RĂ?O DE LA MANO un barrio con identidad
RÍO DE LA MANO un barrio con identidad
Equipo de trabajo está compuesto por: Claudio Fierro Diaz: Editor, apoyo Fotográfico. Roberto Hofer Oyaneder: Textos. Nancy Luna Diaz: Diseño Gráfico. Juan Carlos Muñoz: Dibujos tapa y contra tapa, apoyo páginas interior.
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Número de Registro: RPI 255.347
P Punta Arenas, Agosto de 2015.
Ă?NDICE 54. 55. 56. 57. 58. 59. 60. 61. 62. 63. 64. 65. 66. 67. 68. 69. 70. 71. 72. 73. 74. 75. 76. 77. 78. 79. 80. 81. 82. 83. 84. 85. 86. 87. 88. 89. 90. 91. 92. 93. 94. 95. 96. 97. 98. 99. 100. 101. 102. 103. 104. 105. 106. 107. 108. 109.
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Di re ct iv a d e la junta Vecinal nº
23 d e l “Rio d e la Mano”
ADELA CARCAMO OYARZO, Presidenta.
MARCIA VARGAS GUELET, Secretaria.
FLOR RHEL ALVARADO, Directora.
NELLY AYALA OVARETT, Tesorera.
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Río de la Mano: Un sector con identidad Algunos antiguos dicen que el clima ha cambiado con el paso de los años. Punta Arenas también ha hecho lo propio, a la hora de expandir sus márgenes por obra y gracia de una humana y trashumante marea, corazones en ristra en busca de un destino más al sur del sur. Así como siempre hay un precio que el migrante debe pagar por el destino que decide fraguar, al promediar el siglo XX la cuenca de un sector conocido como Río de la Mano albergaría un sinnúmero de historias, todas entretejidas por sueños y esfuerzos de trabajadores y sus familias, quienes se enamoraron y forjaron raíces allí: en aquel 6
espacio que sintieron como una prolongación de su Chiloé o su Natales querido. Tan cercana reminiscencia llevó a que el interesado, en algunos casos, ni siquiera vacilara en “tomarse” un pedacito de terreno antes del amanecer, con tal de echar raíces allí y cosechar un mejor mañana. Río de la Mano es un punto cada vez más pequeño en el trazado urbano de esta capital de la Patagonia, que ya amerita un nuevo Plan Regulador. Sus límites como sector no han variado mucho si nos remitimos a su historia inicial de terrenos demarcados a la rápida, de tupida vegetación y dispareja topografía, apenas conocida como sitio de práctica de tiro en medio de chacras o vista como desmejorada cuenca o descuidada extensión aledaña a aquel populoso sector destinado a ser el actual barrio 18 de Septiembre. 7
En cuanto a poblamiento, que se generó a fines de la década del ’50, su principal aporte provino de familias procedentes de Última Esperanza, la Patagonia argentina y de Chiloé, vínculo este último que se mantiene en la actualidad por parte de quienes apostaron a este sector próximo a un río. Tal devenir a lo largo de décadas ha definido a Río de la Mano como un sector más bien quitado de bulla, bastante cohesionado en el ámbito vecinal y que mantiene a la fecha una marcada presencia de adultos mayores. Ellos encarnan a los miembros de familias originarias que desarrollaron un fuerte sentido de pertenencia con aquel entorno, sin cortar tampoco su lazo con el archipiélago chilote. Desde un primer momento sería evidente su composición de barrio conformado por gente de esfuerzo, en su mayoría obreros y jornales, muchos de ellos con experiencia en el campo o en la minería, y cuya conciencia social también la volcaron allí a la hora de organizar a los vecinos, e incluso darle una mano a aquellos más necesitados o aquejados por alguna carencia o desgracia. Aparte de los colonos que se proyectaron y formaron un hogar allí, un nexo importante con los primeros años de historia del sector lo constituyen los hijos de aquellas familias, cuyas edades fluctúan entre los 50 y 70 años, muchos de ellos nacidos y criados en sus lindes. Los mismos que fortalecieron su carácter lidiando con el clima, en demanda de un progreso más igualitario, al paso de una sacrificada pero bien
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asumida caminata para llegar a la escuela. O al calor del contacto diario de espacios compartidos e infantiles vivencias en medio de la rudeza de inviernos trastocados en juegos; al centro de lo cual siempre estaba presente el incontrolable río, y de fondo más de alguno de sus recovecos. Los recuerdos, apoyados en fotografías, dan cuenta de una activa vida al aire libre, donde los antiguos cumpleaños y las Navidades en el barrio se vivían con la intensidad de una extendida fiesta familiar. Aquellas escapadas a cualquier hora para compartir jugando con trineos, bicicletas o bien a la pelota en una improvisada cancha, e incluso surcando túneles o un precario puente, llenaron la alegría de los niños y niñas durante años; e incluso esas emociones quedaron flotando allí, pese a la inevitable llegada de la televisión a algún afortunado hogar para secuestrar la atención de los vecinitos de toda una cuadra a la redonda. Esta postal de un barrio tranquilo se nutriría con personajes que le fueron dando identidad y cohesión al sector como un pequeño microcosmos, sin faltarle ese sello propio que le imprimirían desde la actividad laboral que 9
desarrollaban, ya sea a través del peluquero del barrio o del vecino que levantó una fábrica de bloques, el turronero, los almaceneros e incluso de aquellos que dejaron el alma allí, a través de la fundación de un club de boxeo o la conformación de un club deportivo, sentando las bases de un arraigado sentido de pertenencia. A esas alturas, tanto adultos como jóvenes en pleno desarrollo se irían integrando de manera progresiva a través de lazos duraderos, siendo muchas más las instancias que los unieron, entre las que figurarían un centro juvenil, una capilla, una junta de vecinos propia, un centro de madres y hasta un jardín infantil. Esta historia sólo albergaría en sus primeras décadas un adelanto sustantivo en términos de urbanización a través de la canalización del río, que le cambió la cara a un sector siempre anegado en invierno; en tanto nuevas generaciones verían capitalizar sus disímiles inquietudes juveniles, forjadas por la morfología de la cuenca, en lides tan distintas como el fútbol, el boxeo, el atletismo, la literatura, la halterofilia y el arte, llegando incluso con los años a cosechar triunfos de alcance nacional e internacional. Por supuesto que sus esforzados protagonistas tampoco estuvieron ajenos a hechos tristes y con ribetes de tragedia, pero salieron siempre adelante con el apoyo solidario de sus vecinos. Hasta que el progreso también hizo acto de presencia hace poco más de dos décadas, pujando mejoras a través de una intervención del sector con pavimentaciones y la confección de muros, miradores soñados y cortavientos, cuyos distintos niveles y casas escalonadas exhiben hoy sus techos, murales y cerros multicolores, de la mano de una verdadera puesta en valor. Allí, desde donde el estrecho y la belleza de su entorno se funden en distintos puntos de referencia, como sector privilegiado que más de alguna vez buscó darle una mano al río para vivir así mejores días.
Un sector diferente Dentro de la topografía del sector sur de Punta Arenas, una singularidad que por muchos años constituyó un sector aparte fue el Río de la Mano, conocido hasta hace un par de décadas como Zanjón Río de la Mano, como si lo que definiera su identidad fuera haberle ganado la mano al río. Son muchas las razones que nos llevaron a concentrar nuestro trabajo en el área de influencia de aquel hoy subterráneo cauce. Si para muchas personas los años de su cronología vital comprendida entre la juventud y la plena adultez son insuficientes para llegar a ver concretados los sueños y esfuerzos que dan sentido a su vida, allí, en contacto con sus pujantes y amables habitantes, compartimos sus afanes por hacer de su entorno el mejor lugar habitable. Pese a limitaciones y aspectos que los hacen sentir todavía algo alejados de la mano de Dios, aquello no excluye que muchos en Río de la Mano lleven una existencia plácida y con plena conciencia de las particularidades que iluminan su vida, desde las generosas tonalidades de sus arboledas en otoño hasta los colores que inundan de vida aquel pequeño valle urbano con aires chilotes. 10
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Como población que viene sufriendo hace años la pérdida de sus ancianos, a través del testimonio de algunos de ellos y sus descendientes se ha procurado llenar algunos vacíos en la memoria para establecer vínculos con el pasado. Este ejercicio no sólo ha permitido escarbar las raíces del sector, sino también indagar en diversos aspectos de identidad que han marcado a quienes fueron los primeros niños de este naciente barrio y se empaparon de una comunidad. Para quienes componen este espacio vital, hay una noción clara que la población de su sector alcanza a unos 2 mil habitantes -Según el censo del año 2002, aquel barrio arrojaba un total de 2.800 habitantes y 856 viviendas-, siendo sus límites: Pérez de Arce (norte), Briceño (sur), Zenteno (oeste) y Avenida España (este). La meridiana claridad acerca de su delimitación actual habría sido un verdadero quebradero de cabeza hace poco más de 60 años, época en la que Punta Arenas era una ciudad pequeña aunque en plena expansión. Si en la actualidad Río de la Mano representa una suerte de Valparaíso en miniatura –aspecto que veremos más adelante-, con singulares pendientes, miradores y micro espacios de particular belleza, en la década del ’50 la película era otra. Su carácter campestre nos habría hecho pensar en un área verde apropiada para un paseo familiar, de cerros con dispares laderas y tupidos calafates. Esta postal, un tanto ajena a la civilización, apenas hacía pensar entonces en su ocupación en la forma de hijuelas con cierto potencial urbano, aunque en un futuro más bien lejano para esa época. Tal vez su similitud con algunas postales de aquella tierra insular llamada Chiloé, de montes “con su eterno verdor” -según el himno de la provincia-, llevó a muchos hijos del archipiélago a instalarse en dicha ubicación un tanto “a la buena de Dios”, y como parte de una presencia especialmente notoria en el ámbito del poblamiento de Punta Arenas durante las décadas del ’50 y ‘60. Uno de ellos es Luisa Álvarez, quien en 1960, gracias a datos del poblador Arturo Chacón, fue la segunda persona en habitar con su familia el sector bajo de la cuenca del Rio de la Mano, hoy calle Serrano. Con los años, muchas costumbres que trajeron de Chiloé se fueron arraigando en esta ciudad, contando su gastronomía a través de los milcaos, la chochoca, el curanto (aunque en olla) y la siembra de ingredientes como papas, repollos, lechugas y habas en este pedazo de cerro cerrado, además de hierbas y frutales. Rosa Garay Matamala, cuyos padres figuraron entre los primeros vecinos del sector, menciona que todos aquellos terrenos fueron propiedad de tres importantes personajes de la sociedad magallánica, los señores Contardi, Caffarena y Turina. De ahí la denominación que se le otorgó a la actual diagonal Alcalde Turina, y del pasaje Caffarena, como primeros propietarios de lo que en su época fue un loteo grande (llamado Loteo Carlos Bories), “que eran sitios baldíos y que lotearon y vendieron, y se lo vendieron a la gente que en ese momento estaba interesada en construir”, agrega Rosa. 12
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“Años luz” en perspectiva En calle Serrano resalta la primera casa erigida en el sector, que fue obra de José Santos Mondaca Matus, quien se vino desde Temuco y le plasmó un sello distintivo a través su albañilería en ladrillo. Hoy la ocupa su hijo Orlando Mondaca Gallardo, de 65 años, quien señala: “Mi padre llegó acá buscando oro y después se dedicó a leñería, carpintería, trabajaba en todo el viejo, hacía de todo, fue pescador también”. Según le contaron, ya en el año 40 don José habría empezado a construir su hogar, ladrillo por ladrillo, lo cual le tomó bastante tiempo. Única en su tipo, la vivienda ha resistido el embate del tiempo, e incluso el terremoto del 17 de diciembre de 1949, el cual sólo la trizó en algunas partes. Después ha soportado la caída de una micro y un camión grande cuando la calle aún era de tierra. 14
Otro de los antiguos del sector (hacia el oeste) es Erasmo Ojeda Silva, 89 años, peluquero oriundo de Puerto Montt, quien llegó en 1949 a Magallanes procedente de las minas de plomo de Puerto Cristal, por el lado de Buenos Aires. A su llegada recuerda que “hubo una vez una toma de tierra, entonces me trajo un colega peluquero y vine acá, a esta parte me trajo él. Entonces yo hice aquí una casa tipo mediagua nomás, de tres piezas, cocina, comedor, dormitorio, esas cosas así. Y fui la segunda persona que llegó a este lugar, porque anteriormente había un señor Bahamonde que llegó primero que yo”. Desde 1953, año en que se instaló, sigue el pulso de los tiempos desde su vivienda de Zenteno N° 1937: “Me mantengo acá porque acá fue donde me establecí con mi señora y mis hijos, entonces le tomé cariño a esto y sigo acá. Ahora cuántos años más viviré, no sé”.
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Hace seis décadas nevaba hasta 80 centímetros de nieve en invierno, y como ningún otro vecino se motivaba, él se veía en la necesidad de limpiar su sector hasta llegar a la calle Prat. Aparte que si no lo hacía no podía salir por ningún lado, “porque todo era un cerro con árboles, matas de espina, qué se yo, todas esas cosas. Todo esto había pertenecido al barrio San Miguel, y después fueron cambiando la estructura de nombre, de calles, de todo, poniéndole: calle Pérez de Arce, Gaspar Marín, Juan Enrique Rosales”. Después surgiría la población (después barrio) 18 de Septiembre extendiéndose para arriba. Grafica que había un polígono de tiro en las proximidades, a unos dos kilómetros a continuación hacia el cerro, y de igual forma hasta el Barrio Sur (hacia Las Heras con Prat), “por ahí creo que era donde disparaban”. Don Erasmo alcanzó a estudiar un año arquitectura en la Universidad en Valparaíso, debiendo abortar por las obligaciones familiares de ayudar a educar a numerosos hermanos. Sin embargo, aún sigue en aquel oficio donde volcó su veta artística, la misma que heredó su hijo Alejandro. “Salió mejor que yo”, resalta en alusión al dibujo y la pintura. Y si de historias de empuje se trata, hace casi un año que Ramón Aguilar Aguilar mantiene una doble vida. Pese a frisar la mitad de su octava década, él continúa con su rutina normal de trabajo de años y, por otro lado, se desdobla para mantenerse pendiente de su esposa, a quien durante meses le ha procurado un recinto familiar, distinto a su hogar, donde la atiendan bien a causa de su Alzheimer. El vacío dejado por su única compañera durante 60 años a duras penas lo llenan hoy sus perros. Este nativo de la Isla Grande (de Yutuy, frente a Castro) se cuenta entre los cinco primeros que llegaron a “hacer patria” en 1950 (“o por ahí”) adonde luego se abriría el pasaje Aconcagua. “Estaba el finado Segovia que ya está fallecido, Catalán, después uno que le decían Guanaco, no me acuerdo el apellido tampoco. El único que va quedado soy yo y el vecino Santiago Díaz, también de la casa grande que está allá. A ese hombre le dio también la ‘garrotera’, el Alzheimer, así que no se puede hacer nada”, testimonia. “Yo me vine joven de Chiloé a trabajar, porque yo tenía un tío que tenía estancia en Agua Fresca, mi finado tío Guillermo Aguilar, a lo mejor ustedes lo han oído nombrar, era gente rica y cuando uno viene de Chiloé es siempre mal mirado”, señala con una franqueza que pasma. La misma de quien se quebró la espalda durante sus primeros años de leñador, carretonero y, tras su servicio militar en el Pudeto, como tripulante de camiones. Pero él no estaba dispuesto a seguir siempre apatronado: “Yo tenía una radio grande, empecé a juntar plata mi plata atrás de la radio, porque era poco (lo que ganaba). Después cuando ya contabilicé tenía como 600 pesos, me fui al Arte de Vestir, me fui a comprar un traje, como daban crédito en ese tiempo, un buen traje negro, una buena corbata, salí ‘ahorcado’ y con reloj igual. Y compré un camión, un Ford V8, 500 pesos salió un camión. Trabajé en el carbón, el ripio, en la leña también, algunos viajes que otros, toda la vida yo he vendido leña”. Y Don Ramón no sólo cosecha sino que sigue sembrando.
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De su barrio, corrobora que al llegar allí no había nada: “Yo cerré mi sitio al lote nomás, tiene como 35 metros, ésta fue una hijuela, no recuerdo quién era el dueño. Después fue loteado y lo vendieron, no me acuerdo si pagué 180 ó 280 pesos. No había muchos interesados en ese tiempo, no, maestro, quién iba a interesarse si había puro calafate”. Aparte que su pasaje Aconcagua, que originalmente tendría conexión con la calle 7, al final quedó trunco hacia el sur: “Los viejos se amontonaron todos ahí (con sus casas), ya no hubo pasada p’ allá (…) no hubo más calle, quedó hasta ahí nomás, así fue la cuestión”.
Miradas femeninas Varios escalones más abajo que don Erasmo y un par de cuadras hacia el norte de don Ramón se ubica la vivienda de Graciela del Carmen Díaz Berdún, quien se vino en 1958 desde Mocopulli, Chiloé, junto a sus padres. “A los 3 años llegué al barrio y acá no había nada, nada (…) tiro al blanco (era) toda esa parte de abajo. Salíamos a buscar calafate, achicoria, porque antes se hacía la ensalada con achicoria, la gente lo compraba, hacía su asado y con su ensalada de achicoria”, señala. Su papá, José Díaz Neira (a quien todos conocían como “Ganchito” Díaz), era obrero de la construcción y trabajaba día y noche. Él estuvo en las obras del Hotel Cabo de Hornos y del edificio de la Telefónica de Avenida Colón, en las noches hacía de cuidador y el sábado y domingo salía con su hija a vender sacos, botellas y damajuanas a la compañía de bebidas gaseosas La Pradera y a Cervecerías Unidas. “Ganchito” era de Victoria y su esposa, María Sara Berdún, chilota. “Eran felices ellos con lo poquito que tenían, era gente que se conformaba con lo que tenía, como era antes. Hoy día no, porque si no tiene un televisor grande… Esa vida era bonita, porque yo nunca escuché que se pelearan, no les faltaba nada para comer. Comían todos juntitos en la mesa”, destaca. Graciela estudió en la escuela que había frente a la Primera Comisaría de Carabineros donde hoy se ubica una junta de vecinos, antes de que construyeran la Escuela 18 de Septiembre. De ahí pasó a la Escuela 8, que le decían “la escuela de los burros” cuando estaba Julio Villalobos de director, quien decía tenía “la mano pesada”. Y en 1965 ingresó a un liceo que funcionaba donde está el Hogar de Cristo, en calle Balmaceda. “Yo soy una mujer de esfuerzo, he trabajado desde los 7 años, mi madre era una persona anciana, entonces tenía que hacer las cositas…, (De ahí que) me casé muy joven, me fui a los 15 años de acá. He luchado mucho en la vida, mucho esfuerzo, yo tuve nueve hijos (tres fallecidos), me han pasado muchas cosas en la vida muy malas, pero sí he salido adelante, así como me he caído me he levantado miles de veces”, subraya. Otro rostro emblemático es el de Teresa Andrade Vera, domiciliada en Francisco Antonio Pinto, al extremo sur del barrio, quien atiende uno de los boliches más antiguos de la ciudad. En 1959 llegó al sector 22
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procedente de Chonchi con su marido, el esforzado colono, Francisco Macías Andrade (Q.E.P.D.), quien trabajó en la estancia Cameron. Sus dos hijos se prolongan hoy en dos nietos y dos bisnietos. De este lugar, en el que antes no había nada, rememora: “Era un pantano acá, sólo esta casita estaba, pero era un ranchito”. Artífice de ella fue su cuñado, Santiago Macías Andrade, quien pasó por allí primero, “y cuando nos vinimos a quedar aquí él lo agrandó. De ahí lo empezamos a arreglar cuando quedamos ya nosotros de dueños”.
De ahí, entre los vecinos “a pala y picota” se motivarían a abrir un camino y después los apoyaría un camión de la municipalidad para ir buscar el ripio de afuera. Mientras los varones ripiaban ella les hacía los sándwiches y ponían el vino, pues ya tenían el negocito. Su local nunca tuvo nombre, y con los años abrieron otro almacén al que le decían “El Chonchino”, dada su procedencia, en la esquina de Prat, donde el barrio 18 de Septiembre limita con Cerro Primavera. Cuando llegaron ahí tampoco había casas y andaban los vacunos sueltos.
Su historia magallánica parte un 18 de septiembre al llegar como muchos colonos por vía marítima, en el segundo viaje regular del buque Navarino. Al momento de instalarse recuerda que esa empinada cuesta de Francisco Antonio Pinto “era como un caminito de ovejas en Chiloé, y estaba lleno de calafate y un solo pantano. No había nadie, con la excepción del vecino de enfrente, casado con la señora Eliana (Vivar) quien tenía un ranchito”. Él era el único morador y había hecho su servicio militar en el Pudeto junto a su marido.
Casi coetánea a ella es Ema Aravena Contreras, quien vive en Patagona con Manuel de Salas y fue hija de Guillermina Contreras, una caritativa dama a quien todo el mundo recuerda como “doña Mina”, que siempre vivió pendiente de todos sus vecinos. Como descendiente de españoles, señala que su madre tenía un carácter muy fuerte, lo cual siempre la llevaba a tener intercambios de palabra con su vecino Gamín, otro conocido lugareño, “pero en el fondo se querían, porque terminaban la discusión en alegrías, compartiendo de repente la siembra que él tenía o cosas sencillas, pero los recuerdos siempre quedan”.
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Nacida y criada en el barrio, Ema destaca que antiguamente los vecinos compartían mucho más, sobre todo cuando en invierno había que hacer filas para ir a comprar leña: “Lo digo porque era un solo camión que venía y nos hacían formar para poder tener esa leña o el carbón que lo pasaba a vender el señor Flores. Como no existía pavimento, era todo cerro, era muy difícil llegar a este barrio, entraban por Serrano pasaba por debajo, por la vuelta donde está la junta de vecinos y seguían subiendo, pero se encontraban con los famosos puentes que era difícil cruzarlos, sobre todo en la época de invierno que estaba escarchado”.
volvíamos en la tarde, teníamos que salir súper temprano para poder llegar a tiempo, sobre todo subir el cerro que tenemos en Caffarena con Briceño. En esa parte (…) el viento te daba en la cara y era sacrificado salir de aquí, muy sacrificado”.
Esto da cuenta que era muy difícil vivir en este barrio alejado del centro y cercano a los cerros, donde había nieve por doquier y el invierno era malo para los pobladores. A Ema y su hermana les costaba salir de la casa para ir al colegio y debían hacerlo todo caminando: “En el caso mío, yo estudié en la escuela Hogar del Niño Miraflores, que queda abajo a orilla de playa. Teníamos que cruzar una pampa para poder llegar al colegio, esa fue nuestra escuela. Nos íbamos en la mañana y nos 25
Travesuras al despoblado Ricardo y Roberto Gamboa Yáñez, Rodolfo Díaz Subiabre y Manuel Vargas Calisto son cuatro vecinos emparentados entre sí, conocidos como “Los Buenos Muchachos”, prácticamente nacidos en aquel campestre sector e infantiles testigos de su poblamiento. De hecho, Manuel señala que “el cerro de al frente (por Pérez de Arce) era todo pelado, si esas casas llegaron después a última hora”. En el caso de los Gamboa, sus padres llegaron en 1935 de Chiloé (Curaco de Vélez) y se instalaron en un vacío zanjón, donde hoy está calle Señoret llegando a Serrano. Como otros en el sector, su padre era autodidacta y trabajó como esquilador, carnicero e iba a buscar oro al Río de las Minas. Roberto destaca que con su alegría infantil llenaban los espacios: 26
“Todo era pampa, matorrales, ahí jugábamos al fútbol, a la pelota, a los cowboy por los cerros, tirar piedras por los cerros, dejar amarrados a los prisioneros cuando jugábamos a los cowboy, quedaban amarrados a un palo. Igual que las películas de John Wayne que veíamos, con pistolas de quijadas de cordero; la que era de vacuno era una metralleta”. En más de una ocasión, en estas lides entre indios y vaqueros dejarían olvidado a un contrincante atado. Todo ello lo hacían también en complicidad con el río, señala su hermano: “En Avenida España estaba la bóveda, la boca del túnel, y de ahí para arriba era todo río, así que teníamos para jugar. Por ejemplo, en tiempo de invierno llegábamos con trineos y con los famosos palillos esos arriba cuando el río se escarchaba, hasta arriba, donde está el supermercado Unimarc Sur. Hasta ahí estaba todo el zanjón y nosotros íbamos hasta arriba y después cuesta abajo”.
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Por su parte, Rodolfo Díaz confiesa: “Una vez, como éramos aniñados, cruzamos ese túnel hasta por debajo de la playa, por dentro y ahí cabían lobos, cabía de todo. En ese tiempo las botellas de licor venían con una paja, envuelto así como un poncho y esa era nuestra antorcha”. La mala suerte quiso que entonces la marea estuviera alta y al no poder salir arriba tuvieran que devolverse. Al otro lado, en la desembocadura su papá los esperaba con la correa en ristre. Pese a que nevaba mucho, estos muchachos no desaprovechaban el día para jugar e incluso fabricaban unas pelotas gigantes de nieve y las disponían en la esquina de su improvisada cancha para impedir el paso a los vehículos. Otras veces consumirían sus tardes jugando al trompo, al blanquillo, a las bolitas o a la troya, sin olvidar el zuncho, el trompo, el quiñe (pelea de trompos), los trineos y volantines hechos en casa. Eran tiempos en que todo lo recibido había que ganárselo. “No había permiso si no cortabas leña, la picabas, hacías astillas y para encender el fuego traías carbón; si tú nos hacías esa faena no había permiso, eran estrictos”, señala Roberto. De igual manera, a la hora de entrarse era “el puro silbido y a la casa”. Los horarios de comida eran marcados, debiendo estar todos en la mesa al almuerzo, a las onces y a la cena; nada de llegar a goterones, eso no se toleraba. Ricardo recuerda que el año 59 vendieron los sitios de enfrente que dan al cerro y que eran de Contardi, “y cuando la gente vino a colocar sus cercos nosotros sentimos que nos quitaron la cancha de fútbol”. En esos años los futuros pobladores iban a trabajar en el día, a instalar sus postes y sus cercos, y por la tarde los niños del barrio los retiraban y dejaban despejada la cancha para jugar a la pelota. Y al otro día volvían los nuevos propietarios algo descompuestos a colocar su cercos. Rodolfo Díaz apunta que en esos años la municipalidad retenía a los vacunos y caballos sorprendidos en la calle, y los llevaban hasta donde se ubica hoy el Liceo María Behety. Como a cierta hora los largaban a comer pasto, ellos solían jugar un partido de fútbol, toda la tarde, “y después pescábamos las vacas y las ordeñábamos con un tarro de duraznos”. Y como había lecherías cerca, estaban los Ranielli, los Silva y los Águila, también aprovechaban de ordeñarlas cuando pastaban hundidas en los hualves, a la altura de Briceño. Otro tanto se daba con los caballos retenidos, apunta Ricardo, que iban a parar donde un cuidador al Parque María Behety, y hasta allá iban ellos a sacarlos para dar paseos y luego los dejaban sueltos. Rodolfo nunca olvidará a un caballar del señor Díaz, de la pompa fúnebre, al cual iba a dejar al sector; y pobre del que le gritara “Rayito”, ya que el animal encolerizado corría tras el incauto para morderlo y patearlo. De los personajes característicos del barrio en aquella época mencionan al señor Dönicke, quien vendía el carbón que bajaba desde Mina Loreto; y a Neftalí Bahamonde, el turronero, abuelo del futbolista Mauricio 31
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Aros, quien ofrecía su insuperable producto a la salida del Liceo San José o del cine. “Él siempre vestía una boina, un delantal blanco y una caja de madera, ahí llevaba su mercadería e iba al centro, a la plaza y se colocaba en una esquina a vender”, refiere a su vez Ema Aravena. Durante muchos años recuerda también al señor Moraga, que andaba en un carrito con un caballo repartiendo el pan, En la panadería Magallanes (de la familia Bartulovic) al llegar a Paraguaya, trabajaba el maestro panadero Dönicke, padre del vecino que repartía carbón. Y después cuando ya se formó el Río de la Mano tuvieron al lechero, que Ricardo recuerda como un hombre simpático, “porque se curaba y el caballo lo traía solito a su casa, lo encontrábamos en el camino”.
La multiplicación de las tablas Muchas de las antiguas viviendas que permanecen en pie hoy son habitadas por los hijos y nietos de esos primeros pobladores. Uno de ellos es Rosa Garay Matamala, hija menor de Gilberto Garay Barrientos y Rosa Matamala Poblete. Su casa se ubicaba frente a la fábrica de bloques del finado Orlando Vásquez. Rosa es hija de quien fue el peluquero del vecindario, y aquellas cuatro paredes albergan hoy los más emotivos recuerdos, partiendo por esos detalles tan propios de una auto construcción, cuya estructura original se ha conservado tras varias remodelaciones: “Es tan así que cuando tú entras al dormitorio de mi hija las tablas crujen, ya que son las mismas a las que tuvimos en algún momento que ponerle gato hidráulico por abajo para mantenerlas fijas, porque económicamente es demasiado oneroso pensar en que vas a levantar la casa, poner base de cemento y volver a sentarla”. Rosa evoca que cuando su familia se asentó con cuatro niños en el sector, y al poco tiempo cinco: “Mi hermano mayor, José (que está fallecido ya), Estela, que es la que le sigue, Omar Alfredo, Tamara y yo. Yo no llegué al sector, porque yo nací en el Río de la Mano, ellos llegaron el año 64 y yo nací el año 66, así que pueden sacar cuentas”. Su papá, quien trabajaba como carpintero en Asmar Magallanes (jornal civil), nunca tuvo la manifiesta intención de instalarse allí, pero la repentina separación conyugal de un compañero de trabajo lo convertiría en inesperado comprador de dicha hijuela. “Y cuando (Gilberto Garay) le dijo a mi mamá que había adquirido un espacio tan grande, ella le dijo: ‘construye en un costado para que el otro lado te quede para hacer gallinero’”, añade. Como “guinda de la torta”, el río corría por la parte de atrás de aquel terreno no tan claramente urbanizado, por lo que su madre veía en instalarse ahí la posibilidad de siembras y regadío, aun cuando no tenía muy claro si el agua estaba habilitada para el riego: “Entonces le hizo 33
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sentido asentar su casa y un gallinero y un invernadero al lado de un río, era casi una casita soñada... En ese momento él empezó a construir y lo tuvo mucho tiempo sin hacerle nada. Y mi madre a escondidas guardaba de la plata que él le daba para el almuerzo”. Rosa destaca que pasó un día un hombre ofreciendo tablones, y su mamá vio allí la posibilidad de invertir toda la plata que tenía guardada. Le compró todo el cargamento. Al llegar esa tarde su papá del trabajo a la casa que entonces arrendaban, en calle Óscar Viel, él le preguntó qué era lo que había comprado. Su mamá le dijo: “Ésos son los primeros palos de tu casa. Y en la tarde mi papá tuvo la misión de bajar desde Óscar Viel hasta acá en Río de la Mano con los palos al hombro para traerlos y empezar a montar los poyos que fueron la primera parte de la construcción de la casa, antes de cercar incluso”. Y cuando su padre llegó al sector se encontró con los vecinos que ya más o menos había: “Era un caserío de 10 a 15 casas, no más que eso. Algunos que habían adquirido propiedad y paulatinamente, en la medida que se fue poblando, comenzaron las primeras tomas”. Las tomas
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eran de noche y, a juzgar por su singular modus operandi, eran algo singularmente simpático, porque “en el día tú parabas cuatro palos al lado de otro esqueleto de casa que se estaba construyendo al lado, y cuando llegabas al otro día en la mañana había otra casa en un lugar impensado”. A raíz de ello, remarca que los cerros se fueron poblando de una manera muy similar a como se hizo en Valparaíso: “Las casas asentadas dentro de los cerros fue producto de las tomas en realidad, veían que habían casas, y si ellos pueden construir por qué yo no (se decían), ellos nunca preguntaban: pero ustedes compraron, entonces ellos tomaban el sector. De hecho, hasta donde yo conozco relativamente, el plano regulador de la época y la distribución de entonces, desde la esquina hasta la vereda del frente hacia el sector sur estaba destinado a áreas verdes que eran terrenos municipales. Y esos sitios fueron tomas, porque la gente comenzó a construir allí y el municipio de la época obviamente no tuvo argumento para retirar las casas, entonces ocuparon sitios municipales desocupados que estaba destinados a áreas verdes y esa fue la forma en que llegaron”.
Un testigo previo a aquel poblamiento fue Ricardo Gamboa, cuya memoria antecede la existencia de un punto de referencia en el sector alto: “Allá arriba en Arauco, donde da la vuelta a la Pérez de Arce, que agarra para la 18 de Septiembre, todo eso era cerro. De hecho, está que ahí esos cerros fueron rellenos con basura, lo mismo que acá (Serrano), cuando se canalizó el río e hicieron la bóveda. Porque después la hicieron hasta ahí, hasta Señoret, y después (cuando) llegaron acá arriba a la Patagona quedaron unos vacíos y fue relleno con basura, con carros. Porque no había camiones de volteo en esos años, eran carros de volteo, porque tenían un gancho, tiraban el gancho y el carro se iba para atrás”.
Lo que el río se llevó Un amplio sector de tonalidad verde que se torna amarillento en otoño puede ser divisado desde el mirador de Pérez de Arce, cuya vitrina corresponde a generosos patios en los que el tiempo parece haberse detenido. Manuel Canales Reyes ostenta esta vista maravillosa a sólo
pasos de su vivienda, vinculado con gran parte de la historia de su barrio. Cuenta que el río pasaba justo por su casa y sufría las consecuencias de la inundación. Nacido y criado en su límite norte con el barrio San Miguel, en calle Pérez de Arce, a sus 74 años destaca tener la suerte de conocer a la vecina más antigua del sector, Benilde Saldivia que llegó a vivir en 1921. “Esto pertenecía a don Carlos Bories y él subdividió y empezó a vender. Y había un caballero que era abogado, Juan Bautista Contardi, él le vendió a mi padre. De aquí para allá existía el barrio Sur, llegaba aproximadamente hasta calle Las Heras, Pedro Aguirre Cerda no existía. Esta población llegaba solamente hasta Manuel Señoret, Y de ahí para arriba no había casas, excepto el polígono del Almirante Señoret. Y para poder rellenar, porque esto era como un zanjón así, la municipalidad autorizó para ir a botar basura”, menciona. Antes del abovedamiento del río, refiere que había un túnel que primero llegó hasta Avenida España desde 21 de Mayo (playa), y después hasta Señoret. Posteriormente en el año 1959 empezó la canalización desde
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Avenida España hasta Manuel Señoret. La última inundación grande de que tiene memoria fue a mitad de esa década. Con su hermano Fermín tendrían unos 10 ó 12 años. Este último a su vez recuerda que su tío Lucho les contaba de la casa que hoy habita en Pérez de Arce (al llegar a España): “Ahí pusieron 300 cajones para que el agua no avive, para hacer peso, porque la casa se va moviendo. Fue en el mes de los deshielos”. En aquel entonces una pasarela grande que había allá acá fue arrancada y se atravesó justamente en la boca de la vertiente y comenzó a arrastrar piedras. Según Fermín, en verano era común ver pasar arreos de vacuno por Avenida España al igual que caballares y ovejas destinados al matadero, y en el verano los corderitos, dos veces a la semana. En invierno salían en trineo o iban a patinar a la laguna del regimiento Pudeto o bien en el zanjón le hacían el quite a las matas. Ya más grandecitos iban donde estaba la maestranza municipal a lacear los caballos de tiro mientras descansaban allí. Añade que la primera cancha de fútbol de la 18 de Septiembre se situó donde hoy se ubica la escuela. “Ahí jugábamos nosotros, nosotros teníamos un equipo que se llamaba los Barrabases. Cuando les fuimos a jugar a la 18, les sacamos la cresta y después nos corretearon a piedrazos”, recuerda. 40
Dada su pertenencia territorial, Manuel hincharía por el Club Deportivo Titán mucho antes que surgiera el Club Río de la Mano. En el plano social, la cercanía con los vecinos inevitablemente desembocaba en amistades e invitaciones a comer empanadas, prietas o chunchules, sin que tampoco faltaran los ofrecimientos para ser padrino de algún hijo o el joven enamorado con la hija del vecino: “Primero se enojaban, pero después bueno, ya está bien, son tan trabajadores, y se armaba el compadrazgo. Mi madre, por ejemplo, era comadre de la señora Benilde, de la Quiche, de los López Parra, porque (su hijo) Fermín era el ahijado de los López Parra, y mi mamá era la madrina de la Belza, que también es otra señora antigua que tiene como 92 años (Betsabé Galindo López)”.
Escenario infantil Hacia el sur, los vecinos más antiguos estaban como seis años asentados en la cuenca cuando el padre de José Francisco Macías Ojeda bajaba al sector a hacer instrucción de tiro. “Sin pensarlo aquí encontró casa, dos piececitas que había”, refiere Pancho. La llegada de su familia se produjo hace 51 años desde San Julián, Argentina, traslado que lo sorprendió a él ya en el vientre de su mamá embarazada. Ellos formarían parte de una segunda generación crecida en los lindes del río.
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Uno de los recuerdos lindos de su niñez para Viviana Aguilar, hermana de Francisco, es el río, que debía cruzar para ir donde su abuela: “Había un rajón de madera grande, uno hacía equilibrio, cruzaba, de repente te caías, te mojabas, y en otra parte del río había un puente colgante que te daba mucho susto porque era muy alto. Claro que ese sector después tuvieron que rebajarlo, empezó a caer con las lluvias, pero era muy entretenido, jugar en la nieve, tirarse en trineo de los cerros, arriba de tu bolsón, con los trineos, tratar de imitar a mi hermano que jugaba con sus palillos con una lata con los otros niños”. Los varones jugaban a la guerra de los cachitos de papel. Otra entretención del barrio era sacar las grosellas y frambuesas de los patios de los vecinos, jugar al escondido entre los muchos recovecos del sector, divertirse con el tejo, jugar al elástico o ir a misa y hacer maldades en la capilla que había en el sector. De todos los momentos especiales de infancia, pocos le hacen el peso a la Navidad y Año Nuevo, según refiere Ema Aravena: “Llegaban las 12 de la noche y uno recorría a todos los vecinos y ahí a una le regalaban jugo, le regalaban un pedazo de torta y era lindo, porque uno se quedaba un rato ahí y seguía, era como: salgamos porque vamos a comer harta torta, harto dulce y de eso uno se acuerda”.
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Aquel escenario infantil de juguetona alegría marcó esa época, como barrio joven donde había de dos a cuatro niños en todas las casas, según rememora Viviana. Algo muy bonito y rico era ir a comprar turrón y cachitos donde el señor Bahamonde, a quien cariñosamente le decían el “señor de los cachitos”. Él llegaba incluso a vender sus dulces al Parque María Behety donde estaba la cancha de fútbol, que era un anfiteatro natural. Hasta allí fueron muchas veces a jugar, entretenerse, hacer paseos o ir de picnic, por último con un pan y una bebida. Hasta que aquel espacio se transformó en lo que ahora es la cancha del Barrio Sur. Aunque algo más “crecidita”, su vecina Susana Ugarte Cárdenas rememora como algo fantástico el haber vivido su niñez en un campo: “Con matas de calafate, con cunetas, con hoyos, yo aprendí a andar en bicicleta tirándome de un cerro, sin ruedas, sin cadenas, sin nada, nos tirábamos nomás. Teníamos un río, en el cruce ahí de Serrano casi con pasaje Contardi existía un puente colgante, y cuando se desbordaba el río yo tenía al tío Bahamonde, que vivía aquí arriba, el turronero, él se ponía unas botas de goma largas y nos esperaba y al hombro nos cruzaba para poder venir a nuestras casas”. En contraste, décadas después “ahora vivimos a unas cuantas cuadras del centro”.
Sentido de unidad
sitio y la casa del suegro era la principal (Al medio vive su cuñado Héctor Aguilar)”.
Como un hecho complementario, Rosa señala que los pocos pobladores recién afincados en forma paulatina empezarían a organizarse bajo el empuje del recordado Demetrio Salas, que ya está fallecido, y del también difunto vecino Arturo Chacón, el que rápidamente tomó una suerte de liderazgo, “porque él fue el que conversó con todos los vecinos que se estaban instalando y él fue el primer presidente de la junta de vecinos. Y mi papá (Gilberto Garay) era el secretario de la junta de vecinos y el finado Demetrio Salas, el tesorero. Ellos conformaron la primera directiva de la junta vecinal del Río de la Mano de esa época, que aún no tenía número de Junta 23”.
Aun cuando en esta suerte de poblamiento no eran usuales las mingas para construir casas, sí había un mínimo denominador en común: todos estaban en la misma parada. De manera que ellos comenzaron a organizar a los vecinos, lo cual permitiría captar algunos esfuerzos compartidos. Según Rosa, sí se daba la solidaridad de “oye, préstame tu martillo, o me falta un palo de este largo”, y eso hizo que este sector exhibiera una mística de solidaridad muy importante.
Otra fuente obligada de información del sector es Yolanda Bórquez Ramírez, natalina, cuyo grupo familiar fue el primero en llegar a vivir al cerro que da hacia Pérez de Arce, en 1961. Casada con Humberto Aguilar Aguilar, en ese tiempo su suegro se enteró que vendían sitios, propiedad de la familia Turina: “En ese tiempo Chacón era el dirigente, que también fue de Natales, él estaba encargado de acomodar a la gente en su lugar y ahí llegamos. Mis suegros llegaron a vivir arriba, estos sitios son de 10 por 50 metros de largo, las tres casas son del mismo
Una cercanía humana especial destaca Eliana Vivar Vivar, quien llegó el año 64 con su marido José Torres Torres, procedentes ambos de Achao. En aquel “continente” nuevo, esta chilota agradecida recuerda de aquellos tiempos a su vecina, la señora Tránsito Gallardo, procedente de Chonchi: “era como mi mamá cuando yo llegué, porque yo no conocía a nadie (…), cuando uno llega a otro lado no conoce a nadie. Entonces ella me venía a ver y me enseñaba, yo era jovencita, 19 años tenía y ella venía a darme consejos, porque yo vivía sola en una casita chiquitita y mi marido tenía que irse al campo”. Tan fuerte se dio aquel vínculo que su familia terminó emparentada con la de aquella entrañable abuelita.
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Viviana Aguilar resalta como característica distintiva que sus habitantes usualmente saben quién vive al lado, quién vive al frente y, pese a ser un barrio antiguo con mucha gente de la tercera edad, siempre hay familiares cuidándolos y la persona más próxima “sabe que este vecino está solo, y si no lo ve en el día va a ir a golpear la puerta, va a ir a verlo, va a llamar a un hijo, pero todavía está ese sentido de unidad, de unidad en este barrio Río de la Mano”. La solidaridad no es un elemento aparte en esta cuenca de caprichosos relieves. Rosa Garay recuerda que hace más de tres décadas, en la esquina de calle Patagona con Serrano hubo un incendio, y se quemaron dos casitas donde vivían chicos que habían nacido en el sector, coetáneos a ella y sus hermanos. Un par de días después, durante el fin de semana los vecinos organizaron un beneficio: “Pasaron por todas las casas pidiéndote las cosas que te sobraban, la loza, frazadas, sólo (con) la gente del sector. Y se instalaron los vecinos, entre ellos el mismo vecino Demetrio Salas, el vecino Paredes, que está saliendo de la diagonal Turina, y que eran maestros de la construcción, y ellos les aportaron los materiales que necesitaban y les levantaron la casa en dos días, en un fin de semana, (con la ayuda de) todos los vecinos. Y ellos hicieron comida en el patio de atrás, que es un patio que colinda con el cerro, que es el pasaje Aconcagua”. Resalta que gracias a la solidaridad de los vecinos, los perjudicados con ese siniestro, y en especial los niños, tuvieron un techo, y “todo ello gracias a una mística que se da en muy pocos sectores, porque todos los niños o damnificados de ese incendio habían sido niños de este barrio, eran todos conocidos, él es el hijo de…, el hermano de…, todos se conocían. Ese era el rescate que nosotros podemos hacer hoy en una ciudad donde nadie conoce al vecino, nadie sabe quién se instala, las poblaciones se venden con las casas, se te entregan las llaves y tu casa está construida, acá no fue así, fue todo autoconstrucción”.
Empuje familiar En 1964, a la edad de 5 años llegó al sector Viviana Aguilar, hija de José Macías y Ester Ojeda, cuya historia resume la de muchas otras familias de la época. Su mamá enviudó cuando ella tenía 3 años y medio y entonces vivían en la Patagonia argentina. Ester Ojeda terminó casándose con un amigo de su difunto esposo, también chilote. Oriundo de la comuna de Chonchi, José Macías ya había estado antes en Punta Arenas donde hizo el servicio militar. Posteriormente regresó a Chiloé, estuvo un tiempo y de ahí se fue a caballo a la Argentina, como lo hacían muchos en ese tiempo: cruzaban a través del río Mayo y llegaban a trabajar en estancias como ovejeros (campañistas) y él pasó todo el tiempo que estuvo en Argentina en el sector de San Julián, en aislada y solitaria faena en el campo.
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A pocos meses de casarse, un día cualquiera ella le dijo a José: “Nos vamos a la ciudad, viejo, Coyhaique o Punta Arenas”. Él tenía 45 años y su mamá unos 34 años. Al final, eligió a Punta Arenas y se vino uno o dos meses antes a comprar una vivienda de entre las pocas que había a la venta en esa época. “Cuando llegamos el año 64 como que ya estaban todos los terrenos listos. De hecho, como nosotros llegamos a una casa donde ya vivía gente estaba como todo instalado ya, era una casita de cuatro piezas, bien chiquitita donde estaban el negocio, la cocina y un dormitorio, y el baño afuera. Era todo campo, pero ya estaban las casas, la gente se había venido. Porque hubo otras personas que vinieron mucho antes y cuentan de las matas de calafate, de que pusieron así sus banderitas y tomaron los terrenos, pero eso es mucho antes”, relata Viviana. En el que sería su nuevo hogar habilitaron un almacén, “El Criollito”, el cual empezó a funcionar el 17 de abril de 1964, según lo consignan los registros del libro de compras y ventas: Dos de los hermanos de su papá vivían en Punta Arenas, uno de los cuales tenía almacén en la parte baja de su casa habitación de Avenida España con Óscar Viel (“El Tocornal”). Recuerda a su madre como una mujer muy luchadora y con carácter, y a la vez muy agradable, “pero el viejo era su ‘chichecito’, mi viejo no se dedicaba tanto al negocio, él ayudaba pero mi madre era quien llevaba todo, era la ama y señora”. 46
Cuando llegaron al barrio había varios almacenes chicos dentro del sector, como el negocio de la señora Segovia, que trabajó muchos años vendiendo el diario en las mañanas frente al BancoEstado, así como lo hacía la vecina Herta Bórquez afuera de la librería Florentino Fernández y don Exequiel Díaz, con su manera muy particular de vocear La Prensa Austral. Viviana recuerda también al señor Monsalve, con su emporio en calle Serrano, y a la señora Villarroel en Patagona, también fallecida, y a un señor Catalán. Al frente tenían a Samuel Aguilar, que también tuvo almacén. En una esquina próxima se ubicó el local de Rottemburg, que después pasó a la familia Ritter, quienes hace muchos años ya se fueron del sector. Los Macías Aguilar partieron con un pequeño almacén, y posteriormente traían muchas cosas de afuera como el vino, que venía en barriles de 150 y 160 litros en barco desde Santiago y Valparaíso, y se lo iban a dejar en camión. De ahí se distribuía a varios bares del centro, que iban a comprarles en damajuanas. “Se utilizaba el sistema de libreta o del papelito, casi todos los vecinos tenían su cuenta y no era necesario un documento: con la libreta bastaba y con un apretón de manos se hacían negocios. Posteriormente fue creciendo el almacén, se fue convirtiendo en un pequeño mercado, mucho más grande de lo que está actualmente, pero ya con la llegada de los supermercados, las tarjetas y los créditos
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de otro estilo entonces el almacén comenzó a decaer, como le ocurrió a muchos pequeños almaceneros”, relata. A su vez, Francisco ratifica que su mamá tenía el negocio, y su papá era el encargado de las compras. En aquella época vendían cualquier cantidad, tanto que ni siquiera tenían tiempo para cambiarle los pañales, según le han dicho. La bodega que tenía su papá era tan amplia que traían 200 a 300 sacos de papas, 10 a 15 sacos de zanahorias, además de cajas, y en ese tiempo de todo Punta Arenas les iban a comprar. Llegaron a tener 300 libretas que sumaban los pedidos de sus clientes. Se sostenían con productos nacionales y muchos productos importados, “porque había una distribuidora que estaba en calle Errázuriz frente a Investigaciones, Antonio Steric. Y me acuerdo, porque yo siempre acompañaba a mi papá o a mi mamá y estaban los chocolates suizos, las jaleas inglesas, el jam (mermelada), todo ese tipo de cosas, eran productos extranjeros”, señala Viviana. Aunque también había carnicería por allá, se dio una vez que, aparentemente a raíz de una huelga, hubo una Navidad o Año Nuevo en que no se faenaron corderos. Su padre vio allí una oportunidad y compró corderos en pie para quien quisiera comprarle, habilitando una lista de 30 ó 40 cupos disponibles. Aquella vez sus hijos chicos debieron ayudarle a carnear corderos en su propia casa, algo que ahora sería impensable. Su almacén, carnicería y depósito de licor ha funcionado por 51 años y actualmente lo atiende su hermano, José Francisco Macías Ojeda. “Cuando ya empezó a decaer, mi hermano se hizo cargo de este almacén y él empezó a trabajar otro tipo de cosas, lo que es comida, comida típica chilota, milcao, prietas, empanadas, chicharrones, manteca, carne ahumada”, agrega Viviana. Además de continuar con una tradición, destaca que es un lugar de encuentro, pues cada vez que ocurre algo dentro del sector siempre donde se consulta es en dicho almacén.
Un sector sufrido Más allá de las inevitables comparaciones con Valparaíso, diversos hechos han definido a Río de la Mano, otorgándole una historia con sus propios bemoles, bastante dejada de la mano de Dios -o de las autoridades de turno- durante mucho tiempo. Haciendo un poco de historia, Viviana se retrotrae a cuando su padre José hizo el servicio militar el año 41. De aquel entonces contaba que los traían a prácticas de tiro a este sector, cuyo terreno era muy blando, por ende tampoco era muy apto para construir; “ahora no tanto, pero hace 15 años todo temblaba cuando pasaba un camión”. 48
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Aquel período infantil fue sacrificado para todos, ya que al no tener agua potable debían salir a aprovisionarse con una damajuana o una jarra hasta una cañería ubicada en Serrano, y después desde una vertiente que estaba atrás en el pasaje Patagona. Incluso cuando se cortaba el agua en otros sectores no faltaban quienes acudían a surtirse. Aquellos también eran tiempos de la leña y el carbón. Sus cuadras -pese a ser pocas- tampoco conocían el pavimento. Ni hablar del Río de la Mano, que pasaba por el pasaje de atrás de su casa y donde un tablón hacía de puente. No era raro que el sector se inundara y que la lluvia, dada la blandura de los terrenos, fácilmente los erosionara, cediendo el cerro; razón por la que recuerda que hace años debieron sacar casas desde arriba en Briceño, en Briceño con pasaje Caffarena, en pasaje Patagona y Pérez de Arce. Algo más bien cercano a un paisaje campestre sugieren las evocaciones de infancia de Adela Cárcamo Oyarzo, hoy dirigenta vecinal: “La explosión de pobladores fue desde el año 1960 en adelante. Antes de aquello puede que hayan sido muy pocos... Y lo recuerdo porque mis papás tenían piños de ovejas y aves de corral, además de patos y gansos que iban al río todos los días; y mi hermano mayor y yo íbamos a jugar ahí. Una vez que comenzaron a poblar, se acabó la crianza de ovejas y las aves ya no salían del patio”. Rosa Garay describe mejor que nadie el universo singular de su sector: “Es un valle, ya que está rodeado de cerros y también tiene una particularidad climática. Cuando hay sol en la mañana acá se ilumina todo y cuando se pierde el sol para nosotros tú sales de la diagonal Turina a Avenida España y en el resto de Punta Arenas hay sol y acá no. Lo mismo en el invierno cuando acá hay nieve y escarcha se demora más en irse”. Nadie ajeno al barrio podría imaginarse la manera en que aquella bendita configuración jugaría en contra de los vecinos como lo grafica la propia Rosa. Señala que en su época infantil, alrededor de los años 1977 y 1985, cuando su mamá iba al supermercado y tomaba locomoción de vuelta en el centro, el taxi no quería entrar hasta el Río de la Mano y quedaba en Pérez de Arce con España, ya que el chofer le decía que después no podía salir. Esto, debido a que la nieve se conserva por efecto de los cerros y en invierno a las cuatro de la tarde ya no tienen sol. Su ex vecina Viviana Aguilar lo corrobora: “Los taxis te dejaban en Avenida España con Serrano, hasta ahí llegaban, porque como no había pavimento, eran puros hoyos; en Serrano con Patagona a la vuelta siempre hay como más frío ahí, entonces la escarcha duraba más tiempo (en invierno), y los taxis no querían tener problemas, accidentes”. Manuel Catelicán Lepido recuerda que nunca se pudo mantener una locomoción colectiva tras varias tentativas: “Primero había unas micros pequeñas, pero como el terminal quedaba más arriba para el cerro, cuando pasaban por acá ya iban llenas y la gente se aburría de esperar, 51
e iban a esperar micro a España o bien acá arriba por la (calle) Prat, por la 18”. De la misma manera, tampoco se pudo concretar algún intento con taxis colectivos. Claro que esta postergación del sector se arrastra de décadas anteriores. El mejor ejemplo lo aporta Rodolfo Díaz al aludir el hecho de sentirse siempre un poco aislados del resto de la ciudad, siempre olvidados pese a figurar dentro de la población más antigua de Punta Arenas: “Por ejemplo, aquí cuando pusieron la luz eléctrica, porque esto es 220 volts, nosotros aquí en este sector teníamos 110, cuando prendían los postes no tenían poder los motores de la usina y las luces alumbraban como una vela, porque bajaba el voltaje. Cuando avisaban una semana antes que iban a cortar la luz por algún arreglo acá se cortaba primero, porque era 110, bajaban el voltaje y se cortaba la luz”.
Aura de leyenda Aun cuando estrictamente no podía hablarse entonces de “bullying” o acoso escolar, Rosa Garay recuerda incluso que la molestaban en el colegio por decir que era del zanjón del Río de la Mano, pues el solo nombre les parecía raro; “entonces tenía que decir que era del barrio Sur”, confiesa. 52
Mucho de su formación y carácter se la debe a la impronta materna, de una mujer se desvivía trabajando por su familia e hijos, pero que además escribía y le daba mucho valor al libro, por lo que era común que leyeran con vela en la noche. Acerca del nombre del sector, su madre le dijo una vez que cuando las primeras personas se instalaron allí, trataron de no hurguetear el río, porque éste tenía que seguir su cauce natural y había que respetar la línea que éste seguía. A raíz de ello, al empezar a trabajar, a socavar un poco el río, para hacerle más espacio y no ingrese a los patios, encontraron una mano supuestamente de un indígena: “A mí no me hace mucho sentido eso que sea la mano de un indio, pero eso yo lo he reflexionado hoy… Porque de la época que me están hablando, de la era de los sesenta, esto ya no estaba ocupado por aborígenes”. Con el tiempo se tejió otra historia, agrega, la de “un trabajador de un aserradero que estaba a la salida del río de la Mano, es decir yendo hacia Cerro Primavera, y el hombre trabajando se cortó una mano y la mano cayó al río”. Aquello se habría producido a raíz de una maldición lanzada por su madre luego que éste le hubiera levantado la mano tras enrostrarle ella su mal comportamiento. “Ésas son las dos historias que yo conozco de por qué se llama Río de la Mano, pero de que hubo una mano en el río no me cabe la menor duda”, puntualiza.
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Aquello lo corrobora Susana Ugarte señalando como protagonista a un joven que vivía al comienzo de Río de la Mano: “Allí había una casita muy pequeñita donde vivía él solo con la mamá, un día el joven llegó con trago y le quiso levantar la mano (…) y la mamá no encontró nada mejor que con un hacha cortarle la mano y tirársela al río. Es la historia que sé y esa mano se vio correr en el río, dicen que la vio mucha gente y por eso le pusieron Río de la Mano”. Pero hace la salvedad que aquella población se llama Carlos Bories, y Río de la Mano es como un apodo que le dejaron en esos años. La octogenaria Teresa Aravena, a su vez, refiere un hecho similar al de todas las historias, en que la victimizada mamá maldice al hijo por haberle levantado el brazo y le dice que algún día le pasará algo en su mano. Y un día el joven pierde su extremidad y ésta cae al río, pero en el agua “se formó una mano y la gente vio como en el río iba la sangre, pero la sangre tenía la forma de la mano”.
Espacios de todos Aquel sector de gran inquietud social llegaría con los años a tener su propia capilla, para catalizar como sentimiento en común la necesidad de brindar ayuda a los vecinos del sector. Adela Cárcamo alude que en 54
esos tiempos había mucha carencia y allá por el año 1963 un grupo de vecinos comenzó a reunirse en la casa de Exequiel Díaz, quien fuera uno de los primeros presidentes de la junta de vecinos, además de dirigente de los suplementeros. Esto daría pie para formar la Agrupación de Acción Social, de ahí con mucho esfuerzo, se abocaron a la construcción de la capilla del Buen Pastor. Según evoca Viviana Aguilar, su primer y modesto templo se ubicó en la calle Manuel de Salas con Zenteno, fruto del empuje del padre Alejandro Goic Karmelic. Recuerda que a cada vecino que iba a ayudar él le daba un pequeño vasito de vino de misa: “Ese era el pago por el trabajo que realizaba. Y como aquí en el barrio habían muchos maestros carpinteros, entonces ellos llegaban de su trabajo, comían algo y después iban a ayudarle, porque el curita les daba un vino rico de misa, aunque era una pequeña cantidad, pero ellos felices ayudaban”. En aquel espacio de fe se comenzaría a preparar niños para la Catequesis y actividades como la Contribución a la Iglesia (Cali), etc. Su núcleo estaba conformada por señoras de este mismo sector como Fresia Latorre, las hermanas Montecinos y Ema de Segovia, por nombrar a algunas. Ema Aravena resalta que nada sería lo mismo “si no fuera por gente como la vecina Gloria o la hermana de ella, que son vecinos de toda una vida, porque ellas estaban siempre en la iglesia, lo que era la Capilla del Buen Pastor en
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1. Pasaje caffarena muro de contencion, 31 de julio de 1985, POJH 1. Muro de Contencion, en escalera peatonal pasaje Coquimbo sector Rio de la Mano, 4 de Abril de 1984 3.Pasaje caffarena muro de contencion, 31 de julio de 1985, POJH
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4. Almacen Señor Samuel Aguilar (Q.E.P.D), Patagona 2035, año 1972 5. Inundación pobladora sector Río de la Mano 6. María Berdum (Q.E.P.D.), antigua pobladora del Pasaje Aconcagua, año 1970
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7 7. Calle Francisco Anibal Pinto nยบ61 8. Carpintero Sector Rio de la mano Sr Humberto Maimae ( Q.E.P.D) 9. Contruccion Vivienda Calle Francisco Anibal Pinto
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10. Camion Fletero del Sector año 1968 11. Jose Macias y Ester Ojeda, año 1975 12. Pobladoras Rio de la Mano, año 1968 13. Niños Sector Rio de la Mano, año 1968
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17. Neftalí Bahamondez ( Q.E.P.D) Ilda Cardenas Hernandez ( Q.E.P.D) Susana Ugarte, Sergio Ugarte, José Cardenas, Sector Pasaje Aconcagua, año 1960 18. Club Deportivo Río de la Mano 1970 19. Brunilda Cardenas, Patricio, Claudia Muñoz, Calle Serrrano año 1971 20. Foto de izquierda a derecha, Carmen Vera, Luisa Alvarez, Leopoldo Vera, Marta Vera, Calle Serrano año 1970
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ese tiempo y nos hacían el catecismo o el rezo del Mes de María (…) y uno iba a veces por el chocolate caliente y porque la mamá nos decía ustedes tienen que ir, y allá estábamos”. Posteriormente la iglesia se trasladó a calle Zenteno con Ramón Carnicer, donde luce más amplia y protegida, pero Viviana enfatiza que la primera capilla “era una capilla hecha con cariño, con amor, con entusiasmo y siempre estábamos ahí. Y había un centro juvenil y las misas eran entretenidas, porque había harto canto, guitarra, bombo. Había guitarristas de primera, así que las misas eran una fiesta. Tenía un primo que tocaba el bombo, había un amigo que cantaba y cantaba espectacular, pero lamentablemente él falleció siendo muy jovencito”. Se llamaba Roberto Rodríguez y falleció de un cáncer a los 21 años. También estaba quien recuerdan cariñosamente como “Tutú”, a quien le dio un infarto a los 18 ó 19 años. Aunque era más chico, Francisco Macías recuerda que existió el Centro Juvenil Voz y Amistad, cuyos ex miembros tendrá hoy de los 55 años para arriba. “Ahí estuvo Omar Aguilar y varios cabros de por acá”, añade. 62
Funcionaban al alero de la Junta de Vecinos N°23, antes de que la trajeran a su actual ubicación. “Por lo menos yo vi que siempre hicieron fiestas, una vez hicieron una fiesta en la casa, acá atrás de nosotros hicieron una fiesta del centro juvenil. Yo me acuerdo era chico, estaba escondido mirando ahí”, confiesa. Quien sí formó parte de aquella agrupación fue Manuel Catelicán Lepido. Este agradecido de la música nació al canto estando en el coro en el Instituto Don Bosco, y luego fogueándose como cantautor en certámenes en el Liceo Industrial, en festivales vecinales -en los que partió chiquitito el tenor Tito Beltrán- y de la canción enapina. “Ese centro juvenil igual lo formamos por la inquietud propia de los jóvenes que vivíamos en ese momento. La idea era ayudar a la gestión, al quehacer del barrio, entonces nos propusimos, nos juntamos varios bajo el alero de la sede de la junta de vecinos, hablamos con las personas que habían funcionado con la junta de vecinos, con un centro de madres, para que nos dieran cupo a nosotros. Claro que la sede era más o menos
chiquitita y después la fueron ampliando y nosotros introducimos la idea que era ayudar. Por ejemplo, nos juntábamos de repente y hacíamos (cosas), pintábamos, limpiábamos, por ejemplo esas escaleras que están, como dos o tres que hay por ahí, las ayudamos a limpiar y a pintar. De por ahí la gente después nos empezó a mirar porque al principio tenían desconfianza, estos van a andar haciendo leseras y, cosas así por ahí, pero ya de ahí pasamos a empezar a funcionar de alguna manera”. Varios momento gratos vivieron en torno al centro juvenil Voz y Amistad, incluso tenían una pequeña insignia que era una palomita, añade. Muchos de aquellos jóvenes que participaron hoy son destacados profesionales. En otra vereda, Pancho Macías recuerda las peñas que durante los años ’80 tenían lugar en la junta vecinal: “se hacían unas peñas espectaculares, venían de todos lados a cantar ahí, el club deportivo lo hacía, (aunque) no tanto. Podía haber sido del 85 para adelante, venían de varias partes a tocar”.
Lides vecinales José Macías era director de la junta de vecinos cuando vino el Golpe Militar. Su hija Viviana cuenta que como todos los dirigentes de entonces estaban en partidos políticos, algunos se escaparon, a otros los detuvieron y su papá fue el único que quedó a la vista, así que lo designaron presidente de la junta de vecinos. Como tal, le tocó asumir varias tareas, y como fue una persona con pocos estudios, a ella siendo niña le tocó acompañarlo y hacerle de ayudante; inclusive cuando en una oportunidad le tocó el “deber obligado” de recibir a doña Lucía Hiriart de Pinochet, y les trajeron ropa para los niños que estaban en el jardín infantil. Agrega que él siempre bregó por el tema de pavimentos y se vio preocupado por el río que se salía e inundaba todas las casas. Incluso cuando se obstruían las tuberías por el desborde, él iba con sus varillas y destapaba el alcantarillado. “Si a alguien le pasaba algo él era el primero que estaba ahí. Por ejemplo, una vez se le quemó la casa a uno de los vecinos, y como en esta casa está construido todo, nosotros no tenemos 63
patio, entonces le pasó su casa de atrás a este vecino para que viviera ahí mientras le construían o hacía algo, o sea, siempre en forma muy desinteresada”, agrega su hija. En una época en que estuvo de moda pintar con motivos de flores las paredes, él ideó toda una técnica usando un fondo de un color cualquiera y cortaba toallas a las que les ponía pintura y después iba girando y eso quedaba como un diseño. Después ya tuvo un rodillo con flores, y su ofrecimiento dejó a varios vecinos con un mismo diseño pintado. Macías dejó de existir el 26 de febrero de 2015, y la sede vecinal de Río de la Mano se abriría para que numerosos vecinos y familiares acompañaran su velatorio, toda la gente que él quería. Adela Cárcamo lo recuerda como una persona muy emblemática y que cuando podía ir a las reuniones en la junta él siempre ayudaba, además de privilegiar el pago de su cuota de vecino siempre dos años por adelantado. Él lo hacía 64
por una cuestión bien práctica: “Tal vez porque el próximo año quizá no esté, pero quiero estar presente en el momento que yo vaya a fallecer y pueda ser velado en este lugar”. Y así lo hicieron, al cumplirle su gran deseo que era estar en “su casa”. Entre los dirigentes vecinales que lo sucedieron estuvo Manuel Vargas Calisto, quien presidió aquella junta entre 1978 y 1980. Al asumir le tocó ver una serie de problemas de alcantarillado, ya que el río subía y dejaba un sector lleno de aguas servidas, que era justo donde iban a jugar los niños: “Entonces se optó primero por abrir un pasaje, que es el actual pasaje Patagona, y primero fue sin salida. Después me ayudó la municipalidad a comprar dos casas que están a la altura de Briceño para hacer una salida hacia la calle Patagona. Ahí tuve un montón de problemas, porque los vecinos no querían ceder un pedazo de terreno, que no querían vender sus casas, pero salió”.
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Durante su período se formó el centro juvenil Voz y Amistad, y crearon un primer comedor abierto, financiado por los vecinos y la directiva, “que luego lo tomó la actual Junji y ahí está el centro abierto Josefina”. El Club Deportivo Río de la Mano también se formó en esa época, y después un primer club del adulto mayor. Previamente hicieron una encuesta a todo el sector, que arrojó la presencia de 11 personas mayores de 100 años, todos carenciados y sin comida, así que una vez a la semana le repartían una canasta familiar a todos ellos y a otros vecinos, a los cuales también les daban onces algunos días y les tenían un banco de trabajo: “Podían trabajar ahí en la sala, que todo eso lo ponía Asmar (entidad en la que él laboraba y que siempre les contribuyó)”. Aun cuando su intención de hacer un alcantarillado para todas las personas que vivían entre pasaje Caffarena y Patagona quedó como un proyecto. La encuesta que hicieron sí serviría de gran ayuda en su momento al ser analizada por la asistente social de la municipalidad.
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Núcleo boxeril Pese a que nació en 1966, dos años después de la llegada de su familia al sector, Rosa Garay baraja recuerdos hasta cierto punto de lo que fue un preliminar centro deportivo donde se entrenaba a los niños en la actividad pugilística, en plena época del auge del boxeo regional. Ese gimnasio que ideó su papá, Gilberto Garay, aprovechó una construcción que había quedado después que falleció su abuelo, la que fue readecuada. Ésta se asentaba donde se ubica el actual comedor de su casa y en este espacio su padre convocó a muchos niños del sector para que fueran a entrenar. “Él había sido boxeador, mi papá hizo de todo en la vida, porque gracias a Dios lo tuvimos con nosotros casi hasta los 90 años”, relata. En su juventud fue marino mercante tras hacer su servicio militar anticipado, a los 17 años se embarcó y después fue boxeador mientras navegó y allí entrenó un poquito. Después se contrató en Asmar como obrero y a los 40 años se jubiló por un ataque cardiaco, “y como no podía hacer ninguna actividad él comenzó a pensar: cómo hago plata, y nosotros estábamos todos chicos”. Tal coyuntura de ingeniárselas cómo ganarse la vida lo llevaría a encontrar una respuesta en los niños, a quienes sentaba en la cocina de la casa y con la tijera de su esposa les cortaba el pelo. Al principio los llamaba y no les cobraba nada, pero después visualizó en ello una forma de ganarse la vida. Entonces un día agarró una maletita y se fue donde un peluquero de apellido Millalonco, en la población Fitz Roy, y le dijo que quería aprender peluquería: “Mi papá fue como tres tardes a mirarlo cortar el pelo y le dijo ¿tienes alguna tijera que me puedas vender? Y se compró como tres tijeritas y con eso partió y con una silla, sentado en lo que era el gimnasio primero. De ahí se comenzó a correr la voz que “Garay cortaba el pelo” y fue así como él tuvo la peluquería por más de 30 años. Muchos recuerdan su estampa, con su delantal blanco, anillos y reloj, siempre enjoyado y también fumando. Su local fue la peluquería del sector bajo y se llamaba El Paine, que era un nombre atractivo para la época. Según Rosa, “había muchas cosas con nombre El Paine y, más encima, dos casas más allá estaba la zapatería, una reparadora de calzados de esas que ya desaparecieron definitivamente de este sector”. Su papá falleció hace poco, en octubre de 2014, pero ya había cerrado la peluquería por ahí por 1996. Hoy no falta quien le pregunte si ella era algo de un viejito Garay que cortaba el pelo, al dejar una estela detrás de sí como protagonista de la historia.
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Un vecino “peso mosca” En la década del 50’, llegó procedente de Castro un niño llamado Fidel Vargas Águila. “Viví en Río de la Mano, era puro monte ahí, puras matas de calafate, no había camino, no había calle, nada”, recuerda hoy. Como muchos en su época, él se ganaría sus primeros pesos cuando tenía 10 años para ayudar a sus padres. Su primer trabajo fue repartidor de leche, también vendió diarios y después entró a la lavandería Monterrey. A los 11 años ya empezó a boxear en el colegio y pronto se convertiría en leyenda local ganándose el mote de “Chubasco”, porque era “bueno para recibir y bueno para dar”. En el Gimnasio de la Confederación, entrenó bajo la tutela de Manuel Gallegos en peso mosca (46 kilos). Cinco a seis veces fue vice campeón de Punta Arenas, y como peleador admite no haber sido muy técnico: “Cuando llegaba al ring peleaba me daban y yo daba, en los tiempos que peleé nunca me noquearon, no sé lo que es ‘knock out’, pero yo sí noqueaba”. De hecho, a él no le gustaba entrenar: “Cuando tenía que pelear yo peleaba, con cualquiera, aunque fuera más pesado”. Agrega que en el barrio había más boxeadores entre los que se contaban el finado José Barría, Ulises Chiguay y José Chiguay. Entre sus contendores el único que le ganó fue Mario París, recuerda. Tras una primera pelea, que fue empate, él le pidió la revancha, pero la confianza le jugó en contra. Sus duelos más esperados, a gimnasio lleno, fueron aquellos que protagonizó con José Barría. “Yo era muy popular, cuando salían del trabajo iban todos (a verme) en esos años, en invierno bajaban en camión y del barrio 18 igual”. En aquella época todos llevaban su barra: Río de la Mano, 18 de Septiembre, Playa Norte, Barrio Prat, “era bonito antes, el gimnasio lleno, lleno y las puertas se cerraban, no podía entrar la gente. Cuando peleaba yo más gente llegaba, cuando peleaba con el finado Barría, le dábamos nosotros dos, y los dos zurdos, el que caía, caía”. Vargas peleó por el club Caupolicán Bellavista, y después se cambió al 18 de Septiembre (hoy vive en Martínez de Aldunate), “porque en ese tiempo habíamos como tres en el mismo club entonces a mí me echaron a un lado”. Estuvo en la selección de Punta Arenas donde animó buenas contiendas. Entre sus “víctimas”, recuerda al peleador “Flaco” Ulloa (quien estuvo en Buenos Aires) y a Antonio Ulloa. Con orgullo incluso añade: “Yo entrené a Lucho Gutiérrez y lo saqué campeón de Río de la Mano, y ese cabro la embarró porque era muy bueno, pero no quiso seguir”. Agrega que nunca cobró por un combate y estuvo en la Federación de Boxeo de Punta Arenas cuando pocos tenían tal derecho, “no como ahora, que con dos peleas salen campeones. Antes no, había que pelear, empezabas a pelear en novicios después a pelear en los barrios, de ahí pasabas a ser aficionado y recién después a la selección”. Él salió a boxear a Porvenir, Natales, Cerro Sombrero y Posesión. “No fui Argentina, ni al resto de Chile, porque mi patrón no me dio permiso. Me dijo: la pelea o su trabajo, así que no había donde perderse”, admite.
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“Chubasco” calzó los guantes hasta los 60 años. Al preguntarle a qué atribuye el ser tan querido y recordado, brevemente reflexiona: “Porque yo soy muy humilde, muy sencillo y soy compañero de todos, amigo de todos, no soy un gallo cachiporra”. Esto incluye aquella vez en que ganó la Polla Gol, pese a lo cual mantuvo siempre ese mismo estilo de vida que lo caracteriza, sin vivir mucho a la defensiva.
Vocaciones deportivas José Francisco Macías Ojeda tendría 11 ó 12 años cuando por primera vez fue a jugar por el Club Deportivo Río de la Mano a la población Fitz Roy, a la cancha que era conocida como “El Hoyo” del Barrio Sur. “Nos vestíamos en los árboles, ahí se cambiaba uno y de ahí fui a jugar una vez y creo que no fui nunca más”, señala, pero sí recuerda algunos años después, por allá por el ’82, cuando Río de la Mano salió vice campeón de la liga, y celebraron igual que si hubiera alzado con el título, porque pasaron años sin ganar un partido. Cuando tenía 21 años volvería al equipo, esta vez a la cancha Francisco Bermúdez, pero como reserva, siendo el momento más grande cuando Río de la Mano salió campeón el 89. Un par de años después, Pancho aceptaría el desafío de ser presidente del club, cumpliendo su propósito de sacarlo adelante al menos por un tiempo. Como muchos, evoca cuando la entidad antiguamente tenía rama de boxeo, y el finado almacenero Rottemburg prestaba un espacio para entrenar, siendo a su vez Orlando Vásquez (Q.E.P.D.) vicepresidente de la asociación –la que presidía José Perich-. Su hijo es Luis Vásquez, que tiene un gimnasio en Zenteno, e hizo fisicoculturismo. También menciona a Omar Aguilar, del pasaje Aconcagua, quien llegó lejos y fue campeón sudamericano de atletismo, récord de Chile y un montón de cosas. Otro que después venía de la “18” a jugar a la canchita del barrio, y cuyo abuelo vivía en el mismo pasaje Aconcagua, era Mauricio Aro, quien maravillaba cuando hacían campeonatos. Talentoso para el balón también era Jorge Ugarte, a quien le decían “Quiri” Ugarte, quien llegó a fichar por Iberia de Los Ángeles y San Luis de Quillota, y después se enamoró y se retiró del fútbol. “Tenía como 21, 22 años, y hubiera llegado lejos, porque era muy bueno”, refiere. Otra gloria deportiva del barrio fue su amigo Víctor Cárcamo (“Huico”), campeón de pesas quien fue a certámenes internacionales. En boxeo estaba el famoso “Chubasco” Vargas, que ahora vive en la “18”, quien “fue bueno y noqueó hasta a un campeón de Chile. Siempre lo veo, porque siempre una vez al mes viene a comprar unas cosas, ese hombre tiene más de 70 años. Y había varios aquí que boxeaban por el Río de la Mano, estaba José Barrientos, Chiguay que le decíamos, después los Barría, el ‘Mono’ (…) Siempre se acuerdan que son del Río de la Mano, nunca se olvidan de sus cosas buenas que hicieron cuando eran jóvenes”. 72
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Más recientemente, a inicios de los años 90 brillaría Cristian Javier Mondaca Velásquez, pugilista que vistió los colores del Club Bellavista y en 1996 fue campeón de Chile en categoría gallo. Llegaría a estar dos años en el Centro de Alto Rendimiento de Santiago, ya que se retiró prematuramente con una envidiable marca de más de 130 combates ganados, 72 de ellos por “knock out”, incluyendo su récord nacional a los 30 segundos (1994).
Una escuela “peso pesado” Con 56 años en el cuerpo, otro orgullo deportivo de Río de la Mano es Víctor Cárcamo Trujillo, quien en sus años mozos hizo fútbol, básquetbol, boxeo y pesas. Al final esto último lo motivó más, “porque era un deporte individual, donde uno se puede destacar más y lograr metas”. Llegó al barrio muy niño 74
desde Dalcahue, Chiloé, junto a su familia después del terremoto del ’60, en la motonave Navarino, en 1962. Una exhibición de pesas en el año 1973, para la que vino el profesor Ricardo Arrate de Valparaíso, congregó a varios niños que quisieron cultivar esa disciplina. Recuerda que partieron 50 entrenando, al tercer mes Víctor, de 14 años, era el único que quedaba. Sus instructores fueron el propio Arrate y Alejandro Munizaga. “Entrenaba el año completo de lunes a sábado, y descansaba el puro día jueves. Del colegio o del trabajo me iba a pie, todos los días, a las 8 y media o 9. Si era feriado igual, incluso en Pascua, Año Nuevo, igual me iba a entrenar, a las 6, 7 de la tarde”, añade. Partió entrenando en el gimnasio cubierto, donde José Perich trabajaba con los boxeadores, de ahí se trasladaron al Sokol
y después se fueron a una bodega que tenía Asmar en Pedro Montt antes de llegar a Lautaro Navarro. Su primera marca fue el quinto lugar en un campeonato sudamericano en 1978. Al año siguiente, fue a un torneo adulto y, tras imponerse allí siendo juvenil, quedó seleccionado para competir en un sudamericano. Llegó a ser campeón chileno unas 10 veces. En Arequipa, Perú, obtuvo su primera medalla internacional de oro (1981). En 1982 fue tercero en Rosario, Santa Fe (en categoría 56 kilos), y un año después ocupó la terna de mejor deportista nacional a nivel de pesas, siendo becado por tres meses a México a perfeccionarse. Allí obtuvo un segundo lugar en el campeonato Benito Juárez, codo a codo entre cubanos y mexicanos. Otros logros fueron tres medallas de plata en el campeonato nacional de 1986, primer lugar en un Sudamericano en Brasil, Sao Paulo, y un 2° lugar en el Sudamericano de Perú de 1990.
Su récord fue levantar 115 kilos en dos tiempos, aunque entrenando llegó a 120 kilos. A una edad más avanzada ya iría bajando su nivel, y en 1995 dejó las pesas, aunque siguió entrenando a juveniles. En 2003 se diplomó como entrenador de planificación y entrenamiento deportivo. Entre otros trofeos, atesora una Medalla al Mérito Deportivo de Digeder, así como aquella otorgada por la municipalidad de Punta Arenas en 1995. Un seguidor de los pasos de Víctor es su “casi primo” José Roberto Mayorga Cárcamo, quien desde los 17 años desarrolla el levantamiento de pesas o halterofilia. “Con Víctor Cárcamo competimos alrededor de 15 años juntos, a los nacionales que siempre viajamos casi todos los años. En esa época había varios deportistas, era un grupo de unas 15 personas que eran casi todos campeones de Chile, la gran mayoría”.
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Señala que hace dos años formaron el club deportivo de pesas Alexis Nahuelquén Castro, en memoria de un destacado pesista del barrio 18 de Septiembre, el cual falleció en Santiago a la edad de 22 años, y en su corta trayectoria llegó a ser campeón sudamericano y panamericano. Plantea que las aspiraciones del club son “sacar a los niños del letargo en que están, porque la gran mayoría lo único que hace es jugar con sus juegos, mirar televisión, están metidos en Internet”. Destaca que Víctor los apoya en esta iniciativa que agrupa a niños del barrio “18”, quienes entrenan en un taller de soldadura que justo limita con el sector de Río de la Mano. Dicho espacio pertenece a Iván Paredes Mendoza, un ex boxeador que después también se dedicó a las pesas. Él facilitó su galpón a todos los niños que quieran a entrenar, siendo las pesas el incentivo para captar incluso a boxeadores, karatecas y deportistas de otra índole que buscan crecer en esta disciplina. Paredes, quien se reconoce un veterano de las pesas igual que Víctor Cárcamo, José Mayorga, Jaime Cárcamo y el finado Félix Nahuelquén (papá de Alexis), señala que buscan retomar el excelente nivel que tuvo Punta Arenas en los años 80. Pese a autofinanciarse, muchos de sus pupilos han demostrado un buen desempeño en la tarima y pintan para campeones tras cosechar grandes triunfos a nivel patagónico y nacional. Se muestra muy contento que Víctor Cárcamo pueda incentivar a los niños con sus conocimientos, así como influyó en él hace varios años.
Catapultados por sus logros Las grandes marcas en las lides deportivas favorecieron a selectos jóvenes entre los modestos vecinos del sector, siendo Domingo Omar Aguilar Cárdenas quien llegó más lejos. Al igual que muchos otros trasplantados a esta ciudad peninsular, él llegó junto a su familia en 1970 desde Castro, Chiloé, en el buque Navarino, viviendo primero de allegados donde una tía. Su papá trabajaba en la construcción y a ocho meses de llegar pudieron instalarse con casa propia en el pasaje Aconcagua. Omar recuerda que con sus hermanos estudiaban en la Escuela N° 7 de calle Chiloé, y cuando regresaban dejaban los cuadernos botados y pasaban todo el día jugando en la calle con sus vecinos, invierno y verano. “Nos mandaban a acostar como a las 10 de la noche y salíamos por una puerta de abajo, escondidos, y jugábamos acá como hasta la una de la mañana. Bajábamos en trineo, dábamos la vuelta completa y subíamos caminando. Y yo creo que eso nos fue fortaleciendo de cabro chico muscularmente. Esa escala que está allá (en Pérez de Arce) la subíamos corriendo siempre, la otra también, hacíamos competencia entre nosotros”. Este súper atleta forjado en el rigor partió jugando fútbol por el club Camilo Henríquez y también básquetbol por las noches en el Gimnasio de la Confederación. Su aspiración de atleta nace cuando ya tenía 15 ó 16 años, siendo su entrenador Lisandro Gutiérrez (Q.E.P.D.). Éste lo 76
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conminó a decidirse por jugar al fútbol o correr. Paralelamente, ya de adolescente empezó a trabajar: “Agarraba mi pala e iba a ayudar a sacar allá nieve a las casas y ahí me daban unos pesos antiguos (escudos), no era de los que se quedaban en la casa así, echado, sino que siempre estaba haciendo cosas”. Ejercicio, constancia y perseverancia le enseñarían a este hijo de Río de la Mano a correr con el viento y con la nieve. Como eje principal no deja de mencionar la disciplina tras su juvenil paso por la Armada. En los dos años y medio que fue infante de marina justo le tocó vivir el conflicto limítrofe con Argentina el año 78. Fue un período duro ante el inminente estallido de una guerra: “Estábamos a punto de no volver a lo mejor de aquel lado y estaba metido en las islas Picton, Nueva y Lennox. Y eso me hizo fuerte, de estar ahí en un hoyo con frío, con nieve”. De ahí en adelante no vio nada imposible. A los 21 años, siendo campeón regional, decidió irse a estudiar educación física y seguir creciendo como atleta en Santiago. De ahí se consagraría como el mejor a nivel nacional por espacio de una década, además de ser campeón latinoamericano y representar a Chile en dos olimpiadas, y a la PDI en campeonatos mundiales a nivel policial y militar. Tras terminar su carrera hizo un par de diplomados, un Magíster y ahora se dedica a entregar su experiencia de 40 años a las nuevas generaciones policiales y a atletas de todas las edades. Siempre que puede, Omar vuelve a recorrer las calles de su sector. Otro deportista que emigró del barrio, aunque tan sólo algunas calles, es Luis Orlando Vásquez Vidal, hijo de Orlando Vásquez, quien en 1960 llegó desde Puerto Natales. Éste fue su principal influencia para abrazar un estilo de vida volcado al deporte. Una de las cosas emblemáticas que hizo su padre fue formar un club de boxeo que se llamó Huracán y que partió en la casa de la familia Barría. Después se llamaría Río de la Mano, llegando a lucir varios triunfadores en el campeonato de los barrios como José Barrientos, Ruperto Guala y “Pirigua” Oyarzo, entre otros. Don Orlando incluso sería presidente durante 20 años de la Asociación de Boxeo de Magallanes, encargado de organizar los campeonatos. De la misma rama de boxeo nació la de fútbol, con el Club Deportivo Río de la Mano. Vásquez recuerda a grandes jugadores de fútbol como Jorge Ugarte (que jugó en el fútbol profesional) y su hermano Sergio. Entre sus recuerdos, menciona cuando alrededor de 1977 se construyó aquella gran escalera que une a calle Teniente Serrano con Pérez de Arce, y que él empezó a subir como todos en el sector, pero con un desafío adicional: “Cada peldaño de estos significaba una elevación de cuádriceps y de pantorrillas que en la cancha (de fútbol) te ayudaba bastante”. Asimismo, destaca el ver convertido hoy en multicancha lo que durante mucho tiempo fue un sitio baldío en el cual jugaban fútbol abajo en Serrano. 79
Luis vivió su infancia y juventud en el pasaje Patagona, la primera calle del sector, unos metros frente al almacén “El Criollito”. En el sótano de dicha vivienda él partió instalando un gimnasio con máquinas y pesas, el cual trabajó antes de terminar su formación, desarrollando la cultura física. En 1988 decidió irse a estudiar gimnasia correctiva y entrenamiento de sobrecarga en un instituto de preparación física en Buenos Aires y también estuvo un año en España. “Cuando terminé de estudiar obviamente me era muy complicado tener un gimnasio acá, entonces vendimos la casa y nos trasladamos a Zenteno”, añade. Allí lleva entrenando a dos generaciones, dedicado en un 100 por ciento a trabajar con el fútbol, que le ha dado grandes satisfacciones. La principal fue integrar como preparador físico la selección regional de 2008 que salió campeón nacional en Vallenar, a la par de grandes logros como alcanzar el título regional militando en el Club Deportivo Sokol, con dos campeonatos a su haber. Aunque situado en el barrio San Miguel, su gimnasio también ha cobijado a jóvenes de Río de la Mano, sirviendo de ayuda social a muchos deportistas necesitados. Luis agradece el haber crecido en una época en que los deportes eran bien marcados, pues él los ve como “una escala para mejorar, se va peldaño a peldaño, pero se mejora obviamente”. Esto lo ha llenado de satisfacción.
Días aciagos En un sector poblacional confinado al área específica moldeada por una cuenca, y con un contacto bastante estrecho entre vecinos, la unidad también ha aflorado en momentos difíciles cuando muchas familias se han visto sacudidas por el infortunio. Entre estos inesperados hechos, uno de los más tristes fue la pérdida de dos niños pequeños, que eran hijos del destacado ex dirigente deportivo y escritor José Perich Slater (Q.E.P.D.), cuya familia en esa época residía en el cerro, hacia Pérez de Arce y Arauco. La dirigente vecinal Adela Cárcamo Oyarzo tampoco olvida aquel luctuoso momento: “Debe haber sido en la década del ’70, no me acuerdo si mi hermano estaba haciendo el servicio militar o no, yo lo recuerdo porque nosotros estábamos en el living (…) y como nosotros no éramos personas que salíamos, mirábamos por la ventana. Y de repente vemos salir humo en la casa, y viene bajando una señora con un niño el cerro, y se mete por atrás de la casa y golpea y grita... Y era que la casa se le estaba quemando y ella había dejado a los niños con llave”. En aquella desesperación recuerda que su vecino de al lado trataría de ayudarla cortando las ramas e intentando romper la puerta, pudiendo sólo cortar la electricidad. Adela vería a su hermano salir disparado con un hacha en la mano para intentar abrir la siniestrada casa, pero la rápida propagación del fuego generó algo semejante a una explosión, y aquella estructura de madera ardió como papel. 80
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Aquel atroz suceso fue muy lamentable para toda la población. Adela recuerda que la familia Perich después se fue del barrio y ya nadie construyó más en aquel terreno en pendiente cuyo ingreso estaba por Pérez de Arce. Muy próximo a él se puede apreciar otro espacio vacío, cuya evidencia marca el sitio donde dos casas rodaron por una ladera, producto de un gran derrumbe en el entonces llamado pasaje Contardi, donde hoy se sitúa la vía de prolongación de Pérez de Arce. A las 05:40 de la madrugada el 10 de julio de 1986, un reblandecimiento del terreno por la acción de los deshielos y la rotura de un ducto del alcantarillado hizo que toneladas de lodo, agua y escarcha se desplomaran sobre las viviendas ubicadas en los faldeos del cerro. Yolanda Bórquez nunca olvidará aquel violento deslizamiento de terrenos en la misma corrida de viviendas hacia arriba: “Al vecino empezó la casa temprano (con) que se le iba a venir abajo, así que empezaron a sacar las cosas. Mi marido anduvo ayudando en todo, fueron dos casas, el vecino Mayorga y el vecino Renín”. Ambas familias se mudarían del sector. Adela Cárcamo recuerda que en una de esas viviendas había un vecino que tenía una discapacidad que lo mantenía postrado, sin moverse, “y no le pasó nada, lo pudieron sacar por la ventana me acuerdo yo y salieron todos bien. Lo único que perdieron fueron sus animales, todos sus animales quedaron enterrados”. Aunque no se registraron desgracias personales, se debió evacuar a 10 familias cuyas viviendas resultaron siniestradas o anegadas por efecto de las roturas de colectores de aguas servidas, deslizamientos de tierra y roturas de cañerías de gas. Esto último generó cortocircuitos y el posterior incendio de tres inmuebles, resultando cinco bomberos y un carabinero lesionados. Aquel verdadero desastre terminó con un saldo de 25 damnificados en seis hogares afectados, entre ellos el de don José Perich. Producto de las casas que se derrumbaron, una parte del cerro quedaría para siempre despejada. Incluso en el plan regulador quedó como zona de restricción. Al alcalde Eduardo Menéndez le tocó asumir aquella emergencia, reacomodándose a las familias evacuadas hasta que éstas pudieran ser erradicadas a viviendas sociales en Playa Norte. Del mismo modo, el municipio y Sendos determinarían modificar completamente la ubicación de los ductos de agua y colectores de aguas lluvias y aguas servidas en Río de la Mano. Otro hecho que se recuerda, fue la caída de una parte del muro de contención en el pasaje Caffarena a raíz de las copiosas lluvias, durante el año 2006, sin registrarse desgracias personales, lo cual constituyó un nuevo remezón como llamado de alerta. Como ingrato recuerdo, a Rosa Garay siempre le pesará el deceso de un niño que murió en un accidente en bicicleta en la década del ‘70, pues ella era compañera de curso de su hermano en la Escuela D-24 (18 de 83
Septiembre). El malogrado niño iba en la parte trasera de una bicicleta guiada por un amigo la cual bajó a gran velocidad por el pasaje Aconcagua. Ambos terminaron estrellándose en el inconcluso enfierrado del murallón que rodeaba la fábrica de bloques. “El otro chico la verdad me acuerdo que estuvo mal, pero al final sobrevivió”, recuerda. Dentro de los sucesos desagradables las vecinas también recuerdan que a inicios de la década del ’80 una oscura leyenda se tejió en el barrio ante los sucesivos ataques de un abyecto sujeto que abusó de niñas y mujeres jóvenes de Río de la Mano, a las cuales abordaba durante las noches. El misterioso antisocial mantuvo en vilo durante varias semanas a los pobladores, y finalmente se logró esclarecer que el violador era un conocido varón del sector, residente de calle Patagona, quien terminó tras las rejas. 84
La vecina Ema Aravena vivió otra de las experiencias más tristes de que se tiene recuerdo, cuando el 2 de agosto del 1999 se quemó la casa de su madre, donde ella se crió. En aquella oportunidad falleció Héctor Tenorio Tenorio, familiar cercano que vivía con ellos. Situada sobre un cerro, en el pasaje Caffarena, ella lamenta que, al no estar pavimentado en esa época, era difícil el acceso a la vivienda para llegar con agua. “Y Bomberos llegó, pero al ser material ligero de autoconstrucción se fue rápido, se quemaron tres casas y dentro del incendio murió un primo y que también fue muy conocido. Tenorio, le decían en el barrio; dentro de éste existen muchas personas con problemas de alcohol y desgraciadamente él tenía este problema y, por cosas de la vida, él falleció en el incendio”, relata.
De data mucho más reciente, el barrio se ensombreció cuando el 18 de junio de 2014, Cristián Chávez Sandoval, 29 años, asesinó a su conviviente Andrea Paola Ugarte Hernández, de 24 años, oriunda de Ancud, al interior de la vivienda que arrendaban en calle Patagona. Este crimen se produjo a raíz de una discusión en la que tampoco estuvo ausente la ingesta de alcohol, y en la cual el homicida terminó apuñalando a la joven. Tras ultimar a la pareja, Chávez se dirigió hasta la 1º Comisaría de Carabineros de la ciudad para denunciar que al ingresar a su domicilio había encontrado muerta a su pareja, sin embargo horas más tarde reconocería el horrendo crimen. El 27 de julio de 2015 fue condenado a 20 años de cárcel efectiva (presidio perpetuo simple) por femicidio.
Un apoyo fundamental La falta de escurrimiento natural de las aguas lluvias en aquel entonces periférico sector de la ciudad siempre fue un problema recurrente que amenazó a numerosas viviendas modestas. Una voz autorizada para hablar de un antes y un después, desde la Secretaría Comunal de Planificación del municipio, es el ingeniero constructor Luis Antonio González Muñoz. Como encargado del Departamento de Construcciones, que entonces dependía de la Dirección de Obras Municipales los primeros meses del año 1981, él tomó contacto con el sector, donde no había ninguna calle pavimentada.
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La maestranza municipal se alojaba entonces -y desde la década del ’40- en el sitio donde hoy se emplaza el Liceo Técnico María Behety (Pérez de Arce N°053): “Ese era nuestro centro de operaciones, ahí disponíamos nosotros en ese entonces (de) una motoniveladora, recuerdo, teníamos un tremendo bulldozer guardado ahí, unos camiones planos Mercedes Benz, que eran muy buenos, con los cuales hacíamos la limpieza y las labores relacionadas con emergencias básicamente”. Ahí también se mantenían los camiones de la basura, pues hasta el año ’80 la municipalidad efectuaba las labores de extracción de desechos domiciliarios de la comuna. Añade que “el pasaje Caffarena era terrible, complicadísimo en invierno, el canal Río de la Mano no estaba abovedado”, por lo cual cada una de sus crecidas generaba importantes daños. Por el año 81, 82 se construye toda la bóveda que parte desde calle Prat, donde está hoy la bocatoma del río, hasta la desembocadura en el estrecho hacia el este. De aquellos años guarda en la memoria una inundación terrible, que a la postre lo vería a él participando en una primeriza acción ejecutada como lo fue la construcción de muros de contención en albañilería de piedra. 88
En medio de profunda crisis económica en el país, con una cesantía atroz, a Luis Antonio le tocó trabajar con el P.E.M. (Plan de Empleo Mínimo) y posteriormente el P.O.J.H. (Programa Ocupacional para Jefes de Hogar). Los dineros que manejaba la municipalidad eran para pagar los consumos básicos, algunos arreglos en la ciudad y asistencialidad; así que con lo poco que había, más la gente de estos programas, empezaron a hacer muros de contención. “Hicimos un muro muy grande, que es el de Caffarena, que unos seis años atrás se cambió porque cambió todo el sector. Y ahí en la bajada de calle Arturo Prat, creo que entre la calle Francisco Antonio Pinto, (y) más arriba Márquez de la Plata, no me acuerdo. Creo que todavía quedan vestigios de esos muros, en la calle Prat bajando todavía hay muros hacia el lado poniente”, destaca. En Francisco Antonio Pinto al final, con Martínez de Rozas, también pueden verse trazas con este primitivo sello. Con el P.E.M. llegaron a tener una dotación de más de 600 personas. A muchos se los derivaba al Cementerio y otros a servicios públicos, apoyando en labores de aseo, mantenimiento de jardines y en los colegios. Aquello, porque no tenían la capacidad suficiente para
administrar tanta gente. “Mayoritariamente eran varones, (los) había desde 22 años hasta 50 años, que sabían trabajar justamente, porque en muchos de esos muros habían albañiles, carpinteros”, acota. En esa época salían a buscar la arena y el ripio en faenas al sector de Leñadura o más arriba, y acopiaban todo ese material para traerlo a las obras en camiones municipales. Con cuadrillas sacaban los bolones desde el Río de las Minas. Al no haber plata para generar proyectos y recién se articulaba un Sistema Nacional de Inversiones, la municipalidad creó por allá por 1982-83 una unidad de programación, que empieza a postular proyectos al gobierno regional. El profesional no olvida que Río de la Mano era un sector casi sin conexión en ese tiempo: “No tenía nada, nada, era muy difícil, no había locomoción colectiva; si la calle Serrano, la que baja, era una calle de ripio nomás”.
Llega el pavimento El 5 de febrero de 1992, el diario La Prensa Austral informaba del inicio de las obras de pavimentación de las calles Serrano y Patagona, al igual que la renovación de sus alcantarillados. El gobierno regional (FNDR y BID) y la empresa sanitaria Esmag financiaron la esperada ejecución de 8.300 metros cuadrados de calzadas y 2.370 de veredas, con más de 2 mil metros lineales de soleras. Su entrega se haría un año después, y aquellos trabajos serían aprovechados para instalar un colector principal de agua de 450 milímetros, dejándose la red de alcantarillado bajo la calzada. Al frente del barrio se encontraba Susana Ugarte Cárdenas, ex tesorera del Club Deportivo Estrella del Sur, quien presidió la junta de vecinos entre 1991 y 2002. Ella reconoce que fue una época muy difícil en términos de varios temas, como canalizar un nexo con la juventud, a quienes al final terminaron entregándoles la sede social donde jugaban pimpón, a las cartas y desarrollaban actividades propias. 89
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Acerca de la pavimentación de calles, recuerda que entonces “ni taxis entraban aquí, porque el barro, las piedras, qué sé yo, quedaban empantanados hasta más arriba de la rueda. Entonces se luchó, se luchó, se luchó y hasta que se logró (…) Fue una maravilla que tengamos esas calles pavimentadas, o sea, ahí ya hubo un inmenso cambio en la población”. Si bien en esa época no entraba movilización por el barro, lamenta que aún aquello no se dé, “según ellos porque no es rentable, o sea de qué estamos hablando. Yo creo que no piensan ni siquiera por la gente mayor que vive en el barrio”. Durante su período, a raíz de un temporal de lluvia, el 17 de abril de 1994 una “cascada” natural socavó el terreno y terminó arrasando con la escala peatonal de Juan Enrique Rosales, que comunicaba el barrio 18 de Septiembre con Río de la Mano, vale decir, la baranda de madera y pastelones de cemento que conformaban los peldaños de la misma. Tal problema que aquejó a los pobladores del sector alto y bajo se vería resuelto recién en enero de 1996, a través de una nueva escalera peatonal en Juan Enrique Rosales con pasaje Aconcagua, con aportes del FNDR y municipales, poniendo fin a un problema que se acentuaba en los meses más lluviosos. Un verdadero “chiche” de aquellos años, Susana recuerda lo que fue la Escuela Carrusel, instancia maravillosa donde los niños sábados y domingos iban a reforzamiento, y que a través del Fosis se logró conseguir mobiliarios, con bibliotecas, profesoras pagadas y los niños acudían también a hacer sus tareas. Dentro de los principales logros de su período resalta el proyecto de muros interiores de las viviendas a través del Fosis, que aportaba los materiales y la gente ponía la mano de obra, junto con trabajarse con las veredas participativas y muchos muros de contención. Yolanda Bórquez, de pasaje Patagona, recuerda que en dicho período a su familia le tocó muro de contención: “Fueron proyectos sociales municipales, pero esos años no había que pagar ni una cosa. El viejo (su marido) ponía el trabajo, y salimos elegidos el mejor muro construido acá dentro la escalera (peatonal) del sector”. Con el municipio se lograron todas las casetas sanitarias que se necesitaban para que todo el mundo tuviera un baño decente, y se terminaron los pozos negros en el barrio. Asimismo, se participó en varias iniciativas de muros de contención y escaleras peatonales, además de mucha recreación. Para el 18 de septiembre hacían concursos de cueca, juegos para los niños en la plazoleta, le daban almuerzo a los jóvenes, onces a los niños y en Navidad hacían lo mismo. Además del centro de madres, el club deportivo y la escuela Carrusel, en la junta de vecinos estuvo inserto muchos años el conjunto folclórico Raíces Chilotas.
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Levantando al sector Varios residentes literalmente vivieron durante muchos años en la “punta del cerro”, como es el caso de Raúl Vargas Alvarado, 69 años, nacido en la provincia de Maullín, Llanquihue. A Punta Arenas llegó con 23 años, luego que el mar se llevara la casa de su familia durante el terremoto de 1960. Entonces era ayudante de buzo: “Yo me salvé la vida embarcado, murió mucha gente en esos años”. Llegado el 20 de junio de ese año, le tocaría vivir un incierto, crudo y nevado invierno en la población Calixto hasta hallar trabajo recién el 26 de septiembre en la mina de carbón de Pecket. De ahí empezó a ahorrar y hace 45 años pudo adquirir su casita en Río de la Mano, aunque no faltó quien le dijera: “La mataste, porque son todos cogoteros”. El tiempo le ha demostrado que eran puros prejuicios. 92
Lo más complicado para él durante muchos años fue acceder al sector: “Esto lo arreglaron hace 4 años nomás, si antes cuando uno decía: oiga lléveme a pasaje Caffarena, pucha, los viejos no querían saber nada, porque era mucho cerro ahí, la subida pura arena y esto que lo otro, y después hicieron este trabajo acá. Y esto era un muro de piedra, se estaba cayendo cerca de las casas abajo. Por ese motivo hicieron este muro firme, bien enfierrado (cuyo financiamiento se aprobó durante 2010), entonces ahora no hay ningún problema e hicieron ese mirador arriba, en el alto hay un mirador para turistas para mirar el Andino. Después hicieron un parque de entretención para los niños, lástima que los malandrines se ‘chorearon’ todo”. Acerca de las casas que estaban en lo alto del pasaje Retiro, señala que hace 10 años le hicieron bajar su casa del cerro, al igual que las de sus vecinos cercanos, para dejarlas próximas a la calle. Su hogar “se desarmó en paneles y lo ‘encachamos’ acá a la calle”, aunque señala que algunos vecinos no
quisieron bajarse, lo cual constituye un peligro, porque “se cae una casa de arriba y pasa a buscar la de abajo”. Cuando Adela Cárcamo partió trabajando en la junta de vecinos, la ladera del pasaje Caffarena no contaba con ninguna de sus actuales protecciones y siempre había mucha necesidad de muros de contención. Recuerda que antes se sacaban proyectos, “pero con la mano de obra del vecino, o bien venía la Dirección de Operaciones Municipales y ejecutaba la obra, lo que básicamente era perjudicial para los vecinos, porque a veces se derrumbaban los muros”. Esto la llevó a recorrer todas las oficinas públicas como junta de vecinos, junto a su entonces tesorera (Mónica Arias), para ver cómo los podían ayudar. Allí conocieron a Alejandro Alegre, que trabaja en Planificación en la municipalidad, y comenzaron a proyectar la solución de muros de contención de concreto armado.
Primero lograron levantar los de Caffarena, del pasaje que da hacia Oscar Viel, siendo ejecutados por la empresa Vilicic hace unos 10 a 12 años. De ahí, con bastante esfuerzo lograrían sacar muros para todo el restante sector, dándole la seguridad al vecino que su casa no se derrumbaría o el cerro no se le vendrá encima. “En ese tiempo, Carolina Goic era seremi de Planificación en la intendencia y ella fue también la que nos apoyó en ese momento, (Jorge) Restovic también, que era el seremi de Gobierno, nos cooperó para que nosotros pudiéramos llegar a las personas adecuadas y concretar los primeros proyectos de muros de contención. Y de ahí se ejecutó esta obra que era muy esperada por los vecinos”, resalta. Alrededor del año 2003, la cara del sector seguiría renovándose al iniciarse diferentes trabajos de mejoramiento, con pavimentaciones participativas para los accesos al área comprendida entre las calles Pérez de Arce, Zenteno, Ramón Carnicer y Avenida España 93
En relación al mejoramiento del barrio, la pobladora Ema Aravena señala: “Es maravilloso, porque nosotros antes no teníamos nada de lo que hay hoy día, no había pavimentación, los cerros se venían abajo en el tiempo de invierno y hoy día tenemos mucho muro, parques, hay mucha vegetación y las casas bien pintadas, de distintos colores. Esto fue un proyecto que sacó la junta de vecinos y feliz de todo esto, de estar aquí, porque yo encuentro a mi barrio, a Punta Arenas lo más hermoso que hay”.
Vertiente creativa A inicios de esta década vería la luz un proyecto de urbanización de envergadura en el sector, que incluyó también la pavimentación, muros definitivos y un vistoso y moderno mirador, originalmente muy iluminado y con un anfiteatro, que pudo haber sido bien aprovechado por la gente, destaca Adela. “Aquí había un parque precioso, que a los niños, los primeros que alcanzaron a aprovecharlo, les gustó mucho, porque el lugar da para recreación”. Sin embargo, jóvenes de procedencia desconocida se dieron cita sucesivamente por allí y destruyeron todo lo que pudieron, como las luminarias empotradas antidelictivas. Una rueda giratoria también fue desmantelada entre varios; y todo ello a menos de seis meses de construido. Pese a que han transcurrido más de cuatro años de la ejecución de aquel mejorado proyecto que incluyó este parque, nunca le pusieron nombre, puesto que jamás fue inaugurado, pese a la solicitud de la directiva vecinal. Si hubiera sido entregado a la comunidad hubiera sido muy distinto, ya que se le habría asignado un tema de seguridad por parte de los servicios públicos y organismos a cargo de ello. Dentro de la actual fisonomía del sector, destaca el visionario aporte del joven arquitecto Fernando Padilla, un enamorado del lugar, quien ganó un proyecto a nivel nacional para mejorar el barrio en cuanto a pintura. A estos colores vivos se sumó la generosidad de otros espíritus inquietos de celo artístico, como Franco Barros Bahamondes, joven de 25 años nacido en este sector y cuya principal inspiración es dar vida a vistosos murales. Sus obras pobladas de diseños ornamentales datan del verano de 2014 en el mirador que da hacia el este, para el cual debió desembolsar por su cuenta en costosas pinturas al óleo en spray, especiales para graffiti: “Es
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la pasión relacionada con el arte, sí, ver plasmado algo que tú hiciste y de repente con una fotografía”. Se sabe de cuatro jóvenes del sector quienes comparten este don y su afán de plasmar una trama cultural a partir de trazos, que esté relacionada con la población, su tradición o la historia de la Patagonia. Otro que se las trae es Miguel Ángel Nahuelquén Sánchez, 25 años, grafitero conocido como “Sismo”, quien llegó al sector de pequeño con su familia y pinta desde los 14 años, como herencia de su padre pintor, José Nahuelquén (Q.E.P.D.). Este talentoso autodidacta destaca el poder costearse los materiales por el hecho de trabajar –motivado por el nacimiento de una hijita-. Hace tres que sale más seguido a pintar con sus aerosoles en acrílico, aunque el clima o el tiempo no siempre le permitan finalizar un trabajo como quisiera.
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El actual concepto de las aves con que suele embellecer estos espacios públicos le sale de adentro: “Solamente un día dije voy a empezar a dibujar pajaritos, empecé con uno y de ahí me puse a buscar por Internet, los iba dibujando y de ahí después los iba tirando en muralla”. Esto lo alterna con monitos en que improvisa belleza y humor. Señala que antes iban a pintar a la Costanera y poblaciones, como 18 de Septiembre y en el lado sur. “Si una vez necesitamos una muralla, vamos, la pedimos y si no nos pasan no nos pasan y si la pasan, mejor”, acota. Últimamente se suele respetar más los espacios (entre quienes pintan), pues antes los echaban a perder, añade. Su anhelo siempre es darle un valor adicional a una muralla, como se da en su sector donde cree que “no están tan apagados, tienen distintos colores”.
Y si de creaciones artísticas se trata, los coloridos cerros no podrían ser mejor inspiración para una de sus pobladoras, María Baldramina Pincol Cárdenas, septuagenaria hiladora y tejedora de calle Arauco cuyas texturas dan vida a artesanales frazadas, choapinos y prendas de vestir. Ella no ha parado desde chica, de cuando veía tejer a su madrina en Chiloé (Quellón) y más tarde desplegaría su creatividad en Puerto Natales y en Punta Arenas, adonde llegó en 1982. Sus diseños son propios, desde copihues a ñandúes o guanacos, y su trabajo abarca desde el hilado, lavado, teñido y ovillado de la lana en el telar. “Con el tejido me siento como si estuviera en un trabajo, es mi trabajo, con eso gano unos pesitos”, señala, sin imaginar que cada trabajo suyo está impregnado de la magia de este barrio, cuyos cerros no cambiaría por nada en el mundo.
Tamara Garay comparte aquella visión, inserta en un centro de vida barrial, que incluía el ambiente donde se criaron y la escolaridad (Escuela D-24). Ella perteneció a esa generación al aire libre que andaba en bicicleta y disfrutaba correr en el juego de las naciones, pero no jugaban en un parque, porque nadie les construía nada. En aquel entorno se desarrollaría su inquietud literaria que coronó con poesía y el orgullo de saberse forjada desde un sector mágico y disperso. Parte de ello lo vuelva en su poema “A mi tierra”: Patagonia te llaman Yo te llamo viento El sur del mundo Para mí el mundo Juega el frío en los techos Con sus hilos de escarcha Yo los llamo cristales Joyas finas de plata
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Amo al viento que dobla los pinos milenarios Amo el frío que hiela las chapas de las puertas Amo el crujir de latas y madera Amo todo de ti, hasta tu furia Amo la lluvia que moja hasta los huesos Y la nieve que deja que juegue con sus formas Amo tu tiempo y tu historia Tus pampas desoladas, tus árboles resecos por el viento Tu cielo, tu mar bravío, tus techos coloridos, tus calles empedradas. En ti quiero morir y que me tragues, Que me conviertas en junco para evitar por siempre ir sobre la tierra mía Quiero volver en cardo, coirón o sauce Y acariciar por siempre tus ríos y tus lagos Quiero volver en nieve y derretirme en gotas sobre un monte de piedra De esa forma te amo, tierra mía.
Centro neurálgico Mucho más que un mero espacio común, las juntas vecinales fueron creadas para el desarrollo urbanístico de los sectores donde se sitúan, estando sus dirigentes llamados a trabajar para el desarrollo comunitario y mejorar su calidad de vida, llámese agua potable, alcantarillados, condiciones de vialidad, pavimentaciones participativas, electrificación, gasificación, etc. Como parte de un entorno poblacional donde literalmente no había nada cuando los vecinos se instalaron en él, Adela Cárcamo tiene muy claro el papel que ha jugado su organización para un progresivo mejoramiento de su sector. Aunque desconoce el momento exacto en que su sede vecinal partió en su actual emplazamiento (Serrano esquina Patagona), lo vincula a una época aproximada o posterior al año ‘70. Sí refiere que antes la primera junta vecinal N°28 Carlos Bories funcionó en calle Arauco con Óscar Viel. Sin embargo, una separación o conflicto entre vecinos llevó a que existieran dos juntas dentro de la misma unidad vecinal N°23. Pese a ello, rememora cuando en su sede comunitaria funcionó un club que se llamaba el Carrusel que entregaba educación, reforzamiento escolar a los niños. “El Carrusel era una escuelita comunitaria, impartía todo lo que era enseñanza básica, debe haber sido en la década de los ’80”, agrega. También había un club de jóvenes y un club deportivo, aparte de un centro de madres que siempre ha funcionado al alero de dicha unidad vecinal. La fisonomía actual de dicho local data de hace alrededor de 12 años, contando al día de hoy con un salón disponible de 100 metros cuadrados, y una superficie total construida de alrededor de 130 metros cuadrados. “Cuando empezamos a trabajar acá, yo te estoy hablando más o menos hace unos 15, 16 años, en ese tiempo aquí había un grave problema de delincuencia, venían pandillas muy grandes, gente adulta, gente 98
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joven, menores de edad se reunían aquí en parte de este sector a beber, a provocar daños, a provocar bulla, bullicio”, refiere la dirigenta. Fácilmente señala un número sobre 50 personas que venían a provocar mucho daño a la población, en especial a la gente más adulta. Esto llevó a los vecinos a convocar allí a la policía uniformada, la policía civil, la Gobernación, Municipalidad y a todos los involucrados en seguridad pública, para ver la mejor opción de erradicar este tipo de flagelo que realmente los estaba consumiendo. A la postre, ella cree que fue una de las reuniones más relevantes, porque la sede “si bien no estaba en estas condiciones, era muy pequeña en esos momentos, pero estaba repleta de gente que quería buscar una solución para este grave problema”. 102
Otra importante reunión se dio cuando el ex Presidente Ricardo Lagos visitó aquel espacio el mismo año en que se generó el movimiento del gas, aunque posterior al paro regional: “Él vino a invitar a los dirigentes de la Asamblea Ciudadana de Magallanes, sostuvimos una reunión aquí en nuestra sede vecinal y tuvimos la presencia del señor Ricardo Lagos. Fue como en marzo de 2011”. Antes de ello nunca tuvieron apoyo de nadie. Señala que en aquel espacio se realizan muchas actividades como el jardín infantil, cuyos párvulos hacen educación física en su salón, e igualmente lo ocupan para realizar sus actos dada su actual amplitud. De igual manera se celebran allí los aniversarios y la fiesta de fin de año, a la que asiste mucha gente.
La tercera edad suele también ocupar aquella dependencia, a través del Club del Adulto Mayor Los del Río y El Centro de Madres Nueva Esperanza. A todos estos usuarios, se suma la academia de defensa personal los lunes, miércoles y viernes. “Cuando nosotros llegamos a la junta de vecinos éste era un lugar bien pequeño, era una casa súper antigua, se llovía entera, no tenía las refacciones que hoy tenemos”, subraya. En primera instancia, se propusieron como tarea mejorar y hacer acogedora la casa de los vecinos, que esté iluminada y con puertas bien accesibles, además de baños en buenas condiciones para sentirse cómodos y puedan hacer sus reuniones. La infraestructura fue mejorada, se dejó con vigas a la vista y con su pintura renovada. Un nuevo proyecto de alrededor de 35 millones
de pesos les permitió poner piso de cerámico en todo el lugar y disponer de dos baños modernos, pensando en facilitar su acceso a todo adulto mayor o a personas con discapacidad. Tanto o más importante sería el mejorar las condiciones de los pobladores a través de muros de contención: “nuestro sector es una cuenca, por lo tanto tiene mucho riesgo de derrumbe. Y para nosotros lo principal era hacer, organizar y pelear un proyecto que le diera la calidad de vida necesaria a los vecinos y eso eran los muros de contención en hormigón armado. Entonces después viene toda la pavimentación participativa, los mejoramientos de las viviendas, etc., mejorar las escalas”. Aquí destaca el haber hecho partícipes a los vecinos de mejorar sus viviendas gracias al proyecto “Pinta tu barrio”, el cual les entregó pintura para hermosear 103
sus techos y fachadas: “Por eso es que nuestro barrio es tan colorido, pintamos también lo que eran los muros de contención, les pusimos color y así hemos progresando desde esa época hasta ahora. Es una de las juntas vecinales bastante bien equipadas, se encuentra en buenas condiciones”.
El que la sigue, la consigue En 1986, un grupo de residentes de Pérez de Arce se había propuesto la meta de pavimentar el tramo de su calle que va entre Avenida España y Arturo Prat. Pese a todos sus esfuerzos y gestiones, aquel trecho siguió décadas sin novedad, y varios de quienes integraron dicho comité pro pavimentación murieron sin poder ver su sueño convertido en realidad. Aquel humillante lunar, indigno de cualquier comunidad en pleno siglo XXI, era como si pendiera aún sobre ellos la sombra del caprichoso Río de la Mano; con inconvenientes para el paso de vehículos y personas, anegamientos y accidentes a la orden del día durante cada invierno. Luz Nara Hernández Fernández, quien llegó de niña a vivir a la calle Pérez de Arce, ve un abismo al abrir una ventana respecto al pasado, de calles todas de ripio y en malas condiciones, llenas de hoyos. “En tiempo de invierno era horrible, con los vecinos teníamos que estar siempre arreglando, tapando hoyos, sacando de nuestros patios tierra para poder tapar los hoyos”, recuerda. Como contraste destaca muy buenas vivencias de crecer y ver crecer a sus hijos y nietos en un sector muy tranquilo, con buenos vecinos, muy unidos, “y es por eso que nosotros luchamos para tener un buen barrio que esté bonito con la pavimentación”. Para ello, junto a otros pobladores de la parte baja de Pérez de Arce como su vecino Manuel Canales, dejaron los pies en la calle y golpearon todas las puertas de oficinas públicas durante años, sin obtener apoyo la mayoría de las veces: “Era tremendo sacrificio, porque en la mañana salíamos a las 8 de la mañana, llegábamos acá como a la una de la tarde, recuerdo, nunca voy a olvidar eso. ¿Anécdotas? Mi hija estudiando en la universidad, mi hijo también, y qué es lo que hacía yo, una comida súper rápida, porque ellos venían de estudiar y tenía que tener el almuerzo, y yo me lo pasaba todo los días con mi vecino caminando”. Aquello lo corrobora el propio Canales, como constante artífice de esta lucha por mejorar la conectividad del sector. Ambos tenían el respaldo de los vecinos, pero empezaron ellos dos, hacían reuniones en sus casas, él hacía los volantes y ella los repartía para convocar a todos. Lamentablemente cada una de sus gestiones chocarían siempre con una falta de priorización, dada la gran envergadura que suponía una obra cuyo trazado integrara los cerros, barrancos y vertientes en una solución definitiva para sus pobladores.
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Aun cuando los estudios de suelos recién comenzaron en 1998, los esfuerzos por dotar de infraestructura vial al sector verían finalmente la luz una década y media después, al obtenerse financiamiento del F.N.D.R. por 1.108 millones de pesos para desarrollar la obra. El proyecto consideró la construcción de 1.000 metros de calzada, desde calle Arturo Prat hasta Avenida España, un colector de aguas lluvias, muros de contención y un mirador ubicado en la calzada norte, entre Señoret y Arauco, con estacionamientos, áreas verdes, mobiliario urbano e iluminación ornamental. Tales avances fueron inaugurados el 12 de diciembre de 2013, día en que se abrió al tránsito la flamante Avenida Pérez de Arce. “Esto nació de una aspiración siendo muy joven, cuando nosotros veíamos que otras calles del centro de la ciudad, otros barrios residenciales tenían adelantos, modernización que nosotros no teníamos. Entonces nosotros 106
pensábamos que nuestra niñez la vivimos feliz, nuestra juventud se fue y ahora siendo adultos debemos dejarle un legado a nuestros hijos, a nuestros nietos, a los bisnietos y bisnietas, a los hijos de nuestros vecinos que jugamos en el río (…), un ejemplo para que ellos sigan luchando y manteniendo este sector”, resalta Canales. Al otro extremo del barrio, un esfuerzo particular fue el que también le tocó asumir a Teresa Andrade Vera, quien debió luchar por un mejoramiento de la ripiada calle Francisco Antonio Pinto, cuya parte del cerro fue quedando postergada en el tiempo, pese a que estuvieron pavimentando durante varios años las vías adyacentes. Al no estar dispuesta a vivir otro invierno intransitable en su sector, a mediados del año 2008 ella misma decidió ir directamente con el entonces alcalde Juan Morano en busca de alguna respuesta. La acompañó su inseparable vecina Eliana Vivar. “Le fui a hablar al alcalde y yo le digo: mire, tenemos este problema y éste. Me
dijo: ¿y ustedes pueden juntar plata? Yo le dije: sí, podemos, y empezamos, pues, a juntar la plata. Yo era la responsable, la tesorera”, señala, habiendo obtenido la palabra de la autoridad para dar pie a un proyecto cofinanciado. El 18 de junio de 2008 hicieron el primer depósito bancario, abocándose Teresa a canalizar aquellos aportes tan necesarios de sus vecinos; en especial aquellos más generosos que compensaron lo que se esperaba hubieran dado otros. Agrega que meses después, cuando “estaba ya listo que lo iban a venir a hacer, me avisaron y yo lo fui a sacar al banco (el ahorro solicitado) y lo fui a pagar a la municipalidad. Entonces el alcalde nos dijo: el resto lo pongo yo, así fueron las palabras”. Al final, la autoridad sí cumplió y se pavimentó el tramo faltante desde la esquina de Patagona con pasaje Hernández, una cuadra completa arriba al cerro hasta llegar a Arauco. Ella conserva como recuerdo la libreta de ahorro y atesora la alegría que esto trajo a todos sus
vecinos, en especial las palabras de una de ellos quien menos esperaba, que le dijo: “Por ti tenemos la calle, Teresa”.
La magia de un descubrimiento Pendientes, planicies, escalinatas, recovecos, aberturas visuales y entradas de viento, con sus altos y bajos; si hay algo que caracteriza a este barrio, además de su batería de murales modulares, rampas y escaleras, son sus colores que ofrecen siempre una nueva mirada a su entorno. La fotografía resultante siempre resaltará por lo llamativo de sus reconocidos cerros, viviendas escalonadas, cercos de madera e infraestructura urbana, donde el tema de la autoconstrucción y el arte de casonas grandes, algunas con sus quintas, representan en propiedad al chilote colono que llegó en busca de un remanso que le recordara su terruño. 107
Así lo reconoce Fernando Padilla Arrau, arquitecto y muralista interesado en la ciudad, sus espacios públicos y en cómo poder aportar de diferentes maneras, a partir de la arquitectura, el muralismo y la pintura. A los ojos de él, cada recorrido por este sector es un descubrimiento y un encuentro con sus diferentes vistas, como ocurre desde lo alto con el estrecho de Magallanes; y todo ello acompañando de un manto de colores que se puede apreciar desde distintos puntos del barrio. “Sin lugar a dudas, éste es un lugar lleno de magia y poesía al que hay que potenciar y cuidar”, asevera con la misma razón (o sinrazón) de quien ha experimentado un amor a primera vista. Confiesa que luego de vivir algún tiempo en Temuco se reencontró con el Río de la Mano, y allí lo cautivó la manera en que se mimetizaban los muros, los cuales “a la vez eran importantes porque estaban marcando recorrido, eran hitos, ya estaban cuando yo llegué. A mí siempre me gustó ese sector, me llamaba la atención, porque encontraba que era como un valle escondido”, también con mucha vegetación. Recuerda que se dijo a sí mismo: “Esta cuestión es Valparaíso”, y se enfocó a postular un proyecto con un amigo a un concurso que promocionaba una empresa (“Pinta tu barrio”). Lograron adquirir 10 millones de pesos en pintura y lo repartieron a los vecinos para pintar sus casas. Esta renovación de ambiente le permitiría apreciar que dicho sector se pronunciaba a través de sus tonalidades: “Había color, había movimiento y desde arriba cualquier persona donde se pudiera posar o recorrer Río de la Mano iba a encontrar color, se veían edificios, había escaleras, una composición de partes que se armaban, había armonía, música, entonces eso me llamó mucho la atención”. Su diagnóstico entonces fue: “Río de la Mano se nos presenta como un valle escondido dentro de la ciudad de Punta Arenas, con un carácter topográfico diverso al igual que su arquitectura, en donde se hace latente la quinta fachada que se evidencia desde lo alto y bajo”. A partir de su mirada multifocal, de descubrir cómo se asentaban las casas y desde diferentes orientaciones, se dijo: “aquí hay que hacer algo”. Entonces tomó como parte complementaria de Río de la Mano sus escaleras y muros de contención, cuya arquitectura se percibía, pero sin poder reconocerlos desde lejos como hitos o puentes conectores entre sus distintos factores. De ahí, tales infraestructuras irradiaron nueva vida a través de los colores. Y, tras la posibilidad de hermosear las casas, empezaron a aparecer los colores en las escaleras, verdaderos arcoíris que se empezaron a integrar con la vegetación, y así el municipio fue tomando también protagonismo aportando proyectos para ir renovando los colores de tanto en tanto. Desde su función en la Secretaría Comunal de Planificación, Padilla le daría otra vuelta a un proyecto de puesta en valor del sector, con una propuesta de intervención pictórica urbana y recuperación de espacios públicos como los miradores del Río de la Mano.
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De ahí empezará a armarse ya todo un conjunto armónico, con nuevos matices en muros y casas que enriquecerán aún más dicho entorno y aquello comenzará a reflejarse en los miradores. Aunque en la actualidad el barrio tiene alrededor de cuatro miradores formalizados, Padilla puntualiza que en realidad existen más de ocho que no lo están y que tienen esa condición de ofrecer diferentes tipos de vista hacia el poniente, hacia el oriente, hacia el sur, hacia el norte, desde abajo, desde arriba o intermedio, con corredores y recovecos. La idea será ir pensando en cómo hilvanar esa trama de manera gradual, aunque en el fondo su conjunto se alza a futuro como un lugar turístico típico y muy próximo (a siete cuadras del centro y a unas cuatro de la Costanera) que no se ofrece hoy en día, que el turista no sabe que existe en Punta Arenas. Aparte que tampoco hay otro sitio como éste, y “desde este lugar tú reconoces un barrio y reconoces el estrecho; reconoces el cerro, todo lo que es la cordillera, todo lo que es el Andino (Cerro Mirador), y visualmente no está contaminado”, acota Padilla.
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Nuevas postales Una de las primeras obras que adquirió forma y colorido tras la intervención a viviendas e infraestructura básica fue un imponente parque en la parte sur hacia el sector oriente, caracterizado por su pendiente zigzagueante. “El municipio licitó todo este proyecto que incluyó la calle, muros de contención y lo que fue rampas de acceso, escalinatas y se recuperó este sector, como un parque también mirador pero que da hacia el poniente”, señala Padilla. Como rescate más “semántico” de lo existente, se quiso interpretar con esta obra tiene que ver más bien con patrones arquitectónicos, por ejemplo, los cercos de las divisiones de las viviendas, los recorridos serpenteantes o zigzagueantes que van reconociendo las diferentes tensiones y vistas que tiene Río de la Mano. Eso también recoge los descansos y se reconvierte en los miradores, que dan la pauta para rescatar la arquitectura, lo que son las fachadas. Esto, sin dejar de lado el color, porque esta obra sin sus tonalidades o pinturas no lograría integrarse tan fuertemente con el paisaje como hoy día se ve desde el lado ponente.
Y si del elemento humano se trata, como alma de este conjunto, “cuando tú vas recorriendo en estos senderos interiores que van conectando, tú te vas balconeando a la parte privada. Accedes visualmente nomás”, agrega, en esta suerte de indiscreta terraza hacia la riqueza que albergan aquellos patios. La reciente concreción del Mirador de los Colores, entre Juan Enrique Rosales, Camilo Henríquez y Zenteno vino a potenciar una vista hacia el oriente como marco escénico, con una inversión superior a 413 millones de pesos del F.N.D.R. Allí resalta la Plaza del Anfiteatro Mirador Río de la Mano, que Padilla define como una plaza de descanso, cuya funcionalidad es conectar las zonas inferiores con las superiores; así también ocurre con las viviendas en función de este recorrido, con una mejora asociada a sus accesos, vistas y diferentes aperturas. Todo ello, al enlazar en suma los recorridos que se dan allí, potenciando las obras anteriores ya existentes, y que será también el motivo de otras futuras intervenciones. Pese al necesario uso de materiales duros (hormigón), luminarias y cintos antivandálicos, se incorporaron diferentes texturas y adoquines para dar
un poco más de armonía y poder conjugarlo con el paisaje urbano que existe en Río de la Mano. Tras este último hito, construido entre 2013 y 2014, se espera realizar otra obra similar de continuidad, de manera que pueda haber una trama, que se pueda conectar y que se convierta en un recorrido, de ir descubriendo el Río de la Mano. La idea es eso, aparte de generar nuevos espacios con estos miradores, es también entregar seguridad a través de luminarias led con una luminosidad más acogedora. “Lo interesante es que cuando tú vas recorriendo los distintos tipos de niveles en Río de la Mano puedes ir descubriendo la tipología de viviendas, de los tipos de techos que hay, las fachadas frontales, las fachadas laterales. Hay techos que son con menos pendiente, con más pendiente, pero siempre está el tema de las dos aguas. Son muy pocas las viviendas que tienen una sola agua, y eso responde al sistema constructivo que es mucho más simple y al tema del clima, de la lluvia, de la humedad”, destaca.
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Asimismo, el Serviu ya inicia otro proyecto de parque, que baja desde Prat y justamente empieza tomar todas estas tramas al pasar por Río de La Mano. A juicio del profesional, aquello permite armar todo un circuito turístico en el sector. Ya a mediados de agosto de 2015, los vecinos del sector aportaron sus opiniones al Serviu para el diseño del Parque Manuel de Salas, que se extenderá desde Avenida Martínez de Aldunate hasta pasaje Patagona, incorporando las singularidades de esta área con sus zonas de pendientes y miradores naturales con vista al estrecho. Padilla no duda al declararlo un lugar digno de ir a visitar, con su diversidad y relieves distintos, no sólo planicie, sino como una micro ciudad, que permite ir recogiendo las diferentes vivencias y aportes que existen en el lugar, como sus talleres y negocios más o menos históricos. “El lugar por sí solo te invita a recorrerlo; ahora, solamente hay que ir, pues”, resalta. Como refuerzo de este quehacer para posicionar a Río de la Mano como polo de atracción turística, cree necesario incentivar más a la gente a participar, salir y reconocer su barrio en un trabajo mancomunado. Otro aspecto a potenciar sería un trabajo profundo sociológico con profesionales que puedan llegar con dinámicas diferentes a los vecinos, con miras a solucionar problemas en Río de la Mano que tienen que ver con el cuidado responsable de los animales, el cuidado del medio ambiente y las basuras clandestinas.
Por un mañana siempre mejor A la hora de echar un vistazo hacia el futuro, todos sus habitantes coinciden en que trata de un barrio particular, muy diferente al resto, con mucho empuje, mucho coraje y ganas de salir adelante, además de sus cerritos, escondites y atributos que lo diferencian de otro lugar. Aunque Viviana Aguilar hoy vive en otro sector de la ciudad, tiene claro que Río de la Mano es diferente: “uno vuelve a lo suyo, vuelve a su raíces, vuelve a estar acá o a estar con el vecino, a compartir, a preguntar como está, a disfrutarlo, a verlo, a preocuparse. Tenemos de todo un poco, tenemos gente muy esforzada, tenemos profesionales, gente buena y mala como en todo lugar, pero más imperan las buenas personas, la gente trabajadora”. A ello suma que actualmente el barrio ha ido creciendo: “Es mucho más colorido, se ha trabajado cualquier cantidad y se han diseñado muchas cosas, tiene sus lindos miradores, un sector turístico al que se puede traer a la gente y donde se puede vivir”. A Ricardo Gamboa no dejan de cautivarlo sus encantos, aunque pone un acento en lo humano: “Me gustaría verlo como está ahora de moderno, pero verlo en la época de nosotros, del año 62, del año 49, donde la educación venía por casa; porque la verdad, mi padre si me hubiera visto intentar rayar la pared de seguro que estoy unos 15 días en cama. Entonces eso es lo que me gustaría para mi barrio, que volviera a ser lo que era antiguamente la educación, en el respeto de los viejitos con bastones”. Graciela Díaz, más conocida como “La Reina del Mote con Huesillos”, debió 115
lidiar dos años con la burocracia para poder contar por su permiso legal que le permita vender alimentos preparados en su carro móvil. La mitad de su vida luchó por un mejor porvenir en distintas regiones de Chile, dedicándose a vender de todo: joyas, ropas, pescado, comidas; y hoy valora el haber retornado a su zanjón: “Toda la gente la mayoría acá es gente chilota, esforzada, aquí han empezado de lo más abajo, ahora usted puede ver las casas bien hechas, tienen sus comodidades, lo que a lo mejor nunca soñaron”. Su mensaje de futuro a la juventud es que tengan altura de miras: “Que estudien que sean profesionales, que puedan tener una vida mucho más fácil que la que uno tuvo”.
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A su vez, Ema Aravena insiste en que no se he ido de este barrio, porque aquí están sus raíces: “Aquí vivió mi madre, que recuerdo mucho, y mis hijos, Karen, Gonzalo y yo sigo aquí, porque tengo todo aquí y soy feliz; y yo creo que de aquí voy a partir, pero este barrio me ha dado mucho, porque mis vecinos a mí me han apoyado (…) No quiero dar lástima ni nada, pero tuve un cáncer y lo tengo todavía, y quienes me ayudaron fueron mis vecinos. Entonces para mí este barrio es importante, porque yo volví a nacer dos veces”. Su actual mejoramiento es un motivo más para ser parte de él. Como muchos chilotes que añoran su tierra, Raúl Vargas señala que desde que llegó al sector demoró 50 años en volver a su terruño a pasear, “porque no había plata, así que con mi señora hice una pequeña economía ahí y dije: vamos. Ahora en cinco años hemos hecho tres vueltas”.
Este vecino de Caffarena resalta mejoras maravillosas en el mirador de su sector, gracias al empuje de Adela Cárcamo y su directiva. No obstante, restos y fondos de botellas quebradas, cajas de vino, cajetillas de cigarrillos y un sinnúmero de cachureos afean su pasaje allí donde baja a Patagona, está lleno de. Resulta habitual ver su figura allí junto a su esposa recogiendo aquellos desperdicios en la proximidad de su vivienda. “Y cada vez que se ensucie ahí lo vamos a hacer”, agrega, sin perder la esperanza de que quienes lo hagan recapaciten. Para la ex dirigenta Susana Ugarte, a futuro le gustaría que existan y se refuercen más muros de contención, que haya más plazoletas y se consolide la movilización colectiva en un barrio donde existe mucha gente mayor, que tiene que salir hasta Avenida España, Pérez de Arce o Prat para desplazarse, sin que a la fecha pase un bus o un taxi colectivo. Tampoco pierde las esperanzas que se pavimente su postergado pasaje Aconcagua.
Adela Cárcamo considera maravilloso todo aquello que sea infraestructura urbana para mejorar la calidad de vida de los vecinos, tal como ya se anuncian algunas iniciativas, y sin olvidar tampoco el aporte que puedan hacer los vecinos de ponerle mucho color al barrio y que pinten sus fachadas y techos de colores vivos. La dirigente señala que todos los proyectos son importantes, y cada uno tiene una época diferente que soluciona distintos aspectos; como el reciente Mirador de los Colores, que incorporó una visión de conjunto y a largo plazo con iluminación más cálida y materiales antivandálicos: “Se mejoró todo lo que es la calle, aguas lluvias y se armaron terrazas de acceso, pero acá se solucionó un tema donde había un sitio eriazo que era un hoyo y, a la vez, se mejoraron los accesos y diferentes tipo de vista en la zona sur, en la zona norte, en los accesos, en las escaleras (…) y ahora vamos a continuar allá, vamos a conectar con Zenteno”. 117
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Tamara Garay, quien llegó de dos años al sector, señala que hay muchas historias del barrio que la tocan y le llegan, como el haber tenido un río al lado de tu casa y ver hoy día la civilización. Ella cree que esa fuerza interior que le dio una identidad a su sector está intacta, no se ha perdido: “todos estamos enfrascados en nosotros mismos, entonces hasta que el otro no pida ayuda o no necesita ayuda, la mística no se ve. La mística está, pero ha cambiado como han cambiado los tiempos, como ha cambiado todo (…) acá en el Río de la Mano sigue viva”. Su hermana Rosa aporta el corolario de un vital peregrinar y que también motiva esta extensa e inconclusa crónica. Por todo aquello que vivieron y que el tiempo se lleva, les interesa que no se pierda la historia de cómo se construyó esto y de la gente que estuvo ahí. “Yo no quiero morirme sin dejárselo a alguien o dejárselo a mi hija, como para que alguien sepa y esto porqué es así, y no ocurra que venga una máquina y diga porqué no emparejamos la calle y botamos los cerros. Horroroso sería para nosotros, que éste fue el lugar donde nos criamos. Entonces cuando tú me hablas de rescate cultural y tú me hablas de movernos en el ámbito de la cultura, nos sentimos así; con un padre que fue dirigente vecinal, que fue solidario con sus vecinos, una madre que fue ‘aperrada’, y que fue una mujer inteligente que pudo haber reclamado su espacio y haber dicho: yo quiero trabajar, yo quiero desarrollarme culturalmente y en vez de decir eso, ¿qué hizo? Se puso un palo en el hombro, puso dos baldes y acarreaba agua para la familia, eso es lo que le correspondía hacer en ese momento histórico en el que ellos fueron colocados. Entonces por eso el temple nuestro es caernos 20 veces y levantarnos 21, porque así fuimos criados, porque nuestra genética, nuestro ambiente, nuestra educación giró todo en torno a este Río de la Mano”.
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M.R