





- ¿Está por aquí la niña?
Tenemos que irnos ya, vamos tarde a extraescolares... ¿Otra vez se ha escondido?-


¡Abuela!¿La has visto?
¿Qué vas a ver tú?
¡Si estás siempre en tu mundo!





Ya se ha ido ¿verdad?

-Abuela
¿En qué mundo estás?
¿Puedo ir?
Abuela
¿Por dónde se va?

¿No me lo quieres decir?

Pasas todo el tiempo aquí tumbada, mirando fijamente el armario...


Es muy especial para ti ¿verdad? Mamá me dijo que tú lo pintaste.

¿Por ahí se va a tu mundo? ¡Yo quiero ir contigo!¿Puedo?


En tu mundo vivíamos al aire libre, entre esos árboles, rodeadas de flores.

Allí no existía la prisa. Nadie nos decía donde teníamos que ir ni lo que teníamos que hacer.

Nos quedabamos muy quietas para no asustar a las ardillas y jugar con ellas.
También ayudábamos al escarabajo pelotero con su preciada carga, seguíamos a las hormigas en sus misiones y dejábamos que las mariquitas nos hiciesen cosquillas en la mano.
Enseguida agitaban su vestido de lunares y seguían viaje.

Entonces, decidíamos explorar el bosque.
A lo lejos se escuchaba el aullido de los lobos, entre las ramas, inquietantes silbidos, crujidos y siseos por la hierba. ¡No nos daba miedo!



Éramos fuertes y valientes.
¡Intrépidas aventureras!


¡Y nunca nos dolía nada! No hacían falta pastillas, ni jarabes, ni inyecciones... Allí todo lo curaba la risa.
La risa y jugar a adivinar formas en las nubes.
Hasta que veíamos nubes plátano, nubes salchicha o nubes bizcocho y nos daba hambre.

Podíamos comer lo que queríamos cuando nos apetecía.
El bosque nos ofrecía sus deliciosos frutos.

En la boca, separabamos la jugosa carne de los huesos y los escupíamos compitiendo por ver quién llegaba más lejos. Los mofletes inflados como los de mi hámster.
Los dedos teñidos de púrpura.

¡No había siesta! después de comer, saltábamos, corríamos, hacíamos piruetas increíbles...

Hasta caer rendidas._


Nadie nos decía cuándo dormir,


Ni qué soñar...






