NAN #17

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17 AÑO 4 - mayo / junio 2014 - ARG $18

TOM QUINTANS Y BESTIA BEBÉ

TODOS LOS NÚMEROS ANTERIORES SE VENDEN AL PRECIO DE TAPA ACTUAL

El gran campeón ALTAS WACHAS Mujeres fuertes, potentes y decididas

LUCAS LAGRÉ Entre el teatro y la fascinación por el encierro

LA OTRA CARA DEL MUNDIAL La realidad oculta detrás de la fiesta



editorial

PENSAR EL TRABAJO DIGNIFICA

MAYO / JUNIO 2014 www.lanan.com.ar hola@lanan.com.ar

COMITÉ EDITORIAL Ailín Bullentini Andrés Valenzuela Emmanuel Videla Esteban Vera Facundo Gari Nahuel Gomez Nahuel Lag Nicolás Sagaian

COLABORADORES Alfonsina Brión Daniela Yaccar Eric Olsen Gabriel Patrono Hernán Panessi Ignacio Fusco Juan Sapia Luciana Bertoia Malena Baños Pozzati Mariángeles Orozco Velásquez Mariano Verrina Martín Castagnet Pablo Tallón Ricardo Targino

ilustración DE CONTRATAPA Diego Segovia

Foto DE TAPA Matías Altbach

ILUSTRACIÓN Emilio Utrera Jó Murúa Majox Nahum

DIRECTOR DE FOTOGRAFÍA Matias Altbach

EDITORA DE FOTOGRAFÍA Victoria Leithuyk

ASISTENTE EDITORIAL DE FOTOGRAFÍA Jimena Tudesco

FOTOGRAFÍA

Cecilia Villegas Jimena Tudesco Kala Moreno Parra Maia Tarcic Matías Pozzi Midia Ninja Natalia Berninzoni Rocío Curia Tomás Ballefin Benites Vicente Vega Victoria Leihuyk

TIRA Juampa Camarda

Historieta Manuel Loza

DISEÑO GRÁFICO

Victoria Gilles Fernández

NaN permite la reproducción total o parcial de la presente revista, siempre que no sea para fines de explotación comercial. Registro de la propiedad intelectual en trámite. NaN es una publicación bimestral de circulación en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y zonas de la provincia de Buenos Aires, Santa Fe, Mendoza y Córdoba. Su finalidad es brindar información sobre arte y cultura. PUNTOS DE VENTA CONURBANO BONAERENSE: puesto de diarios en República de Siria, a la entrada de la estación Lomas de Zamora, lado oeste; andén 4 de la estación Lanús; y andén 2 de la estación Monte Grande. CIUDAD DE BUENOS AIRES: puestos de diarios en la estación de subtes Constitución, andén central; estación de subtes Avenida de Mayo, andén hacia Retiro; estación de subtes Diagonal Norte, andén hacia Retiro; puesto de diarios en Callao 397, esquina Avenida Corrientes; Punto de Revistas Culturales, Avenida Corrientes 3307, frente al shopping Abasto. Más en www.lanan.com.ar. Si no conseguís la revista en la Ciudad de Buenos Aires, contactate a 4308-1813 o escribí a distribuidorasinfin@gmail.com. El grupo de comunicadores de NaN es también responsable del sitio sobre arte autogestivo y cultura www.lanan.com.ar. Los artículos firmados expresan la opinión de quienes los escriben. NaN no es responsable por el contenido de las páginas web a las que hace referencia en sus artículos o publicidades. El contenido de los avisos publicitarios es exclusiva responsabilidad de los anunciantes. Facebook: /revistanan Twitter: @revistanan

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esde 1890, todos los 1 de mayo se celebra el Día del Trabajador en Argentina. ¿Quién se toma siquiera un ratito de ese día (o de cualquier otro) para revisar qué siente, cómo es, de qué está constituido su ser trabajador? ¿Qué hace uno en calidad de laburante amén de laburar? ¿Qué acciones lleva a cabo a nivel social y público como miembro de ese colectivo de asalariados? Y más aún: ¿cuánto de la realidad en la que funcionamos sería diferente si la conciencia de nuestro ser trabajador estuviese al palo, tan al palo como esa versión más lavada que es la de ser persona? La huelga sostenida por los docentes en febrero retumbó en los medios de comunicación y en el sentido común desde una sola óptica: “Vagos, dejan a los pibes sin clases”. La sentencia, incluso, fue emitida por padres y madres de nenes y nenas que arrancaron su ciclo dos semanas después de lo planificado. Padres y madres que son, en su inmensa mayoría, trabajadores y trabajadoras. Son, en ese sentido, compañeros y compañeras de los docentes que decidieron bancar una huelga de medio mes para reclamar por una mejora salarial. ¿Por qué no se acompañó esa lucha? ¿Cómo se hubiera desarrollado ese conflicto si toda la clase social que nos hermana como trabajadores hubiera aportado su cuerpo al reclamo docente? ¿En qué momento los trabajadores quitamos nuestro cuerpo a ese “ser en el mundo” que es una de nuestras caras? Muchas cicatrices lleva ya el pueblo

Dogo, por Juampa Camarda

en su conciencia de laburante. El miedo a la miseria, el terror a volver a experimentarla, el horror de convertirse en carne de ella se sumaron, durante los ‘90 y el estallido de comienzos de siglo, a las marcas que le bajan la espuma a la lucha por los derechos de ser quienes somos, de entregar lo que entregamos: mano de obra, fuerza física, mental, creativa, horas culo. Las cúpulas sindicales, su terrible empoderamiento, su monstruoso enriquecimiento, las alejó de las bases, que además de tener miedo a aquello comenzaron a temerlas a ellas. El pueblo demostró ser mucho más paciente de lo que se pensaba. Pero no se olvida. Y la rueda, de a poco, comienza a moverse desde algunas esquinas. La autogestión es una de las respuestas en tanto modos de hacer. ¿Para qué esperar el armado de una estructura en la que convertirnos en un ladrillo más si podemos construir nosotros mismos la(s) nuestra(s)? La lucha, desde la autogestión, es por la superación de la precariedad laboral de la que se parte. Somos trabajadores sin patrón. La situación es más compleja en las pirámides con dueño y jefe, en las que la lucha es no sólo contra ellos, sino también contra administraciones sindicales fraudulentas. ¿Quién nos defiende en estos casos? Nadie más que nosotros mismos. “El pueblo trabajador argentino tiene paciencia. Y esa paciencia tiene un límite”, advertía el padre Carlos Mugica hace más de cuatro décadas.


VERMÚ

Elige Tu Propia Aventura

Encuentro en el establo

¡VOS DECIDÍ! La colección Elige tu propia aventura que editorial Atlántida lanzó en Argentina a mediados de los ‘80 marcó a una generación y fue antesala de la lógica de consumo interactivo. Por entonces, no existía la idea de “link”, aún así, estos libros se las ingeniaron para explorar una dinámica participativa iné-dita en la gráfica. Bajo este concepto, abre su apuesta el fanzine homónimo de Ana Valeria Sarra. “La movida en Buenos Aires es así. Podés criticar desde la comodidad de tu casa a Tan Biónica o salir a recorrer un poco lo que se está gestando en el under, que es muchísimo”, desafía. Todo empezó un martes. Y cuatro días después, las hojas de su fanzine se imprimían y empezaban a moverse por bares e históricos sucuchos rockeros. No fue un capricho repentino sino cuestión de poner primera: “Tenía la idea desde hacía años, pero me faltaba hacerla. Terminó siendo más fácil de lo que esperaba”. El primer número tuvo entrevista a Nekro, a la gente de Catarata Records, la banda Miami Narcotrafics, poemas, viñetas y retazos de Pokemon, Supersónicos, Kitty, Scott Pilgrim y Regular Show. En el segundo habrá una apuesta más punk, con entrevistas a referentes locales. Porque el otro concepto fuerte, claro, es el del fanzine: un emblema del under que sobrevive y se retroalimenta de lo digital. “Cualquiera que decida sentarse a leer un fanzine en el bondi, en su casa, en una plaza, tiene ganas de buscar un poco más allá de lo que le venden”. Elige... no tiene distribución preestablecida: se acuerda con Valeria por Facebook y tiene versión online. Si elegís conocerlo pasá por www.facebook.com/unfanzine. / Malena Baños Pozzati

DUROS DE DOMAR Hace un tiempo, las industrias culturales señalaron una defunción: MTV ya fue. Lejos de aquel cortejo fúnebre, las nuevas tecnologías —fundamentalmente el guiño tech & participativo del 2.0— abrazaron a los jóvenes desamparados en busca de la novedad musical. Y en el que hubo programación randomizada, hoy hay contenido fragmentado para ser consumido a la carta. Así fue cómo aparecieron programas de música online. Salidas laterales al mainstream: en Internet, el pulso del under es poderoso. Y bien diferente. Por eso, entre los riesgos posibles, brotan programas como Encuentro en el establo, donde un caballo conduce recitales acústicos. ¿Qué cosa? Eso. Demente pero real. Y una nueva pregunta surge entre el ruido: ¿qué pasaría si los MTV Unplugged se bañaran en un abrevadero de ácido lisérgico? Un VJ se convertiría en corcel y Miami, en un establo. La subnormal propuesta ya lleva un par de entregas, en el que han tocado gemitas subterráneas como Joe Palangana, Viajes y Principio de Acople. Así las cosas, el criterio de curaduría va de la mano con la propuesta germinal: independencia y bizarrismo. Con un notable nivel de producción —el establo en cuestión parece sacado de Cartoon Network—, entrevistas desencajadas y casi 20 videos online, Encuentro en el establo está engordando paulatinamente su contador de visitas en YouTube. Entonces, las mismas industrias culturales —que son pulpos de miles de patas— señalan, ahora, un nacimiento: el del capricho por mostrar y su potencia ungida en las formas alternativas de difusión. / Hernán Panessi


VERMÚ

Ricardo Pene Liniers

AL FINAL, TODO ES UN REMIX Parece una cosa. Pero es otra. Parece el cobijo de una niña reflexiva; la casa cibernética de un conejito triste; los brazos maternos de un monstruito tierno. Pero es el manicomio donde todos esos dibujitos se cagan encima y se comen la mierda. En el documental Everything is a Remix se explica, cómo personajes que creíamos únicos y originales, no lo son tanto. Entonces, más en la tónica del gaste que del plagio, este Facebook, que es un mash-up y bebe del néctar de Electric Retard (googlear para creer), le dispara a la cabeza de la estatua de oro de Ricardo Siri Liniers destruyéndola en miles de pedazos. “Si estás cansado de Liniers y su humor infanto-arjonico, este es tu lugar”, reza la poca información vertida entre su desparpajo pop. Y ahí, donde la candidez rebota en una reflexión o bien en un “awww” colectivo, el olor a mugre se apodera de las viñetas intervenidas usando como deus ex machina a una pija. Sí, los chistes de Ricardo Pene Liniers conmueven desde lo iconoclasta y, así, San Liniers, que es usualmente elevado a la categoría de autor superior capaz de ilustrar la tapa del New Yorker, pierde su fina estampa vía estos vándalos anónimos. Sus chistes tienen drogas, perversiones sexuales y violencia racial. “Ojalá vuelvan los militares”, le dice un tipo al pasar, con sus brazos en los bolsillos y cara de “hombre común”, a un granadero sanmartiniano. Fuerte. No se comen ninguna y van más a fondo que cualquiera de los más gedientos historietistas nacionales y, también, se morfan de un bocado a muñecos picantes como Peter Bagge o Robert Crumb. Por eso, parece una cosa. Pero es otra. / Hernán Panessi

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Almanaque

Conservar lo propio, sin venderlo

la noche

de los museos Las instituciones que encierran parte de nuestro patrimonio están en crisis. Suele asociárselas con lo “viejo”, “lo aburrido” y el olor a naftalina. Como respuesta, desde algunas ciudades proponen volver a las raíces: que los bienes y los objetos históricos de cada pueblo queden en su lugar de origen fuera de las vidrieras y el escenario preparado para la selfie. Texto: Andrés Valenzuela Fotografías: Mariángeles Orozco Velásquez


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o hay museos aburridos, hay personal de museo aburrido.” La definición, de feroz autocrítica, pertenece al museólogo Claudio Bertonatti. El especialista es de Capital Federal, pero ahora vive en Quilmes y asiste, entre otros proyectos, al futuro museo patrimonial de San Martín de los Andes, que la municipalidad neuquina montará junto con la Fundación Azara a partir de hallazgos en la región. Sus alumnos bonaerenses, admite, suelen asociar las ideas de museo con lo “aburrido”, lo “viejo” y la “naftalina”. “El patrimonio no puede ser aburrido, tiene que ver con lo que nos identifica”, define. Ahora, ¿cómo se supera esa imagen de salas polvorientas y anquilosadas, entonces? Para explorar posibles respuestas NaN habló con Bertonatti y con el arqueólogo catamarqueño Daniel Delfino Edery para conocer sus ideas y sus experiencias llevando el museo más allá del museo y, sobre todo, mucho más cerca de la gente. De la idea al mensaje “Todo museo debe tener un guión. Lo primero es saber qué querés decir y contar sobre la materia de la que vas a hablar”, explica el quilmeño por adopción. Después del “relato” (aunque la expresión últimamente tenga mala prensa), vienen los objetos. “El problema es que normalmente se hace al revés: se juntan los objetos y se cuentan historias de objetos independientes”, lamenta. Y agrega: que además de la historia, es importante que cada museo piense un mensaje para sus visitantes: “¿Para qué querés que la gente vaya al museo? ¿A ver objetos o a llevarse un mensaje?”. Por eso advierte que hay que “romper con el fetichismo”. ¿Qué importa si tal objeto le perteneció a fulano o mengano? “La mayoría de las veces es mentira que algo perteneció a San Martín o Rosas. ¿Dónde está la evidencia?”, reclama. Más allá de que hoy toda puesta escenográfica esté pensada para la selfie, lo importante —considera Bertonatti— es que el museo le sirva al visitante para saber quién es: “Hay que salir emocional e intelectualmente conectado con el patrimonio”. Museos de sitio, museos comunitarios En Buenos Aires, de Catamarca se conoce más bien poco. El asesinato de María Soledad Morales y nada más. Se ignora, por ejemplo,

la vigorosa tarea de investigación arqueológica que se desarrolla entre las comunidades locales y la universidad de esa provincia. El proyecto está en marcha desde 1997 en la zona de Laguna Blanca y se caracteriza por la cogestión entre las poblaciones y la academia. La filosofía detrás de la iniciativa es la de los museos comunitarios: espacios creados por las comunidades para sí mismas, para conservar su patrimonio y bienes, tanto por una cuestión identitaria como por las posibilidades que ofrecen de generar puestos productivos. “Nosotros nos basamos en lo que se conoce como ‘La mesa de Santiago de Chile’, que se hizo en 1972, un año antes del golpe militar”, explica Edery. En esa reunión de museólogos latinoamericanos continuaron las discusiones de la Unesco en torno a los ecomuseos. “Los museos integrales pensados para la región se parecen en que contienen comunidades tradicionales, étnicas, pero el punto de quiebre que los diferencia es que el ecomuseo trata de responder a la necesidad de un primer mundo, con requerimientos de ocio que tienen más que ver con el turismo, mientras que aquí nuestro problema pasa por tener trabajo, y recién cuando uno tiene trabajo se puede pensar en tener vacaciones”. El museo integral de Laguna blanca “es concebido desde la universidad, pero está siendo cogestionado con las poblaciones locales”, explica Edery. Tanto es así que no es un mero edificio, sino los 10.000 kilómetros cuadrados que integran la reserva. “Es imposible museologar todo”, reconoce el arqueólogo. Como resultado, en ese predio se montaron varios espacios: de investigación (hay dos sitios arqueológicos en vías de convertirse en lugar/material visitable, que a la vez permita conservar esos bienes), un parque botánico, miradores (“en los que uno pueda reconocer procesos y organizar una experiencia visual”), recorridos por pinturas rupestres (“en la región había un proceso estético único que hizo que se lo definiese como uno de los cuatro estilos de arte rupestre” en el país), parcelas de cultivo andino y otros edificios. En este intercambio, puntualiza Edery, el papel de la universidad es de contralor. “Que los objetos puedan estar mejor preservados en su materialidad” más allá de lo que luego las poblaciones decidan hacer con ellos para contar su propia historia. “La gente de Laguna Blanca interviene de muchas maneras, nosotros quizás caemos al museo en noviembre/diciembre y en febrero/marzo cuando vamos de campaña, pero por ejemplo una sala que para nosotros tenía un significado, para ellos tenía otro”. Esa diferencia

Sacrificar o no sacrificar “La culpa la tiene la tele.” O “Internet”. O la atracción de turno que le quita atractivo a los espacios culturales más tradicionales. Porque en tren de emociones al paso, dos horas de pochoclo superheroico en pantalla grande tiene bastante más llegada que un reposado tránsito por una colección de vasijas precolombinas de los pobladores originales de Burzaco. Y no porque no sea algo cultural e históricamente valiosa una colección de vasijas semejante. No. Es que cuesta mucho competirle a las explosiones. La misma idea, pero con palabras mucho más a tono con el ámbito del “Segundo Encuentro Internacional de Conservación Preventiva e Interventiva en Museos, Archivos y Bibliotecas” (en lo sucesivo para no enloquecer “Encuentro de Conservación”), explicó la cuestión la museóloga y museógrafa María Teresa Margaretic. “El museo dentro de la sociedad compite con los espectáculos e información visual de hoy”, explicó a su auditorio y afirmó que “ante la puesta en escena de impacto audiovisual que utilizan como herramienta las nuevas galerías, espacios culturales y los espectáculos en general, el museo pierde atractivo”. Es que, además de atraer al público, el museo tiene otra función, que es la de “conservación de un objeto irrepetible y sensible”. Como amplían los especialistas, la cuestión con los objetos que albergan los museos pasa por no arruinarlos con la exposición. Por eso no se pueden sacar fotos con flash en los grandes museos: la luz es una onda, pero también una

partícula, y cuando esas partículas chocan con las partículas de la obra o el objeto, se salta la pintura. En cantidades infinitesimales, claro, pero un flash, y otro, y otro, y otro, multiplicado por mil millones de turistas japoneses, y chau Gioconda. Esta situación pone a los especialistas y responsables de los patrimonios museísticos ante una disyuntiva. “En muchos casos, luego de la restauración uno se debate entre exhibir o sacrificar al exponer”, contó la licenciada Margaretic en el Encuentro de Conservación que se realizó en abril último. “Los daños de exposición son permanentes”, lamentó ante los asistentes y advirtió que “un objeto material orgánico, una escultura, una pintura o un pergamino se someten a una degradación irreversible que daña su materialidad cuando al exponerlo se prioriza el ver al conservar”. ¿Ese frío que dan los museos? Es porque las salas deben estar acondicionadas para tener sólo la luz apropiada, la humedad correcta y la mejor temperatura para cada objeto, más allá de los soportes materiales que exponen el objeto de turno. En esa disyuntiva, gana la espectacularización. Por eso rinden más los dinosaurios de Tecnópolis que el excelente Museo de Ciencias Naturales de La Plata —que tiene huesos de dinosaurios de verdad—. “El museo, en la actualidad, es sinónimo de mausoleo, lo vemos revestido de sacralidad”, sentenció la especialista. Y con Internet, ya nadie acepta otra cosa que la interactividad.


“Hasta no hace mucho, la conservación era actividad de eruditos y especialistas, pero en las últimas décadas ya la comunidad comprende que ese patrimonio tiene que ver con ella.” C. Bertonatti

no pone en peligro el proyecto, celebra: “Nos parece bueno y sano que ellos tomen decisiones inconsultas, no nos sentimos agraviados ni ofendidos”. Son los mismos pobladores los que luego trabajan como guías o montan un mercado artesanal en el museo, cuando hay alguna fecha significativa o una fiesta patronal. El museo como gestor de crisis “Te diría que soy un museólogo atípico porque para mí el verdadero desafío es preservar el patrimonio fuera de los museos”, dispara Bertonatti. “El museo debe funcionar como una institución de crisis, que recoge los bienes que no se pueden salvar in situ”, propone a sabiendas de que va en contra del “desvelo del 99 por ciento de los museos, que es reunir bienes”. Bertonatti también ve en marcha la tendencia a los museos comunitarios y resalta que es un quiebre importantísimo en la cultura del patrimonio: “Hasta no hace mucho, la conservación era actividad de eruditos y especialistas, pero en las últimas décadas ya la comunidad comprende que ese patrimonio tiene que ver con ella y no está tan de espectadora, sino que quiere tomar parte de los procesos de decisión”. Entre las consecuencias de esta corriente se incluye la descen-

tralización del patrimonio museístico. Con la vieja concepción, los bienes terminan en manos de las principales instituciones nacionales o internacionales. Frisos griegos, sarcófagos egipcios y otros hitos de la historia de la humanidad terminaron en las salas británicas y francesas. El desafío actual es que cada comunidad pueda conservar aquello que hace a su historia e identidad. “Tal vez uno de los puntos de mayor significación es que las comunidades quieren crear sus propios museos, no que venga otro a creárselos”, afirma el museólogo. En América Latina, considera, el país que más avanzó en este sentido es México: claro todos los objetos que estaban dentro de sus pirámides terminaron en otro lado. “¿Te imaginás cuánto más sobrecogedora, cuánto más significativa sería la experiencia de visitar las pirámides mexicanas con los objetos que tenían dentro?” ¿La buena noticia? Un poco de esos cambios empiezan a operar en Argentina. “El Museo de La Plata devolvió cuerpos humanos a sus pueblos originarios, es un gesto del cual no existen muchos a nivel mundial”, ejemplifica Bertonatti. Sin embargo, él prefiere avanzar por el camino de los museos de sitio y por el proceso de los comunitarios. “Lo bueno es que es la propia comunidad quien cuenta su relato y junta los bienes que considera meritorios para narrarla, porque uno necesita íconos, visualizar su historia”.


medios

Revista Burra

¿QUERÍAS CUMBIA? ¡TOMÁ! En cada número, un disco de la movida tropical sirve de excusa para inundar las páginas de esta publicación de divagues, delirios, notas y entrevistas. Texto: Pablo Tallón

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ué se puede esperar de un burro más que una patada?, asegura el dicho. ¿Y de una Burra? Exactamente lo mismo. Burra podría definirse como una revista insolente, que tiene su base en un eje originalísimo: tomar un disco de cumbia (fundacional o actual) y divagar sobre distintos temas a partir de cada uno de los tracks. Despegando desde esa sencilla —pero efectiva— idea, Burra conjuga literatura, entrevistas, delirios, sexo y cualquier cosa que dispare el nombre del tema. Así, “Entregadora del marrón”, de Flor de Piedra, pasa a convertirse en un texto que promueve el sexo anal cariñoso y bien practicado; “Me siento morir”, de Antonio Ríos, conduce al periodismo gonzo mediante una crónica acerca de los efectos del consumo de la salvia divinorum; y “No podré olvidarme de ti”, de Green y Red, habla sobre un “enviado divino” que cambiará al mundo. Desde el vamos, sus creadores se paran así: desde la insolencia. Y si te gusta, bien, y si no, también, desafían. Burra salió a la calle por primera vez a mediados de 2013, aunque el proyecto en realidad comenzó a gestarse tiempo antes, cuando dos amigos, Juan Relmucao y Sebastián Caraballo, se conocieron en la Universidad de Lomas de Zamora. Desde el arranque los pibes intentaron pararse en la vereda opuesta: la idea fue la de no trabajar dentro de “los cánones de la comunicación”, desde allí su leimotiv fue “la subversión” y el descaro. “Burra es propuesta y ruptura. Somos arrogantes desde la comunicación, desde la pretensión de ser escuchados, desde la ambición de regentear nuestro propio medio. Nos hacemos cargo de esa arrogancia y no te vendemos una legitimidad que radica en una presunta verdad”, resaltan. A poco de cumplir un año al frente de la revista, sus directores repasan cuál fue la respuesta de los lectores a la arriesgada apuesta que significó transformar un disco en un objeto psicoactivo: “Mucho amor y mucho odio. Al principio pensábamos que muchos no iban a cazar el mambo, pero los que sí lo hicieran nos iban a amar. Y pasa algo más o menos así. Se ve que hay gente que está harta de las mismas cosas y está en busca de las mismas cosas que nosotros”. Pero, antes de llegar a los lectores, primero tuvieron que pensar el nombre de la revista: “Cumple

todos los requisitos que tiene que tener una marca. Es fuerte, contundente, polisémico, fácil de recordar, aunque algunos de futuro alzheimer rollinga nos llamen ‘La Burra’. Era una revista de cumbia, tenía que tener un nombre afín pero bueno. No le íbamos a poner una lumpeneada onda La Chilanga o una atrocidad semejante. Fue Burra”. Al igual que el nombre, la decisión de salir en formato físico fue igual de contundente, más en un panorama editorial hostil para los medios autogestivos: “Salimos derecho en papel por una cuestión de arrogancia, porque hay mucho ragnarök en el ethos de Burra, porque tantear es para el tibio que usa expresiones como ‘me animé, te animás, animate’. Sabíamos que no iba a haber nada remotamente similar en papel. ¿Quién se va a gastar la guita en lanzar un bicho como este?”. Pero Burra no sólo es la locura impresa, sino que también tiene su cuota de periodismo: la movida tropical es abordada a través de una extensa entrevista al autor del disco elegido para cada número. En las cuatro revistas que llevan publicadas, ya desfilaron Dany Lescano, Antonio Ríos, El Dipy y los hermanos Chelo y Javier de Green y Red. ¿Por qué la cumbia? “Salió cumbia porque nos gusta y porque no estaba agotada como el rock o el periodismo. Nadie le daba bola a las letras tropicales y estaba claro que era ésa. ¿Qué íbamos a hacer? ¿Fito Páez?”, cuentan los directores de la revista, que disparan a diestra y siniestra. Y por si quedaban dudas, concluyen: “No íbamos a quemar billetes para que me entienda la tía de alguien o el profe con pseudo onda de la universidad. Queríamos algo que nos cebara a nosotros primero y, si después le gustaba al resto, mejor”. La decisión está en el lector. “Se sabe que la calle está cara y los proveedores son cada vez menos. Por eso, si vas a entrar, dejá la mochila de los prejuicios en la puerta y apurate, antes de que sea tarde y te coma el monstruo”, asegura Burra en su primer editorial, con una fuerte dosis de certeza. Sí, la decisión está en el lector, que debe decidir si quiere dar una vuelta por un mundo de cumbia, drogas, sexo, literatura y delirio. En caso de hacerlo y subirse al viaje, la terminal será la contratapa —que no es más que la espalda de la revista— y una vez allí, podrá gritar: “Alta Burra, amigo”.

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Escuchá

Como Diamantes Telepáticos

“El trabajo es entregarnos al cambio” Los hermanos Fernando y Mariela Centurión, Charly de la Vega y Paul Ock abren la puerta de la sala de ensayo en la que grabaron su nuevo disco, Dorado, trajín entre el “punk rock en cámara lenta” y el “pop de corazón infantil”. Texto: Esteban Vera Fotografía: Matías Pozzi

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l ritual comienza a puro mate y faso en la sala de ensayo, en una casona de Almagro de habitaciones con techos altos y paredes blancas, mientras se cruzan las anécdotas. La sala está repleta de instrumentos, equipos, estuches y una heladera de mala muerte, vacía. Fernando Centurión puntea su guitarra con los ojos cerrados y el batero Charly de la Vega frota sus palillos contra el redoblante esperando la señal de largada. La cantante y hermana del violero, Mariela, y el bajista Paul Ock ocupan sus lugares. Aquí se encerraron durante más de siete meses en 2013 los cuatro integrantes de Como Diamantes Telepáticos para practicar los temas de su flamante disco, Dorado. “Hay momentos en los que todo fluye mejor en la sala de ensayo. Surgen cosas nuevas. Estar acá es como jugar y perdés la noción del tiempo”, comentan las cuerdas vocales que encarnan las vivencias de las canciones de CDT. Cuando los telepáticos arrancan a tocar faltan pocos minutos para las nueve de la noche de un lunes de marzo. Con el correr del tiempo, estar adentro se convierte en sinónimo de transpirar la camiseta, porque la puerta y una compuerta se mantienen cerradas para evitar que aparezcan vecinos a reclamarles que paren con la música. Allí repasan una lista de temas de sus dos discos (el anterior, homónimo a la banda, editado en 2010), que mancomunan rock y pop dulce y enamoradizo, hasta algo cursi, con una armónica combinación de arreglos. Es que desde chicos mamaron, entre otras tetas, las de Soda Stereo, los Beatles, el britpop de los ‘90 y Xuxa, dicen. También explican su música como “punk rock en cámara lenta” o “pop de corazón infantil”. En este sentido, su búsqueda de matices a partir de géneros existentes resulta efectiva para una banda que, lejos de perseguir la vanguardia, revisita senderos poco recorridos últimamente en la escena alternativa. Eso los hace frescos. Y eso ubica a CDT en una calle diferencial respecto del resto del indie, en un momento de punk barrial y sonido americano representado por Él Mató a un Policía Motorizado y Las Ligas Menores, entre otros grupos. De todas maneras, a ellos sólo les importa hacer música, tocar, grabar y sonar bien. La prehistoria de CDT es un proyecto de los hermanos Centurión. A partir de unas letras de Mariela —que dedicó buena parte de sus 28 años a explorar la música y la actuación— compusieron algunas canciones con el plan de salir a tocar y grabar un disco. Los


primeros pasos fueron en el estudio casero que Fernando tiene en su casa: armaron las estructuras de las canciones que más tarde integraron su primer disco. El proyecto comenzó a tener entidad propia medio año más tarde, cuando se sumaron De la Vega y Ock. Autobautizados a partir de un elogio de Allen Ginsberg a Jack Kerouac (“Cada libro es una pieza única, un diamante telepático”), en 2011 se metieron en Fuera del Túnel, el estudio del productor Hernán Agrasar, que estuvo a cargo del sonido de El día de los muertos, de Él Mató; Espíritu salvaje, de Onda Vaga; y varios discos de Francisco Bochatón, entre otros. Allí grabaron su primer disco oficial entre marzo y noviembre de 2010. En ese álbum urgente, breve pero contundente, se lucen varios temas, sobre todo “Nueva”, temazo que remonta los oídos a 1980, sobre una chica que sueña cosas que podrían hacerla dejar de existir, pero que deja atrás sus problemas cuando compra un “vestido volador” (¡están hablando del faso!). Dos años más tarde pusieron todo lo que habían aprendido en su placa debut, sacaron Dorado y dieron un salto de calidad en la confección de las canciones y en el riesgo sonoro. Son siete tracks breves más uno de nueve minutos, grabados en el estudio DDR (sigla que homenajea a Dee Dee Ramone). El disco, que contó con la producción de Marcelo Belén (productor de Viva Elástico), suena bastante más pop que su ópera prima. “Marcelo fue determinante para conseguir la diversidad de colores sonoros y paisajes, y también para generar un vínculo y un ritmo de trabajo —destaca el guitarrista de los telepáticos durante un impasse del ensayo—. Nos planteamos hacer todo al revés, desafiar nuestra propia lógica establecida y no ir al lugar más seguro.” —¿Buscan el cambio permanente? Fernando Centurión: —No diría que lo buscamos, más bien nos entregamos al cambio natural. De alguna manera, todos estamos cambiando siempre. Es más natural cambiar que permanecer. Por eso, el trabajo es entregarnos a ese cambio y no forzar una idea de nosotros, representación de lo que fuimos. Como diamantes telepáticos contó con los exquisitos aportes de Lola Linares en piano y Hernán Espejo, de Compañero Asma, en guitarra. Los dos discos, cuyas letras son responsabilidad de los hermanos Centurión, se escuchan en 55 minutos y algunos segundos. “Nuestras canciones son breves porque abarcan cierta simplicidad y lo simple, en general, es concreto, no extensivo”, co-

“Tenemos que empaparnos con la Ley de Música y ayudarnos para mejorar las condiciones en las que tocamos.” F. Centurión menta Mariela, también actriz en la película Novak, de Andrés Andreani. Completa Fernando: “Es que nos gustan así, no es premeditado”. Los discos pueden escucharse de manera gratuita desde las plataformas web Mozcu y Bandcamp. También se consiguen en ediciones físicas. “Hoy está todo dado para que, con una buena organización, un artista under pueda sustentarse sin necesidad de ser popular o aparecer en todos los medios de comunicación como un virus”, considera. Si todo les sale bien, durante las vacaciones de invierno girarán por Córdoba. Mientras, ensayan para tocar en Buenos Aires y alrededores. “Los espacios por los que nos movemos son circuitos de fomento cultural, donde circula información, vanguardias y se marcan tendencias, un camino a seguir”, sostiene el guitarrista. Agrega: “Tocamos con bandas que están buenísimas, que nos retroalimentan. Hay un montón de bandas que están marcando el pulso de la época, como Valentín & Los Volcanes, Tobogán Andaluz, Los Espíritus, Mi Pequeña Muerte, Viva Elástico o Thes Siniestros”. De todas formas, apunta que “hay más propuestas que gente interesada en escuchar rock alternativo” —¿A qué lo atribuyen? F.C.: —No hay muchos lugares para tocar en las condiciones que demandaría un grupo como CDT. Hay uno o dos y no los elegimos porque son sponsoreados. Un espacio como el Roxy no nos identifica para nada, es muy frío y hay marcas por todas partes, pero una vez tocamos ahí para hacer la experiencia. En general, estamos mejor que en los noventa, pero falta muchísimo aún. Los músicos tenemos que empaparnos con la Ley de Música y ayudarnos para mejorar las condiciones en las que tocamos. Quizá organizarnos como gremio. Lo bueno es que en los últimos diez años surgió una gran cantidad de artistas que circulan sus obras por Internet. Pero tenemos que poner manos a la obra para llegar a más gente. La Ley de Música es un camino a seguir.

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ENTREVISTA / CINE

VideoFlims

“Hay mucho prejuicio sobre lo bizarro” Nunca soñaron con ser distribuidores sino con “filmar y coger”, pero el amor al cine los llevó a convertirse en propagadores de contenidos audiovisuales frente a la penetración gringa y la concentración local. Hoy, este grupo de nerds del celuloide cumple cinco años y los festeja brindando por la expansión del Cine Independiente Fantástico Argentino. Texto: Facundo Gari Fotografía: Matías Pozzi

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n el profuso arcón de anécdotas de Enrique Symns hay una que dice que, en tiempos de fuertes operativos antidroga, él y sus circunstanciales amigos alquilaron un departamento justo sobre una comisaría para seguir con sus fiestas lisérgicas. La camaleónica estrategia parece replicada por estos días en la guarida que tiene VideoFlims en Agronomía: del lado de la puerta hacia la calle hay una iglesia que atrae a los adoradores de Bergoglio; del otro, hacia adentro, pilas de DVDs de Curas zombies en Azul, de Osvaldo Sudak, una de las últimas gemas que la distribuidora de cine sumó a un catálogo que supera los 70 títulos. La comparación podrá pecar de cierta ingenuidad, aunque no en esencia: este año se cumplen cinco de rebusques de este grupo de amantes de las buenas historias en soporte audiovisual para que el sillón de la modorra, que patea siempre a favor del status quo, no acapare todos los culos, para que la fiesta —esa resistencia alegre que ocurre bajo las narices de los vigilantes del mundo— no pare. Y es una fiesta fabulosa, amigas y amigos, a la que estamos invitados; un imaginario también lisérgico en el que caben muertos vivos, superhéroes sin poderes, ilusionistas mancos, muñecos malditos, psicópatas, veraneantes en zunga, ratones parlanchines y viajeros del tiempo. Hay una dificultad recurrente al hablar de proyectos autogestivos: la de transmitir el sacrificio en pos de un ideario ulterior, porque “VideoFlims es más grande que sus integrantes”, remarca Hernán Panessi, acompañado por Pablo Marini y Nahuel Rodríguez en el encuentro con NaN. Se habla del sudor, pero estos pibes parecen bañarse al menos una vez a la semana. Se dice “hecho a pulmón” como si el resto del cuerpo no se comprometiera, como si fuera un gesto de falta de amor propio, de que lo que vas a conocer hubiese sido hecho por mutantes sin pulgares oponibles, porque qué otra cosa puede hacer un pulmón que una pátina de pintura roja. Para comprender VideoFlims o cualquier otra iniciativa de su clase es imprescindible haber amado con locura, valga el romanticismo y, aquí la dificultad, el cliché. Haber amado a una persona, a un grupo, a un club de fútbol o a un ritual como mirar series los

domingos en la cama con tu mascota. No importa qué, es indispensable que lo hayas sentido alguna vez y que ese sentimiento que te adjetivaba haya hecho verbo teledirigido hacia un amor sustantivo. Hay que tratar de amplificar ese aquí y ahora, sopesarlo como un sommelier de la eternidad: VideoFlims —que toma su nombre de un aviso clasificado aparecido en Los Simpson— es el amor que hace un lustro expresan sus creadores por el cine. Después se pensarían como propagadores de una cultura aparentemente cada vez menos marginal, como soldados al servicio de unos contenidos valiosos frente a la penetración gringa y la falta de confianza local (con excepción de una compra de Incaa TV gracias a la cual Panessi conoció la quinta presidencial. “¡Yo cagué en Olivos!”, dice). Pero lo primero fue el más insípido amor al cine, el que hacían ellos con dos mangos y que ninguna distribuidora comercial les agarraba. “No queríamos cambiar el mundo, no queríamos ser San Martín. Nos gusta el cine y como no tenemos formación en marketing ni en ninguna de esas cosas horribles, fue la pasión la que nos hizo agrandar el catálogo, pagar cuentas y profesionalizarnos”, resume Panessi. En la primera postal de un hipotético álbum fotográfico están Marini, Esteban Rojas y Matías Lojo, jóvenes directores e intérpretes, con una valija abierta sobre la calle Defensa de San Telmo. Esa tarde noche ofrecen a los paseantes tres DVDs: Filmatrón, de Pablo Parés (Farsa Producciones); Masacre marcial IVX, de Marini y Lojo; y un compilado de cortos de cine fantástico. Los venden baratos (ahora a menos de la mitad de una entrada de cadena de salas), con una pequeña ganancia para reinvertir en próximas filmaciones. “Pero alcanzaba para una birra. Igual no había pretensión de salvarse la vida”, puntea Panessi. “La necesidad central era mostrar.” Y lo sigue siendo. Continúa Marini: “Poco a poco nos empezamos a cruzar con más gente. Muchos chabones hacían cine como nosotros, pero no existían proyectos de distribución de esa escena alternativa. Había cine fantástico ‘clase A’, pero el nuestro quedaba afuera”. Afuera, en la calle, con una valija mirando hacia un anochecer recortado por sus bordes y por el que, cada tanto, se


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“Lo bizarro tiene que ver con la costumbre del ojo del espectador, al que le va ver explotar a Bruce Willis pero no a Marini.” H. Panessi cruzaba una botella de cerveza. “Hoy la movida tiene más aceptación, pero hubo un momento en el que estaba todo por ganar”, vuelve Panessi, periodista (escribe en diarios y revistas, entre ellas NaN) y eventualmente actor. El mito dice que es del periodista Juan Pablo Cinelli (que a su vez en algunos artículos se lo adjudica a Rojas, chileno con residencia juvenil vernácula, director de La experiencia Barriga y codirector de La casa por la ventana y Post) la denominación de “Cine Independiente Fantástico Argentino” al fenomenal flujo de realizaciones de cine de género de los últimos años. El tag sirvió para nombrar la cosa y distinguirla no sólo de las acepciones “clase B” (otrora utilizada despectivamente) y lo-fi (superada por las progresivas mejoras técnicas) sino también del conjunto antecesor, el Nuevo Cine Argentino, cuyo prestigio y falta de renovación ha dotado de jactancia a esa pretérita novedad. “Tenemos distintas opiniones sobre ese cine más contemplativo, pero nos gustan las convenciones de género: el policial, el terror, la comedia negra. Ahora están saliendo películas de convenciones de género, como Betibú, la adaptación de la novela de Claudia Piñeiro, pero hay mucho prejuicio sobre lo que se conoce como bizarro. Las películas de terror de Daniel De La Vega (premiado hace dos años en el Festival de Cine de Mar del Plata por Hermanos de sangre) no son bizarras y no rompen la taquilla como Actividad paranormal. Lo bizarro tiene que ver con la costumbre del ojo del espectador, al que le va ver explotar a Bruce Willis pero no a Marini”, compara Panessi, mientras su compañero se estremece. El germen del flujo es difícil de establecer: 2001 aparece como punto de inflexión, en línea con una expansión del arte alternativo acaso vinculada a una necesidad social de expresión; pero Plaga zombie, que fue lanzada por Farsa en 1997, es uno de los largometrajes fundantes en la óptica de los miembros de la distribuidora. En ese sentido, la importancia de VideoFlims fue hermanar experiencias entonces atomizadas. Claro que un factor a considerar es la proliferación de Internet no sólo como red para un sector que es fuertemente colaborativo ni como plataforma de difusión de productos culturales alternativos (si bien el grueso de espectadores está en la Ciudad de Buenos Aires, a través de la web se sumaron del conurbano y las provincias del interior), sino además como una herramienta que todavía pone en crisis los modelos de negocio corporativos y una de sus consecuencias es la potencial aparición de nuevas voces. Hay otra cualidad repetida en los proyectos autogestivos: para desilusión de tantos, militar una iniciativa de cine no tiene que ver sólo con hacer cine. En este caso está, claro, la curaduría (que acuerdan “democráticamente”, según sus gustos); pero hubo que aprender de envíos postales, publicidad, organización de eventos, grupos de trabajo, community management y planillas de Excel; hubo que entregar madrugadas detrás de mesas cubiertas de DVDs en festivales, ferias y otros “activismos” del palo. VideoFlims es paradigmática al respecto porque, compuesta por nerds del celuloide, se ocupa de una tarea que tradicionalmente estuvo en manos de especuladores de saco y corbata. Ningún cineasta sueña con hacerse distribuidor. “Ni a ahí. Soñás con filmar y coger. Acá no hay un cerebro de marketing, somos pibes que nada que ver. Lo que aprendimos fue a los tumbos”, afirma Panessi. En ese trajín fue apareciendo además la teoría que organizó al amor: “Lo de distribuidora es raro, uno piensa en Sony —prosigue—. Somos más gestores culturales. Proponemos replicar un gesto, el que tuvieron los pibes cuando empezaron a copiar sus películas y llevarlas a San Telmo. Ellos iniciaron una movida a la que con el tiempo le dimos forma, difusión y discurso. En el entramado posible, todos estos realizadores no estaban tan juntos. La tarea fue hermanarlos y hacer la movida más musculosa. El desenlace de ese camino es un poco resultado del agite: hoy muchos de los que pasaron por esos primeros DVDs tienen consideración en

festivales y en la prensa. Que premien a De La Vega y que (Fabián) Forte, (Demian) Rugna, (Nicanor) Loreti y Farsa sigan haciendo cosas está buenísimo”. Marini lo secunda: “Todavía falta un ablande para que el género llegue a la TV o al cine. Pero al comienzo no vimos un nicho, salimos a mover nuestras películas. Los pibes estaban en la misma y era una forma de llegar a los hogares. Después vimos que era re cultural lo que hacíamos”. ¿Qué hacen? Buscan o reciben películas o series, se ocupan del diseño gráfico para la cajita y el disco, realizan determinada cantidad de copias y las distribuyen en puntos de venta estables en la Ciudad de Buenos Aires, Mar del Plata y La Plata, en eventos (con ápice en el festival BARS, que desde 2010 los tiene como parte de la organización, y en las galas anuales que ellos mismos organizan) o a través de la venta online, mediante envío postal. Hubo un tiempo en el que hacían estrenos comerciales de sus pelis: “Les metimos mucha energía y nos quemó. Es una pata que abandonamos y que tomó Emiliano Romero con No Sólo En Cines, un circuito alternativo de proyección que nace al calor del movimiento”, cede Panessi. Otro, en el que se animaron a poner un local en La Boca, que tuvieron que abandonar en números rojos. Desde entonces, el cuartel general está en Agronomía, en el PH frente a la iglesia en el que vive Marini. Salvo en el baño, cada dos centímetros hay un link a VideoFlims: afiches, calcos, cajitas de DVD sin usar, hasta un disfraz de VHS rojo. “El éxito de los proyectos se suele medir en términos económicos y VideoFlims es un proyecto exitoso aunque no tengamos un peso. Después de La Boca, replanteamos la estructura. Volvimos a lo de Pablo, que es una merma en el gasto fijo porque no pagamos alquiler, y mantenemos una red de puntos de venta, el correo y mucho activismo en eventos en los que a veces no vendemos un pomo pero en los que hay que estar por conciencia de movida. Es más fácil ser un boludo que poner el cuerpo. Y nosotros ponemos el cuerpo”, vindica el periodista. Según Marini, esa presencia es parte de cómo “se entiende lo independiente hoy: desde el compartir, la buena onda”. ¿Cuántos argentinos conocen The walking dead y cuántos Daemonium, “la” megaproducción sci-fi local? Es el poder de penetración de la cultura gringa sobre el culo de la cultura propia. Antes de Internet, enterarse y comprometerse con el universo underground era más difícil, para algunos epopéyico. Había que moverse. La red de redes desdibuja, aunque sea un poco, los límites entre lo under y lo mainstream, en favor de lo primero, que se aparece por ahí en Twitter en forma de link compartido por un amigo, y eso es casi tan efectivo como una publicidad con Mauro Icardi y Wanda Nara, y muchísimo más ético. VideoFlims, lo mismo que su par SRN Distribución y varias productoras, sube las películas a YouTube y apela al espectador, “al fetichismo por las cosas y al querer que este circuito siga creciendo”. Dice Panessi: “Nos autopirateamos porque no le hacemos la guerra a Internet”. Evoca una columna publicada en el número 12 de esta revista en la que Marini grita “¡Aguante el torrent, putos!”. “No somos Hollywood, queremos que a las pelis las vea la gente. Si querés comprarlas, mejor; pero si no ahí están. Hasta festejamos a los manteros que tienen películas de VideoFlims truchas”, retruca. Entre delirios para matarte de risa, arquitecturas para quedarte pegado a la pantalla y documentos que desconocías, films más o menos precarios pero siempre apasionados, en su catálogo (disponible en www.videoflims.com.ar) hay hermosuras como Dos locos en Mar del Plata, de Marini y Lojo; Chimiboga, de Ayar Blasco; El hada buena, de Laura Casabé; Vikingo, de José Celestino Campusano; El gran simulador, de Néstor Frenkel; Nunca asistas a este tipo de fiestas, de Paulo Soria, Hernán Sáez y Parés; y Recortadas, de Sebastián De Caro. Algunos nombres que, sin llegar a ser candidateados para Bailando por un sueño, tienen su reputación. “No queremos abandonar la intención de buscar a los pibes nuevos. El que tiene la medalla, ya la tiene. Estamos con ellos porque los bancamos, pero somos medio radares de la cultura emergente”, define Panessi. “Vamos a acompañar este proceso de nueva vanguardia, a agitarla para que se siga difundiendo y llegue a la gente común, fuera del gueto. Y vamos a estar apoyando a los pibes nuevos”, replica Marini. Panessi cierra con una invitación a la fiesta: “Sumate acá que entre todos vamos a hacer más ruido”.


anecdotario

Pajarito Zaguri (1941-2013)

EL ÚLTIMO BEATNIK Texto: Gabriel Patrono * / Ilustración: Nahus

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principio de los ’90 tenía una sala de ensayo en el galpón de la fábrica de medias de mi papá, en San Justo, sobre la calle Almafuerte. Ahí ensayábamos con mi primera banda “Entre las Medias” y luego con una segunda formación, En el Borde. Una noche del ’92, después de un ensayo, fuimos a comer a una pizzería cerca de la plaza de San Justo y ahí lo encontramos. Se había quedado dormido con la cabeza apoyada sobre una de las mesas del local, después de tomar un par de moscatos. Lo miré fijo y les dije a mis amigos: “Che, ¿ése no es Pajarito Zaguri?”. No estábamos seguros porque para esa época él llevaba bastante tiempo viviendo en Traslasierra. Mientras esperábamos que despierte, comenzamos a ro-

dearlo, asombrados. Entonces apenas abrió los ojos le consultamos: “¿Vos sos Pajarito? Somos músicos de la zona. Tenemos una sala de ensayo acá cerca”. Esa noche se vino con nosotros y se quedó en mi casa por un mes. Desde ese día, los ensayos duraron hasta cualquier hora. Obnubilados, esperábamos que en cualquier momento contara alguna anécdota con Moris o cualquiera de los músicos de los pósters que teníamos en la pared. En las noches, Pajarito cocinaba unos guisos increíbles y, en los días, cuando se quedaba en casa, solían tocar el timbre tipos del calibre de Black Amaya. “¿Cómo un tipo con tanta historia no tiene casa, no tiene manager o no tiene un carrera armada?”, se preguntaban sus amigos de los inicios del rock todo el tiempo. Él era así. La tarde que Pajarito llegó a San Justo no tenía ni guitarra propia. Cualquier rockero al que le ocurriera algo similar estaría todo el tiempo mencionándolo, haciéndolo notar, pero para él no era importante porque sabía que entraba a un bar y alguien le prestaba una viola. Pájaro no estaba preocupado por ser un virtuoso sino por ser un creador, un caminador de lugares, un amigo de los amigos. “No tengo un plan”, decía; y repetía: “Yo me tomó el 146, pero si pasa el 51 también me lo tomó. No voy a ningún lado. No tengo a dónde ir más que al lugar donde la música continúa, donde vive la vida que quiero”. Entonces te lo encontrabas en cualquier parte: zapando en bares de La Boca, o en San Telmo, en Tabaco o en Guebara Bar. El espíritu que tenía venía de la bohemia nocturna de su generación —palpable en Lito Nebbia, Javier Martínez, Miguel Abuelo y Moris—, de la poesía beatnik de mediados de los ’50, momento en el que el rock dejó de ser un ritmo para transformarse en un movimiento cultural con una fuerte impronta contestataria. Ellos no tenían puntos de encuentro sino que caminaban un circuito en el que se encontraban y se quedaban componiendo, intercambiando libros, recitando poesía. La obra era una construcción colectiva que buscaba abrir los límites de la percepción y el conocimiento. No existía esa imagen del rockstar que se construyó después: con maquillador, vestuarista y chofer. Durante los años ’90 con Pajarito nos hicimos muy amigos. Lo ayudaba con las gacetillas de prensa, íbamos a la revista Pelo o al bar Babel en la Avenida Juan B. Justo, donde citaba a los músicos con los que conformaría la banda con la que grabó En el 2000... (también), ese recordado disco que sacó con una caja de pizza como estuche. El primer disco editado me lo regaló y, respetando su filosofía, se lo regalé a otro amigo. En los últimos días que vivimos juntos, le había prestado una camisa verde y un pantalón. Pajarito tenía que dar un show de su repertorio rockero y blusero en un bar de San Telmo. Cuando llegué al lugar, lo vi en el escenario vestido con mi ropa. Ésa fue una imagen muy linda, porque él era así: no manejaba los códigos convencionales. No hacía lo que supuestamente había que hacer (tener una carrera, grabar un disco cada dos años), pero todo lo encaraba con una intensidad que te rompía la cabeza. No tenía ropa ni guitarra ni un lugar donde dormir, pero para nada lo veía como un problema sino como parte de un camino a través del que iba construyendo su obra. Una cuestión hasta mesiánica: andar por el mundo y crear sin saber si lo que producía iba a ser depositado en un disco, pero con la certeza de permanecer y de hacer de su vida una experiencia. La última vez que lo vi, Pajarito caminaba por la calle Corrientes como si fuera el patio de su casa. Y lo era: todos lo saludaban, todos lo respetaban. Se lo veía sereno y contento. Lo seguí un par de cuadras, no más, no quise molestarlo, por miedo a que no se acordara de mí. Habían pasado unos 20 años. Para él seguro fueron ¡como 2000…! *Es co-director de la película El Blues de los Plomos y director de la productora de contenidos culturales La Nave de los Sueños.

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ENTREVISTA / DANZA

Altas Wachas

BANCATE LA BOMBACHEADA

¿Quién dijo que calzarse un minishort, dejar el culo al viento y quebrar las caderas son formas de denigración femenina por excelencia? Estas tres amigas desmienten eso, desafían los preceptos más conservas y arriba del escenario la rompen. El cuerpo es de ellas y eligen bailarlo. Texto: Ailín Bullentini Fotografía: Vicente Vega y Cecilia Villegas

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etizas y corpulentas. Fuertes, potentes, picantes. Guarras. Estas tres pibas —que se entangan un minishort y traslucen el ombligo detrás de un top de microred para romper marulos desde un escenario— se muestran, sí, pero la clave no está en la piel sino en el punch que tienen esos cuerpos al moverse. Bailan cumbia remixada, melodías que rozan el ritmo reggaetonero o que por momentos parecen raps. Disocian las caderas de las rodillas, la cintura del cuello, los hombros y la cabeza. Y te obligan a abrir la boca y a enterrar el “mi amor, con ese culo te invito a cagar a casa” bien en el fondo de la garganta. El cuerpo es de ellas y eligen mostrarlo sin regalar ninguna potestad a nadie. El cuerpo es de ellas y eligen bailarlo. Estefi Spark, Mailén Cisneros y Lauren Jayne se llaman por separado las Altas Wachas; nombre que eligieron para identificarse cuando todas en una desarrollan el arte de la danza. ¿Qué danza? Difícil de clasificar. El dance hall (Yemeica nou problem desde la cuna, el ritmo es algo así como un tumtum-hop-tumtum-hop-tumtum-hop y así) y el afro (mucho, pero mucho tambor) son su “lado fuerte y feroz”; danzas “con cadencia a tierra y mucha utilización de la cadera”, definen sin limitarse. Las combinan, como les place, con otros estilos y técnicas: como cumbia, danzas árabes, hip hop, bollywo-


od (¿ya llegamos a la India?), kuduro (la danza es angoleña, pero el nombre significa “culo duro”, si se llega hasta su raíz etimológica, radicada en Portugal) y el twerking (el término que los yanquis encontraron más “apropiado” para bautizar al movimiento de cola). Saben lo que hacen, entienden de técnicas y estilos, pero son libres y suelen olvidarse de las estructuras ya que “nada de eso es lo fundamental”: “Con el paso del tiempo nos ponemos más precisas y meticulosas, pero sabemos entender que lo que siempre importa es la personalidad, que es lo que nos caracterizó desde el comienzo y lo que nos diferencia”. Un denominador común a todas estas clases y subclases de bailes es la disociación del cuerpo. “Disocien, chicas”, aconseja Mailén Cisneros, una de las Wachas, a sus wachialumnas de wachiestilo (claro, porque uno de los pilares que sostiene al trío es la transmisión del conocimiento) mientras refleja en un espejo cómo logra convertir su cuerpo en algo no humano: torso firme, inmóvil, cara en modo provocador, cadera a la izquierda y derecha (mil veces) sobre un mismo eje. Por momentos, es una víbora, por otros, una muñeca articulada. Brillante. Dificilísimo. Disociar significa separar elementos que estaban unidos. A la hora de aprender y ejecutar el “f.l.o.w.” (una especie de prefijo que las Altas Wachas utilizan para presentarse con el objetivo de advertir de qué va la cosa: “Un grupo basado en la fusión constante de estilos de baile y musicales”), la meta es separar las diferentes partes del esqueleto articulado para luego poder activarlas con independencia. La misma estrategia utilizan a la hora de pensar qué dicen con eso que hacen. Detalle no menor. ¿QUÉ? “Después de aproximadamente dos años de amistad, de bolichear, de zapar con el cuerpo, decidimos que era hora de materializar esa energía y transformarla en esto, nuestro primer proyecto a nivel artístico”. Se remontan a los inicios para explicar por qué el objetivo de todo este meneo gigante no es el “ser” alguien que “hace algo” sino el “hacer para ser”. No se consideran “artistas”. Le huyen a las etiquetas. “Bailamos para no ir a terapia, para sacarnos la mala energía de esta gran ciudad y porque amamos el movimiento y la música. Es creatividad desarrollada con el cuerpo y limitada solamente por nosotras y nuestro entrenamiento. No nos autoproclamamos nada, pero vivimos de la danza. Si el que trabaja en un banco es banquero, nosotras seríamos bailarinas, pero es mejor no autodefinirse”, remarcan. “Ponen música y bailamos. El baile no es una actividad en nuestra vida, es lo que somos.” ¿Cómo se llega a Altas Wachas? ¿En dónde se las puede encontrar? Rápido y fácil, en la web. Suelen bailar en fiestas temáticas, como La Mentirosa o La Mágica, en las que los ritmos tropicales y bailables gobiernan los cuerpos. También acompañan, a modo de “cuerpo de baile”, a Fauna, una banda cruza de ritmos tropicales, hip hop, sintetizadores, collares dorados muy, muy grandes, musculosas y pantalones anchos. Pruebas de todo aquello pueden encontrarse en YouTube, en donde cuentan con canal propio. Y allí, faaa: sus coreografías hechas videoclips, un formato que les permite despuntar varios vicios a la vez (dos de ellas, Lauren y Estefi, se formaron en senderos ligados al séptimo arte, producción y dirección de arte). “Nos encanta el cine y el formato videoclip es muy práctico ya que nos permite sintetizar: mostrar una estética, desarrollar una coreografía, mostrar un tema que elegimos y llegar a gente en todo el mundo que en vivo no nos vería jamás. Somos de la e-generation, no le escapamos a nada”. El último lanzamiento del power trío lleva la marca del coreógrafo Chris Mattia, que talla el house y el hip hop. “El movimiento es evolución y en esa vamos”, definen. No son sino lo que aman. Son baile puro y eso que son se vuelve particularmente interesante para el debate en una época en la que el cuerpo de la mujer, los derechos de la mujer, las formas de “ser mujer” son batallas constantes y sonantes para ellas mismas, las protagonistas, aquellas que son consientes de las particularidades que implican todas esas cosas. Las Altas Wachas son mujeres: tres jóvenes, carnosas y vertiginosas amigas que bailan poniendo mucho (todo) cuerpo, aprovechando al máximo las curvas y la capacidad de acción que da el esqueleto y exhibiéndose. Oooohhh.

“No somos feministas, sólo somos mujeres que no ocultan sus nalgas porque masivamente se dice que eso es ‘venderse’.” MI PROPIA DUEÑA Son tiempos violentos. Sobre todo porque con violencia se tiene que defender aquello que debería tener consenso: la calle castiga con latigazos de finura, en algunos casos extrema, a aquéllas que cumplen con los estándares comerciales de belleza, sin siquiera frenar medio segundo a pensar si el “cumplido” es deseado o buscado, si acaso cae cual caricia o incomoda como tocada de ojete. El vox pópuli, mientras, disfraza las dedicatorias de piropos. ¿De qué te quejás, mujer? ¡Si te gusta! El nombre elegido para el trío, Altas wachas, es todo una toma de postura: “La personalidad de Altas Wachas es definitivamente la de mujeres fuertes y seguras que no se guían solamente por lo que ven o lo que la gente dice. Tenemos una opinión propia siempre”, recalcan. En cuanto a la propia imagen, se saben una bomba más por autolectura que por el veredicto de la voz común. Esa misma fortaleza, la seguridad en sí mismas, es lo que les permite manipular su herramienta artística, el propio cuerpo, con total soltura. Es decir, libre de limitaciones ideológicas, de veredictos asfixiantes. “Salimos a bailar en tanga, pero nos bajamos del escenario y nadie intenta tocarnos de forma desubicada”, aseguran. Es la propia postura que adoptan desde lo que hacen/son (baile/mujeres bailando) la que habla: “Dejamos bien en claro que esa libertad nos la tomamos porque nos gusta y nos hace sentir bien, pero que eso no da derecho a nadie de hacer algo que no toleramos. Somos mujeres, tenemos un cuerpo y lo queremos mostrar, no para cachondear a nadie, sino porque no encontramos todavía un motivo por el cual no deberíamos hacerlo”. La cumbia suena remixada y los tum tum tum tum de la melodía son quiebres de cadera, nalgazos que pegan trompadas al aire. El concepto de la mujer cosificada a partir de la exhibición que el sistema logró de sus partes más sexualmente utilizadas sobrevuela la reflexión, pero no encaja con aquéllas que siguen rebotando en el escenario. Altas Wachas aporta un poroto a esta lucha: ofrecen cuerpos imperfectos para la regla capitalista híper-recontra-moderna de panza chata, pata larga y desnutrición. Pero ojo: no son feministas. “La perspectiva de género es algo completamente social, para nosotras taparse es machismo. No somos feministas, sólo somos mujeres que no ocultan sus nalgas porque masivamente se dice que eso es ‘venderse’. El concepto de exponerse depende mucho de la parte del mundo en la que estás, en el Medio Oriente exponerse es mostrar el cabello y la cara, en algunas ciudades de EEUU y Europa está permitido pasearse desnudo, en Centro América las mujeres usan ropa pequeña y muy ajustada”, aportan. Con ese conjunto de huesos, músculos, carne y piel en movimiento la descosen sobre un escenario y a la vez desafían los preceptos más conservas de la militancia de género: ¿desde cuándo las caderas quebradas, los culos sobresalientes y al viento y las cinturas que marean son vías de denigración femenina por excelencia? Las Altas Wachas lo desmienten. Bancate la bombacheada.

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ENTREVISTA / TEATRO

Lucas Lagré Actor, director, dramaturgo, este joven marplatense pone el ojo en el cuerpo y la construcción de la identidad sexual. “Me interesan los universos en apariencia superficiales, que al principio parecen una pavada, pero cuando se escarba, ahí es diferente”, dice. Texto: Emmanuel Videla Fotografía: Victoria Leithuyk

“EL TEATRO TIENE QUE DESACOMODAR AL ESPECTADOR”


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s evidente que Lucas Lagré está enamorado del encierro, al menos, porque por “ahora (le) sirve”. Sonríe. Se lo ve muy entusiasmado. Juega de vez en cuando en la charla con NaN al mejor-te-lo-cuento-en-off y prefiere no dar nombres precisos. “Si te cuento de dónde y de quién se me presentó esa imagen para mi obra de teatro, me prendo fuego”, desliza mientras se le escapan unos “¡ja!, ¡ja!, ¡ja!”. Lagré habla rápido y gesticula a menudo. Este dramaturgo sub-30, con un vasto repertorio en obras en las que también participó como actor y director, y que se siente parte de una generación que responde al “genio” de Mauricio Kartún, está fascinado con el encierro, porque desde esa posición hace (re)vivir y (re)afirmar su teatro. Su último trabajo, Pollerapantalón —que presenta en el teatro la Tertulia (Gallo 826) y que podría hacerlo viajar por fuera de Ciudad de Buenos Aires—, no escapa a esa constante. Lo mismo sucede con su primer texto: Seca, de 2011. En realidad, Pollerapantalón es más que el agobio por el encierro de un mundo exterior que parece no existir; la pieza presenta las tensiones asimétricas de dominante-dominado entre una pareja de hermanos que no encuentra las respuestas a las dudas sobre la identidad en el calor de su hogar. Más allá de diálogos, el rol de la puesta del cuerpo juega un papel fundamental. El cuerpo es, sin duda, el protagonista. Lagré hasta se ha despojado de la manipulación de objetos en escena para hacer más evidente la terrible insistencia del diálogo de y sobre los cuerpos. “En el encierro los personajes están forzados a estar y a convivir. Sobre todo por eso lo empecé a usar, pero ya lo podría dejar”, reflexiona, mientras pispea su celular, sin perder el hilo de la charla. Reflexiona. “En el encierro, están forzados a estar y a convivir, sobre todo por eso lo empecé a usar, pero ya lo podría dejar”. Algunos números sirven para pintar a Lagré y comprender la pasión que tiene por las tablas. Participó en 17 obras de teatro, como actor, director o dramaturgo; a veces, en varios de esos roles a la vez. A su prolífico currículum se suman algunas apariciones en TV y una larga lista en la pantalla grande, entre ellos el cortometraje Puertas adentro y el largo Vólatil, que figuran como dos films que se encauzan hacia el área de preocupación de este joven artista marplatense: la construcción de la identidad sexual, tema que perfora su primer texto, Seca, al igual que su reciente pieza, Pollerapantalón. Una luz se prende a su lado. El celular. Se disculpa. Se lo nota más aliviado que hace unos minutos. Lagré ya arregló adónde se encontrará con sus amigos. La noche del sábado es casi sagrada para un joven. Vuelve: “Me interesan los universos en apariencia superficiales, como el de la obesidad y la delgadez, del indeterminado sexualmente, que al principio parecen una pavada, pero cuando se escarba, ahí es diferente”. Hay algo de la obra de Lagré que gusta. Hay algo que atrae y que causa un efecto mágico sobre los espectadores. Es esa interpelación directa con el presente, con los temas tabú y que golpean fuerte en el imaginario social. ¿Dónde está lo masculino y lo femenino? En la ropa, es un buen ejemplo. “Hay algo ahí que me gusta desarrollar, — avanza Lagré— cómo un cuerpo interviene sobre el otro”. De hecho, en un momento una de los personajes, Leonor, dice: “No sé bien qué somos sin la ropa puesta”. El joven habla rápido, pero de vez en cuando es conclusivo y concreto: “La idea es desacomodar al espectador”. ¡QUE SEA ACTOR! Telón cerrado. Olvidemos al creador de historias para rastrear al actor. Ahí está Lucas Lagré. Ni alto ni bajo, con una contextura delgada. Blanco. Ojos de por sí grandes, que podrían impresionar en escena. Tiene 29 años, pero juega con eso de que parece más pendejo. “De chico jugaba a armar espectáculos. Un día, mi mamá y mi tío fueron a ver Drácula, el musical de Pepe Cibrián, y me trajeron el CD. Al escucharlo el deseo teatral se despertó”, cuenta. “Era muy tímido, pero empecé a estudiar teatro con un grupo de amigos desde los 11”, prosigue. “Momento más, momento menos, siempre estuve ligado a la actuación. Y cuando no estaba haciendo efectivamente teatro, estaba pensando en qué hacer con la actividad teatral”. —¿Cuál es tu búsqueda actoral? —Lo que más me interesa es que me toquen cosas muy distintas. Lo más desafiante es meterse en un mundo que no conozco y me-

“Me interesa pensar los espacios escénicos y los efectos.” terme a full. Cuesta que suceda eso porque a veces te ven en una obra, les gustaste y te llaman para lo mismo en la otra obra. Eso es parte del trabajo del director. Me tocaron pocas personas que ven algo en vos que no estás proponiendo en tus potencialidades como intérprete. También es cierto que uno tiene ciertas características físicas y hay gente que le gustaría trabajar con vos, pero no das con… hay un montón de variables. ¡QUE SEA DIRECTOR Y… DRAMATURGO! Su visión de director aflora. “Me interesa pensar los espacios escénicos y los efectos”. Ahí está el punto que une sus dos dramaturgias, Seca y Pollerapantalón, si bien las propuestas son diferentes. “En Seca, había un plano torcido, en el que todo el tiempo habían varios puntos de expectación”, ejemplifica. Y siguiendo una línea abstracta explica los puntos en común: —Aparece algo que tiene que ver con lo sexual, que para mí es importante. En Seca, los personajes tenían sed como en Pollerapantalón. Leonor tenía sed. Desde el plano simbólico, cuando se habla de la sed, se habla del deseo sexual. A mí me interesa explorar un poco en esos mundos. También en algo de la comida, en cómo la comida aparece transfigurada en afecto. A Manu le dicen: “¡Comete una banana!” Es una forma de afecto. Muy limitada, pero un afecto al fin. —En un texto del investigador teatral Jorge Dubatti, se califica a Mauricio Kartún como maestro de dramaturgos. ¿Qué opinás al respecto? —Es un genio. Hice un seminario muy breve con él. Estudié con alguien que se formó con él. De tal manera siempre algo llega. Es un gigante de la dramaturgia y creo que absolutamente todos los que escribimos ahora estamos interpelados por él, por la importancia que le da a la imagen, al mito, por su universo estilístico, por la aparición de la historia. La influencia que tiene sobre todos es medio innegable, incluso para la gente que nunca estudió con él. Es medio por efecto contagio. —¿Ves algo de él en tus obras? —Creo que en sus últimas obras está llevando en escena qué es lo argentino. En su última obra, alguien grita: “Conchita”. Ahí había algo de lo masculino y lo femenino que tiene que ver con lo argentino. Por ejemplo, hay algo del machismo, pero también del matriarcado muy fuerte, que viene de lo gallego y que lo tenemos fuerte con nosotros. A veces se ve mucho lo masculino: la cancha, el fútbol. Pero también está lo otro, que está en competencia. En el proceso constructivo de la puesta de Pollerapantalón en su desmentida lo único real es la ropa. Es la ropa lo que les permite ser. Se ponen algo y juegan a que son aquello que la ropa indica. Por eso también el nombre Pollerapantalón. Es una marca de identidad que para mí es importante. El personaje de Leonor termina diciendo: “No sé bien qué somos sin la ropa puesta”. Hay algo en eso que está en crisis. También hay algo en los padres en ponerles las ropas a los niños. No lo entiendo, porque lo que te ponen sos, porque queda en algún lugar de tu psiquis. Tengo dos hermanas mellizas y las vestían iguales. Y yo decía: “Loco, les estás cagando la vida. Dejala a cada una ser lo que quiere”. ¡QUE SEA EXPECTADOR! Una pata le faltaba al acto teatral. Así como Lagré deja todo en las tablas, también está del otro lado. Ese otro completa el combo: el espectador entiende la belleza del teatro, según este joven, de maneras diferentes. ”El actor juega, se conecta con ese lugar muy de niño mientras que en el espectador el placer está en ver como los otros juegan, hay algo de voyeur”. Actor, director, dramaturgo, lo admite: “Es una locura hacer todo a la vez”. Será una locura “auténtica” y “personal”. Así se caracteriza Lagré. Así es este joven que, como tantos otros de su época, define al teatro como esa locura, que en lugar de estar encerrada, se libera. Nada lo ata.

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artivismo

Sonata en Si Menor

RECUERDOS DE LA MUERTE El documental de Patricio Escobar reconstruye a través del relato de los sobrevivientes cómo fueron los operativos que dieron origen a esa maquinaria siniestra denominada Plan Cóndor. Además, desnuda la complicidad del periodismo con la dictadura. Texto: Nicolás Sagaian Fotografías: Jimena Gala y Kala Moreno

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a cámara se enciende. Es de tarde. El comedor es amplio. La luz, tenue. A decir verdad, poco importan los detalles. Alejandrina Barry mira los recortes y aún no puede creer cómo los medios se animaron a tanto. Sobre la mesa están desparramados artículos de las revistas Gente, Para Ti y Somos, que entre fines de 1977 y principios de 1978 utilizaron su imagen, la de esa nena rubia, inocente, de apenas tres años, para montar una operación de prensa en favor del terrorismo de Estado. Como si lo contara por primera vez, Alejandrina recuerda cómo lloró a mares en la Biblioteca Nacional y lo que se le revolvió el estómago el día que vio aquellos artículos con su foto. La mostraban con un vestido a lunares y un saquito de lana, y a su lado, armas y balas. La nota de Gente del 5 de enero de 1978 la presentaba así, como una hija del terror, una niña olvidada: “Alejandra [SIC] tiene una medalla con su nombre colgada en el cuello. Tiene también un vestido a pintas blancas y coloradas, un chaleco de lana celeste y una muñeca con un pañuelo en la cabeza. También tiene zapatos blancos. Pero nada más tiene en el mundo Alejandra. Nada más, excepto un apellido (Barry) y otro apellido (Mata), que sus padres ocultaron hace algunos años cuando dejaron de ser un hombre y una mujer y se convirtieron en dos terroristas. En dos asesinos”. La nota sin firma, claro, sigue. Sin embargo, no hace falta agregar más. La historia de Alejandrina y todo a su alrededor dejó en evidencia por primera vez cuál fue el rol de los medios de comunicación en la cobertura de un delito de lesa humanidad. Eso fue lo que atrajo la mirada del documentalista y periodista Patricio Escobar allá por 2010. Desde hacía tiempo “buscaba trabajar sobre la relación entre la prensa y la dictadura”, pero no encontraba un caso que le permitiera tratar el tema por fuera de lo hablado: Papel Prensa, Clarín y La Nación. Entonces, con ese dato en sus manos, comenzó a indagar: consultó a colegas, repasó información, hurgó en los hechos —como gran parte del periodismo se ha olvidado de hacer hoy—, y descubrió que “detrás del caso de Alejandrina, en realidad, había algo mucho más grande”; detrás, habían 15 historias, 15 casos ocultos, 15 vidas de hombres, mujeres, niños, todos argentinos; secuestrados, torturados y asesinados en Uruguay, en una serie de operativos simultáneos (ocurridos entre el 15 y 16 de diciembre de 1977) que bien podrían prefigurar el huevo del Plan Cóndor. Ahí es donde empezó a tomar forma su nueva película, Sonata en Si menor. Luego, vino todo lo demás.

MEMORIA Y JUSTICIA A fines de 1977, la dictadura uruguaya estaba en una encrucijada. La inminente visita de una misión de juristas internacionales obligaba a las Fuerzas Armadas a calcular cada paso. Quizá, por eso se tomaron el trabajo de documentar todas las acciones de cada uno de esos días. Así, el horror y las redadas de mediados de diciembre quedaron registradas en las actas oficiales, tal como revelan documentos desclasificados del Departamento de Estado norteamericano. La primera línea argumental del film persigue esos pasos. Luego le suma la reconstrucción de los hechos a través de los sobrevivientes. Los testimonios son crudos, sin golpe bajo. “Si mis dos películas anteriores encerraban la violencia de un cross a la mandíbula, como aquella filosofía de Roberto Arlt, esta vez el documental apela a ser una caricia a la memoria”, afirma Escobar, director también de las películas ¿Qué democracia? y La crisis causó 2 nuevas muertes. En 80 minutos de una intensa trama —con un fluido ida y vuelta entre el pasado y el presente—, Sonata… no sólo se transforma en un thriller político de una gran potencia dramática sino en un documento histórico clave para aportar un ladrillo más a la construcción colectiva de la memoria, la verdad y la justicia. Al respecto, señala Escobar: “La película no sólo apunta a rescatar el valor de cada una de las historias sino que a su vez busca ser un disparador. Desde una postura política intentamos que nuestras películas realicen un aporte particular para poner en crisis un poco el sistema imperante. No digo que vayamos a cambiar el mundo con un corto o con un largo, sin embargo nuestra idea siempre es brindar algo más que una obra con una producción periodística minuciosa, bien realizada y prolija sólo para pasar el rato”. Ahí, entonces, el objetivo del proyecto encuentra un sentido doble. Pero no se trata sólo de un aspecto discursivo, sino de algo concreto: el director destinó los recursos de producción del documental y los subsidios otorgados por el Incaa para financiar el viaje de los sobrevivientes a Montevideo. “La idea fue que les sirviera volver al lugar de los hechos también para abrir una causa en la Justicia de allá y que se investigaran los operativos, los secuestros, las torturas y los asesinatos perpetrados por las Fuerzas Conjuntas uruguayas”, explica Escobar. En este punto fue fundamental el apoyo en la logística y la investigación de la Cooperativa La Vaca y el acompañamiento de Raúl Olivera, secretario de Derechos Humanos de la central de trabajadores PIN-CNT a fin de que la denuncia penal llegara a


los Tribunales y pudiera avanzar. Esta tarea involucró, además, la redacción de las declaraciones y la coordinación de la fecha de los viajes y las audiencias. A partir de esto lograron dar testimonio, 35 años después, el prestigioso pianista tucumano Miguel Ángel Estrella, el ex diputado peronista Jaime Dri (protagonista del libro Recuerdos de la muerte), Rosario Quiroga y sus hijas María Paula y Virginia. Algunos de ellos ya habían declarado en la megacausa Esma, pero nunca habían podido testimoniar en Uruguay. El juicio es el primero que trata los casos argentinos en esas orillas. Comenta el realizador: “Obviamente el proceso recién empieza y va demandar años, pero de entrada, me parece, que todo esto acarrea una cuestión sanadora desde lo humano para los sobrevivientes y es muy importante para darle verdadero valor a la consigna del Nunca Más”. TERRORISMO MEDIÁTICO Como una forma de enmendar una eterna deuda que se mantiene incluso a lo largo de 38 años de democracia, Sonata… posa la lupa también en la estrecha relación entablada entre la prensa y el poder militar. El colaboracionismo explicito de Editorial Atlántida es un caso testigo. Las notas orquestadas en torno a las historias de Alejandrina Barry y Thelma Jara de Cabezas muestran hasta donde llegó el estómago de la empresa para justificar la maquinaria del terror. En este punto son antológicos los testimonios obtenidos por Escobar de Alfredo Serra (editor de la revista Gente) y de Eduardo Paredes (ex secretario de redacción de la revista Somos) que, lejos del arrepentimiento, explican cómo se manejaba la editorial en

“LA PRENSA ES UN LUGAR DONDE NO EXISTE AUTOCRÍTICA. ES NECESARIA UNA REVISIÓN DE PARTE DE LOS PROPIOS tRABAJADORES.” aquellos años de plomo y defienden la idea de que en ese momento “todo el mundo escribía lo mismo”, ampliando la responsabilidad a otros medios como La Prensa, La Nación, Perfil, Clarín y La Razón. —¿Qué sensación te queda luego de escuchar esos testimonios y de presenciar, por ejemplo, el corte de mangas que Serra le hace a cámara durante la entrevista para enfatizar la idea de que “los subversivos tampoco eran ni ningunos nenes de pecho”? —Para mí Serra habla desde una honestidad brutal: pinta a grandes rasgos la posición de la empresa y también lo que pasaba en ese momento. Está claro que hubo una decisión deliberada de hacer propaganda y que los medios fueron un engranaje fundamental de la dictadura. De hecho, en su momento, hubo periodistas que trabajaron en los medios y eran invitados a ver sesiones de torturas en la ESMA o tenían estrecha relación con militares, eso lo admite Paredes. La revista Somos se hizo para apoyar al golpe, el caso de Alejandrina se utilizó como una estrategia deliberada para marcar terreno en una parte de la sociedad, lo mismo con Jara de Cabezas. Ahí en el medio hay un montón de cosas para reflexionar y ahondar al respecto. —¿Creés que aún queda mucho por reflexionar respecto del rol de la prensa? —La prensa es un lugar donde no existe una autocrítica, donde falta una revisión de parte de los propios trabajadores y por lo general no se habla. Como decíamos desde los años en los que publicamos La Crisis… el periodismo se siente como impune, pasaba antes y pasa ahora también aunque en otro contexto. Digamos, cualquiera puede escribir cualquier cosa, decir cualquier cosa, publicar cualquier cosa y no pasa nada, ya está, nadie es culpable. Esa idea es muy común. Entonces ahí hay que reflexionar respecto de la función del periodismo y cómo juega a la hora de la construcción de la historia y la realidad porque es un actor fundamental de toda sociedad. Ahí es donde en nuestras presentaciones, durante los debates que hacemos con los espectadores hacemos hincapié también para movilizar un poco algo como un ejercicio ciudadano. Ahí creo que surge lo rico, de la unión y de la reflexión en conjunto a partir de la construcción colectiva.

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nota de tapa

Bestia BebĂŠ

“Es una boludez pensar en la plata y no salir a tocar�


Agitador incansable de la escena under, Tom Quintans es fiel a su filosofía. “Si tenés una banda autogestionada y querés que te escuchen, tenés que salir y moverte”, repara el líder de uno de los grupos revelación de la música local. En su casa de Boedo, el guitarrista, compositor y uno de los representantes del sello Laptra recibe a NaN, habla de sus inicios, sus proyectos, la movida y de todas esas cosas que a la larga o a la corta se vuelcan en sus canciones. Texto: Esteban Vera Fotografías: Matías Altbach (p. 23 y 25), Rocío Frigerio (p. 26 y 27)

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on las once de la mañana de un miércoles. Este cronista golpea un rato la puerta y toca el timbre hasta que una voz pregunta quién es. Entonces aparece Tom Quintans, alma matter de Bestia Bebé. Es una de las bandas revelación de la escena independiente y él es su letrista, cantante y guitarrista; y no deja de sorprenderse por todo lo que va generando el disco debut desde su aparición a mediados de 2013. Se lo ve con cara de cansado pero activo. El músico madruga para charlar con NaN. Una vez en la casa pone play y comienzan a sonar Los Ramones. Está en su propio mundo. Allí dos siluetas de maderas protegen la puerta de salida: Mike Ontry un mutante azul y doctor Neko, en el imaginario de Go Neko!, su ex banda. En la sala hay una chancha, un par de amplificadores, una mesita con flyers, un par de revistas de rock y la Rolling Stone de la edición de agosto de 2010 con Ricardo Iorio en la tapa. En las paredes un póster de Flash mutilado, con la cara del periodista Germán Paoloski; otro de los X-Men y un retrato del caudillo del heavy metal vernáculo… el cantante de Almafuerte, claro. Sentado en el asiento de una combi, reciclado en sillón, Tom apunta: “Es un chabón reloco. Si tenés un amigo como Iorio, bueno, lo bancás, aunque sea un loco de mierda. El problema es que sale en televisión”. En cierto sentido, lo es. Y justamente, en la canción “Lo quiero mucho a ese muchacho” habla de saltar por un amigo pese a que muchos hablen mal de él. Sucede que Tom estaba en la primaria cuando, fanático del disco Greatest Hits I de Queen, se encontró con el heavy metal a través del disco Reload, de Metallica (“tenía el tema que dice ‘Gimme fuel, Gimme fire’, el mejor que había escuchado en mi vida”), y luego con Piedra Libre, de Almafuerte. “Nunca dejé de escuchar Queen. Es una boludez escuchar sólo un género. En todo encuentro algo que me influye, no me cierro”. En su hogar también se escuchaba el rock más clásico de Creedence, Rolling Stones y Roberto “Pappo” Napolitano por influencia de su padre, Ricardo, que también tuvo una banda de pibe. Autodidacta, empezó a tocar una batería que le había regalado su viejo, a los seis años, aunque también tomó clases durante la adolescencia para decirse a sí mismo “estoy haciendo algo” mientras cursaba con dificultades en el Colegio Nacional de Buenos Aires. “Nuestro viejo nos incentivó a tocar, pero como hobby. Luego, se le fue de las manos”, comenta este cantante de cuerpo menudo y voz desprolijamente energética. En la adolescencia llegaron las zapadas con guitarra y su primera banda, llamada Vibratónica: “Era una mezcla de Metallica y 2 Minutos. Bah, era cualquier cosa. Cantábamos ‘yuta, yuta, yuta hijo de puta’”. Entrado en la adolescencia, con su hermano Pipe y su primo Manu se juntaban a tocar juntos en su casa en el barrio porteño de Boedo. Algunos años después formarían Go-Neko!, quinteto de kraut-rock instrumental; con ellos estuvo detrás de los parches de 2006 a fines de 2013. Luego se cortó. De todas maneras, la cosa funcionó tan bien que acaban de reunirse otra vez para armar Súper 1 Mundial, una banda experimental, con teclado, sintetizadores, guitarra y batería. “Es como Go Neko!, pero más loco”, promete Tom. En el Bandcamp ya puede escucharse un adelanto: es un híbrido de noise y kraut-rock, con letras En el ínterin de todo eso repitió un año en el secundario y no llegó a graduarse: aún debe Química. Cuenta: “Mi viejo me recontracagó a puteadas durante años, ahora ya lo aceptó. Un par de veces me amenazó con quemar la batería. Obvio, lo decía enojado, pero cuando sos un adolescente, te asusta. Igual, no le di bola y siempre seguí tocando”. Luego de algunos minutos más de charla Tom hace una pausa y sintetiza su amor por el heavy metal nacional: “Me encanta, tiene identidad. Almafuerte, para mí, es una banda súper original: le metieron folklore, tango, las letras son buenísimas. Me parece que es diferente a las bandas metaleras de acá, como a las del resto del mundo”. —¿Escuchás “rock nacional”? —No, no escuchó a Charly, a Fito Páez, Calamaro ni a Spinetta, que es lo que se pone bajo esa etiqueta, pero sí escuchó un montón de bandas de acá, como Hermética, V8, Orcas, Tren Loco, Malón, Rata Blanca. Y a Pappo, a full. También a las bandas de Laptra,

pero también de otros sellos, como a Mi Amigo Invencible, y de otras movidas. Los Redondos, a full. El otro día le di un disco a Skay (Beilinson) en el Lollapalooza. La re buena onda tuvo y se cagó de risa con la tapa. Estaba viendo a Vampire Weekend con la Negra Poli. Él sigue más independiente, mientras El Indio es un extraterrestre, una cosa rara. —El periodista Alfredo Rosso en una entrevista reciente le dijo a NaN que “estamos en una era de oro del rock nacional”. ¿Qué pensás de eso? —La escena indie creció, hay más bandas, hay más sellos, hay más lugares para tocar y hay más gente que se está copando con lo hacemos. Por otro lado, la gente que podría escuchar la música que hacemos descree un poco de lo nacional, como si fuese de mala calidad. Quizás estamos haciendo todo mal o es una garcha nuestra música. La nuestra es una escena muy chica: Él Mató es la banda más grande del indie y no van 10 mil personas a verla sino 1.500. Me acuerdo que cuando estaba en México con ellos, los mexicanos pensaban que en Argentina tocaban en el Monumental. ¿No hay gente para escuchar esta escena? Cuando viene Pixies van 50 mil personas… Hay que romper esa barrera En efecto, el rock indie vernáculo es noise: entre sus influencias está el sonido de los Sonic Youth, entre otras bandas. Lo cierto es que el indie local (en los ’90 llamado “alternativo”) no consigue ser masivo. En fin, mientras el “rock nacional” se está mordiendo la cola, hay una constelación de caídos del mapa para recordarles los principios de rebeldía desde la autogestión. Del punk toman la leyenda “hacelo vos mismo”, una lección que sigue cotizando en alta. En ese panorama Bestia Bebé es uno de los abanderados del indie y lucha por sobrevivir a fuerza de tocar en vivo casi todos los fines de semana. Aunque la palabra “indie” parece vaciarse de sentido por su abuso, para Bestia Bebé y otras bandas supone un compromiso de sonido y conducta opuesta a los cánones del rock de la FM. Así el rock no es un miniemprendimiento burgués, la intención artística no se subordina al mercado y la autogestión no es un escalón antes de. “A nosotros nos gusta esta forma de trabajar, desde la autogestión. La idea es seguir así”, apunta el frontman. COREAME ESTA Los que no sepan de qué se habla cuando se habla de Bestia Bebé pueden considerarse afortunados. Escuchar por primera vez su álbum epónimo es una de las mejores sorpresas que dio el rock argentino en el último año junto con Hola de Los Rusos Hijos de Puta. El cuarteto hace canciones que se meten en cuerpo y dan ganas de cantar y hacer pogo. Son sensaciones básicas, sí, pero que no todas las bandas de rock las provocan. Bestia Bebé y sus canciones se fueron puliendo con el tiempo, a lo largo de cuatro años y sin apuro, como la erosión lenta y constante del agua sobre la roca sólida. Del EP Fin de semana de muerte, de Tom y La Bestia Bebé (2009), pasado por el EP Bonitas páginas (2012), un adelanto del disco debut, también medió la experiencia. Quintans crea canciones sentidas, con historias sencillas, melodías y arreglos vocales fácilmente coreables. El LP fue editado por Laptra, a mediados de 2013, y bancado con ahorros y dinero de algunos recitales. En su repertorio se destacan temas pegadizos, algunos más memorables que otros como “Lo quiero mucho a ese muchacho”, “Omar”, “Sabés!” o “El uruguayo”, pero todas festejadas. Tampoco le teme a la lírica emocionada, sino escuchemos la canción “El luchador de Boedo”, donde despliega palabras como éstas: “Esos puños ya no van a lastimar / Si en Los Ángeles perdió / a nadie le importó / serás siempre para el barrio el gran campeón”. El rock siempre se trató de la imagen en buena parte y la foto de la tapa del disco tiene onda: es el retrato de un excéntrico dream team futbolero, vestido con camisetas de lycra amarilla. Fue tomada por la fotógrafa y realizadora Karin Idelson, quien ha dirigido videoclips para Paula Maffía, Miss Bolivia y Francisco Bochatón. El disco fue acompañado con remeras, un álbum de figuritas (se anticipó al revival ñoño que se respira en el aire) y un fixture. Sólo


es cuestión de buscarlo. “Somos los Kiss del indie. No fue pensado por merchandising sino porque nos gusta regalarles algo a la gente como hacen las panaderías con los almanaques”, comenta el ex batero de Go-Neko!. Bestia Bebé, a diferencia de Go Neko!, tiene el costado más cancionero y la cosmogonía más personal de Tom, D.T. de la formación, que va del fútbol, a la amistad, pasando por el barrio y el cine. “Me gusta la melodía coreable, emocionante, con estribillo, que te llega. Por eso soy fanático de Él Mató…”, resalta. Lo acompañan Chicho Guisolfi en bajo, El Polaco Ocorso en batería y Topo Topino en guitarra. Tanto El Polaco como Chicho antes habían sido alumnos en su “escuelita del rock”. Es la banda que Tom siempre había soñado: “Puedo tocar en vivo, hacer canciones y grabar discos. Quizá suene mal, pero en Go Neko! éramos cinco y todos tenían el mismo peso a la hora de hacer las canciones, en Bestia Bebé, gran parte de las canciones depende de mí y siento la seguridad de que si hago canciones la banda sigue. Igual, sin los pibes no hay banda, no puedo tocar; ellos me ayudan un montón. Por ahora es así, salvo que me vaya a ordeñar vacas al campo”. Por lo pronto, ya están pensando en el próximo disco: “Habrá cambios pero no serán muy grandes, pero siempre con la misma esencia”, anticipa Tom, un cantante técnicamente “malo” —él lo sabe— pero a la vez genial. VÉRTIGO CUMBIERO Madrugada del sábado 22 de marzo. Zaguán al Sur, un antro en Moreno 2320, en Once. Allí, Bestia Bebé, banda futbolera por antonomasia, continuó con la presentación de su álbum debut. El show duró cerca de 40 minutos pero alcanzó para conquistar a un público fervoroso. Una verdadera apoteosis, una comunión total entre la banda y el público —fiel, como un perro— que los sigue a (casi) todas partes. Para los adeptos el recital es cumplidor, pero con deslices sonoros. Entre tema y tema llegan la arenga y los gritos de aliento: “Ohhh, vamos Bestia, vamosss. Pongan huevos que ganamos” y el típico “juugadooores la concha de su maaadre, a ver si ponen hueeevos, que no juegan con naaadiee…” “No sé a quién va dirigido. Nosotros nos decimos ‘¿nos vamos?’ (Risas). Es una cosa

Vamos, vamos Arlequina, por Mariano Verrina A nadie se le ocurriría ir a ver a Nueva Chicago, Tigre o San Lorenzo con un gorro arlequín en la cabeza. Pero cuando juega la Selección esos extraños complementos se multiplican. Tampoco hay puestos para pintarle la cara a los chicos en las cercanías de la cancha de Ituzaingó o de Villa San Carlos, pero la témpera celeste y blanca aparece siempre enchastrada en cientos de rostros cada vez que juega Argentina. Compran cornetas, llaveros, vinchas, cualquier cosa. Pósters. Se envuelven en una bandera que dice Argentina. Nada más. No es que dice Argentina campeón, dice Argentina. Nadie lleva un domingo una bandera que diga Racing, por ejemplo. La Selección casi que no tiene canciones de hinchada. El típico “Vamos, vamos Argentina…” suena ridículo ante las hermosas ocurrencias de cada fin de semana. Por algo ninguna hinchada tradicional lo incorporó en su repertorio. En este contraste, el Mundial representa el evento futbolístico menos futbolero que pueda existir. Es un choripán sin chimichurri. Está lleno de caras pintadas, insisten en hacer la “ola” y algunos hasta se atreven a pintarse una sílaba en su cuerpo. Sí, apenas un par de letras que solo cobrarán sentido siempre y cuando los intérpretes se ubiquen correctamente. “ME”, se lee en una panza. “SSI” en otra. Toda la familia se sienta a la mesa para ver los partidos. Susana Giménez y Roberto Giordano asoman en medio de una popular. Un pulpo —en Brasil quizá sea un koala— pronostica los resultados de los partidos. Cantará Ricky Martin, Pelé saludará con sonrisa falsa y las ojeras de Bonadeo bailarán al ritmo de la samba. ¿Vieron lo que fue la presentación? Impresionante. Más allá de todas sus miserias, el fútbol local tiene mejores condimentos. Lo queremos como es. Manchamos la pelota cada fin de semana y nos revolcamos en el chiquero con una sonrisa. Es como contrastar la perfección de Messi con la espontaneidad de Maradona. Pero ese un análisis que quedará para otro momento. Ahora hay que ponerse el arlequín. “Vamos Arlequina”.

“La escena indie creció, hay más bandas, más sellos, más lugares para tocar y hay más gente que se está copando con lo hacemos.”

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Fútbol de primera, por Ignacio Fusco * La Don Julio nació como nacen las revistas, de madrugada y en un bar. Nació, insólita, por vacío, por necesidad. Somos lectores, y sólo eso queríamos: leer. Nos obnubilaban y alumbraban las crónicas insignias de Soho, Etiqueta Negra, Gatopardo, Rolling Stone, Orsai. Leila Guerriero, Margarita García Robayo, Alex Ayala Ugarte, Josefina Licitra, Pablo Perantuono, Alberto Salcedo Ramos, Alejandro Seselovsky, Rodolfo Palacios, Martín Caparrós. Hombres, mujeres, historias que demandan y necesitan tiempo, oído, entrevistas, peregrinación: periodismo. Queríamos eso, pero de fútbol. Un Caño la creíamos ensayística, con autores fuertes, y El Gráfico tenía el maleficio de la noticia, volver interesante algo que ya nos hartó. Buceamos, buscamos, aprendimos algo: todo es español. Conocimos las geniales Panenka y Líbero. Conocimos a la mexicana Letras Libres, una revista de cultura que también tiene su edición española y donde Nahuel Gallota, argentino, publicó “El otro Tévez”, crónica bestial. Eso queríamos. Queríamos lo que en Argentina no existía. Periodismo, lectura, fútbol, papel. Ante la fogata de algunas cervezas lo inventamos. Así nació Don Julio, una revista-libro para los que quieren leer. La mayoría de los chicos y chicas que se anotan en un terciario de periodismo deportivo no sabe quién es Ezequiel Fernández Moores. La mayoría de los chicos y chicas que se anotan en un terciario de periodismo deportivo no sabe quién es Maradona, Karadagián. Yo tampoco lo sabía, el tema es que no me acuerdo de ningún profesor que me lo haya convidado para leer. El fútbol debe mendigar páginas, espacio. Canchallena le aclaró a Fernández Moores que la publicación de sus crónicas en el papel dependería de sus caracteres. Ningún problema, le dijo Moores, siempre y cuando las publiquen como yo las envío —largas y aburridas— en la web. Sólo a veces, entonces, el mejor de todos se hace papel. Algo ha nacido con Don Julio. Buena o mala, ofrece tiempo, espacio y papel, los traumas físicos y metafísicos del periodismo —de fútbol— nacional. Los grandes medios encadenan a sus redactores al día y no creen que ofertarles lectura a sus lectores sea una prioridad editorial y comercial. El año pasado, Olé publicó una biografía de Messi. Tiró 20 mil ejemplares. Vendió la mitad. “En Latinoamérica todavía hay muchos que creemos en que si hacemos esto es para contar historias que valen la pena. No nos quejamos porque asumimos que todas las batallas están perdidas desde el principio, pero hay que darlas”, le ha dicho Leila Guerriero a Jot Down. Don Julio asume que ha ganado la batalla, porque ya la dio. * Periodista y editor de Don Julio.

de locos, no lo alentamos ni en pedo”, dice Tom, que es todo lo introvertido que puede ser un cantante de rock, aunque se siente cómodo sobre el escenario. Durante esa mañana viajaron a General Villegas, la ciudad natal de Manuel Puig, a 466 kilómetros al noroeste de la Ciudad de Buenos Aires. Mientras el domingo la parada fue Quilmes. Gracias al LP, que es una catarata de hits, el grupo toca mucho. Desde la presentación del disco en el viejo Matienzo en julio de 2013 van 50 fechas en bares y centros culturales (en general, como dice Martín E. Graziano, “dentro de la cultura y fuera de la ley”). Siempre con entradas a “precios cuidados”: en promedio de 40 pesos, porque el “presente es lo más barato que hay”, como dice Daniel Melero. Recorrieron, de pé a pá, con ritmo frenético, el under porteño y platense; también en algunos antros de zona sur y del oeste, y de General Villegas, Tandil, Rosario, Córdoba y San Juan. Suelen compartir fechas con otras bandas de Laptra, como Las Ligas Menores o The Hojas Secas. Su crecimiento también se ha exponenciado a través de las redes sociales. “Ahora con Internet es más fácil crear redes y circuitos. Hay pibes en el interior del país que organizan movidas y tratan de llevar bandas de acá, esperando que alguna vez desde acá se los invite”, dice. Completa: “Los que dicen ‘vamos a perder plata’ con una gira’, después pagan 500 pesos en una entrada o van al cine y compran unos pochoclos a 100 pesos. ¿Qué significa perder plata? Es una boludez hacer esos cálculos y no salir a tocar. Uno elige su camino: si vos querés una banda y querés que sea tu vida tenés que hacer todo lo posible para que ocurra”. El grupo no para nunca. Para Tom y compañía vale la pena tocar casi todos los fines de semanas, como las bandas cumbieras. De todas formas, están lejos de pegarla, si tomamos por “pegarla” ese lugar común que es “levantarla con pala”, mientras un estadio le corea las canciones. Es decir, no gozan de ninguno de los beneficios del establishment rockero. —Hay un esfuerzo de la concha de la lora para tocar: es un trabajo estar en una banda y llevarla adelante. La ‘gente’ cree que uno termina de tocar y estás en un boliche bailando, rodeado de minas, y no es así: estás cargando equipos a las cinco de la madrugada con un frío de cagarse. Ahora tenemos un manager y nos viene bien para delegar. —Parece que para Bestia Bebé una clave es tocar seguido. —Si tenés una banda hay que tocar, tocar, tocar, si querés que la gente te escuche, porque en Internet estamos todos, pero pocos tocan todos los fines de semana y pocos van a todas partes. Si tenés una banda autogestionada tenés que moverte. Y si la banda es una mierda, bueno, es una mierda. —Con Go Neko! venían tocando poco. —Pasó que algunos querían hacer temas, otro sólo salir a tocar. Es como un equipo de fútbol: si a uno le chupa un huevo todo, el otro piensa en irse a Europa, nunca vas a ganar gana. Si un equipo está mentalizado en darle para adelante, en ganar, le va a ir bien.


“Ahora con Internet es más fácil crear redes y circuitos. Hay pibes en el interior del país que organizan movidas y tratan de llevar bandas de acá.” ALBICELESTE Tom tiene 25 años y es hincha fanático de Racing. También es socio —“debo un montón de plata”— de La Academia. Incluso le canta al charrúa Rubén Paz, “El uruguayo” (“Podrán traer nuevas estrellas / podrán gastar muchos millones más / pero al gran uruguayo / nunca lo podrán igualar”). Alguna vez soñó con ser jugador de fútbol, pero su temperamento y falta de disciplina no lo ayudó, claro. —Las veces que fui a una escuelita o a clubes de barrios duré un mes —comenta mientras convida un mate—. No me gustaba entrenar, tampoco que me digan qué hacer. Me peleaba con los técnicos, me peleaba con todos. Me acuerdo que una vez me echaron de un club porque le pegué una patada criminal a uno, de bronca lo pateé. Era un pendejo. Siempre mi viejo me llevaba y le decía “no quiero ir más”. ¿Acaso hay algo más popular que el fútbol en el ADN de la argentinidad? Es la pasión que cruza casi todas las vivencias de los argentinos. Está en todas partes. Pocos quedan exentos de los mandatos de la redonda. Así, obnubila los sentidos (como a Mauricio Macri las tetas de Violetta) y toca las fibras del corazón. Porque, en definitiva, es lo que urge, sobre todo con la ansiedad de todo futbolero ante el arranque de la Copa del Mundo Brasil 2014 en el horizonte inmediato y los sueños de un Maracanazo liderado por Lio Messi. —En pocos días se juega el Mundial, ¿cómo ves a la Selección? —Es la vez que menos fe le tengo por los últimos partidos que vi. Lo que me da seguridad es que la primera fase es fácil: si todo se da cómo se tendría que dar, recién en semifinales tendríamos un rival de primera línea, como España o Alemania. Imaginé todos los escenarios posibles del fixture. Ojalá juguemos con España la semifinal. Igual, con los cuatro de abajo marcando a Iniesta y a Diego Costa, chau. Nuestra defensa es un flan, pero no hay otros. Y los arqueros… uff. Sabella va a tener que trabajar muchísimo. —¿El calendario los obligó a reprogramar fechas? —Si juega Argentina, olvídate, no tocamos. Es que el país se paraliza. El mundial es lo más. VIVIR DE LA MÚSICA De sobra se sabe que es difícil para cualquier banda y músico del under vivir de la música, por eso Tom se las arregla alquilando amplificadores y su batería, y dando clases de batería. También suele tocar la guitarra con Santiago Barrionuevo o el Chango, a secas, cantante de Él Mató a un Policía Motorizado. Mientras con su novia María “Luli” Zamtlejfer, voz y bajista de Las Ligas Menores, zapan covers bajo el nombre Destructor Atómico. “Es un pretexto para tocar juntos canciones que nos gustan… y para ver cómo el otro pasa vergüenza tocando las canciones del otro”. Se ríe Luli. En su CV también está la grabación del EP debut de Las Ligas, El disco suplente (2012, Laptra) en su estudio La Bestia Bebé: una noche a fines de 2011 les grabó los seis temas de una en su estudio casero. Por otro lado, es uno de los responsables de Laptra, sello platense clave en la renovación de la escena under. “Es una comunidad formada por las bandas sin presidente ni director. Hay un par que nos encargamos de más cosas, pero sólo porque nos gusta hacerlo”, explica. La última edición del FestiLaptra, evento autogestionado al margen del canon festivalero de las grandes marcas, reunió a 13 bandas de Laptra más Los Zapping de Perú en el Konex. Remarca, con satisfacción: “Hubo un crecimiento del sello en paralelo al festival: se acerca más gente a los recitales, se bajan más discos, las bandas tocan más”. Mientras tanto, Tom va tirando con sus proyectos. En eso está desde que decidió hacer música.

La Selección artística, por Alfonsina Brión* El fútbol está atravesado por la narración: las canciones de una hinchada, la traducción cadente del relator, ese canon de covers que se arma en las tribunas tumultuosas, la subjetividad del que mira un partido en el bar de Susi y golpea la mesa para no gritar. En esta oportunidad, largamos un libro para el Mundial. Nos pareció atractiva la oportunidad de tener, en una edición con una estética agradable, a mucha gente talentosa escribiendo, fotografiando, ilustrando. Fixture fue íntegramente un desafío, desde lo económico, lo estético y los artistas. A cada uno fue decirle “gustamos de vos”, para quedarnos expectantes por la respuesta y sabiendo que nos podían “rebotar”. En la lista mundialista confluyen escritores, fotógrafos e ilustradores poco conocidos con otros ya reconocidos. Antes de esta experiencia, algunos de nosotros participamos en Sudáfrica (Montevideo, 2010), reeditamos Hinchada de metegol, de Omar Chauvié, y publicamos Ortega no se va, de Ricardo Piña, todas con La Propia Cartonera. * Editora de la antología Fixture. Un picado astral (Malaletra y Chuy).


rastros

La otra cara del Mundial

el baile de los pobres

La Copa del Mundo se disputará en medio de una situación política inédita en la historia de Brasil: el país del fútbol transita hoy en medio de fuertes tensiones internas, debates sociales y movilizaciones que ponen en jaque a la fiesta de la FIFA y que tienen como actor principal a los sectores más pobres. Texto: Ricardo Targino (desde Brasil) Traducción: Emmanuel Videla Fotografías: Midia Ninja


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ace casi un año se inauguró una nueva época para la sociedad brasileña. Desde las grandes protestas iniciadas a raíz del aumento en las tarifas de transporte, un verdadero movimiento de placas tectónicas se volvió incesante en el subsuelo político del país. Pasada una década de la asunción del ex presidente Lula da Silva y habiendo retirado de la miseria a más de 60 millones de brasileños, la joven democracia tropical enfrenta enormes desafíos. Al mismo tiempo que se coloca en el centro de la escena global como sede de uno de los mayores eventos deportivos del planeta, experimenta un salto cualitativo sin precedentes en el terreno del debate crítico y la participación política. Las gigantescas protestas surgidas de manera espontánea en las redes sociales eclosionaron: a disgusto de los poderes político, económico y mediático, modificaron el panorama de la disputa de las ideas y de los proyectos de sociedad, renovaron la organización de los movimientos sociales e hicieron surgir una serie de demandas concretas a la que las tradicionales fuerzas políticas de Brasil tendrán que dar necesariamente respuesta. Al margen de la Copa del Mundo, Brasil celebrará este año elecciones presidenciales y “provinciales” (de governos estaduais), y renovará las bancas del Poder Legislativo. Serán los primeros comicios después de inaugurado este nuevo e inédito ambiente político. Las elecciones contarán justamente con más de 11 millones de nuevos electores, jóvenes de entre 16 y 20 años, nutridos por la coyuntura del crecimiento económico y la inclusión social, sin el recuerdo de los tiempos de inflación y hambre, ávidos por avances reales, sobre todo en la calidad de los servicios públicos urbanos, la educación y la salud. La desconfianza y el descrédito de estos jóvenes en relación a los partidos políticos tradicionales y a las propias instituciones del Estado son también percibidos por amplios sectores de la ciudadanía. Más allá de poner en jaque el propio orden político institucional del país, la sociedad brasileña se ve frente a la posibilidad de abrir caminos para enfrentar la crisis de las democracias participativas, un fenómeno que es innegablemente global. Al vivir una inédita movilidad social de los extractos más pobres en dirección a la clase media, pero confrontando aún enormes abismos de desigualdad social, el Brasil que emergió de las protestas de ese junio es uno en pleno movimiento rumbo a la conquista de más derechos y más democracia, elementos capaces de vencer el abismo entre “los Brasil” que hoy existen en el país. ABISMOS Y VENAS ABIERTAS El proceso inaugurado en junio de 2013 fue capaz de unir amplios sectores de la sociedad alrededor de una agenda necesaria de avances reales que impacten en la reducción de las desigualdades y una mayor calidad de vida. Pero también sacó a relucir el fascismo de los conservadores, la cultura de la violencia, la represión y el miedo, paradójicamente latentes en la tierra de la fiesta y el carnaval. Brasil es campeón mundial en homicidios con armas de fuego: tiene la Policía con el mayor índice de mortalidad del planeta y exhibe números alarmantes de violencia, sobre todo contra los más pobres. En tanto que una parte importante de la sociedad avanzó hacia posiciones políticas que defienden una completa modificación de la seguridad pública y la desmilitarización de la Policía, tildada de corrupta y peligrosa, el país ve contradictoriamente crecer la acción de los “justicieros”, bandas que pretenden “hacer justicia por mano propia”. Mientras las favelas se levantan contra la violencia policial, incompatible con un Estado de derecho, estos grupos organizados promueven linchamientos públicos contra delincuentes de pequeño porte, sobre todo negros y pobres. El racismo de Brasil es disimulado por el discurso oficial, que afirma que hay una “democracia racial” que no se contrasta en la mayoría negra de la población carcelaria, en la inmensa mayoría blanca que se ve en los programas de televisión o en quienes ocupan los puestos de trabajo mejor remunerados. A pesar de los índices asombrosos de homicidios, la mayor parte de los presos responde a delitos menores que aguardan sentencia. Los homicidios quedan impunes en la mayoría de los casos. El porcentaje de jóvenes negros muertos indica un verdadero genocidio y es la propia Policía el responsable mayor. Un mecanismo jurídico

creado en el período militar, llamado “auto de resistencia” y usado para identificar a los muertos en enfrentamientos armados con la Policía, sigue vigente. Con ello, la mayor parte de las víctimas fatales en manos de la Policía no goza de una investigación de las circunstancias de defunción. Desde junio del año pasado, rebeliones populares con barricadas y autos incendiados se volvieron frecuentes en cada nueva ejecución practicada por la Policía en las favelas y sus periferias. Recientemente, el famoso barrio de Copacabana fue escenario de uno de estos enfrentamientos entre los habitantes de la favela y los policías, tras el levantamiento de una comunidad contra el asesinato de un joven bailarín Douglas Rafael da Silva Pereira, de 25 años. Durante los enfrentamientos, un niño de 12 años fue asesinado por la Policía de un tiro en la cabeza. La Policía es, sin lugar a dudas, la mayor violadora de los derechos humanos en Brasil. Y son los más pobres y los negros sus mayores víctimas, a su vez que los portavoces de la urgencia de una completa modificación de esta lógica. EL TURNO DE LOS POBRES Desde comienzos de 2014 son los más pobres los protagonistas de la revuelta popular en Brasil. Todavía en enero, miles de jóvenes y adolescentes de la periferia causaron pánico entre los dueños de shoppings y otros grandes predios de venta al organizar el movimiento conocido como rolezinho (reunión de un gran número de personas convocado en redes sociales o mediante mensajes de texto, en pos de protesta). Los shoppings cerraron sus puertas por temor y el movimiento sufrió una fuerte represión de la Policía. Durante el tradicional Carnaval de Rio, los barrenderos —la categoría profesional peor remunerada en el servicio público local — fueron los protagonistas de un paro histórico y victorioso. En su mayoría negros y pobres, vencieron la dirección del sindicato, la prohibición de la Justicia, el boicot y la mentira de los grandes medios de comunicación y al prefecto (intendente) autoritario de la ciudad, viendo atendidas sus reivindicaciones. Los sin techo de Rio, desalojados violentamente por la Policía de un inmueble abandonado hace décadas por una empresa telefónica, están ahora en plena resistencia, ocupando el estacionamiento de la Catedral Metropolitana.

Desde las grandes protestas iniciadas a raíz del aumento en las tarifas de transporte, un verdadero movimiento de placas tectónicas se volvió incesante en el subsuelo político del país.

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Brasil es campeón mundial en homicidios con armas de fuego: tiene la Policía con el mayor índice de mortalidad del planeta y exhibe números alarmantes de violencia, sobre todo contra los más pobres. Frente a cada asesinato y escena de violencia policial en las favelas, sus habitantes se levantan y se multiplican las iniciativas de organización popular en las comunidades más pobres, a pesar de la criminalización recurrente de los medios y del Estado. La novedad es que más que consumidores, los brasileños quieren ser ciudadanos plenos de derechos. Todo lleva a creer que el pasado junio solamente inició la preparación del junio venidero, cuando tendrá inicio la Copa del Mundo en Brasil. Rechazada por un sector importante de la población, con activistas y organizaciones preparando diversas acciones y manifestaciones públicas, tendrá lugar precisamente en medio de una inédita politización de la sociedad y de la emergencia de los marginados como actores decisivos de la escena política. Internet tuvo un papel decisivo en el surgimiento de esta nueva realidad: sigue siendo el principal articulador de las acciones y la contra-narrativa al discurso oficial, el de los poderes, la publicidad y los medios. El mismo Brasil que vive ante tantos abismos termina de dar un paso decisivo rumbo a una sociedad de plenos derechos: Brasil es el primer país del mundo en aprobar un Marco Civil en Internet, que garantiza los derechos del internauta y legisla sobre delitos virtuales. La ley, construida colaborativamente y con amplia participación social, es el primer fruto de la democracia en red. Es, también, una victoria institucional, al colocar al país en la vanguardia mundial de la legislación para la web y al hacer prevalecer los principios de libertad, neutralidad y privacidad que permitirán a la sociedad seguir imprimiendo una nueva dinámica en las instituciones, en la cultura y en las ideas. No se puede perder la esperanza en un país que da un salto de calidad en la participación política, en el que los más pobres asumen el protagonismo de la lucha social. Una lucha que apunta al horizonte de los derechos y de la ampliación de la democracia para vencer los abismos del Brasil. Una lucha que ya garantizó para sí Internet como escenario de invención de una nueva realidad. Una lucha que quizás tenga en el calor de una pasión nacional como es el fútbol su trance definitivo.


COBERTURA / LITERATURA / TEATRO

Ciclo Sucede

EL SATURDAY NIGHT LIVE ARGENTINO

Microrecitales, sketches, lecturas y monólogos le dan forma a este ritual mash up que todas las semanas transforma a La Oreja Negra en una especie de laboratorio multiartístico. Texto: Juan Ignacio Sapia / Fotografía: Tomás Ballefin Benites

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l Mindflex es un juego de mesa lanzado en el 2009 por Mattel. Consiste en hacer volar un objeto con el cerebro. A través de sensores, colocados en la frente y las orejas, el Mindflex lee impulsos cerebrales y los transmite mediante una señal al ventilador ubicado dentro de la consola, que hace que una pelotita se eleve. Lo primero que uno ve cuando llega a La Oreja Negra (Uriarte 1271), previo al Ciclo Sucede, es una disputadísima competencia de Mindflex: dos personas luchando por ver quién mantiene la pelotita levitando por más tiempo, con mucha gente alrededor alentando. Dando vueltas por el lugar, como quinceañeras en su recepción, aparecen algunos miembros del grupo organizador: Andy Sakkal y Juan Xiet, actores; y Sagrado Sebakis, director de la troupe. Hacen chistes, pasan la gorra, se mezclan entre la gente que come pizza de rúcula. Es noche de domingo y los primeros fríos del otoño marcan seis o siete grados. Así y todo, La Oreja Negra está abarrotada de gente. Salvo los que ya hayan venido, nadie tiene demasiada idea de lo que va a ver. Stand up, mash up, Saturday Night Live, el Parakultural: son algunas de las respuestas que ensayan los miembros del grupo cuando se les pide una definición de su espectáculo. El Sucede nació hace dos años, como un proyecto literario. Con el Matienzo como base de operaciones, Sebakis y Diego Arbit convocaban a músicos, escritores y actores. El proyecto funcionó y al año siguiente se multiplicó el número de integrantes. Ahí el Sucede se mudó a Casa Brandon. Pero al poco tiempo, el centro cultural de Palermo también les quedó chico. Entonces desembarcaron en La Oreja Negra. A lo largo de su historia, el grupo fue subiendo spots a YouTube como carta de presentación. Una buena manera de comprobar su trayectoria y crecimiento es recorrerlos en forma cronológica: desde los primeros, con una imagen difusa y oscura, hasta los últimos, con calidad cinematográfica, se puede apreciar la evolución de la propuesta. “¡Que tengan un buen Sucede!”, nos desea una voz en off. Y la función arranca a nuestras espaldas, lejos del escenario: tres amigos meten a una puta borracha a la casa de otro que se está por casar.

El sketch transcurre entre el público. Claudia Farías, Ale Berón, Mariana Bugallo, Noelia Prieto y Álvaro Mugrabi despliegan actuaciones aceitadas y recursos creativos. Se nota que la comedia de situación es la especialidad de la casa. A lo largo del espectáculo, las obras se interrumpen y vuelven a empezar, el hilo narrativo se corta y se recompone. Pasan algunos números musicales. Aparece Poesía Estereo, el dúo que conforman Sebakis y Arbit, e interpreta un poema excelente de Mariano Blatt. Hay tres factores que hacen del Sucede una propuesta interesante. El primero es su apuesta por lo aleatorio. Coreografía, improvisación, poesía. En una época en el que el consumo cultural aparece fragmentado por la excesiva oferta (el cine a través de la ametralladora de películas Netflix, el modo shuffle para escuchar música, el Kindle para la lectura) el salto aleatorio entre un acto y otro aparece como un gesto de ultramodernidad. Sin embargo, en lo variado de las propuestas aparecen algunas irregularidades: se hace evidente la diferencia de calidad entre los distintos números. Y esto atenta contra la potencia del espectáculo. El segundo factor es la fusión de herramientas digitales con las analógicas. Al entrar al salón de La Oreja Negra, nos recibe una pantalla gigante con videos levantados de la profundidad de YouTube: Luismi, con diez años, canta un bolero tradicional. La incorporación de este material aparece también durante el espectáculo: Sebakis y Bugallo relatan un video de una competencia de ¡canoa freestyle! En esta interacción aparece lo más interesante del Sucede. El tercer factor es el ánimo lúdico. Todo el espectáculo, con su variedad, su interpelación al público y sus reglas está teñido de un ánimo de entretenimiento. Como una invitación a jugar. Como un gran juego mutante y voyeur. Como un Mindflex artístico y colectivo.

el salto aleatorio entre un acto y otro aparece como un gesto de ultramodernidad. 31


Cuentito

Texto: Martín Castagnet Ilustración: Jo Murúa


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ace más de un mes que Gaby no habla con Vilma, pero hoy temprano recibió un mail con la promesa de conectarse en la mayor brevedad posible. Mientras arma el bolso para el partido, todavía en medias y bombacha, Gaby vuelve a revisar el Skype. Mueve el puntero para que el monitor no se desactive; mete una camiseta de fútbol resbaladiza; chequea que el Skype continúe abierto y en segundo plano para que se escuche el aviso de mensaje; mete los pantalones cortos; pone música para comprobar el volumen de los parlantes; mete unas medias largas con el talón áspero y recosido; pone la música en pausa para que no le tape el aviso de mensaje; mete un desodorante en el bolsillo: en aerosol, no deja manchas amarillas en la ropa, no daña la capa de ozono, de mujer. Al agacharse para buscar los botines, Gaby se pregunta por qué sigue queriendo hablar con Vilma. Saca y examina las plantillas, medio rotas, la punta apelmazada y pegajosa, las únicas que tiene. Golpea los botines contra el suelo y con cada pedazo de tierra que se desprende de los tapones, Gaby demuele a Vilma con sus pensamientos: Vilma estudia en Alemania, pero se niega a aprender alemán. Vilma no termina la tesis porque Marco, su jefe teutón, no confía en ella. Vilma sale con un hombre casado, otro latinoamericano exiliado en Berlín, que nunca está con ella del todo y le regala medias para el invierno. Vilma va al cine a ver dramas románticos para llorar tranquila sin que nadie le diga nada. Vilma está convencida de su mala suerte. En un programa de radio de la sierra que se transmite por Internet escuchó la frase “te hundirás más” y la adoptó como propia. Gaby barre los pedazos de tierra y guarda los botines en una bolsa de supermercado antes de meterlos dentro del bolso. Si yo estuviera en el lugar de Vilma, piensa, reaccionaría de otra manera a las prepotencias del jefe. No miraría para abajo. Yo sí aprendería alemán. Estudiaría en las bibliotecas públicas. Se imagina a Vilma bajo la nieve, en un colectivo lleno de extranjeros. Una latina comprando verduras en un supermercado atendido por turcos. Podría ser yo, piensa Gaby, pero eligieron a Vilma. Una va a tener una navidad entre los bosques con vino tibio y especiado; la otra una navidad en el cemento que bombea mosquitos y cerveza caliente. Gaby aprieta un par de guantes de arquero que huelen a transpiración; también van a parar al bolso naranja flúo. Si se conecta se lo digo, piensa, las manos pringosas de crema desinflamante. A mí me tienen que operar de la anemia, sólo que no lo pueden hacer porque no alcanzo el nivel de sangre, así que encima tengo que tomar vitaminas y anticonceptivos para no desangrarme cada vez que menstrúo. Eso sí es un problema, Vilma, y no tu supuesta mala suerte. El aviso del Skype le impide llegar a cerrar el bolso. Gaby corre hasta la computadora, cliquea dos veces y envía la invitación para la videollamada. Los ojos de Vilma aparecen en la pantalla como los de un antílope del Animal Planet. Reconoce la oficina donde Vilma estudia y trabaja, con todos los afiches en alemán y los post-it color pastel contra las paredes de durlock. – Perdón por no contestar los mails, Gaby, hoy tengo que entregarle a Marco un avance con la interpretación de los manuscritos; estoy tan abrumada que veo un documento de word y me pongo a llorar. Debería ir a ese templo del que me escribiste, parecen gente con buenas energías. ¿Crees que me las puedan enviar a la distancia? Necesito cualquier cosa que me desbloquee. – Si seguís así seguro vas a reencarnar en un animal. Según Okmar reencarnar en un animal equivale a descender de categoría o algo así de horrible. En realidad se llama Omar pero después lo bautizaron de grande. Resultó ser del mismo pueblo que yo, cultivaba una quinta durante la dictadura. Lo acompañé a la farmacia a comprar curitas para la hija. Cuando regresamos

me invitó a almorzar con ellos en el buffet bajo el salón. Bajamos la escalera; la mayoría de las personas estaban sentadas en el piso y yo me senté también. Mientras esperábamos me dijo que la gente se divide en cabeza de mosca o cabeza de abeja. – ¿Y cuál es la diferencia? – Una colabora con los demás; la otra se alimenta de basura, envidia al resto y esparece chismes. Me iba a seguir explicando pero entonces llegó la comida. Me hicieron formar un cuenco con las manos; después me sirvieron arroz y salsa con cilantro. De postre una vieja me ofreció unas bolitas dulces; hace una semana me enteré que se llaman “Simplemente maravillosas”. – Así es fácil ser vegetariana. ¿Sabes lo que yo daría para que alguien me invite a comer? Tengo muchas ganas de andar enamorando con algún chico, uno de verdad soltero. Quizás ahora se me esté acabando la mala suerte: puse un aviso para alquilar el piso compartido y ya me llueven candidatos, sí, así como lo escuchas: ¡candidatos! Todos hombres y guapos. Y mañana vienen los amigos de Sonja, seguro son todos rubios y rojitos. Estoy seguro que esta vez cambia, ya verás. Me niego a seguir hundiéndome. Pero ahora soy yo la pesada. ¿Sobre qué querías hablar? – No importa. Me vas a matar pero me tengo que ir ya mismo. ¿Seguimos después? – Por supuesto que sí, Gaby. ¿Tú estás bien? ¿La salud? ¿Quieres que pida por ti? Más tarde Vilma revisa los titulares de los diarios de su pueblo; después intenta leer los alemanes. Vuelve a abrir el Skype: Gaby ya no está conectada. Vilma vuelve a cerrar sesión y también la ventana del programa. Mira la estatuita de la abundancia en su escritorio. De vez en cuando Vilma tiene que poner nuevos billetes o cigarrillos en la boca del ekeko porque los compañeros de la oficina los usan cuando no tienen para ellos. Según el mail de Gaby los hare krishna también hacían sacrificios en el templo. Le hubiera gustado visitar ese templo, pero a diferencia de Gaby ella no se habría animado a entrar. Gaby le contó que llegó a una puerta abierta donde se acumulaban pares de zapatos. En el medio hay una hoguera de un metro de alto, le escribió, rodeada por muchas personas sentadas y muchas otras de pie; al fondo, sobre la tarima, la estatua azul de un dios sonriente. Una señora hace señas para que entre. Vilma se imagina sacándose los zapatos y entrando al templo. La ceremonia consiste en repetir frases sagradas y luego arrojar arroz al fuego. Hay muchas familias que participan atentas. El conductor de la ceremonia, vestido con un manto naranja, suda tanto que tiene corrido el maquillaje negro; de vez en cuando explica qué significan las frases. El monje llama al centro del salón a la mujer y a un hombre con una nena a upa. Les bendice su vínculo matrimonial y la pareja arroja bananas al fuego. Cuando el humo espeso desciende, todos se levantan y danzan en ronda alrededor de la hoguera; Vilma también imagina que se levanta y aplaude siguiendo el ritmo. Una mujer con cara de europea saca fotos hasta que el fuego se consume. Las familias se retiran. Vilma, sentada en el escritorio de su oficina, permanece en una silla de plástico contra la pared del templo. La ropa le huele a asado. Algunos jóvenes rapados traen baldes y escurridores para limpiar las cenizas negras; limpian con tanta concentración que todo lo anterior parece apenas una introducción a la verdadera ceremonia. Entonces el hombre con la nena a upa se me acerca, imagina Vilma, y me pregunta quién soy y si quiero almorzar con ellos. Su jefe entra en la oficina hablando por teléfono y riéndose en alemán. Vilma simula que trabaja hasta que Marco vuelve a salir. Atrás del monitor la ventana exhibe una nevada muy densa. Gaby debe estar atajando bajo la nieve, piensa, pobre, y luego se acuerda del verano latinoamericano. Vilma roba un cigarrillo del abrigo de su jefe y lo pone en la boca del ekeko.

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contratapa


Cana(s) para todo(s)

LA MANO VIENE DURA La inseguridad no vota, pero la lucha contra el delito hoy, como de costumbre, se ha transformado en vidriera de campaña. Más policías, más patrulleros y más cárceles son algunas de las respuestas que ensaya la política cuando piensa más en las tapas de los diarios que en dar soluciones a una realidad compleja. El plan de emergencia de Scioli y los discursos de Granados, Macri y Massa sirven para analizar qué se dice y qué no, qué hay de fondo y qué es lo que queda afuera cuando entra en juego la demagogia punitiva.

Texto: Ailín Bullentini y Nahuel Lag Ilustración: Emilio Utrera Fotografías: Télam

“D

eclaro la emergencia de seguridad por 12 meses.” Cuando el gobernador bonaerense, Daniel Scioli, se paró delante del micrófono en la Casa de Gobierno provincial, tras convocar de apuro una conferencia de prensa, habían pasado dos semanas turbulentas para sus aspiraciones políticas: los docentes habían sostenido 17 días de paro para conseguir un aumento salarial y la Justicia platense había revelado que, un año atrás, la inundación que azotó a La Plata dejó más víctimas mortales que las reconocidas oficialmente. Los canales de noticias llevaban un conteo de la cantidad de linchamientos que se habían producido desde el asesinato de un joven en Rosario a manos de sus propios vecinos y la oposición mandaba mecha al fantasma de “la inseguridad”. El flamante diputado y prematuro candidato presidencial del Frente Renovador, Sergio Massa, instalaba la definición de “Estado ausente” como explicación y aval del brote de “justicia por mano propia” mientras lanzaba una campaña contra el anteproyecto de reforma del Código Penal que, según su consideración, instalaría una “puerta giratoria” para los “delincuentes”. El jefe de gobierno porteño y opción del PRO para 2015, Mauricio Macri, agradecía que su hija estuviese en el exterior por “tan mal que está la situación de la inseguridad”. Menudo panorama ante el que Scioli decidió actuar aquel sábado al mediodía, cuando prometió que durante un año aplicaría “todo el peso de un Estado presente a los asesinos y delincuentes”. Ahora, ¿qué dice y qué no dice el plan de Scioli? ¿Qué tipo de Estado y, fundamentalmente, qué clase de presencia pública refleja? ¿Cuánto de verdaderas respuestas a “la inseguridad” tiene y cuánto de reflejo electoralista camino a las elecciones presidenciales? TIENE UN PLAN Aquel sábado, Scioli le habló a “la población que sufre el ataque cruel y salvaje de una delincuencia de características violentas sin precedentes”. El lunes siguiente, en una entrevista radial, el gobernador terminó de definir el espíritu de la iniciativa en marcha: “(Habrá) una gran percepción de presencia policial” para “lograr que el delincuente tenga miedo, no la gente”, y así dar respuesta “a la preocupación de nuestra clase media”. Para lograr la ansiada “percepción de presencia policial”, el mandatario convocó a 15 mil efectivos retirados a reincorporarse a la fuerza para liberar de tareas administrativas a los oficiales en funciones y habilitó un crédito directo del Banco Provincia por 600 millones de pesos para la compra de chalecos, municiones, armamento y mil móviles. Más policía, más seguridad, supone Scioli, hoy cotiza más a la hora de pensar tapas de diarios u horas y horas de noticiero. “Para Scioli todos los problemas se parecen a un clavo porque la única herramienta que tiene en el cajón es el martillo”, comparó Esteban Rodríguez, ex funcionario del Ministerio de Seguridad, abogado e investigador universitario.

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“A la clase dirigente le sale más barato, políticamente hablando, negociar con la policía que asumir los costos que implica reformarla.” E. Rodríguez

¿QUÉ POLICÍA? ¿Quiénes son los retirados? ¿Son viejos, son incapacitados para desarrollar su trabajo, son corruptos o miembros de las redes delictivas que deben desarticular? “No existen sistemas efectivos y reales de investigación interna y control de la Policía Bonaerense ni en el Servicio Penitenciario provincial que garanticen actuaciones administrativas confiables”, sostiene el Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS) a través de un extenso documento en el que se dedicó a analizar de manera exhaustiva el plan de emergencia lanzado en la provincia de Buenos Aires. “Violencia, corrupción, ineficacia”, menciona allí, son las principales características de la “solución” más rápidamente utilizada por los gobiernos bonaerenses durante los últimos 20 años contra “la inseguridad”. “Hay que crear una nueva bonaerense”, sentencia el diputado provincial por Nuevo Encuentro Marcelo Saín. Rodríguez suma argumentos: “Durante mucho tiempo la policía fue desgobernada mientras que las clases dirigentes han delegado en ella el control de la seguridad, y cuando quisieron tomar riendas, se han encontrado con dificultades. Es cierto que la policía se puede convertir en la pesadilla de cualquier funcionario”. Claro, pero ¿cómo puede modificarse la cuestión? O, por lo menos, ¿se intenta? “A la clase dirigente le sale más barato, política y electoralmente hablando, negociar con la policía que asumir los costos que implica reformarla”, responde el investigador. El gobernador aseguró que sería “riguroso y cuidadoso” con los policías reincorporados, algo que no pudo cumplir tan sólo unas pocas semanas antes. Los familiares y amigos de Luciano Arruga habían denunciado la reincorporación de los ocho policías sospechados por la desaparición del joven —sí, en democracia; uno de tantos—. Nada se sabe de Arruga desde el 31 de enero de 2009. Tras el grito de la familia de Luciano, el ministro de Seguridad, Alejandro Granados, deshizo el permiso para que los sospechados regresaran a sus tareas y volvieron a quedar a disposición de la Justicia. Un ejemplo más: el 14 de septiembre de 2012, la comisión legislativa que encabezó el vicegobernador Gabriel Mariotto para “esclarecer” el crimen de Candela Rodríguez —la niña que apareció muerta en un basural tras de semanas de búsqueda— dictaminó, después de cinco meses de audiencias públicas, que los funcionarios judiciales a cargo de la investigación debían ser enjuiciados y las autoridades policiales con el jefe de la fuerza, Hugo Matzkin, a la cabeza, exonerados. Según la comisión, el despliegue policial para la búsqueda de la pequeña respondió “a la presión mediática” y desvió “la investigación del verdadero territorio en que se desarrollaba el caso”. ¿Cuál? “No es otro que el narcotráfico y la modalidad de narcosecuestros, negocio ilegal del que también forma parte un sector de la policía”, indicó el informe de 300 páginas. Matzkin sigue en su puesto. De hecho, estuvo al lado del gobernador, firme como de costumbre, durante el anuncio de las medidas contra “la inseguridad”. VAMOS LOS PIBES Los adolescentes y niños no estuvieron ausentes en el discurso de Scioli durante su anuncio. El gobernador pidió revisar “la situación de los menores en conflicto con la ley” y subrayó que el actual régimen penal juvenil “emanó de la dictadura y ha sido cuestionado por la Corte Suprema y la Corte Interamericana de Derechos Humanos”. Detrás de ese argumento, el gobernador invita, otra vez, a revisar la

legislación penal para bajar la edad de imputabilidad, algo que pidió en repetidas oportunidades. Sin embargo, el mandatario provincial no precisó que la Ley de Promoción y Protección Integral de Niñas, Niños y Adolescentes, aprobada en democracia por el Congreso Nacional, cuando él era vicepresidente, indica que el sistema penal es subsidiario al de promoción de derechos. La ley provincial contempla la conformación de mesas interministeriales que permitan coordinar acciones conjuntas en los barrios para contener a los pibes y pibas: hilar el trabajo de la escuela, con la salita de primeros auxilios, los trabajadores del Ministerio de Desarrollo Social y las organizaciones de base. Esto no ocurre. Un mes antes de la declaración de emergencia, el Encuentro de Organizaciones de Niñez y Adolescencia se movilizó hasta la Casa de Gobierno para exigirle a Scioli el pago adeudado de las becas —congeladas en 400 pesos y recortadas desde julio de 2012— con las que las organizaciones hacen malabares para darles de comer a los chicos y malpagar el trabajo de los educadores. Hasta 15 días después de la movilización, La Obra del Padre Cajade, una de las más importantes de La Plata, se había visto obligada a cerrar por una deuda con la provincia de 500 mil pesos. “El gobierno anuncia una partida de 600 millones para comprar más municiones y patrulleros y días antes decía no tener fondos para áreas clave para la infancia como la educación y el sistema de protección y promoción de derechos. Que los recursos no están destinados a esas áreas es una realidad general en la provincia. Estamos frente a una política de vaciamiento para volcar los recursos a un sistema penal violento que la propia ley de niñez ordena como subsidiario para la protección de derechos. Asignar recursos a una medida como la emergencia en seguridad es violar la ley. Y si se viola la ley por no atender los derechos de los niños, y se responde con violencia física, este decreto viola los derechos humanos”, resumió Carola Bianco, abogada del programa Niñez, Derechos Humanos y Políticas Públicas de la Facultad de Derecho de la Universidad de La Plata. Bianco es una de las firmantes del amicus curae que el Servicio de Paz y Justicia (Serpaj) presentó en mayo ante la Corte Suprema contra la “emergencia en seguridad”. ENTRAN POR UNA PUERTA Y ¿SALEN? Las medidas anunciadas también incluyen rejas. Scioli anunció la creación de ocho alcaidías para “descomprimir la situación de las comisarías”. La construcción de esos nuevos espacios de encierro


llevará mucho más tiempo del que le queda para alcanzar el sueño de la presidencia, dato que pasa de anecdótico, pero es fundamental a la hora de entender el cáliz efectista y electoralista de las medidas de seguridad. Más allá, ¿de qué habla esa decisión? ¿Por qué es necesario levantar más cárceles? Si el concepto de “puerta giratoria”, abonado por Massa para deplorar el anteproyecto del nuevo Código Penal, pero también por el secretario de Seguridad de la Nación, Sergio Berni, para arrastrar a la Justicia al barro del conflicto por la inseguridad, fuese cierto, las tasas actuales de encarcelamiento serían muy diferentes a las existentes y, claro, Scioli podría destinar las partidas presupuestarias de las futuras alcaidías para otras cuestiones. “En los últimos tres meses la población carcelaria creció en casi 1000 personas”, reveló el CELS. Más cifras, aportadas por el último informe de la Procuraduría de Violencia Institucional (ProCuVin), elaborado en noviembre de 2013, completan el panorama: * El 80 por ciento del total de personas detenidas nunca fue juzgado. * De cada diez personas encerradas en las 28 cárceles y 10 alcaidías ubicadas en todo el país, seis se encuentran “bajo medidas cautelares de prisión preventiva”. * El 64 por ciento de los presos tiene menos de 30 años. * Entre 2003 y 2007 fueron alrededor de 50 mil las personas que estuvieron encerradas. Desde entonces, la cifra sobrepasó los 62 mil. Hace exactamente diez años, los gobiernos se rindieron ante la fuerza que había adquirido el falso ingeniero Carlos Blumberg y modificaron ilógicamente algunos artículos del Código Penal con el reiterado objetivo de “meter miedo” a los delincuentes. Condenas de 50 años por acumulación de delitos, la imposibilidad de acceder a la excarcelación si se comenten delitos con armas. ¿De qué sirvió el endurecimiento de penas si, diez años después, la solución a la que apela el gobierno bonaerense para “salvar” a la clase media del delito es la construcción de más cárceles? Para el responsable de la ProCuVin, Abel Córdoba, el encierro como solución apunta a “sacar de circulación” a las personas que cometen delitos en un “tratamiento similar al desecho tóxico, pero social: que los agarren de la vereda, los clasifiquen, los encierren y no vuelvan a salir”. ¿Para eso sirven las cárceles? Sí, pero no deberían. Allí, los presos “son privados de todos los derechos, son víctimas de todo tipo de delitos sin tener acceso a la Justicia”. En el marco de esas fallas, Saín presentó un proyecto de ley para la creación de un mecanismo de prevención de la tortura, que seguro tendrá menor suerte que el proyecto de involucrar al público a las audiencias en las que un juez decide si aplicar o no el beneficio de la excarcelación a un sospechoso de cometer algún delito, otra de las medidas anunciadas por el gobernador. Al respecto, el diputado de Nuevo Encuentro y ex funcionario de los gobiernos nacional y provincial entre 2000 y 2003, se declaró “totalmente en contra”. “No estamos de acuerdo con ninguna reforma al régimen que apunte a quebrar el sentido de la medida cautelar de prisión preventiva. Es insconstitucional”, consideró el diputado y sumó: “Al convertir el momento de definición en una audiencia pública, se le quita la capacidad de decidir al juez. La gente siempre va a pedir más cárcel”. MÁS DE LO MISMO “En materia de seguridad, no hubo década ganada, hubo década con avances y con mucha quietud. Son más las deudas que los logros y éstos han sido más discursivos que institucionales”, asegura Saín, ensayando una autocrítica. En ese marco, las medidas anunciadas por Scioli no son nuevas. Sin ir más lejos, el 30 de agosto de 2013, el exconductor de lanchas anunció la convocatoria a policías retirados para lo mismo que los llamó, hace menos de un mes. Dato a tener en cuenta: aquella vez, Massa había superado al kirchnerismo en las elecciones Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias. ¿Y, ahora? “El plan de emergencia del gobernador no es nuevo y hay que leerlo en el marco de las elecciones presidenciales. El coyunturalismo es uno de los rasgos de las respuestas políticas a la seguridad, se hace política con la tapa de los diarios, solo hablan para la hinchada, es la demagogia punitiva”, definió Rodríguez. La temible coyuntura. ¿Funciona la respuesta efectista? “De alguna

“En materia de seguridad, no hubo década ganada. Hubo avances y mucha quietud.” M. Saín manera la inseguridad se ha convertido en la vidriera de la política, y Scioli en ese terreno se mueve como pez en el agua. Pero no piensa en solucionar el problema”, advierte Rodríguez. Aquel sábado 5 de abril, el exvicepresidente de Néstor Kirchner tenía un pie afuera de esa vidriera. Decidió actuar y hay quienes aseguran que reaccionó a tiempo: hoy cuenta con un 35 por ciento de intención de voto para suceder a Cristina Kirchner. El panorama, en el análisis de Saín, no es bueno: “Hasta 2015, los gobiernos y candidatos del progresismo y de la derecha estarán compitiendo por ver quién es más punitivo para congraciarse con las clases medias y altas partidarias de ‘meter bala’”. La última gran disputa la lanzaron el massista Jesús Cariglino, intendente de Malvinas Argentinas, y el kirchnerista Mario Ishii, exintendente de José C. Paz y senador provincial, reclamando la vuelta del Servicio Militar Obligatorio para poner a raya a esa porción joven y pobre de la sociedad, culpable de todos los males. Scioli y Massa prefirieron no entrar en el juego. Pero el ministro de Seguridad bonaerense —recordado por defenderse a tiros de un robo en su estancia de Ezeiza mientras era intendente— consideró importante saber “lo que quiere la mayoría de la gente” y hasta pidió analizar si esas fuerzas militares podrían intervenir en la seguridad interior, en contra de las normas nacionales. “Cuando se habla de los pibes sólo se habla desde su peligrosidad y se pide colocarlos en lugares de encierro que no cumplen con el rol que la ley le asigna al Estado: trabajar en el reconocimiento de su responsabilidad y no en el castigo”, señala Bianco y agrega que la idea estigmatizante sobre los jóvenes como delincuentes “no tiene la magnitud que muestran los medios”. Según datos de la Procuración General de la Suprema Corte bonaerense, los pibes de hasta 17 años fueron el 13 por ciento de los imputados por homicidio en el primer semestre de 2013. “El Estado debe trabajar en la protección de los pibes y pibas con un abanico de programas que cubran los derechos vulnerados que lo llevaron a dañar a otra persona, sino el sistema de régimen penal deja a un pibe muchísimo más violentado, mal tratado, que sale peor de lo que entró. Sin embargo, la gente cree que va a estar más segura si los encierran”. “Las que integran el plan de emergencia en seguridad son respuestas que no tienden a la percepción del delito ni a su prevención, sino a atender el miedo al delito”. ¿Cómo? Según Rodríguez, “el ‘policiamiento’ de la seguridad es un problema general, de la sociedad entera, que también cree que más seguridad es más policía”. Todos piden más cana, pero la “seguridad” que encierra la respuesta de la dirigencia política no es para todos. Rodríguez advierte: “Esta política demagógica cabalga sobre determinados prejuicios sociales a los que certifica”. ¿Ejemplo? “Las medidas de Scioli señalan a un culpable de la inseguridad: los pibes de barrios pobres. Aumenta la vulnerabilidad de sectores que no merecen más maltrato. Uno como dirigente debería poder en crisis ese imaginario social, salir a explicar que además de la policía y la cárcel hay otras herramientas para combatir el problema, como la educación, el trabajo. Si no se le enseña a la gente que hay más herramientas, van a seguir pidiendo el martillo”.

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ensayo

Linchamientos

LA RABIA Una sociedad que se patrulla a sí misma da rienda suelta a sus lobos. Con los ojos inyectados de odio, “vecinos justicieros” convalidan la violencia colectiva a partir del incumplimiento del contrato social. ¿Qué se consiente y qué se tolera con los linchamientos? Cuando “la justicia por mano propia” sirve para delimitar. Texto: Luciana Bertoia Ilustración: Majox Fotografías: Télam


H

oras después de que miles de personas salieran a las calles a repudiar la tortura, la muerte, la desaparición y el robo de bebés —todo lo que hace 38 años era moneda corriente en Argentina—, un pibe moría en Rosario por la paliza que unos “vecinos” le habían propinado luego de que supuestamente hubiera intentado asaltar a una joven madre. Se usa aquí el potencial porque no importa si el pibe, David Moreira, era un ladrón o no. Importa lo que le hicieron. Importa también el debate que se generó tras el asesinato. En la versión online del diario La Capital de la ciudad de Rosario una nota titulada “Conmoción por la muerte de un supuesto ladrón a manos de vecinos de Azcuénaga” se llenó de comentarios de lectores. La mayoría justificaba el accionar de la horda golpeadora: “Aplaudo a estos vecinos. Es hora de que esta gente tenga miedo de salir a la calle, no el que labura y quiere disfrutar de la ciudad”, decía uno de los lectores, trazando una barrera infranqueable entre “ellos” y “nosotros”. La defensa de la patria del nosotros aparecía en su mensaje de un modo tan fundamental que aquél, el que no merecía vivir, podía ser apaleado y dejado en la calle sin atención, morir a sus 18 años en la cama fría de un hospital. Otro de los lectores protestaba porque una vecina “desubicada” había osado llamar a una ambulancia por piedad. Un tercero proponía una pedagogía de la exhibición pública de la violencia. “Espero que esto le sirva de aprendizaje a todos los chorritos”, sugería. Una lectora, conmocionada, le retrucaba: “¿A vos quién te educó? ¿Videla?”. Para muchos, la irrupción de la violencia colectiva fue una cachetada en un marzo en el que el aniversario del último golpe de Estado en el país tiñó, como siempre, la agenda. Grupos pegando patadas, golpes secos a una persona tirada, indefensa, desvanecida. Hacer y dejar morir. Poner en modo off la conciencia, la piedad, y saciar la sed de violencia contra un cuerpo que un bando decide que no merece vivir, que es un otro peligroso, demonizado. Todas son imágenes que golpean la conciencia y parecen venir de otros tiempos. Es que, cada tanto, los argentinos deciden sacar a sus perros de cacería. UNA SOCIEDAD QUE SE PATRULLA A SÍ MISMA En los ‘80, cuando la represión estaba a flor de piel en Argentina, el politólogo Guillermo O’Donnell propuso analizar cómo había sido al respecto el período comprendido entre 1976 y 1980. Habló entonces de un pathos autoritario que se podía sentir en las fábricas, en los lugares de trabajo, pero también en las familias. Muy tempranamente, O’Donnell propuso la imagen de una sociedad aterrorizada que sería hegemónica en el relato del Nunca más. Decía que para que la represión tuviese la magnitud que asumió (decenas de miles de desaparecidos; alrededor de 500 centros clandestinos en lugares disímiles, como instalaciones militares y policiales, escuelas y hospitales; miles de exiliados; 500 niños robados y apropiados) no alcanzaban todos los militares del país ni todos los agentes de las fuerzas estatales. Para el autor, la respuesta estuvo en un fenomenal pathos autoritario, en una sociedad decidida a patrullarse a sí misma. La politóloga Pilar Calveiro —sobreviviente de los campos de concentración de la Fuerza Aérea y de la mismísima Escuela Superior de Mecánica de la Armada (ESMA)— escribió un libro fundamental para entender el “universo concentracionario” en la Argentina: Poder y desaparición. Clara como pocas, Calveiro sostiene que los campos de concentración sólo existen en una sociedad que decide no ver. La sociedad es la condición de posibilidad del campo de concentración, pero también la principal destinataria del terror que inocula, según define. O’Donnell decía que una metáfora se le aparecía de modo recurrente en los oscuros años ‘70: la de una sociedad que da rienda suelta a sus lobos. ¿Qué quería decir? Que el gobierno dictatorial no incitaba el autoritarismo sino que consentía la implantación de “minidespotismos” frente a cualquier “subordinado”. Tras mucha sangre vertida en el río de la historia democrática de Argentina, las imágenes de vecinos con ojos inyectados en odio, de pibes ensangrentados, arroja a la cara una pregunta: ¿qué es lo que se consiente? Durante el proceso que desembocó en la realización material del

genocidio que costó alrededor de 30 mil vidas e historias, hubo una negativización de aquéllos a los que los perpetradores seleccionaron como víctimas. Los “delincuentes subversivos”, como se los denominaba, reunían una serie de características que los convertían en “demonios” peligrosos y exterminables: eran “ateos” y “apátridas”. Los señores de la vida y la muerte eran capaces de empuñar una picana en nombre de la salvación del Occidente cristiano. Actualmente, el relato de los “vecinos justicieros” parece retrotraerse aún más allá de esa defensa. Movidos por el incumplimiento del contrato social —tanto en la propuesta de Thomas Hobbes como en la de John Locke—, los “vecinos” justifican sus golpizas, su derecho a dar muerte a aquél que no debería vivir. Algunos explican que, como las instituciones no dan respuesta, tienen la facultad de recuperar el monopolio de la violencia que habían puesto en manos estatales. “La gente está cansada”, informan algunos comunicadores sociales. Políticos “manoduristas” convencidos y otros más tímidos y más expectantes del rating también hacen anuncios, en tiempos en que la violencia colectiva gana la calle. En su libro El sentimiento de inseguridad, el sociólogo Gabriel Kessler sostiene que la preocupación por el delito está extendida a todos los grupos sociales y más allá de las ideologías en la Argentina. Sin embargo, la ideología y la experiencia de clase son fundamentales a la hora de procesar ese temor al delito. No debe soslayarse que el caso de David Moreira, apaleado en Rosario, no tuvo la misma repercusión que el de un muchacho golpeado por vecinos en Palermo o el del supuesto ladrón aprehendido por el actor Gerardo Romano. Allí se visibiliza el temor al delito de sectores medios y altos de la capital del país. Pero, ¿qué pasa con el temor en los barrios de menores recursos? En los ‘90, los casos de gatillo fácil generalmente ocupaban las tapas de los diarios. Se presentaban también como casos de justicia por propia mano, un eufemismo que también se ha estado usando para describir estos episodios de violencia colectiva en distintos lugares de la Argentina. León “Toto” Zimerman fue quien, parafraseando a Rodolfo Walsh y su caracterización de la Policía bonaerense, sostuvo que estaba ante un “crimen de gatillo fácil” cuando la Policía mató a tres muchachos que tomaban cerveza en una esquina de Ingeniero Budge. Los casos se multiplicaron en esos años y hubo quienes empezaron a trazar paralelismos entre esas ejecuciones extrajudiciales y aquéllas que en la dictadura se presentaban como enfrentamientos. En todo caso, lo que apareció en escena fue la persistencia de fuerzas de seguridad que no estaban preparadas para la democracia. En diciembre último, una rebelión policial se replicó en la mayoría de las provincias argentinas. El mismísimo 10 de diciembre, al cumplirse 30 años del retorno constitucional en la Argentina, la presidenta Cristina Fernández de Kirchner reconoció que era necesario democratizar las policías, una tarea que sigue pendiente. Muchos insisten con que la Policía es parte del problema en la Argentina. No sólo porque sigue usando las mismas metodologías que durante el terrorismo de Estado sino porque aparece como una administradora del delito. La Policía, como sugiere Marcelo Saín, es el eje de un doble pacto: con la política y con el delito. No obstante, el gobernador de la provincia de Buenos Aires, Daniel Scioli, decidió que su receta para combatir el delito y la violencia incluya una saturación policial en el territorio. Para ello, se vale de policías en actividad y otros retirados. El problema es quién selecciona a los retirados. Como el Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS) apuntó en las últimas semanas, el pase a retiro de muchos uniformados fue una forma elegante de encubrir sus exoneraciones.

La defensa de la patria del nosotros aparece como una forma de entender que aquél, el que no merece vivir, pueda ser apaleado y dejado en la calle sin atención. 39


Cuando algunos sectores sociales justifican los linchamientos y otros los condenan explicando que la víctima del ataque no lo merecía, una cuestión emerge: entonces sí hay quienes los merecen.

Guiado por la sugerencia de su ministro de Seguridad, Alejandro Granados, Scioli también incluyó en su batería de medidas un control férreo sobre los motociclistas. Semanas atrás, el ex fiscal Hugo Cañón, copresidente de la Comisión Provincial por la Memoria (CPM), decía que centrar las miradas en los pibes morochos, con gorritas y que van en moto no era otra cosa que generar un caldo de cultivo que terminaría en otros ataques y golpizas, y en un “vía libre” a las fuerzas de seguridad para cometer cualquier tipo de abuso. Una vez más. No es que se incita pero sí se tolera. ¿Qué se tolera? EL ETERNO RETORNO DEL “NO TE METÁS” Durante la última dictadura, distintos latiguillos disparaban contra los afectados por la represión. “Por algo se lo llevaron”, comentaban las vecinas y, en intento solidario, recomendaban: “No te metás”. Mientras tanto, los medios preguntaban insistentemente a los padres y a las madres si sabían dónde estaban sus hijos y en qué actividades andaban. En la transición, el candidato radical Raúl Alfonsín ya empezaba a plantear la necesidad de enjuiciar a los “responsables”, pero su política de juzgamiento, una vez en el gobierno, fue acotada. A través de los decretos 157 y 158, Alfonsín ordenó juzgar a las cúpulas guerrilleras y a las tres primeras juntas militares, dejando sin castigo a la encabezada por Reynaldo Bignone, que había entregado el gobierno a las autoridades popularmente electas. Esos decretos simbolizaron la instauración de la teoría de los demonios, que después explicaría en el prólogo del informe Nunca más el escritor Ernesto Sábato. A resumidas cuentas decía: un demonio de izquierda atacó la Nación y obtuvo una respuesta —infinitamente peor— por parte de un demonio de derecha. En el medio, la sociedad aterrorizada. Ése fue y sigue siendo el relato fundante de la democracia argentina, que terminó sustrayendo de responsabilidades —aunque sea morales— a aquellos que vieron o escucharon cómo el genocidio iba consumándose. Ante ese marco, los familiares de las víctimas ensayaron una respuesta defensiva, que excluía la mención de la identidad política de aquél que había caído bajo las balas de la dictadura o que había pasado por los centros clandestinos. Se los acusaba de “delincuentes terroristas” y con eso se justificaba su calvario. Después de los ataques a presuntos delincuentes, muchos sectores progresistas se apuraron a aclarar que los muchachos no tenían antecedentes penales, que eran trabajadores y con buenas familias. Afirmaciones que aunque ciertas nos interpelan: si no lo fueran y hubieran estado robando una cartera, ¿eso justificaría que un grupo de “vecinos” decidieran “hacer justicia” a los golpes? Cuando algunos sectores sociales justifican los linchamientos y otros los condenan porque explican que la víctima del ataque no lo merecía, otra explicación emerge: entonces sí hay quienes los merecen. Con este sencillo razonamiento, se justifican las torturas en las comisarías, la política del gatillo fácil en los barrios y la producción de espacios como las cárceles, que sirven como depósito de seres humanos. Muchas veces en la historia argentina actores políticos denunciaron que las instituciones estaban viciadas, aún cuando ellos eran parte de ellas. Desde el gobierno nacional se habla de una puerta giratoria que parece no ser tal. Desde la oposición se sostiene un discurso semejante pero se hace responsable a la administración nacional. En el medio estuvo la oportunidad de discutir un ordenamiento de fondo como es el Código Penal en una comisión redactora conformada por expertos de los principales signos políticos. El debate hoy está estancado y la disciplina partidaria recibió un último tiro de gracia. Hace 30 años la sociedad argentina se planteó un “nunca más”, dar vuelta la cara. Esta vez está ante una oportunidad histórica de poner límites a la solidaridad en la violencia o en la apatía. ¿Será capaz de cumplir ese juramento?


COBERTURA / TEATRO

Esquinas en el cielo

MICROFÍSICA DEL ENCIERRO La nueva obra de Mariana Mazover se sumerge en el universo sombrío de una familia para hablar de todas las ficciones que activan el mundo. Texto: María Daniela Yaccar Fotografías: Gentileza de Esquinas en el cielo

T

odas las obras de teatro —bah, todas las cosas de la vida— se pueden interpretar filosóficamente. Algunas son muy posmo: “Hago esto para que no lo entiendas y entonces soy raro y estoy cómodo en mi rareza, y está bueno ser raro, vos no entendés nada y yo tampoco. Pero qué canchero queda, ¿no?” Hay otras que son posmodernas, pero que no emanan esa vanidad. Hay unas en las que el pensamiento se come a la obra: está el contenido por sobre la forma y entonces se pierde teatralidad, esa cosa difícil de definir que sería la capacidad pura y exclusiva del teatro, la gobernabilidad del teatro. No pasa esto con Esquinas en el cielo, tercera obra de la dramaturga y directora Mariana Mazover. Lucrecia (Alejandra Carpineti) es una nena sin edad atrapada en su dormitorio. Tiene un escritorio, una cama pequeñísima —en la que no cabe—, un baúl, muchos libros con cruces en la tapa, un vestido horripilante quedado en el tiempo, una amiga imaginaria. Y tiene un padre que le presenta este día a su nueva institutriz, Adela (Lala Mendía), quien pronto caerá en la cuenta de que Lucrecia vive encerrada. Que lo que ve por su ventana no es lo que todos ven, que lo que hay afuera es todo artificial, que su ventana le muestra árboles que están al revés, que Lucrecia no conoce —y probablemente jamás conocerá— el mundo tal cual es. A través de una ventanita de la puerta, una mano con guante blanco le cambia objetos por unos papelitos que equivalen al dinero. Lucrecia es violenta, tirana, caprichosa e imaginativa, y le hará la vida imposible a esta institutriz, como ya hizo con las otras. Su padre (Daniel Begino) la avala, es más que un cómplice. Pero tampoco es el malo de la película. No hay buenos y malos acá, como sucede en las historias bien contadas.

* Esquinas en el cielo se presenta los domingos a las 18 en La Carpintería, Jean Jaurès 858, Ciudad de Buenos Aires.

Esquinas en el cielo es una historia foucaUltiana y freudiana Hay que pensar, entender el porqué de cada personaje. Esquinas en el cielo es una historia, por decirlo de algún modo, microscópica, la de una familia —no se sabe con exactitud ni de dónde ni de cuándo—; pero es en definitiva la historia de todas las familias del mundo y habla de todas las ficciones que lo activan: el dinero, la religión. Y la mentira. Habla —como hablaba La verdad, de Bernardo Cappa— de cómo se producen las ficciones, de cómo se conectan la verdad, el poder, los discursos. Sí, Foucault. Foucault puro. Esquinas en el cielo es una historia foucaultiana y freudiana. Hay que matar al padre: eso es lo que viene a indicar. Lucrecia está encerrada y es hablada e interpretada por el padre. Cómo desprenderse de eso. ¿Podrá desprenderse alguna vez? En definitiva, es una niña que cree que su ventana le muestra el mundo real, pero está viviendo, comiendo, durmiendo, soñando y pensando en una especie de sótano del cual nunca sale. Si hay poder hay resistencia, decía dialécticamente Foucault. Hay que esperar hasta el final para ver qué pasa con Lucrecia, para espiar si hay posibilidades de que se libere de esa atmósfera asfixiante, en la que, paradójicamente, ella también atrapa a otro (a Adela). Lo cual, si seguimos con la línea de pensar la obra filosóficamente, equivaldría a pensar en todos nosotros. En el sujeto. El famoso sujeto de la filosofía. Cuánto podemos liberarnos de lo que nuestros padres, las escuelas, las universidades, las religiones —con su cúmulo enorme de mandatos— nos dictan. ¿Podemos? El teatro sigue existiendo para esto. Para que podamos pensar nuestro ser-en-el-mundo. Lo bueno es que todo esto que se puede llegar a pensar a través de Esquinas en el cielo no está ahí, servido. Es inevitable dejarse llevar por un texto realmente poético, inspirado en parte en ficciones de Silvina Ocampo y de Clarice Lispector; por unas actuaciones maravillosas, complementarias. Se destaca, tal vez por el lugar que le cabe en la historia, Carpineti en el rol de Lucrecia: realmente el espectador no se puede responder si es una nena, si es una persona grande que se quedó en el tiempo o qué. Además, el espectáculo tiene mucho suspenso, ese clima que no llega a ser terror pero que hace pensar que algo malo va a suceder en cualquier momento y entonces uno está todo el tiempo con el corazón en la boca.

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reseñas

Términus #4, VARIOS AUTORES

Hashtag, Sagrado Sebakis

En el ecléctico mundo de la historieta argenta, dominado por el humor gráfico y la novela gráfica de autor, pareciera que, como en el cine, la independencia pasa por las historias de género. Eso entienden en la auto (y bien) editada Términus, que hace bandera con historias de acción (incluyendo las series regulares “Chess Masters” e “Individuo H”), con un buen número de otros relatos cortos, fantásticos y de terror. El derrotero autogestivo del proyecto llevó a invitar a una buena cantidad de autores, como Diego Aballay o Fernando Baldó (en “El Ocaso”, de guión sobrio, pero buen trabajo gráfico). En este número destacan “Caro” (Carreras/Viacava), “Blas” (Bruno Chiroleu). Hay buenas resoluciones en “R.I.P. 2” (Barreiro/Ferrua/Santana) y en “Ojos fritos” (Germán Erramouspe). / Andrés Valenzuela

En su segunda novela, Sebakis construye una distopía autónoma teñida de localismos. Una Matrix del conurbano. Es el año 2017 y, desde la Casa Rosada, Scioli tiene poder absoluto sobre la República. Con sus soldados, los MechaFloggers, preadolescentes con poderes telekinéticos, amenaza con exterminar a cualquiera que se le oponga. Sin embargo, existe una resistencia: Los Rebeldes, rollingas capaces de bailar rocanrol, la única forma eficaz de enfrentar a los robots sciolistas. Al igual que en Gordo, su primera novela, Sebakis despliega un estilo narrativo que se alimenta de las citas culturales: va de David Cronenberg a los Ratones Paranoicos, de la estética de los juegos de rol a El Eternauta. Hashtag se presenta como ciencia ficción, pero es otra cosa: un collage cultural, un mash up de citas célebres modelo 80/90’s. / Juan Ignacio Sapia

Maten al mensajero, Santiago Kahn

Un deporte hermoso, Ariel Pichersky En la tradición de Manuel Puig, Pichersky maneja con destreza la oralidad de sus personajes. Dos de los tres cuentos que integran Un deporte hermoso consisten en monólogos. Sin embargo, el mérito no está en la reproducción realista del uso del lenguaje, sino en la construcción de un clima distorsionado, casi fantástico, a través del flujo de las palabras. Si, como decían los formalistas rusos, el arte sirve para desautomatizar lo cotidiano, la inserción de elementos fantásticos en un contexto realista logra dotar a los textos de Un deporte hermoso de un extrañamiento ambiguo, efectivo para el lector. Pichiersky toma cosas tan cotidianas como el discurso de un viejo boxeador o el pensamiento de un ferretero eligiendo un papel higiénico en un supermercado, y los reconstruye, dotándolos de un eco fantástico, irreal. / Juan Ignacio Sapia

“Una revista para lectores.” Así sortea Santiago Kahn la institucionalizada etiqueta de “revista literaria” que le cabe a su proyecto editorial sobre narrativas. Maten al Mensajero es, por fuera de cualquier nomenclatura, un encuentro entre lo nuevo y aquello que no debe morir. Es la cita entre géneros como la historieta y la fotografía documental, con el folletín o el aguafuerte. Es un bio-cómic sobre Rodolfo Walsh o un relato non-fiction de un suceso actual. Es donde se juntan autores nóveles (Max Pérez Fallik, creador de Revista Comux, o el colectivo fotográfico M. A. F. I. A.) junto con otros consagrados (como Max Aguirre y Federico Reggiani). Son 92 páginas en papel de calidad, para aquellos que todavía gustan de tocar y oler lo nuevo, aunque también para los que aman archivar ciertas cosas a fin de que no mueran. / Nahuel Gomez


El funeral de todas las distancias, Limón Los 1200 kilómetros entre Mendoza y Buenos Aires que separaban a los integrantes de Limón siempre fueron el concepto principal en sus discos. La distancia no sólo aparecía en las letras, sino que afectaba directamente la metodología de trabajo y la manera en la que las canciones recorrían ciudades para tomar forma. En El funeral de todas las distancias, Limón se despide de esta separación, recordando los males y las virtudes que les trajo este obstáculo. Como en toda ceremonia fúnebre hay lugar para suscitar y homenajear el pasado, pero también se invocan estos fantasmas para poner el tiempo presente y futuro en una perspectiva más clara. Fusionando el formato canción, en su lado más tierno, con la electrónica, en su faceta más experimental, Limón es capaz de dar a luz un segundo disco tan imponente como fuerte. / Eric Olsen

Estados Desunidos, Federico y Matías Córdoba

Mover canival, Nunca Fui a un Parque de Diversiones

Mover canival es y se siente como una especie de renacer para Nunca Fui a un Parque de Diversiones. Este nuevo bautismo encuentra a la banda nacida en Bariloche dejándose llevar por la primera idea hiperactiva que invade la mente para que el sonido rompa el dique creativo. Pronto, las melodías azucaradas y las baterías insistentes nos ahogan en un hermoso frenesí del que nadie quiere salir. Lejos de llenarse de samples y paisajes ambient, como lo venían haciendo en su sólida carrera de EPs, este trabajo es sumamente orgánico: por más que las guitarras tengan un sonido único o los teclados carguen un sinfín de efectos, la sensación de estar saltando y gritando con ellos en vivo es tanto palpable como inevitable. Puede que Mover canival sufra de influencias demasiado evidentes o un sonido más que exigente, pero son consecuencias en el correcto camino de dejarse llevar por los instintos y elevar la obra por encima de las pretensiones. / Eric Olsen

Eléctrica, Esteban Menis Con la chantada argenta en el centro de su guión, Eléctrica cruza The Office con Mad Men. Esta webserie criolla gira en torno a una pequeña productora cinematográfica que contrata a Liniers para hacer un programa dedicado “a los grandes temas”. Con estructura de sitcom, protagonistas delirantes y artistas invitados parodiándose (entre ellos, Daniel Hendler, Martín Piroyansky y Kevin Johansen), Eléctrica propone reírse del universo de la televisión y de la publicidad a través del cinismo y del absurdo. Gran acierto en los personajes: el director megalómano, el eterno pasante, la secretaria maltratada y el artista con aires de diva funcionan. Aquí ensambla muy bien Liniers, interpretándose cual bulímico, como inseguro y subido arriba del caballo, riéndose de sí mismo, más lejos de su universo-Macanudo y más cerca de su yo-twittero. / Andrés Valenzuela

A Doma, de Perrodiablo, le apasionan las estrategias y las tácticas de fútbol; incluso pensó ser DT. A Santiago Motorizado también le entusiasma la redonda, sobre todo el fútbol bien jugado. A Javi Punga y a Daniela Zahra (Mujercitas Terror), el dibujo. A José Segundo, frontman de los Sub, las series. Estados Desunidos (http://estadosdesunidos.tumblr.com/) es un blog que permite acercarse a las facetas no tan conocidas de los músicos a través de una premisa simple: contar sus otras pasiones. Mediante entrevistas, formato que no puede ser más adecuado para este objetivo, los periodistas Federico y Matías Córdoba pintan el lado B de los músicos, sobre todo de la escena independiente. Ya son 26 las entradas, ricas en anécdotas. / Esteban Vera

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Los Posibles

Una cartografía de los conflictos ambientales

“Evitar la discusión deja el campo librado a las grandes corporaciones” ¿Qué modelos a largo plazo están planteados respecto a la sustentabilidad en el uso de los recursos naturales? Esa es la pregunta de fondo que mueve el análisis de la socióloga Gabriela Merlinsky en la búsqueda de pensar escenarios futuros en materia ambiental ante la voracidad extractivista y el cortoplacismo de los gobiernos. Texto: Nahuel Lag Fotografía: Natalia Berninzoni

Construir una hegemonía alternativa asentada en la fuerza de las luchas populares. Boaventura de Sousa Santos

S

i frente a un gran auditorio alguien consultara qué es una lucha ambiental es probable que más de una persona aún nos hable de “salvar a los pingüinos” o “de no tirar las pilas en el tacho de basura”. Es cierto, no faltará a la verdad porque siguen siendo problemas sin resolver a pesar de todas las campañas “Save the planet”. Pero, desde principios de siglo en Argentina, ocurre de forma subterránea —sin donaciones internacionales— un fenómeno social de base interesante en torno a la conflictividad ambiental:

la Red Intercuencas, la Unión de Asambleas Ciudadanas, la Asamblea Ciudadana de Gualeguaychú son ejemplos locales de cómo “lo ambiental” pasó a poner en crisis mucho más que cruzadas verdes sino hasta las propias ideas de desarrollo económico sostenidas por los gobiernos progresistas latinoamericanos. Entender la emergencia de la cuestión ambiental de esa forma, “como asunto político”, y los asuntos ambientales como algo “socialmente construido” —a partir de “la manera en que los actores sociales se vinculan con su entorno para construir su hábitat”— es lo que viene a plantear el libro Cartografías del conflicto ambiental en Argentina, compilado por la socióloga, investigadora del Conicet y coordinadora del Grupo de Estudios Ambientales del Instituto Gino Germani, Gabriela Merlinsky, para quien el “conflicto” no es un problema al que hay que darle rápida solución sino “verdaderos medios


de expresión” de procesos sociales de largo alcance. —¿La nueva agenda del conflicto ambiental se nutre de la paradoja entre el modelo nacional/popular de redistribución de la riqueza y el modelo de desarrollo global/local de extracción de recursos naturales para exportar? —La contradicción de los órdenes global-local se da porque, por un lado, a nivel mundial, las actividades extractivas actúan de acuerdo a la lógica de acumulación de capital, por lo que buscan la expansión de las fronteras de explotación y precisan de desregulaciones en el territorio. Por otro lado, a nivel local, están los habitantes de esos territorios, su vida cotidiana, su forma de reproducción social, lo que hace casi inevitable que ambas miradas entren en conflicto. En tanto, los cambios gestados en los últimos 20 o 30 años (entre dictaduras y neoliberalismo) generaron las condiciones de desregulación para la explotación intensiva de los recursos naturales en toda América del Sur, donde durante la última década de gobiernos neodesarrollistas hubo redistribución de ingresos, pero también se intensificaron los procesos extractivos. Frente a este panorama, el ritmo de explotación es mucho más rápido que la capacidad de recomponer el medio ambiente y los recursos naturales, incluso mucho más rápido que la capacidad de aplicación efectiva de las leyes o las oportunidades políticas para generar otro tipo de regulaciones. —¿Cómo se da esta situación en particular en Argentina? —La reforma constitucional de 1994 dio dominio originario sobre los recursos naturales a las provincias, pero luego hay leyes que regulan cada actividad económica y el gobierno nacional también influye como, por ejemplo, con la Ley de Inversiones Mineras (NdR.: aprobada durante el menemismo). En cuanto al control de las actividades en las provincias (algo que despierta los históricos conflictos en torno al federalismo), la Constitución plantea la figura de “presupuestos mínimos”, que marca condiciones uniformes de protección ambiental en todo el país. Esas leyes nacionales deben ser reglamentadas por cada provincia —con la participación de varios actores de distinto poder de incidencia, entre ellos, pueblos originarios, campesinos, ONGs— y en esa tarea, prácticamente, se crea una nueva legislación. Pero entre las audiencias públicas y la sanción de la ley, los actores más poderosos en el campo político provincial, los que no quieren que les reduzcan su capacidad de acumulación y explotación de los recursos, logran bajar los pisos de protección ambiental. —Los intereses corporativos locales y globales llevan las de ganar… —Por un lado, es importante no tener una visión ingenua sobre las leyes o las posibilidades de participación que posibilitan, pero, por el otro lado, tampoco hay que caer presos de visiones conspirativas, producto de miradas muy críticas, y decir: “Acá no pasa nada”. Sí pasan cosas, la gente accede a información pública, sabe que los “presupuestos mínimos” pueden ser reclamados y eso otorga un empoderamiento en términos de control de gestión y acceso a la Justicia. A pesar de las enormes asimetrías de poder, hay colectivos sociales organizados que logran imponer sus voces en tres aspectos clave: discutir qué quiere decir participar en la toma de decisiones, demostrar que las leyes toman nuevos sentidos a partir de su uso social y exigir el control ciudadano en la gestión de las políticas públicas. —La Unión de Asambleas Ciudadanas exigiendo controles alternativos a la industria minera en la cordillera, la Red Intercuencas en el área metropolitana, la Asamblea de Gualeguaychú son casos emblemáticos de estas nuevas voces. ¿Qué significa su irrupción en el mapa de la conflictividad ambiental? —Son procesos muy interesantes porque, como dice Maristella Svampa, funciona en ellos una memoria larga y una memoria corta. Estos colectivos son herederos, sin tener las mismas demandas, de las experiencias asamblearias de 2001. Las miradas estigmatizantes sobre estos procesos indican que “se la pasan discutiendo y no hacen nada”, pero no es así, ocurre algo muy relevante: son laboratorios de experimentación y construcción de escenarios futuros. Por ejemplo, en una asamblea de la UAC se pueden escuchar preguntas como “¿si la minería usa determinada cantidad de agua, cuál va a ser el nivel de disponibilidad para los próximos diez o veinte años?”. Esa mirada marca un escenario de mundo posible que es alternativo a la invalidación de opciones de futuro que plantean los megapro-

yectos extractivistas. —¿Qué más vinieron a poner en cuestión estas organizaciones? —Los movimientos sociales también ponen en cuestión a la ciencia y la técnica como único medio posible de legitimar la respuesta a los problemas y plantean: ¿el conocimiento de quién es el que cuenta? Ante un saber experto que dice “esto no va a contaminar”, el colectivo social busca material de prueba adicional y se van generando saberes locales que confrontan incluso la definición de causalidades en relación al surgimiento de las enfermedades. Cuando parte de la prueba adicional es aportada por otros científicos, que discuten el saber experto, se genera también una controversia hacia el interior del campo de la ciencia. El caso de las Madres de Ituzaingó y los estudios del investigador del Conicet Andrés Carrasco —desarrollado en el capítulo de Karin Skill y Ezequiel Grinberg— respecto de los efectos potenciales del glifosato sobre la salud de las personas son dos claros ejemplos. Cuando los colectivos abren ese espacio de discusión transforman lo que se cree estrictamente técnico en político. —¿El desafío futuro es romper la barrera de “inviabilidad” entre ambas posturas y profundizar el debate entre los distintos actores en conflicto?

“A pesar de las enormes asimetrías de poder, hay colectivos sociales organizados que logran imponer sus voces.” —Son interesantes los debates que ya se están desarrollando a escala local. Por ejemplo, una buena parte de los proyectos mineros (NdR: aumentaron de 18 a 641 desde 2003) están implantados en la región de Cuyo, donde los habitantes tienen una memoria histórica acerca de los problemas crónicos de falta de agua y, precisamente, la minería utiliza mucho ese recurso. Si observamos que el Gobierno de Catamarca autorizó a la Barrick Gold a utilizar en Minera La Alumbrera 100 millones de litros por día, casi el doble del consumo provincial, ¿qué modelo a largo plazo planteamos respecto de la sustentabilidad en el uso de los recursos naturales? Por otro lado, en La Rioja, la Asamblea Ciudadana de Famatina ha llegado a abrir el debate sobre la redistribución de las regalías que la actividad minera deja al Estado provincial. Ante eso, hay una inviabilidad del poder provincial para sostener la discusión y la única respuesta es la represión. Esos son los debates que necesitamos, pero no sé cuántos actores del campo político están dispuestos a darlo porque sus programas de gobierno se concentran en propuestas inmediatas, acotadas a los próximos ¿cuatro? años. —¿Y cómo se están canalizando estas demandas sociales? —En estos últimos años, se canalizaron por vía de la judicialización de los conflictos ambientales, (NdR: como, a distintas escalas, ocurrió con el saneamiento del Riachuelo, las pasteras en el Río Uruguay o la Ley de Glaciares) aunque sigue siendo insuficiente, porque después los jueces no logran generar condiciones para que las sentencias se transformen en políticas públicas. —Si el debate no avanza en los próximos años, ¿en qué posición quedará parada la región? —Evitar la discusión dejará el campo liberado para las grandes corporaciones que sólo buscan la explotación intensiva de los recursos. Probablemente haya escenarios de conflictos muy fuertes o tengamos clases dirigentes muy adaptadas al proceso de explotación extractiva y eso lo que hará es aumentar la desigualdad. Unos pocos se van a beneficiar y el resto tendrá problemas para acceder al agua potable, se reducirá la disponibilidad de tierra para la agricultura familiar. ¿Seguiremos perdiendo hectáreas de bosques? ¿Dónde quedarán las políticas de soberanía alimentaria? —Entonces, ¿cuál es el aprendizaje de la lucha ambiental dada por los movimientos sociales? —La productividad de los conflictos encabezados por las asambleas ciudadanas, vecinos autoconvocados, foros y demás organizaciones es la de abrir escenarios de futuro y plantear la pregunta sobre diferentes estados de mundo posibles.

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historieta / CON UNA COPA EN LA MANO, por Manuel Loza



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