El uriche: la bola de oro y los cafetales del pisuicas
LA BOLA DE ORO
H
ace algunos años la ciudad de Heredia era mucho más pequeña de lo que la conocemos hoy, gran parte de su lado este terminaba en la esquina de una vieja casona conocida como “La Bola de Oro”. Era un largo edificio de adobes que se ubicaba a trescientos metros este de la Corte, tenía amplios frentes sobre avenida y calle, siendo este ultimo el más largo. Muchas de sus ventanas y puertas estaban preventivamente clausuradas lo que incitaba a la curiosidad popular y le daba un halo de misterio e intriga. Llegando a su esquina sur había un local comercial que alojaba una súper conocidísima cantina llamada el Doble Cero, famosa por sus bocas chicharrón, papa con papa, ensalada rusa, pata de chancho y la “Patrulla” que era una especie de casadito revuelto. El interior de la Bola de Oro contaba con numerosos cuartos de alquiler, pisos de ladrillo de barro, corredor, bodega, aposentos ocultos, amplios molederos y un par de oscuros pasadizos. En el centro de la propiedad había un patio general
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Manrique Álvarez Rojas que tenía unas grandes pilas de lavar ropa y unos pocos baños de uso general, el ambiente en comunidad era misterioso y un tanto irregular; se hablaban muchas cosas de lo que sucedía adentro. Nunca fue un lugar de muy buenas costumbres, sin embargo en esa vieja casona conocí buenas familias y también personas honradas que siguen siendo mis amigos. Era un punto de referencia en todo Heredia. En mis tiempos de carajillo la edificación era casi inhabitable y se encontraba en verdadero estado ruinoso, su interior albergaba muchas familias en muy poco espacio, el hacinamiento y la suciedad eran visibles y sufribles. Solo el hecho de visitar La Bola de Oro. Supuesta pieza de oro enterrada en una de las paredes de la vieja edificación en ese lugar representaba un gran peligro para todos los que se encontraban allí, en cualquier momento su
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frágil y vieja estructura podía sucumbir completamente ante cualquier movimiento, temblor o incendio. La Bola de Oro también contaba con una leyenda que a la postre fue causa de su curioso nombre, muchos aseguraban que en algunas de sus desvencijadas paredes de adobes se encontraba oculta una gran bola del más fino oro esperando ser desenterrada por un valiente. El gran problema consistía en que esa valiosa bola de oro era propiedad del temido “Cuijen” (Diablo) y quien la encontrara debía pagarle con su alma, así que el asunto era muy complicado de realizar sin antes cancelar ese terrible peaje. Para encontrarla y llevársela libre de prenda había que darse de "cuerazos" con ese personaje y eso sí que era cosa seria. Y no crean, a pesar del susto, más de un locazo se lanzó a la peligrosa aventura de buscar la bola de oro en la ruinosa estructura; conocí algunos que quedaron medio desvirolados despues de buscarla por algunos meses. Aunque no se sabe si la locura les provino de haber visto al Cuijen en persona o por los muchos puros de “mota” que se fumaron en el proceso de búsqueda. Cuando botaron la vieja casona nunca apareció la bola de oro, posiblemente alguien la encontró y se la
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Manrique Álvarez Rojas llevó; de fijo esa persona o se alió con el cachudo o se cuerió con él. La Bola de Oro llegó a ser tan famosa que esa parte del Barrio del Carmen casi se independiza de la mente herediana para convertirse en el nuevo barrio denominado “Bola de Oro”. La gente decía: —¿De dónde sos vos? —Del Barrio del Carmen, cerca de la arrocera abandonada de los Rosabal. —¡Ah ya! Por la Bola de Oro. —Sí, ahí mismo. Todo el mundo sabía que al final de la avenida dos se encontraba aquella vieja casona llena de aventuras, misterios y leyendas, un caserón en ruinas que cargaba el cuento de tener una bola de oro enterrada en sus paredes. La Bola de Oro era el remate de la conocida y famosa “Calle de la Amargura”. Y por si no lo sabían:
La avenida dos de Heredia fue llamada por generaciones como la “Calle de la Amargura”, esto debido a la gran cantidad de solteros, solterones, viudos, locos y locasos, que albergaba por metro cuadrado y a todo lo largo de su recorrido.
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EL URICHE
Fuente: INTERNET
El Uriche. Entrada. Puente nuevo sobre el Río Pirro.
Más allá de la Bola de Oro estaba el Uriche. Su entrada principal se encontraba sobre la callecita a San Isidro, bajando la cuesta del río Pirro e internándose en los cafetales aledaños, a partir de ese lugar todo eso era el Uriche. La cuesta de Pirro era el mejor lugar en Heredia para tirarse en patineta, pero patinetas de las de antes; las viejas patinetas eran pequeños trineos de sentarse construidos de madera, ruedas de roles viejos y frenos de pata pelada. Bajar volado en ellas por la delgada calle asfaltada del Uriche era un ruidoso acontecimiento difícil de igualar.
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Manrique Álvarez Rojas El Uriche era una extensa zona de cafetales, potreros, cañales, pozas, arboledas y zonas boscosas que bordeaban la entonces Escuela Normal Superior (UNA), su extensión iba paralela a la delgada carretera que conducía a San Isidro; propiamente hasta el cruce de San Pablo de Heredia. Algunos de sus límites conocidos eran el Río Pirro, Beneficio Otoño (Santiago), Potrero Loco (Lolo López), Poza de los Tres Chorros (Marino), Beneficio La Meseta (San Pablo), San Pablo, Cementerio de San Pablo, APSE (Puebla) y el Beneficio Salazar a la entrada de Heredia. De todo el Uriche lo más gustado por los chiquillos de mi época eran los cañales del Pirro, los variados árboles frutales que llenaban nuestras panzas y la famosa Poza de los Tres Chorros. La Poza de los Tres Chorros era el balneario natural, público y gratuito de la ciudad de Heredia. Su formación era una concavidad de piedra guarecida con un paredón a sus espaldas de donde caían tres chorros de agua, era una poza pequeña pero muy profunda, sus aguas provenían de los torrentes del mismísimo río Pirro por lo que eran oscuras, olorosas y sucias. Más bien oscurísimas y hediondas, especialmente en los tiempos de verano en que se realizaba el proceso
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de lavado y secado de café en los muchos beneficios de San Rafael de Heredia. Fue muy conocida porque era el lugar preferido donde los carajillos del centro íbamos escapados a bañarnos en pelota, decían que no tenía fondo, al menos conocí muchos buenos clavadistas que nunca llegaron a tocarlo. Su boca semi redonda se encontraba rodeada de un pequeño potrerito y de algunos árboles de guayaba, guaba y jocotes que eran las delicias de chicos y grandes. Hasta había el cuento de que una persona se había ahogado en sus negras aguas, pero por lo profundo y oscuro de las mismas no fue posible encontrar su cadáver jamás. Y eso que lo buscaron por días expertos nadadores, buzos y miembros de la Cruz Roja. La Poza de los Tres Chorros era considerada una especie de puerta abierta a lo desconocido, un espejo del tiempo; tal vez un paso al más allá. De güilillas nos imaginábamos el Uriche como el “Bosque Encantado de Sherwood” en la mismísima Heredia, solo le faltaba Robín Hood para completar su legendaria fama de misterios y leyendas. Sin embargo nuestro humilde Uriche contaba con todos los espantos habidos y por haber en Costa Rica,
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Manrique Álvarez Rojas entre duendes buenos y malos superaba enormemente aquella fabulosa campiña inglesa. Allí aparecía la bruja Martuja, la Segua, el Pisuicas, la Llorona, la Calaca, el Cadejos, el Mico Malo, la Mano Peluda, el Padre sin Cabeza, el Dueño de Monte, el Zipitillo, la Tule Vieja, la Mona, el Wampiro y hasta la Carreta sin Bueyes que de vez en cuando bajaba la cuesta de Pirro en busca de sus muertitos de cólera. Era la “Zona Roja” de los sustos en Heredia. Y de vez en cuando, especialmente en las lunas llenas de enero y febrero, se escuchaban gritos aterradores, música electrizante y risas espantosas debajo de los puentes del río Pirro y en las cercanías de la Poza de los Tres Chorros. El “Pisuicas” del Uriche. ¿Me buscáis a mí? Mascarada. Fuente: INTERNET
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El tenebroso escándalo empezaba después de la media noche y muchos heredianos sabíamos que los supuestos “fiesteros” eran las fichitas anteriormente mencionadas que celebraban juntos y a todo azufre sus horribles akelarres de verano (Fiesta de Brujas). Pasar el Uriche de noche, había que pensarlo mil veces. El Uriche también era el lugar perfecto para irse de excursión, perder carajillos, portarse mal o simplemente esconderse de los hermanos mandones y de las mamás regañonas. Si uno mocosito tenía la mala suerte de perderse entre sus intrincados cafetales, siempre había un Duende de buen corazón que te tomaba de la mano y te dejaba seguro en alguna salida fácil de reconocer. Porque si habían Duendes y muy buenos, comprobado. Pero sí de “samueles” y “samueleones” se trataba, el Uriche era el lugar indicado; un enorme teatro de la vida alegre con muchos palcos, buena vista y al aire libre. A partir de cierta hora de la tarde los carajillos del barrio se percataban e informaban de tal o cual parejilla caminaba rumbo a las húmedas callejuelas de los cafetales o a los verdes y frescos pastos de los potreros. ¡Camas verdes!
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Manrique Álvarez Rojas Ese era el grito de guerra y la clave secreta. La Calle de la Amargura fue testigo por décadas de muchos conocidos y algunos desconocidos en rumbo discreto al Uriche, aventura de placer que debió de haber sido una increíble sensación de peligro y miedo larguito del centro. Una vez advertida la pareja camino al Uriche se salía en secreto detrás de ellos y como siempre había un árbol cerca del nidito de amor, la ciencia era subirse sigilosamente a inspeccionar y sin hacer bulla. Sin embargo a veces descubrían “in fraganti” el maléfico plan y comenzaba la verdadera batalla campal de jocotazos, guabazos y guayabazos sobre las pobres victimas del placer sensual. Pocas ocasiones el peso de los espías jugaba una mala pasada al grupo, de un momento a otro se quebraba la rama-palco que los sostenía y “júas” todos caían encima de la pobre parejilla. Hoy nos preguntamos: ¿Cuántas ramas de guayaba, guaba y jocote se habrán quebrado en nombre de la educación sexual de unos guilillas torteros? ¿Cuántos golpes y moretones producirían el peso de unos mocosos cayendo torpemente sobre los “enamorados” del cuento?
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¿Cuántas carreras, patadas y puteadas darían cuenta del gran susto de ambos bandos? ¿Cuántos bebes serían obra de ese duro y abonado suelo de cafetal? Mejor ni preguntar… El Uriche era un lugar tranquilo, por ahí se escuchaba que habían dejado abandonado un carro recién robado, se había perdido un güililla o habían asaltado algún caminante; de vez en cuando tocaban alguna chiquilla que andaba sola por esos predios apretando, fumando y tomando. Pero lo que más impactaba era la noticia de que en sus cafetales mandaba y andaba suelto el verdadero Pisuicas (Diablo) de los cuentos, eso sí era otra cosa. Ya ni la policía quería entrar… No sabemos si ese Pisuicas era el mismo Cuijen de la Bola de Oro o el Zombi que se la encontró y tuvo que entregar su alma al cachudo, lo que sí es cierto era que un ser horrible que se aparecía a menudo por las calles y callejuelas de ese lugar. Lo que si era notorio es que ese bicho se salía en las noches con la forma de un humilde señor, un campesino serio y harapiento que ante las burlas de los chiquillos se comenzaba a deformar.
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De un momento a otro se iba haciendo cada vez más grande, fuerte, feo y mal oliente; sus pequeños ojos se convertían en rojos tizones de fuego que quemaban con solo mirar. El bicho era horrible y hablaba espantoso, un ser de otro mundo que en medio de su transfiguración le daba por preguntar con su terrible voz: ¿Me buscáis a mí? No había terminado de decir eso cuando todo el mundo jalaba soplado sin volver la mirada atrás, un segundo despues la manada de carajillos estaba jadeando y en un puro temblor en el atrio de la Parroquia. Un susto de espanto y brinco que jamás podrá ser olvidado. El Uriche de antaño desapareció para dar paso a una nueva carretera, una creciente universidad, varias urbanizaciones y un colegio religioso. El río Pirro se convirtió en una orinadilla de vaca. Hoy la Bola de Oro solo es un recuerdo, el Uriche no es más que un nombre, el Río Pirro una sucia acequia y la Poza de los Tres Chorros una alcantarilla. Heredia es otra. Pero es nuestra Heredia... Las leyendas del Uriche, serán un recuerdo más entre el baúl de mis recuerdos.
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El Diablillo. Actor principal de nuestra historia. Mascarada. Fuente: Internet.
Manrique Ă lvarez Rojas 29 de octubre del 2013
RĂo Pirro. Orinadilla de vaca enferma. Heredia. Foto: soloheredia