizo ponerse de pie; era su vecino Rubin Allred, que dijo que había tenido el sentimiento de que ellos no tenían que comer, así que en camino a la ciudad había hecho moler una bolsa de harina de maíz para ellos. Muy poco después llego otro hermano, Alexander Williams, con dos bolsas de harina en los hombros. Le dijo a la hermana Hendricks que estaba muy ocupado pero que el Espíritu Ie había indicado: "la familia del hermano Hendricks esta sufriendo"~0 así que dejó todo lo que estaba haciendo, y llegó corriendo"'7. Ruego que Dios, quien nos ha bendecido a todos nosotros tan misericordiosamente, y a muchos de nosotros en forma tan abundante, pueda darnos una bendición mas: imploro que nos bendiga para poder escuchar el llanto, a menudo silencioso, de los tristes y de los afligidos, de los desvalidos, de los desposeídos y de los pobres. Que nos bendiga también para que atendamos las impresiones del Espíritu que nos indique cuando un vecino en algún sitio "este sufriendo", para entonces dejar todo lo que estemos haciendo, y acudir corriendo en su ayuda. Lo ruego en el nombre del capitán de los pobres, el Señor Jesucristo. Amen. (Por el Élder Jeffrey R. Holland del Quórum de los Doce Apóstoles. Discurso pronunciado en la conferencia General Anual número 165 de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los últimos Días, en la Sesión del sábado por la tarde, el 06 de abril de 1996. desde el Tabernáculo de la Manzana del Templo, en Salt Lake City, Utah. Discurso publicado en la revista Liahona en julio de 1996, págs. 31-33.)

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os acercamos al final de otra maravillosa conferencia general de la Iglesia. Hemos sido bendecidos con oraciones sinceras, música magnifica y enseñanzas verdaderamente inspiradas. En unos minutos, como conclusión, escucharemos el consejo de nuestro Profeta viviente y Presidente de la Iglesia, Gordon B. Hinckley. La conferencia general de esta Iglesia es una ocasión extraordinaria: es una declaración institucional de que los cielos están abiertos; de que la guía divina es tan real en la actualidad como lo fue para la antigua casa de Israel; de que Dios, nuestro Padre Celestial, nos ama y nos comunica Su voluntad por medio de un Profeta viviente. El gran profeta Isaías vio tales momentos y predijo esta misma situación en la que nos encontramos: "Acontecerá en lo postrero de los tiempos, que será confirmado el monte de la casa de Jehová como cabeza de los montes, y será exaltado sobre los collados, y correrán a el todas las naciones. "Y vendrán muchos pueblos, y dirán: Venid, y subamos al monte de Jehová, a la casa del Dios de Jacob; y nos enseñará sus caminos, y caminaremos por sus sendas. Porque de Sión saldrá la ley, y de Jerusalén la palabra de Jehová..."' De esa consoladora dirección en los Últimos Días, e incluso de su divina fuente, Isaías continua diciendo: "¡Cuan hermosos son sobre los montes los pies del que trae alegres nuevas, del que anuncia la paz!" La paz y las alegres nuevas; las alegres nuevas y la paz. Esas se encuentran entre las más grandes bendiciones que el Evangelio de Jesucristo brinda a un mundo atribulado y a las personas con inquietudes que viven en el; son soluciones a los desafíos personales y a los pecados humanos; son una fuente de fortaleza 90

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para los días de agotamiento y para las horas de genuina desesperación. Todo lo que se ha expresado en esta conferencia general así como lo que expresa La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días que la convoca proclaman que es el mismo Hijo Unigénito de Dios quien nos da esa ayuda y esperanza. Esa seguridad es "constante cual firmes montañas". El profeta Abinadí, del Libro de Mormón, lo aclaró al variar un poco la exclamación de Isaías: "¡Cuan hermosos son sobre las montañas los pies de aquel que trae buenas nuevas, que es el fundador de la paz, si, el Señor, que ha redimido a su pueblo; si, aquel que ha concedido la salvación a su pueblo! 4" Por último, es Cristo el que es hermoso sobre las montañas, y son Su misericordiosa promesa de paz en el mundo, así como Sus alegres nuevas de "vida eterna en el mundo venidero"5, las que nos hacen caer a Sus pies, llamar su nombre bendito y darle gracias por la restauración de Su Iglesia verdadera y viviente. La búsqueda de la paz es una de las búsquedas más fundamentales del alma humana. Todos tenemos altibajos, pero esos momentos vienen y por lo general se van. Nuestros amables vecinos nos ayudan, y con el hermoso sol llega el animo. Generalmente una buena noche de descanso hace maravillas, pero en la vida de todo ser humano hay ocasiones en que un profundo pesar, o sufrimiento, o temor o soledad nos hacen suplicar la paz que sólo Dios puede dar. Estos son momentos de intensa hambre espiritual cuando ni los amigos más íntimos nos pueden dar toda la ayuda que necesitemos. Entre la vasta congregación de esta conferencia, o en su barrio, en su estaca o en su propio hogar, quizás conozcan a personas valerosas que llevan cargas sumamente pesadas o que sienten un dolor privado, que caminan por los obscuros valles de tribulación de este mundo. Algunos quizás estén desesperadamente preocupados por el esposo, la esposa o el hijo, por su salud o por su felicidad, o su fidelidad en guardar los mandamientos. Algunos quizás vivan con dolor físico o emocional, o con impedimentos físicos que acompañan la edad avanzada. A algunos les preocupa cómo pagar las cuentas, y algunos sienten el dolor de la soledad 91

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que hay en una casa vacía, en un cuarto vacío, o simplemente la soledad que significa el tener los brazos vacíos. Estas personas amadas buscan al Señor y Su palabra con particular urgencia, a menudo revelando sus verdaderas emociones sólo cuando abren su libro de las Escrituras, cuando cantan himnos o cuando se ofrece una oración. A veces son esas las únicas ocasiones en que nosotros nos damos cuenta de que les faltan fuerzas para seguir adelante; están cansados mental, física y emocionalmente, y se preguntan si podrán aguantar otra semana, otro día o quizás otra hora. Necesitan desesperadamente la ayuda del Señor y saben que en esos momentos de extrema necesidad no hay otra cosa que les pueda ayudar. Así es que por lo menos uno de los propósitos de la conferencia general y de las enseñanzas de los Profetas a través del tiempo es la de decirles a esas personas que el Señor también desea darles esa ayuda; que cuando hay problemas, las esperanzas y el esfuerzo de Él superan en gran manera los nuestros y nunca cesan. Se nos ha prometido: "Ni se dormirá el que [nos] guarda... no se adormecerá"6. Cristo, Sus ángulos y Sus Profetas se esfuerzan siempre por elevar nuestro espíritu, calmar nuestros nervios y nuestro corazón, para que vayamos hacia adelante con renovada fortaleza y firmes esperanzas. Ellos desean que todos sepan que "Si Dios es por nosotros, ¿quien contra nosotros? 7" En el mundo tendremos tribulación, pero debemos ser de buen animo. Cristo ha vencido al mundo, y mediante Su sufrimiento y obediencia, ha ganado el derecho de portar la corona del "Príncipe de Paz". En ese espíritu declaramos a todo el mundo que, a fin de recibir la paz verdadera y perdurable, debemos esforzarnos por ser más semejantes al Hijo de Dios, nuestro ejemplo. Muchos de ustedes tratan de hacerlo, y les felicitamos por su obediencia, su paciencia, por depender fielmente del Señor para recibir la fortaleza que buscan y que seguramente recibirán. Algunos, por otra parte, tenemos la necesidad de hacer algunos cambios y de esforzarnos mas por vivir el Evangelio. Y si que podemos cambiar. Lo hermoso de la palabra arrepentimiento es la promesa de que se puede 92

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escapar de los viejos problemas, de los viejos hábitos, de los pesares y de los pecados. Es una de las palabras mas llenas de esperanza, animo y, si, de paz, de todo el vocabulario del Evangelio. Al buscar la verdadera paz, algunos necesitamos mejorar en lo que sea preciso mejorar, confesar lo que haya que confesar, perdonar lo que haya que perdonar y olvidar lo que se tenga que olvidar, a fin de que recibamos serenidad. Si el no cumplir con un mandamiento trae como resultado nuestro propio sufrimiento, así como el dolor a aquellas personas que nos aman, invoquemos el poder del Señor Jesucristo para ayudarnos, para liberarnos, y para guiarnos a través del arrepentimiento hasta alcanzar aquella paz "que sobrepasa todo entendimiento". Y cuando Dios nos haya perdonado, lo cual esta eternamente ansioso por hacer, ruego que tengamos el sentido certero de alejarnos de esos problemas, de dejarlos en paz, de dejar que lo pasado quede en el pasado. Si alguno de ustedes ha cometido un error, aunque sea grave, pero ha hecho todo lo posible de acuerdo con las enseñanzas del Señor y con los procedimientos establecidos de la Iglesia por confesarlo, por sentir pesar y por enmendarlo hasta donde sea posible hacerlo, entonces confíe en Dios, camine en Su luz y deje atrás esas cenizas. Alguien dijo una vez que al acercarnos al seno de Dios, lo primero que sentimos que debemos hacer es arrepentirnos. Para tener la paz verdadera, sugiero que nos acerquemos de inmediato hacia el seno de Dios, dejando atrás todo lo que infunda pesar en nuestra alma, o tristeza en la de aquellas personas que nos aman. "Apártate del mal", dicen las Escrituras, "y haz el bien"10. Íntimamente ligada a nuestra obligación de arrepentirnos esta la generosidad de permitir que otros hagan lo mismo: debemos perdonar así como somos perdonados; al hacerlo, participamos de la esencia misma de la expiación de Jesucristo. Seguramente el momento más majestuoso de ese viernes fatal, cuando la naturaleza se convulsionó y el velo del templo se rasgó, fue aquel momento indeciblemente misericordioso en el que Cristo dijo: "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen"'i. Como nuestro abogado ante el Padre, Cristo sigue haciendo hoy esa misma suplica al Padre en beneficio de ustedes y mío. 93

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En esa ocasión, como en todas las cosas, Jesús nos dio el ejemplo a seguir. La vida es demasiado corta para malgastarla abrigando rencores o llevando un registro de las ofensas en nuestra contra pero no de las bondades a nuestro favor. No queremos que Dios recuerde nuestros pecados, por lo que esta fundamentalmente mal tratar de recordar implacablemente los errores de los demás. Cuando alguien nos ha ofendido, Dios indudablemente toma en cuenta los males cometidos en nuestra contra y los motivos que hay para nuestro resentimiento, pero es obvio que cuanto más razones haya y cuantos más pretextos tengamos para sentirnos ofendidos, tantos mas motivos hay para perdonar y ser liberados del infierno destructivo de ese veneno y enojo tan ponzoñosos.12. Una de las ironías del proceso para llegar a ser dioses es que para encontrar la paz, tanto el ofendido como el ofensor deben valerse del principio del perdón. Sí, la paz es algo de gran valor, una profunda necesidad, y son muchas las cosas que podemos hacer para obtenerla, pero, por los motivos que sean, en la vida hay momentos en que la paz ininterrumpida parece eludirnos por una temporada. Podemos preguntarnos por que tenemos tales momentos, particularmente cuando tal vez estemos esforzándonos mas que nunca por ser merecedores de las bendiciones de Dios y por recibir Su ayuda. Cuando nos acosan problemas, penas y tristezas, y no parecen ser culpa nuestra, ( cómo debemos interpretar su inoportuna apariencia? Con el tiempo y la perspectiva, reconocemos que esos problemas en la vida vienen por un propósito, aunque sólo sea el de permitir que el que enfrenta tal desesperación se convenza de que realmente necesita una fuerza mayor que la suya, y que realmente necesita la ayuda que se nos ofrece del cielo. Los que no sienten necesidad de la misericordia usualmente no la procuran y casi nunca la otorgan. Los que nunca han padecido tristeza, debilidad, soledad o abandono tampoco han tenido que invocar al cielo el alivio de ese dolor tan personal. Por cierto, es mejor encontrar la bondad de Dios y la gracia de Cristo, aun a costa de la desesperación, que arriesgar el vivir nuestra vida con una 94

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satisfacción moral y material tal que nunca hayamos sentido la necesidad de la fe, ni del perdón, ni de la redención o del alivio. Una vida sin problemas o limitaciones o desafíos vida sin "oposición en todas las cosas"', como dijo Lehi aunque parezca ilógico, menos gratificadora y menos ennoblecedora que una en la que hay que enfrentar, inclusive enfrentar con frecuencia, la dificultad, la desilusión y el pesar. Como lo dijo la amada Eva, si no fuera por las dificultades que se enfrentan en un mundo caído, ni ella ni Adán ni ninguno de nosotros habríamos conocido "el gozo de nuestra redención, ni la vida eterna que Dios concede a todos los que son obedientes"14. Así que la vida tiene su oposición y sus conflictos y en el Evangelio de Jesucristo se encuentran las respuestas y la certidumbre. En una época de terrible guerra civil, uno de los lideres mas dotados que intentara mantener unida a su nación dijo algo que podría aplicarse a los matrimonios, las familias y las amistades. Mientras oraba y suplicaba por la paz y la buscaba de cualquier manera que no destruyera la unión de su país, Abraham Lincoln dijo lo siguiente en su discurso inaugural, en esos oscuros momentos por los que pasaba el país: "Aunque el furor haya extremado nuestro afecto mutuo, no debe quebrantarlo. Los recuerdos de nuestra asociación anterior restauraran el afecto que sentíamos el uno por el otro cuando nuevamente procedamos con lo más noble y santo de nuestra naturaleza"'. Lo más noble y santo de nuestra naturaleza. De eso, en gran parte, tratan la Iglesia, la conferencia general y el Evangelio de Jesucristo. La suplica de hoy, de mañana y de siempre, es que seamos mejores, más limpios, más bondadosos y santos; que busquemos la paz y que siempre seamos creyentes. En el curso de mi vida he visto personalmente la realización de la promesa de que "el Dios eterno... el cual creó los confines de la tierra... No desfallece, ni se fatiga con cansancio..." Soy un testigo de que "Él da esfuerzo al cansado, y multiplica las fuerzas..."' Yo sé que en tiempos de temor y de fatiga, "los que esperan a Jehová tendrá nuevas fuerzas; levantaran alas como las águilas; correrán, y no se cansaran; caminaran, y no se fatigarán" . Recibimos el don de tan majestuoso poder y santificación 95

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renovadora mediante la gracia redentora del Señor Jesucristo. La ha vencido al mundo, y si tomamos sobre nosotros Su nombre, caminamos en Su sendero y guardamos nuestros convenios con Él, pronto tendremos la paz. Dicha recompensa no sólo es posible; es una recompensa segura. "Porque los montes desaparecerán, y los collados serán quitados, pero mi bondad no se apartara de ti, ni será quitado el convenio de mi paz, dice el Señor que tiene misericordia de ti"18. De Él y de Sus alegres nuevas, de la publicación de Su paz en esta conferencia y en esta, Su Iglesia verdadera, y de Su Profeta viviente que ahora nos dirigirá la palabra, doy testimonio con gratitud y con gozo, en el misericordioso nombre del Señor Jesucristo. Amen.

(Por el Élder Jeffrey R. Holland del Quórum de los Doce Apóstoles. Discurso pronunciado en la conferencia General Semestral número 166 de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, en la Sesión del domingo por la tarde, el 06 de octubre de 1996. desde el Tabernáculo de la Manzana del Templo, en Salt Lake City, Utah. Discurso publicado en la revista Liahona en enero de 1997, págs. 93-95.)

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ay unas líneas que se le atribuyen al escritor Victor Hugo que dicen: "Ella rompió el pan en dos trozos y se lo dio a sus hijos, quienes lo comieron con avidez. 'No se dejó nada para ella', refunfuñó el sargento. 'Porque no tiene hambre', dijo. soldado. 'No', dijo el sargento, 'porque es madre"'. En este año en que celebramos la fe y el valor de quienes realizaron el difícil viaje en carromato a través de los estados de Iowa, Nebraska y Wyoming, deseo rendir tributo a la versión moderna de esas madres pioneras que oraron por sus bebes, los cuidaron, y en demasiadas ocasiones tuvieron que enterrarlos en el camino. A las mujeres que me escuchan que desean de todo corazón ser madres y no lo son, les digo que no obstante las lágrimas que ustedes y nosotros derramemos por ello, sabemos que Dios, en algún día venidero, traerá esperanza al desolado corazón'(1). Tal como los Profetas han enseñado en repetidas ocasiones desde este púlpito, a fin de cuentas "ninguna bendición [les] será retenida" a los fieles, aun cuando esas bendiciones no se reciban inmediatamente(2). Mientras tanto, nos regocijamos de que el llamado de criar hijos no se limita sólo a los de nuestra propia sangre. Al hablar de las madres no es mi intención menoscabar la función decisiva y urgente de los padres, especialmente porque algunos consideran la falta del padre en el hogar contemporáneo como "el principal problema social de nuestra época"(3). En verdad, la falta del padre puede ser un problema aun en el hogar en que haya un padre presente, si come y duerme allí, pero no forma parte del núcleo familiar. Pero ese es un mensaje para el sacerdocio del

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cual se hablara en n otro momento. Hoy deseo elogiar las manos maternas que han mecido la cuna del niño y que, por haber enseñado rectitud a sus pequeños, se hallan en el centro mismo del propósito que el Señor tiene para nosotros en la vida mortal. Con este mensaje hago eco de lo que Pablo escribió cuando alabó de Timoteo su "fe no fingida... la cual habitó primero" dijo el, "en tu abuela Loida, y en tu madre Eunice"(4). "Desde la niñez", dijo Pablo, "has sabido las Sagradas Escrituras"(5). Damos gracias por todas las madres y abuelas de quienes se han aprendido esas verdades desde una tierna edad. Al hablar de las madres en general, deseo en especial elogiar y alentar a las madres jóvenes. La labor de una madre es ardua y muchas veces pasa desapercibida. Los primeros años son con frecuencia aquellos en que el esposo o la esposa, o ambos, se encuentran todavía estudiando o en esas primeras etapas de escasez en que el marido aprende la forma de ganarse el sustento. La economía familiar fluctúa diariamente entre poco y nada. Por lo general, la decoración del departamento se compone de uno o dos diseños: el de las tiendas de segunda mano o "a lo vacío". El automóvil, si tienen, anda con las llantas lisas y el tanque vacío. Sin embargo, a menudo el problema más grande que enfrenta una joven madre que de noche tiene que alimentar al bebe o atenderlo porque le están saliendo los dientes, es la fatiga. En el transcurso de esos años, las madres hacen mas con menos descanso y dan mas a los demás, con menor recompensa, que ningún otro grupo del que yo tenga conocimiento, en cualquier otra etapa de la vida. No es de sorprenderse que tengan enormes ojeras. La ironía, claro esta, es que con frecuencia es ella a quien deseamos llamar, o necesitamos llamar, para servir en las organizaciones auxiliares de barrio y de estaca. Eso es comprensible. ¿Quién no desea la influencia ejemplar de esas Loidas y Eunices en formación? Pero seamos todos sabios. Recuerden que las familias son lo más importante de todo, especialmente en esos años formativos, y de todas maneras las madres jóvenes se las arreglaran magníficamente para servir

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fielmente en la Iglesia, así como otros les prestan servicio y las fortalecen a ellas y a sus familias. Pongan su mejor esfuerzo durante esos atareados años, pero hagan lo que hagan, valoren esa función tan exclusivamente suya y por la cual el mismo cielo envía ángeles para velar por ustedes y sus pequeños. Esposos, en especial los esposos, al igual que los lideres de la Iglesia y los amigos de todas partes sean serviciales, sensibles y prudentes. Recuerden que "todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora"(6). Madres, nosotros reconocemos y apreciamos su "fe en cada paso". Por favor, sepan que su esfuerzo valió, vale y para siempre valdrá la pena. Y si por alguna razón están haciendo ese valeroso esfuerzo a solas, sin un marido a su lado, entonces serán más fervientes nuestras oraciones por ustedes y más resuelta nuestra determinación para extenderles una mano de ayuda. Hace poco una joven madre me escribió diciéndome que su angustia parecía tener tres orígenes. Uno era que cada vez que escuchaba un discurso sobre la maternidad en la Iglesia, se preocupaba porque sentía que no estaba a la altura de lo que se esperaba de ella o que iba a ser incapaz de llevar a cabo la labor. Segundo, sentía que el mundo esperaba que ella enseñara a los hijos lectura, escritura, decoración de interiores, latín, calculo integral y la red Internet, todo antes de que el bebe siquiera balbuceara. Tercero, muchas veces sentía que la gente la trataba con aire condescendiente, casi siempre sin proponérselo, ya que el consejo e incluso los elogios que ella recibía parecían no reflejar la inversión mental, el esfuerzo espiritual y emocional, las exigencias intensas de toda la noche y todo el día que agotan la energía pero que a veces son necesarias si uno desea y trata de ser la madre que Dios espera que sea. Pero dijo que había una cosa que la hacia seguir adelante. Según dijo: "A través de los altibajos y de las lágrimas que en ocasiones he derramado, sé muy dentro de mí que estoy llevando a cabo la obra de Dios. Sé que por medio de la maternidad participo con Él en una asociación eterna. Me conmueve pro fundamente que Dios considere la paternidad como su máxima finalidad y satisfacción, aun cuando algunos de Sus hijos le hagan llorar. 99

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"Es esa comprensión", dice, "la que trato de recordar durante esos inevitables días difíciles cuando todo esto cosas me abruma tanto. Quizá sea precisamente nuestra incapacidad e inquietud las que nos instan a acercarnos a Él y a intensificar Su facultad para acercarse a Su vez a nosotros. Es posible que Él tenga la secreta esperanza de que sintamos inquietud y que supliquemos humildemente Su ayuda. Creo que entonces El podrá enseñar a esos niños directamente, por nuestro intermedio, sin que opongamos resistencia. Esa idea me gusta y me brinda esperanza", concluye. "Si vivo con rectitud delante de mi Padre Celestial, tal vez la guía que Él les de a nuestros hijos no sea obstruida. Acaso entonces pueda llevarse a cabo Su obra y Su gloria en el verdadero sentido de la palabra"(7). En vista de esa expresión, esta claro que algunas de esas grandes ojeras no provienen solamente del cambio de panales y de ser el chofer de los niños, sino de algunas noches en vela haciendo una evaluación del alma, buscando con ansias alcanzar la capacidad de criar a esos hijos para que lleguen a ser lo que Dios desea que sean. Conmovido ante esa devoción y determinación, quisiera decirles a todas las madres, en el nombre del Señor Ustedes son magnificas. Están haciendo una excelente labor. El solo hecho de que se les haya dado esa responsabilidad es una evidencia eterna de la confianza que el Padre Celestial tiene en ustedes. Él sabe que el dar a luz no las pone inmediatamente dentro del circulo de los omniscientes. Si ustedes y sus esposos se esfuerzan por amar a Dios y vivir el Evangelio; si ruegan por la guía y el consuelo del Santo Espíritu que se ha prometido a los fieles; si van al templo tanto para hacer como para reclamar las promesas de los convenios más sagrados que un hombre o una mujer puedan hacer en este mundo; si demuestran a los demás, incluyendo a sus hijos, el mismo amor, compasión y perdón que desean que el cielo les conceda; si hacen lo que este a su alcance por ser buenos padres, habrán hecho todo lo humanamente posible y todo lo que Dios espera que hagan. En ocasiones, la decisión que toma un hijo o nieto les romperá el corazón. Algunas veces, lo que deseamos no se cumple inmediatamente. Todo padre y madre se preocupa por eso. Aun el 100

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presidente Joseph F. Smith, que fue un amoroso y extraordinario padre, rogó: "¡Oh Dios, no permitas que pierda a los míos!"(8). Ese es el ruego de todo padre y también su temor. Pero nadie que continua esforzándose y orando ha fracasado. Ustedes tienen todo el derecho de recibir aliento y de saber que al final sus hijos bendecirán su nombre, al igual que las anteriores generaciones de madres, que tuvieron las mismas esperanzas y los mismos temores. De ustedes es la grandiosa tradición de Eva, la madre de toda la familia humana, que comprendió que ella y Adán tenían que caer "para que los hombres [y las mujeres] existiesen"(9) y para que hubiera gozo. Suya es la grandiosa tradición de Sara, de Rebeca y de Raquel. Sin ellas no hubieran existido esas extraordinarias promesas patriarcales dadas a Abraham, Isaac y Jacob que nos bendicen a todos. También la grandiosa tradición de Loida y Eunice y de las madres de los dos mil jóvenes guerreros, y la extraordinaria tradición de María, quien fuera elegida y preordenada desde antes que el mundo fuese para concebir, llevar en su vientre y dar a luz al Hijo del mismo Dios, les pertenece. A todas ustedes les damos las gracias, incluso a nuestras propias madres, y les decimos que no hay nada más importante en este mundo que el participar tan directamente en la obra y la gloria de Dios, al brindar la mortalidad y la vida terrenal a Sus hijos, para que la inmortalidad y la vida eterna puedan lograrse en los reinos celestiales. Cuando se acercan al Señor con mansedumbre y humildad de corazón y, como dijo una madre, "golpean a la puerta de los cielos para pedir, para rogar, para exigir guía, sabiduría y ayuda para realizar esa labor maravillosa", la puerta se abre de par en par para proporcionarles la influencia y la ayuda de toda la eternidad. Reclamen las promesas del Salvador. Pidan el bálsamo sanador de la Expiación para cualquier problema que tengan ustedes o sus hijos. Sepan que con fe las cosas se pueden arreglar a pesar de ustedes, o mejor dicho, por causa de ustedes. Es imposible lograrlo solas, pero tienen quien les ayude. El Maestro de los cielos y la tierra les bendecirá; Él, que resueltamente busca a la oveja perdida, que barre con diligencia 101

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en busca de la moneda perdida y que espera eternamente el regreso del hijo prodigo. De ustedes es la obra de salvación y por consiguiente serán magnificadas, recompensadas, serán hechas mas de lo que son y de lo que jamás hayan sido al esforzarse honradamente, no obstante lo inadecuado que algunas veces piensen que es ese esfuerzo. Recuerden todos los días de su maternidad: "He aquí... no habéis llegado hasta aquí sino por la palabra de Cristo, con fe inquebrantable en el, confiando íntegramente en los méritos de aquel que es poderoso para salvar"(10). Confíen en El plenamente y para siempre. Y sigan "adelante con firmeza en Cristo, teniendo un fulgor perfecto de esperanza"(11). Están haciendo la obra de Dios y la están haciendo maravillosamente bien. Él las bendice y las bendecirá, aun y especialmente, en los días y las noches más difíciles. Al igual que la mujer que en forma anónima, con humildad, quizá incluso con titubeo y vergüenza, se abrió paso entre la multitud para tocar solamente el borde del manto del Maestro, Cristo les dirá a las mujeres que se preocupan, dudan o a veces lloran debido a la responsabilidad que tienen como madres: "Ten animo, hija; tu fe te ha salvado"(12. Y esa fe salvara también a sus hijos. En el sagrado y santo nombre del Señor Jesucristo. Amén.

(Por el Élder Jeffrey R. Holland del Quórum de los Doce Apóstoles. Discurso pronunciado en la conferencia General Anual número 167 de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, en la Sesión del sábado por la tarde, el 05 de abril de 1997. desde el Tabernáculo de la Manzana del Templo, en Salt Lake City, Utah. Discurso publicado en la revista Liahona en julio de 1997, págs. 38-40.)

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ace un tiempo, lei una composición que hablaba del "hambre metafísica"' que hay en el mundo. El autor insinuaba que el alma del hombre y de la mujer se estaba muriendo, por así decirlo, debido a la carencia de alimento espiritual en la actualidad. Esa frase, "hambre metafísico", acudió otra vez a mi mente el mes pasado al leer los numerosos y bien merecidos tributos otorgados a la Madre Teresa, de Calcuta. Un corresponsal aludió a la ocasión en que ella dijo que no obstante lo severo y doloroso que era el hambre físico en nuestros días habiendo dedicado casi toda su vida a mitigarlo aun así, ella creía que la falta de fortaleza espiritual, la escasez de alimento espiritual, era incluso un hombre más horrendo en el mundo de hoy. Esas observaciones me hicieron recordar la temible profecía del profeta Amós, quien dijo hace tiempo: "He aqui vienen dias, dice Jehova el Señor, en los cuales enviare hambre a la tierra, no hambre de pan, ni sed de agua, sino de oir la palabra de Jehova"2. A medida que el mundo avanza perezosamente hacia el siglo veintiuno, muchos añoran algo y a veces lo piden a gritos, pero con demasiada frecuencia no saben con certeza lo que quieren. La situación económica del mundo, hablando en sentido general y no especifico, probablemente sea mejor que en cualquier otra época de la historia, pero el corazón humano aun esta intranquilo y muchas veces agobiado con demasiado estrés. Vivimos en la "era de la información", en la cual tenemos, literalmente al alcance de la mano, un mundo lleno de datos; no obstante, para muchas personas, el significado de esa información y la satisfacción que viene de utilizar el conocimiento en algún contexto moral parecen estar cada vez mas alejados que nunca. El precio de edificar en cimientos tan inciertos es demasiado alto: 103

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muchas vidas se es tan derrumbando cuando llegan las tormentas y rugen los vientos3. Casi por todos lados vemos a aquellos que no están satisfechos con las comodidades que tienen debido al temor constante de que otros, en alguna parte, tengan mas que ellos. En un mundo que tan desesperadamente necesita un liderazgo moral, con demasiada frecuencia vemos a lo que Pablo se refirió como la maldad espiritual en lugares elevados4. De manera absolutamente aterradora, vemos a muchos que dicen que están aburridos de sus cónyuges, de sus hijos y de cualquier sentido de responsabilidad matrimonial o paternal que tengan hacia ellos. Y hay otros que, yendo a toda velocidad por el camino sin salida de los placeres físicos, exclaman que ellos de verdad vivirán solo de pan, y que cuanto más tengan, mejor. Lo sabemos por una fuente fidedigna, de hecho, del Verbo mismo, que el pan solo aunque sea mucho no es suficiente. Durante el ministerio del Salvador en Galilea, Él reprendió a aquellos que se habían enterado de que Él había dado de comer a los cinco mil con solo cinco hogazas de pan y dos pescados, y que ahora acudían a Él para que también les diera de comer gratis. Ese alimento, no obstante que era esencial, era secundario en comparación con la verdadera nutrición que El trataba de darles. "Vuestros padres comieron el mana en el desierto, y murieron", les exhorto. "Yo soy el pan vivo que descendió del cielo; si alguno comiere de este pan, vivira para siempre". Pero esa no era la comida por la que habían venido, y el registro dice: "Desde entonces muchos de sus discipulos volvieron atras, y ya no andaban con el"6. Ese breve relato expresa hasta cierto grado el peligro de nuestros días. Y es que con nuestro actual éxito y conocimiento avanzado, nosotros, también, quizás nos alejemos del vitalmente crucial pan de vida eterna; tal vez en realidad elijamos estar espiritualmente mal nutridos, entregandonos intencionalmente a cierta clase de anorexia espiritual. Quizás, al igual que los pueriles galileos de antaño, le hagamos el desaire al sustento divino que pongan frente a nosotros. Naturalmente, la tragedia de aquel entonces, como la

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de ahora, es que un día. tal como el Señor mismo lo ha dicho, "a la hora en que menos lo penséis, el verano habrá pasado y la siega habrá terminado", sólo para descubrir que " [nuestras] almas [están] sin salvar"7. Me he preguntado esta mañana si entre los que me escuchan hay alguno que piense que el o ella o sus seres queridos están demasiado ocupados en las cosas triviales, están en busca de algo más substancial y pre guntan, junto con el joven prospero de las Escrituras: "lQue mas me falta?"8. Me he preguntado si esta mañana alguien ha estado "errante de mar a mar", corriendo "desde el norte hasta el oriente"9 como dijo el profeta Amos, fatigado por el acelerado ritmo de la vida o por tratar de igualar el nivel de vida que llevan los vecinos antes de que estos tengan que sacar otro préstamo para pagar sus deudas. Me pregunto si personas como estas están escuchando la conferencia con la esperanza de encontrar la respuesta a un problema sumamente personal o para recibir esclarecimiento con respecto a las dudas mas serias de su corazón. Tales problemas o preguntas tal vez tengan que ver con el matrimonio, la familia, los amigos, la salud, la paz o la obvia carencia de esas preciadas posesiones. Es a esas personas que buscan soluciones a sus problemas a quienes deseo dirigirme esta mañana. Sin importar donde vivan, la edad que tengan o la situación en que se encuentren, les declaro que mediante Su Hijo Unigénito, Dios ha quitado el hambre al que Amós hizo referencia. Testifico que el Señor Jesucristo es el Pan de Vida y la Fuente de Agua Viva que salta para vida eterna. Declaro a aquellos que son miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, y especialmente a aquellos que no lo son, que nuestro Padre Celestial y Su amado Hijo Primogénito si aparecieron al joven profeta José Smith y restauraron la luz y la vida, la esperanza y la dirección a un mundo extraviado, un mundo lleno de personas que se preguntan: "iDonde esta la esperanza? ¿Dónde esta la paz? iCual sendero debo seguir? lQue camino he de seguir?". A pesar de los caminos que se hayan tomado o no se hayan tomado, esta mañana deseamos ofrecerles "el camino, y la verdad, 105

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y la vida"'°. Los invitamos a experimentar la avent ura de los primeros discípulos de Cristo, quienes también añoraban el pan de vida, de aquellos que no se alejaron de El, sino que permanecieron con El, y quienes reconocieron que, para tener seguridad y salvación, no había ningún otro a quien pudieran ir jamás". Recordaran que cuando Andrés y otro discípulo, probablemente Juan, oyeron por primera vez a Cristo, se sintieron tan conmovidos y atraídos hacia Jesús que lo siguieron cuando El se alejó de la multitud. Al darse cuenta de que le seguían, Cristo se volvió y les preguntó: "iQue buscáis?"'2. Otras traducciones lo han interpretado simplemente como "iQue deseáis?" Ellos respondieron: " ¿ Dónde moras? " O " ¿ Dónde vives?". Cristo sólo dijo: "Venid y ved''l3. En breve, El formalmente llamo a Pedro y a otros Apóstoles nuevos extendiéndoles la misma invitación y diciéndoles: "Venid en pos de mi"l4. Parecería que la esencia de nuestra jornada terrenal y que las respuestas a las preguntas más importantes de la vida quedan comprendidas en estos dos breves elementos de los primeros acontecimientos del ministerio terrenal del Salvador. Uno de ellos es la pregunta que se hace a cada uno de los que vivimos en esta tierra "dique buscáis? iQue deseáis?". El segundo elemento es la forma en que Cristo responde a nuestra respuesta, no importa cómo hayamos respondido. Quienquiera que seamos y cualquiera sea nuestra contestación, la respuesta de Él es siempre la misma: "Venid", dice con amor. "Venid en pos de mí". A dondequiera que vayas, primeramente ven y ve lo que yo hago, en dónde y cómo paso mi tiempo; aprende de Mí, camina conmigo, habla conmigo y ctee. Escúchame orar, y encontraras respuesta a tus propias oraciones. Dios dará descanso a tu alma. Ven, sígueme. Al unísono y de común acuerdo, nosotros testificamos que el Evangelio de Jesucristo es el único medio para satisfacer el monumental hambre espiritual y saciar la enorme sed espiritual. Únicamente Aquel que fue mortalmente herido sabe cómo sanar nuestras heridas de hoy; sólo Aquel que estaba con Dios, y que era Dios'5, puede dar respuesta a las preguntas mas serias y urgentes de nuestra alma. Sólo Sus brazos todopoderosos habrían 106

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podido abrir las puertas de la prisión de la muerte, que de otro modo nos habrían tenido cautivos para siempre. Únicamente sobre Sus hombros triunfantes podremos entrar en la gloria celestial, si tan sólo elegimos hacerlo a través de nuestra fidelidad. A aquellos que tal vez piensen que de alguna forma hayan perdido su lugar a la mesa del Señor, les decimos otra vez, junto con el profeta José Smith, que Dios tiene "una disposición para perdonar''l6, que Cristo es "misericordioso y piadoso, lento para la ira, lleno de longanimidad y comprensión" 17. Siempre me ha gustado que cuando Mateo registra el gran mandato de Jesús: "Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que esta en los cielos es perfecto"'8, Lucas añade el comentario adicional del Salvador: "Sed, pues, misericordiosos, como tambicn vuestro Padre es misericordioso"'9, como para insinuar que la misericordia es por lo menos un sinonimo de la perfección que Dios tiene y la cual debemos esforzarnos por lograr. La misericordia, con la virtud hermana del perdón, es el núcleo mismo de la expiación de Jesucristo y del eterno plan de salvación. Todo en el Evangelio nos enseña que podemos cambiar si es necesario que lo hagamos, que podemos recibir ayuda si en verdad la deseamos, que podemos ser sanados cualesquiera que hayan sido los problemas del pasado. Ahora bien, si se sienten demasiado débiles espiritualmente para participar del manjar del Señor, por favor recuerden que la Iglesia no es un monasterio para personas perfectas, aunque todos deberíamos esforzarnos por ir por el camino de la rectitud. No, por lo menos un aspecto de la Iglesia se parece mas a un hospital o a una estación de auxilio, provisto para aquellos que están enfermos y quieren recuperarse, donde uno puede recibir una infusión de alimento espiritual y un abastecimiento de agua viva a fin de seguir adelante. A pesar de las tribulaciones de la vida y de cuan alarmante nos parezca el futuro, testifico que contamos con ayuda para el trayecto: tenemos el Pan de Vida Eterna y la Fuente de Agua Viva. Cristo ha vencido al mundo nuestro mundo y Su don para nosotros es la paz ahora y la exaltación en el mundo venidero.

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El requisito fundamental es tener fe en Él y seguirle... para siempre. Cuando nos exhorta a andar en Sus caminos y en Su luz, es porque La ha andado por ellos antes, haciendo que sean seguros para nosotros. Él sabe dónde están las piedras afiladas y de tropiezo, donde están los peores cardos y espinos. Él sabe dónde es peligroso el camino y que rumbo debemos seguir cuando haya una bifurcación y caiga la noche. Él sabe todo eso, como dice Alma en el Libro de Mormón, porque ha sufrido "dolores, aflicciones y tentaciones de todas clases... para que... sepa cómo socorrer a los de su pueblo, de acuerdo con las enfermedades de ellos"2'. "Socorrer" significa literalmente "correr hacia". Testifico que en mis temores y debilidades, el Salvador por cierto ha corrido hacia mí. Nunca podré agradecerle lo suficiente Su misericordia y cuidado. El presidente George Q. Cannon dijo en una ocasión: "No importa cuan duras sean las pruebas, cuan profunda la congoja, cuan grande la aflicción, [Dios] jamás nos desamo parara; nunca lo ha hecho y nunca lo hara. No puede hacerlo, ya que va en contra de Su naturaleza. Es un Ser inmutable... Él nos sostendrá. Tal vez pasemos por el fuego purificador, por aguas profundas, pero no seremos consumidos ni vencidos. De todas estas pruebas y dificultades saldremos mejores y más puros, si tan sólo confiamos en nuestro Dios y guardamos Sus mandamientos"22. Aquellos que reciban al Señor Jesucristo como la fuente de su salvación siempre descansaran en delicados pastos no importa cuan árido y desolado haya sido el invierno. Y las aguas que los refresquen siempre serán aguas de reposo no importa cuan turbulentas sean las tormentas de la vida. Al andar por Sus senderos de justicia, confortara para siempre nuestras almas, y aunque ese sendero nos lleve, tal como a Él, por el valle mismo de la sombra de muerte, aun así no temeremos mal alguno. La vara de Su sacerdocio y el cayado de Su espíritu siempre nos consolaran. Y cuando, durante nuestros esfuerzos, nos de hambre y sed, Él nos preparara un verdadero manjar, aun en presencia de nuestros enemigos contemporáneos entre los cuales podrían contarse el temor o los problemas familiares, enfermedad o penas personales de cientos de clases diferentes. En un acto culminante 108

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de compasión, en esa cena Él unge nuestra cabeza con aceite y pronuncia una bendición de fortaleza para nuestra alma. Nuestra copa rebosa con Su bondad y nuestras lagrimas rebosan de gozo. Lloramos al saber que tal bondad y misericordia nos seguirán todos los días de nuestra vida, y que, si así lo deseamos, moraremos en la casa del Señor para siempre. Esta mañana ruego que todos los que tengan esta clase de hambre y sed, y que a veces anden errantes, oigan esta invitación de Aquel que es el Pan de Vida, la Fuente de Agua Viva, el Buen Pastor de todos nosotros, el Hijo de Dios: "Venid a mi todos los que estáis trabajados y cargados... y hallareis descanso para vuestras almas"24. En verdad a "los hambrientos colm[a] de bienes", tal como lo testificó Maria, su propia madre25. Vengan a saciarse a la mesa del Señor en lo que testifico es Su Iglesia verdadera y viviente, dirigida por un Profeta verdadero y viviente, el presidente Gordon B. Hinckley, a quien tendremos ahora el placer de escuchar. Ruego por estas bendiciones y doy testimonio de estas verdades en el sagrado y santo nombre del Señor Jesucristo. Amen.

(Por el Elder Jeffrey R. Holland del Quórum de los Doce Apóstoles. Discurso pronunciado en la conferencia General Semestral número 167 de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los últimos Días, en la Sesión del domingo por la mañana, el 05 de octubre de 1997. desde el Tabernáculo de la Manzana del Templo, en Salt Lake City, Utah. Discurso publicado en la revista Liahona en enero de 199, págs. 75-78.)

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uando Nicodemo acudió a Jesús en sus primeros días del ministerio del Salvador, habló en nombre de todos nosotros cuando dijo: "Rabí, sabemos que has venido de Dios como maestro"'. Cristo fue, por cierto, mucho más que un maestro; Él era el Hijo mismo de Dios, el Santo del plan eterno del Evangelio, el Salvador y el Redentor del mundo. Sin embargo, Nicodemo estaba empezando de la misma manera que ustedes y yo lo hicimos, de la forma que lo hace cualquier niño, joven o nuevo converso: al reconocer y responder a un maestro emotivo que nos llega a los sentimientos más profundos del corazón. En meses recientes, el presidente Gordon B. Hinckley nos ha exhortado a retener a nuestros miembros en la Iglesia, en especial al nuevo converso. Al extender este llamado, el presidente Hinckley nos hizo presente que para permanecer firmes en la fe todos necesitamos por lo menos tres cosas: un amigo, una responsabilidad y el ser nutridos "por la buena palabra de Dios"2. La enseñanza inspirada, tanto en el hogar como en la Iglesia, sirve para proporcionar este elemento básico del ser nutridos "por la buena palabra de Dios". Estamos tan agradecidos por todos aquellos que imparten enseñanza. Los amamos y los apreciamos más de lo que nos es posible expresar. Confiamos mucho en ustedes. El enseñar con eficacia y el sentir que se está surtiendo efecto es en verdad una tarea muy difícil; pero vale la pena. No hay "llamamiento más importante"3 que podamos recibir. Por cierto que en todas partes existe la oportunidad de magnificar ese llamamiento; la necesidad de que se lleve a cabo es eterna. Padres, madres, hermanos, amigos, misioneros, maestros orientadores y maestras visitantes, líderes del sacerdocio y de las organizaciones auxiliares, maestros de clase, cada uno es, a su 110

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propia manera, "venido de Dios" para nuestra instrucción y nuestra salvación. En esta Iglesia, es casi imposible encontrar a alguien que no sea un cierto tipo de guía para con los miembros del rebaño. No es de extrañar que Pablo escribiera en sus epístolas: "...puso Dios en la iglesia, primeramente apóstoles, luego profetas, lo tercero maestros..."4. El que cada uno de nosotros "ven[ga] a Cristo"5, guarde Sus mandamientos y siga Su ejemplo para volver a la presencia del Padre es en verdad el propósito más sublime y sagrado de la existencia humana. El ayudar a los demás a lograr eso también-el enseñar, persuadir y conducirlos con fervor a que anden también por el sendero de la redención-en verdad debe ser la segunda tarea más importante de nuestra vida. Tal vez esa sea la razón por la que el presidente David 0. McKay una vez dijo: "La responsabilidad más grande que puede tener un hombre [o una mujer] es la de ser maestro de los hijos de Dios"6. De hecho, todos nos parecemos un poco al etíope a quien Felipe fue enviado a ver. Al igual que él, tal vez sepamos lo suficiente como para ir en busca de la religión; quizás dediquemos bastante tiempo al estudio de las Escrituras, y quizás aún estemos dispuestos a sacrificar nuestros tesoros terrenales; pero sin suficiente instrucción, es posible que pasemos por alto el significado de todo esto, así como los requisitos que aún yacen ante nosotros. De manera que al igual que este hombre de gran autoridad, nosotros exclamamos: "¿Y cómo [podremos comprender] si [algún maestro] no [nos] enseñare?"7. El apóstol Pablo enseñó: "porque todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo. [Pero] ¿Cómo, pues, invocarán a aquel en el cual no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído?...k¿ fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios"8. En una época en la que el Profeta está solicitando más fe por medio del oír la palabra de Dios, debemos dar ímpetu a la buena enseñanza y darle un lugar preeminente en la Iglesia, en el hogar, desde el púlpito, en nuestras reuniones administrativas y por cierto en el salón de clases. La enseñanza inspirada jamás debe llegar a ser un arte perdido en la Iglesia, y debemos

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asegurarnos que nuestra búsqueda de la misma no se convierta en una tradición perdida. El presidente Spencer W. Kimball una vez imploró: "Presidentes de estaca, obispos y presidentes de rama: les ruego que tengan un interés especial en mejorar la calidad de la enseñanza en la Iglesia... Temo que, muy a menudo, muchos de nuestros miembros van a la Iglesia, se sientan durante toda una clase o reunión y regresan a sus hogares [casi sin haber recibido inspiración]. Es muy triste", dijo él, "cuando esto ocurre en un tiempo de angustia, tentación o crisis. Todos tenemos necesidad de ser conmovidos por el Espíritu y de ser nutridos por él, y la enseñanza eficaz es una de las maneras más importantes para que esto suceda. A veces trabajamos incansablemente para traer miembros a la Iglesia pero después no velamos debidamente para ver qué es lo que reciben cuando ingresan a ella"9. En cuanto a este tema, el mismo presidente Hinckley ha dicho que "la enseñanza eficaz es la esencia misma del liderazgo en la Iglesia". [Permítanme repetir esas palabras]: La enseñanza eficaz es la esencia misma del liderazgo en la Iglesia. "La vida eterna", dice él, "se logrará únicamente cuando a los hombres y a las mujeres se les enseñe con tal eficacia que lleguen a cambiar y a disciplinar su vida. No se les puede obligar a ser rectos o a que deseen ir al cielo; se les debe guiar, y eso significa impartir enseñanza"10. Entre las últimas palabras que el Salvador dijo a Sus discípulos y entre las primeras que nos dice a nosotros hoy en día están éstas: "Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones... enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo"". El Cristo resucitado, poco antes de ascender, dijo a Pedro, el líder apostólico de la Iglesia: "Apacienta mis corderos... Pastorea mis ovejas... Sígueme"12. En todo esto, debemos tener presente que el consejo que el Señor ha dado a la Iglesia nunca ha sido más firme, y es que debemos enseñar el Evangelio "por el Espíritu, sí, el Consolador que fue enviado para enseñar la verdad". La ha preguntado: ¿ Enseñamos el Evangelio "por el Espíritu de

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verdad", o lo enseñamos "de alguna otra manera? Y si es de alguna otra manera," amonesta Él, "no es de Dios"13. En palabras que hacen eco a otros mandamientos, Él ha dicho: "...si no recibís el Espíritu, no enseñaréis"14. No se puede llevar a cabo ningún aprendizaje eterno sin la motivación del Espíritu de los cielos. En calidad de padres, maestros y líderes, todos debemos hacer frente a nuestras tareas de la misma forma que Moisés le hizo frente a la Tierra Prometida. Ya que sabía que no podía lograr el éxito de ninguna otra manera, Moisés le dijo a Jehová: "Si tu presencia no ha de ir conmigo, no nos saques de aquí". Eso es lo que nuestros miembros en realidad desean cuando se congregan en una reunión o entran en un salón de clases. La mayoría de la gente no va a la Iglesia únicamente para buscar unos cuantos conceptos nuevos del Evangelio o para ver a viejos amigos, aunque ambas cosas son importantes; van en busca de una experiencia espiritual; desean paz; desean que su fe sea fortalecida y que su esperanza sea renovada; en una palabra, desean ser nutridos "por la buena palabra de Dios", para ser fortalecidos por los poderes del cielo. Aquellos de nosotros que seamos llamados a tomar la palabra, a enseñar o a dirigir tenemos la obligación de proporcionar eso, de la mejor manera posible. Únicamente podemos lograrlo si nosotros mismos nos esforzamos por conocer a Dios, si nosotros mismos buscamos continuamente la luz de Su Hijo Unigénito. Luego, si nuestro corazón está en paz, si somos lo más puro que podamos ser. si hemos orado, llorado, si nos hemos preparado y preocupado hasta el grado de que no sepamos qué más hacer, Dios nos podrá decir, tal como lo hizo con Alma y los hijos de Mosíah: "...levanta la cabeza y regocíjate... y os daré el éxito"'6. Tenemos una preocupación legítima en cuanto a los miembros nuevos y deseamos que cada uno de ellos permanezca con nosotros y goce de las bendiciones de la Iglesia en su plenitud. Soy lo suficientemente sencillo como para pensar que si continuamos enseñándoles, con las mismas cualidades divinas en lo referente a espíritu, convicción, doctrina e interés personal que los misioneros les han demostrado, los nuevos conversos no sólo 113

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permanecerán con nosotros, sino que, en un sentido literal, no se les podrá mantener alejados. La necesidad de que se continúe esa buena enseñanza es obvia; en tiempos como éstos, todos tenemos necesidad de lo que Mormón llamó "la virtud de la palabra de Dios" porque "había surtido un efecto más potente en la mente del pueblo que la espada o cualquier otra cosa que les había acontecido"17. Cuando surjan crisis en nuestra vida-y lo harán-las filosofías de los hombres, mezcladas con algunas Escrituras y poemas, simplemente no serán suficientes. ¿Estamos en verdad enseñando a nuestros jóvenes y a nuestros miembros de tal modo que eso les sirva de sostén cuando lleguen los reveses de la vida? ¿O les estamos dando una golosina teológica, o calorías espiritualmente vacías? En una ocasión, el presidente John Taylor llamó a esa clase de enseñanza "espuma frita", lo que uno podría comer todo el día y terminar sintiéndose totalmente insatisfecho 18. Durante un crudo invierno hace varios años, el presidente Boyd K. Packer comentó que un número considerable de venados había muerto de hambre aunque tenían el estómago lleno de heno. En un esfuerzo sincero por aliviar la situación, las agencias habían suministrado lo superficial, cuando lo que se necesitaba era lo substancial. Lamentablemente, habían alimentado a los venados pero no los habían nutrido. Me encanta lo que el presidente J. Reuben Clark dijo acerca de nuestros jóvenes hace más de un siglo; lo mismo se puede decir de los miembros nuevos: "[Ellos] tienen hambre de las cosas del Espíritu"; dijo, "están ansiosos por aprender cl Evangelio, y lo quieren recibir de una manera franca y sin rodeos... Uno no tiene que andar a escondidas tras ellos y murmurarles al oído cosas de religión... Estas verdades se pueden tratar abiertamente"19. En verdad, Satanás no es discreto en sus enseñanzas; ¿por qué habríamos de serlo nosotros? Ya sea que impartamos enseñanza a nuestros hijos en el hogar o lo hagamos frente a una congregación en la iglesia, nunca permitamos que la fe sea algo difícil de advertir. Recuerden que debemos ser maestros "venido[s] de Dios". Nunca sembremos semillas de duda; evitemos el comportamiento egoísta y la vanidad; preparemos bien las lecciones; presentemos sermones basados en las Escrituras; 114

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enseñemos la doctrina revelada; expresemos un testimonio sincero; oremos, practiquemos y tratemos de mejorar. En nuestras reuniones administrativas, "instruy[amos] y edifiqu[emos]" como dice la revelación, para que incluso, en éstas, nuestra enseñanza al final sea "de lo alto"20. La Iglesia llegará a ser mejor a causa de ello, y ustedes también, ya que, como Pablo dijo a los romanos: "Tú, pues, que enseñas a otro, ¿no te enseñas a ti mismo?"21. Un inolvidable relato del poder de una enseñanza semejante a ésta proviene de la vida del profeta Jeremías. Este gran hombre se sentía de la misma manera que se sienten la mayoría de los maestros, discursantes u oficiales de la Iglesia cuando son llamados: inexpertos, incapaces y temerosos. "¡Ah... Señor Jehová! ", exclamó, "He aquí, no sé hablar, porque soy niño". Pero el Señor le aseguró: "No temas delante de ellos, porque contigo estoy... Tú, pues, ciñe tus lomos, levántate, y háblales"22. De modo que Jeremías les habló, pero sin lograr mucho éxito al principio. Las cosas fueron empeorando hasta que al final fue encarcelado, convirtiéndose en el escarnio de la gente. Lleno de enojo por haber sido maltratado y escarnecido de tal modo, Jeremías juró, de hecho, que nunca volvería a enseñar otra lección, ya fuese a un investigador, a un niño de la Primaria, a un nuevo converso o, -no lo permita el cielo- a los jóvenes de quince años. "No me acordaré más [del Señor], ni hablaré más en su nombre", dijo el desalentado profeta. Luego llegó el momento decisivo en la vida de Jeremías; algo había estado sucediendo con cada uno de los testimonios que había expresado, con cada pasaje que había leído, con cada verdad que había enseñado; había estado ocurriendo algo que no había esperado. A pesar de que había jurado cerrar la boca y alejarse de la obra del Señor, se dio cuenta de que no podía hacerlo. ¿Por qué? Porque Su palabra estaba "en mi corazón como un fuego ardiente metido en mis huesos; traté de sufrirlo, y no pude"23. Eso es lo que sucede en el Evangelio tanto al maestro como al que se enseña; es lo que le ocurrió a Nefi y a Lehi cuando, según dice en el libro de Helamán, "el Santo Espíritu de Dios descendió del cielo y entró en sus corazones; y fueron llenos como de fuego, y expresaron palabras maravillosas". Sin duda, ha de haber sido 115

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la misma clase de regocijo celestial que experimentó María Magdalena cuando inesperadamente vio a su amado Señor resucitado y simplemente le dijo: "¡Raboni! (Que quiere decir Maestro), De parte de todos los que hemos recibido enseñanza decimos a todos los que la imparten; gracias de todo corazón. Que magnifiquemos la experiencia de la enseñanza en el hogar y en la Iglesia, y mejoremos nuestra labor para edificar e instruir. Que en todas nuestras reuniones y en todos nuestros mensajes seamos nutridos por la buena palabra de Dios, y que nuestros hijos y nuevos conversos, nuestros vecinos y nuevas amistades digan en cuanto a nuestro esfuerzo sincero: Eres "venido de Dios como maestro". En el sagrado nombre del Maestro de Maestros, Jesucristo. Amén.

(Por el Elder Jeffrey R. Holland del Quórum de los Doce Apóstoles. Discurso pronunciado en la conferencia General Anual número 168 de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los últimos Días, en la Sesión del sábado por la tarde, el 04 de abril de 1998. desde el Tabernáculo de la Manzana del Templo, en Salt Lake City, Utah. Discurso publicado en la revista Liahona en julio de 1998, págs. 26-28.)

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VENID Y VED

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uando dos de los discípulos de Jesucristo lo escucharon hablar por primera vez, se sintieron tan conmovidos que lo siguieron mientras El se alejaba de la multitud. Sintiendo que lo seguían, Cristo volteó y preguntó: "¿Qué buscáis?". Ellos le respondieron: "¿Dónde moras?". Y Cristo les dijo: "Venid y ved" guan 1:38-39). Parece ser que la esencia de nuestra vida se destila a esta escena inicial del ministerio mortal del Salvador. En primer término tenemos la pregunta del Salvador a cada uno de nosotros: "¿Qué buscáis?". En segundo lugar tenemos Su respuesta sobre cómo obtener lo que buscamos. Quienquiera que seamos o cualesquiera que sean nuestros problemas, Su respuesta es siempre la misma: "Venid a mí" (Mateo 11:28). Venid a ver lo que Yo hago y qué hago con mi tiempo. Aprended de mí, seguidme, y en el proceso os daré la respuesta a vuestras oraciones y daré descanso a vuestras almas. No conozco ninguna otra manera de poder llevar las carcas o encontrar lo que jacob llamó "esa felicidad que está preparada para los santos" (2 Nefi 9:43). Por esto hacemos convenios solemnes basados en el sacrificio expiatorio de Cristo, por lo que tomamos Su nombre sobre nosotros. De tantas maneras como sea posible, tanto en forma figurada como literal, tratamos de tomar sobre nosotros Su identidad. Mi deseo para ustedes es que tengan más experiencias directas con la vida y las enseñanzas del Salvador. Quizás en ocasiones venimos a Cristo en una forma demasiado indirecta, enfocándonos en la estructura o en los métodos o en los elementos de la administración de la Cuando dos de los discípulos de Jesucristo lo escucharon hablar por primera vez, se sintieron tan conmovidos

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que lo siguieron mientras Él se alejaba de la multitud. Sintiendo que lo seguían, Cristo volteó y preguntó: "¿Qué buscáis?". Ellos le respondieron: "¿Dónde moras?". Y Cristo les dijo: "Venid y ved" Cuan 1:38-39). Parece ser que la esencia de nuestra vida se destila a esta escena inicial del ministerio mortal del Salvador. En primer término tenemos la pregunta del Salvador a cada uno de nosotros: "¿Qué buscáis?". En segundo lugar tenemos Su respuesta sobre cómo obtener lo que buscamos. Quienquiera que seamos o cualesquiera que sean nuestros problemas, Su respuesta es siempre la misma: "Venid a mí" (Mateo 11:28). Venid a ver lo que Yo hago y qué hago con mi tiempo. Aprended de mí, seguidme, y en el proceso os daré la respuesta a vuestras oraciones y daré descanso a vuestras almas. No conozco ninguna otra manera de poder llevar las cargas o encontrar lo que Jacob llamó "esa felicidad que está preparada para los santos" (2 Nefi 9:43). Por esto hacemos convenios solemnes basados en el sacrificio expiatorio de Cristo, por lo que tomamos Su nombre sobre nosotros. De tantas maneras como sea posible, tanto en forma figurada como literal, tratamos de tomar sobre nosotros Su identidad. Mi deseo para ustedes es que tengan más experiencias directas con la vida y las enseñanzas del Salvador. Quizás en ocasiones venimos a Cristo en una forma demasiado indirecta, enfocándonos en la estructura o en los métodos o en los elementos de la tbd4n Cuando dos de los discípulos de Jesucristo lo escucharon hablar por primera vez, se sintieron tan conmovidos que lo siguieron mientras Él se alejaba de la multitud. Sintiendo que lo seguían, Cristo volteó y preguntó: "¿Qué buscáis?". Ellos le respondieron: "¿'Dónde moras?". Y Cristo les dijo: "Venid y ved" Juan 1:38-39). Parece ser que la esencia de nuestra vida se destila a esta escena inicial del ministerio mortal del Salvador. En primer término tenemos la pregunta del Salvador a cada uno de nosotros: "¿Qué buscáis?". En segundo lugar tenemos Su respuesta sobre cómo obtener lo que buscamos. Quienquiera que seamos o cualesquiera que sean nuestros problemas, Su respuesta es 118

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siempre la misma: "Venid a mí" (Mateo 11:28). Venid a ver lo que Yo hago y qué hago con mi tiempo. Aprended de mí, seguidme, y en el proceso os daré la respuesta a vuestras oraciones y daré descanso a vuestras almas. No conozco ninguna otra manera de poder llevar las cargas o encontrar lo que Jacob llamó "esa felicidad que está preparada para los santos" (2 Nefi 9:43). Por esto hacemos convenios solemnes basados en el sacrificio expiatorio de Cristo, por lo que tomamos Su nombre sobre nosotros. De tantas maneras como sea posible, tanto en forma figurada como literal, tratamos de tomar sobre nosotros Su identidad. Mi deseo para ustedes es que tengan más experiencias directas con la vida y las enseñanzas del Salvador. Quizás en ocasiones venimos a Cristo en una forma demasiado indirecta, enfocándonos en la estructura o en los métodos o en los elementos de la Iglesia. Éstos son importantes, pero no sin la atención a los asuntos más importantes del Reino, el primero y principal de los cuales es una relación espiritual personal con la Deidad, incluso con el Salvador, cuyo Reino éste es. El profeta José Smith enseñó que es necesario conocer los atributos divinos del Padre y del Hijo a fin de tener fe en Ellos. Específicamente, dijo que a menos que creamos que Cristo es "misericordioso y piadoso; tardo para la ira, y grande en misericordia" y lleno de bondad, nunca tendríamos la fe necesaria para reclamar las bendiciones del cielo. Si no pudiéramos contar con "la excelencia de... carácter" que mantiene el Salvador y Su disposición y capacidad de "perdonar la iniquidad, la trasgresión y el pecado", estaríamos, escribió José Smith, "en duda constante sobre nuestra salvación". Pero debido a que el Padre y el Hijo son inmutablemente "llenos de bondad", entonces, en las palabras del Profeta, tal cono, cimiento "hace desaparecer la duda y hace que la fe se haga extremadamente fuerte" (Lectures on Faith, 1985, págs. 41-42). No sé todo lo que les puede estar afligiendo personalmente, pero me sorprendería si alguna persona en algún lugar no estuviera afligida por una transgresión o por la tentación de cometerla. A

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ustedes les digo que vengan a Cristo y que dejen de lado su carga. Dejen que Él la tome; dejen que les dé paz a su alma. Ninguna cosa en este mundo es tan gravosa como el han pecado. Es la cruz más pesada que li hombres y las mujeres pueden llevar. A cualquiera que esté decimos, junto con el profeta José Smith, que Dios tiene una "actitud de perdonar" (Lectures, pág. 42). Usted puede cambiar; puede recibir ayuda; puede ser sanado, cualquiera que sea el problema. Lo único que Él pide es que se aleje de la obscuridad -Y venga a la luz, Su luz, con mansedumbre y humildad de corazón. Ésta es la parte central del Evangelio; es la parte central de nuestro mensaje. Cristo "llevó... nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores", declaró Isaías, "y con sus llagas somos sanados", si así lo deseamos (Isaías 53:4-5; Mosíah 14:4-5). Para cualquiera que esté buscando el valor para arrepentirse y cambiar, les recuerdo que la Iglesia no es un monasterio para el aislamiento de personas perfectas. Es más como un hospital que se proporciona para aquellos que desean ser sanados. Hagan lo que tengan que hacer para lograrlo. Para algunos de ustedes esto significa simplemente vivir con más fe, creer más. Para algunos de ustedes sí significa arrepentirse: ahora, hoy mismo. Para algunos de ustedes que estén investigando la Iglesia, significa bautizarse y entrar en comunión con Jesucristo. Para virtualmente todos nosotros significa vivir más guiados por la inspiración y las promesas del Espíritu Santo y "seguir adelante con firmeza en Cristo, teniendo un fulgor perfecto de esperanza y amor por Dios y por todos los hombres... "...ésta es la senda", dijo Nefi, "y no hay otro camino... por el cual el hombre [o la mujer] pueda salvarse en el reino de Dios" (2 Nefi 31:20-21). Permítaseme ser lo suficientemente audaz para sugerir que es imposible que persona alguna que en realidad conoce a Dios dude de Su disposición de recibimos con los brazos abiertos en un brazo divino si nosotros simplemente "[venimos] a él". Ciertamente puede haber y habrá una abundancia de dificultades externas en la vida; sin embargo, el alma que viene a

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Cristo mora dentro de una fortaleza personal, un verdadero palacio de perfecta paz. Jesucristo enseñó a los nefitas, que vivían en un mundo por lo menos tan difícil como el nuestro: "Porque los montes desaparecerán y los collados serán quitados, pero mi bondad no se apartará de ti, ni [te] será quitado el convenio de mi paz" (3 Nefi 22:10). Amo este principio. Pueden desaparecer los collados y los montes, puede suceder lo que menos parece ser posible, pero Su bondad y Su paz no se apartarán de nosotros. Después de todo, tal como Él mismo nos recuerda, nos ha "grabad[oj en las palmas de [Sus] manos" (1 Nefi 21:16). Considerando el costo incomprensible de la Crucifixión, Cristo no nos va a dar la espalda ahora. Parecería ser que el Señor probablemente ha hablado suficientes palabras de consuelo para abastecer a todo el universo y, sin embargo, vemos a nuestro alrededor Santos de los últimos Días infelices, preocupados, desalentados, en cuyos corazones afligidos no parece permitirse la entrada a ninguna de estas innumerables palabras consoladoras. Consideren, por ejemplo, la bendición del Salvador sobre Sus discípulos aun cuando se dirigía al dolor y la agonía de Getsemaní y del Calvario. En la misma noche del mayor sufrimiento que el mundo jamás conocerá, dijo: "La paz os dejo, mi paz os doy.. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo" Uuan 14:27). Es posible que éste sea uno de los mandamientos del Salvador que, incluso en los corazones de Santos de los últimos Días que en cualquier otro sentido son fieles, es desobedecido casi universalmente; y sin embargo, me pregunto si nuestra resistencia a esta invitación pudiera ser más apesadumbrante para el misericordioso corazón del Señor. Les puedo decir esto como padre: Aun con la preocupación que sentiría si uno de mis hijos estuviera seriamente afligido o infeliz 0 desobediente, me sentiría infinitamente más abatido si me percatara de que en ese tiempo mi hijo no pudiera confiar en que yo le pudiera ayudar o que pensara

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que sus intereses no fueran importantes para mí o que no estuvieran seguros bajo n-d cuidado. En ese mismo espíritu, estoy convencido de que ninguno de nosotros puede apreciar lo profundamente herido que queda el amoroso corazón del Salvador cuando se da cuenta de que Su pueblo no siente confianza bajo Su cuidado o no siente confianza en Sus mandamientos. Simplemente porque Dios es Dios, simplemente porque Cristo es Cristo, no pueden evitar cuidamos y ayudamos si tan sólo venirnos a Ellos, acercándonos a Su trono de la gracia con mansedumbre y humildad de corazón. No pueden evitar bendecimos; es Su naturaleza. No hay una sola trampa ni zanja abierta en la que pueda caer el hombre o la mujer que camina por el sendero por el que camina Cristo. Cuando Él dice: "Ven, sígueme" (Lucas 18:22), quiere decir que Él sabe dónde se encuentra la arena movediza, y dónde se encuentran las espinas y cuál es la mejor manera de subir la cuesta resbaladiza que se encuentra cerca de la cima de nuestras montañas personales. Lo sabe todo y conoce el camino. Él es el camino. Una vez que hemos venido a Cristo y hemos encontrado el milagro de Su convenio de paz, estamos bajo la obligación de ayudar a otras personas a hacer lo mismo. Hay personas a todo nuestro alrededor que han sido heridas por el mundo, y el Señor espera que nosotros nos unamos a Su obra de sanar esas heridas. La mayor parte de la obra de sanar no tiene nada que ver necesariamente con las enfermedades del cuerpo, aun cuando ciertamente debemos estar listos para ayudar en este respecto en el momento en que se necesite. No, a lo que me refiero es a esas enferrnedades del alma que desgarran y retuercen y que necesitan ser aliviadas pero que pueden ser de carácter bastante personal: alguna carga que se lleva muy adentro, alguna fatiga que no es siempre particularmente obvia para el resto del mundo. En el ejemplo del Salvador mismo y del llamado que hizo a Sus Apóstoles, y con la necesidad de oír resonar paz y consuelo en nuestros oídos, les pido que sanen, que ayuden, que se unan a la obra de Cristo de levantar cargas, de hacer que sean más ligeras, de hacer que las cosas sean mejores. A menudo, por lo general sin darnos cuenta, podemos ser 122

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insensibles a las dificultades de las personas que nos rodean. Todos tenemos problemas y, finalmente, toda persona tiene que asumir la responsabilidad por su propia felicidad. Ninguno de nosotros estamos tan libres de dificultades ni tan bendecidos con tiempo y dinero que podemos dedicarnos totalmente a cuidar de los heridos y los fatigados. Sin embargo, al buscar el ejemplo en la vida del Salvador, probablemente podamos encontrar una manera de hacerlo con más frecuencia de lo que lo estamos haciendo actualmente. Quisiera poder regresar a mi juventud y tener otra oportunidad de tender la mano a aquellos que, en ese tiempo, no atrajeron mi atención compasiva. Somos tan vulnerables en nuestra juventud; queremos que los demás nos acepten, queremos sentir que somos importantes para las otras personas. Por ejemplo, en 1979 tuvimos tina reunión para celebrar el vigésimo aniversario de nuestra graduación de la escuela de segunda enseñanza Dixie High School, en St. George, Utah. Se hizo un esfuerzo por encontrar las direcciones y por lograr que todos asistieran a la reunión. Entre toda la diversión, recuerdo una carta terriblemente dolorosa escrita por una joven muy inteligente -pero que en su niñez no era exactamente popular-, quien escribió: "Felicidades a todos nosotros por haber sobrevivido el tiempo suficiente para poder tener esta reunión para celebrar el vigésimo aniversario de nuestra graduación. Espero que todos lo pasen de maravilla, pero por favor no me reserven un lugar. De hecho, he pasado la mayoría de estos veinte años tratando de olvidar los momentos dolorosos de los días que pasamos juntos en la escuela. Ahora que casi he superado esos sentimientos de soledad y de una estima personal destrozada, no tengo el valor de verlos a todos ustedes y correr el riesgo de recordar todo de nuevo. Pásenlo bien y perdónenme. Éste es mi problema, no de ustedes. Tal vez pueda asistir al trigésimo aniversario". Pero ella estaba terriblemente equivocada sobre algo: Sí era nuestro problema, y lo sabíamos. He derramado lágrimas por ella y por otros amigos como ella de nuestra juventud. Simplemente no fuimos los agentes ni los discípulos del Salvador que Él 123

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esperaba que un grupo de gente joven fuera. No puedo sino preguntarme qué podía haber hecho para estar al tanto un poco más de aquellos que no se incluían en nuestro círculo de amistades, para asegurarme que el gesto de una palabra amigable o de un oído que escuchara o de una conversación casual y de un tiempo compartido se hubieran extendido lo suficiente para incluir a aquellos que estaban colgando de la orilla del círculo social, y en algunos casos casi sin poder asirse. Les hago una súplica de que todos salgamos de nuestro propio círculo de satisfacción, que hagamos algo que normalmente no haríamos por ayudar a otras personas, que tendamos una mano de amistad a aquellas personas a las que, tal vez, no siempre sea fácil llegar. No tenemos que preocupamos de que a Cristo se le termine la capacidad de ayudarnos, ni que se le termine la capacidad de ayudarnos a ayudar a otras personas. Su gracia es suficiente. Ésa es la lección espiritual y eterna del milagro que Jesús llevó a cabo cuando alimentó a 5.000 personas con cinco panes y dos peces. También hay una lección en la experiencia que tuvieron Sus discípulos después de ese incidente. Después de que Jesús había alimentado a la multitud, la despidió y puso a Sus discípulos en una barca pesquera para que cruzaran al otro lado del Mar de Galilea. Entonces Él "subió al monte a orar aparte" (Mateo 14:23). Se acercaba la noche, una noche tormentosa. Los vientos habían sido feroces desde el inicio, y los hombres trabajaron con los remos hasta algún tiempo entre las tres y las seis de la mañana. Para entonces, sólo habían avanzado unos cuantos kilómetros y la barca estaba en medio de una violenta tormenta. Pero, como siempre, Cristo los estaba cuidando. Viendo su dificultad, el Salvador tomó el camino más directo a su barca, caminando por encima de las olas para ayudarles. En el momento de-mayor peligro, los discípulos voltearon y vieron en la oscuridad esta maravilla viniendo hacia ellos sobre las puntas de las olas. Gritaron con terror al ver eso, pensando que era un fantasma que venía por encima de las olas. Entonces, de entre la tormenta y la oscuridad vino la voz tranquilizadora de su Maestro: "i ... yo soy, no temáis!" (Mateo 14:27). 124

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Este relato nos recuerda que el primer paso en venir a Cristo -o en que Él venga a nosotros- nos puede llenar de algo muy parecido al terror. No debería ser así, pero en ocasiones sucede. Una de las grandes ironías del Evangelio es que nosotros, en nuestra ceguera como seres humanos, huimos precisamente de la misma fuente de socorro y seguridad que se nos ofrece. La palabra socorrer es interesante. Con frecuencia se utiliza en las Escrituras para describir el cuidado y la atención que Cristo nos da. En inglés, esta palabra literalmente significa "correr a". Qué manera tan magnífica de describir el esfuerzo urgente del Salvador a nuestro favor. Incluso cuando nos llama a venir a Él y seguirle, Él está corriendo incansablemente a ayudamos. Jesucristo es el Hijo del Dios viviente. Él desea que vengamos a Él, que lo sigamos, que le permitamos que nos consuele. Entonces desea que nosotros consolemos a otras personas. Por muy vacilantes que sean nuestros pasos hacia Él -aunque de ninguna forma debieran ser vacilantes- Sus pasos hacia nosotros nunca son vacilantes. Es mi oración que tengamos suficiente fe para aceptar la bondad de Dios y la misericordia de Su Hijo Unigénito.

(Por el Elder Jeffrey R. Holland del Quórum de los Doce Apóstoles. Discurso publicado en la revista Liahona en agosto de 1998 pags. 44-48.)

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L arremolinarse de un modo espeluznante alrededor de nuestros jóvenes los vientos modernos de la inmoralidad, me preocupa el que algunos de nuestros jóvenes y de nuestros jóvenes mayores estén confusos con respecto a los principios de la pureza personal, acerca de las obligaciones de una castidad absoluta antes del matrimonio y de una fidelidad completa después de este. En contra de lo que sucede en el mundo que ven y oyen, y con la esperanza de fortalecer a los padres al enseñar ellos a sus hijos una norma mas elevada, hoy desearía hablar sobre la pureza moral. Debido a que ese tema es de índole tan sagrada, ruego fervientemente que el Espíritu Santo me guíe en aquellas observaciones que son más francas de lo que quisiera que lo fuesen. En esta ocasión, comprendo lo que sentía Jacob, del Libro de Mormón, cuando, al hablar del mismo tema, dijo: "...me apena tener que ser tan audaz en mis palabras..."'. Al abordar este tema, no menciono la enorme cantidad de males sociales cuyas estadísticas son muy deprimentes y sus ejemplos tan desagradables. Tampoco voy a presentar una lista de lo que esta bien y de lo que esta mal cuando un joven sale con una señorita. Lo que quiero hacer es algo mas personal: deseo intentar contestar a las preguntas que algunos de ustedes tal vez hayan estado haciendo: ¿Por que debemos ser moralmente puros? ¿Por que es un asunto tan importante para Dios? ¿Es necesario que la Iglesia sea tan estricta al respecto cuando los demás no parecen serlo? ¿Cómo puede ser tan sagrado o tan grave algo que la sociedad explota y exalta tan abiertamente? Quisiera comenzar con una lección de la larga e instructiva historia de la civilización. Will y Ariel Durant, escribieron: "Ningún hombre [ni ninguna mujer], por más brillante o bien informado que 126

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La pureza personal

sea, puede... hacer a un lado sin peligro... la sabiduría de [las lecciones aprendidas] en la escuela de la historia. El joven al que le hierven las hormonas se preguntara por que no debe dar rienda suelta a sus deseos sexuales; pero si no le refrenar las costumbres, la moral o las leyes, destrozara su vida antes de que... comprenda que el apetito sexual es un río de fuego que es preciso encauzar y enfriar con cientos de restricciones para que no le destruya a él ni al grupo social"2. El autor de Proverbios ofrece una observación más importante, mas de acuerdo con las Escrituras: "¿Tomará el hombre fuego en su seno sin que sus vestidos ardan? ¿Andará el hombre sobre brasas sin que sus pies se quemen?... Mas el que comete adulterio... corrompe su alma... Heridas y vergüenza hallará, y su afrenta nunca será borrada" 3. ¿Por que es este asunto de las relaciones sexuales tan grave que casi siempre se le aplica la metáfora del fuego, y la pasión se describe vívidamente con las llamas? ¿Qué hay en el fuego potencialmente dañino de esto que deja el alma de la persona-e incluso al mundo entero-destruida, si la llama no se vigila y esas pasiones no se refrenar? ¿Que hay en todo esto, que induce a Alma a advertir a su hijo Coriantón que la transgresión sexual es "... una abominación a los ojos del Señor; sí, más abominable que todos los pecados, salvo el derramar sangre inocente o el negar el Espíritu Santo?"4. Al adjudicarle esa seriedad a un apetito sexual de carácter tan universal, ¿qué nos trata de decir Dios en cuanto al lugar que eso ocupa en el plan que Él tiene pata todos los hombres y todas las mujeres? Les afirmo que La esta haciendo probablemente eso: haciendo hincapié en el plan de vida mismo. Esta claro que, entre las preocupaciones más grandes que Él tiene acerca de la vida terrenal están la forma en que una persona llega al mundo y la forma en que sale de este. La ha puesto límites muy estrictos al respecto. Por suerte, en el caso de como se termina una vida, la mayoría de las personas parecen ser bastantes responsables. Pero en algo tan trascendental como el dar vida, en ocasiones encontramos una irresponsabilidad casi criminal. Deseo dar tres razones por las 127

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cuales este es un tema de tanta magnitud y de tantas consecuencias en el Evangelio de Jesucristo. En primer lugar esta la doctrina revelada y restaurada del alma humana. Una de las verdades "claras y preciosas" que se restauraron en esta dispensación es que "el espíritu y el cuerpo son el alma del hombre''5 y que cuando el espíritu y cl cuerpo se separan, los hombres y las mujeres "ni puede[n] recibir una plenitud de gozo"'. En primer lugar, esa es la razón por la cual el obtener un cuerpo es de importancia tan fundamental; esa es la razón por la que el pecado de cualquier tipo es algo tan grave (concretamente, porque es el pecado el que al final será la causa de la muerte, tanto espiritual como física) y la razón por la que la resurrección del cuerpo es tan importante para la victoria triunfal de la expiación de Cristo. El cuerpo es una parte esencial del alma. Esta doctrina característica y tan importante de los Santos de los Últimos Días pone de relieve la razón por la que el pecado sexual es tan grave. Declaramos que quien utiliza el cuerpo que Dios le dio a otra persona, sin la aprobación divina, viola el alma misma de esa persona, viola el objetivo principal y los procesos de la vida, "la llave misma"7 de la vida, como la llamó una vez el presidente Boyd K. Packer. Al explotar el cuerpo de otra persona-lo cual significa aprovecharse de su alma-se profana la expiación de Cristo, que salvó esa alma y que hace posible el don de la vida eterna. Y cuando una persona se burla del Hijo de Justicia, esa persona entra en el reino de lo sagrado, que es más radiante y más candente que el sol del mediodía. No es posible hacer eso sin quemarse. Por favor, nunca digan: "¿A quien le hace daño? ¿Por que no puedo tener un poco de libertad? Puedo pecar ahora y arrepentirme después". Por favor, no sean tan tontos ni tan crueles. No pueden ''crucifi[car)de nuevo" a Cristo impunemente. "Huid de la fornicación", declaró Pablo, y huid de toda "cosa semejante"'", agrega Doctrina y Convenios. ¿Por que? Bueno, por una razón: debido al sufrimiento incalculable, tanto en cuerpo como en espíritu, que padeció el Salvador del mundo para que 128

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nosotros pudiéramos huir 11. Por eso le debemos algo. En realidad, se lo debemos todo; "...no sois vuestros", dice Pablo. "Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios"12. En la trasgresión sexual, el alma esta en grave peligro: el cuerpo y el espíritu. Segundo, deseo hacer hincapié en que la intimidad esta reservada para la pareja matrimonial, ya que es el símbolo supremo de la unión absoluta, una totalidad y una unión ordenadas y definidas por Dios. Desde el Jardín de Edén en adelante, se tuvo el propósito de que el matrimonio significara la completa unión de un hombre y una mujer: sus corazones, esperanzas, vidas, amor, familia, futuro, todo. Adán dijo que Eva era hueso de sus huesos y carne de su carne, y que serían "una sola carne" durante su vida juntos13. Esa unión es tan completa que nosotros utilizamos la palabra "sellar" para expresar su promesa eterna. El profeta José Smith dijo una vez que quizás podríamos interpretar ese versículo sagrado como el eslabón "conexivo"14 del uno con el otro. Sin embargo, esa unión total, ese compromiso inquebrantable entre un hombre y una mujer, sólo se obtiene por medio de la proximidad y la permanencia que proporciona el convenio matrimonial, con promesas solemnes y la consagración de todo lo que poseen: el corazón y la mente mismos, todos sus días y todos sus sueños. ¿Pueden ver la esquizofrenia moral que resulta del aparentar ser uno, del fingir que se han hecho promesas solemnes delante de Dios, del compartir los símbolos físicos y la intimidad física de una falsa unión y después huir, retroceder, truncar todos los demás aspectos de lo que debió haber sido una obligación total? Cuando se trata de relaciones íntimas, ¡deben esperar! Deben esperar hasta que puedan brindar todo, y eso no lo pueden hacer sino hasta que estén legal y lícitamente casados. El dar ilícitamente lo que no es de ustedes (recuerden: "no sois vuestros") y el dar solo una parte de aquello a lo que no puede seguir el don de entregarse por entero es jugar a la ruleta rusa emocional. Si persisten en obtener satisfacción física sin la aprobación del cielo, corren el riesgo terrible de contraer un daño 129

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espiritual y psicológico tal que podrían debilitar tanto su deseo de intimidad física como su capacidad para brindar mas tarde una devoción incondicional al amor verdadero. Podrían llegar a ese momento de amor genuino, de unión verdadera, sólo para descubrir horrorizados que lo que debieron haber preservado ya lo han perdido y que solamente la gracia de Dios puede recobrar la virtud que perdieron poco a poco y que tan despreocupadamente desecharon. El día de su boda, el mejor regalo que pueden hacer a su pareja eterna es su persona limpia y pura, y ser dignos de recibir a cambio esa misma pureza. Tercero, quisiera decirles que la intimidad física no es solamente una unión simbólica entre marido y mujer-la unión misma de SUS almas-sino que también es simbólica de la relación que comparten ellos con su Padre Celestial. Él es inmortal y perfecto; nosotros somos mortales e imperfectos. No obstante, nosotros buscamos las maneras, aun en la vida terrenal, de unirnos a El espiritualmente; y, al hacerlo, obtenemos cierto acceso tanto a la gracia como a la majestad de Su poder. Entre esos momentos especiales se encuentran el arrodillarse ante el altar matrimonial en la casa del Señor, el bendecir a un niño recién nacido, el bautizar y confirmar a un nuevo miembro de la Iglesia, el participar de los emblemas de la Santa Cena del Señor, etc. Esos son momentos en los que en un sentido muy literal unimos nuestra voluntad a la voluntad de Dios, nuestro espíritu a Su Espíritu, en los que la comunión a través del velo se convierte en algo muy real. En esos momentos, no sólo reconocemos Su divinidad sino que en un sentido totalmente literal tomamos para nosotros algo de esa divinidad. Un aspecto de esa divinidad que se da virtualmente a todos los hombres y a todas las mujeres es el uso de Su poder para crear un cuerpo humano, esa maravilla de maravillas, un ser genética y espiritualmente único, nunca antes visto en la historia del mundo y al cual nunca habrá uno igual en todas las edades de la eternidad. Un hijo, su hijo: con ojos, orejas y dedos, y con un futuro de grandeza indescriptible. Probablemente sólo la madre o el padre que haya sostenido en los brazos a ese niño recién nacido comprenda el milagro del que estoy hablando. Baste con decir que de todos los títulos que Dios 130

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ha escogido para sí, el de Padre es el que más favorece, y la creación es Su lema, especialmente la creación humana, la creación a Su imagen. A ustedes y a mi se nos ha dado una porción de esa santidad, pero bajo las mas serias y sagradas de las restricciones. El único control que se nos ha impuesto es el dominio de nosotros mismos: el autodominio que nace del respeto por el divino poder sacramental que ese don representa. Mis amados hermanos, sobre todo, ustedes mis jóvenes amigos, ¿se dan cuenta de por que la pureza personal es un asunto tan serio? ¿Entienden por que la Primera Presidencia y el Consejo de los Doce Apóstoles emitieron una proclamación en la que declaraban que "la forma por medio de la cual se crea la vida mortal fue establecida por decreto divino" y que "los sagrados poderes de la procreación se deben utilizar sólo entre el hombre y la mujer legítimamente casados, como esposo y esposa"15? No se dejen engañar y no se dejen destruir. A no ser que esos poderes se controlen y se guarden los mandamientos, su futuro puede ser destruido y su vida consumida por las llamas. El castigo quizás no llegue el día preciso en que se cometa la trasgresión, pero llegara con seguridad y certeza, y a menos que haya un arrepentimiento sincero y obediencia a Dios misericordioso, entonces llegará el día, en algún lugar, en el que la persona moralmente desdeñosa e impura suplicara, como lo hizo el hombre rico, que rogó que Lázaro "moj[ara] la punta de su dedo en agua, y refres[cara] mi lengua; porque estoy atormentado en esta llama"16. He declarado aquí la palabra solemne de revelación de que el espíritu y el cuerpo constituyen el alma del hombre y de que, mediante la expiación de Cristo, el cuerpo se levantará de la tumba para unirse con el espíritu en una existencia eterna. Por lo tanto, ese cuerpo es algo que debe mantenerse puro y santo. No tengan miedo de que se ensucie las manos al realizar un trabajo honrado; no tengan miedo de las cicatrices que le puedan quedar al defender la verdad o al luchar por lo justo, pero tengan cuidado de las cicatrices que desfiguran espiritualmente, que resultan al participar en actividades en las cuales no debieron haber tomado parte, que ocurren en sitios a los que no deberían haber ido.

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Tengan cuidado de las heridas que sean el resultado de cualquier batalla en la que hayan estado peleando en el lado contrario. Si algunos pocos de ustedes llevan esa clase de heridas-y me consta que unos pocos las llevan-, se les extiende la paz y la renovación del arrepentimiento hecho posible por medio del sacrificio expiatorio del Señor Jesucristo. En esos asuntos tan graves, el camino del arrepentimiento no es fácil de comenzar ni esta libre de dolor, pero el Salvador del mundo estará allí para recorrer ese necesario sendero con ustedes. Él los fortalecerá cuando ustedes flaqueen; Él será su luz cuando les parezca que todo esta en tinieblas; Él los tomara de la mano y será su esperanza, cuando piensen que la esperanza es lo ultimo que les queda. Su compasión y Su misericordia, con todo el poder sanador y purificador que poseen, se brindan gratuitamente a todos los que en verdad deseen un perdón total y den los pasos necesarios para lograrlo. Les testifico del grandioso plan de vida, de los poderes de la divinidad, de la misericordia y del perdón, y de la expiación del Señor Jesucristo: todo lo cual tiene un significado sumamente profundo en cuestiones de pureza moral. Les testifico que debemos glorificar a Dios en cuerpo y en espíritu. Doy gracias al cielo por las legiones de jóvenes que hacen precisamente eso y que ayudan a los demás a hacer lo mismo. Doy gracias al cielo por los hogares donde esto se enseña. Ruego que todos honren la vida de pureza personal, en el nombre de la Pureza Misma, el Señor Jesucristo. Amén. (Por el Elder Jeffrey R. Holland del Quórum de los Doce Apóstoles. Discurso pronunciado en la conferencia General Semestral número 168 de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los últimos Días, en la Sesión del domingo por la mañana, el 04 de octubre de 1998. desde el Tabernáculo de la Manzana del Templo, en Salt Lake City, Utah. Discurso publicado en la revista Liahona en enero de 1999, págs. 89-92.)

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LAS MANOS DE LOS PADRES

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n este fin de semana de Pascua, deseo agradecer no sólo al Señor Jesucristo resucitado, sino también a Su verdadero Padre, nuestro Padre espiritual y Dios, quien, por aceptar el sacrificio de Su Hijo primogénito y perfecto, bendijo a todos Sus hijos en aquellas horas de expiación y redención. Nunca como en la época de Pascua hay tanto significado en esa declaración de Juan el Amado, que elogia al Padre así como al Hijo: "Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree no se pierda, mas tenga vida eterna"1. Soy padre, uno inadecuado por cierto, pero no puedo comprender la angustia que debió haber sido para Dios, en Su cielo, presenciar el profundo sufrimiento y crucifixión de Su amado Hijo en tal forma. Todo Su impulso e instinto deben haber querido evitarlo, enviar ángeles para intervenir; pero El no intervino. Él soportó lo que vio porque era la única manera que un pago salvador y vicario podría llevarse a cabo por los pecados de todos Sus otros hijos desde Adán y Eva hasta el fin del mundo. Estoy eternamente agradecido por un Padre perfecto y Su Hijo perfecto, ninguno de los cuales pasó la amarga copa ni abandonó al resto de nosotros que somos imperfectos, que nos quedamos cortos y tropezamos, y que con demasiada frecuencia no hacemos lo señalado. Al considerar la belleza de lo ocurrido entre Cristo y Su Padre en esa primera temporada de Pascua, se nos recuerda que la relación entre Ellos es uno de los temas más dulces y más emotivos que se manifiestan a través del ministerio del Salvador. El ser entero de Jesús, Su propósito y deleite totales se centraban en complacer a Su Padre y en obedecer Su voluntad. Parecía estar siempre 133

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pensando en Él; parecía estar siempre orando a Él. A diferencia de nosotros, Él no necesitaba una crisis, ni cambios desalentadores en los acontecimientos para dirigir Sus esperanzas hacia el cielo. El ya estaba, instintiva y ansiosamente, mirando hacia allá. En todo Su ministerio terrenal parece que Cristo nunca tuvo ni un solo momento de vanidad o de interés propio. Cuando un joven trató de llamarlo "bueno", El desvió el cumplido diciendo que sólo uno merecía tal alabanza: Su padre. En los comienzos de Su ministerio, dijo con humildad: "No puedo yo hacer nada por mí mismo... no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió, la del Padre"'. Luego de Sus enseñanzas, que asombraban a los que le escuchaban debido al poder y a la autoridad que encerraban, Él diría: "Mi doctrina no es mía, sino de aquel que me envió... no he venido de mí mismo, pero el que me envió es verdadero"3. Más tarde, diría otra vez: "...yo no he hablado por mi propia cuenta; el Padre que me envió, él me dio mandamiento de lo que he de decir, y de lo que he de hablar"4. A aquellos que deseaban ver al Padre, que querían oír directamente del Padre que Jesús era lo que Él decía que era, Él respondió: "Si me conocieseis, también a mi Padre conoceríais... El que me ha visto a mí, ha visto al Padre"5. Cuando Jesús quiso preservar la unidad entre Sus discípulos, oró usando el ejemplo de la propia relación que tenía con Dios. "Padre santo, a los que me has dado, guárdalos en tu nombre, para que sean uno, así como nosotros [somos uno]"6. Aun cuando se dirigía hacia la crucifixión, Él contuvo a Sus apóstoles que habrían intervenido diciendo: "...la copa que el Padre me ha dado, ¿no la he de beber?"7. Cuando esa terrible experiencia culminó, El pronunció las que debieron haber sido las palabras más pacíficas y bien merecidas de Su ministerio terrenal; al final de Su agonía, susurró: "Consumado es... Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu"8. Finalmente, había culminado; finalmente, podía ir a casa. Confieso que he reflexionado mucho en ese momento y en la resurrección, que pronto le seguiría. Me he preguntado cómo debió haber sido aquella reunión el Padre que tanto amaba a este Su 134

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Hijo; el Hijo que honraba y reverenciaba a Su Padre en cada palabra y acto. Para dos que eran uno, como ellos eran uno, ¿cómo debió haber sido aquel abrazo? ¿Cómo debe ser ese compañerismo divino ahora? Sólo podemos preguntarnos y maravillarnos. Y podemos, en un fin de semana de Pascua, anhelar nosotros mismos vivir dignos de una porción de esa relación. Como padre, me pregunto si yo y todos los demás padres podríamos hacer más para edificar una relación más dulce y fuerte con nuestros hijos e hijas aquí en la tierra. Padres, ¿es esperar demasiado que nuestros hijos puedan sentir por nosotros una pequeña porción de los sentimientos que el Hijo Divino sintió por Su Padre? ¿Podríamos ganarnos más de ese amor al tratar de ser más de lo que Dios fue para Su hijo? En todo caso, sabemos que el concepto que un niño tenga en cuanto a Dios se centra en las características que se manifiesten en los padres terrenales de ese niño9. Por esa y muchas otras razones, supongo que ningún otro libro de los que he leído recientemente me ha alarmado más que uno titulado Fatherless America (Estados Unidos sin padre). En este estudio, el autor se refiere a las "familias sin padre" como a "la tendencia demográfica más perjudicial de esta generación", la causa principal del daño a los niños. Está convencido de que ésta es la causa primordial de nuestros problemas sociales más urgentes, desde la pobreza y el delito hasta el embarazo de las adolescentes, el abuso infantil y la violencia doméstica. Entre los temas principales sociales de nuestra época figura la ausencia de los padres de la vida de sus hijos10. Más preocupante que la ausencia física de algunos padres, es el padre que está espiritual o emocionalmente ausente. Esos son pecados paternales de omisión, los que son probablemente más destructivos que los pecados de comisión. ¿Por qué no nos sorprende que cuando se les preguntó a dos mil niños de todas las edades y circunstancias qué era lo que más les gustaba con respecto a sus padres, que la respuesta universal fuera: "Él pasa tiempo conmigo"? 11.

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Una joven Laurel que conocí en una asignación de conferencia no hace mucho me escribió después de haber conversado con ella, y dijo: "Me gustaría que papá supiera cuánto lo necesito espiritual y emocionalmente. Me muero por escuchar algún comentario amable o un cálido detalle personal. Creo que no se da cuenta de lo que significaría para mí si tomara un papel más activo en mi vida, si me ofreciera una bendición o pasáramos un momento juntos. Sé que le preocupa el que se equivoque en algo o el no decir las palabras adecuadas; pero si sólo lo intentara significaría mucho más de lo que él se imagina. No quiero que se me tome por desagradecida porque sé que me ama. Una vez me envió una nota en la que firmó: 'Te ama, Papá'. Atesoro esa nota y la considero una de mis más caras posesiones''l2. Tal como esa joven, no quiero que este discurso dé la impresión de que soy desagradecido ni que haga sentir a los padres que han sido deficientes. La mayoría de los padres son maravillosos; la mayoría de los papás son increíbles. No sé quién escribió estos versitos de un libro de cuentos que recuerdo de mi juventud, pero dicen más o menos así: "Sólo un papá, con el rostro ya cansado, llega a casa al haber arduamente trabajado. Con luchas y esfuerzos día tras día, Lo que le depare la vida afrontaría. La alegría de los suyos es digno de ver, al verlo llegar y su voz escuchar. Sólo un papá, que todo sabe dar, A sus pequeños la vía ha de allanar. Hace con determinación, valor y firmeza, lo que por él su padre hizo con entereza. Estos versos escribo con amor, para ti papá, de los hombres, el mejor." Y hermanos, aun cuando no seamos "de los hombres, el mejor", aun con nuestras limitaciones e ineptitud, podemos seguir en la 136

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dirección correcta debido a las enseñanzas alentadoras establecidas por un Padre Divino y manifestadas por un Hijo Divino. Con la ayuda del Padre Celestial podemos dejar un patrimonio paternal mucho mejor del que suponemos. Un nuevo padre escribió: "Con frecuencia, al notar cómo mi hijo me observa, me acuerdo de mi propio padre, de cuánto quería ser como él. Recuerdo cuando tomé una afeitadora de plástico y mi propio envase de crema de afeitar y cada mañana me afeitaba cuando él se afeitaba. Recuerdo haber seguido sus pasos de acá para allá mientras él cortaba el césped en el verano. "Ahora quiero que mi hijo siga mi dirección, pero me da pánico el pensar que probablemente lo hará. Al tener este niñito entre mis brazos, siento una añoranza celestial, el deseo de amar de la forma en que Dios ama, de consolar de la forma en que El consuela, de proteger de la forma en que Él protege. La respuesta a todos los temores de mi juventud siempre fue: '¿Qué haría papá?'. Ahora que tengo un niño que criar, confío en un Padre Celestial que me diga exactamente eso"l7. Un amigo de mis días de estudiante universitario me escribió hace poco y dijo: "Gran parte de mi caótica niñez fue incierta, pero una cosa que sí sabía por seguro era que papá me amaba. Esa certidumbre fue el ancla de mi joven vida. Yo llegué a conocer y a amar al Señor porque mi padre lo amaba. Nunca le he dicho a nadie que es un tonto ni he tomado el nombre del Señor en vano porque él me dijo que la Biblia decía que no debía hacerlo. Siempre he pagado mis diezmos porque me enseñó que el hacerlo era un privilegio. He tratado siempre de ser responsable de mis errores porque mi padre así lo hacía. A pesar de que estuvo menos activo en la Iglesia por [un tiempo], al final de su vida sirvió en una misión y obró fielmente en el templo. En su testamento determinó que cualquier dinero que no se utilizara para el cuidado de su [familia] debía dedicarse a la Iglesia. Él amó la Iglesia con todo su corazón, y debido a él, yo la amo también"14. Sin duda, eso debe ser la aplicación espiritual de estos versos de Lord Byron: "En mi rostro queda implícito / que de mi padre hijo soy"15. En un momento vulnerable de la vida del joven Nefi, su futuro 137

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profético quedó determinado cuando dijo: "...creí todas las palabras que mi padre había hablado"16. En el momento crucial de la vida del profeta Enós, él dijo que fueron "las palabras que frecuentemente había oído a mi padre hablar''l7 las que provocaron una de las grandes revelaciones registradas en el Libro de Mormón. Y el apesadumbrado y pecaminoso Alma, hijo, cuando se le confrontó con el insoportable recuerdo de sus pecados se "[acordó] de haber oído a [su] padre profetizar... concerniente a la venida de... Jesucristo, un Hijo de Dios, para expiar los pecados del mundo"18. Ese breve recuerdo, ese testimonio personal ofrecido por su padre en una época en la que el padre tal vez sintió que nada influía en su hijo, no sólo salvó la vida espiritual de ése, su hijo, sino que cambió para siempre la historia de la gente del Libro de Mormón. De Abraham, el gran patriarca, Dios dijo: "Porque yo sé que mandará a sus hijos y a su casa después de sí, que guarden el camino de Jehová"19. Testifico en este fin de semana de Pascua que "se [requerirán] grandes cosas de las manos de [los] padres" tal como el Señor declaró al profeta José Smith20. Seguramente, lo más grande de esas cosas será el haber hecho todo lo que pudieron para lograr la felicidad y la seguridad espiritual de los hijos que tienen que nutrir. En el más oneroso momento de toda la historia de la humanidad, con sangre que le brotaba de cada poro y un clamor angustioso en Sus labios, Cristo buscó al que siempre había buscado: a Su Padre: "Abba", exclamó, "Papá", o lo que de los labios de un niño sería: "Papi"21. Este es un momento tan personal que casi parece un sacrilegio el mencionarlo: un Hijo en pleno dolor, un Padre, Su única fuente verdadera de fortaleza, ambos perseverando hasta el fin, aguantando durante toda la noche, juntos. Padres, que en este fin de semana de Pascua seamos renovados en nuestra tarea como padres, fortalecidos por las imágenes de este Padre y este Hijo al abrazar a nuestros hijos y permanecer con ellos para siempre, lo ruego, en el nombre de Jesucristo. Amén.

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(Por el Elder Jeffrey R. Holland del Quórum de los Doce Apóstoles. Discurso pronunciado en la conferencia General Anual número 169 de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los últimos Días, en la Sesión del sábado por la mañana, el 03 de abril de 1999. desde el Tabernáculo de la Manzana del Templo, en Salt Lake City, Utah. Discurso publicado en la revista Liahona en julio de 1999, págs. 16-19.)

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n esas ocasiones en las que tenemos necesidad de recibir ayuda especial de los cielos, bien haríamos en tener presente uno de los títulos dados al Salvador en la epístola a los Hebreos. Refiriéndose al " tanto mejor ministerio" de Jesús y a la razón por la cual Él es el "mediador de un mejor pacto", colmado de "mejores promesas", el autor de la epístola, supuestamente el apóstol Pablo, nos dice que por medio de Su mediación y Su expiación, Cristo llegó a ser el "sumo sacerdote de los bienes venideros"'. Hay ciertos momentos en que todos tenemos la necesidad de saber que las cosas mejorarán. Moroni se refirió a ello en el Libro de Mormón como la "esperanza de un mundo mejor"2. Por nuestra propia salud emocional y por nuestro propio vigor espiritual todos debemos estar en condiciones de mirar hacia el futuro a cierto grado de alivio, hacia algo agradable, renovador y optimista, ya sea que se trate de una bendición que esté al alcance de la mano o aún distante. Nos basta con saber que podemos llegar allí, que no importa cuán próximo o lejano esté, existe la promesa de "bienes venideros". Yo declaro que eso es precisamente lo que el Evangelio de Jesucristo nos ofrece, particularmente en momentos de necesidad. Hay ayuda. Hay felicidad. Hay realmente una luz allende la oscuridad. Es la Luz del Mundo, la Estrella Resplandeciente de la Mañana; la "luz que es infinita, que nunca se puede extinguir"3. Es el Hijo de Dios mismo. En alabanzas de amor más grandes aún que las que Romeo jamás hubiera podido proclamar, decimos: "¿qué resplandor se abre paso a través de aquella ventana?". Es el retorno de la esperanza y Jesús es el Sol. A todo aquel que 140

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esté luchando por ver la luz y encontrar la esperanza, le digo que no se desanime, que siga tratando, que Dios le ama, que las cosas mejorarán. Cristo llega a usted en su "tanto mejor ministerio" con un futuro de "mejores promesas". Él es su "sumo sacerdote de los bienes venideros". Pienso en los misioneros que recién han sido llamados, que dejan atrás a familiares y amigos para enfrentarse a veces al rechazo y al desaliento y, al menos al principio de la misión, a algún que otro momento de añoranza del hogar y tal vez a un poco de temor. Pienso en los padres jóvenes que están criando fielmente a sus familias mientras estudian y en los que acaban de recibirse y tratan de vivir con escasos recursos, con la esperanza de gozar algún día de una mejor situación económica. Al mismo tiempo, pienso en otros padres que darían cualquiera de sus posesiones terrenales a cambio de que su hijo errante volviera a su hogar. Pienso en los padres o madres que se enfrentan a todo esto sin la ayuda de un cónyuge, como resultado de la muerte o el divorcio, la separación, el abandono o por alguna otra desgracia no esperada y por cierto tampoco anhelada en épocas mejores. Pienso en todos aquellos que quisieran estar casados pero no lo están, quienes desean tener hijos mas no pueden tenerlos, aquellos que tienen conocidos pero muy pocos amigos, quienes lloran la muerte de un ser querido o que ellos mismos están enfermos. Pienso en los que sufren a causa de los pecados-los propios o los de alguien más-y que tienen la necesidad de saber que hay una manera de regresar al redil y de volver a ser felices. Pienso en los desconsolados y oprimidos, que sienten que la vida les ha privado de las mejores experiencias o que quisieran no haber tenido que pasar por algunas de ellas. A todas estas personas y a muchas otras más les digo: Aférrense a su fe, a la esperanza. "...orad siempre, sed creyentes..."R Por cierto, como escribió Pablo de Abraham: "Él creyó en esperanza contra esperanza..." y "... tampoco dudó, por incredulidad... se fortaleció en fe..." y fue "... plenamente convencido de que era... poderoso para hacer todo lo que [Dios] había prometido. Aun cuando no siempre perciban lo positivo que hay detrás de 141

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los problemas y las aflicciones, Dios sí puede percibirlo pues Él es la fuente de esa luz que ustedes buscan; los ama y conoce sus temores; escucha sus oraciones. Él es nuestro Padre Celestial y no cabe ninguna duda de que Él derrama por Sus hijos tantas lágrimas como las que ellos derraman. Pese a este consejo, sé que muchos de ustedes en verdad se sienten a la deriva en alta mar, en el más aterrador sentido de la expresión. Ante tales dificultades, tal vez clamen junto al poeta: "Obscurece. Mi rumbo he perdido. Las aguas han cambiado de color. No sé por dónde cruzar el río, me estremezco de tanto temor". No, no es sin reconocer las tempestades de la vida sino plenamente consciente de ellas que testifico del amor de Dios y del poder del Señor para calmar la tormenta. Tengamos siempre presente el relato bíblico que nos dice que Él también estaba sobre las agitadas aguas, que se enfrentó a los peores momentos junto a los más inexpertos, más jóvenes y más temerosos. Únicamente alguien que ha luchado contra esas alarmantes olas tiene el derecho de decirnos a nosotros-al igual que a las aguas: "calla, enmudece''8. Sólo aquel que ha soportado la adversidad máxima podría tener la justificación para decir en esos momentos: "Sed de buen ánimo"9. Ese consejo no tiene como fin el simplemente hacernos pensar de manera positiva, aun cuando esto es algo que se necesita en el mundo. No, Cristo sabe mejor que ninguna otra persona que las pruebas de la vida pueden ser muy difíciles y que el batallar con ellas no nos hace personas débiles. Pero así como el Señor evita la retórica melosa, Él reprende seriamente la falta de fe y deplora el pesimismo. ¡Él espera que creamos! Los ojos de ningún otro humano fueron más penetrantes que los de Él y muchas de las cosas que vio atravesaron Su corazón. Por cierto, Sus oídos deben haber escuchado todo lamento, toda súplica y todo llanto de dolor. A un extremo que va mucho más allá de nuestra capacidad de comprensión, Él fue "varón de dolores y experimentado en quebranto". Por cierto que para el hombre 142

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común de las calles de Judea, la misión de Cristo debe haberle parecido un fracaso y una tragedia, un hombre bueno abrumado totalmente por las maldades que le rodeaban y las fechorías de los demás. Se le malentendió y se le mal interpretó e incluso se le odió desde el principio. No importaba lo que dijera o hiciera, Sus declaraciones eran tergiversadas, Sus hechos cuestionados y Sus motivos puestos en tela de juicio. En toda la historia del mundo, nadie ha amado con tanta pureza ni servido con tanta abnegación, ni a nadie se le ha tratado con tanta perversidad por su labor. Sin embargo, nada pudo quebrantar Su fe en el plan de Su Padre ni en las promesas de Él. Aun en los momentos más obscuros de Getsemaní y del Calvario, Él siguió confiando en el Dios en que, por un momento, temió que le hubiera abandonado. Puesto que los ojos de Cristo estaban indefectiblemente puestos en el futuro, pudo soportar todo cuanto se requirió de Él, sufrir como ningún otro hombre puede sufrir "sin morir"", como dijo el rey Benjamín; ver a su alrededor los escombros de las vidas humanas y las promesas hechas al antiguo Israel convertidas en ruinas y, pese a todo, decir entonces y ahora: "No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo"'2. ¿Cómo era capaz de hacerlo? ¿Cómo podía creer en ello? Porque Él sabe que los fieles muy pronto recibirán lo que merecen; Él es un Rey; Él representa la corona; Él sabe qué es lo que se puede prometer. Él sabe que "Jehová será refugio del pobre, refugio para el tiempo de angustia... Porque no para siempre será olvidado el menesteroso, ni la esperanza de los pobres perecerá perpetuamente''l3. El sabe que "Cercano está Jehová a los quebrantados de corazón; y salva a los contritos de espíritu". Él sabe que "Jehová redime el alma de sus siervos, y no serán condenados cuantos en él confían"14. Espero me disculpen por terminar de forma tan personal, que no representa las terribles cargas que muchos de ustedes llevan sobre sus hombros, sino que tiene más bien el propósito de dar ánimo. El mes pasado hizo treinta años que una pequeña familia cruzó los Estados Unidos con destino a una universidad, sin dinero, en un automóvil muy viejo. Habían cargado todo lo que poseían en este mundo en un pequeño remolque alquilado, al que

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sólo habían llenado hasta la mitad. Tras despedirse de sus preocupados padres, habían transitado exactamente 55 kilómetros por la carretera cuando, de debajo del capó del coche, empezó a salir un humo espeso. El joven padre salió de la carretera hacia un camino lateral y echó una mirada al motor, levantó él más presión que la del auto, y entonces, dejando a su confiada esposa y a sus dos inocentes niños, el menor de ellos de apenas tres meses, esperando en el vehículo, caminó unos cinco kilómetros y medio hasta la gran metrópolis de Kanarraville, en el sur de Utah, con una población que, por aquel entonces, constaba de 65 habitantes. Consiguió un poco de agua, y un hombre muy bondadoso se ofreció para llevarlo de vuelta hasta donde había dejado a SU familia. Tras reparar provisoriamente el coche, condujeron lenta, muy lentamente, hasta St. George para que lo revisaran. Pese a que lo inspeccionaron repetidamente durante más de dos horas, no pudieron encontrarle ningún problema, así que la familia reinició su viaje. Tras haber transcurrido casi la misma cantidad de tiempo que la vez anterior, exactamente en el mismo lugar de la carretera- quizás a sólo cinco metros más o menos de donde se había llevado a cabo la avería anterior-se produjo en el auto, debajo del capó, otra explosión similar. Al parecer, estaban en juego las leyes más precisas de la física automotriz. Para ese entonces, sintiéndose más tonto que enojado, el desilusionado joven padre dejó una vez más a sus confiados seres queridos y emprendió la larga caminata en busca de ayuda. Esta vez, el hombre que le facilitó el agua le dijo: "Usted o el otro tipo que se parece a usted debería conseguir un nuevo radiador para el automóvil". Por segunda vez el buen prójimo se ofreció para llevarlo de vuelta hasta el mismo lugar donde aguardaba ansiosamente su familia. El hombre no sabía si echarse a reír o a llorar ante las dificultades de esa joven familia. "¿Qué distancia han recorrido?", preguntó. "Cincuenta y cinco kilómetros", respondí. "¿Cuánto les queda de viaje?" "Cuatro mil doscientos kilómetros", le dije. "Bueno, es posible que usted haga el viaje, y también lo hagan su esposa y los dos niños, pero

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ninguno de ustedes va a llegar demasiado lejos en este auto". Sus palabras demostraron ser proféticas en todo sentido. Hace apenas dos semanas pasé por aquel mismo lugar de la carretera, donde una salida lleva hasta un camino vecinal, a más o menos cinco kilómetros al oeste de Kanarraville, Utah. Aquella misma hermosa y leal esposa, mi más querida amiga y el gran apoyo de mi vida a través de todos estos años, dormía plácidamente en el asiento a mi lado. Los dos niños del relato y otro pequeño hermano que se les unió más tarde ya han crecido y prestado servicio como misioneros, se han casado y crían ahora a sus propios hijos. Esta vez, el coche en el que viajábamos era modesto pero muy cómodo y seguro. De hecho, nada de ese momento ocurrido hace dos semanas, con excepción de mi querida esposa que dormía plácidamente a mi lado, y yo, tenía ni la más mínima similitud a las circunstancias angustiosas ocurridas hace tres décadas. Sin embargo, mentalmente, y apenas por un instante, creí ver al costado de aquel camino un viejo automóvil en cuyo interior había una buena y joven esposa y dos pequeños que trataban de no protestar ante tan lamentable situación. También imaginé ver, un poco más adelante, a un joven padre emprendiendo a pie el largo recorrido hasta Kanarraville, al parecer con los hombros un poco caídos por el peso del evidente temor de quien no tiene mucha experiencia. Como se describe en las Escrituras, sus manos parecían "caídas"15. En ese momento imaginario no pude contener mi impulso de decirle: "No te des por vencido, muchacho. No te desanimes. Sigue caminando. Sigue intentándolo. Encontrarás ayuda y felicidad más adelante, muchísima en unos treinta años y aún más allá en el futuro. Mantén la cabeza en alto; al final todo saldrá bien. Confía en Dios y cree en las cosas buenas que están por venir". Testifico que Dios vive, que Él es nuestro Padre Eterno, que nos ama a cada uno con amor divino. Testifico que Jesucristo es Su Hijo Unigénito en la carne y que tras haber triunfado en este mundo es heredero de la eternidad, es coheredero con Dios, y ahora está a la diestra de Su Padre. Testifico que ésta es la verdadera Iglesia de Ambos y que Ellos nos sostienen en los 145

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momentos de necesidad y siempre lo harán, aun cuando no podamos darnos cuenta de Su intervención. Algunas bendiciones nos llegan pronto, otras llevan más tiempo, y otras no se reciben hasta llegar al cielo; pero para aquellos que aceptan el Evangelio de Jesucristo, siempre llegan, se los aseguro. Agradezco a mi Padre Celestial Su bondad pasada, presente y futura y lo hago en el nombre de Su Amado Hijo y generoso Sumo Sacerdote, el Señor Jesucristo mismo. Amén.

(Por el Elder Jeffrey R. Holland del Quórum de los Doce Apóstoles. Discurso pronunciado en la conferencia General Semestral número 169 de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los últimos Días, en la Sesión del sábado por la tarde, el 02 de octubre de 1999. desde el Tabernáculo de la Manzana del Templo, en Salt Lake City, Utah. Discurso publicado en la revista Liahona en enero de 2.000, págs. 42-45.)

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NO PERDAIS PUES VUESTRA CONFIANZA

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ay una lección en el relato del profeta José Smith de la Primera Visión que literalmente todo Santo de los últimos Días ha tenido ocasión de experimentar, o lo hará en un día cercano. Es la verdad llana y seria de que antes de los grandes momentos, por cierto antes de los grandes momentos espirituales, pueden venir la adversidad, la oposición y las tinieblas. En la vida experimentamos algunos de esos momentos y, de vez en cuando, éstos llegan justo cuando estamos a punto de tomar una decisión importante o de dar un paso significativo en nuestra vida. En ese maravilloso relato que muy de vez en cuando leemos, José dijo que apenas había comenzado a orar cuando sintió que se apoderaba de él un poder de influencia asombrosa. "Una densa obscuridad", como él lo denominó, se formó a su alrededor y le pareció que estaba destinado a una destrucción repentina. Mas él se esforzó con todo su aliento por pedirle a Dios que le librara del poder de ese enemigo, y mientras lo hacía, vio una columna de luz más brillante que el sol, que descendió gradualmente hasta descansar sobre él. No bien apareció la luz, se vio libre del poder destructivo que le había sujetado. Lo que sucedió a continuación constituye la mayor epifanía desde los acontecimientos que rodearon la Crucifixión, la Resurrección'y la Ascensión de Cristo en el meridiano de los tiempos. El Padre y el Hijo se aparecieron a José Smith, lo que dio comienzo a la dispensación del cumplimiento de los tiempos'. La mayoría de nosotros no necesitamos más recordatorios de los que ya hemos tenido para saber que existe alguien que personifica la "oposición en todas las cosas", "que un ángel de

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Dios" cayó "del cielo" y que al hacerlo llegó a ser "miserable para siempre". ¡Qué destino más atroz! Debido a que ése es el destino de Lucifer, Lehi nos enseña que "procuró igualmente la miseria de todo el género humano"'. Podría dedicarse todo un artículo a este tema de la oposición fuerte, preliminar y anticipadora del adversario a muchas de las buenas cosas que Dios tiene preparadas para nosotros, mas deseo dejar atrás esa observación en alas de otra verdad que puede que no reconozcamos tan fácilmente. Es ésta una lección con un tono típicamente deportivo que nos recuerda que "el partido no ha terminado hasta que no suena el silbato final", un recordatorio de que la lucha continúa. Lamentablemente, no debemos que Satanás fue derrotado en esa expe@ia, la que de manera tan notable trajo la luz nos ha hecho avanzar. Para expresarme de una manera más vívida, quisiera referirme a otro pasaje de Escrituras, de hecho, a otra visión. Recordarán ustedes que el libro de Moisés comienza cuando él es llevado a "una montaña extremadamente alta" donde, dice la Escritura, vio a Dios cara a cara, y habló con él, y la gloria de Dios cubrió a Moisés". Lo que ocurrió a continuación fue lo que les sucede a los profetas que son arrebatados a montañas altas. El Señor le dijo a Moisés: " ... mira, pues, y te mostraré las obras de mis manos... Moisés miró, y.. vio la tierra, sí, la vio toda; y no hubo partícula de ella que no viese, discerniéndola por el Espíritu de Dios. Y también vio a sus habitantes; y no hubo una sola alma que no viese"'. Esa experiencia es notable en todos los aspectos; es una de las grandes revelaciones dadas en la historia de la humanidad y es uno de los registros más gloriosos que tenemos de la experiencia de cualquier profeta con la Divinidad. Pero el mensaje de Moisés para nosotros en la actualidad es: No bajen la guardia; no piensen que una gran revelación, un momento maravilloso e iluminador, el descubrir un sendero inspirado, sea el fin de todo. Recuerden: "el partido no ha terminado hasta que no suena el silbato final". Lo que a continuación le acontece a Moisés tras ese momento tan espiritual sería algo absurdo de no ser tan peligroso y algo que 148

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No perdáis pues, vuestra confianza

era de esperarse. Lucifer, en un esfuerzo por continuar con su oposición, en su esfuerzo incansable por atacar tarde o temprano, se aparece y, con partes iguales de ira y petulancia después de que Dios se ha revelado al profeta, grita: "Moisés... adórame". Pero Moisés no le sigue el juego; él ya ha visto a Dios y, en comparación, la actuación de Satanás es totalmente tétrica. " ... Moisés miró a Satanás, y le dijo: ¿Quién eres tú?... ¿Y dónde está tu gloria, para que te adore? "Porque he aquí, no hubiera podido ver a Dios, a menos que su gloria me hubiera cubierto... Pero yo puedo verte a ti según el hombre natural... " ... ¿dónde está tu gloria?, porque para mí es tinieblas. Y puedo discernir entre tú y Dios... "Vete de aquí, Satanás; no me engañes". El registro pasa a demostrar una reacción que es a la vez patética y aterradora: "Y cuando Moisés hubo pronunciado estas palabras, Satanás gritó en alta voz y bramó sobre la tierra, y mandó Y dijo: Yo soy el Unigénito, adórame a mí. "Y aconteció que Moisés empezó a temer grandemente; y al comenzar a temer, vio la amargura del infierno. No obstante, al pedirle a Dios, [la misma frase utilizada por José Smithl recibió fuerza, y mandó, diciendo: Retírate de mí, Satanás, porque sólo a este único Dios adoraré, el cual es el Dios de gloria. "Y entonces Satanás comenzó a temblar, y se estremeció la tierra... "Y ocurrió que Satanás gritó en voz alta, con lloro, y llanto, y crujir de dientes; y se apartó de allí"', para siempre volver, de eso podemos estar seguros, mas para siempre, siempre, ser vencido por la gloria de Dios. Deseo que cada uno de nosotros cobre confianza en cuanto a la oposición que con tanta frecuencia experimentamos después de haber tomado decisiones inspiradas, después de que los momentos de revelación y de convicción nos han proporcionado una paz y una certeza que creímos que nunca llegaríamos a perder. En su carta a los hebreos, el apóstol Pablo estaba intentando animar a los nuevos miembros que se acababan de unir

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a la Iglesia, y que, sin duda, habían tenido experiencias espirituales y recibido la luz pura del testimonio, sólo para descubrir que sus problemas no habían terminado, sino que más bien algunos de ellos apenas habían empezado. Pabló suplicó a los nuevos miembros de antaño del mismo modo que el presidente Gordon B. Hinckley suplica a los nuevos miembros de hoy. La moraleja en ambos casos es que no podemos enrolarnos en una batalla de significado y de consecuencias tan eternas sin saber que habrá una lucha, una lucha bien dura y en la que resultaremos vencedores, pero una lucha al fin y al cabo. Pablo dice a los que creían que el nuevo testimonio, la conversión personal o una experiencia bautismal espiritual les iban a librar de todos los problemas: "Pero traed a la memoria los días pasados, en los cuales, después de haber sido iluminados, sostuvisteis gran combate de padecimientos". Y a continuación sigue este gran consejo, esencia de mi consejo para ustedes: "No Perdáis, Pues, vuestra confianza, que tiene grande galardón; '«porque os es necesaria la paciencia, para que habiendo hecho la voluntad de Dios, obtengáis la promesa... "...Y si [el justo] retrocediera, no agradará a mi alma. "Pero nosotros no somos de los que retroceden para perdición"'. En el argot de los Santos de los últimos Días equivaldría a decir: Por cierto que es dificil; lo fue antes de unirse a la Iglesia, mientras estaban en el proceso de unirse y después de haberío hecho. Pablo dice que así ha sido siempre, pero no debemos retroceder. No tengan miedo ni den un paso atrás, no pierdan la confianza, no olviden cómo se sintieron una vez; no desconfien de la experiencia que han tenido. Esa tenacidad fue lo que salvó a Moisés y a José Smith cuando el adversario les hizo frente, y eso es lo que les salvará a ustedes. Supongo que todo ex misionero y, probablemente, todo converso que lea estas palabras sabe exactamente de qué estoy hablando: La cancelación de citas para enseñar las charlas, el Libro de Mormón dentro de una bolsa de plástico y colgado del picaporte de la puerta de entrada, fechas bautismales fallidas. 150

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No perdáis pues, vuestra confianza

Es así durante el período de enseñanza, durante los compromisos y el bautismo, durante las primeras semanas y meses en la Iglesia, y, más o menos, es así para siempre. Al menos, el adversario continuaría así para siempre si creyese ver alguna debilidad en la determinación de ustedes, un punto débil en su armadura. La oposición tiene lugar en casi cualquier sitio en el que haya ocurrido algo bueno. Puede que suceda cuando estén intentando obtener una educación o tras el primer mes en el campo misional. De cierto que acontece en los asuntos de amor y del matrimonio. Puede que ocurra en situaciones relacionadas con la familia, con los llamamientos de la Iglesia o con una carrera profesional. En toda decisión importante, hay que actuar con cautela y consideración, pero una vez que haya habido inspiración, cuídense de la tentación de alejarse de algo que sea bueno. Si todo estaba bien cuando oraron al respecto, confiaron en ello y vivieron para ello, todavía sigue siendo correcto ahora. No se rindan ante la presión y sobre todo no se rindan a ese ser que está laborando concienzudamente para destruir la felicidad de ustedes, Hagan frente a las dudas; controlen sus temores. "No perdáis, pues, vuestra confianza". Manténganse fieles y admiren la belleza de la vida que se despliega ante ustedes. Para ayudarnos a abrirnos camino a través de estas experiencias, en los momentos importantes de la vida, permítanme referirme a otro pasaje de las Escrituras que hace referencia a Moisés; dicho pasaje nos fue dado en los primeros días de esta dispensación, momento en que se necesitaba mucho la revelación, momento en que se estaba fijando un curso recto que había que mantener. La mayoría de los Santos de los Últimos Días conocen la fórmula en cuanto a la revelación que se da en la sección 9 de Doctrina y Convenios, versículos que hacen alusión a estudiar el asunto en nuestra mente y a la promesa del Señor de confirmar o de negar dicho asunto. Lo que la mayoría de nosotros no lee junto Con ésta es la sección que la precede, 0 sea la sección 8. El Señor ha dicho en esta revelación: "...hablaré a ni mente y a tu corazón por medio del Espíritu Santo que vendrá sobre ti y morará en tu corazón". Me encanta la combinación que se 151

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encuentra en este versículo de tanto 13 mente como el corazón..Dios nos va a enseñar por medio de la razón así como por medio de la revelación, cornbi, nando la mente y el corazón, mediante el Espíritu Santo, 'Ahora, he aquí", sigue diciendo, "éste es el espíritu de rev" lacró he aquí, es el espí@tu mediante el cual Moisés cmdujl los lujos de Israel a través del Mar Rojo sobre tierra seca"6¿Por qué utilizó el Señor el ejemplo de cruzar el @Or Rojo como un ejemplo típico del "espíritu de revelación ¿Por qué no empleó la Primera Visión o el ejemplo que acabamos de citar del libro de Moisés? ¿O la visión del hermano de Jared' BLieno, podría haber empleado cualquiera de ellos, pero no lo lii--o. En esta revelación tenía en mente otra finalidad. Generalmente pensamos que la revelación es una lluvia de informaci@)n, pero éste es un concepto muy limitado al respecto. Permítanme stigerir cómo la sección 8 amplia nuestra comprensión, concretamente a la luz de este "combate de padecimientos" del que hemos estado hablando. En primer lugar, la revelación casi siempre se recibe en respuesta a una pregunta, generalmente una pregunta urgente; no siempre, pero sí por lo general. En este sentido nos proporciona información, pero se trata de información que necesitamos con urgencia, información especial. El desafio de Moisés consistía en cómo hacer que él mismo y los hijos de Israel saliesen de ese apremio terrible en el que se encontraban. Había carros persiguiéndoles, dunas de arena por todos lados y una gran masa de agua justo delante de ellos. Necesitaba informa, ción para saber qué hacer, pero no estaba preguntando por algo banal; en este caso, se trataba de un asunto de vida o muerte. También ustedes necesitarán información, pero es poco probable que en asuntos de gran trascendencia la oportuno que traduzcas ahora", le dijo el Señor en un lenguaje que a Oliver debió de resultarle muy duro de oír. "He aquí, cuando comenzaste fue oportuno; rws tuviste miedo, y ha pasado el momento, y ahora ya no conviene"S. Todos corremos el riesgo del temor. Por un momento, durante la contienda de Moisés con el adversario, "Moisés empezó a temer 152

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No perdáis pues, vuestra confianza

grandemente; y al comenzar a temer, vio la amargura del infierno"'. Cuando tenemos miedo es cuando lo vemos. Éste es el problema mismo que enfrentaron los hijos de Israel a orillas del Mar Rojo, y tiene todo que ver con el aferrarse a la revelación que hayamos recibido previamente. El registro dice: "Y cuando Faraón se hubo acercado, los hijos de Israel alzaron sus ojos, y he aquí que los egipcios venían tras ellos; por lo que los hijos de Israel temieron en gran manera". Algunos (al igual que los que Pablo describió antes) dijeron palabras del tipo: "Volvamos, no merece la pena. Debimos de habernos equivocado. Quizás no fue el espíritu correcto el que nos dijo que saliésemos de Egipto". Lo que en realidad dijeron a Moisés fue: "¿Por qué has hecho así con nosotros, que nos has sacado de Egipto?... Porque mejor nos fuera servir a los egipcios, que morir nosotros en el desierto"". Y YO tengo que añadir: "¿Qué hay de lo que ya pasó? ¿Qué hay de los milagros que los han traído hasta aquí? ¿Qué hay de las ranas y de los piojos? ¿Qué hay de la vara Y la serpiente, del río y la sangre? ¿Qué hay del granizo y de lo, langostas, del fuego y de los primogénitos?". Qué pronto olvidamos. No habría sido mejor quedarse y servir a los egipcios y no es mejor estar alejados de lo Iglesia, ni posponer el matrimonio, ni rechazar un llano' miento misional ni cualquier otro tipo de servicio en 10 Iglesia, etc., etc. Por supuesto que nuestra fe será probado en la lucha contra la incertidumbre y las dudas. H3bá días en los que seremos milagrosamente conducidos fl'rr' de Egipto, aparentemente libres y en nuestro camino. sólo para tener que enfrentar otra prueba, igtial que los israelitas, con toda esa acua que está delante nuestro. En esos momentos debemos resistir la tentación de caer presas del pánico y rendirnos; en esos momentos el temor será la más fuerte de las armas que el adversario empleará en nuestra contra. "Y Moisés dijo al pueblo: No temcíis; estad firmes, y ved la salvación que jehová hará hoy.. jehová peleará por vosotros". A modo de confirmación, Jehová dijo a Moisés: "¿Por qué clamas a mí? Dí a los hijos de Israel que marchen"". Ésta es la segunda lección del espíritu de revelación. Después de haber recibido el mensaje, después de haber pagado el precio para sentir 153

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Su amor y oír la palabra del Señor, marchen adelante, no teman, no vacilen, no sean sofistas, no se quejen. Puede que, al igual que cuando Alma se dirigía a Ammoníahl 2 @ tengan que buscar un sendero que los conduzca por un camino poco frecuente, pero eso es exactamente lo que el Señor está haciendo aquí por los hijos de Israel. Nadie había cruzado el Mar Rojo de esa manera, pero ¿y qué? Siempre hay una primera vez. Alejen sus temores con la ayuda del espíritu de revelación y caminen sobre las aguas con ambos pies. En las palabras de José Smith: "Avanzad, en vez de retroceder. ¡Valor, hermanos; e id adelante, adelante a la victoria!". La tercera lección que aprendemos sobre el espíritu de revelación en el milagro de cruzar el Mar Rojo es que, junto con la revelación que nos dirige hacia un deber o una finalidad recta, Dios nos dará también los medios y el poder para alcanzar ese objetivo. Confiemos en la verdad eterna. Si Dios les ha dicho que algo es correcto, que de hecho algo es verdadero para ustedes, Él preparará el camino para que lo obtengan. Esto es así en temas como unirse a la Iglesia o criar una familia, servir en una misión o cualquiera de los cientos de otras tareas dignas que hay en la vida. Recuerden lo que el Salvador dijo al profeta José Smith en la Arboleda Sagrada. ¿Cuál era el problema en 1820? ¿Por qué no debía José Smith unirse a ninguna Iglesia? En parte era debido a que "enseñan como doctrinas los mandamientos de los hombres, teniendo apariencia de piedad, mas negando la eficacia de ella"14. ¡La gracia de Dios es más que suficiente! El Señor le diría una y otra vez a José que, al igual que en los días de la antigüedad, los hijos de Israel serían sacados "de la servidumbre con poder y con brazo extendido... No desmaye, pues, vuestro corazón... Mis ángeles subirán delante de vosotros, y también mi presencia; y con el tiempo poseeréis la buena tierra"". ¿Qué buena tierra? Bueno, nuestra buena tierra, la tierra prometida, nuestra Nueva Jerusalén, nuestra pequeña parcela de la que fluye leche y miel, nuestro futuro, nuestros sueños, nuestro destino. Creo que, de forma diferente para cada uno, Dios nos lleva a la arboleda o a la montaña o al templo, y allí nos muestra la maravilla del plan que tiene para nosotros. Quizás no lo veamos 154

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No perdáis pues, vuestra confianza

de forma completa como lo vieron Moisés, Nefi y el hermano de Jared, pero lo vemos en la medida en que lo necesitemos para poder conocer la voluntad del Señor con respecto a nosotros y para saber que el amor que nos tiene se escapa a nuestra comprensión mortal. Creo además que el adversario, junto con sus miserables y astutos seguidores, intenta oponerse a que tengamos este tipo de experiencias y luego, después que ocurren, intenta oscurecerlas. Pero eso no es del Evangelio; eso no es el modo de proceder del Santo de los últimos Días que sostiene que el espíritu de revelación es una realidad fundamental de la Restauración. El luchar con las tinieblas y la desesperación, y el suplicar por más luz fue lo que dio comienzo a esta dispensación; es lo que la mantiene en marcha y es lo que les mantendrá en marcha a ustedes. junto con Pablo, les digo a todos: "No perdáis, pues, vuestra confianza, que tiene grande galardón; porque os es necesaria la paciencia, para que habiendo hecho la voluntad de Dios, obtengáis la promesa"". Reconozco la realidad de la oposición y de la adversidad, pero testifico del Dios de Gloria, del Redentor, el Hijo de Dios, de la luz y la esperanza y de un futuro brillante. Les aseguro que Dios vive y les ama a cada uno de ustedes, y que ha fijado límites a los tenebrosos poderes de oposición. Testifico que jesús es el Cristo, el vencedor de la muerte y del infierno, y del ángel caído que astutamente elabora sus planes en ese lugar. El Evangelio de jesucristo es verdadero y ha sido restaurado. "No temáis". Y cuando nos infrinjan el segundo y el tercer golpe, "No temáis... jehová peleará por vosotros" 1 7. "No perdáis, pues, vuestra confianza". ( De un discurso pronunciado en una reunión espiritual celebrada en la Universidad Brigham Young el 2 de marzo de 1999. Discurso publicado en la revista Liahona en junio del 2.000 págs. 36-42)

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lder Maxwell, agradecemos a nuestro Padre Celestial la

Émilagrosa prórroga de su ministerio apostólico. Estamos

agradecidos por el hecho de que su testimonio haya llegado hasta este hermoso lugar. Le amamos y oramos por usted. Y, presidente Hinckley, de parte de casi once millones de miembros de esta Iglesia, agradecemos al Señor la extensión de su ministerio. Recuerdo vívidamente el servicio de la palada inicial de este edificio que usted dirigió hace poco menos de tres años. En la oración final que pronunció en ese servicio, el presidente Boyd K. Packer rogó por seguridad durante la construcción, belleza para cuando estuviese terminado, y luego suplicó un favor más de los cielos. Él suplicó, presidente, que a usted se le permitiera ver el panorama que está ante nosotros, presidir en este púlpito y declarar su testimonio desde aquí. Todos damos gracias por tenerle a usted y por la contestación a esa oración. Éstos son en verdad unos de los días que nuestros antepasados fieles y clarividentes contemplaron en los primeros años de la Restauración. En una conferencia general de la Iglesia celebrada en abril de 1844, las Autoridades Generales recordaron las primeras reuniones de la década de 1830, y uno de ellos dijo: "[Hablamos] del reino de Dios como si tuviéramos el mundo en las manos. Hablamos con gran confianza, de cosas importantes, aunque no éramos muchos [en número]. . . Al mirar no vimos esta [congregación], sino que vimos en visión a la Iglesia de Dios, mil veces mayor [de lo que era entonces], aunque [en aquella ocasión] no éramos suficientes para atender una granja o ayudar a una mujer con un cántaro de leche. . . Todos los miembros [de la Iglesia] se reunieron para la conferencia en un cuarto de unos treinta y siete metros cuadrados. . . Hablamos de que. . . la gente 156

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vendría como palomas a nuestra ventana;. . . que [todas] las naciones acudirían [a la Iglesia];. . . si hubiésemos dicho a las personas lo que nuestros ojos vieron aquel día, no nos habrían creído". Si tal era el sentimiento en aquel fatídico año de 1844, justo antes del martirio de José Smith, ¡qué deben estar viendo esos mismos hermanos y hermanas desde su hogar eterno en un día como hoy! Desde entonces han sucedido muchas cosas por las que tanto ellos como nosotros debemos estar agradecidos. Y, por supuesto, éste no es el final. Todavía nos queda mucho por hacer tanto por la calidad como por la cantidad de nuestra fidelidad y servicio. George A. Smith, consejero del presidente Brigham Young en la Primera Presidencia, dijo una vez por vía de amonestación: "Podemos edificar templos, erigir cúpulas impresionantes, agujas magníficas y torres elevadas en honor a nuestra religión, pero si no vivimos los principios de ella en nuestro hogar y reconocemos a Dios en todos nuestros pensamientos, no recibiremos las bendiciones que, de hacerlo, serían nuestras"2. Debemos ser humildes y concienzudos. El honor y la gloria de todo lo bueno es de Dios, y todavía hay mucho por delante que será refinador y hasta difícil, mientras Él nos conduce de entereza en entereza. En medio de todo esto, he pensado en aquellos primeros santos cuyos nombres con demasiada frecuencia se han perdido en la historia; aquellos que callada y fielmente hicieron avanzar el reino en días mucho más difíciles que éstos. Muchos de ellos son anónimos para nosotros ahora. Muchos murieron, muchas veces prematuramente, sin reconocimiento alguno. Unos pocos se han mencionado brevemente en la historia de la Iglesia, pero la mayoría ha vivido y muerto sin posición destacable ni recuerdo histórico. Éstos, todos nuestros antepasados, entraron silenciosamente en la eternidad, del mismo modo apacible y anónimo que vivieron su religión. Éstos son los santos callados de los que una vez habló el presidente J. Reuben Clark cuando a todos ellos les dio las gracias, "Especialmente. . . a los más mansos y humildes de ellos, [en gran parte] desconocidos [y] olvidados, [excepto] en los hogares de sus hijos y de los hijos de 157

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sus hijos, quienes se pasan de una generación a otra el relato de su fe"3. Ya sea que seamos miembros de hace muchos años o conversos más recientes, todos somos los beneficiarios de esos fieles predecesores. En este hermoso y nuevo edificio, así como durante esta histórica conferencia que estamos celebrando, he adquirido conciencia de todo lo que les debo a los que tuvieron mucho menos que yo pero que, al parecer, en casi toda circunstancia han hecho más por la edificación del reino de lo que yo he hecho. Puede que siempre haya sido así en todas las dispensaciones. En una ocasión, Jesús recordó a Sus discípulos que estaban cosechando allí donde no habían sembrado ni trabajado4. Moisés había dicho a su pueblo con anterioridad: ". . .Jehová tu Dios te [introducirá] en la tierra que juró a tus padres. . . que te daría, en ciudades grandes y buenas que tú no edificaste, "hay casas llenas de todo bien, que tú no llenaste, y cisternas cavadas que tú no cavaste, viñas y olivares que no plantaste"5. Mis pensamientos se remontan a una época 167 años atrás en que un puñado de mujeres, hombres mayores y niños en edad de trabajar quedaron atrás para proseguir con la construcción del Templo de Kirtland mientras que casi todo hombre en disposición de hacerlo había iniciado una marcha de 1600 kilómetros para ir en auxilio de los santos de Misuri. Los registros indican que literalmente toda mujer de Kirtland estaba atareada tejiendo e hilando para vestir a los hombres y niños que trabajaban en el templo. El élder Heber C. Kimball escribió: "Sólo el Señor conoce las escenas de pobreza, tribulación y dificultad por las que hemos pasado para lograr [esto]". Se escribió que un líder de esa época, al contemplar el sufrimiento y la pobreza de la Iglesia, se subía con frecuencia a los muros del edificio, de día y de noche, llorando y alzando la voz para que el Todopoderoso enviase los medios mediante los cuales pudieran finalizar la construcción6. No fue nada más fácil cuando los santos se trasladaron hacia el oeste y comenzaron a establecerse en estos valles. De niño, 158

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cuando tenía edad para ir a la Primaria y luego, cuando era poseedor del Sacerdocio Aarónico, iba a la Iglesia al antiguo y grandioso Tabernáculo de St. George, cuya construcción había dado comienzo en 1862. Durante los interminables discursos, me entretenía contemplando el edificio, admirando la maravillosa mano de obra de los pioneros que habían realizado una construcción tan asombrosa. ¿Sabían, acaso, que hay 184 racimos de uvas tallados en la cornisa del cielo raso de dicho edificio? (¡Algunos de esos discursos eran muy largos!) Pero, por encima de todo, disfruté del recuento de los vidrios de las ventanas, 2.244, porque al crecer oí con frecuencia el relato de Peter Nielsen, uno de esos desconocidos y ahora olvidados santos de los que he estado hablando. En el transcurso de la construcción del tabernáculo, los miembros de la localidad habían encargado las vidrieras a Nueva York, desde donde las enviaron en un barco que navegó alrededor del cabo para llegar a California; pero había que pagar una factura de $800 dólares antes de recogerlas y llevarlas a St. George. Al hermano David H. Cannon, quien más tarde sería presidente del Templo de St. George, el cual se estaba construyendo en esa época, se le dio la responsabilidad de recaudar los fondos necesarios. Tras un arduo esfuerzo, la comunidad entera, después de haber dado prácticamente todo lo que tenían para esos dos proyectos monumentales de construcción, sólo pudo reunir $200 dólares. En un acto de fe, el hermano Cannon preparó una partida de hombres y unos carromatos para ir a California y traer las vidrieras, y continuó orando para reunir antes de su partida la enorme cantidad de $600 dólares. Cerca de Washington, Utah, vivía Peter Nielsen, un inmigrante danés que durante años había estado ahorrando para ampliar su modesta casa de adobe de dos habitaciones. El día antes a la partida de la caravana hacia California, en su pequeña casita, Peter pasó toda la noche sin poder dormir. Pensaba en su conversión en la lejana Dinamarca y en su posterior recogimiento con los santos en América. Tras llegar al Oeste, se estableció en Sanpete, donde luchó para ganarse la vida, pero precisamente cuando estaba a punto de prosperar en ese lugar, aceptó el 159

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llamamiento de mudarse y servir en la Misión del Algodón, y así contribuir a los patéticos y endebles esfuerzos de los colonos de Dixie, una zona de Utah de tierra muy alcalina y propicia para la malaria y las inundaciones. Mientras aquella noche estaba en cama, rememorando sus años en la Iglesia, sopesó los sacrificios que se le habían requerido con las maravillosas bendiciones que había recibido, y, en aquellas privadas horas, tomó una decisión. Algunos dicen que fue un sueño, otros que fue una impresión, pero aún hay quienes lisa y llanamente lo llaman un sentido del deber. Sea cual fuere la forma en que recibió la inspiración, Peter Nielsen se levantó antes del amanecer del día en que la caravana iba a partir hacia California, y con la ayuda de sólo una vela y de la luz del Evangelio, sacó de un lugar secreto $600 dólares en monedas de oro. Su esposa, Karen, despertada antes del amanecer por el bullicio, le preguntó por qué se había levantado tan temprano; lo único que él respondió fue que tenía que caminar rápidamente los once kilómetros hasta St. George. Cuando el primer rayo del alba caía sobre los bellos riscos rojizos del sur de Utah, alguien llamó a la puerta de David H. Cannon. Y allí estaba Peter Nielsen, con algo en la mano, envuelto en un pañuelo rojo. "Buenos días, David", dijo Peter. "Espero no haber llegado tarde. Usted sabrá qué hacer con este dinero". Dicho esto, dio media vuelta y volvió a recorrer el camino de regreso a Washington, de regreso a una esposa fiel e incondicional, de regreso a su pequeña casa de adobe de dos habitaciones, y que habría de continuar durante el resto de su vida7. El siguiente es otro relato de esos primeros y fieles constructores de la moderna Sión. John R. Moyle vivía en Alpine, Utah, a unos 35 kilómetros del Templo de Salt Lake, donde trabajaba como capataz de los artesanos durante la construcción del mismo. Para estar siempre en el trabajo a las 8:00 de la mañana, el hermano Moyle tenía que ponerse en camino alrededor de las 2:00 de la madrugada del día lunes. Terminaba la semana de trabajo a las 5:00 de la tarde del viernes y volvía caminando a casa, donde llegaba poco antes de la medianoche. Repitió ese

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horario todas las semanas durante todo el tiempo que sirvió en la construcción del templo. Una vez, estando en su casa, en un fin de semana, una de las vacas se puso nerviosa mientras la estaba ordeñando y le dio una patada en la pierna, destrozándole el hueso un poco más abajo de la rodilla. Con la ayuda médica de la que disponían en esas zonas rurales, su familia y sus amigos sacaron una puerta de sus bisagras y lo ataron a esa improvisada mesa de operaciones. Tomaron una sierra que habían estado empleando para cortar las ramas de un árbol cercano y le amputaron la pierna por debajo de la rodilla. Cuando por fin, más allá de cualquier posibilidad médica, la pierna empezó a sanar, el hermano Moyle tomó un pedazo de madera y se hizo una pierna artificial. Primero caminó por la casa, luego alrededor del jardín y finalmente se aventuró por su propiedad. Cuando sintió que podía soportar el dolor, se puso la pierna, caminó los 35 kilómetros hasta el Templo de Salt Lake, se subió al andamio y, cincel en mano, grabó en la piedra: "Santidad al Señor"8. Con la fe de nuestros padres y madres rodeándonos tan evidentemente en todas partes hoy día, permítanme concluir con el resto del pasaje que cité al inicio de mis palabras, el cual parece ser particularmente relevante en nuestras maravillosas circunstancias actuales. Después que Moisés habló a aquella antigua generación de las bendiciones que tenían a causa de la fidelidad de quienes les habían precedido, añadió: "Cuídate de no olvidarte de Jehová, que te sacó de la tierra. . . "No andaréis en pos de dioses ajenos. . . los dioses de los pueblos que están en vuestros contornos. . . "Porque tú eres pueblo santo para Jehová tu Dios; [Él] te ha escogido para serle un pueblo especial. . . "No por ser vosotros más que todos los pueblos os ha. . . escogido, pues vosotros erais el más insignificante de todos los pueblos; "sino por cuanto Jehová os amó, y quiso guardar el juramento que juró a vuestros padres. . . "Conoce, pues, que Jehová tu Dios es Dios, Dios fiel, que

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guarda el pacto y la misericordia a los que le aman y guardan sus mandamientos, hasta mil generaciones"9. Todavía somos bendecidos por ese amor de Dios y por la fidelidad de nuestros antepasados y progenitores espirituales a través de mil generaciones. Ruego que hagamos con las bendiciones que se nos han concedido tanto como lo que ellos hicieron en medio de las privaciones que tantos de ellos sufrieron. Deseo que a pesar de esa abundancia, nunca olvidemos al Señor ni vayamos "en pos de dioses ajenos", sino que seamos siempre "pueblo santo para Jehová". Si lo hacemos, aquellos que padecen hambre y sed de la palabra del Señor, continuarán viniendo como "palomas a nuestra ventana". Vendrán en busca de paz, de crecimiento y de salvación. Si vivimos nuestra religión, ellos encontrarán eso y mucho más. Somos un pueblo bendecido y en una época tan maravillosa como ésta, siento una sobrecogedora deuda de gratitud. Doy gracias a mi Padre Celestial por innumerables e incalculables bendiciones, siendo la primera y la más importante el don de Su Hijo Unigénito, Jesús de Nazaret, nuestro Salvador y Rey. Testifico que Su perfecta vida y Su amoroso sacrificio fueron literalmente el rescate de un Rey, una expiación pagada voluntariamente para salvarnos no sólo de la prisión de la muerte sino también de las prisiones del dolor, del pecado y de la autocomplacencia. Sé que José Smith vio al Padre y al Hijo, y que este día es una proyección directa de aquel día. Me siento en deuda por el preciado conocimiento del cual aquí doy testimonio; me siento en deuda por el preciado patrimonio que se me ha dado. De hecho, me siento en deuda por todo, y me comprometo a dedicar el resto de mi vida para retribuirlo, en el nombre de Jesucristo. Amén.

(Por el Élder Jeffrey R. Holland del Quórum de los Doce Apóstoles. Discurso pronunciado en la conferencia General Anual número 170 de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los últimos Días, en la Sesión del domingo por la tarde, el 02 de abril de 2.000. desde el Centro de Conferencias, en Salt Lake City, Utah. Discurso publicado en la revista Liahona en julio de 2.000, págs. 90-93.) 162

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ermanos, amo el Sacerdocio de Dios y es un gran honor para mí contarme entre aquellos de ustedes que lo poseen. Mi mensaje de esta noche es para todos nosotros, cualquiera sea la edad o los años de servicio, sin embargo, deseo dirigirme con particular énfasis a los diáconos, maestros y presbíteros en el Sacerdocio Aarónico y a los jóvenes y recién ordenados élderes en el Sacerdocio de Melquisedec, ustedes, los de la creciente generación, quienes deben estar listos para ejercer su sacerdocio, a veces en momentos y de maneras que no se imaginan. En ese espíritu, el llamado que les hago esta noche es semejante al que Josué hizo a una antigua generación de poseedores del sacerdocio, de jóvenes así como los que no eran tan jóvenes, que tenían que llevar a cabo un milagro en sus días. Josué dijo a aquellos que tendrían que llevar a cabo la tarea más formidable del antiguo Israel, o sea, la de volver a tomar y poseer su antigua tierra de promisión: "Santificaos, porque Jehová hará mañana maravillas entre vosotros"1. Permítanme contarles un relato que deja ver cuán prontos e inesperados pueden ser esos mañanas, y en algunos casos, cuán poco tiempo tienen para hacer preparativos apresurados y tardíos. En la tarde del miércoles 30 de septiembre de 1998, la semana pasada se cumplieron dos años de ese acontecimiento, un equipo de fútbol americano de jovencitos, en Inkom, Idaho, se encontraba en el campo para su práctica semanal acostumbrada. Habían terminado sus ejercicios de calentamiento y empezaban a practicar algunas jugadas. Se avecinaron nubes negras, como suele suceder en el otoño, y empezó a lloviznar, pero eso no pareció

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importarle a un grupo de muchachos a quienes les encantaba jugar fútbol. De pronto, sin saber de dónde vino, el estallido ensordecedor de un trueno irrumpió por el aire, al mismo tiempo que el destello de un relámpago iluminaba y, literalmente, electrizaba todo el entorno. En ese instante, un joven amigo mío, A. J. Edwards, diácono del Barrio Port Neff, de la Estaca McCammon, Idaho, estaba a punto de recibir el balón que por seguro resultaría en un tanto durante esa práctica donde los miembros del equipo jugaban unos contra otros. Pero el rayo que había iluminado tierra y cielo alcanzó al joven A. J. Edwards desde la punta de su casco de fútbol hasta las suelas de los zapatos. El impacto del golpe dejó pasmados a todos los jugadores, tumbando a algunos al suelo, dejando a uno de ellos ciego por unos momentos y a casi todos los demás aturdidos y azorados. Por instinto empezaron a correr hacia el pabellón de cemento adjunto al parque. Algunos de los muchachos empezaron a llorar; muchos de ellos se arrodillaron y empezaron a orar. Durante todo ese tiempo, A. J. Edwards seguía inmóvil en el campo. El hermano David Johnson, del Barrio Rapid Creek, Estaca McCammon, Idaho, corrió al lado del jugador. A gritos le dijo a Rex Shaffer, que era el entrenador y miembro de su barrio: "¡No tiene pulso. Tiene un paro cardíaco!". Esos dos hombres, que milagrosamente tenían entrenamiento como técnicos médicos de emergencia, empezaron a aplicarle resucitación cardiopulmonar, un esfuerzo vida contra muerte. Mientras los hombres hacían sus labores, a A. J. le sostenía la cabeza el joven entrenador ayudante de 18 años de edad, Bryce Reynolds, miembro del Barrio Mountain View, Estaca McCammon, Idaho. Al observar al hermano Johnson y al hermano Shaffer aplicarle resucitación al muchacho, tuvo una fuerte impresión. Yo tengo la certeza de que fue una revelación de los cielos en todo el sentido de la palabra. Él recordó una bendición del sacerdocio que el obispo le había dado a su abuelo en una ocasión tras un accidente igualmente trágico y amenazador ocurrido años antes. Ahora, al sostener a ese joven diácono en sus brazos, se dio cuenta de que por primera vez en su vida tenía que ejercer de la 164

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misma manera el Sacerdocio de Melquisedec que recientemente le había sido conferido. Estando a punto de cumplir los diecinueve años y de recibir el inminente llamamiento a servir en una misión, el joven Bryce Reynolds había sido ordenado élder hacía sólo 39 días. Ya sea que haya pronunciado las palabras de manera audible o que las haya murmurado, el élder Reynolds dijo: "A. J. Edwards, en el nombre del Señor Jesucristo y por el poder y la autoridad del Sacerdocio de Melquisedec que poseo, te bendigo para que estés bien. En el nombre de Jesucristo. Amén". Al momento que Bryce Reynolds finalizó esa breve pero ferviente oración ofrecida en el lenguaje de un joven de dieciocho años, A. J. Edwards empezó a respirar nuevamente. La familia Edwards podrá contarnos en otra ocasión sobre las continuas oraciones, milagros y bendiciones adicionales del sacerdocio relacionadas con toda esa experiencia --incluso un viaje por ambulancia a alta velocidad hasta Pocatello, seguido de un vuelo, sin mucha esperanza, hasta el centro para quemados de la Universidad de Utah. Pero por ahora basta decir que el sumamente sano y robusto A. J. Edwards se encuentra aquí esta noche, junto con su padre, como mis invitados especiales. Recientemente también hablé por teléfono con el élder Bryce Reynolds que ha estado sirviendo fielmente en la Misión Texas Dallas durante los últimos diecisiete meses. Amo a estos dos maravillosos jovencitos. Mis jóvenes amigos, tanto del Sacerdocio Aarónico como del de Melquisedec, no todas las oraciones se contestan de forma tan inmediata, y no toda declaración del sacerdocio puede ordenar la renovación o la prolongación de la vida. A veces la voluntad de Dios es otra, pero, jóvenes, ustedes aprenderán, si aún no lo han hecho, que en momentos de temor y aún de peligro, su fe y su sacerdocio requerirá lo mejor de cada uno de ustedes y lo mejor que puedan pedir de los cielos. Ustedes, los jóvenes del Sacerdocio Aarónico, no utilizarán el sacerdocio exactamente de la misma manera que un élder ordenado utiliza el de Melquisedec, pero todos los poseedores del sacerdocio deben ser instrumentos en las manos de Dios, y para serlo, ustedes deben hacer lo que 165

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dijo Josué: "Santificaos". Deben estar preparados para actuar y ser dignos de hacerlo. Es por eso que en las Escrituras el Señor dice repetidamente: ". . .sed limpios los que lleváis los vasos del Señor"2. Permítanme decirles lo que significa la frase "los que lleváis los vasos del Señor". Antiguamente, tenía por lo menos dos significados, ambos relacionados con la obra del sacerdocio. El primero tiene que ver con la recuperación y la devolución a Jerusalén de varios implementos que el rey Nabucodonosor había llevado a Babilonia. Al manipular físicamente esos artículos para su devolución, el Señor recordó a aquellos hermanos de antaño la santidad de cualquier cosa que tuviera que ver con el templo. Por lo tanto, al llevar de nuevo a su tierra los diversos utensilios, vasijas, tazas y otros vasos, ellos mismos tenían que estar tan limpios como los instrumentos ceremoniales que llevaban3. El segundo significado se relaciona con el primero. En el hogar se solían usar tazones e implementos similares para ritos de purificación. El apóstol Pablo, al escribirle a su joven amigo Timoteo, dijo en cuanto a éstos: ". . .en una casa grande. . . hay utensilios de oro y. . . plata. . . de madera y de barro", siendo estos métodos de lavar y purificar comunes en la época del Salvador. Pero Pablo sigue diciendo: ". . .si alguno se limpia de [indignidad], será instrumento. . . santificado, útil al Señor, y dispuesto para toda buena obra. [Por tanto], huye. . . de las pasiones juveniles. . . sigue la justicia. . . con los que de corazón limpio invocan al Señor"4. En ambos relatos bíblicos, el mensaje es que como poseedores del sacerdocio no sólo habremos de manipular los vasos sagrados y los emblemas del poder de Dios --piensen en la preparación, bendición y repartición de la Santa Cena, por ejemplo-- sino que también habremos de ser un instrumento santificado a la vez. A propósito, debido a lo que habremos de hacer, pero más importante aún, debido a lo que habremos de ser, los profetas y apóstoles nos dicen que "[huyamos]. . . de las pasiones juveniles" e "[invoquemos] al Señor" los que somos limpios de corazón. Ellos nos dicen que seamos puros. Vivimos en una época en la que se hace cada vez más difícil preservar esa pureza. Con la tecnología moderna, incluso nuestros 166

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hermanitos y hermanitas más pequeños pueden virtualmente ser llevados alrededor del mundo antes de que sean lo suficientemente grandes para cruzar solos la calle en un triciclo. Lo que para la mayoría de los de mi generación fueron momentos agradables de salir al cine, de ver televisión o de leer revistas, ahora, con la disponibilidad adicional de las videocaseteras, el Internet y las computadoras personales, se han convertido en "diversiones" llenas de un verdadero peligro moral. Hago resaltar la palabra "diversiones". ¿Sabían que el significado original en latín de la palabra "diversión" era "distracción de la mente con el propósito de engañar"? Lamentablemente eso es lo que en gran parte han llegado a ser las "diversiones" de nuestros días en las manos del más grande engañador. Recientemente leí las palabras de un escritor que decía: "Nuestros ratos libres, incluso nuestro entretenimiento, es un asunto de grave preocupación. La razón de ello es que no hay un terreno neutral en el universo: se lidia una batalla entre Dios y Satanás por reclamar todo lo que comprende el universo"5. Creo que eso es absolutamente cierto y ninguna batalla es más crucial y evidente que la que se está librando por las mentes, los valores morales y la pureza personal de la juventud. Hermanos, parte de mi voz de amonestación esta noche es que esta batalla sólo seguirá empeorando. Parecería que la puerta del libertinaje, la puerta de la lascivia, de la vulgaridad y de la indecencia se abre en una sola dirección; se abre cada vez más y más y nunca parece cerrarse. Las personas pueden elegir cerrarla, pero una cosa es segura, desde un punto de vista histórico, que los deseos de la sociedad y las normas públicas nunca la cerrarán. No, en lo que incumbe a asuntos morales, el único control verdadero que tienen es el dominio propio. Hermanos, si ustedes están teniendo dificultades para controlar lo que ven, lo que escuchan o lo que dicen o hacen, les pido que oren a su Padre Celestial para que los ayude. Oren a Él como lo hizo Enós, quien luchó con Dios y con el espíritu6. Luchen como lo hizo Jacob con el ángel, negándose a dejarlo hasta que recibiera una bendición7. Hablen con su mamá y su papá, hablen con su obispo. Busquen la mejor ayuda posible de entre las buenas 167

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personas que les rodean. Eviten a toda costa a los que quieran tentarlos, debilitarlos o perpetuar el problema. Si esta noche hay alguno que sienta que no es totalmente digno, puede hacerse digno mediante el arrepentimiento y la expiación del Señor Jesucristo. El Salvador lloró, sangró y murió por ustedes. Él ha dado todo por la felicidad y la salvación de ustedes. ¡De seguro no va a negarles Su ayuda ahora! Entonces pueden ayudar a otros a quienes sean enviados, ahora y en el futuro, como uno que posee el sacerdocio de Dios. Entonces pueden ser lo que el Señor describió como "médico para la iglesia"8. Jovencitos, les amamos. Nos preocupamos por ustedes y deseamos ayudar de cualquier forma que podamos. Hace casi doscientos años, William Wordsworth escribió que "nosotros tenemos mucho del mundo". ¿Qué diría en cuanto a las intrusiones que hoy día azotan las almas y los valores de ustedes? Al tratar algunos de estos problemas que ustedes enfrentan, somos conscientes de que una gran multitud de jóvenes está viviendo fielmente el Evangelio y se mantiene firme ante el Señor. Estoy seguro que esa multitud incluye a la gran mayoría de los que me están escuchando esta noche. Pero las advertencias que hacemos a unos cuantos son importantes recordatorios aun para los fieles. En los días más difíciles y desalentadores de la Segunda Guerra Mundial, Winston Churchill dijo a la gente de Inglaterra: "A todo hombre le llega. . . ese momento especial en el que, en sentido figurado, se le da un toquecito en el hombro y se le ofrece la oportunidad de hacer algo especial, singular para él y propio para su talento. ¡Qué tragedia si en ese momento se encontrara desprevenido o falto de preparación para la obra que sería su logro supremo!". Hermanos, en un tipo de batalla espiritual mucho más serio, llegará el día --en realidad estoy seguro de que llegará-- en que en circunstancias inesperadas o en un momento de necesidad crítica, caerá un rayo, por así decirlo, y el futuro estará en sus manos: física, espiritual o moralmente, o de otra manera. Estén listos para cuando llegue ese día. Sean fuertes. Siempre sean puros. Respeten y veneren el sacerdocio que poseen, esta noche y para 168

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Santificaos

siempre. Testifico de esta obra, del poder que se nos ha dado de dirigirlo, y de la necesidad de ser dignos de administrarlo. Hermanos, testifico que el llamado en todos los tiempos --y especialmente en nuestros días-- es el llamado de Josué: "Santificaos, porque Jehová hará mañana maravillas entre vosotros". En el nombre de Jesucristo. Amén.

(Por el Élder Jeffrey R. Holland del Quórum de los Doce Apóstoles. Discurso pronunciado en la conferencia General Semestral número 170 de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los últimos Días, en la sesión del Sacerdocio, el 07 de octubre de 2.000. desde el Centro de Conferencias, en Salt Lake City, Utah. Discurso publicado en la revista Liahona en enero de 2.001, págs. 46-49.)

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ME SERÉIS TESTIGOS

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uando el Jesús resucitado concluyó Su ministerio terrenal, dio este importante mandato a Sus apóstoles y a aquellos que los seguirían: "Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. . ."1. "recibiréis poder. . . y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra"2. Al recordar siempre actuar con cortesía y decoro, tenemos la responsabilidad de ser testigos de Jesucristo "en todo tiempo. . . en todas las cosas y en todo lugar"3, a fin de proclamar, cada uno a su propia manera, la gran causa a la cual Cristo nos ha llamado. Ustedes ya son misioneros maravillosos, mejores de lo que se imaginan, y tienen la habilidad de ser aún mejores. Es posible dejar que los misioneros regulares lleven a cabo la difícil tarea de trabajar 12 horas al día, pero, ¿por qué no ser partícipes del gozo de esa obra? A nosotros también nos corresponde un lugar ante la mesa colmada de testimonios y, afortunadamente, hay un lugar reservado para cada uno de los miembros de la Iglesia. En efecto, una clara verdad de hoy día es que ninguna misión ni ningún misionero puede a la larga lograr el éxito sin la tierna participación y el apoyo espiritual de los miembros locales que trabajen con ellos en un esfuerzo equilibrado. Si hoy están tomando notas en una tabla de piedra, inscriban profundamente esta verdad; les prometo que nunca tendrán que borrarla. Al principio, los investigadores pueden provenir de muchas fuentes diferentes, pero aquellos que en verdad se bautizan y son

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retenidos mediante la actividad en la Iglesia provienen en su gran mayoría de amigos y conocidos de los miembros de la Iglesia. Hace poco más de veinticuatro meses, el presidente Gordon B. Hinckley dijo en una transmisión para toda la Iglesia: "Yo los comprendo a ustedes, misioneros. Simplemente no pueden hacerlo solos y hacerlo bien. Necesitan la ayuda de otros. Ese poder para ayudarles anida en cada uno de nosotros. . . "Ahora bien, hermanos y hermanas, podemos dejar que los misioneros traten de hacer la obra por sí solos o ayudarles en ello. Si lo hacen por sí mismos, irán de puerta en puerta, día tras día, y la cosecha será escasa. O podemos, como miembros, ayudarles a encontrar y enseñar investigadores. "Hermanos y hermanas, a todos ustedes en los barrios y estacas, en los distritos y las ramas, quiero invitarles a que formen parte de un amplio ejército con verdadero entusiasmo por esta obra y con un enorme deseo de ayudar a los misioneros en la inmensa responsabilidad que tienen de llevar el Evangelio a toda nación, tribu, lengua y pueblo. . ."4. Me gusta como suenan esas frases: "un amplio ejército con verdadero entusiasmo por esta obra" y "un enorme deseo de ayudar a los misioneros". Permítanme destacar algunas cosas que podemos hacer a fin de responder a ese llamado. Ustedes podrán saber cuántas de ellas ya están llevando a la práctica. Lo más importante es que podemos vivir el Evangelio. Ciertamente no hay mensaje misional más poderoso que podamos enviar al mundo que el ejemplo de una vida Santo de los Últimos Días amorosa y feliz. La manera de actuar y de conducirse, la sonrisa y la bondad de un fiel miembro de la Iglesia brindan calidez e interés que ningún folleto misional ni vídeo puede transmitir. Las personas no se unen a la Iglesia por lo que saben; se unen por lo que sienten, lo que ven y lo que desean espiritualmente. Los demás verán nuestro espíritu de testimonio y de felicidad en ese aspecto, si se lo permitimos. Como el Señor dijo a Alma y a los hijos de Mosíah: "Id. . . para que les déis buenos ejemplos en mí; y os haré instrumentos en mis manos, para la salvación de muchas almas"5.

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Una joven ex misionera de Hong Kong me contó recientemente que cuando ella y su compañera le preguntaron a una investigadora si creía en Dios, la mujer respondió: "No creía, hasta que conocí a un miembro de su Iglesia y observé la forma en que vivía". ¡Qué obra misional ejemplar! Pedir que cada miembro sea un misionero no es tan crucial como pedir que cada miembro sea un miembro. Gracias por vivir el Evangelio. Gracias también por orar por los misioneros. Todos oran por los misioneros. Ojalá siempre sea así. Con ese mismo espíritu, debemos también orar por aquellos que se están reuniendo con los misioneros o que necesitan hacerlo. En Zarahemla se mandó a los miembros "[unirse] en ayuno y ferviente oración"6 por aquellos que aún no se habían unido a la Iglesia de Dios. Nosotros podemos hacer lo mismo. También podemos orar a diario por nuestras propias experiencias misionales. Oren para que bajo la guía divina de tales cosas, la oportunidad misional que ustedes desean ya esté siendo preparada en el corazón de alguna persona que añora y busca lo que ustedes tienen. "Todavía hay muchos en la tierra. . . que. . . no llegan a la verdad sólo porque no saben dónde hallarla"7. ¡Oren para que ellos les encuentren a ustedes! Y luego estén alerta, porque hay multitudes en el mundo que sienten hambre en sus vidas, no hambre de pan ni de agua, sino de oír la palabra del Señor8. Cuando el Señor ponga esa persona ante ustedes, simplemente conversen sobre cualquier cosa. No hay por qué temer. No tienen que tener un mensaje misional obligatorio. Su fe, su felicidad, la expresión misma de su rostro es suficiente para despertar el interés de los que tengan un corazón sincero. ¿Han oído a una abuela hablar de sus nietos? A eso me refiero. . . ¡y sin fotografías! El Evangelio simplemente aflorará a la conversación y ustedes no podrán contenerse. Pero quizás aún más importante que hablar sea el escuchar. Esas personas no son objetos inanimados disfrazados de estadística bautismal. Son hijos de Dios, nuestros hermanos y hermanas, y necesitan lo que nosotros tenemos. Sean sinceros; hagan un esfuerzo verdadero. Pregunten a esos amigos qué es lo 172

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más importante para ellos, lo que ellos atesoren y lo que ellos consideren de más valor. Luego, escuchen. Si la situación es propicia, podrían preguntarles cuáles son sus temores, lo que anhelan o lo que piensen que les falta en la vida. Les prometo que en algo de lo que ellos digan siempre se destacará una verdad del Evangelio sobre la cual ustedes pueden dar testimonio y ofrecer más conocimiento. El élder Russell Nelson me dijo una vez que una de las primeras reglas de un interrogatorio médico es "Preguntar al paciente dónde le duele. El paciente", dijo él, "será la mejor guía para lograr un diagnóstico correcto y el tratamiento necesario". Si escuchamos con amor, no habrá necesidad de preguntarnos qué decir; pues nos será dado por el Espíritu y por nuestros amigos. A las personas que se les haga difícil iniciar conversaciones misionales --y lo es para muchas-- las nuevas tarjetas de obsequio que recientemente produjo la Iglesia son una forma agradable y fácil de dar a conocer a los demás nuestras creencias básicas y cómo pueden saber más. Por ejemplo, ésa es la manera más fácil que yo personalmente he encontrado de ofrecer a la gente un ejemplar del Libro de Mormón sin necesidad de llevar una mochila llena de libros cuando viajo. Ahora permítanme aumentar un poco más el ritmo de este mensaje. Muchos más de nosotros podemos prepararnos para prestar servicio como matrimonios misioneros cuando llegue ese tiempo de nuestra vida. Como dicen en un póster los matrimonios mayores del CCM de Provo: "¡Arrastremos los pies con más agilidad!". Acabo de regresar de un largo viaje que me llevó a media docena de misiones. A todas las partes que fui durante esas semanas encontré matrimonios mayores que brindaban el liderazgo más gratificante y extraordinario que se puedan imaginar, proporcionando la estabilidad, madurez y experiencia que no se podría esperar de un joven de 19 o 21 años de edad. Encontré toda clase de parejas, incluso algunos ex presidentes de misión y de templo y sus esposas, que habían ido a partes del mundo totalmente desconocidas para ellos a fin de servir callada y

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desinteresadamente una segunda, tercera o cuarta misión. Todos ellos me conmovieron en gran manera. Recientemente almorcé con el élder John Hess y su esposa, de Ashton, Idaho. John me dijo: "Somos tan sólo agricultores de patatas", pero eso es precisamente lo que necesitaba la nación de Bielorrusia, en la Misión Rusia Moscú. Por muchos años, la mejor cosecha de patatas en parcelas del gobierno producía 50 sacos de patatas por hectárea. Tomando en cuenta que se necesitan 22 sacos de semilla para plantar una hectárea, el rendimiento era bastante pobre. Ellos necesitaban ayuda. El hermano Hess pidió un terreno que estaba a tan sólo un metro de distancia de las parcelas del gobierno, se remangó la camisa y se dispuso a trabajar con la misma semilla, herramientas y fertilizante disponibles en Bielorrusia. Cuando llegó el tiempo, empezaron a cosechar, luego llamaron a otros para ayudar, y terminaron pidiendo a todos que fueran a trabajar. Con la misma cantidad de lluvia y tierra, pero con una medida adicional de la industria, experiencia y oración de Idaho, las parcelas que plantaron los Hess produjeron cerca de 550 sacos por hectárea, o sea once veces más que cualquier otra cosecha en ese país. Al principio, nadie podía creer la diferencia; se preguntaban si habían ido equipos secretos durante la noche, o si se había usado alguna fórmula mágica. Pero no fue nada de eso. El hermano Hess dijo: "Necesitábamos un milagro y lo pedimos". Ahora, casi un año más tarde, los jóvenes misioneros proselitistas están teniendo mucho más éxito en esa comunidad porque un "viejo agricultor de patatas" de Idaho respondió al llamado de su Iglesia. La mayoría de los matrimonios misioneros prestan servicio de forma más rutinaria, empleando su experiencia de liderazgo en los barrios y las ramas, pero lo importante es que hay toda clase de necesidades en esta obra y una firme tradición misional de responder al llamado de servir a cualquier edad y en toda circunstancia. Recientemente, un presidente de misión me informó que una de sus jóvenes misioneras, al aproximarse el final de su fiel y próspera misión, dijo entre lágrimas, que debía regresar a casa inmediatamente. Cuando le preguntó cuál era la razón, ella le dijo que el dinero se había vuelto tan escaso para su familia que, 174

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para continuar manteniéndola, habían arrendado su hogar y estaban utilizando lo que sacaban de renta para costear los gastos de su misión. Para los arreglos de vivienda se habían tenido que mudar a un depósito de almacenamiento; para las necesidades de agua, usaban un grifo exterior y una manguera del vecino; y como baño iban a una estación de servicio cercana. Esa familia, en la que el padre había fallecido recientemente, se sentía tan orgullosa de su misionera, y eran tan independiente, que se las había arreglado para ocultar esa situación a la mayoría de sus amistades y a casi todos sus líderes de la Iglesia. Cuando se descubrió la situación, la familia fue restaurada de inmediato a su hogar; se aseguraron soluciones a largo plazo para sus circunstancias económicas y se proporcionó la cantidad completa del sostén para la hija misionera. Habiendo secado sus lágrimas y disipado sus temores, esa fiel y dedicada hermana terminó su misión con éxito y recientemente se casó en el templo con un joven maravilloso. En estos días favorecidos no requerimos la clase de sacrificio riguroso que esta familia misionera ofreció, pero nuestra generación ha sido la beneficiaria de generaciones anteriores que sí sacrificaron muchísimo al servir en la causa misional que proclamamos. Todos podemos hacer un poco más para transmitir esa tradición a los que vengan después que nosotros. El apóstol Juan le preguntó al Señor si él, Juan, podría permanecer en la tierra más allá del período normal de la vida para ningún otro propósito que el de traer más almas a Dios. Al conceder ese deseo, el Salvador dijo que ésta era "una obra mayor" y un "deseo" más noble que incluso el de querer ir "presto" a la presencia del Señor9. Al igual que todos los profetas y apóstoles, el profeta José Smith entendió el profundo significado de la súplica de Juan cuando dijo: "Después de todo lo que se ha dicho, [nuestro] mayor y más importante deber es predicar el evangelio"10. Testifico de ese Evangelio y de Jesucristo, quien lo personificó. Testifico que "el valor de las almas es grande a la vista de Dios"11 y que el salvar esas almas mediante la Expiación redentora de Su Hijo Amado es la esencia misma de Su obra y Su gloria12. Al luchar por lograr 175

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esa obra, testifico, al igual que Jeremías, que esta última y grandiosa declaración misional hecha al moderno Israel, será, al final, un mayor milagro que cuando el antiguo Israel cruzó el Mar Rojo13. Que con valor y entusiasmo compartamos el milagro de ese mensaje, ruego en el nombre del Señor Jesucristo. Amén.

(Por el Élder Jeffrey R. Holland del Quórum de los Doce Apóstoles. Discurso pronunciado en la conferencia General Anual número 171 de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los últimos Días, en la Sesión del sábado por la mañana, el 31 de marzo de 2.001. desde el Centro de Conferencias, en Salt Lake City, Utah. Discurso publicado en la revista Liahona en julio de 2.001, págs. 15-17.)

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l profeta José Smith declaró una vez que todas las cosas "que pertenecen a nuestra religión son únicamente dependencias" de la expiación de Jesucristo'. De manera similar y por las mismas razones, toda verdad que un misionero o un maestro enseña, es sólo una dependencia del mensaje central de todos los tiempos: que jesús es el Cristo, el Salvador y Redentor del mundo. Nuestro mensaje básico es que con la ofrenda completa de Su cuerpo, Su sangre y la angustia de Su espíritu, Cristo expió la transgresión inicial de Adán y Eva en el Jardín de Edén y también los pecados de todas las demás personas que vivirían en este mundo desde Adán hasta el final de los tiempos. Algunas de esas bendiciones son incondicionales, como el don de la resurrección. Otras son muy condicionales, y requieren que se guarden los mandamientos, se realicen ordenanzas y se viva la vida de un discípulo de Cristo. En ambos casos, el mensaje esencial del Evangelio es el que el mismo Maestro declara: "Yo soy el camino, y la verdad y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí"-. Es así como la expiación de Cristo, que hace posible el regreso al Padre, es el hecho central, el fundamento crucial y la doctrina principal del gran y eterno plan de salvación que se nos ha llamado a enseñar. Tal vez haya unos cuantos misioneros, si es que hay alguno, que desconozcan lo importante de esta doctrina. Pero me ha sorprendido el hecho de descubrir que esto no es algo de lo que se hable espontáneamente en conversaciones sobre la obra misional.

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Por ejemplo, en conferencias de zona les he preguntado a los misioneros qué es lo que quieren que los investigadores hagan como resultado de oír las charlas. "¡Que se bauticen!", es lo que exclaman al unísono. "Sí", les digo, "pero, ¿qué tiene que preceder al bautismo?" Ahí con-iienzan a tener más cuidado con sus respuestas. Ah, piensan. Ésta es una prueba. Es una prueba sobre la primera charla. "¡Leer el Libro de Mormón!", exclama alguien. "¡Orar!", grita un élder. "¡Ir a la iglesia!", declara una de las hermanas. "¡Escuchar todas las charlas!", dice alguien más. "Bueno, casi han cubierto todas las metas de la primera charla", les digo, "pero, ¿qué más quieren que hagan sus investigadores?" "¡Que se bauticen!", dice el coro por segunda vez. "Élderes y hermanas", les suplico yo, "¡ya me dijeron lo del bautismo, y todavía les pregunto lo mismo!" Bueno, ahora sí se sienten totalmente confundidos. Debe tratarse de metas de las otras charlas, piensan. "¡Cumplir con la Palabra de Sabiduría!", dice alguien. "¡Pagar los diezmos!", dice alguien más. Y así seguimos. Debo decirles que casi nunca los misioneros llegan a describir las dos cosas fundamentales que queremos que los investigadores hagan antes del bautismo: Tener fe en el Señor Jesucristo y arrepentirse de sus pecados. Sin embargo, ,creemos que los primeros principios y ordenanzas del Evangelio son: primero, Fe en el Señor Jesucristo; se, gundo, Arrepentimiento; [luego] tercero, Bautismo por inmersión para la remisión de los pecados; cuarto, Imposición de manos para comunicar el don del Espíritu Santo"'. La vida de un nuevo converso debe edificarse sobre la fe en el Señor Jesucristo y en Su sacrificio redentor: una convicción de que Él realmente es el Hijo de Dios, que vive en este instante, que sólo Él tiene las llaves de nuestra salvación y exaltación. A esa creencia debe seguirla el verdadero arrepentimiento, el arrepentimiento que muestra nuestro deseo de ser limpios, renovados y sanos, arrepentimiento que nos permite reclamar todas las bendiciones de la Expiación. Luego viene el bautismo para la remisión de pecados. Sí, el bautismo también es para ser miembros de la Iglesia, pero no es 178

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eso lo que el profeta José Smith recalcó en ese Artículo de Fe. Él recalcó que el bautismo era para la remisión de los pecados, enfocándonos a ustedes y a mí, al misionero y al investigador, nuevamente en la Expiación, en la salvación, en el don que Cristo nos ha dado. Permítanme sugerir algunas cosas que todos nosotros podemos hacer para que tanto los miembros como los investigadores tengan siempre muy presentes a Cristo y Su expiación. Estimulemos de toda manera posible una mayor espiritualidad durante las reuniones de la Iglesia, en especial durante las reuniones sacramentales. Los investigadores merecen sentir en las reuniones sacramentales el mismo espíritu que sienten durante las visitas de los misioneros. Ayudemos a orientar a los investigadores explicándoles la ordenanza de la Santa Cena de la que serán testigos. Los misioneros podrían leerles a los investigadores las oraciones sacramentales tal como se encuentran en las Escrituras, podrían compartir con ellos las palabras de su himno que puedan ayudar a esos nuevos visitantes a tener una experiencia de aprendizaje poderosa cuando asistan a una reunión sacramental. De la misma manera, hagamos todo lo posible para que los servicios bautismales sean una experiencia espiritual y centrada en Cristo. El nuevo converso merece que la experiencia del bautismo sea sagrada, que esté cuidadosamente planeada y que sea un momento de espiritualidad. Las oraciones, los himnos y ciertamente los discursos, todo debe enfocarse en el significado de la ordenanza y en la expiación de Cristo, que es lo que la hace eficaz. Misioneros, en su afán por registrar el bautismo no se olviden de lo que ese bautismo representa y lo que debe significar en la vida del nuevo miembro. Por medio de la experiencia de la enseñanza, los misioneros deben testificar del Salvador y de Su don de salvación para nosotros. Es obvio que los misioneros deben testificar con regularidad sobre todos los principios que enseñen, pero es de especial importancia que den testimonio de esta doctrina fundamental en el plan de nuestro Padre Celestial.

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Son varias las razones para testificar. Una de ellas es que el declarar la verdad hará eco, traerá un recuerdo al subconsciente del investigador de que ha escuchado esa verdad antes; y, por supuesto, sabemos que así es. El testimonio del misionero evoca un gran legado de testimonio que se remonta a los concilios de los cielos antes de la creación del mundo. Allí, en otro lugar, estas mismas personas escucharon el bosquejo de ese mismo plan y oyeron en cuanto al papel que jesucristo jugaría en su salvación. La verdad es que los investigadores no sólo escuchan nuestro testimonio de Cristo, sino también el eco de otros testimonios anteriores, incluso su propio testimonio del Salvador, porque ellos estuvieron entre los fieles que guardaron su primer estado y que se ganaron el privilegio de un segundo estado. ¡Siempre debemos recordar que esos investigadores estuvieron entre los valientes que una vez vencieron a Satanás por medio del poder del testimonio de Cristo!' Y más aun, cuando ustedes dan testimonio de "jesucristo, y a éste crucificado"', para usar las palabras de Pablo, invocan el poder de Dios el Padre y del Espíritu Santo. El Salvador mismo enseñó: "...quien en mí cree, también cree en el Padre; y el Padre le testificará a él [el investigador] de mí, porque lo visita,rá [al investigador] con fuego y con el Espíritu Santo. "Y así dará el Padre testimonio de mí, y el Espíritu Santo le dará [al investigador] testimonio del Padre y de mí, porque el Padre, y yo, y el Espíritu Santo somos uno... " ... ésta es mi doctrina; y los que edifican sobre esto, edifican sobre mi roca, y las puertas del infierno no prevalecerán en contra de ellos"'. ¿Por qué, entonces, debemos testificar frecuente y poderosamente de Cristo? Porque al hacerlo invitamos el poder divino del testimonio que dan Dios el Padre y el Espíritu Santo, y nuestro propio testimonio llega a formar parte de él, un testimonio que viene con alas de fuego al corazón del investigador. Tal testimonio divino de Cristo es la roca sobre la que se debe establecer el fundamento de todo converso. Sólo este testimonio del Ungido, del Victorioso que expía, prevalecerá en contra de las puertas del infierno. 180

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Estudien las Escrituras a conciencia y familiarícense con los pasajes que enseñan y testifican de la misión redentora de Cristo. Nada les tocará el corazón ni les con, moverá el alma como las verdades de las que les he estado hablando. En concreto, pediría a los misioneros regulares y a los miembros misioneros que estudien y enseñen en cuanto a la expiación de Cristo basándose en el Libro de Mormón. Digo eso con prejuicio personal, porque fue durante mi misión que aprendí a amar el Libro de Mormón y la majestuosidad del Hijo de Dios que en él se revela. En su enfoque sin paralelo en el Salvador del mundo, el Libro de Mormón es literalmente un nuevo testamento u "otro testamento" de jesucristo, que le declara a todos que por medio de la expiación del Hijo de Dios, "así como ha[n] caído puedaín] ser redimidos; y también todo el género humano, sí, cuantos quieran' . Consideren lo que Nefi dijo al comienzo de su ministerio: "Y el mundo, a causa de su iniquidad, lo juzgará como cosa de ningún valor; por tanto, lo azotan, y él lo soporta; lo hieren y él lo soporta. Sí, escupen sobre él, y él lo soporta, por motivo de su amorosa bondad y su longanimidad para con los hijos de los hombres. "Y el Dios de nuestros padres... sí, el Dios de Abraham, y de Isaac, y el Dios de Jacob se entrega a sí mismo como hombre... en manos de hombres inicuos para ser levantado, según las palabras de Zenoc, y para ser crucificado, según las palabras de Neum, y para ser enterrado en un sepulcro, de acuerdo con las palabras de Zenós... "Y todas estas cosas ciertamente deben venir, dice el profeta Zenós. Y se henderán las rocas de la tierra; y a causa de los gemidos de la tierra, muchos de los reyes de las islas del mar se verán constreñidos a exclamar por el Espíritu de Dios: ¡El Dios de la naturaleza padece!"'. 0 bien, estas palabras de Jacob, el extraordinario hermano de Nefi, ¡que dio un sermón de dos días en cuanto a la Caída y la Expiación! "¡Oh cuán grande es la bondad de nuestro Dios, que prepara un medio para que escapemos de las garras de este terrible

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monstruo; sí, ese monstruo, muerte e infierno, que llamo la muerte del cuerpo, y también la muerte del espíritu... "Y viene al mundo para salvar a todos los hombres, si éstos escuchan su voz; porque he aquí, él sufre los dolores de todos los hombres, sí, los dolores de toda criatura viviente, tanto hombres como mujeres y ni, ños, que pertenecen a la familia de Adán. "Y sufre esto a fin de que la resurrección llegue a todos los hombres... "Y él manda a todos los hombres que se arrepientan y se bauticen en su nombre, teniendo perfecta fe en el Santo de Israel, o no pueden ser salvos en el reino de Dios"'. como último ejemplo, estas palabras del gran patriarca Lehi: "Por tanto, la redención viene en el Santo Mesías... "He aquí, él se ofrece a sí mismo en sacrificio por el pecado, para satisfacer las demandas de la ley, por todos los de corazón quebrantado y de espíritu contrito; y por nadie más se pueden satisfacer las demandas de la ley. "Por lo tanto, cuán grande es la importancia de dar a conocer estas cosas a los habitantes de la tierra, para que sepan que ninguna carne puede morar en la presencia de Dios, sino por medio de los méritos, y misericordia, y gracia del Santo Mesías, quien da su vida, según la carne, y la vuelve a tomar por el poder del Espíritu, para efectuar la resurrección de los muertos, siendo el primero que ha de resucitar. "De manera que él es las primicias para Dios, pues él intercederá por todos los hijos de los hombres; y los que crean en él serán salvos". Obviamente, reconocerán que estos ejemplos son testimonios sacados de solamente las primeras páginas del Libro de Mormón. Tal vez sea suficiente para comunicarles lo urgente e impresionante del tema que contiene ese registro sagrado. El Libro de Mormón fue la primera -y es todavía la más grande herramienta misional de esta dispensación. Les testifico que cambiaremos vidas, incluso la nuestra, si

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enseñamos la Expiación por medio del Libro de Mormón como también, por supuesto, por medio de todas las otras Escrituras. Cualquier persona que haga cualquier tipo de obra misional tendrá la oportunidad de preguntarse: ¿Por qué es tan difícil? ¿'Por qué no podemos tener éxito más rápido? ¿Por qué no son más las personas que se unen a la Iglesia? ¿'Por qué no es el único riesgo que corren los misioneros el de contraer pulmonía por estar empapados todo el día y toda la noche en la pila Bautismal He pensado mucho en eso. Propongo lo siguiente como mi idea personal. Estoy convencido de que la obra misional no es fácil porque la salvación ?io es una experiencia barata. La salvación nunca fue fácil. Nosotros somos la Iglesia de Jesucristo, ésta es la verdad, y Él es nuestro Gran y Eterno Líder. ¿Cómo podemos creer que podría ser fácil para nosotros cuando nunca fue fácil para Él? Opino que tanto los misioneros como los líderes de la misión deben pasar, aunque sea unos momentos, en Getsemaní. Tanto los misioneros como los líderes de la misión deben dar aunque sea uno o dos pasos hacia la cima del Calvario. Espero que no me malinterpreten. No estoy hablando de nada remotamente cercano a lo que Cristo experimentó. Eso sería presuntuoso y sacrílego. Pero es mi opinión que los misioneros y los investigadores, para llegar a la verdad, para llegar a la salvación, para conocer aunque sea de manera mínima este precio que se pagó, tengan que pagar una pequeña parte de ese mismo precio. Es por ese motivo que creo que la obra misional nunca ha sido fácil, ni tampoco la conversión, ni la retención, ni la fidelidad continua. Creo que vivir el Evangelio debe requerir algo de esfuerzo, algo de lo más profundo de nuestra alma. Si Él pudo salir de noche, arrodillarse, postrarse, sangrar por cada poro y exclamar: "Abba, Padre (Papá), si pudiera pasar de mí esta copa, que pase"", entonces no es de sorprenderse que la salvación no sea cosa fácil para nosotros. Si se están preguntando si hay un modo más fácil, deben recordar que no han sido los primeros en hacerse esa pregunta. Alguien de mucha más grandeza se preguntó hace mucho tiempo si no habría una manera más fácil. 183

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Cuando les sea difícil, cuando sean rechazados, cuando les escupan y los echen, estarán en compañía de la mejor vida que haya conocido el mundo, la única vida pura y perfecta que se haya vivido jamás. Tienen motivo para sentirse honrados y agradecidos porque el Hijo Viviente del Dios Viviente lo sabe todo en cuanto a las tristezas y aflicciones de ustedes. La única manera de lograr la salvación es pasar por Getsemaní y caminar hacia el Calvario. El único camino a la eternidad es por medio de Él: el Camino, la Verdad y la Vida. Testifico que el Dios viviente es nuestro Padre Eterno y que jesucristo es Su Hijo viviente Unigénito en la carne. Les testifico que este jesús, que fue muerto y colgado en un madero", vive. Todo el triunfo del Evangelio es que Él vive, y debido a que Él vive, viviremos nosotros también. En ese primer domingo de Resurrección, María Magdalena primero creyó haber visto a un jardinero. Y eso fue lo que vio: el jardinero que cultivó el Edén y que soportó Getsemaní. El jardinero que nos dio el árbol de la vida. Declaro que Él es el Salvador del mundo. Sé que somos levantados a la vida porque Él fue levantado a la muerte. Les doy testimonio de que Él fue herido por nuestras transgresiones y molido por nuestras iniquidades, que Él fue varón de dolores, experimentado en quebranto porque tomó sobre sí las transgresiones de todos nosotros". Testifico que vino de Dios como un Dios para sanar a los quebrantados de corazón, para secar las lágrimas de todos los ojos, para proclamar libertad al cautivo y la apertura de la cárcel a los presos". Les prometo que como resultado de su fiel respuesta al llamado a proclamar el Evangelio, Él les sanará el corazón quebrantado, les secará las lágrimas y los liberará a ustedes y a sus familias. Ésa es mi promesa misional para ustedes y el mensaje que tienen para el mundo. (De un discurso pronunciado en el Centro de Capacitación Misional en Provo, Utah, el 20 de junio de 2000. Discurso publicado en la revista Liahona en octubre de 2001 págs 26-32).

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COMO HUERTO DE RIEGO

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egura y firmemente, La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días se extiende de manera profética por toda la tierra. En el lenguaje de Daniel es como una piedra "que del monte fue cortada. . . no con mano".1La mejor expresión que encontró Isaías para describir lo que vio fue "un prodigio grande y espantoso".2¡Yesun prodigio! Esta restauración y propagación del Evangelio de Jesucristo está llena de milagros, revelaciones y manifestaciones de todas clases, muchos de los cuales han surgido en nuestros tiempos. Yo cumplí diecisiete años antes de que hubiera una estaca de Sión fuera de Norteamérica; ahora hay más de mil estacas en los otros continentes y en las islas del mar. Tenemos actualmente ciento veinticinco templos en funcionamiento o anunciados, más de la mitad de los cuales (64) están fuera de los Estados Unidos. Más aún, yo tenía casi dieciséis años antes de que hubiera un solo templo fuera de los estados y provincias de los Estados Unidos y Canadá. Hemos visto en nuestra época que la revelación ha extendido el sacerdocio a todos los hombres dignos, de edad apropiada, una bendición que ha acelerado la obra en muchas partes del mundo. Hemos visto en esta época la publicación de nuestras Escrituras en casi cien idiomas, ya sea completas o en parte. Hemos visto en esta época la creación, largo tiempo esperada, de los Quórumes de Setentas, con grandes hombres provenientes de muchas naciones y, a su vez, enviados a prestar servicio en muchas naciones. Hace poco, el presidente Hinckley anunció el "Fondo perpetuo para la educación", que tiene la posibilidad de bendecir a

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muchas personas aun en los lugares más distantes de la tierra. Y así continúa la internacionalización de la Iglesia. Doy este breve resumen para destacar otro milagro, otra revelación por así llamarle, que puede haber pasado inadvertida para los miembros de la Iglesia en general; en cierto sentido, se esperaba que pasara inadvertida al público. Me refiero a la decisión de las Autoridades Generales, hace poco más de diez años, de suprimir cualquier asignación especial u otras obligaciones monetarias que tuvieran los miembros locales, tanto aquí como en otros países. Puesto que dicha decisión se tomó precisamente en medio del progreso internacional que acabo de describir, ¿cómo podía financiarse éste? ¿Cómo podíamos ir a localidades aun más distantes y en general mucho más pobres al mismo tiempo que suprimíamos toda obligación monetaria adicional de nuestra gente? En esa situación, la lógica habría dictado un curso de acción exactamente opuesto. ¿Cómo se llevó a cabo? Les diré cómo: con la convicción absoluta de parte de las autoridades presidentes de que hasta el más nuevo de los miembros de la Iglesia honraría el principio del diezmo y de las ofrendas voluntarias dado por el Señor, y que la lealtad a ese principio divino nos sostendría económicamente. Yo no formaba parte del Quórum de los Doce cuando se tomó esa importante decisión, pero me imagino las conversaciones que habrán tenido lugar y el acto de fe que se requeriría de estos hombres amorosos y prudentes. ¿Y si la Iglesia suprimiera las asignaciones y los santos no pagaran los diezmos y las ofrendas? ¿Qué pasaría? Que yo sepa, nunca se consideró seriamente esa posibilidad. Las Autoridades Generales prosiguieron con fe; fe en Dios, fe en los principios revelados, fe en nosotros, los miembros. Nunca dudaron. Aquel fue un día magnífico (aunque casi inadvertido) en la maduración de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días como institución. Pero para honrar esa decisión, también nosotros, los miembros de la Iglesia, debemos ser maduros individualmente. Quisiera sugerir cinco razones por las cuales todos nosotros, ricos o

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pobres, miembros de hace mucho tiempo o nuevos conversos, debemos pagar fielmente nuestros diezmos y ofrendas. Primero, páguenlos y enseñen el principio por el bien de sus hijos y nietos, la nueva generación que, si no tenemos cuidado, podría crecer en este benéfico y nuevo arreglo económico de la Iglesia sin la más mínima idea de cómo se financian los templos, las capillas, los seminarios y las actividades de que disfrutan. Hagan saber a sus hijos que muchas de las bendiciones de la Iglesia están disponibles porque ustedes y ellos pagan sus diezmos y ofrendas, y que esas bendiciones no se podrían recibir de ninguna otra manera. Además, lleven a sus hijos a fin de año al ajuste de diezmos, tal como el nieto del presidente Howard W. Hunter asistió con su padre hace muchos años. En esa oportunidad, el obispo expresó su aprobación de que el pequeño hermanito Hunter quisiera pagar el diezmo íntegro. Mientras recibía las monedas, le preguntó al chico si pensaba que el Evangelio era verdadero; al entregar su diezmo íntegro de catorce centavos, el niño de siete años dijo que suponía que el Evangelio era verdadero pero que "es bastante caro"3. Y bien, los edificios, programas y materiales que he mencionado cuestan dinero y el saberlo es una lección muy importante que nuestros hijos deben aprender en su infancia. Segundo, paguen el diezmo para reclamar con todo derecho las bendiciones prometidas a aquellos que lo hagan. ". . .y probadme ahora en esto, dice Jehová de los ejércitos, si no os abriré las ventanas de los cielos, y derramaré sobre vosotros bendición hasta que sobreabunde".4El presidente Joseph F. Smith no se cansaba nunca de contar que su madre viuda, Mary Fielding Smith, después de haber perdido al esposo en el martirio de Nauvoo y haber hecho el arduo recorrido al Oeste con cinco niños huérfanos de padre, aun en la pobreza continuó pagando el diezmo. Cuando una persona de la oficina de los diezmos le sugirió que no debía contribuir con el diez por ciento de las únicas papas que había podido cosechar, ella exclamó: "William, ¡debería sentirse avergonzado! ¿Me negaría una bendición? Si no pagara el diezmo, sé que el Señor me retendría Sus bendiciones. Pago el

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diezmo no sólo porque es una ley de Dios, sino porque espero recibir una bendición por hacerlo. [Necesito una bendición.] Al obedecer ésta y otras leyes, espero. . . poder proveer lo necesario para mi familia"5. No puedo enumerar todos los medios en que se reciben bendiciones por la obediencia a este principio, pero testifico que se recibirán muchas en formas espirituales que sobrepasan en mucho el aspecto económico. Por ejemplo, he visto cumplirse en mi vida la promesa de Dios de que reprendería por mí "al devorador"6. Esa bendición de protección contra aquel que querría destruirnos se ha derramado sobre mí y mis seres queridos más allá de mi propia capacidad de obtenerla o de reconocerla adecuadamente. Creo que hemos recibido seguridad divina, por lo menos en parte, debido a nuestra determinación, individual y como familia, de pagar el diezmo. Tercero, paguen el diezmo como una declaración de que las posesiones materiales y la acumulación de riquezas mundanas no son las metas más importantes de su existencia. Es como me dijo hace poco un joven casado y con hijos, que vive con el presupuesto limitado de un estudiante: "Quizás nuestros momentos más cruciales como Santos de los Últimos Días sean aquellos en los que tenemos que nadar contra la corriente de la cultura en la que vivimos. El diezmo nos proporciona esos momentos. Vivimos en un mundo que destaca las adquisiciones materiales y cultiva la desconfianza hacia cualquier persona o cosa que pretenda nuestro dinero, pero nos despojamos de todo egoísmo para dar libre, confiada y generosamente. Con esa acción, ciertamente declaramos que somos diferentes, que somos pueblo único, pueblo adquirido por Dios. En una sociedad que afirma que el dinero es nuestro valor más importante, declaramos enfáticamente que no es así"7. El presidente Spencer W. Kimball se refirió una vez a un hombre que se enorgullecía de sus grandes campos y sus muchas propiedades: bosques y viñedos, rebaños y praderas, estanques, casas y posesiones de todas clases. Se enorgullecía de todo ello, pero hasta el fin de sus días nunca estuvo dispuesto a diezmarlos, ni siquiera a reconocer que eran dones de Dios. El presidente 188

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Kimball habló en el funeral de ese hombre y notó que, siendo terrateniente, había sido sepultado en un pequeño rectángulo de tierra que medía "el largo de un hombre alto y el ancho de uno robusto"8. A la pregunta muchas veces repetida de "¿Cuánto dejó?", podemos estar seguros de que la respuesta siempre sería: "Absolutamente todo". Por lo tanto, bien haríamos en hacernos tesoros en el cielo, donde la doctrina y no los impuestos dan significado a palabras tales como "patrimonio", "herencia", "legado" y "testamento"9. Cuarto, paguen su diezmo y ofrendas por honestidad e integridad, porque pertenecen a Dios. Sin duda, entre las líneas más penetrantes de todas las Escrituras se encuentra la resonante pregunta: "¿Robará el hombre a Dios?. . . ¿En qué te hemos robado?", preguntamos. Y Él responde: "En vuestros diezmos y ofrendas".10 El pago del diezmo no es una pequeña dádiva que otorgamos a Dios caritativamente, sino que es el pago de una deuda. El élder James E. Talmage lo describió como un contrato entre nosotros y el Señor, y dijo que imaginaba al Señor diciéndonos: "'Tú tienes necesidad de muchas cosas en este mundo: de comida, ropa y techo para ti y tu familia, de las comodidades comunes de esta vida. . . Tendrás los medios para adquirirlas, pero recuerda que todas son mías y que exijo de ti el pago de una renta por lo que pongo en tus manos. Sin embargo, como tu vida no será de progreso constante. . . en lugar de hacer lo que hacen muchos propietarios terrenales que te exigen que. . . pagues por adelantado, sea cual sea tu fortuna o. . . perspectivas, a mí me pagarás [sólo] cuando recibas; y me pagarás de acuerdo con lo que recibas. Si un año tus ingresos son abundantes, entonces [tu 10 por ciento será un] poco más; pero si el año siguiente es de dificultades y tu entrada no es lo que era, entonces [tu 10 por ciento será] menos. [Cualquiera sea tu situación, el diezmo será justo]'. "¿Han encontrado alguna vez en esta tierra a un propietario que estuviera dispuesto a ofrecerles esa clase de contrato [justo]?", pregunta el élder Talmage. Y continúa: "Cuando considero esa libertad. . . siento profundamente que casi no me atrevería a 189

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levantar los ojos. . . al cielo. . . si tratara de defraudar [a Dios] de aquello [que con justicia le pertenece]"11. Esto nos conduce a una quinta y final razón por la que debemos pagar el diezmo y las ofrendas. Debemos pagarlos como una expresión personal de amor hacia nuestro generoso Padre Celestial. Por Su gracia, Dios ha dado pan al hambriento y ha vestido al pobre. En diferentes épocas de nuestra vida, eso nos incluye a todos, ya sea en un sentido temporal o espiritual. Para cada uno de nosotros, el Evangelio y sus bendiciones han brotado como nace la luz del alba, alejando las tinieblas de la ignorancia y el pesar, del temor y la desesperanza. En una nación tras otra, los hijos del Señor lo han llamado y Él les ha respondido. Debido a la difusión de Su Evangelio por todo el mundo, Dios alivia las cargas de la opresión y deja libres a los quebrantados. Su amorosa bondad ha hecho que la vida de nuestros miembros, ricos o pobres, cercanos o distantes, sea "como huerto de riego, y como manantial de aguas, cuyas aguas nunca faltan"12. Expreso mi más profunda gratitud por todas las bendiciones del Evangelio, especialmente por el más grande de todos los dones, el don expiatorio del Hijo Unigénito de Dios. Sé que nunca podré pagar al cielo ninguna porción de esta benevolencia, pero hay muchos modos en que puedo tratar de demostrar mi gratitud, y uno de esos es el pago de diezmos y ofrendas que damos de nuestra propia voluntad. Deseo corresponder con algo, pero nunca quiero que sea, según las palabras del rey David, "holocaustos que no me cuesten nada"13. Testifico que el principio del diezmo es de Dios, que al enseñársenos en la simplicidad de las Escrituras denota su verdadera divinidad. Que podamos reclamar sus bendiciones para siempre, lo ruego en el nombre de Jesucristo. Amén. (Por el Élder Jeffrey R. Holland del Quórum de los Doce Apóstoles. Discurso pronunciado en la conferencia General Semestral número 171 de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los últimos Días, en la Sesión del sábado por la tarde, el 06 de octubre de 2001. desde el Centro de Conferencias, en Salt Lake City, Utah. Discurso publicado en la revista Liahona en enero de 2002, págs. 37-39.) 190

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ntre las parábolas más memorables que dijo el Salvador se encuentra la del insensato hermano menor que fue a su padre, le pidió su parte de la herencia y se fue lejos a desperdiciar sus bienes, dice la Escritura, "viviendo perdidamente"1. Tanto su dinero como sus amigos desaparecieron mucho antes de lo que pudo imaginar —siempre ocurre así—, y después de eso, llegó la terrible hora de la verdad —que siempre llega—. En el camino cuesta abajo de todo eso, llegó a ser apacentador de cerdos y se vio tan hambriento, tan desposeído de sustento y de señorío que "deseaba llenar su vientre de las algarrobas que comían los cerdos". Pero ni siquiera tenía ese consuelo. En seguida, la Escritura dice de modo alentador que, "volviendo en sí", resolvió volver a la casa paterna con la esperanza de ser aceptado en ella al menos como jornalero. La emotiva imagen del angustiado y fiel padre de ese muchacho que corrió al encuentro de éste, se echó sobre su cuello y le llenó de besos es una de las escenas más conmovedoras y más compasivas de todas las Santas Escrituras. Indica a todo hijo de Dios, descarriado o no, cuánto desea Dios tenernos de nuevo en la protección de Sus brazos. Pero, al estar absortos en el relato de ese hijo menor, podemos pasar por alto, si no prestamos atención, lo que ocurrió al hijo mayor, puesto que, en la primera línea del relato del Salvador, dice: "Un hombre tenía dos hijos", y Él pudo haber añadido: "los cuales se habían perdido y tenían necesidad de volver a casa". El hijo menor ha vuelto, le han puesto ropa sobre los hombros y un anillo en el dedo cuando el hijo mayor entra en escena. Este 191

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último ha estado trabajando con diligencia y lealtad en el campo, y viene de regreso. La imagen que pinta el relato de los hermanos que regresan paralelamente a casa, aunque provenientes de lugares muy diferentes, es primordial en esta historia. Al llegar cerca de la casa, oye la música y las risas. "Y llamando a uno de los criados, [fíjense en que tiene criados] le preguntó qué era aquello. "El [criado] le dijo: Tu hermano ha venido; y tu padre ha hecho matar el becerro gordo, por haberle recibido bueno y sano. "Entonces [el hermano mayor] se enojó, y no quería entrar. Salió por tanto su padre, y le rogaba que entrase". Ustedes saben la conversación que entonces tuvieron. Sin duda, el dolor de ese padre por el hijo descarriado que, tras haberse ido lejos, estuvo en el lodo con los cerdos, se intensifica ahora al ver que ese hermano mayor y más entendido, el héroe de la infancia del niño menor que siempre es el hermano mayor, se ha enojado porque ese hermano suyo ha vuelto a casa. No, debo rectificarme. Ese hijo no está tan enojado porque el otro haya vuelto a casa como lo está porque sus padres están tan felices por ello. Pensando que no le valoran a él y sintiendo quizás más que un poco de compasión por sí mismo, ese hijo obediente —y es sumamente obediente— olvida por un momento que él nunca ha tenido que conocer la inmundicia ni la desesperación, ni el temor ni el aborrecimiento de sí mismo. Olvida por un momento que todo becerro de su padre ya es suyo, lo mismo que toda la ropa y todos los anillos de su progenitor. Olvida por un momento que su fidelidad siempre ha sido y siempre será recompensada. No, a él, que tiene prácticamente todo y que, con su diligencia y particular obediencia lo ha ganado, le falta una cosa que podría hacerle el hombre completo del Señor que casi es. Él todavía tiene que llegar a tener la compasión, la misericordia y la caritativa amplitud de visión para ver que no es un rival el que regresa, sino su hermano. Como su padre le suplicó que viese, [el muchacho menor] es el que era muerto, y ha revivido; el que se había perdido, y es hallado. Sin duda, ese hermano menor había estado prisionero, vale decir, prisionero del pecado, de la estupidez y del chiquero. Pero el 192

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hermano mayor también vive en una especie de prisión, pues hasta ahora no ha podido salir de la cárcel de sus dañinos conceptos; está obsesionado por los celos de ojos verdes2. Piensa que su padre no sabe valorarle y que su hermano le ha privado de sus derechos cuando en realidad no es así. Ha caído víctima de una afrenta imaginaria y como tal es como Tántalo, de la mitología griega, pues aunque está sumergido en el agua hasta el mentón sigue atormentado por la sed. Él, que hasta ahora ha estado presuntamente muy feliz con su vida y contento con su buena suerte, de pronto, se siente muy desdichado tan sólo porque a otro también le ha sonreído la buena suerte. ¿Quién susurra tan sutilmente a nuestro oído que un obsequio que se hace a otra persona disminuye en cierta forma las bendiciones que hemos recibido nosotros? ¿Quién nos hace pensar que si Dios sonríe a otra persona sin duda nos frunce el ceño a nosotros? Ustedes y yo sabemos quién hace eso: es el padre de todas las mentiras3. Es Lucifer, nuestro enemigo común, quien, a lo largo de los pasillos del tiempo, siempre ha dicho, y lo ha dicho a todos: "Dame, pues, tu honra"4. Se ha dicho que la envidia es el pecado que nadie confiesa fácilmente, pero lo generalizado de esa tendencia se indica en un antiguo proverbio danés, que dice: "Si la envidia fuese fiebre, todo el mundo estaría enfermo". El párroco de la obra Canterbury Tales, del poeta inglés Chaucer, la lamenta por el gran alcance que tiene: siente celos de cualquier cosa, incluso de toda virtud y talento, y todo la ofende, incluso toda bondad y dicha5. Cuando otras personas parecen crecer más a nuestra vista, pensamos que, por consiguiente, nosotros debemos empequeñecer y, lamentablemente, de vez en cuando actuamos con pequeñez. ¿Por qué ocurre eso, sobre todo cuando deseamos tanto que no sea así? Pienso que una de las razones de ello es que a diario nos encontramos con estímulos de un tipo o de otro que nos hacen pensar que lo que tenemos no es suficiente. Alguien o algo nos está diciendo de continuo que tenemos que ser más apuestos o más acaudalados, más aplaudidos o más admirados que lo que nos parece que somos. Se nos dice que no hemos acumulado suficientes posesiones y que no hemos ido a suficientes sitios de 193

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diversión. Se nos bombardea con el mensaje de que se nos ha pesado en la balanza del mundo y que hemos sido hallados faltos6. Algunos días es como si nos hubiesen encerrado bajo llave en un cubículo del vasto y espacioso edificio donde lo único que se ve en la televisión es una telenovela interminable tituladaVanas ilusiones7. Pero Dios no actúa de ese modo. El padre del relato no atormenta a sus hijos. No los compara sin piedad con sus semejantes. Ni siquiera compara al uno con el otro. Sus expresiones de compasión hacia uno no requieren que retire ni que niegue su amor al otro. Es divinamente generoso con esos dos hijos. Hace llegar su caridad a sus dos hijos. Creo que Dios es con nosotros como mi amada esposa, Pat, es con respecto a mi canto. Es una talentosa música, una especie de genio musical, pero yo no logro apresar una nota musical ni con un matamoscas. Y, no obstante, ella me ama de un modo muy especial cuando intento cantar. Lo sé porque lo veo en sus ojos, de los que sale la mirada del amor. Un observador escribió: "En un mundo que sin cesar compara a las personas, catalogándolas de ser más inteligentes o menos inteligentes que otras, más atractivas o menos atractivas que las otras, de más éxito o de menos éxito que los demás, no es fácil creer en un amor [divino] que no haga lo mismo. Cuando oigo que alaban a alguien", dice ese observador, "me resulta difícil no pensar que yo soy menos digno de alabanza; cuando leo de la bondad y la amabilidad de otras personas, me es trabajoso no preguntarme si no seré yo tan bondadoso y amable como ellas; y cuando veo que se entregan trofeos, recompensas y premios a personas especiales, no puedo evitar preguntarme por qué eso no me ha ocurrido a mí"8. Si no oponemos resistencia a esa inclinación tan adornada por el mundo, veremos que, a la larga, nos llevará a formarnos un concepto rencoroso y degradado de Dios y una opinión espantosamente destructiva de nosotros mismos. La mayoría de los mandamientos que empiezan con "no harás. . ." tienen por objeto impedirnos hacer daño a los demás,

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pero estoy convencido de que el mandamiento de no codiciar tiene por objeto impedirnos hacernos daño a nosotros mismos. ¿Cómo podemos superar esa tendencia tan común en casi todos? En primer lugar, podemos hacer lo que hicieron esos dos hijos y emprender el camino de regreso al Padre. Debemos hacerlo con toda la presteza y toda la humildad que podamos reunir. Por el camino, podemos contar nuestras muchas bendiciones y celebrar los logros de los demás. Lo mejor de todo es que podemos servir a nuestros semejantes, que es el ejercicio más eficaz que se haya recetado para la caridad del corazón. Pero, por último, eso no será suficiente. Cuando estamos perdidos, cada cual puede "volver en sí", pero puede que no siempre podamos "encontrarnos a nosotros mismos", y, por los siglos de los siglos, no podemos "salvarnos a nosotros mismos". Sólo el Padre y Su Hijo Unigénito pueden hacer eso. Sólo en Ellos hay salvación. Por eso rogamos que Ellos nos ayuden, que "salgan" a recibirnos y a abrazarnos, y nos lleven a la fiesta que Ellos han preparado. ¡Ellos lo harán! En las Escrituras abunda la promesa de que la gracia de Dios es suficiente9. Ésta es una arena en la que nadie tiene que luchar ni competir. Nefi dice que el Señor "ama [a todo el] mundo" y que ha dado la salvación gratuitamente. "¿Ha mandado el Señor a alguien que no participe de su bondad?", pregunta Nefi. ¡No!, "sino que [toda persona] tiene tanto privilegio como cualquier [otra], y nadie es excluido [de Su mano]". "Venid a mí, vosotros, todos los extremos de la tierra", suplica Él, y comprad leche y miel sin dinero y sin precio10.Toda persona tiene tanto privilegio como cualquier otra. Vivan pacíficamente. Vivan con confianza. Vivan sin temor y sin envidia. Siempre tengan confianza en la abundancia de nuestro Padre Celestial hacia ustedes. Al hacer eso, podremos ayudar a los demás, invocando bendiciones sobre ellos como ellos oran por nosotros. Podremos aclamar todo talento y habilidad, a quienquiera que se otorgue, haciendo de ese modo la vida aquí más parecida a como es en el cielo. Nos servirá recordar siempre el sucinto orden de prioridades en 195

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que Pablo puso las virtudes: "Y ahora permanecen la fe, la esperanza y el amor, estos tres; pero el mayor de ellos es el amor"11. Él nos recuerda que todos somos el cuerpo de Cristo y que todos los miembros, ya sean bonitos o débiles, son adorados, esenciales e importantes. Percibimos la profundidad de su súplica de que "no haya desavenencia en el cuerpo, sino que los miembros todos se preocupen los unos por los otros. De manera que si un miembro padece, todos los miembros se [duelan] con él, y si un miembro recibe honra, todos los miembros con él se [gocen]. . ."12. Ese incomparable consejo nos ayuda a recordar que la palabra genero s ity, que es generosidad en el idioma inglés, tiene el mismo origen que la palabra genealogy, que es genealogía en inglés, y que las dos provienen del latíngenus, que significa del mismo nacimiento o tipo, de la misma familia o género13. Siempre hallaremos más fácil ser generosos si recordamos que la persona que esté siendo favorecida es en verdad miembro de nuestra propia familia. Hermanos y hermanas, testifico que ninguno de nosotros es menos preciado o menos valorado por Dios que otro. Testifico que Él ama a cada uno de nosotros: a cada cual con sus inseguridades, afanes, imagen de sí mismo y todo. Él no mide nuestros talentos ni nuestro aspecto; Él no mide nuestra profesión ni nuestras posesiones. Él aclama a cada corredor y hace saber que la carrera es en contra del pecado y no de unos contra otros. Sé que si somos fieles, habrá ropas de rectitud hechas perfectamente a la medida, listas y en espera de cada uno14, "ropas. . . emblanquecid[as] en la sangre del Cordero"15. Que nos animemos unos a otros en nuestro esfuerzo por ganar ese premio es mi ferviente oración en el nombre de Jesucristo. Amén. (Por el Élder Jeffrey R. Holland del Quórum de los Doce Apóstoles. Discurso pronunciado en la conferencia General Anual número 172 de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los últimos Días, en la Sesión del domingo por la mañana, el 07 de abril de 2002. desde el Centro de Conferencias, en Salt Lake City, Utah. Discurso publicado en la revista Liahona en julio de 2002, págs. 69-72.) 196

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uenas tardes, hermanos y hermanas. Les traigo saludos de los maravillosos miembros y misioneros de Latinoamérica. Como muchos de ustedes ya saben, el élder Dallin Oaks y su esposa, y yo mismo y mi esposa hemos sido llamados a servir en las áreas de la Iglesia de Filipinas y Chile, respectivamente. Si el murmullo de las conversaciones sirve de indicación alguna, esta decisión ha demostrado ser de más interés para la Iglesia que lo que cualquiera pudiera haberse imaginado. Cualesquiera que sean sus especulaciones, me considero autorizado para asegurarles que no nos dirigimos a estos puestos de avanzada como dos de los cuatro jinetes del Apocalipsis. Para aquellos que intentan buscar una "señal" en todo esto, tengan a bien verla como la señal de una Iglesia maravillosa, internacional y en crecimiento, con miembros y misioneros que se desplazan con firmeza a través de idiomas y continentes. Es un gozo conocer y servir con Santos de los últimos Días de todas partes, de cerca y de lejos, en casa o en el extranjero, y les damos las gracias por sus oraciones y su interés en la obra. Este tipo de servicio que prestan los Doce no es, obviamente, algo nuevo y debo decir que nuestra generación ha tenido menos dificultades en salir a prestarlo que la anterior. Lo mejor de todo es tener a la hermana Holland conmigo en vez de tener que dejarla en casa, cuidando de sí misma y de los hijos. Es más, no tuve que realizar trabajo alguno durante el camino para pagarme el pasaje a Santiago. Volamos en pocas horas hasta nuestro destino en un moderno avión en vez de tener que navegar durante semanas, e incluso meses, en la bodega de un barco. No tuve que padecer

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escalofríos, fiebre, paludismo, cólera ni tisis, si bien me resfrié y uno de los vuelos de conexión se retrasó una hora. Espero que esas dificultades me hagan digno de estar algún día ante Pedro, Pablo, Brigham y Wdford. Como la mayoría de ustedes, c= con los relatos de aquellos primeros Apóstoles que iban a Canadá, Inglaterra, Escandinavia, Europa, las islas del Pacífico, México, Asia y demás lugares. Hace poco leí sobre la misión de Parley P Pratt en Chile, donde la familia perdió y enterró a un hijo pequeño en Valparaíso. He leído sobre el élder Melvin J. Ballard que fue llamado a dedicar Sudamérica cuando este maravilloso continente aún era un campo misional nuevo y bastante sobrecogedor. El servicio que contribuye a la edificación de una Iglesia joven y en aumento no se sohcita de forma casual ni se brinda caprichosamente. En ocasiones los obstáculos han sido enormes, y el precio a pagar elevado. No sólo hablamos de aquellos primeros Apóstoles que partieron hacia otros lugares a servir, sino de las mujeres que los apoyaron, y que además tuvieron que sostenerse a sí mismas y a sus hijos, y quedarse ' en casa para criar y proteger a las familias, esa otra porción de la viña del Señor en la que tanto hincapié hace. El día del segundo viaje de su marido a Inglaterra, Vilate Kimball estaba tan débil y temblaba tanto debido a las fiebres palúdicas, que no pudo hacer más que darle débilmente la mano a su marido cuando él fue a despedirse con lágrimas en los ojos. Su pequeño hijo David no tenía más que cuatro semanas de vida, y sólo un hijo, Heber Parley, de cuatro años, se encontraba lo bastante bien como para traer agua para el alivio de la familia. En las horas siguientes a la partida de su esposo, Vilate perdió las fuerzas y tuvo que recibir ayuda para regresar al confinamiento de su lecho. Mary Ann Young y sus hijos estaban igualmente enfermos cuando Brigham partió con idéntica misión, y la situación económica era igualmente precaria. Una descripción conmovedora la retrata cruzando el río Mississippi en el frío invierno, pobremente vestida y temblando de frío, abrazando a su hijita mientras se dirigía a la oficina de diezmos de Nauvoo a pedir unas pocas papas. Entonces, y todavía con fiebre, emprendía el camino de

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regreso con el bebé cruzando el peligroso río y sin escribir jamás a su marido palabra alguna sobre esas dificultades'. Rara vez nos enfrentamos hoy día a circunstancias semejantes, aunque muchos misioneros y miembros todavía se sacrifican enormemente para hacer la obra del Señor. A medida que se reciben las bendiciones y la Iglesia madura, todos esperamos que el servicio nunca sea tan difícil como el que tuvieron que prestar aquellos primeros miembros; pero, tal y como cantan los misioneros de Oslo a Osorno, de Seattle a Cebú, somos "llamados a servir 112. Para criar a nuestras familias y servir fielmente en la Iglesia, todo ello sin correr más aprisa de lo que nuestras fuerzas' nos permitan, requiere prudencia, juicio, ayuda divina e, inevitablemente, algún sacrificio. Desde -@ hasta el día de hoy, la fe verdadera en el Señor jesucristo ha estado -,iempre unida al ofrecimiento de un sacrificio, siendo nuestro pequeno es@o un símbolo de la majestuosidad de Su ofrenda4. Con la atención "cada por entero en la Expiación de @cristo, el profetajosé Smith ensew que una religión que no requiera un convenio de sacrificio no puede el poder de cumplir la promesa áe la,.¡da eterna'. Perniítanme compartir un ejemplo tanto de los retos como de las nes que nos puede proporar el ser "llamados a servir". Una a-na maravillosa le dijo hace pob un querido amigo: "Quiero hame del momento en que dejé de por el tiempo y el sacrifiwáe mi esposo al ser obispo. 1~ molesto la facilidad con la que se presentaba una 'emergencia' con un miembro del barrio justo cuando mi esposo y yo estábamos a punto de salir o de hacer algo especial juntos. "Un día di rienda suelta a mi frustración y acordamos que, además de la noche de los lunes, debíamos aseguramos otra noche de la semana para nosotros dos. Pero cuando llegó esa 'primera noche' y estábamos a punto de entrar en el auto para disfrutar de una tarde juntos, sonó el teléfono. "Se trata de una prueba', le dije sonriendo. El teléfono seguía sonando. 'Recuerda nuestro trato, nuestra cita. Acuérdate de mí. Deja que suene el teléfono'. Para entonces ya no sonreía. "Mí pobre esposo parecía atrapado entre el teléfono y yo. Sabía que su lealtad principal era hacia mí, y sabía también que él

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des'eaba disfrutar de aquella noche t@to como yo, pero parecía paralizado por el timbre del teléfono. "Será mejor que vaya y vea de qué se trata', dijo con ojos tristes. 'Probablemente no sea nada'. " ' Si lo haces habrás arruinado nuestra cita', grité. 'Estoy segura'. "Me apretó la mano y dijo: 'Volveré enseguida', y salió disparado a contestar el teléfono. "Como mi esposo no regresó al auto de inmediato, supe qué estaba pasando. Salí del vehículo, entré en la casa y me fui a la cama. A la mañana siguiente se disculpó quedamente, yo acepté sus disculpas con una quietud aún mayor, y ahí quedó todo. "O eso creía yo. Me percaté de que aquel hecho seguía molestándome semanas después. No culpaba a mi esposo, sin embargo seguía molesta. El recuerdo aún se conservaba fresco cuando se me acercó una hermana del barrio a la que apenas conocía. Muy vacilante, me preguntó si podía hablar conmigo. Me dijo que pensaba que se había enamorado de un hombre que parecía traer mucho ánimo a su vida monótona; ella, que estaba casada con un hombre que trabajaba a jornada completa y asistía a numerosas clases en la universidad. Su apartamento era como una prisión. Tenía niños pequeños muy exigentes, ruidosos y agotadores. Y dijo: 'Tuve la grande tentación de abandonar lo que consideraba mi estado desdichado e irme con aquel hombre. Nfl situación era tal que sentía ser merecedora de algo mejor que lo que tenía. NE raciocinio me llevó a pensar que podía alejarme de mi esposo, de mis hijos, de mis conv@os del templo y de mi Iglesia, y hallar la fehcidad con un extraño'. "Y añadió: 'Todo estaba listo y habíamos acordado la hora de mi huida. Pero, en un último vestigio de cordura, la conciencia me dijo que llamara a su esposo, mi obispo. Digo conciencia, pero sé que fue una impresión espiritual directa del cielo. llamé casi contra mi voluntad. El teléfono sonaba, sonaba y sonaba. Mire cómo me hallaba mentalmente, que me dije: "Si el obispo no contesta, será una señal de que debo seguir adelante con el plan". El teléfono seguía sonando y estaba a punto de colgar y dirigirme directamente hacia mi destrucción, cuando entonces oí la voz de 200

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su esposo, la cual penetró mi alma como un rayo. De repente me hallé sollozando y diciendo: "Obispo, ¿es usted? Tengo problemas y necesito ayuda". Su esposo vino a ayudarme y hoy día estoy bien gracias a que él respondió al teléfono. "Pienso en ello y me doy cuenta de que me sentía cansada y tontamente vulnerable. Amo a n-ú esposo y a mis hijos con todo mi corazón. No puedo imaginarme la tragedia que sería mi vida sin ellos. Nuestra famdia aún está pasando por momentos dfflcdes; todo el mundo los tiene. Pero hemos hablado sobre esos asuntos y el futuro parece prometedor; siempre termina siéndolo'. Y añadió: 'No le conozco bien, pero deseo darle las gracias por apoyar a su esposo en su llamamiento. Desconozco cuál habrá sido el precio de ese servicio para usted o sus hijos, pero si algún día hay algún coste particularmente personal, sepa cuán eternamente agradecida estaré por el sacrificio que personas como usted hacen para ayudar a rescatar a gente como yo"'. Hermanos y hermanas, entiendan que yo soy uno de los que predica de manera enfática una expectativa más razonable y realista de lo que nuestros obispos y otros líderes pueden hacer. Pienso particularmente que uno de los problemas más graves de la sociedad actual reside en la amplia gama de exigencias cívicas, profesionales y de otra índole que hacen que los padres, y en especial las madres, salgan del hogar donde se están criando los hijos. Y dado que soy un categórico partidario de que los cónyuges y los hijos se merecen disfrutar de un tiempo sagrado y dedicado con el esposo o el padre, nueve de cada diez veces estarían de acuerdo con la esposa que dijo a su marido que no respondiera al teléfono. Pero me siento agradecido, como también se sintió aquella joven, de que en aquella ocasión, ese buen hombre siguiera las impresiones del Espíritu y contestara a su "llamada", en este caso, su "llamado a servir". Testifico del hogar, de la famiba y del matrimonio, las posesiones humanas más preciadas de nuestra vida. Testifico de la necesidad de protegerlas y preservarlas mientras encontramos el tiempo y la forma de servir fielmente en la Iglesia. Espero que estas prioridades estén en conflicto sólo en contadas excepciones, cuando en una hora, un día o una noche de crisis, el deber y una 201

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impresión espiritual requieren de nuestra respuesta. En estas circunstancias, rindo tributo a cada esposa que ha tenido que sentarse sola mientras se enffiaba la cena, a todo esposo que ha tenido que prepararse su propia cena (aunque con él de cocinero estaba destinada a enfriarse de todos modos), y a cada niño que haya sufrido la decepción de tener que posponer una acampada o de que alguno de sus padres no haya ido a verle jupr un partido (¡y espero que esto no @ rra con demasiada frecuencia!). Rindo tributo a cada presidente de misión, su esposa e hijos, a cada matrimonio llamado a servir con ellos, y a todos los demás que por un periodo de tiempo se pierden los nacimientos Y los bautismos, las bodas y los funeráles, el estar con la familia y tener experiencias divertidas como respuesta a un "llamado a servir". Gracias a todos los que, en las circunstancias difícdes que haya en la Iglesia, "hacen lo mejor que pueden" para edificar el reino de Dios en la tierra. Testifico del sacrificio y del servicio del Señor jesueristo, quien lo dio todo por nosotros, y que en ese espíritu de dar dijo: "Sígueme tú,16. "Si alguno me sirve, sígame", dijo, "y donde yo estuviera, allí también estará mi servidor. Si alguno me sirviere, mi Padre le honrará 117. Semejante servicio trae inevitablemente consigo decisiones difíciles sobre cómo equilibrar las prioridades y cómo ser el mejor discípulo que Él desea que seamos. Le agradezco Su guía divina para ayudarnos a tomar estas decisiones y auxiliar a los interesados en encontrar el camino correcto. Me siento agradecido por Él, porque "llevó... nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores'18 y nos ha llamado a hacer lo mismo los unos por los otros. En el sagrado nombre de jesucristo. Amén.

(Por el Élder Jeffrey R. Holland del Quórum de los Doce Apóstoles. Discurso pronunciado en la conferencia General Semestral número 172 de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, en la Sesión del sábado por la tarde, el 05 de octubre de 2002. desde el Centro de Conferencias, en Salt Lake City, Utah. Discurso publicado en la revista Liahona en noviembre de 2002, págs. 36-38.) 202

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NECESIDADES DE LA VIDA

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bviamente, parte de nuestro propósito en esta primera hora juntos es divertirnos, cantar las canciones y escuchar a la banda y reírnos un poco juntos. Pero me encuentro a mí mismo deseando egoístamente que tengo dos o tres horas con ustedes para considerar lo que un nuevo año puede significar para ustedes. Una vez en mi vida -cuando tenia la edad de ustedesdesee tener dinero. Ahora soy mayor y más sabio (y tan pobre como antes) y deseo desesperadamente tiempo. Lo que hagan con su tiempo en éstos próximos meses les interesaran mas que cualquier inversión financiera en sus cuentas del banco. En ese tema del tiempo puedo hacer algo aquí que nunca antes lo he hecho -hacer una fuerte y personal plegaria por su asistencia al furor y a las series de devocionales en el Marriott Center cada martes a las 11a.m. Esta serie alternativa semanal es una de las más ricas tradiciones que tenemos en BYU. No conozco ninguna universidad en la nación que ofrezca dos veces al mes, cada mes, como nosotros hacemos, la visita de distinguidos hombres y mujeres, lideres en arte, ciencia, gobierno y letras, incluyendo nuestros propios miembros facultativos. Acerca de nuestras asambleas devocionales, no hay lugar, incluyendo la ciudad del Lago Salado misma, donde cada semana de por medio en el año académico, una autoridad general de la Iglesia prepara y da un mensaje importante de interés e inspiración. Dado el crecimiento de la Iglesia, la mayoría de los miembros ven ahora una Autoridad General solamente una vez por año en una conferencia general. Nosotros somos privilegiados de

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que nos visiten en BYU por lo menos dos veces al mes- algunas veces mas- cada mes del año. Pero la asistencia en ambos eventos ha estado persistentemente declinando en los últimos 10 años. Yo pido por su asistencia aquí que será como un renuevo espiritual. Si la asistencia continúa declinando, el futuro de los devocionales estarán en serio peligro. Cesar de tenerlos sería una inmensa perdida para todos nosotros, y más aún para los estudiantes que vienen detrás de nosotros. Por favor hagan de esto una hora importante en su calendario educacional semanal y asistan. Ahora, en ésta primera asamblea del año, es tradicional para el presidente mencionar una lista de cosas que velan por sus responsabilidades mientras están en el colegio. En la lista siempre estuvo incluido el vestido y el aseo. Deseo hacer algo histórico hoy y no hablar del vestido y el aseo (por favor, no me aplaudan). Hago eso por que creo que la mayor parte de ustedes se ven espléndidos este año. Yo los felicito y les pido que continúen vistiéndose limpia y modestamente y con un aseo apropiado. Debería hacer notar, sin embargo, que los shorts son populares este año. Y que estamos viendo varios de ellos en el campus -las nuevas ondas están alrededor y entonces tengan cuidado de no excederse. Sin embargo, amo el regreso del corte de pelo al rape. Yo fui durante todo BYU con el pelo rapado y eso fue hace solo 57 años atrás. A BYU le gusta progresos cuidadosos en estas materias de modas. Los felicito ustedes se ven magníficos y les agradezco por esto. Su apariencia dice algo de ustedes y dice algo de BYU. Gracias. Mucho más importante son las cuestiones verdaderamente substanciales de nuestro código de honor que trata temas de carácter e integridad. Yo tengo aquí varios ejemplos de 12 o 15 cartas que recibo todos los años, sobre este tema. Quiero referirme a dos solamente esta mañana. Considerando que esta es de un estudiante reciente, se darán cuenta que la primera frase me llamó mucho la atención, dice ": Aquí hay $700 que le debo al programa de becas". La carta luego dice que la beca para este alumno era indispensable para que el alumno pueda asistir a BYU. A pesar de que el promedio de 204

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Necesidades de la vida

la escuela secundaria fue bastante alto, la primera toma del examen ACT no dio un buen resultado para la beca. Luego, durante la segunda toma del examen, un amigo ofreció algunas respuestas, ustedes conocen la historia."... Amo la universidad pero fui allí de la manera equivocada. Espero que el dinero que estoy devolviendo pueda permitir a algún merecido estudiante ir allí por el camino correcto". La otra carta es de una mujer que asistió a BYU en 1930- esto es 54 años atrás- ella había tomado un año o dos. ¿Qué fue lo que hizo ella? Ella escribió": El año pasado hemos estado tratando de poner nuestras vidas en orden... necesito confesarles algo a ustedes... durante el tiempo que asistí a BYU yo trabajé en(tal) departamento. La paga en esos días era de 25 centavos la hora. Y como yo necesitaba dinero, indiqué en mi tarjeta que había trabajado más días de lo que realmente había hecho. Ahora escuchen este siguiente e increíble párrafo Hablándolo con mi esposo, decidimos que trabajaría dos horas más al día durante una semana y quizás cuatro los sábados. Yo trabajé parte de dos veranos también, y por las dudas adicioné horas a mis meses de verano. Nos dimos cuenta de que podía haber sido posible, ganar $357.00 de paga total por el tiempo entero que estuve en BYU. El monto que robé fueron unos pocos dólares, pero estoy devolviendo todo. Aquí va un cheque por $357.00 "Esta es una carta difícil de escribir. Yo estoy avergonzada y me siento muy humilde. . yo les pido, en nombre de BYU que acepten esta restitución y ruego por su perdón". Estos parecen ser algunos de los temas morales de los que podemos hablar aquí con comodidad. Seguramente no podemos discutir los temas personales, pero, los abusos destructivos, los sexuales y otros son los que persiguen a algunos en esta universidad. Pero estas cartas por lo menos nos dan un lugar visible de donde comenzar... Honestidad, Integridad, Carácter y Virtud. Estas son palabras maravillosas en el vocabulario de BYU y yo oro para que siempre lo sean. Y agradezco a éstas personas de

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preocuparse lo suficiente por escribir éstas cartas y poner sus vidas en orden. Les pido que usen sus ejemplos y que hagan un buen trabajo. Gánense su propio éxito. Si citan en un papel una cita de otra persona, den el crédito apropiado. Sean corteses. Vivan dentro de las reglas. Mantengan disciplina y devoción. Trabajen duro. Sean amables. Vivan juntos en amor. Traten de entender lo que Robert Frost quiso decir cuando dijo que la libertad se estaba moviendo fácilmente en el arnés (véase Contemporary Quotations, comp. James B. Simpson[Nueva York: Thomas Crowell Company 1964],p. 370) ¿Qué es lo que todo esto tiene que ver con la educación? Bueno, todo. José Ortega y Gasset, el hombre que para mí, es la voz española más persuasiva y talentosa del siglo XX, mencionó algo sobre la educación y específicamente la educación universitaria. "En la historia -en la vida- las posibilidades no se convierten en realidad solamente queriéndolo; alguien, con sus manos y su mente, con su trabajo y con su propio sacrificio las hace realidad... todo lo que se nos dan son posibilidades... para hacer una cosa u otra. Pero la dejadez... penetra en nuestra total vida nacional de arriba hacia abajo... ( para oponerse a la dejadez) el individuo debe... entrenar, abandonar varias cosas, en una determinación por superarse a sí mismo... una generación que hace esto puede cumplir lo que los siglos fallaron en adquirir. Y aquí mis jóvenes amigos, radican sus desafíos. Suya es la tarea histórica de restaurar a la universidad su función cardinal de dar a luz... en las NECESIDADES de la vida y sus pasiones, la universidad debe asentarse ella misma como un poder espiritual importante... basada en la serenidad en el medio del pánico, en seriedad y en intelecto... Luego la Universidad una vez mas, será lo que en otros tiempos fue: un principio edificante en la historia del mundo occidental."(José Ortega y Gasset, Misión de la Universidad, trans. Howard Lee Nostrand [Princeton. Princeton University Press, 1944],pp--39--45 passim,86,99) 206

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El gran momento de la universidad de Brigham Young se está acercando. Pero si nosotros queremos y trabajamos por ello, entonces BYU como Sión misma, se levantará y se vestirá de sus ropas hermosas. No hablamos mucho de Sión ahora, pero viejos cronómetros lo hicieron y ellos siguieron buscando por ello (Sión) desde Nueva York a Pennsylavia hacia Ohio hacia Missouri hacia Illinois hacia el Great Basin en el oeste. Lo que Sión fue, en ese momento o ahora, era un lugar en donde las personas buenas con corazones puros podrían encontrarse en propósito común para amar a Dios y a su vecino mientras seguían verdades eternas. Un cruce cultural, un crecimiento rápido, una iglesia multinacional no puede hablar de Sión tan fácilmente como se hizo en el condado de Jackson o Nauvoo la hermosa, o incluso en el valle del Lago Salado. ... Pero un vistazo de esa vieja idea original podría y debería mantenernos aquí. Es posible que este campo estudiantil represente una ciudad remanente, donde 35.000 jóvenes y viejos, hombres y mujeres, nuevos conversos y miembros de años han elegido juntarse voluntariamente para vivir juntos como una comunidad fundadora de principios del evangelio en lo que podría ser una experiencia sagrada junto con aquellos antiguos que buscaron ("D y C 39:13")... establecer Sión a fin de que se regocije sobre los collados y florezca". Lo que el comienzo de la escuela hace por mí cada año es declarar que un símbolo reluciente de esa vieja búsqueda está todavía vivo y bien en 600 acres de tierra anidados debajo de la montaña en Provo, Utah. Y una vez más tenemos la oportunidad de tener algunas cosas en común, y por supuesto mantenerlas sagradas, mientras perseguimos la verdad y celebramos la virtud en nuestra propia y pequeña orden unida. Puedo terminar con dos historias acerca de dos diferentes aspectos de lo que compartimos hoy aquí. La primera experiencia tiene ahora 130 años, la historia es el deseo de una madre de criar a sus hijos en compañía de los santos, sin importar lo que costara. Habiendo dejado la casa y sus posesiones en Inglaterra para mudarse al oeste en carreta de mano, una niña de 13 años 207

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escribió de la determinación de su madre y su viaje, incluyendo la casi inmediata muerte y entierro del más pequeño de toda la familia, solamente dos años de edad. Esta niña de 13 años era la abuela de la Hermana Marjorie Hinckley, esposa del Presidente Gordon B. Hinckley. Viajamos de 15 a 25 millas por día... hasta que llegamos al río Platte... Alcanzamos a las compañías de carro ese día. Los vimos cruzar el río. Había grandes masas de hielo flotando por el río. Estaba muy frío. El día siguiente había 14 muertos... Volvimos al campo y dimos nuestras oraciones y... cantamos "Santos venid, sin miedo ni temor". Me pregunto que fue lo que hizo que mi madre llorara esa noche... A la mañana siguiente mi pequeña hermana nació. Era el 23 de Septiembre. La llamamos Edith. Ella vivió seis semanas y murió... La enterramos en el último cruce del Sweetwater. Cuando llegamos a Devil's Gate estaba muy frío. Dejamos muchas de nuestras cosas allí... Mi hermano James... estaba tan bien como siempre cuando nos fuimos a la cama esa noche... Por la mañana él estaba muerto... Mis pies estaban congelados; también los de mi hermano y los de mi hermana. No era nada más que nieve, no podíamos manejar los colgaderos en nuestras tiendas... No sabíamos lo que sería de nosotros... Después una noche un hombre vino a nuestro campo y nos dijo... Brigham Young había enviado hombres y equipos para ayudarnos... Cantamos canciones, algunos bailaron, algunos lloraron... Mi mamá nunca se recuperó... Ella murió entre las montañas Little y Big... Ella tenía 43 años. Llegamos a Salt Lake a las nueve de la noche el 11 de diciembre de 1856. Tres de las cuatro personas que vivían estaban congelados. Mi mamá estaba muerta en el vagón... El doctor amputó mis dedos de los pies... mientras las hermanas estaban vistiendo a mamá para su tumba... esa tarde la enterramos. Siempre he pensado en las palabras de mi madre antes que saliéramos de Inglaterra. "Polly, yo quiero ir a Sión mientras mis hijos son pequeños así pueden crecer en el evangelio de

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Jesucristo" [Mary Goble Pay, citado por Gordon B. Hinckley, "La Fe de los Pioneros", Ensign, Julio 1984,p.6] Eso es parte del precio que otros han pagado por nosotros. Es parte de la razón por la cual les pedimos a ustedes que estudien diligentemente y vivan con compromiso cristiano. Muchos niños y muchas madres pagaron un precio muy alto por Sión... Esta segunda experiencia es diferente, tiene solamente nueve días. Como regla, supongo que el fútbol no parece ser parte de la discusión de establecer a Sión. Sin embargo, el entrenador Edwards me dijo la semana pasada que cuando el equipo estaba retornando a Provo cerca de las 2 a.m., siguiendo el partido de Pittsburgh, él y su esposa no pudieron evitar escuchar a dos de los jugadores hablando en su asiento justo atrás de ellos en el colectivo. No estaban hablando de derrotar un equipo tradicional como Pittsburgh. No estaban hablando acerca de como la defensa había resplandecido o como la defensa había comenzado con entusiasmo. No estaban hablando acerca de una conferencia de campeones o de una temporada de derrotas o de un ranking nacional. Estaban hablando acerca del bautismo reciente de un jugador dentro de la Iglesia. Junto a su esposa que también es una estudiante de atletismo aquí. Uno de los jóvenes habló de sus ansias por recibir el sacerdocio y de un futuro sellamiento en el Templo. Pero, parecía haber solamente un desaliento en esta conversación, y no era del partido. Era que este pequeño hombre no sabía que se había unido a la Iglesia demasiado temprano para servir en una misión. En ese momento el otro jugador respondiéndole le habló de lo mucho que su misión había significado para él y de cuanto había dirigido su vida. Muchos de todos estos jóvenes hombres habían pasado el tiempo en sus casas sin un padre y supe lo que significó para su madre que él fuera un sacerdote y que sirviera una misión... Me atrevo a decir que no son discusiones muy comunes en los otros equipos de fútbol americano.

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Otro joven hombre en ese colectivo jugó hermosamente bien en contra de Pittsburgh y contribuyó muy directamente a la victoria. Él regresó a su cama a las 2.30 o 3.00 de la mañana... Su presidente de rama me dijo que este agotado luchador estaba levantado y reluciente en la Iglesia temprano a la mañana siguiente. Cuando el presidente Uluave expresó un gesto de sorpresa cuando lo vio, este joven dijo simplemente, "Yo soy un sacerdote. Tenemos solamente tres en la rama y no estaba seguro de quien estaría acá para bendecir los Sacramentos." "Construyamos a Sión" dijo Brigham Young" y este trabajo comienza en el corazón de cada persona" (JD9:283). "Yo tengo a Sión en mi vista constantemente," él dijo " No vamos a esperar a ángeles, o a Enoc... para que vengan y construyan a Sión, sino que lo vamos a construir nosotros mismos"(JD 9:284) La necesidad que tenemos de emplear nuestro tiempo sabiamente, y vivir con disciplina e integridad hacia la gran meta es el sueño de BYU. Por tales únicas razones como las citadas, la educación aquí es una cuestión moral y todos nosotros debemos comprometernos a la tarea. Para parafrasear a Dante: "Los lugares más calurosos en el infierno están reservados para aquellos que en tiempo de grandes crisis morales mantienen su neutralidad." No sean neutrales. Comprométanse a todo lo que ustedes tienen como experiencia educativa con el significado santo de los últimos días que tiene para nosotros aquí. Su oportunidad de crecer en BYU, no es una crisis moral, es por lo menos una cuestión moral... Bienvenidos al colegio. Trabajen duro. Diviértanse. Sean buenos. Los amamos. Dejo esto en el nombre de Jesucristo. Amén. (Discurso pronunciado en la asamblea del Presidente, un devocional, en el Marriott Center el 11 de septiembre de 1984 cuando el año escolar comenzaba.)

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ENSEÑANDO, PREDICANDO, SANANDO

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ápida y acertadamente pensamos en Cristo como un maestro: el mayor maestro que haya vivido, vive o vivirá. El Nuevo Testamento está lleno de Sus enseñanzas, Sus dichos, Sus sermones, Sus parábolas. De una u otra forma, Él es un maestro en cada página del libro de Mormón. Pero incluso mientras enseñaba, conscientemente estaba haciendo algo más, algo que ponía Sus enseñanzas en perspectiva. La obra comenzó después del llamado inicial del Salvador a aquellos primeros discípulos (aún no son apóstoles). Esto es lo que dice Mateo: "Y recorrió Jesús toda Galilea, enseñando en las sinagogas de ellos, y predicando el evangelio del reino, y sanando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo" (¡Mateo 4:23; cursiva agregada). Ahora bien, conocemos las enseñanzas y las prédicas y las esperamos, pero puede que no estemos muy preparados para contemplar las sanidades de la misma forma. Sin embargo, desde el principio, desde la primera hora, las sanidades se mencionan casi como sinónimo de enseñanza y predicación. Al menos hay una clara relación entre las tres. De hecho, el pasaje que se cita a continuación dice más sobre las sanidades que sobre la enseñanza o la predicación. Mateo continúa: "Y se difundió su fama por toda Siria; y le trajeron todos los que tenían dolencias, los afligidos por diversas enfermedades y tormentos, los endemoniados, lunáticos y paralíticos; y los sanó" (versículo 24). Lo que sigue después es la obra maestra: el Sermón del monte, unas seis páginas que nos llevarían unos seis años para enseñarlas adecuadamente, supongo. Pero cuando Él terminó ese sermón, descendió del monte y fue a sanar de nuevo. 211 Enseñando, sanando, predicando

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En rápida sucesión, ayudó al leproso, al siervo del centurión, a la suegra de Pedro, luego a un grupo descrito como "muchos endemoniados" (Mateo 8:16); en resumen, dice que "sanó a todos los enfermos" (versículo 16). Después de cruzar el mar de Galilea, obligado a hacerlo debido a la mucha gente que ahora lo rodeaba, echó fuera demonios de dos personas que vivían en los sepulcros de Gadarene; luego "vino a su ciudad" (Mateo 9: l), donde sanó a un paralítico postrado en cama, sanó a una mujer enferma de flujo de sangre desde hacía doce años (en lo que considero uno de los más dulces y notables momentos de todo el Nuevo Testamento) y luego levantó de los muertos a la hija de un principal. Luego restauró la vista a dos ciegos, para más tarde echar fuera un demonio que impedía hablar a un hombre. Éste es un resumen corto de los primeros seis capítulos del Nuevo Testamento dedicados al ministerio de Cristo. A continuación sigue este versículo; vean si les suena familiar: "Recorría Jesús todas las ciudades y aldeas, enseñando en las sinagogas de ellos, predicando el evangelio del reino, y sanando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo" (Mateo 9:35; cursiva agregada). Este pasaje, salvo unas pocas palabras, es igual al versículo que leímos cinco capítulos atrás. Luego esto: "Y al ver las multitudes, tuvo compasión de ellas; porque estaban desamparadas y dispersas como ovejas que no tienen pastor. "Entonces dijo a sus discípulos: A la verdad la mies es mucha, mas los obreros pocos. "Rogad, pues, al Señor de la mies, que envíe obreros a su mies" (versículos 36-38). Después llamó a los Doce, y les encargó: " ... id antes a las ovejas perdidas de la casa de Israel. "Y yendo, predicad, diciendo: El reino de los cielos se ha acercado. "Sanad enfermos, limpiad leprosos, resucitad muertos, echad fuera demonios; de gracia recibisteis, dad de gracia" (Mateo 10:68; cursiva agregada).

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Sabemos que el Salvador es el Maestro de maestros. Es eso y más. Y cuando dice que la mayor parte de la mies está ante nosotros y son pocos los obreros, inmediatamente pensamos en los misioneros y en otras personas que tienen que enseñar. Pero el llamamiento es para un determinado tipo de maestro, un maestro que sane durante el proceso. Permítanme aclarar el punto. Con la palabra "sanar", como la he estado empleando, no hablo del uso formal del sacerdocio, ni de una bendición a los enfermos ni de nada parecido. Ésa no es la función de los que son llamados como maestros en las organizaciones de nuestra Iglesia. Sin embargo, creo que nuestra enseñanza puede conducir a cierta sanidad de naturaleza espiritual. No puedo creer que tanto de lo que escribió Mateo se enfocara en el ministerio del Salvador a la gente con problemas, afligida y consternada, si no hubiera un propósito. Y como sucede con el Maestro, ¿no sería maravilloso medir el éxito de nuestra enseñanza con la sanidad que ocurre en la vida de los demás? Permítanme ser más específico. Cuando enseñen, en vez de limitarse a simplemente dar una lección, tengan a bien esforzarse un poco más por que el espiritualmente ciego héroe del básquetbol vea realmente, o por que la espiritualmente sorda reina de la belleza escuche realmente, o por que el espiritualmente inválido presidente del estudiantado realmente camine. ¿Podríamos esforzarnos un poco más por fortalecer a los demás de una manera tan poderosa que, sean cuales sean las tentaciones que el diablo ponga en su camino, ellos sean capaces de resistir y de esa forma y en ese momento estar realmente libres de maldad? ¿Podríamos esforzarnos un poco más por enseñar de una forma tan poderosa y espiritual que podamos realmente brindar ayuda a esa persona que sienta soledad, que viva sola, que llore en la oscuridad de la noche? Quizás una lección que he aprendido por haber formado parte del Quórum de los Doce me ayude a expresarme bien y a evitar confusión en ustedes. El presidente Boyd K. Packer, Presidente en Funciones del Quórum de los Doce Apóstoles y un gran maestro, tiene una 213 Enseñando, predicando, sanando

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pregunta que suele hacer cuando presentamos algo ante los Doce o nos exhortamos los unos a los otros. Nos mira como si estuviera diciendo: "¿Ya terminó?", y luego dice al discursante (e indirectamente a todo el grupo): "¿Y entonces, qué?". "¿Y entonces, qué?" Creo que eso es lo que dijo a diario el Salvador como un elemento inseparable de Sus enseñanzas. Los sermones y las exhortaciones de Él no serían de provecho si la vida real de Sus discípulos no cambiara. "¿Y entonces, qué?" Ustedes y yo sabemos que hay demasiadas personas que todavía no ven la relación entre lo que dicen creer y la forma en que viven. Oren para que sus enseñanzas produzcan cambios. Oren para que sus lecciones sean la causa de que algún alumno ponga en práctica lo que dice la letra de una canción ya olvidada: "Enderézate y sigue el plan de vuelo" (Nat King Cole, "Straighten Up and Fly Right", 1943). Deseamos que los alumnos enderecen su vida y que sigan el plan. Deseamos que sean bendecidos, felices en esta vida y salvos en el mundo venidero. El libro de Hechos, en donde en el Nuevo Testamento se registra lo que ocurrió durante la época inmediata a la Resurrección, se llama, estrictamente hablando, los "Hechos de los apóstoles". Ésta es una importante idea eclesiástica en el libro, o sea, que los apóstoles fueron ordenados para representar el Señor Jesucristo, y autorizados para seguir guiando a la Iglesia en Su nombre. Pero consideren lo que enfrentaban. Consideren la situación difícil, el temor, la confusión, la devastación a la que hacían frente los miembros de esa pequeña iglesia cristiana después que Cristo fue crucificado. Posiblemente hayan entendido algo de lo que sucedía, pero no fueron capaces de comprenderlo todo. Deben haber estado muy temerosos y confusos y los Apóstoles se encontraban ocupadísimos tratando de dar liderazgo. No es de sorprender que desde el principio (al menos desde el primer versículo del libro de Hechos) la declaración fuera que la Iglesia seguiría siendo dirigida de forma divina y no mortal. Y fue importante que ellos lo supieran en esa hora terrible de confusión y temor. De hecho, un nombre más completo para este libro podría 214 Jeffrey R. Holland

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ser algo como "Los hechos del Cristo resucitado, que obra por medio del Santo Espíritu en la vida y en el ministerio de Sus apóstoles ordenados". Ahora bien, después de haber dicho eso, ustedes pueden ver por qué se votó por el título más corto, ¡pero el título que sugiero es más exacto! Presten atención a las líneas con las que comienza Lucas: "En el primer tratado, oh Teófilo, hablé acerca de todas las cosas que Jesús comenzó a hacer y a enseñar, "hasta el día que fue recibido arriba, después de haber dado mandamientos por el Espíritu Santo a los apóstoles que había escogido (Hechos 1: 1-2; cursiva agregada). La dirección de la Iglesia era la misma. La ubicación del Salvador había cambiado, pero la dirección y el liderazgo de la Iglesia seguían exactamente igual. Luego, después de haber aclarado ese punto inicial, encontramos continuamente en el libro manifestaciones del poder del Señor por medio del Espíritu Santo. La primera enseñanza en el libro de Hechos, del Cristo resucitado a los apóstoles, es que ellos serían "bautizados con el Espíritu Santo dentro de no muchos días" (Hechos 1:5) y que recibirían poder "cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo" (versículo 8). Después que ante sus ojos Él ascendió al cielo, Pedro reunió a los demás miembros de la Iglesia: unos 120 de ellos. (¿Pueden ver el impacto que esa oposición y esos problemas tuvieron, y que dieron como resultado un reducido número de creyentes?) Se juntaron 120 personas y Pedro les dijo: "Varones hermanos, era necesario que se cumpliese la Escritura en que el Espíritu Santo habló antes por boca de David acerca de Judas" (versículo 16; cursiva agregada). Para llenar la vacante de judas en los Doce, oraron exactamente como lo hacen hoy el Consejo de los Doce y la Primera Presidencia: "...Tú, Señor, que conoces los corazones de todos, muestra cuál de estos... has escogido" (versículo 24; cursiva agregada). Y se llamó a Matías. Pero ese primer capítulo que vuelve a todos hacia el cielo, que dramatiza de forma tan clara la guía divina que continuaría con la Iglesia, es sólo el prefacio del capítulo dos. En esos pasajes se introduce la palabra Pentecostés al vocabulario cristiano como 215 Jeffrey R. Holland

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sinónimo de manifestaciones espirituales extraordinarias y como el derrame divino del Espíritu Santo sobre la gente. La revelación llegó desde el cielo "como de un viento recio que soplaba, el cual llenó toda la casa" (Hechos 2:2) y llenó a los hermanos. "Y se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego... Y fueron todos llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar... según el Espíritu les daba que hablasen" (versículos 3-4). Pedro, como apóstol principal y Presidente de la iglesia, se levantó y reconoció ese derrame del Espíritu. Citó a Joel, diciendo que "en los postreros días, dice Dios, derramaré de mi Espíritu sobre toda carne, y vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán; vuestros jóvenes verán visiones, y vuestros ancianos soñarán sueños; "Y de cierto sobre mis siervos y sobre mis siervas en aquellos días derramaré mi Espíritu, y profetizarán" (versículos 17-18). Pedro continúa: "Varones israelitas [se dirige a una congregación mayor], oíd estas palabras: Jesús Nazareno, varón aprobado por Dios entre vosotros... A este Jesús resucitó Dios... por la diestra de Dios, y habíendo recibido del Padre la promesa del Espíritu Santo, ha derramado esto que vosotros veis y oís" (versículos 22, 32-33; cursiva agregada). Es un pasaje magnífico. Los que todavía no se habían bautizado pidieron hacerlo, impulsados por el Espíritu. Pedro les dijo que se bautizaran para la remisión de los pecados y para "recibir el don del Espíritu Santo" (versículo 38), y 3.000 de ellos así lo hicieron. Después, cuando se curó al cojo en los escalones del templo y la multitud creyó que Pedro y Juan habían hecho algo maravilloso, Pedro los reprendió, diciendo que ningún poder terrenal ni la santidad de los discípulos lo hicieron andar, sino Jesús "a quien vosotros [habitantes de Jerusalén] entregasteis" y "matasteis" (Hechos 3:13, 15). En seguida testificó que ese mismo Jesús todavía guiaba a la Iglesia por medio del Espíritu Santo y lo seguiría haciendo hasta que Él viniera de nuevo en "los tiempos de la restauración de todas las cosas" (versículo 21). Cuando se unieron a la Iglesia 5.000 personas más, los fariseos y los saduceos del lugar se sorprendieron y demandaron que se les dijera cómo había sucedido. Pedro dio la respuesta clásica 216 Enseñando, predicando, sanando

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que siempre debemos dar a los demás: "...lleno del Espíritu Santo", declaró que se había hecho por y en "el nombre de Jesucristo de Nazaret" (Hechos 4:8, 10; cursiva agregada). Cristo no sólo estaba dirigiendo los hechos de Sus apóstoles por conducto del Espíritu Santo, sino que también les hablaba a través de ese mismo Espíritu. Ésta es una lección sobre el gobierno de la Iglesia de Jesucristo, tanto la antigua como la de la actualidad. El Padre y el Hijo todavía dirigen la obra e influyen en los líderes de la Iglesia, en los maestros y en las demás personas por medio del Espíritu Santo. De esta misma forma debemos influir en aquellos a quienes enseñamos. Por favor, enseñen por el Espíritu Santo. Si no lo hacemos así, según las Escrituras estaremos enseñando "de alguna otra manera" (D. y C. 50:17). Y cualquier otra manera "no es de Dios" (versículo 20). De todas las formas posibles, den a sus alumnos la oportunidad de tener experiencias espirituales; eso es lo que trata de hacer por ustedes el Nuevo Testamento. Ése es el mensaje de los Evangelios, del libro de Hechos, de todas las Escrituras. Esas experiencias espirituales registradas en aquellos escritos sagrados contribuirán a mantener a los demás en el buen camino y dentro de la Iglesia hoy día, tal como lo hicieron con los miembros de la época del Nuevo Testamento. Las Escrituras dicen: "Y se os dará el Espíritu por la oración de fe; y si no recibís el Espíritu, no enseñaréis" (D. y C. 42:14). Esto nos hace saber no sólo que nada enseñarán, o que no serán capaces de enseñar, o que enseñarán de forma ínfima; no, es más que eso, es la forma imperativa de la segunda persona del plural: "No enseñaréis". Si lo cambiamos a la segunda persona del singular (No enseñarás), suena como el lenguaje del monte Sinaí: es un mandamiento. Éstos son los alumnos de Dios, no los de ustedes, como la iglesia es de Dios y no de Pedro ni de Pablo, ni de José ni de Brigham. No se desanimen. Dejen al Espíritu influir en ustedes de maneras que tal vez no vean ni reconozcan. Lograrán más de lo que se imaginan si son puros de corazón y tratan de vivir de la forma más recta que les sea posible. Y cuando llegue el momento supremo de enseñar sobre Getsemaní, el Calvado y la Ascensión, 217 Jeffrey R. Holland

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temas sumamente difíciles de enseñar, recuerden, entre muchas otras cosas, las dos aplicaciones que se dan a continuación. Primeramente, durante ese dolor indescriptible y terrible, Cristo permaneció fiel. Mateo dice que Él "comenzó a entristecerse y a angustiarse... hasta la muerte" (Mateo 26:37-38). Fue solo al jardín, e intencionadamente dejó a los Apóstoles afuera, esperando. Tenía que hacerlo solo. Se arrodilló y luego, dice el apóstol: "...se postró sobre su rostro" (versículo 39). Lucas dice que "estando en agonía", oró tan intensamente que Su sudor se convirtió en "grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra" (Lucas 22:44). Marcos dice que cayó y suplicó: 'Abba, Padre". Esto no es un pronunciamiento de una teología abstracta sino un Hijo rogando a Su Padre: " ... todas las cosas son posibles para ti; aparta de mí esta copa" (Marcos 14:36). ¿Quién podría resistir eso de cualquier hijo, en especial del Hijo perfecto? "Tú puedes hacer cualquier cosa, lo sé. Por favor, aparta de mí esta copa". Durante toda la oración, destaca Marcos, estuvo pidiendo que, de ser posible, esa hora se borrara del plan. En efecto, el Señor dijo: "Si hay otro camino, lo preferiría. Si hay otra forma, cualquier otra forma, la aceptaré gustoso... pase de mí esta copa", dice en Mateo (Mateo 26:39). En Lucas se registra: "...pasa de mí esta copa" (Lucas 22:42). Pero al final", la copa no pasó. Al final sometió Su voluntad a la del Padre y dijo: " ... no se haga mi voluntad, sino la tuya" (Lucas 22:42). A efectos prácticos, ése es el último momento de conversación divina entre el Padre y el Hijo durante el ministerio terrenal de Jesús. Ya nada podría cambiar; sufriría las consecuencias, fueran las que fueran. Y de esa última declaración en el Viejo Mundo, obtenemos la primera declaración en el Nuevo. A los nefitas reunidos en los alrededores del templo les diría: "He aquí, yo soy Jesucristo... soy la luz y la vida del mundo; y he bebido de la amarga copa que el Padre me ha dado, y.. me he sometido a la voluntad del Padre en todas las cosas desde el principio" (3 Nefi 11:1 0-11). Ésta es la

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forma en que Él se presenta a Sí mismo, una declaración que Él considera que servirá mejor para decir a estas personas quién es Él. Si pueden infundir en sus alumnos el deseo de contraer un compromiso principal en respuesta al incomparable sacrificio del Salvador por ellos: el pago por sus transgresiones y Su dolor por sus pecados, traten por todos los medios de que sea el de la necesidad de obedecer y de someterse en sus momentos de tribulación "a la voluntad del Padre" (versículo 1 l), cueste lo que cueste. No lo harán siempre, como ustedes y yo no siempre lo hemos hecho, pero debería ser su meta, debería ser su objetivo. Lo que Cristo parece estar más ansioso por recalcar sobre Su misión, más allá de las virtudes personales, los magníficos sermones e inclusive más allá de las sanidades, es que Él sometió Su voluntad a la del Padre. Demasiadas veces somos personas obstinadas- por lo tanto, que el mensaje que el Salvador tiene para cada uno de nosotros es que nuestra ofrenda, al igual que la de Él, sea "un corazón quebrantado y un espíritu contrito" (véase 3 Nefi 9:20; D. y C. 59:8). Debemos despojarnos de nuestros deseos egoístas y llorar por nuestros pecados y por los del mundo. Debemos rogar a los demás que se sometan a la voluntad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. No hay otra forma. Sin comparamos demasiado con Él, porque eso sería sacrilegio, sepan que la copa que no puede pasar es la copa que llega a nuestra vida al igual que llegó a la de Él. Se recibe en una escala mucho menor, en mucho menor medida, pero la recibimos las veces necesarias para enseñarnos que tenemos que obedecer, sin importar las consecuencias. La segunda lección de la Expiación que les pido que recuerden está relacionada con la primera. Si aquellos a quienes enseñan consideran que ya han cometido demasiados errores, que por sus actos pecaminosos no merecen la luz de Cristo, enséñenles que Dios tiene "el temperamento para perdonar", que Cristo es "misericordioso, lento para la ira y lleno de longaminidad y bondad" (Lectures on Faitb, 1985, pág. 42). La misericordia, junto con las virtudes del arrepentimiento y el perdón, son el corazón mismo de 219 Enseñando, predicando, sanando

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la expiación de Jesucristo. Todo en el Evangelio nos dice que podemos cambiar si lo deseamos realmente, que tendremos ayuda si realmente la pedimos, que podremos reponemos, sean cuales sean los problemas que hayan ocurrido en el pasado. A pesar de las tribulaciones de la vida, en esta jornada hay esperanza para todos nosotros. Cuando Cristo nos pida que nos sometamos y obedezcamos al Padre, Él. sabe cómo ayudarnos a lograrlo. Ha recorrido ese camino y nos pide que hagamos lo que Él ha hecho, pero para nosotros, el seguir el camino es mucho más fácil ya que Él sabe dónde están las rocas agudas y las piedras de tropiezo, dónde se encuentran las espinas y los cardos más peligrosos, dónde los caminos son más arriesgados y qué caminos tomar cuando se bifurcan y anochece. Lo sabe porque ha sufrido "dolores, aflicciones y tentaciones de todas clases... a fin de que... sepa cómo socorrer a los de su pueblo, de acuerdo con las enfermedades de ellos" (Alma 7: 1 1~12). Socorrer significa "correr hacia". Testifico que Cristo correrá hacia nosotros, y que en este momento lo está haciendo; lo único que tenemos que hacer es recibir el brazo extendido de Su misericordia. Él está allí cuando flaqueamos y tropezamos. Está allí para sujetamos y fortalecernos y, al final, estará allí para salvamos, porque para eso dio Su vida. Sin embargo, por difíciles que sean nuestros días, fueron mucho más oscuros para el Salvador del mundo. Como recuerdo de esos días, Jesús, aun con un cuerpo resucitado y perfecto salvo por las marcas, ha decidido retenerlas para el beneficio de Sus discípulos. Esas heridas en Sus manos, en Sus pies y en Su costado son señales de que el dolor puede atacar aun al puro y al perfecto; señales de que los dolores de este mundo no son evidencia de que Dios no nos ama; señales de que los problemas se solucionan y la felicidad puede ser nuestra. Recuerden a los demás que el Cristo herido es el Capitán de nuestra alma, el que lleva todavía las cicatrices de nuestro perdón, las lesiones de Su amor y de Su humildad, la carne desgarrada de la obediencia y el sacrificio. Esas marcas son la forma principal en que lo reconoceremos cuando venga. Puede que nos invite, como invitó a otros, a ver y a 220 Enseñando, predicando, sanando

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palparlas. Si no lo hicimos antes, con seguridad en ese momento recordaremos, junto con Isaías, que fue por nosotros que un Dios fue "despreciado y desechado... varón de dolores, experimentado en quebranto" que "herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados" (Isaías 53:3, 5). Amo esta obra. Valoren la oportunidad que tienen de enfrascarse este año en el magnífico Nuevo Testamento y en la vida de Él de quien testifica. Ésta es Su Iglesia y estamos embarcados en una gran obra y tenemos el gran privilegio de amar las Escrituras, de aprender de ellas y de dar testimonio el uno al otro de que son verdaderas. (Adaptado de un discurso pronunciado en una conferencia para educadores religiosos del Sistema Educativo de la Iglesia celebrada en la Universidad Brigham Young el 8 de agosto de 2000. Discurso publicado en la revista Liahona en enero de 2003, págs. 13-22).

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UNA ORACIÓN POR LOS NIÑOS

A

l finalizar Su primer día de enseñanza entre los nefitas fieles, el Jesús resucitado volcó Su atención a un público especial que con frecuencia se encuentre justo debajo del nivel de nuestra mirada, en ocasiones casi fuera de vista. El registro dice: “Y aconteció que mandó que trajesen a sus niños pequeñitos... “Y... cuando se hubieron arrodillado en el suelo... se arrodilló él mismo también... y he aquí, oró al Padre, y las cosas que oró no se pueden escribir... tan grandes y maravillosas [fueron] las cosas... que Jesús habló al Padre; “Y aconteció que cuando Jesús hubo concluido de orar... se levantó... y... lloró... y tomó a sus niños pequeños, uno por uno, y los bendijo, y [de nuevo] rogó al Padre por ellos. “Y cuando hubo hecho esto, lloró de nuevo; “[Diciendo] a la multitud... Mirad a vuestros pequeñitos”1. No podemos saber exactamente lo que el Salvador sentía en ese momento tan conmovedor, pero sabemos que estaba “turbado” y que “gimió... dentro de sí” a causa de las influencias destructoras que siempre están alrededor de los inocentes. Sabemos que sintió una gran necesidad de orar por los niños y de bendecirlos. En tiempos como en los que vivimos, ya sea que las amenazas sean globales o locales o en las vidas personales, yo también oro 222

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Una oración por los niños

por los niños. En ocasiones parece que un mar de tentaciones y transgresiones los inundan, que simplemente los arrasan antes de que puedan resistirlas con éxito, antes de que debieran enfrentarse a ellas. Y con frecuencia por lo menos algunas de las fuerzas en operación parecen estar fuera de nuestro control personal. Puede ser que algunas de ellas estén fuera de nuestro control, pero testifico con fe en el Dios viviente que no están fuera del control de Él. Él vive y el poder del sacerdocio está trabajando en ambos lados del velo. No estamos solos y no temblamos como si estuviéramos abandonados. Al hacer nuestra parte, podemos vivir el Evangelio y defender sus principios. Podemos declarar a los demás el Camino seguro, la Verdad salvadora, la Vida de gozo2. Podemos arrepentirnos personalmente de lo que tengamos que arrepentirnos, y cuando hayamos hecho todo, podemos orar. Podemos ser una bendición el uno para el otro en todas estas formas, y especialmente para aquellos que necesitan más de nuestra protección: los niños. Como padres podemos mantener la vida estable de la manera en que siempre se hace: con fe, pasándola a la siguiente generación, un hijo a la vez. Al ofrecer tal oración por los pequeños, me gustaría hablar sobre un aspecto bastante específico de su seguridad. Hablo en cuanto a esto con cuidado y con amor a cualquiera de los adultos de la Iglesia, sean padres o no, que tal vez se inclinan por el cinismo o el escepticismo, que en los asuntos de la devoción de toda el alma siempre parecen frenarse un poco, que en el campamento doctrinal de la Iglesia siempre parecen montar sus tiendas en la periferia de la fe religiosa. A todos ellos —a quienes amamos y deseamos se sientan más cómodos acampando más cerca de nosotros— les digo que estén conscientes de que el precio que se debe pagar por tal postura no siempre se paga durante su vida. No; tristemente, algunos elementos de ello pueden ser como un tipo de deuda nacional despilfarradora, en la

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que las cuotas saldrán de los bolsillos de sus hijos y nietos en formas mucho más caras de lo que haya sido su intención que fueran. En esta Iglesia hay una gran cantidad de espacio —y de mandato en las Escrituras— para estudiar y aprender, para comparar y considerar, para deliberar y esperar más revelación. Todos aprendemos “línea por línea, precepto por precepto”3, siendo la meta la fe religiosa auténtica que lleva a una vida cristiana genuina. En esto no hay lugar para la coacción ni la manipulación, no hay lugar para la intimidación ni la hipocresía. Pero ningún niño en esta Iglesia debe quedar con incertidumbre en cuanto a la devoción de sus padres al Señor Jesucristo, a la Restauración de Su Iglesia, y a la realidad de profetas y apóstoles vivientes quienes, tanto actualmente como en la antigüedad, dirigen la Iglesia de acuerdo a “la voluntad del Señor... la intención del Señor... la palabra del Señor... y el poder de Dios para salvación”4. En estos asuntos básicos de fe, los profetas no se disculpan por pedir unidad, e incluso conformidad5. De todos modos, tal como el élder Neal Maxwell me dijo en una ocasión en una conversación en el pasillo: “No parece haber habido problemas con la conformidad el día en que se abrió el Mar Rojo”. Los padres simplemente no pueden coquetear con el escepticismo o el cinismo, y después sorprenderse cuando sus hijos toman ese coqueteo y lo convierten en un completo romance. Si en los asuntos de la fe y la creencia los niños están bajo riesgo de ser llevados por esa corriente intelectual o aquellos rápidos culturales, nosotros como sus padres debemos estar más seguros que nunca de asirnos a amarras sujetadas e inconfundibles que las personas de nuestro hogar puedan reconocer fácilmente. No le ayudará a nadie si caemos junto con ellos, explicándoles a través del rugir de las cascadas que en verdad sí sabíamos que la Iglesia era verdadera y que las llaves del sacerdocio sí estaban depositadas allí, pero que simplemente no queríamos reprimir la libertad de los demás de pensar lo contrario. No; no podemos esperar que los hijos lleguen sanos y salvos a la orilla si los padres 224

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Una oración por los niños

no parecen saber dónde anclar su propio barco. Isaías en una ocasión utilizó una variación de esta imagen cuando dijo en cuanto a los incrédulos: “[Sus] cuerdas se aflojaron; no afirmaron su mástil, ni entesaron la vela”. Pienso que algunos padres tal vez no comprenden que aun cuando se sienten seguros en su propia mente en cuanto a su testimonio personal, pueden, sin embargo, hacer que esa fe sea difícil para sus hijos de detectar. Podemos ser Santos de los Últimos Días razonablemente activos, que asistimos a las reuniones, pero si no vivimos vidas de integridad en el Evangelio y no expresamos a nuestros hijos convicciones poderosas y sinceras en cuanto a la veracidad de la Restauración y la dirección divina de la Iglesia desde la Primera Visión hasta este momento, entonces es posible que esos niños, para nuestro pesar pero no sorpresa, lleguen a convertirse en Santos de los Últimos Días que no son visiblemente activos, que no asisten a las reuniones, ni nada que se le parezca. No hace mucho, mi esposa y yo conocimos a un buen joven que tuvo trato con nosotros después de haber estado rondando entre las ciencias ocultas y probando una variedad de religiones orientales, todo con la intención de encontrar la fe religiosa. Su padre, admitió, no creía absolutamente en nada. Pero nos dijo que su abuelo de hecho había sido miembro de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. “Pero no hizo mucho al respecto”, dijo el joven. “Siempre fue bastante incrédulo en cuanto a la Iglesia”. De un abuelo incrédulo a un hijo agnóstico a un nieto que ahora busca con desesperación ¡lo que Dios ya había dado una vez a su familia! Qué ejemplo tan clásico de la advertencia que el élder Richard L. Evans dio en una ocasión. Él dijo: “En ocasiones los padres equivocadamente piensan que pueden relajarse un poco en cuanto a la conducta y la conformidad, o adoptar quizás lo que se llama un punto de vista liberal de las cosas básicas y fundamentales —pensando que un poco de descuido o de complacencia no tendrá importancia— o tal 225

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vez no enseñen o no asistan a la Iglesia, o bien, expresen puntos de vista críticos. Algunos padres a veces parecen pensar que pueden aflojarle un poco a los principios básicos sin afectar a su familia o el futuro familiar. Pero si el padre se sale un poco del camino, es probable que los hijos excedan el ejemplo del padre. El guiar a un niño (¡o a cualquier otra persona!), aunque sea sin darnos cuenta, lejos de la fidelidad, de la lealtad y la creencia básica simplemente porque queremos ser ingeniosos o independientes es una licencia que a ningún padre ni a ninguna otra persona se le ha dado jamás. En los asuntos de la religión, una mente escéptica no es una manifestación más elevada de virtud que un corazón creyente; y la deconstrucción analítica en el campo de, digamos, la ficción literaria, puede convertirse en simplemente destrucción cuando se transfiere a las familias que anhelan fe en el hogar. Y tal desviación del verdadero camino puede ser aparentemente lento y sutil en su impacto. Tal como un observador dijo: “Si elevas la temperatura del agua con la que me baño sólo un grado cada diez minutos, ¿cómo voy a saber cuándo gritar?”. Al estar edificando el sagrado tabernáculo en el desierto de Sinaí, se mandó a los antiguos hijos de Israel que alargaran las cuerdas y que reforzaran las estacas que los sostenían9. ¿La razón? En la vida surgen tormentas, regularmente. Por lo que hay que arreglar, sujetar, y después arreglar y sujetar de nuevo. Aun así sabemos que algunos hijos tomarán decisiones que romperán el corazón de sus padres. Es posible que las madres y los padres hagan todo correctamente y que aun así tengan hijos que se desvíen. El albedrío moral sigue en efecto. Pero aun en esas horas de dolor será reconfortante saber que sus hijos sabían de la fe perdurable que ustedes tienen en Cristo, en Su Iglesia verdadera, en las llaves del sacerdocio y en aquellos que las poseen. Será reconfortante para ustedes saber que si sus hijos eligen salir del sendero estrecho y angosto, lo hacen estando conscientes de que sus padres estaban firmemente en él. Además, será más probable que regresen al sendero cuando “vuelvan en sí” , y recuerden el 226

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Una oración por los niños

ejemplo amoroso y las delicadas enseñanzas que allí les ofrecieron. Vivan el Evangelio de forma tan notoria como puedan. Guarden los convenios que sus hijos saben que han hecho; den bendiciones del sacerdocio ¡y den su testimonio11! No sólo supongan que sus hijos de alguna manera se darán cuenta de sus creencias por su propia cuenta. El profeta Nefi dijo cerca del final de su vida que habían escrito su registro de Cristo y habían preservado sus convicciones en cuanto a Su Evangelio a fin de “persuadir a nuestros hijos”, dijo, para que “nuestros hijos sepan... [y crean en] la senda verdadera”12. Como Nefi lo hizo, ¿podemos preguntarnos lo que saben nuestros hijos? ¿De nosotros? ¿Personalmente? ¿Saben nuestros hijos que amamos las Escrituras? ¿Nos ven leerlas y marcarlas y aferrarnos a ellas en la vida diaria? ¿Han abierto nuestros hijos inesperadamente una puerta y nos han encontrado de rodillas orando? ¿Nos han escuchado no solamente orar con ellos, sino orar por ellos a causa del amor que les tenemos? ¿Saben nuestros hijos que creemos en el ayuno como algo más que una privación obligatoria del primer domingo de mes? ¿Saben que hemos ayunado por ellos y por su futuro en días en que ellos no lo sabían? ¿Saben que nos encanta ir al templo, por la razón importante de que nos proporciona un vínculo con ellos que ni la muerte ni las legiones del infierno pueden romper? ¿Saben que amamos y apoyamos a los líderes locales y generales, imperfectos como son, por su disposición de aceptar llamamientos que no buscaron a fin de preservar una norma de rectitud que no crearon? ¿Saben nuestros hijos que amamos a Dios con todo nuestro corazón y que anhelamos ver el rostro —y postrarnos a los pies— de Su Hijo Unigénito? Es mi oración que lo sepan. Hermanos y hermanas, nuestros hijos elevan el vuelo hacia su futuro con el impulso y la dirección que nosotros les demos. Y aun cuando ansiosamente vemos esa flecha en vuelo y conocemos todos los males que la pueden desviar después de que salió de 227

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nuestra mano, sin embargo nos damos valor al recordar que el factor terrenal más importante que determinará el destino de la flecha será la estabilidad, la fuerza y la firme certeza de quien tiene el arco en la mano. Carl Sandburg dijo en una ocasión: “Un bebé es la manifestación de la opinión de Dios de que la vida debe continuar”14. Para el futuro del bebé como del suyo propio, sean fuertes, sean creyentes. Sigan amando, sigan testificando, sigan orando. Esas oraciones serán escuchadas y contestadas en el momento más inesperado. Dios no enviará ayuda con mayor disposición que la que le enviará a un niño, y al padre de un niño. “Y [Jesús] les dijo: Mirad a vuestros pequeñitos. “Y... dirigieron la mirada al cielo, y vieron abrirse los cielos, y vieron ángeles que descendían... cual si fuera en medio de fuego; y bajaron y cercaron a aquellos pequeñitos, y fueron rodeados de fuego; y los ángeles les ministraron”15. Que siempre sea así, es mi oración sincera —por los niños— en el nombre de Jesucristo. Amén. . (Por el Élder Jeffrey R. Holland del Quórum de los Doce Apóstoles. Discurso pronunciado en la conferencia General anual número 173 de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, en la Sesión del domingo por la tarde, el 06 de abril 2003. desde el Centro de Conferencias, en Salt Lake City, Utah. Discurso publicado en la revista Liahona en mayo de 2003, págs. 85-87.)

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