predicación 12 de septm 2010

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Predicación Cerro de las Rosas. Domingo 12 de septiembre de 2010. 16º de Pentescostés. Textos: Lucas 15.1-10 y 17-19

Finalmente, ¿qué tenés que encontrar en el Evangelio? Recuerdo siempre la imagen en un negocio grande en el centro de Buenos Aires donde una vez fui a reclamar una agenda que creí haber olvidado allí. La encargada me llevó al fondo del local donde sacó una enorme caja de cartón que decía: “Objetos perdidos – encontrados”. En este caso en particular, mi agenda si estaba allí pero, había muchas otras cosas – anteojos, relojes, lapiceras, etc, que estaban a la espera, como objetos sin valor, o sin dueño aparente. Ella miró mi cara de sorpresa por el pout purry de cosas expuestas y me dijo: “aunque no lo crea, hay cosas de estas que están meses aquí en la caja, como si no fuesen de nadie, como si a nadie le importase”. Sin querer hacer comparaciones injustas – los objetos no son personas, nunca – la vida parece tener esta mezcla de, aquellos que buscan y encuentran, los que quieren ser encontrados y nadie los busca y finalmente, la alegría de ambos elementos (perdido y hallado) coincidiendo en un mismo momento. Me gusta la frase de Clarissa Pinkola Estés en su libro "Mujeres que Corren con los Lobos", cuando dice que: "Dicen que todo lo que nosotros estamos buscando, también nos busca a nosotros y que, si nos quedamos quietos nos encontrará. Es algo que lleva mucho tiempo esperándonos. En cuanto llegue, no te muevas. Descansa. Ya verás lo que ocurre a continuación" De cierto modo, este capítulo 15 de Lucas es un análisis concreto de lo que se pierde, lo que se encuentra con esfuerzo y la alegría producto de ese encuentro de ambas realidades. Les propongo que veamos desde los tres planos descriptos más arriba estas tres parábolas tan conocidas por todos nosotros. Los que quieren ser encontrados y nadie los busca (Lucas 15.1-2). Un dato importante a entender aquí en el tema de la “murmuración” es que la misma no es señal de descontento con el maestro que habla sino que esta idea, la de murmurar, remite con fuerza al concepto del desierto y cuando el pueblo de Dios se quejaba todo el tiempo por haber salido de su esclavitud, a una tierra prometida que “parecía inalcanzable” y lejos del horizonte de cualquiera de ellos. Fariseos y escribas son estos de los que venimos hablando. Un grupo que más que estar en desacuerdo con Jesús y su ministerio puntual en la tierra, se oponen en la visión del evangelista, al proyecto de vida dado por Dios y repiten la “tara de la queja” en el desierto siglos atrás. Y por el otro lado, “publicanos y pecadores”. Todos ellos dice el texto, acercándose para oír, para aprender, para crecer y madurar en sus vidas desde lo que este maestro tenía para ofrecerles. Estos, a los cuáles las sinagogas de la época no admiten y marginan, son los que acuden a raudales a ver de qué se trata la buena nueva. Obviamente en ámbitos ajenos a los templos de los cuáles son rechazados. Importante para la práctica cotidiana de la iglesia entonces, en su día a día preguntarse: ¿Cómo incorporo yo a otros/as que considero pecadores/as?, ¿o simplemente los rechazo para que no contaminen el cajón entero con “buenas y probadas manzanas”?


La iglesia como cuerpo de Cristo debe ser el ámbito en donde aún el pecador tiene lugar – Dios odia al pecado pero ama al pecador, clásico apotegma que podemos afirmar acá también – y lo confronta en su vida (al igual que a todos nosotros en tanto pecadores) con lo que la Buena Nueva quiere transformar y erradicar de su vida. En ese cambio, los otros y nosotros (si tal cosa existe hablando del pecado), somos transformados conjuntamente. Los que buscan y encuentran (Lucas 15.6. 9 y 32). La comunidad de fe logra tener un sentido real de pertenencia al Reino de Dios venidero cuando, en su propia práctica cotidiana combina estos tres elementos presentes en todo el capítulo: la pérdida de uno de sus miembros – oveja, moneda y/o hijo – y el encuentro trabajoso de lo perdido, y finalmente la alegría compartida. ¿A quiénes busca tu comunidad de fe en su caminar diario, para completar la alegría de celebrar la palabra?, ¿es este un esfuerzo consciente o dejamos que la gente sola caiga a nuestro templo y asuma nuestras prácticas como si las conociesen de toda la vida? Toda comunidad que busca nuevas personas y está dispuesta a hallarlas, también debe estar dispuesta a someterse a lo que las nuevas vidas traen para nosotros. La alegría compartida como resultado de un arrepentimiento buscado (Lucas 15.1719). Ahora bien, volviendo al hijo pródigo recalcamos tres pasos que hacen del buscar, encontrarse y alegrarse una realidad necesaria y anticipatorio en la comunidad de fe de la cual somos parte. - El pecado nos lleva a un “adormecimiento” como cuando volvemos de una anestesia (de ahí la frase “volviendo en sí”). Se nos duermen los sentidos. Cuando comienza su recuperación el joven, vuelve a la casa del Padre. Busca nuevamente la intimidad con su creador. No sólo se trata de arrepentimiento (primer paso), sino de volver rumbo a casa (segundo paso) - El joven así y todo insiste con sus propios proyectos (por ej. “cuando esté mejor voy a hacer esto y aquello…”). En realidad el Señor no necesita de nuestra ayuda para mejorar nuestra vida. El tiene sus propios métodos que son eficaces y certeros. Si tenemos algo para hacer, El nos lo mostrará, sino, escucharemos en silencio y disfrutaremos de los besos y abrazos que El tiene para darnos (tercer paso). Por ende nos preguntamos, ¿cómo practicas el arrepentimiento y perdón dentro de tu comunidad?, ¿es algo que estás dispuesto a hacer o simplemente le corresponde a otros con vos? Recordar que, toda comunidad sana que se precie de tal, debe hacer el ejercicio permanente de buscar el perdón, encontrarlo en el otro, y alegrarse mutuamente por la nueva relación otorgada como Gracia de Dios. Sea este nuestro tiempo de buscarnos, o bien, parafraseando a Clarisa Pinkola, estar quietos y expectantes y dejar que otros nos alcancen y encuentren a ver qué sucede, porque no siempre, estamos tan ubicados como creemos, y no siempre estamos dispuestos a reconocer, que también nosotros, nos perdemos. Amén. Leonardo D. Félix Córdoba, septiembre de 2010


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