CRIMEN PASIONAL

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Luis Fernando Moya Mata

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Prólogo Esta novela corta está basada en un hecho real ocurrido en la zona de Varablanca, en el siglo pasado, en los años setenta. Durante todo este tiempo estuvo en mi memoria este caso que fue impactante. Los nombres de los personajes son ficticios, los antecedentes de los lugares supuestos en que vivieron Concepción, Martín y Tomasa en Nicaragua son también ficticios. Los diálogos, las circunstancias de detalles personales de los personajes, la descripción de los lugares son también parte de la imaginación del autor. Lo que son reales son los hechos concretos sucedidos.

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PRIMERA PARTE Aquella mañana de mediados del año mil novecientos setenta y dos, se levantó Concepción Palacios, como todos los días de su rutinaria vida. Hacía muchos años había venido de su tierra Chontales, allá en Nicaragua y era uno más de los inmigrantes que se dedicaban a las tareas de cultivos en Costa Rica. Lo rudo de su trabajo, en la siembra de fresas y el cuidado de algunas vacas que su patrono Carlos Vizcaíno tenía a su encargo, aunado al poco dinero que le producía un salario que no obedecía a la realidad de sus labores, lo consternaban. Cierto, eran tareas duras a las que debiera estar acostumbrado, sin embargo, a pesar de que ya hacía tiempo vivía aquí, no se acostumbraba mucho a las temperaturas de quince y diecisiete grados Celsius de la zona de Varablanca, en las montañas de la provincia de Heredia. Por lo general la niebla todo lo cubría y sus botas de hule se le hundían en el fangoso camino y más fangosa aún tierra que lo circundaba. Pero éste no era el problema. Lo que le molestaba era la indiferencia del patrono a quien no se atrevía a reclamarle, por esa incertidumbre de si eso significaba que lo echaba del trabajo. A pesar de los años, se encontraba sin

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papeles migratorios que le permitiera buscar nuevos horizontes, bajar a la ciudad, conseguir algún puestito en una venta ambulante o emplearse en construcción de casas o edificios. Además de que no tenía los medios económicos para pagar a algún abogado para esos trámites, tampoco tenía documentos de su País que le permitiera por lo menos adelantar algunos. Su patrono vivía en San José y no se aparecía muy seguido en la finca, la cual, al parecer no le ofrecía muchas ilusiones, pues en verdad, el ganado que tenía era poco, aunque el pasto era bastante y aparte la poca cantidad de leche que le producían las vacas, la cual entregaba a los camiones de la cooperativa que todos los días recorría la zona, no había mayor interés en desplazarlo desde San José a Varablanca por una carretera sinuosa y estrecha. Serían como las cinco de la mañana cuando Concepción se dirigía al potrero en donde estaban las vacas con sus ubres llenas y dispuestas para el ordeño. Martín, gritó llamando a su perezoso hijo que a esas horas no gustaba despegarse de sus cálidas cobijas ya bien gastadas por el uso, pero calientes al fin y al cabo. Martín….. insistió con voz más fuerte ya cerca de la ventana con vidrios manchados por al aire frío y la falta de limpieza. Ya voy papá, contestó con voz quejumbrosa el muchacho, ya voy, déjeme dormir un poco más, tengo mucho sueño. Que te levantes carajo, contestó su padre y entonces apareció el muchacho en el quicio de la puerta ya abierta. Venga, que tenemos que ordeñar y limpiar los regueros, pues en poco tiempo pasará el camión cisterna a llevarse la leche del patrón. Papá por qué no tomamos un poco de café para calentarnos dijo Martín con desconfianza . Creo que mamá ya está despierta y tiene el fogón prendido. No, Martín, las vacas están que revientan y hasta les puede dar eso que le llaman mastitis si no se les saca la leche y si esto pasa, no

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quiero ver al patrón cabreado conmigo y de repente hasta me echa a la calle. En todo caso, este es el trabajo que tengo que hacer y vos tenés que ayudarme para que no seas tan holgazán. Vamos al potrero, sacamos las vacas y las pasamos al establo. Uy, está frío dice Martín tiritando y poniéndose una sucia gorra en la cabeza para soportar un poco la pertinaz lluvia que estaba cayendo sobre la zona. Vistiendo unos pantalones de tela gruesa y apañado con una vieja suéter de franela, un tanto agujereada, ceñido por una faja que medio le sostenía los pantalones tragados por sus botas de hule, salió al camino y se dirigieron al potrero cercano en donde estaba el ganado. Apenas unas quince vacas Holstein, con sus matices blanco y negro en sus pieles los esperaban a que fueran conducidas en fila india hasta el lugar de ordeño. Mientras tanto en la modesta casa de madera, techo de zinc medio herrumbrado y piso lujado, Tomasa Zapata, la mujer de Concepción dándole que dando al fuego, en una vieja cocina de leña que había adquirido el patrono para el servicio de sus ayudantes. Una olla contenía ya el agua hirviente para pasarla a un colador en donde esperaba el café para ser chorreado. Y fiel a su costumbre de siempre, preparaba unas deliciosas tortillas, bien hermosas, que iba colocando en un comal para que se pusieran doradas y hasta tostadas con una costrita de quemadas que invitaban a comerlas, así calentitas. Eran solo tres en la casa, hacía unos diez años habían atravesado la frontera con Costa Rica luego de cruzar el gran río y como no había para la época mayor vigilancia, su arribo a tierras costarricenses no tuvo complicaciones de ninguna clase. Venían, junto con otros compatriotas suyos, que correrían iguales suertes, su esposo Concepción y su pequeño hijo, a la postre de cinco años. Venían de ser muy pobres allá en Chontales, habían tenido que atravesar buena parte de Nicaragua para postrarse a las orillas del

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San Juan. Atrás quedarían su madre, hermanas y sobrinos de los que le costó despegarse pensando que más nunca los volvería a ver. Tomasa había conocido a Concepción siendo una jovencita de apenas trece años y él frisaba los dieciocho. Eran de la misma región, más propiamente de Acoyapa del Departamento de Chontales y desde el primer instante en que se relacionaron entraron en prematuro noviazgo con el consentimiento de la madre de la joven. Curiosamente en los primeros años de estar juntos no tuvieron hijos, sino que al tiempo les nació un primogénito al cual le pusieron el nombre de Martín. Concepción trabajaba en una finca ganadera de gran extensión pero no le pagaban bien y las penurias que eran solo de él, se duplicaron cuando se unió a Tomasa y triplicaron cuando nació Martín. Concepción era un hombre flaco, enjuto, el pelo canoso y medio ensortijado, moreno de su piel y tostado por el sol que a diario le caía en sus labores del campo. Sus ojos profundamente negros y que generaban una mirada fría e inexpresiva. Tomasa, que era apenas una niña cuando se enamoró de Concepción comenzó a crecer y a hacerse mujer. Despuntaron sus pequeños senos y se le fue torneando su cuerpo hasta irse convirtiendo en una mujercita atractiva, de una estatura poco más del metro sesenta y graciosa en su forma de expresión corporal. Salvo la pobreza y la desesperanza, la pareja trataba de vivir con lo poco que tenían, apenas acomodados en un ranchito que construyó Concepción al lado de la casa de la madre de Tomasa. Ella, de nombre Ramona, en un principio aceptaba con alguna simpatía a su yerno, pero lamentaba la poca o ninguna prosperidad del campesino. No es que pretendiera que a su hija le llegaría un hombre de fortuna o por lo menos de un poco de educación, la verdad es que ni por la mente le pasaba eso, sino simplemente que, conforme pasaban los días y los años algo no caminaba bien en el rancho de la pareja. Posiblemente se dio cuenta de alguna discusión en ese lugar,

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pero lo ignoraba o lo creía como el proceso normal de adaptación de un hombre y una mujer bastante jóvenes para meterse en estos caudalosos ríos que son los matrimonios, en los cuales las corrientes que en determinado momento podían ser tranquilas y frescas, en otros se convertían en caudalosas y violentas. Hasta cierto punto Ramona se sentía muy sola. Cierto que su hombre que la había abandonado, le había dejado como recuerdo a dos hijas más, pero, siendo mayores que Tomasa, la verdad sea dicha, tenían otros intereses y otros hombres que las acompañaban y les comprometía las atenciones que pudiera merecer su hermana. Las hermanas, se decían, cuando su madre las increpaba, si se metió a grande, ahora que aguante. Que sea una buena hembra porque si lo es para entretener a su hombre, que también lo sea para que haga las cosas como toda mujer tiene que hacerlo sin mayores quejas. Ramona no se sentía culpable pues ya no le resultaba extraño que sus hijas sucumbieran tan rápido y sin resistencia cuando ambas se enamoraron de sus hombres. Y ¿Qué les queda en esta vida? Este es el lugar en donde nacimos y crecimos, si nacimos pobres heredaremos pobreza, contra esto nada que hacer. Lo que sucede es que Concepción no estaba dispuesto a que los días corrieran sin vientos que lo removieran de su hastío y lo sacaran del tedio. Recordó que escuchó en una conversación reciente entre muchachos, que alguien mencionó que se podía buscar nuevos horizontes en Costa Rica. Este plática le dejó inquieto. Pero, una cosa es tener la inquietud y otra cómo realizar la idea entreverada en su cabeza. Por lo pronto se le quedó punzante y de repente empezó a pensar en este asunto cada vez con más frecuencia hasta que se le hizo un asunto obsesivo. No tenía mayor información de cómo se podría realizar un sueño que comenzaba a tomar cuerpo en su mente. Pero, pensó en un momento de reposo, sentado en un banco

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provisionado al lado de la pared de su casita. Y ¿ Cómo diablos voy a ir a ese país? No tengo papeles de ninguna clase ni podría tenerlos. Tendría que ir a Managua para tramitar un pasaporte y no solamente para mí, también para Tomasa y Martín. Y ¿con que dinero? ¿ Con los Córdobas que me gano en esta finca? Sus respuestas lo sumían en una tristeza y depresión que finalmente se le convertían en mal carácter cuyas consecuencias no le producían ningún bienestar a su familia. Con la misma constancia con que se doblaba en el trabajo en la finca de su patrono, comenzó a hacer unos pequeños ahorros de la plata que le pagaban. La verdad no había mucho en que gastar el dinero. Acoyapa, el pueblo al que pertenecía Chontales le quedaba un poco lejos y solamente iba cuando procuraba las cosas de la casa, principalmente los alimentos que le traía a su familia y que le permitía también lograr alguna información de alguien que conociera un poco de Costa Rica.

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Todo lo que pasó entre este momento de informarse y de tomar decisiones, le pasaba por la cabeza a Concepción cuando luego recordaba todas las vicisitudes por las que pasó él con Tomasa y Martin apenas de cinco años, cuando junto con un grupo de coterráneos se adentraron en Costa Rica luego de ser transportados por el Río San Juan por uno de los tantos boteros que hacían esas labores que eran casi diarias. Bueno , pero ya estaba en Costa Rica y luego de probar una gran cantidad de trabajos en distintos lugares, algunos en la zona de los Chiles, luego un poco más cercano en regiones de San Carlos, por fin, lo último que logró fue colocarse en

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esta finca en Varablanca de Heredia en donde se hizo cargo de una finca no muy grande, pero finca al fin que le permitiría vivir un poco mejor que en su lejana tierra. ¡Papá ¡le gritó Martin a su padre para sacarlo de sus cavilaciones. Ya hicimos el ordeño, el ganado volvió al potrero y yo tengo mucho frío y mucha hambre. Ya mamá tiene preparado el desayuno y hasta que huelen las tortillas con queso que están listas. Si hijo, ya me estoy dando cuenta y la verdad es que también estoy hambriento. Vamos pues y se adentraron a la humilde vivienda. Tomasa estaba rubicunda por el calor del fuego y el delicioso humo que brotaba de las tortillas que iba sacando del comal. Se sentaron a la mesa y Tomasa les fue sirviendo el café humeante que le gustaba a Concepción y que había aprendido a gustar a Martín, sobre todo que con esos fríos mañaneros de la montaña lo hacía más exquisito. Vieras Tomasa, dijo Concepción mientras atrapaba una tortilla entre sus callosas y sucias manos, he estado pensando, no sé cómo explicar. Tomasa quien ya también está sentada comiendo, se inquieta. ¿Qué aventura pasa por tu mente? Tenemos diez años de estar por acá y siento que no mejora la situación económica. Mi salario es bajo y no estoy claro de si estoy asegurado. No tenemos papeles y el patrón casi que ni se asoma por aquí. Necesito hacer más dinero para sacar esto adelante. Martín apenas fue a la escuela y no llegó ni al cuarto grado. Un amigo me dijo que yo podía sacar guaro de contrabando, aquí mismo en la finca. Esto es grande, nadie viene, menos las autoridades y vendiendo este guaro alguna platilla puede ayudarnos a salir un poco mejor. Tomasa se queda pensando y dice : pero esto es peligroso, si nos agarran puede parar en la cárcel y esto sí sería terrible. Y además, nos expulsan de aquí. Sé que estamos jodidos, pero siempre lo hemos estado, por lo menos comemos, tenemos trabajo y casi ni

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gastamos porque aquí no hay donde gastar. La ropilla la compramos en la tienda de María en Poasito y no todo el tiempo lo tenemos que hacer. Las vacas nos dan la leche que ocupamos, sacamos un poquito de queso para la casa y sembramos un poquito de lo que se puede para que no nos falte comida. Yo no sé qué se trae entre manos, pero a mí me da mucho miedo. Ud. siempre ha hecho lo que ha querido y la verdad es que no sé para qué me preguntas. Concepción se quedó callado, pensativo, pero expresó en su rostro un malestar como el que había sentido cuando hace diez años le pasaba por la mente venirse a este País. Y nadie a quien consultar, la verdad es que él mismo había probado ese guaro y le había gustado. Por estos lados debe haber más gente que le guste y siendo guaro hay carajos que gastan la plata que apenas tienen para otras cosas para hacer sus borracheras. La idea le quedó guindando en el fondo de su cabeza. La verdad es que no era difícil hacerlo, un poquito de guaro corriente, mezclarlo con frutas y dejar que se fermente y ya, algo que se le agregue para ayudar a la fermentación y a esperar los clientes, pensó Concepción con una sonrisa que se le dibujaba de complacencia. Esto es una remotidad, aquí no se asoma el Resguardo y podré tener más dinerito para no andar tan alcanzado. Todo esto le pasaba por su mente febril y se dispuso echar manos a la obra. Su mayor preocupación es que se apareciera el patrón y no sabía qué podía pasar. Sin embargo pensó, una por otra, no me paga el mínimo salarial y no me tiene asegurado, qué se va a atrever, además que simplemente me echaría a mí la culpa y diría que no sabía nada del asunto porque vive lejos de este lugar. No buscaría a nadie para que le ayudara, la verdad es que ya Martín es un hombrecito y tendrá que ayudar para que a todos nos vaya mejor económicamente. Poco a poco Concepción Palacios empezó a prepararse para la

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gran tarea que desde su perspectiva la representaba algo nuevo y emocionante y además lo sacaría de apuros.

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Tomasa a pesar de estar tanto tiempo a la par de su compañero Concepción, poco se había acostumbrado a él. Era un hombre incómodo, poco expresivo y medianamente trabajador. Tal vez sería porque no tenía encima de él la mirada impositiva del patrono, y esto le restaba el estímulo para su buen trabajo o el regaño por lo contrario. Pero Tomasa no realizaba la menor protesta y simplemente lo que hacía era vivir. Por su mente no le había pasado la idea de amar a otro hombre, pero no había sido probada. No conocía a otro y nunca había tenido tiempo ni interés para perder su cabeza por algún amor que se le atravesara en el camino. La verdad es que a la finca fueron apareciendo algunos hombres, pero era por el interés de conseguir el guaro de caña que ya estaba produciendo Concepción de un tiempo para acá. Y, es cierto, ya estaban viendo los frutos de esas ventas clandestinas. No era mucho, pero tampoco eran despreciables los pesos que les iba llegando de a poco, y esto contentaba a su esposo y hasta le cambiaba un tanto el hosco carácter que le había marcado sus estrechos genes. La vida de aquella mujer tenía toda la simpleza que uno se podía imaginar. Sus vestidos o eran enaguas ajustadas a su cuerpo que se antojaba un tanto atractivo, por su delgadez que no alcanzaba los niveles de la flacura y más bien insinuaba una desnudez que podría desatar alguna pasión en algún hombre que se detuviera a contemplarla, prescindiendo de las feas ropas que lo cubrían. Sus

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blusas que le tapaban parcialmente sus senos, dejaban expuestos parte de la redondez de su anatomía voluptuosa. Pero, Concepción no lo apreciaba así o simplemente, por tenerla tan cercana, su rutina había tendido un manto oscuro que no le permitía ver más allá de sus propias narices. De todos modos, apreciando o no la belleza rústica de su mujer, Concepción no era un hombre fino en el amor. Nunca había aprendido a conocer a una mujer en el buen sentido de la palabra, sino si estaba con ella, cuando se le ocurría, lo hacía prescindiendo de toda consideración y se iba directamente hacia ella, brincándose todas las etapas de un amor que pudiera procesar con las palabras de afecto y las caricias y claro, la frustración de Tomasa, que no la podía entender como tal, le producía malestar y muchas veces repugnancia`. Sin embargo, el que sucediera todo lo anterior, en poco o en nada, afectaba la deteriorada vida de la pareja, hasta se habían acostumbrado a eso, y las veces en que los apuros precipitaban a Concepción a acordarse de que tenía mujer, Tomasa lo tomaba con tanta indiferencia que hasta podría presumirse que el acto conyugal se convertía en un incómodo desahogo de un macho que solo pensaba en su propia congoja y por qué no, en un suplicio para ella. Martín por su parte, cuando fue un niño se creó un poco solitario. En su pueblo en Chontales tenía sus amigos de infancia, tan pobres como él, tan desprovisto de juguetes y de cosas como él. No había navidades que le hicieran vibrar de contento y a lo sumo, lo que disfrutaba era de los cohetes y pólvora que reventaban los ocho de diciembre en la gritería a la Virgen de Concepción de María. Viviendo en finca ganadera, rodeada de caminos polvorientos o barrialosos según fuera la época del año, se le fue pasando el tiempo hasta que de un momento a otro, se vio metido en un bote en el cual, con escasas pertenencias, junto con sus padres atravesaron el gran

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río y llegó a unas tierras extrañas. Nada que preguntar, simplemente estar allí A su llegada a Costa Rica tenía cinco años y tuvo que pasar la experiencia con sus padres de atravesar tierras fangosas, fincas ganaderas y caminos tortuosos cuyos rumbos los marcaban las huellas humanas de los muchos que los habían antecedido. No supo Martín por donde fueron pasando en la tierra nueva, pero sí se dio cuenta que fueron muchos lugares, Sintió en su comprensión de niño, que estas nuevas tierras que pisaban era muy distintas a las que habían dejado atrás al otro lado del río. No eran tan secas ni polvorientas, más bien les tocó momentos de mucha lluvia, copiosa lluvia y crecidos ríos. No entendía por qué no estaban en un solo lugar, sino que con alguna frecuencia se iban para otros lados en donde sus padres comenzaban una nueva experiencia de vida y cuando ya se había adaptado, otra vez volvían a recoger sus escasas pertenencias para localizar otras tierras más adentro, según lo fue entendiendo poco a poco.

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SEGUNDA PARTE En estos avatares pasó la vida de todos y habiendo llegado al punto final en Varablanca, pudo cursar Martín cuatro años en una escuela rural, sin haber concluido sus estudios pues Concepción lo puso a trabajar en la finca y lechería en que finalmente su papá encontró el último trabajo. Papá, dijo Martín, este nuevo trabajo que está haciendo en la finca ¿es por encargo del patrón? La verdad no, ya usted es un hombrecito y es bueno que entienda que hemos salido de nuestro país para hacernos de unos realitos y que solo con lo que me paga don Carlos estamos alcanzados. Apenas nos queda para comer y sacar el diario, pero nada más, ya vez, te tuve que sacar de la escuela cuando estabas en cuarto grado pues ni para los cuadernos había plata. Además, Martín no te iba muy bien en la escuela, muy malas notas, y hasta sé que te echabas tus buenos pleitos con los compañeros. Mejor que ayudes aquí. Tampoco yo ni tu mamá estudiamos y la verdad es que no nos hace falta. ¿Para qué estudiar? ¿De qué nos sirve en este país si ni siquiera tenemos papeles migratorios? Mira, Martín, si nos echan de acá y tenemos que regresarnos a Chontales,

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pues ni modo, no nos vamos a morir por eso. Mientras tanto sigamos con lo que estamos haciendo. Martín no le tomó mayor molestia lo conversado y simplemente tomó camino a la casa en donde estaba su madre Tomasa. Después de aquella conversación a la hora del desayuno que sostuvieron Tomasa y su compañero acerca de la nueva actividad que haría Concepción produciendo guaro de contrabando, prefirió quedarse callada y aceptar las cosas que Concepción decidía.

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A como pudo, Concepción instaló la destilería clandestina lo más oculto que pudo dentro de la finca. No todo era potrero, había al final, colindando con un yurro por el cual discurría en forma continua un agua fresca y cristalina, que seguía el curso que le iba marcando el terreno en el declive de norte a sur, un espacio de terreno inculto, cubierto por vegetación abundante y fresca a todo lo largo del riachuelo, y que se prestaba fácilmente para que fuera el centro de operaciones. Un buen hueco en el terreno le permitía instalar un recipiente grande que a través de uno de los pocos amigos que tenía en la zona, le fue facilitado el cual era un estañón que lo cerraba bien y por una boquilla que fue ajustada a una manguera y que era en el cual se vertía a un segundo recipiente el destilado. Toda esta técnica, para decirlo con buenas palabras, junto con los materiales indicados y otros más, lo fue aprendiendo sin mayores problemas, conociendo sus amigos de las inquietudes que tenía Concepción y que les había comentado en el mayor de los secretos. Carlos Trigueros era un peón de una finca cercana de la que

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atendía Concepción Palacios. Se dedicaba a labores de lechería en la cual además de la leche se especializaba en la fabricación de quesos de distinta condición. Era un hombre tranquilo, y como todos en la zona, compartía su casa con su mujer y sus hijos. Trabajador de tiempo completo y más, pero tenía problemas con el licor. El problema adicional es que si bien es cierto consumía el licor corriente, por lo general el ron colorado, como le decía, no le arrugaba la cara al de contrabando. No es que se emborrachara constantemente, en realidad no, porque siendo su única debilidad, además de por las mujeres, tomarse unos tragos de verdad los fines de semana, le apetecía ese tipo de licor clandestino. Usualmente lo conseguía en la zona de Santa Bárbara de Heredia, en donde en esos años había fábricas de licor clandestino por todos los alrededores. Pero, le quedaba bastante lejos y no disponía de medios económicos para desplazarse tanto y además era incómodo viajar en los buses portando una botella con ese nada recomendable contenido. Por eso, cuando fue enterado que en la finca vecina ya se podía conseguir el guarito, como él lo llamaba, pues nada mejor le podía pasar, según su concepto de felicidad. Las primeras veces que llegó a donde Concepción Palacios, lo hizo con un poco de resquemor e intranquilidad. No conocía al hombre, de quien de refilón le transmitía cierta zozobra. El rostro del nicaragüense, del nica, como se le conocía en la zona, le sembraba inquietud y hasta un poco de temor. Su flacura, su rostro duro, sus ojos endiablados, como se decía en sus adentros, Carlos Trigueros, le hacía llenarse de toda clase de precauciones. Pero, el producto, que le pareció de buena calidad e higiene, le inspiró otro tipo de confianza que al fin y al cabo, sirvió de compensación por sus temores. No hay de qué preocuparse, según se decía Trigueros para sí mismo. Uno se vuelve desconfiado con la gente que viene de otros

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lugares, y lo mejor es que, le compro, le pago y me voy pronto para no entrar en intimidades que a nadie conviene. Si se dio cuenta de Martín, el chiquillo que le ayudaba a Concepción, cuyo nombre comenzó a serle más rutinario, pese a que le llamó la atención pues en Costa Rica solo las mujeres lo usan. Pero, con las visitas constantes a la finca se fue acostumbrando. Hola Martín, le dijo Trigueros al joven que venía del potrero. Eran como las siete y media de la mañana, había un sol delicioso y le daba al ambiente una sensación de alegría y paz, aunado a la bulla del ganado que mugía en los potreros cercanos. ¿Está su tata? Sí don Trigueros, está en el potrero revisando una vaca que está medio enfermilla. Pero, ya viene, mientras, venga para que conozca la casita. No se moleste Martín, en realidad no es necesario. Pero, venga, don Trigueros para que conozca a mi mamá, vieras que buenas tortillas hace y, yo no sé Ud. Pero yo si tengo hambrilla, Y no caería mal un jarrito de café a estas horas. Pero, Martín, acabo de tomar café en la casa y la verdad estoy lleno y me da pena causar molestias. No, tranquilo, don Trigueros, mi mamá es muy buena y amistosa con la gente que llega a la finca. Si es así, para darle tiempo a tu tata, como le dices, está bien, vamos. La casita era pequeña, paredes de madera, con divisiones internas y en las que se destacaba a la entrada una estancia en la que, a un costado estaba ubicado el fogón, como cocina de leña, con sus tres anafres alimentados por la leña fresca que se mantenía en una galera exterior a la casa, y cerca de ella la mesa siempre cubierta con un mantel de tela con colores azules y blancos en pequeños cuadros que invitaban a la comida. Luego tres dormitorios y un pequeño recinto en del cual estaba ubicado el baño con su cortina

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plástica y el inodoro. Al costado una pequeña bodega para guardar aperos propios de la finca. Tomasa estaba desprevenida haciendo labores rutinarias de cocina. Su pelo recogido con una liga le daba libertad a su frente morena, sus cejas negras y delgadas y sus ojos de color café. Su ropa, como la de siempre, sencilla, limpia y calzando unas sandalias de hule. Tan entretenida estaba que se sobresaltó cuando irrumpió Martín con Carlos. Mamá, le dijo Martín con cierta gracia. Este señor se llama Carlos y es cliente de papá. Carlos sintió un poco de pena y sólo atinó a decir, disculpe, señora, es que Martín me invitó a la casa mientras se desocupa don Concepción. No se preocupe, don Carlos, no hay ningún problema. No sé si Martín le ofreció un poquito de café. Esto es bastante humilde, como lo ve, don….Carlos? Dice Martín que se llama? Si señora, y como se llama Ud.? Tomasa, contestó presurosa la mujer. Bueno, vea lo que son las cosas, ya tengo un poquito de tiempo de estar viniendo aquí, y no había notado su presencia en la finca. Me da gusto conocerla. Tomasa sonrió un tanto acongojada y se limitó a servirles un jarro de café a Carlos y Martin. Como ya estaba adelantado el desayuno y había preparado un pinto con huevo, con toda naturalidad se los sirvió a los hambrientos comensales. Carlos sintió un poco de curiosidad al ver a Tomasa, le gustó su presencia, el modo de moverse en los quehaceres y hasta de hablar, con el dejo propios de los nicaragüenses, que a pesar de los años de estar en Costa Rica, lo conservaba. Trasladó la atención a la muchacha para concentrarse en el plato que tenía al frente, humeante, exquisito, unos huevos revueltos, pinto, tortillas y un pedazo de queso blanco. Martín, como siempre, con ese apetito propio de los adolescentes, le entraba al desayuno con unas ganas que hasta gusto daba verlo comiendo.

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Y, ¿Qué haces Martín en la finca? Pues… ayudarle a mi papá en todo lo que se lo ofrece. En el potrero, en las fresas que tenemos sembradas, en la lechería y ahora en la saca. Al oír esto último, Carlos detuvo su comida y sintió como que se revolvía en el asiento. Martín ,¿ Ud. sabe a qué vengo a esta finca? Pues sí, don Carlos, no soy tonto aunque lo parezca. Luego de que papá se metió a hacer guaro de caña, como dicen ustedes los ticos, es que se apareció por aquí. Don Carlos, perdone que se lo pregunte, ¿Cómo supo que mi tata hace este guaro? Yo sé que es prohibido, pero es que estamos bien pobres y estamos buscando algunos cinco que nos dé más plata porque no alcanza con el salario que le paga el patrono. Vieras Martín, esto no es tan secreto, estas noticias se corren porque por aquí la gente es buena para tomar este guaro, yo entre ellos. Claro, no lo hago muy seguido, pero me gusta llevarlo por semana para tenerlo en mi casa y saborearlo de poquito cuando termino de trabajar en la finca. A mi mujer no le hace mucha gracia el asunto, pero vos sabés, si uno le hace caso en todo lo que dicen las mujeres no se puede vivir. Perdona, Martín, estás muy carajillo para entender estas cosas, pero algún día lo aprenderás. Tomasa escuchaba en silencio esta conversación desigual de su hijo, de quince años y aquel hombre que tal vez lo doblaba en edad. De reojo miraba a aquel extraño que su hijo había invitado a la casa y no le llamó mayor atención. Le inquietaba que este hombre ingresara a su vivienda, nunca había ocurrido esto, pero no sentía necesidad de llamarle la atención a su hijo, pues en verdad no había nada malo en ello. A decir verdad, y ahora con un poco más de detenimiento, observó en él a un hombre conversador, atento con Martín y comiendo de manera educada y prudente. Acostumbrada a que su marido fuera más tosco y más atropellado, en su fuero interno no podía descifrar el motivo de esta inquietud. ¿A quién tenemos en la casa? Era la voz de Concepción que

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en este momento ingresaba con sus polainas llenas de barro y sus pantalones curtidos y salpicados. Perdone don Concepción, su hijo Martín me ha invitado a entrar a su casa y doña Tomasa me ha ofrecido este rico desayuno. Tranquilo don Carlos, me parece bien lo que mi hijo ha hecho, además, los nicas somos más de invitar a las casas que ustedes los ticos, que invitan pero no dicen cuándo. Y soltó una risotada que sorprendió hasta a su mujer quien no le prestaba mayor atención a lo que decían. ¿Y qué le pasó a la vaca, que me dijo Martín que estaba enferma? En realdad no estaba enferma, fue que se maltrató una de sus patas con el alambre de púas, pero ya la curé. Uno en estas cosas del ganado va aprendiendo a la fuerza. La verdad es que el patrono está lejos y por aquí no hay veterinario. Se la tiene que jugar con lo poquito que la experiencia le va enseñando. Ya en Chontales me tocaba atender de vez en cuando una emergencia, pero el patrón allá sí era más cuidadoso, claro, aquello eran fincas ganaderas con muchas cabezas de ganado que hacía la obligación de tener más gente conocedora para tratar a los animales. Vení siéntate, le dijo Tomasa a su marido, ya te sirvo el café y el pinto, todo recién hechito. Y dicho y hecho, Concepción se arrimó a la mesa y comenzó a tomar su desayuno. Carlos se sentía un poco incómodo con la presencia de Concepción y casi de inmediato le dijo: Ahí los dejo solitos para que se tomen su cafecito y afuera lo espero para mi encargo. Detrás de Carlos salió Martín quien había entrado en simpatía con el visitante y se fueron adentro en la finca en donde estaba la saca de donde Concepción le entregaría el licor en un envase de vidrio que portaba Carlos. Al rato llegó Concepción con un mecate de corto tamaño,

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se lo dio a Martín para sacar con otro envase el claro líquido que insinuaba una destilación de buena calidad. Le entregó al producto a Carlos, quien de inmediato pagó y despidiéndose de los dos se retiró en donde había dejado un caballo de humilde ralea y se dirigió a la finca en que trabajaba. Mira Martín, no me gustó ni un tantito así que metieras a ese hombre a la casa. Pero ¿por qué? Le preguntó el muchacho . No sé contestarte esta pregunta, pero, hay veces, y cuando seas más grandecito y no tan chigüín como estás ahora, me podrías entender. Yo sé que son tonterías. La verdad es que mejor dejemos las cosas así. El hombre se ve buena persona y nada más.

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TERCERA PARTE Carlos Trigueros iba en su caballo, con su guaro y con nuevos pensamientos en su cabeza. Esta Tomasa está requetebuena, iba mascullando en el camino y el movimiento del animal le había producido una erección que le gustó. Que vaina, voy a sentir un gusto más para llegar por el guaro. Llegó a la casa y su mujer ni cuenta se dio hasta más tarde. Los chiquillos estaban por allí jugando en el potrero. Dejó la botella en una alforja que guindaba en la pared de la casa, lo suficiente alto para no la vieran los carajillos, se cambió de ropa y se internó en la finca a sus labores. Tomasa había terminado de arreglar la cocina y pensó que era mejor limpiar la casa. Concepción había dejado sus huellas de barro en el piso y ni se molestaba de reclamárselo porque era inútil y la verdad, le tenía un poco de temor. Este miedo lo traía de siempre, desde que lo conoció cuando apenas era una niña de doce años y un año después se fue con él. Cierto que a veces no lo soportaba, el hombre era grosero, descuidado en su manera de vestir y siempre oliendo feo, lo cual le perturbaba a la hora de acostarse junto a

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ella. Procuraba no arrimársele mucho, menos abrazarlo o tocarlo. El, tampoco mostraba mucho acercamiento hacia su mujer, de tanto verla, ya ni le prestaba atención, no era su prioridad. En algún momento atribuía su indiferencia a los problemas económicos que afectaba a la familia, o al cansancio de estas labores tan duras desde la madrugada hasta las tres o cuatro de la tarde en que se recostaba en una vieja hamaca que se había traído desde Nicaragua hace unos diez años. Prácticamente no cohabitaban, habían pausado sus relaciones conyugales y cuando a Concepción se le ocurría o se mostraba con deseos de yacer con Tomasa, ésta se estremecía porque asimilaba tal acto como un castigo por haber aceptado unirse a ese hombre. Entonces, Concepción cumplía con su acto sexual, como una necesidad propia, como si fuera un animal que actúa más por instinto que por otra cosa. Podría decirse que cada vez que Concepción yacía con su mujer, sin quitarse la ropa, nada más lo estrictamente necesario y con su pensamiento egoísta de por medio, lo que hacía era cavar más profundo la fosa de una relación carente de sentido.

*

A los quince días se volvió a aparecer Carlos Trigueros en la finca de trabajo de Concepción. Ya éste había dejado de pensar de manera maliciosa con respecto de aquél y Carlos se limitó a buscar el guaro que tanto le gustaba por su calidad y limpieza. Sin embargo, desde que se dirigía para la finca, iba con la ilusión de ver a Tomasa, la que a su vez, había superado la primera impresión de extrañeza de ver a Carlos dentro de su casa por invitación de Martín. Carlos

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sentía en su interior una emoción indescifrable. El guaro dejó de ser su prioridad para convertirse en su excusa. Tomasa, luego de que los días iban pasando y que Carlos siempre de manera continua visitaba la finca, empezó a fijarse con más detenimiento en aquel intruso. Lo vio como lo que era, un hombre de mediana edad, cuarenta y tantos años, no podía calcularlos, delgado sin ser flaco, de pelo lacio negro, nariz mediana, tez blanca, ni bajo ni alto de estatura, y de brazos y manos fuertes y marcados por la rudeza del trabajo. Le gustaba sus ojos, los encontraba atractivos y hasta pensó, sensuales. Las miradas empezaron a cruzarse, en un inicio, casi por instinto, luego, de manera atrevida. ¿Cuánto tiempo que un hombre no la miraba así? Ni siquiera se detenía a pensar en eso, puesto que el único hombre en su vida había sido Concepción, del cual no recordaba gestos que le impresionaran ni miradas que la derritieran, Todo lo contrario, los ojos de Concepción eran fríos como puñales y le inspiraban temor. Lo que en un principio fue una invitación ingenua y espontánea de Martín a la casa, cuando Tomasa estaba preparando el desayuno, se fue convirtiendo en una situación más familiar y común que no provocaba el menor pensamiento malicioso ni de Concepción, mucho menos de Martin, quien se fue encariñando de Carlos a quien lo veía como un allegado a la familia y la verdad es que, estando tan solos los tres en esas remotidades, una compañía como la del visitante asiduo se convirtió en situación agradable para todos. Y fue así como las visitas matutinas se fueron convirtiendo en visitas vespertinas. Al concluir las labores del campo, Carlos se encontró más cómodo llegar en su caballo a la finca de sus amigos, situada a unos tres o cuatro kilómetros de distancia. Generalmente se sentaban los tres, Concepción, Tomasa y Carlos en el corredor de la vivienda a conversar asuntos triviales, o bien, intercambiaban opiniones sobre el ganado, la lechería, lo caro de la vida, las visitas

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ocasionales de sus respectivos patronos y cosas así por el estilo. Quienes hablaban eran los dos hombres y Tomasa, generalmente se alejaba de ellos y se refugiaba en el interior de la vivienda. A propósito, dijo en algún momento Carlos, ¿Que dice tu patrón de tus actividades con el guaro que estás vendiendo en la finca? Al principio se mostró sorprendido, le contestó Concepción y la verdad me dijo que tenía que quitar eso de allí porque si llegaba el Resguardo el que iba a salir cagado era él, por ser el dueño de la propiedad. Bueno, patrón, le dije, hagamos una cosa, págueme justo y asegúreme en el Seguro Social y quito todo esto. Nos pusimos un poco disgustados y hasta discutimos, pero vieras hombre, don Vizcaíno no es mala gente y además, seguro le dio miedo que lo llamara al orden y por ello me dijo, está bien, siga en lo que está y si cae la policía se echa usted solo la bronca, que su patrono no sabe nada de esto y que Dios nos coja confesados. Y vieras que risa, el patrono se picó y me dijo, vamos a ver tu guarito, quiero probarlo, eso sí, no me cobres jodido. Fuimos al cerco, sacamos una muestrita y el hombre de la zampó de un solo tiro, como todo un macho. Uy, qué bueno está esto, carajo.

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Concepción tenía la costumbre y la necesidad, de viajar una vez a la semana a la zona de Poasito con el fin de conseguir los comestibles para la familia, y de vez en cuando, por cuenta del patrón conseguir cosas para la finca, desde alambre de púas para restablecer las cercas, medicinas para el ganado y otras cosas por el estilo. Esto le permitió conocer gente con la cual conversar de cualquier cosa y hasta le servía para entretenerse y salirse de la

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rutina y el aburrimiento de hacer lo mismo todos los días. Además visitaba una cantina bastante popular de esa zona en donde se tomaba sus tragos de ron colorado. En esos afanes pasaba toda una tarde de un día a la semana. Carlos Trigueros se dio cuenta de esa rutina que no cambiaba y comenzó a verificarla unas cuantas semanas cuando comenzó a pensar en Tomasa de una manera cada vez más intensa. En cuanto a Martín, también se dio cuenta que tras de su padre salía al centro de Varablanca, una media hora de la finca para relacionarse con muchachos de su edad y que también trabajaban en las fincas de fresa de la zona. Pensando en un plan más elaborado para acercarse a Tomasa, aprovechaba algunos momentos de distracción cuando Concepción y Martín se ocupaban de atender a los clientes del guaro, y con cualquier propósito iba entablando cualquier conversación que se le ocurriera, intrascendente para sacar provecho de esa compañía que ya le quemaba las entrañas. Tomasa, poco a poco fue percibiendo por instinto de mujer que aquel hombre mostraba interés por ella y sintió complacencia. Ella pensaba que en su mente no había campo para el amor, Concepción no le mostraba ningún tipo de manifestación cariñosa. El mundo de Concepción era el trabajo, el ganado, los pocos de fresas que tomaba de una parte del terreno en donde, trazado en eras sembradas de la fruta y tapadas por plásticos para protegerlas del exceso de humedad, había destinado para su cultivo personal y una extra más que le permitía su patrono. Y ahora, se encontraba entusiasmado por la saca de guaro. Invitó a Carlos para que se tomara un café de la tarde, mientras venía Concepción de la saca. No había temor en ello porque ya aquel hombre era de confianza de todos en la casa y nada había de malo que preocuparse.

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Tomasa, le dijo Carlos, tratando de dominar un pequeño temblor que hacía vibrar su corazón, ¿Cómo siente que pasa su vida en este lugar? ¿A qué viene esa pregunta? Contestó Tomasa haciendo la suya. No, a nada en especial, nada más que me llama la atención la forma como Concepción la ve a Ud. Me he fijado en esto y dentro de mí siento que usted no es muy feliz. Perdone, Tomasa mi atrevimiento, pero le explico, usted es muy bonita, y no la veo tan feliz como debiera serlo. Don Carlos, iba a continuar, pero lo interrumpe Trigueros, Tomasa no me diga don Carlos, ya yo no soy ningún extraño, tengo varias semanas de llegar por aquí y pienso que es mejor que nos tengamos un poco de confianza. Me va a costar mucho que le llame de otro modo, pero si usted me lo pide, lo haré dijo Tomasa esbozando una sonrisa un tanto pícara que desarmó al hombre. ¿Qué es lo que usted ve en el trato que nos damos Concepción y yo? No sé, no veo mucha relación entre Uds. Dejó a un lado el jarro con el café recién servido y se percató de que, a corta distancia de la casa ya asomaba la figura de Concepción acercándose. Tuvo tiempo, no obstante, para decirle: Tomasa, de esto quiero hablarle después cuando estemos solos. Ella lo miró con un poco de sorpresa y otro tanto de temor, pero no contestó nada. Carlos, ¿Cómo está el cafecito? Bromeó Concepción, como siempre, contestó Carlos. Igual que el guarito, pura calidad. Y los dos se rieron de la ocurrencia. Tomasa estaba de espalda, junto a la cocina de leña que consumía los últimos tizones y Carlos, que la vio de reojo, no pudo darse cuenta de que ella temblaba un poco en su cuerpo. Y, ¿Cómo le fue con la venta? Está bien buena, se ha corrido la

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bola y ya me está llegando más gente. Eso está bien Concepción, pero debe cuidarse porque estos rumores pueden llegar al Resguardo Fiscal y, bueno, ni para qué le digo. Mejor cuidar bien el negocito y advertirse a los clientes que mantengan el mayor de los secretos, sino se les acaba la saca. Tiene usted razón Carlos, aunque es bien difícil guardar los secretos, porque los niños y los borrachos hablan más de la cuenta, dijo con cierta sorna el interlocutor. Bueno, Concepción ya es hora de que me vaya con mi encarguito y por ahí regreso un día de estos. Vaya pues hombre, cuidado se le quiebra la botellita dijo con ironía el nica Concepción Palacios.

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Tomasa, ya Carlos ha venido varias veces y yo lo veo como buena gente. ¿Qué piensa de esto? Me extraña que me pregunte, de cuando a acá lo que yo opine cuenta para usted. Ahora que lo pregunta, solamente le digo que es un hombre como cualquiera, si es buena o mala persona, el tiempo lo dirá. Esa noche Tomasa tuvo mucha dificultad para conciliar el sueño. Las preguntas que le hicieron los dos hombres la confundieron y le sembraron muchas inquietudes, Fueron pasando los días, había muchas dudas tanto en Tomasa como en Carlos Trigueros. Algo le perturba a cada uno de ellos, pero ninguno de los dos, hasta ese momento lo sabían con respecto al otro. Ella, ya no se sentía como antes, sentía como si su cuerpo

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tomara una vida que la tenía perdida. En sus ratos de ocio, se perdía en sus pensamientos, soñaba despierta y sentía un dolor en sus entrañas, dolor que lo percibía como placentero. Descubría con pena que un calor que lo creía acabado en su cuerpo había renacido si es que alguna vez había existido y también sintió miedo. Carlos, por su parte, con la misma ilusión que partía de su finca de trabajo para la otra en que estaba Tomasa, sentía que se le apagaba la de estar con su mujer e hijos. Nunca le había pasado. En su interior reconocía que sentía debilidad por las mujeres y que María, su compañera más de una vez se lo había recriminado, pero eran cosas pasajeras, virulentas, sin compromisos, pero no había sentido por ninguna lo que ahora por Tomasa. Continuó visitando y sin darse cuenta o por lo menos sin pensar en ello, fue llegando más seguido con cualquier pretexto. Tenía muy claro que una vez a la semana Tomasa estaría sola en la finca por los viajes de Concepción a Poasito y de Martín a la finca en que tenía unos amigos en Varablanca. Pero, se sintió prudente. No estaba completamente seguro que ella lo viera con los mismos ojos con él la miraba y la verdad tenía que poner toda su experiencia que le permitiera su sentido común para no cometer errores. Sabía que estaba enfrentando un gran peligro. Pero su pasión conspiraba contra ese sentido común y contra la prudencia que lo ordenaba. El día libre entre la semana que les quedaría a Tomasa y Carlos, dentro de su plan que era una obsesión, lo dejaría para los momentos en que estuviera seguro del amor de Tomasa. Pero, este momento no había llegado todavía, y más bien, se angustió de que las percepciones que tenía fueran equivocadas y que Tomasa nada más sintiera una simpatía hacia él desprovista de cualquier pensamiento malicioso. Pero, y ¿Por qué esas miradas?, ¿Por qué esas sonrisas? Carlos pensó que mejor no volvería en las tardes a la finca

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de Concepción Palacios, como lo estaba haciendo en las últimas semanas, y dejaría reservada la que soñaba a solas con Tomasa para el momento oportuno. Y de un momento a otro, sin anunciarse, se comenzó a aparecer en las horas de la mañana, cuando Concepción y Martín se dedicaban a las labores del acarreo de las vacas al establo para el ordeño e imperceptiblemente para los varones, sin despertar malicias en sus mentes ingenuas, se volvió a sentar a la mesa en la que Tomasa le ofrecía los suculentos desayunos de café, pinto y huevos y humeantes tortillas. Ella se afanaba en servirle y no se extrañó cuando en un momento determinado, Carlos se acercó al fuego de la cocina de leña a cuyo frente estaba Tomasa, y le puso su mano sobre el hombro de la mujer. Crepitaron los leños encendidos y Tomasa se volvió hacia él y sin más, como si una enorme ola los envolviera, sus bocas se juntaron en un beso dulce, caliente y apasionado que pudo haber durado un minuto o un siglo. Tomasa se apartó con sus ojos convertidos en llamas y su cara enrojecida por el fuego de la cocina y el de la pasión. Carlos sintió que su cuerpo no iba a resistir el impacto de esa emoción tan profunda y tomó asiento junto a su desayuno que permanecía intacto. No se dijeron nada. No se atrevieron a mirar. Carlos bajó su cabeza, puso su mirada en la comida y comenzó su desayuno que le pareció insípido. Luego salió de la casa. Tomasa estaba estupefacta, inmóvil, asustada. ¿Qué le había pasado? Necesitaba explicaciones pero no las encontraba. Sentía que su vida ya no sería la misma, pero no sabía cómo iba a ser. Concepción y Martín todavía estaban en sus labores y no se habían dado cuenta de la presencia de Carlos esa mañana.

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CUARTA PARTE

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Después de esa mañana las cosas cambiaron para Tomasa y Carlos, se empezaron a gustar más y se tuvieron más confianza. Comenzaron a aprovechar los pequeños espacios de tiempo para experimentar las mieles del placer y del acercamiento. Por ser breves, y con sobresaltos ante el temor de ser sorprendidos, los disfrutaban con gran intensidad. De los besos pasaron a los abrazos y al contacto de sus pieles en furtivos espacios que encontraban a propósito. Se cuidaban de no ser vistos por Concepción ni Martín, y para ello, Tomasa, ahora con mayor frialdad en sus movimientos para hacerse invisible, siempre encontraba rincones ocultos. La finca se prestaba para eso, Carlos sentía temor, porque sabía que un mal paso sería la muerte para él y quizás para su amada. Sin embargo, la pasión los devoraba. En un aparte de la finca, en donde Concepción

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no ponía sus pies, pero si Tomasa por sus gallinas, preparó un espacio que sabía seguro para recibir a Carlos quien tenía que ingresar a la finca por un camino lateral que podría servir de servidumbre hacia un camino secundario y apto para un escape en caso de emergencia. Más de una vez, se encontraron con la plena libertad que les daba la soledad de una finca remota y ahora sola para ellos. Esas tardes maravillosas en que Tomasa quedaba sola fueron solamente para los enamorados. Desde el mismo momento en que Carlos llegaba por el camino lateral de la finca, el arrebato de su pasión le congelaba el tiempo que tenía que esperar a que Tomasa saliera a recibirlo. Cuando llegaba, se trenzaban en un abrazo impetuoso y tan profundo que los fundía y a la vez los derretía. Retozaban como adolescentes y se amaban como adultos, y luego, una vez consumados los actos y mitigadas las ansias, se separaban con la esperanza de verse una nueva tarde reservada para ellos. Muchas fueron las veces que se encontraron y siempre eran distintas. En algunas hasta habían llorado juntos ante el temor de que fueran separados. Pero el miedo los había abandonado, el amor lo había desaparecido de sus corazones. Empezaron a pensar en irse juntos a otras tierras, pero Martín se interponía en el corazón de Tomasa y la hacía desistir. Por Concepción hace mucho tiempo no sentía nada, solo temor, pero por Martín sentía todo lo que una madre por su hijo. ¿Cuánto tiempo transcurrió desde la primera vez que se encontraron Carlos y Tomasa y se entregaron a una pasión que los envolvía? El tiempo se detuvo para ellos, y aunque pensaban que eran invisibles para los demás, no fue así. Tanto se repitieron esos encuentros amorosos, que no los pudieron contar, pero fueron intensos y los enamoraron. Martín empezó a sentir inquietudes. Algo no caminaba bien

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en la casa. Su madre había cambiado y poco a poco se fue dando cuenta de esos cambios. Ya no era la Tomasa tímida y limitada a las labores de la casa, sino que le gustaba arreglarse un poco más. El pelo comenzó a acomodarlo de una manera más cuidadosa. Y se dispuso a poner más atención a qué obedecían esos cambios. Lo primero que pensó, en su mentalidad de quince años y próximos a los dieciséis, que lo único nuevo que había en el entorno era la presencia de Carlos. Pero no profundizó en su pensamiento, sin embargo, quedó latente dentro de su ser. Tomasa estaba muy preocupada. Su pensamiento ya no era el mismo, había dejado de estar tranquila, sin mayores preocupaciones que el servir a Concepción en sus necesidades domésticas y de repente comenzó a tener temores y presentimientos. Algo había que la perturbaba, pero no lo sabía, pero sí, se sentía inquieta. Pensó que su relación con Carlos estaba llegando a extremos peligrosos. Temía que en caso de ser descubiertos, algo malo iba a pasar, pero no se atrevía a imaginarlo para no entrar en terror. Era mejor hablar con Carlos y terminar esta relación de una vez por todas porque de otro modo, las cosas podían tomar otro rumbo y éste le producía todo este tipo de sentimientos que empezaba a agobiarla. Carlos por otra parte, también andaba mal y se sentía peor cuando percibía que Concepción Palacios era un hombre rudo en su forma de actuar, que por su formación y origen más acostumbrado a hechos de violencia, ante una revelación de las andanzas en que estaban Tomasa y él, quién sabe qué iría a pasar, pero no por ello dejaría de correrse el riego, aunque lo mejor era que se fueran juntos del lugar. Pero una decisión de esta naturaleza nunca se dio. Carlos

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siempre llegó semana a semana por el licor clandestino que curiosamente, o tal vez no tanto, dejó de ser una de sus prioridades y más bien, simplemente lo dejó como una excusa que le justificara visitar la finca donde estaba su enamorada. Ella lo recibía tratando de disimular intereses que la delataran y hacía todo el esfuerzo de que podía echar mano. Martín hasta el momento no había hecho ningún comentario con su papá, primero porque no estaba seguro y luego, porque le producía temor alguna reacción que aquél tuviera. Sin embargo, se propuso poner más atención a cualquier cosa que pudiera significar una alerta importante. Como siempre, porque ya era una costumbre, Tomasa le daba el desayuno a Carlos, pero en presencia de Martín y de Concepción, con excepción cuando estos no se encontraran haciendo alguna labora en la lechería o en los terrenos aledaños. Cuando momentáneamente se quedan solos, Tomasa y Carlos se miraban con ojos de fuego y aprovechaban cualquier espacio que les quedara en el tiempo y en espacio para medio acariciarse, desafiando todos los riesgos que la prudencia les podría insinuar. Nada pasaba y eso los hacía confiar en que nada pasaría. Tomasa, le decía Carlos yo necesito que te vayas conmigo. Pero ella no le respondía, se quedaba en silencio y callada. Parecía sufrir, pero Carlos no percibía eso de los gestos de Tomasa quien trataba de disimular la gran cantidad de sentimientos que la acosaban. En un momento determinado, Tomasa le dijo a Carlos Y usted, ¿No se acuerda que tiene mujer e hijos? Yo no sé cómo ha empezado todo esto, pero, hemos llegado demasiado lejos. Ahora tengo mucho miedo. Usted no conoce a Concepción, y siento temor de él. Dígame algo Carlos, ¿Su esposa no sospecha de usted? Carlos responde, con ella hace mucho tiempo no tengo nada, nos hemos aburrido los dos y solamente criamos a los chiquillos. Yo he tenido muchas aventuras con mujeres y creo que ella se ha cansado. Vivimos juntos

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por costumbre. Pero no dormimos en la misma cama y francamente le digo desde hace mucho tiempo no tenemos intimidad. A ninguno de los dos nos interesa. Por ello me ha dado por estar más metido en esto de tomar licor, aunque no por vicio, sino más bien para sentir contentera que no tengo en mi casa. Ahora que apareció usted y que desde un principio me llamó la atención, porque de verdad me atraes demasiado, siento que mi vida es otra, siento como más ganas de vivir, pero también más ganas de estar con usted más tiempo. Tomasa lo escuchaba atentamente y le agradaba lo que oía. Ella también sentía lo mismo. Tenía más sensación de estar contenta, aunque tuviera temor de sentir esa alegría que le traía esta relación prohibida.

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Una tarde sin fecha, Martín decidió no salir de la finca cuando su padre se había ido fiel a su costumbre inveterada de visitar Poasito, y receloso puso su atención en su madre. La vio salir de la casa, no llovía, era una tarde oscura, pero no llovía. ¿A dónde iría? Pero rápido pensó va para donde sus gallinas, a recoger huevos y darles alimento. El muchacho ingresó a la casa a hacer nada, simplemente se tiró en su cama y se quedó quieto. Como transcurría el tiempo y su madre no regresaba a la casa, decidió irla a buscar. Nada pasaba por su mente que le dijera que algo pasaba fuera de lo normal. Pero pensó que había transcurrido mucho tiempo sin que ella ingresara de nuevo a la casa. Su padre tardaría mucho en volver de Poasito y si no fue con sus amigos a Varablanca simplemente no le dio ganas de ir. No había nada de extraño en su decisión de quedarse en el predio.

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Fue al lugar en donde estaban las gallinas y no vio a su mamá. Iba a gritar su nombre, pero en ese momento se le atravesó una imagen en su cabeza que lo dejó aterrorizado. Pensó en Carlos y no sabe por qué se le dibujó esa imagen insospechada. Entonces decidió actuar con sigilo, se movió como un tigre al acecho en busca de una presa, pero sin saber qué tipo de presa. Su madre no era una presa. No le pasó por su mente que algo hubiera de peligroso para su mamá, pero le angustiaba el silencio. Se dirigió hacia riachuelo, al lado más alejado de la finca, por donde pasaba la servidumbre y comenzó a rastrear poniendo toda su atención en lo que le rodea y procurando hacer el menor de los ruidos. ¿Qué buscaba? No lo sabía, no lo pensaba, pero algo había que le inquietaba. Su madre normalmente no salía de su casita, salvo para atender el gallinero, pero volvía al poco rato, hoy no, le había dado tiempo y no había regresado y no se escuchaba nada que la delatara. Luego de unos cuantos metros de recorrer sin hacer ruidos y con el corazón palpitando con toda su fuerza, algo leve le llegó a sus oídos. No lo podía descifrar, no eran palabras, no eran gritos, eran como quejidos y sintió espanto. ¿Estarían matando a su mamá? O ¿Qué le estaría pasando? Lo que vio, casi lo lanza de cabeza y cuerpo hacia atrás. Por una rendija que le dejaban unas matas agrestes del terreno, divisó dos cuerpos que se movían sobre una pequeña franja de terreno. Eran un hombre y una mujer en la plenitud de una relación pasional. No estaban desnudos, pero si lo suficiente para que se consumieran entre ellos mismos. No podían ser otros que Carlos y su madre. Conservando una calma que se le negaba, pero por temor a equivocarse, volvió su mirada y sí vio con claridad que eran ellos. No había forma de equivocarse. Como pudo, sin reaccionar de otro modo que no fuera alejarse de la escena, se fue retirando sin hacer el menor de los ruidos. Martín al verse alejado de ese maldito lugar en que estaba la

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pareja, se soltó en llanto solitario y decidió no entrar a la casa, sino alejarse de la finca para que no se advirtiera su presencia. Gritó con dolor, como animal herido, golpeó con sus pies y manos, lo que se encontró en el camino, no quería verse con nadie y mucho menos a su padre, quien por dicha no había regresado y tardaría mucho para ello. En ese momento Martín no pensaba en nada, no quería pensar en nada.

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Tomasa y Carlos habían terminado lo que hacían. Se sentían alborozados en su felicidad y como siempre, Carlos se alejó del lugar por la servidumbre aledaña a la finca y Tomasa, cuando se sintió más repuesta de sus emociones vividas, sacudió sus ropas de cualquier suciedad que hubiera cogido del terreno en que estaba y se dirigió a la casa. No había nadie, como siempre ocurría cuando regresaba de su aventura porque no estaban los hombres y se refugió en su cuarto a recuperarse de todo lo vivido. En ese momento los fantasmas del temor y de la ansiedad no se habían hecho presentes en su mente y trataría de que no llegaran y si lo hacían, los repelería porque quería disfrutar los recuerdos inmediatos. Martín se marchó sin rumbo fuera de la finca. No sabía qué hacer. Estaba conmovido hasta la propia raíz de su alma. Hasta pensó que había visto visiones, que lo que observó era una mala jugada de sus sentidos. Pero no, a la vez se decía dentro de su interior, no puede ser que lo que vio fuera mentira o que a quienes vio fueran otras personas que Carlos y su madre. Pero, si así fuera, ¿Quiénes más podrían estar en ese momento en ese trance amoroso? No tenía con quien conversar al respecto, alguien que lo oyera. El necesitaba

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que alguien lo escuchara, sin embargo, dentro de ese torbellino en que se había convertido su cabeza, no estaba muy seguro de querer contar lo que había visto. Sus amigos eran chiquillos como lo era él, y aunque no lo fueran, no se sentía capaz de hablar algo tan vergonzoso para todos, para su propia madre, para él mismo…… se detuvo….. Para su padre. Y, ¿Cómo le iba a contar a su padre lo que había visto? Por respuesta sintió un estremecimiento en su cuerpo que casi lo echa por tierra. ¿Cómo reaccionaría Concepción Palacios ante la traición de su madre? Martín se llenó de preguntas. Todas sin respuestas. La más importante era la más inmediata. ¿Qué cara le pondré a mi madre ahora que le vea por primera vez después de todo esto? Podría alejarme de todos, de mi madre, de mi padre, de esta finca, pero ¿A dónde puedo ir? Volvió a estremecerse con esta otra pregunta que era un puñal en su corazón. ¿Qué horas podrían ser éstas? Ya estaba oscureciendo y tendría que dejar de deambular por esos trillos húmedos o abandonados. Pensó que tal vez debiera morir, pero le tenía mucho miedo a la muerte. Se quedó por allí un poco más de tiempo cavilando y se dispuso a volver a la casa. Ya debía ser tarde pues las primeras sombras de la tarde empezaban a cubrir el entorno. Llegó a la casa, con su cuerpo encorvado por la angustia. Pensó que haría lo posible por no ver a su madre y la atisbó hasta que se dio cuenta que ella no lo veía y se metió a su cuartucho. Tenía unas ansias por llorar pero le temía al llanto. Ya había llorado unas horas antes, pero no había encontrado sosiego. La desesperación le cubría todo su ser. Se sentía traicionado por su madre, y claro está por Carlos, a quien él le había abierto las puertas de su casa sin adivinar ni presagiar jamás que una cosa de estas iba a pasar. Entonces, sintió un odio, lo cual nunca había experimentado en su vida. Ahora sabía

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lo que era odiar, odiaba a Carlos por lo que le hacía a su madre, y hasta sintió odio por su madre por traicionar a su padre. Tomasa no se había dado cuenta de que Martín había llegado a la casa y se dedicó a preparar algo de comida para cuando llegaran su hijo y su esposo Concepción, como siempre lo hacía cuando un día a la semana ellos se iban de paseo. Se sentía tranquila y feliz, aunque un tanto inquieta. No tenía en su interior un sentimiento de culpa, o por lo menos no lo podía descubrir, porque en el fondo no se sentía traidora de su esposo, por el cual hacía tiempo no mostraba cariño ni afecto. Simplemente era un compañero de vida, así lo veía ella.

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QUINTA PARTE No pasó mucho tiempo cuando Concepción Palacios llegaba a la casa cargando un saco de yute conteniendo lo que había comprado en la pulpería para abastecer los alimentos de la familia. Como siempre, se había echado unos cuantos tragos de ron colorado, pero no venía borracho. Tomasa, preguntó con voz potente. ¿Y Martín? No sé dónde está respondió ella con cierta inquietud. Creí que venía con usted, como siempre, cuando se encuentran en el camino. Pues no, no le he visto, Presta para ver en su cuarto. Martín, le gritó. Este no contestó al primer llamado, pero sí al segundo. ¿Qué pasa papá? Idiay, que estás aquí y tu mamá no se había dado cuenta. ¿Por dónde te metiste? Por donde va a hacer, contestó Martín con voz un poco tormentosa. Por la única puerta que hay. ¿A qué viene tanto misterio Martín? ¿Qué hiciste que entraste como un ladrón a la casa, así escondido de tu madre? Pregúnteselo a ella, dijo el muchacho con son de queja. Concepción no dio mayor importancia a la respuesta desabrida del joven y se dedicó a sacar

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del saco lo que había comprado. Tomasa los observaba como si la cosa no fuera con ella. ¿Está lista la comida Tomasa? Claro, respondió ya les voy a servir y se dirigió a la cocina de leña con su fuego eterno. Martín, le llamó, venga siéntese para que comamos. El muchacho escuchó la oferta, pero se quedó callado. Volvió a meterse al cuarto. ¿Qué pasa con Ud. Martín, le dijo Concepción? Que, ¿Estas enfermo? Ojalá lo estuviera replicó el muchacho. Ya un tanto exasperado, Concepción se volvió a Tomasa y le preguntó ¿Qué le pasa a este muchacho? Tomasa hizo un leve movimiento de negación como única forma de expresar que no lo sabía. Entonces, si no quieres comer, que no coma. Pero luego no inventes comer cuando todos estamos tirados en la cama descansando, dijo finalmente Concepción medio resignado y apagado por los traguillos que había ingerido en el pueblo. La verdad, dijo Concepción a Tomasa, vengo cansado, este viaje me deja medio molido, no es tan lejos, pero qué mal camino y el autobús apenas me apea en el cruce de la carretera. Traer al hombro este saco me chima y para peores al patrón nunca se le ha ocurrido comprarse un caballo para que me transporte, como el que tiene Carlos. El nombre sacudió a Tomasa quien medio lo escuchaba del aburrimiento de las mismas quejas del hombre.

*

Transcurrieron varios días sin que nada fuera de lo común hubiera ocurrido. Carlos Trigueros aparecería por la finca hasta la semana siguiente. Mientras tanto Martín seguía molesto con la

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situación, pero no se atrevió a enfrentar a su madre. Por su parte Tomasa continuaba con su rutina de la casa, de las gallinas y de deambular por la finca desperezándose de la rutina. Concepción Palacios igualmente se dedicaba a sus labores del campo y la lechería, al cultivo de las fresas y al mantenimiento del ganado, todo lo cual era su vida de todos los días. A la siguiente semana, fiel a su costumbre, en una de sus mañanas, apareció Carlos en la finca con el afán de llevarse su guaro y de igual manera, se sentó con toda confianza a la mesa en donde Tomasa tenía listo el desayuno. Sin embargo había algo nuevo, no para Tomasa y Carlos, sino para Martín que era la primera vez que se topaba con Carlos luego de lo que había visto. ¿Qué te pasa Martín que estás tan pensativo? Nada don Carlos, no me pasa nada. Y permaneció en silencio. De primera mano, Carlos no advirtió algún cambio en el muchacho, pero luego comenzó a ver algunos signos que empezaron a inquietarlo. En primer lugar, Martín no le dio un saludo afectuoso, como siempre lo hacía. Carlos no le dio tanta importancia pensando que posiblemente andaba de chicha, como de vez en cuando le pasaba a Martín por algún inconveniente familiar. Pero luego sí se alarmó cuando Martín estando solo con Carlos le dijo, a mí me gustaría hablar con usted cuando estemos solos. Claro, Martín, me imagino que tienes algún problema y quieres que te ayude Con mucho gusto, cuando lo quieras. Martín simplemente dio una vuelta y se alejó de Carlos quien se quedó pensativo. Tomasa no se había dado cuenta de esta conversación aunque sí de que ellos algo hablaron. En el momento en que tuvieron una leve oportunidad para estar solos, Tomasa le dijo entre dientes a Carlos. A Martín algo le pasa y siento temor de que sepa algo. ¿Cómo se te ocurre, mujer, no hemos hecho nada para darnos un color de que algo pase entre

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nosotros. ¿Quién sabe?, Carlos, quien sabe ¡Masculló Tomasa! y se alejó un poco. Luego regresó sobre sus pasos y le dijo a Carlos con una voz casi apagada: mejor no vengas esta semana en la tarde. Carlos se quedó inmóvil y trató de reclamarle, pero se contuvo.

*

Un martirio siguió acompañando a Martín en los días siguientes. Estaba lleno de desconfianza. Si su madre salía al gallinero se le ponía detrás, si llegaba Carlos a la casa, no se despegaba de ambos. No decía nada, pero su cambio de conducta fue apreciado de manera clara por Tomasa y menos clara por parte de Carlos. Este ya se había dado cuenta de que la mirada de Martín hacia él era muy distinta de la cordial de los tiempos anteriores. Carlos junto con Tomasa temiendo algo que se escondía en sus pensamientos, pero que no se atrevían a decir con palabras, aunque sí con gestos, tomaron una decisión que en ese momento era dolorosa pero necesaria. No se volverían a ver.

*

Papá, dijo Martín a su padre. Quiero hablar con usted. Eran las horas finales de una tarde que había estado lluviosa y negra. ¿Qué pasa Martín? El viejo veía a su hijo y sentía que algo grave le atravesaba el corazón. ¿Algo con la fabriquita de guaro? No papá, nada de eso, usted sabe que los clientes siempre llegan y más bien ahora hay más. ¿Entonces? No sé papá, pero siempre he

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pensado que usted y mamá no se llevan bien. ¿O estoy equivocado? Sorprendido por la pregunta Concepción se echó para atrás, tomó a su hijo por los hombros, lo movió fuerte y como respuesta tuvo un llanto doloroso, fuerte, desesperado del muchacho. ¿Qué te sucede hijo? ¿Cuánto duró el silencio siguiente? Para Concepción Palacios un siglo, para Martín un segundo. Papá yo encontré a mamá revolcándose en la finca con Carlos. El cielo se terminó de oscurecer, el gallo cantó su última serenata del día a sus gallinas y un relámpago lejano y un trueno cercano, terminaron de dibujar una noche tenebrosa. ¿Estás seguro Martín de lo que dices? ¿Cuándo fue eso y en dónde? La semana pasada, cuando usted y yo no estábamos en la finca. Concepción se agarró la cabeza y tuvo una primera intención de ir a donde Tomasa y reclamarle el hecho. Pero, Martín lo contuvo con su mediana fuerza y momentáneamente abandonó la idea. Martín, eso que me acabas de contar es muy duro. Los ojos de Concepción apenas se mojaron, pero se pusieron filosos en la mirada. Esto tiene un precio, Martín, usted lo sabe. Concepción no tomó decisiones momentáneas, No tenía dudas de lo que su hijo le contara, pero no lo creía con una mentira de semejante calaña. Quería tener más pruebas, algo que demostrara que lo que su hijo decía era cierto. No le reclamaría de inmediato a Tomasa sino que pensó con cierto nivel de astucia, que ella se iba a delatar y con mayor razón su amante. Curiosamente Carlos dejó de ir en los días siguientes. Concepción Palacios lo tenía como una prueba más de que su hijo no mentía. En el trato cotidiano no advertía señales raras en Tomasa, se mostraba como siempre, pero al fin y al cabo, no tenían trato íntimo desde hace mucho tiempo y por ello, en cuanto a esto, no le daba sustento

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a sospecha de la cruel verdad revelada por su hijo. Por otra parte, pensaba que Martín se había vuelto muy celoso de Carlos y había notado, aunque ahora sí tenía certeza de los cambios de su hijo, que de un tiempo para acá, muy poco tiempo por cierto, él seguía a su madre cuando salía de la casa para ir al gallinero. También se dio cuenta de que cuando él salía de la finca para ir a Poasito, ya Martín no se iba para donde sus amigos. En el fondo, Concepción no estaba dispuesto a tomar medidas fuertes con Tomasa, no quería mancharse sus manos con la sangre de su mujer e ir a parar con sus huesos en una cárcel. Esa posibilidad, lo ponía a pensar que qué sería de Martín sin padre ni madre. Esto era un freno que le ataba y como no había vuelto Carlos, pensó que lo mejor era perdonar a su mujer si es que tal cosa hubiera ocurrido. Se sintió culpable del abandono en que tenía sumida a su esposa. De la sorpresa inicial y de la cólera siguiente, a estos momentos había una disminución en sus sentimientos. Pero Martín empezó a pensar de manera diferente. El odio que se le había entronizado en su corazón comenzaba a hacer sus efectos. Odiaba a Carlos, a quien no había vuelto a ver porque se había retirado de la finca e ignoraba por qué razón. No podía dormir, apenas se acostaba empezaba a rondarle los pensamientos y los recuerdos próximos que se le venían a su mente como en cascada. No era posible, sentía que en el fondo había traicionado a su padre por haber metido a Carlos a su casa. Pero, por su madre, a quien amaba, ahora la sentía sucia, entregada a otro hombre y revolcada como una cualquiera en la propia finca en que trabajaba su padre. Algo tenía que pasar con ella. En contraparte de esos pensamientos negativos hacia su madre, había otros que también lo maltrataban y espantaban. Era posible que su madre se escapara con Carlos y esto sí que no lo podría tolerar. Su padre tenía que hacer algo para

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impedirlo y comenzó a maquinar qué podría hacer Concepción Palacios para evitar que su madre los abandonara.

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Carlos Trigueros se sentía muy mal. ¿Qué había pasado? Se preguntaba de manera constante dentro de sí. ¿Por qué Tomasa había cambiado con él? Sentía que no podía vivir sin ella, se había enamorado de la mujer como nunca le había ocurrido en la vida, a pesar de tantas aventuras con mujeres, pero ésta lo había golpeado demasiado. Tendría que buscar el modo de volver a la finca y buscarla. El guaro ya no le era tan necesario para ir a la finca, pero sí conservaba su pretexto para hacerlo. En varias ocasiones se acercó por el camino lateral y hasta se detuvo en el sitio en donde tantas veces había hecho el amor con su amada, con la esperanza de que Tomasa llegara más por instinto que por acuerdo al lugar , pero nada, la mujer no aparecía por allí y se devolvía para su casa frustrado y triste. Tenía que buscar un modo para acercarse sin ser visto, hablar con ella y proponerle que se marcharan juntos, debería existir tal posibilidad. Pensó que de algún modo habían sido descubiertos, no porque los vieran, la verdad es que nadie había en la finca en aquellos encuentros fugaces y emocionantes cuando retozaban con toda intensidad su amor, Pero, de repente las cosas cambiaron. No tenía cómo entender. A Martín algo le pasa y siento temor de que sepa algo, esta frase la recordó Carlos Trigueros cuando se la dijo Tomasa días atrás, en uno de sus desvelos. Martín ¿Podría saber algo? Y se llenó de temor. Siempre estuvieron seguros de su soledad en la finca cuando Concepción y Martín salían de la propiedad el día de la semana en

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que aprovechaban para estar juntos. ¿Será que algún día no salió Martín y los vio? Un escalofrío recorrió su cuerpo y pensó que Tomasa, si esto fuera así, estaría en un serio problema. Tenía que averiguarlo y tendría que tomar su riesgo.

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Concepción, luego de la revelación que le hiciera su hijo, tomó algunas decisiones. En primer lugar no se acostaría en la cama con su mujer. Ocuparía el cuarto desocupado que estaba lleno de cosas viejas, mecates, herramientas y otros artículos de poca importancia. Desempolvó el camarote que estaba sin uso y buscó cobijas viejas para pasar las noches de frío. Tomasa se asustó más de lo que estaba pasando con su es poso. Cada día se sentía más aterrorizada y ya le costaba disimular lo que le pasaba. La frialdad que Martín y Concepción mostraban en el trato con ella le tenían sumida en el espanto. Pero no se atrevía a preguntar nada. Les servía el desayuno y las comidas y ellos preferían comer solos. No es que antes ella se sentara a la mesa junto con el par de hombres, a veces lo hacía, pero al menos le conversaban y la miraban. Ahora no, había silencio total y entre ellos hablaban con una total indiferencia hacia ella. La pregunta que temía Tomasa se produjo en un día de estos de angustia. ¿Qué pasaría con Carlos que no ha vuelto? Preguntó Concepción y Tomasa solamente atinó a contestar, no lo sé y por qué habría de saberlo. Nada, mujer, replicó Concepción, es una curiosidad. A veces pienso que se curó de las ganas de beber guaro y se rio con una risa sarcástica que sacudió las entrañas de la mujer. Pero nada más.

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SEXTA PARTE En la lechería en una mañana siguiente, Martín en conversación con su padre le comenzó a sembrar la cizaña de su odio que no había podido superar por Carlos y Tomasa, su madre. Sentía que ellos de algún modo se veían, la verdad es que no siempre estaba ni podía estarlo, vigilando a Tomasa y se le había metido entre ceja y ceja, que muy pronto Carlos se llevaría lejos a su madre, cuando menos lo esperaran y esto no podía pasar. Papa, no sé, como le veo tranquilo con este asunto. No me diga que aceptó usted que mamá se acostara con Carlos. Esto está raro, ningún hombre aguanta una cosa de estas, claro si se siente hombre. Como respuesta, Martín recibió un empujón y puñetazo que lo hico caer en el mojado y sucio piso de la lechería y causando alguna conmoción en las vacas más cercanas. Martín no me vuelva

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a tocar este tema porque de repente vas a recibir un castigo que no recuerdo habértelo dado. Pero Martín, con la ira reflejada en sus ojos y rostros, lejos de amedrentarse, tomó fuerzas que no creía tener y repelió a su padre con otro empujón que lo derribó con violencia, enfrascándose padre e hijo en una lucha violenta y desmedida. En medio del fragor de una lucha desigual, Martín, sobresaltado y fuera de sí, finalmente le gritó a Concepción, si eres hombre, macho de vedad, debes castigar a mi madre y a Carlos por lo burla que nos han hecho. No tienen por qué hacernos sufrir. Concepción salió de la lechería tambaleante, como si estuviera borracho y deshecho moralmente por lo que había ocurrido con su hijo. Decidió en ese momento, que su hijo tenía toda la razón. Que ellos no tenían que estar más en esa finca y que era mejor regresar a Nicaragua porque la vida aquí no tenía sentido para ellos.

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Noviembre se estaba presentado lluvioso y cruel y la finca se había convertido en un barreal en sus caminos internos y una desolación por la bruma que cubría los potreros y al ganado. Las cosas habían ocurrido más rápido de lo que hubiera imaginado Concepción. Una noche en que la lluvia se había espantado y que, incluso el cielo se había aclarado un poco, convenció a Tomasa de dar un paseo por la finca. A ella le extrañó mucho la propuesta, nunca lo había hecho Concepción. Si no tenía tiempo para ella en la casa o en otros lugares y en otros momentos ¿Por qué ahora? Pero, no podía evitarlo, no tenía los medios para hacerlo y junto con Concepción se fueron al lugar del terreno en el cual había entregado su amor a Carlos. Por qué la llevaba Concepción a ese lugar. Entró en pánico,

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no podía ni moverse pero fue con él. Concepción no esperó nada, su decisión estaba tomada y era una decisión que asumía solamente él. Martín había insistido mucho y de manera constante, después de aquella pelea en la lechería, de que el honor de Concepción y del propio Martín, tenía que ser lavado con la sangre de su madre y del desalmado que se los había robado. Martín quien dormía en esas horas de la noche fue despertado por violentos golpes en la pared de madera de su cuartucho. Venga a ayudarme, le dijo su padre, aquí está tu madre. Martín se levantó, se envolvió en las cobijas por el tremendo frío que hacía, y en medio de la neblina que lo cubría todo, vio a su padre con un carretillo dentro del cual, traía el cuerpo de Tomasa. Hijo, le dijo Concepción, aquí está lo que me has pedido, ahora ayúdame a enterrarla. Martín junto con Concepción, en medio de la noche, cubiertos de barro y neblina, se fue a un lado de la finca, donde la tierra era suave y cavaron hasta el cansancio un enorme hueco en el cual depositaron el cuerpo de la mujer. Con palas fueron cerrando el hoyo con la tierra fresca y lo cubrieron en su totalidad.

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Era un hecho, se irían de la finca sin decir nada. No esperarían a que llegara Carlos Vizcaíno a la finca y simplemente, así como llegaron, sin plata, pero ahora solo los dos, se marcharían a Nicaragua, pero no a Chontales, a otro lugar donde no los conocieran. Sin embargo, Martín le dijo a su padre. Papá, solamente falta algo que cumplir. Ya mamá no está pero Carlos Trigueros sí está y debe cumplir con lo que debe. Pero, Martín, él no ha vuelto a la finca. Es cierto, papá, pero si acaso son

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quince días o un poquito más en que no aparece por acá, pero ya verá que él viene. Tenga seguridad de eso. Carlos Trigueros estaba decidido a correrse todos los riesgos. La verdad es que la vida sin Tomasa le estaba resultando insoportable. La quería demasiado y si había que robársela de la finca lo haría. Se perdería con ella por alguna parte del territorio nacional y harían una nueva vida juntos. Tendría que armarse de valor y visitar la finca. Se las arreglaría para explicar, si eso se lo pedía Concepción o Martín, que no había vuelto porque su patrón le había encomendado conseguirle unas nuevas vacas para su potrero. No habría sospecha de su ausencia y tal vez los temores que le expresó Tomasa era, simplemente miedos sin fundamento alguno. Buenos días, gritó Carlos cuando una mañana llegó a la finca. Nadie le respondió. No le extrañó aunque sí un poco, que cuando se acercó a la casa Tomasa no saliera a su encuentro, como en los buenos tiempos que le servía desayuno. Pero no entró, tuvo la intención de no hacerlo para no confirmar cualquier sospecha infundada de Martín. Pensando que era la hora en que estaba terminado el ordeño y que posiblemente estaban devolviendo el ganado al potrero, se dirigió al sitio en busca de Concepción. Efectivamente, allí estaba con Martín. Hola les gritó y los vio a la distancia y con un gesto de su mano les hizo un saludo que le fue devuelto con otro igual de parte de los dos al mismo tiempo. Caminó un poco hacia ellos, pero se detuvo al ver que ellos venían a su encuentro. Cerca, no notó nada distinto Carlos en el hombre y el muchacho y se tranquilizó un poco. ¿Cómo va todo por acá? Bien, dijo en tono repetitivo Concepción, aquí como siempre, echando para adelante. Y ¿Usted, que no ha vuelto? Y diay Concepción, tuve que hacer una diligencia para el patrón que se le metió comprar unas vaquillas y he estado

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dando vuelta por potreros y fincas cercanas buscando. En eso se me ha ido el tiempo y vea usted, que ni guaro he comprado y a eso vengo en este momento. Ah, pues viera que bueno está el licorcito, casi que le digo que se lo tenía guardado, pura cabeza, purito como el agua del yurro, especial para usted. Ya terminamos aquí y podemos ir a sacarlo para que se lo lleve, pura primera don Carlos. Martín, traiga el mecate y vamos a la saca para darle buena calidad a Carlitos, dijo con sorna Concepción. Entonces, Martín salió corriendo a la bodega de al lado de la casa y regresó pocos instantes después con un mecate de buen tamaño, que usaban para obtener el recipiente de la saca en donde estaba el licor. Vamos, Carlos, de una vez se lo doy para que lo que lo disfrute más tarde y se dé cuenta de cómo he prosperado en la calidad del guarito. Pues vamos, Concepción. Juntos iban Concepción y Carlos, conversando de cosas sin importancia y detrás de ellos iba Martín con el mecate en sus manos. Todo lo tenían debidamente planeado. Cuando estuvieran cerca del lugar donde estaba el licor, Martín, a una pequeña señal que le haría Concepción con su mano que la llevaba detrás, le pondría el mecate al cuello de Carlos, lo jalaría para atrás con toda su fuerza, lo volcaría como a un ternero que tuvieran que inyectar y Concepción con el machete que tenía anticipadamente guardado entre un poco de maleza, haría el resto. Todo fue muy rápido, sorpresivo, sin resistencia y con ensañamiento de parte de Concepción ayudado por su hijo. Junto al cuerpo inerte de Carlos, cavaron una fosa, parecida a la que habían hecho para Tomasa y cuando la hubieron terminado, lanzaron el cuerpo del infortunado al fondo, cubriendo con tierra húmeda y suave el hueco hasta taparlo por completo.

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Se mantuvieron en silencio Concepción y Martín contemplando el montículo tras la última palada de tierra. De pie, como si estuvieran orando, pero nada más lejos de ello. Papá, creo que la misión está cumplida. A unos veinte metros de allí estaba el otro montículo que cubría los restos de Tomasa. Casi uno en frente al otro, sellados para siempre y sin que nadie se diera cuenta, pensaban los dos hombres. Había llegado el momento de la partida. Tenía que avisarle a su patrono que se iba, no podía despertar la mínima sospecha. Habían planeado que, ante la pregunta de Carlos Vizcaíno por Tomasa simplemente dirían que se había ido a Nicaragua a preparar la llegada de Concepción y Martín para emprender una nueva vida. Todo esto formaba parte de los alterados, desordenados e ilógicos pensamientos de Concepción y Martín hasta que acataron que con el dinero que tenían les iba a ser muy difícil salir del País. Tenían que hacerse del dinero para no llegar con las manos vacías a Nicaragua a establecerse para siempre. Pero, no había plata. Tampoco pensaba que su patrono se la iba a dar porque estaba renunciando a su trabajo, además de que ese señor nunca había cumplido con las leyes laborales. Lo mejor que podían hacer era tratar de fugarse lo antes posible. En poco tiempo buscarían a Carlos Trigueros, pues aunque este de vez en cuanto se ausentaba por largo tiempo de su casa en busca de aventuras, no eran tan extensas sus ausencias y comenzarían las investigaciones policiales a lo que tanto temían.

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Pedro Guadumuz era un finquero exitoso y más que finquero,

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era un hombre de comercio. Tenía fincas de ganado en Guanacaste, en la bajura, entre Santa Cruz y Nicoya. Por razones inexplicables, decidió viajar hacia el Valle Central a hacer negocios. Por consejo de algunos amigos llegó a la zona de Varablanca, la cual no conocía, pero de la que le habían dicho que conseguía buen ganado y buenas tierras para sembrar. Pensaba que era interesante cambiar de rutina y venirse al centro del País en donde estaban los negocios de bienes raíces en su apogeo. Era tiempos en que muchos extranjeros buscaban tierras para asentarse en condición de pensionados rentistas y esto lo motivaba a viajar aunque fuera por varios días para lograr sus objetivos. Pedro manejaba fuertes sumas de dinero, tenía la particularidad de que le gustaba andar dinero en sus bolsillos, ajeno a los peligros que esto llevaba. El País para esa época estaba en relativa calma, la delincuencia no era tanta e inspiraba confianza el andar solo y así lo consideró Pedro, quien además era un hombre que se consideraba de pelo en pecho, un caporal y un enamorado de la vida. En sus tierras ostentaba poder económico y en cuanto tope había, ya fuere en Liberia, Santa Cruz, Nicoya o San José, con gran orgullo participaba, luciendo los mejores caballos de sus fincas. Entonces llegó a Varablanca y se encantó del lugar. Como un golpe del destino llegó a las tierras en donde todavía permanecía Concepción Palacios y su hijo. Ante la oportunidad única que se les presentó a Concepción y Martín de obtener el dinero que ocupaban, sintieron como que les llegaba en el momento oportuno enviado por quién sabe cuál mensajero del mal. La sangre de los fallecidos, la tierra regada por esa sangre y el entorno que ahora se veía misterioso en medio de la neblina que nunca abandonaba esta tierra de los quince y dieciséis grados Celsius, ante la presencia de mucho dinero que Pedro Guadamuz, con jactancia decía andar consigo para comprar y hacer negocios, las mentes ya diabólicas de

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ambos hombres, no tuvieron mucho tiempo para reparar qué hacer. Ya sus mentes asesinas estaban funcionando a todo vapor y no tenían freno inhibitorio alguno. Habían hecho lo peor, el asesinato de la esposa de Concepción, madre de Martín, lo demás no importaba. El procedimiento empleado fue el mismo que el usado para liquidar a Carlos Trigueros.

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EPILOGO

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Por razones diversas, tal vez mortificados por todo lo ocurrido, o quizás para encubrir sus delitos y no precipitarse huyendo inesperadamente, sin darle cuenta a Carlos Vizcaino de que se iban de la finca, pasaron dos o tres días mientras esperaban al patrón. Sin embargo, no se daban cuenta de que ya había gente de la policía buscando a Carlos Trigueros y Pedro Guadamuz ambos considerados desaparecidos. Los rastros a seguir, en ambos casos eran fáciles y coincidentes, Carlos Trigueros por ser de la zona y Pedro porque había comentado con algún conocido que viajaría por Varablanca, o por Los Cartagos, en donde se multiplicaban los potreros y las fincas, lo cierto es que los ojos policiales se encaminaron para esos lugares, de por sí pequeños en extensión y fácilmente accesibles. Llegaron de pronto los hombres de uniforme y los perros

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rastreadores. Concepción, que como siempre estaba acompañado de su hijo, sintió que el mundo se le iba a derrumbar. Sin embargo, frío como había sido hasta el momento, trataba de conservar esa frialdad y contestó negativamente las preguntas que les hacían los oficiales de investigación. Sin embargo, vio con horror como los policías ingresaban al potrero con los perros y se sintió atrapado. Compañero, gritó un policía al que estaba cercano en donde se encontraba Concepción. Venga a ver esto. Venga con nosotros le dijo el policía a Concepción y éste se abandonó a su suerte. Ya cerca los policías uno le dijo al otro, acá al fondo hay una saca de guaro de contrabando. Respiró hondo Concepción creyendo que la policía se había entretenido en un asunto de menor importancia y sintió un alivio de que saldría adelante. No se había dado cuenta Concepción de que los perros estaban por otros lados del terreno y vio horrorizado que estaban escarbando frenéticos uno de los montículos. E, gritó con fuerza uno de los oficiales vean esto. Y todo el grupo de policías que atendían el asunto corrieron al lugar de donde eran llamados. Lo que vieron, los dejó atónitos. Uno de los perros había dejado al descubierto una mano que sobresalía del hoyo que escarbaban los canes. Concepción cayó a tierra en cuclillas y con las manos atrapando su cabeza canosa. Los policías no decían nada, solamente veían como estaba la situación y como a través de sus potentes radios de comunicación pedían refuerzos y la asistencia de un juez para continuar la excavación que había iniciado uno de los perros. Palacios, simplemente les dijo a los policías, está esto, aquí lo tienen, aquí está mi esposa, allá, en el otro montículo hay un hombre y en el de más allá hay otro. El movimiento policía en la finca se intensificó, llegaron los

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periodistas, se propagaron las noticias y Palacios y su hijo fueron conducidos a los tribunales. Han pasado las dĂŠcadas y los personajes se esfumaron entre las brumas y las neblinas de Varablanca. Se disiparon las historias, quedaron enterradas y los perros dejaron de arrancar la tierra para encontrar rastros que fueron desenterrados gracias a sus olfatos maravillosos.

FIN 1 DE SETIEMBRE DE 2014

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Contenido PRIMERA PARTE...................................... 5 SEGUNDA PARTE................................... 17 TERCERA PARTE.................................... 25 CUARTA PARTE...................................... 35 QUINTA PARTE...................................... 45 SEXTA PARTE......................................... 53 EPILOGO............................................... 61

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